El magico mundo de los cuentos

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EL MAGICO MUNDO DE LOS CUENTOS Cuentos infantiles


CONTENIDO 

PINOCHO………………………………………….3

LA LIEBRE Y LA TORTUGA…….………………..13

LA SIRENITA………………………….………….21

HANSEL Y GRETEL…………………………...….34

BLANCA NIEVES…………………………………44


desarrollar lectura comprensiva y reflexiva. promover la interacción de los niños con los textos, para de esta forma llegar a conocer cosas del pasado, el presente, el futuro y desarrollar su imaginación. familiarizar los niños con la lectura de cuentos. fomentar el acompañamiento de los padres de familia en las actividades educativas de los niños. Desarrollar en los niños el amor por la lectura y la creación de la misma.


Conociendo que a adquisición de la lectura son experiencias que marcan la vida del niño, de ahí la importancia de que pueda acceder a ellas de una forma natural y tranquila. Leer se convierte en una interacción divertida y placentera en las que el niños puede disfrutar de sus logros y aprender de sus equivocaciones, la lectura tiene una función social y cultural, por eso este libro comienza dando a la niño la importancia que tiene como ser único y relacionándolo con su entorno inmediato donde se involucran aspectos relevantes e importantes de su vida, involucrando a los padres de familia como guías en el desarrollo integral de los niños y las niñas.



El maestro Cereza paseaba por el bosque buscando un buen tronco de pino para hacer una pata para su mesa. Encontró uno que le gustó y se lo llevó a casa. Cuando quiso dar el primer hachazo, el tronco empezó a llorar. El maestro Cereza se espantó mucho, se le cayó el tronco al suelo y se escondió detrás del sofá. A lo que el tronco se puso a reír. Cuando se le hubo pasado el susto, se quedó observando el tronco que reía y lloraba. Estuvo un rato dándole vueltas para saber qué hacer con él, hasta que pensó en su viejo amigo Geppeto, un magnífico carpintero que sabría hacer de él una marioneta fantástica.


El maestro Cereza llevó el tronco a Geppeto, le explicó sus extraordinarias cualidades y le animó a hacer una marioneta con él. Entusiasmado, Geppeto se puso manos a la obra. Por la noche acabó y la marioneta, a la que Geppeto llamó Pinocho, llenaba todo el taller con sus risas y sus bailes. Pero también sus travesuras. Al ver que no se portaba muy bien, decidió que tenía que ir a la escuela. Al día siguiente Geppeto vendió su abrigo para poder comprar a Pinocho


una libreta para que pudiese ir a la escuela. Ya camino de la escuela Pinocho se encontró a un grillo parlanchín, del que se hizo amigo. Poco antes de llegar, Pinocho se encontró con un gato y un zorro. El Gato y el Zorro le animaron a vender la libreta que tanto le había costado a Geppeto, puesto que conocían el monte de los Milagros, un sitio donde después de enterrar las monedas de oro que conseguirían al vender la libreta, crecerían árboles cargados de monedas, y eso haría muy feliz a Geppeto. El Grillo le dio sabios consejos: “No te dejes engañar, el dinero no crece de los árboles”. Pero Pinocho no hizo caso. Vendió la libreta y consiguió cinco monedas de oro.


De camino al monte de los Milagros, el Gato y el Zorro le convencieron para cenar un festín y dormir en un gran Hotel. El grillo parlanchín le insistía “No te dejes engañar, sólo quieren tu dinero”. Pero Pinocho volvió a no hacer caso. Después de comer, se fueron a dormir. Por la mañana, el Gato y el Zorro ya se habían ido cuando Pinocho despertó. Tuvo que hacerse cargo de la cuenta y gastar una moneda de oro. De camino a casa, llorando, se encontró con un hada. Cuando el hada le preguntó por qué lloraba, Pinocho le dijo que había perdido una moneda de oro. Pero al


decir tal mentira, puesto que no la había perdido, si no que la había malgastado, le empezó a crecer la nariz. Pinocho se espantó y lloró todavía más. El hada, que era buena le hizo prometer a Pinocho que sería bueno, no diría más mentiras, y que sería un buen estudiante. Y después de tener su promesa, accedió a arreglarle la nariz. Ya contento, Pinocho prosiguió su camino. Cerca de casa, Pinocho se encontró con el Gato y el Zorro, quienes hicieron ver que andaban buscando a Pinocho. “¿Dónde te habías metido? ¡Te andábamos buscando! ¿Aún te quedan monedas de oro? ¡Ven! Vamos a sembrarlas al monte de los Milagros”. Y aunque el grillo volvió a insistir “No te dejes engañar, solo quieren tu dinero”, Pinocho se fue con ellos.


Llegaron a un campo de labranza, e hicieron sembrar a Pinocho las 4 monedas que le quedaban - “Mañana, vendremos aquí y recolectaremos todo el oro que habrá crecido” – dijo el Zorro, y se fueron a dormir. Al despertarse, el Gato y el Zorro se habían marchado otra vez. Pinocho fue al campo y vio que no había ningún árbol lleno de monedas, entonces buscó en el suelo las monedas que había sembrado. ¡Y tampoco estaban!. El Gato y el Zorro se habían ido con las monedas. Justo en ese instante, el Pavo le vio cavando en su capo, y le pareció que le quería robar sus semillas. Llamó a la policía y, por más que Pinocho suplicó, fue a la cárcel por robo.


Por suerte el guardián de la cárcel era un buen hombre. Pinocho le pareció tan bueno y sincero, que no dudó en que había sido engañado y le dejó escapar. Camino de casa se encontró con el grillo parlanchín, que le advirtió que Geppeto había ido a buscarle y se había embarcado en un bote. Pinocho no se lo pensó dos veces, corrió hasta el muelle donde se subió a otro bote para buscar a Geppeto. En medio del mar, una ballena gigante engulló el bote de Pinocho, que no pudo hacer nada para evitarlo.


Dentro de la ballena, ¡sorpresa! Encontró a su querido Geppeto. ¡Qué alegría se llevaron ambos! Se abrazaron tan fuertes como pudieron. Y luego empezaron a pensar cómo podrían salir de la ballena. Acordaron quemar un trozo del boto de Pinocho. Así lo hicieron y, del humo que salía, la ballena estornudó, momento que aprovecharon Geppeto, Pinocho y el grillo parlanchín para salir. Geppeto no sabía nadar. Por suerte, Pinocho al ser de madera flotaba y le ayudó a llegar a la orilla y, después, a su casa, donde cenaron y descansaron de tan apasionante aventura. Ya por la noche, cuando Geppeto dormía el hada buena se acercó a Pinocho, y le preguntó si había sido bueno como prometió. En ese


momento el grillo aprovechó para explicarle cuán bueno, generoso y valiente había sido Pinocho yendo en búsqueda de Geppeto. El hada buena quedó tan impresionada que decidió hacerle un regalo a Pinocho: Le convirtió en un niño de verdad. Pinocho se puso tan contentó que despertó a Geppeto y los dos se abrazaron y danzaron de alegría hasta que salió el sol.



Un día una liebre se burlaba del lento caminar de una tortuga. La tortuga, sin ofenderse, le replicó: Tal vez tú seas más rápida, pero yo te ganaría en una carrera. Y la libre, totalmente convencida que eso era imposible, aceptó el reto. La tortuga estaba completamente segura que iba a ganar, así que dejó que la liebre eligiera el recorrido e incluso la meta. La liebre eligió un camino muy fácil para ella: Lleno de obstáculos para que la pobre tortuga, con las piernas tan cortas que tenía, se tropezase todo el rato.


Al llegar el día de la carrera, empezaron a la vez. La tortuga no dejó de caminar todo el rato, lenta, pero constante. En cambio la liebre, al ver que llevaba una gran ventaja sobre la tortuga se paró a descansar y se quedó dormida debajo de un árbol. Cuando se despertó, miró detrás para ver donde estaba la tortuga, pero no la vio. Espantada, miró para adelante y vio como la tortuga estaba a punto de llegar a la meta. Corrió entonces la liebre tanto como pudo, pero no pudo


alcanzar a la tortuga. Y fue as铆 como la tortuga se proclam贸 vencedora.


Érase una vez un pequeño pastor que se pasaba la mayor parte de su tiempo cuidando sus ovejas y, como muchas veces se aburría mientras las veía pastar, pensaba cosas que hacer para divertirse. Un día, decidió que sería buena idea divertirse a costa de la gente del pueblo que había por allí cerca. Se acercó y empezó a gritar: - Socorro! El lobo! Que viene el lobo!


La gente del pueblo cogió lo que tenía a mano y corriendo fueron a auxiliar al pobre pastorcito que pedía auxilio, pero cuando llegaron, descubrieron que todo había sido una broma pesada del pastor. Y se enfadaron. Cuando se habían ido, al pastor le hizo tanta gracia la broma que pensó en repetirla. Y cuando vio a la gente suficientemente lejos, volvió a gritar: - Socorro! El lobo! Que viene el lobo! Las gentes del pueblo, en volverlo a oír, empezaron a correr otra vez pensando que esta vez sí que se había presentado el lobo, y realmente les estaba pidiendo ayuda. Pero al llegar donde estaba el


pastor, se lo encontraron por los suelos, riendo de ver como los aldeanos habían vuelto a auxiliarlo. Esta vez los aldeanos se enfadaron aún más, y se marcharon terriblemente enojados. A la mañana siguiente, el pastor volvió a pastar con sus ovejas en el mismo campo. Aún reía cuando recordaba correr a los aldeanos. Pero no contó que, ese mismo día, si vio acercarse el lobo. El miedo le invadió el cuerpo y, al ver que se acercaba cada vez más, empezó a gritar:


- Socorro! El lobo! Que viene el lobo! Se va a comer todas mis ovejas ! Auxilio! Pero esta vez los aldeanos, habiendo aprendido la lección el día anterior, hicieron oídos sordos. El pastorcillo vio como el lobo se abalanzaba sobre sus ovejas, y chilló cada vez más desesperado: - Socorro! El lobo! El lobo! - pero los aldeanos continuaron sin hacer caso. Es así, como el pastorcillo vio como el lobo se comía unas cuantas ovejas y se llevaba otras para la cena, sin poder hacer nada. Y se arrepintió en lo más profundo de la broma que hizo el día anterior.


En el fondo del mar había un castillo. Allí vivía un rey que tenía seis hijas, todas ellas sirenas de gran belleza. La más bella de todas era la pequeña; su piel era tan suave y delicada como un pétalo de rosa, sus ojos eran azules como el mar. Como todas las sirenas, no tenía piernas; su cuerpo acababa en una gran cola de pez. Poseía la más bella voz que nunca se había oído. Todos los días las sirenas jugaban en las grandes habitaciones de palacio. Cuando


las ventanas estaban abiertas, los peces entraban y salían libremente. Eran tan mansos que nadaban hasta donde estaban ellas, comían de sus propias manos y se dejaban acariciar y hacer cosquillas. Nada los gustaba más a las sirenas que escuchar las historias que los explicaba su abuela sobre el mundo que existía más allá del mar. Pedían que les hablase sobre árboles, pájaros, ciudades y personas que utilizaban piernas para caminar. -Cuando cada una de ustedes cumpla 15 años -decía la abuela-, podrá nadar hasta la superficie del mar y, reclinada sobre alguna roca, ver los barcos que pasan.


Por fin llegó el día en que la sirenita cumplió sus 15 años, saludó a todos y nadó con ligereza ascendiendo hasta la superficie. Cuando alzó la cabeza sobre el agua, el sol estaba poniéndose, las nubes se veían de color rosa, el mar estaba calmado y empezaba a brillar el sol. Se quedó deslumbrada mirando las aves que pasaban y las estrellas que iban apareciendo. Gozó con la brisa que rozaba su rostro y acariciaba su pelo. En la lejanía, vio una nave. Nadando se acercó a ella, se sentó sobre una roca y observó


atenta a los marineros que iban y venían alzando las velas. -¡Qué fuertes y viriles son!- pensaba la sirenita. Se sentía feliz. Pero más se emocionó aun cuando apareció en cubierta un elegante y joven príncipe. Se había hecho muy tarde ya, pero no podía apartar sus ojos del barco ni del bello príncipe. De repente el cielo se cubrió de nubes, el viento sopló cada vez más fuerte, los truenos estallaron en estrépito y el mar provocó inmensas olas que sacudieron


violentamente el barco hasta hundirlo. La sirenita nadó precipitadamente para salvar el príncipe. Sostuvo su cabeza sobre las olas, dejando que la corriente les llevase hasta la costa. Arrastrándose pudo dejarlo sobre la arena de la playa. Le acarició y le besó con mucha ternura. Se quedó a su lado cuidándolo, cantando para él las más bellas canciones durante toda la noche. Cuando salió el sol, vio que el príncipe despertaba. Entonces, volvió al fondo del mar. Volvió a su mundo acuático con el corazón enamorado de un príncipe terrestre.


Explicó a su abuela lo que había sucedido. Ahora solo deseo -le dijo- volver al mundo exterior para poderlo ver. Lo amo. Deseo vivir con él en la tierra! -¿Pero qué dices, chiquita? -la interrumpió la abuela muy irritada- tu vida, tu mundo, somos nosotros. ¡Ni se te ocurra tal tontería!


La sirenita, entonces, decidió ir a ver a la bruja del mar. Pese a la repugnancia que le producía, sabía que solo ella la podría ayudar. Nadó hacia las profundidades pasando por aguas arremolinadas, cruzó por entre las piedras y algas enroscadas como verdes serpientes, y finalmente encontró el cubil de la bruja, rodeada de peces con ojos punzantes, tiburones y serpientes. Allá la bruja le dio un brebaje que le permitiría cambiar su cola por unas piernas, para poder salir en la superficie. La sirenita tomó el brebaje y nadó hasta la superficie. Mientras subía sintió un horrible dolor en su cola de pez. Cuando llegó a la costa tenía dos bonitas piernas. Quiso cantar de felicidad, pero la bruja le había robado, de pasada, su bella voz. Se reclinó en la arena recordando a su


amado y se durmió. Cuando despertó, a su lado estaba su príncipe, más bello y radiante que nunca. -Gracias! - exclamó - Me has salvado la vida, he venido a esta playa todos los días a buscarte. Y hoy, al fin, ¡he tenido la suerte de encontrarte! Ella le miró con los ojos mucho abiertos y le sonrió. -Sin embargo, ¿quién eres?preguntó el príncipe, afligido. La sirenita negó con la cabeza. El príncipe entonces la cogió de la mano y la llevó al palacio. -Te diré Aurora- le dijo. La sirenita conoció bailes, realizó paseos por las montañas y cabalgó por los prados.


- Aurora -la gritó un día el príncipe- te presento a Úrsula, princesa de un país lejano. Se quedará con nosotros de visita. La sirenita, mientras saludaba a Úrsula, advirtió algo extraño en sus ojos. Un brillantez de maldad se reflejaba en ellos. Transcurrían los días y el príncipe se acercaba más y más a Úrsula, dejando sola a la pobre sirenita, que no dejaba de pensar donde había visto aquellos ojos. Una noche, durante una fiesta a palacio, Úrsula cantó con una voz bella. La sirenita reconoció entonces su propia voz, que la bruja le había robado el día que transformó su cola de pez en piernas de mujer. El príncipe quedó pasmado ante aquella voz, cálida, clara y tierna. Entonces propuso a Úrsula que se casase con él.


La ceremonia se iba a realizar en alta mar. La noche de la boda, la sirenita estaba muy bella, pero más triste que nunca. Mirando el mar, deseó estar al lado de su familia. Fue entonces que surgieron desde el agua sus hermanas mayores. ¡Cuál alegría tuvo al verlas! La sirenita las abrazó con los ojos llenos de lágrimas. Las hermanas le dijeron: Entregamos a la bruja nuestras joyas para que nos explicase toda la verdad y poderte encontrar.


-Escucha con atención hermanita - dijo la más grande-. Hay una forma de romper el encantamiento de la bruja. Si besas el príncipe este se enamorará nuevamente de ti, volverás a tener tu voz y Úrsula volverá a ser la bruja de los mares. La sirenita sonrió a sus hermanas y entró en el salón donde todos, reunidos, esperaban la ceremonia de la boda. Se lanzó a los brazos del príncipe y besó sus labios con todo el amor de su alma. En aquel mismo momento se rompió el maléfico embrujamiento. El barco se sacudió con violencia y Úrsula perdió todos sus falsos encantos. Convertida otra vez en bruja, se lanzó al mar. Y todos escucharon de los labios de la sirenita la verdad de la historia.


-¡Como pude hacerte tanto mal! dijo el príncipe conmovido, y añadió dulcemente: -Pido que me perdones y aceptes, si es que aún me quieres, que te proteja y te brinde mi amor para siempre. ¿Deseas ser mi esposa? La sirenita le miró jubilosa y besó nuevamente sus labios con toda la ternura que tuvo para él desde la noche que le conoció. La fiesta se realizó en un barco de lujo. Fue la boda más espléndida que nunca se hubiese visto. Las sirenas nadaron hasta la superficie para cantar al unísono. Los peces alzaron la cabeza por encima las olas haciendo brillar sus escamas doradas. Incluso el gran rey de los mares subió para ver a su hija. La sirenita, habiendo ya recuperado la voz, cantó con sus hermanas, llenando de gozo el corazón del príncipe.



Hansel y Gretel vivían con su padre, un pobre leñador, y su cruel madrastra, muy cerca de un espeso bosque. Vivían con muchísima escasez, y como ya no les alcanzaba para poder comer los cuatro, deberían plantearse el problema y tratar de darle una buena solución. Una noche, creyendo que los niños estaban dormidos, la cruel madrastra dijo al leñador:


-No hay bastante comida para todos: mañana llevaremos a los niños a la parte más espesa del bosque y los dejaremos allí. Ellos no podrán encontrar el camino a casa y así nos desprenderemos de esa carga. Al principio, el padre se opuso rotundamente a tener en cuenta la cruel idea de la malvada mujer. -¿Cómo vamos a abandonar a mis hijos a la suerte de Dios, quizás sean atacados por los


animales del bosque? -gritó enojado. -De cualquier manera, así moriremos todos de hambre -dijo la madrastra y no descansó hasta convencerlo al débil hombre, de llevar adelante el malévolo plan que se había trazado. Mientras tanto los niños, que en realidad no estaban dormidos, escucharon toda la conversación. Gretel lloraba amargamente, pero Hansel la consolaba. -No llores, querida hermanita-decía él-, yo tengo una idea para encontrar el camino de regreso a casa.


A la mañana siguiente, cuando salieron para el bosque, la madrastra le dio a cada uno de los niños un pedazo de pan. -No deben comer este pan antes del almuerzo -les dijo-. Eso es todo lo que tendrán para el día. El dominado y débil padre y la madrastra los acompañaron a adentrarse en el bosque. Cuando penetraron en la espesura, los niños se quedaron atrás, y Hansel, haciendo migas de su pan, las fue dejando caer con disimulo para tener señales que les permitieran luego regresar a casa. Los padres los llevaron muy adentro del bosque y les dijeron: -Quédense aquí hasta que vengamos a buscarlos.


Hansel y Gretel hicieron lo que sus padres habían ordenado, pues creyeron que cambiarían de opinión y volverían por ellos. Pero cuando se acercaba la noche y los niños vieron que sus padres no aparecían, trataron de encontrar el camino de regreso. Desgraciadamente, los pájaros se habían comido las migas que marcaban el camino. Toda la noche anduvieron por el bosque con mucho temor observando las miradas, observando el brillo de los ojos de las fieras, y a cada paso se perdían más en aquella espesura. Al amanecer, casi muertos de miedo y de hambre, los niños vieron un pájaro blanco que volaba frente a ellos y que para animarlos a seguir adelante les aleteaba en


señal amistosa. Siguiendo el vuelo de aquel pájaro encontraron una casita construida toda de panes, dulces, bombones y otras confituras muy sabrosas. Los niños, con un apetito terrible, corrieron hasta la rara casita, pero antes de que pudieran dar un mordisco a los riquísimos dulces, una bruja los detuvo. La casa estaba hecha para atraer a los niños y cuando estos se encontraban en su poder, la


bruja los mataba y los cocinaba para comérselos. Como Hansel estaba muy delgadito, la bruja lo encerró en una jaula y allí lo alimentaba con ricos y sustanciosos manjares para engordarlo. Mientras tanto, Gretel tenía que hacer los trabajos más pesados y sólo tenía cáscaras de cangrejos para comer. Un día, la bruja decidió que Hansel estaba ya listo para ser comido y ordenó a Gretel que preparara una enorme cacerola de agua para cocinarlo. -Primero -dijo la bruja-, vamos a ver el horno que yo prendí para hacer pan. Entra tú primero, Gretel, y fíjate si está bien caliente como para hornear.


En realidad la bruja pensaba cerrar la puerta del horno una vez que Gretel estuviera dentro para cocinarla a ella también. Pero Gretel hizo como que no entendía lo que la bruja decía. -Yo no sé. ¿Cómo entro? -preguntó Gretel. -Tonta-dijo la bruja,- mira cómo se hace -y la bruja metió la cabeza dentro del horno. Rápidamente Gretel la empujó dentro del horno y cerró la puerta. Gretel puso en libertad a Hansel. Antes de irse, los dos niños se llenaron los bolsillos de perlas y piedras preciosas del tesoro de la bruja.


Los niños huyeron del bosque hasta llegar a orillas de un inmenso lago que parecía imposible de atravesar. Por fin, un hermoso cisne blanco compadeciéndose de ellos, les ofreció pasarlos a la otra orilla. Con gran alegría los niños encontraron a su padre allí. Éste había sufrido mucho durante la ausencia de los niños y los había buscado por todas partes, e incluso les contó acerca de la muerte de la cruel madrastra.


Dejando caer los tesoros a los pies de su padre, los niĂąos se arrojaron en sus brazos. AsĂ­ juntos olvidaron todos los malos momentos que habĂ­an pasado y supieron que lo mĂĄs importante en la vida es estar junto a los seres a quienes se ama, y siguieron viviendo felices y ricos para siempre.


En un país muy lejano vivía una bella princesa llamada Blanca nieves, que tenía una madrastra, la Reina, muy vanidosa. La madrastra preguntaba a su espejo mágico - Espejito, espejito, di, ¿Quién es la más bella de todas las mujeres? Y el espejo contestaba: - Tú eres, oh Reina, la más bella de todas las mujeres.


Y fueron pasando los años. Un día la Reina preguntó, como siempre, a su espejo mágico: - Espejito, espejito, di, ¿Quién es la más bella de todas las mujeres? Pero esta vez el espejo contestó: - La más bella es Blanca nieves. Entonces la Reina, llena de ira y de envidia, buscó un cazador y le ordenó: - Llévate a Blanca nieves al bosque, mátala y como prueba de haber realizado mi encargo, tráeme en este cofre su corazón. Pero cuando llegaron al bosque, el cazador sintió lástima por la inocente joven y la dejó huir, sustituyendo su corazón por el de uno jabalí.


Blanca nieves, al verse sola, sintió miedo y lloró. Llorando y caminando pasó la noche, hasta que, al amanecer, llegó a una claro en el bosque y descubrió allí una casa preciosa. Entró sin dudarlo. Los muebles eran pequeñísimos y, sobre la mesa, había siete platillos y siete cubiertos diminutos. Subió a una habitación, que estaba ocupada por siete camitas. La pobre Blanca nieves, agotada después de caminar toda la noche por el bosque, juntó todos las camitas y al momento se quedó dormida. Por la tarde llegaron los propietarios de la casa, siete enanos que trabajaban en unas minas y que se admiraron al descubrir a Blanca nieves. Entonces ella les explicó su triste historia. Los enanos suplicaron a la niña que se quedase con ellos y Blanca nieves aceptó, se quedó en vivir con ellos y todos eran felices. Mientras tanto, en palacio, la Reina volvió a Preguntar al espejo:


- Espejito, espejito, ¿quién es ahora la más bella? - Sigue siendo Blanca nieves, que ahora vive en el bosque en casa de los enanos. Furiosa y vengativa como era, la cruel madrastra se disfrazó de inocente viejecita y se dirigió hacia la casita del bosque. Blanca nieves estaba sola, porque los enanos estaban trabajando en la mina. La malvada Reina ofreció a la niña una manzana envenenada y cuando Blanca nieves le dio el primer mordisco, cayó desmayada.


Al volver, ya de noche, los enanos a su casa, encontraron a Blanca nieves tumbada en el suela, pálida y quieta, creyeron que había muerto y le construyeron una urna de cristal para que todos los animales del bosque se pudiesen despedir. En aquel momento apareció un príncipe montado sobre un majestuoso caballo y solo contemplar a Blanca nieves quedó enamorado de ella. Quiso despedirse besándola y de repente, Blanca nieves volvió a la vida, porque el beso de amor que le había hecho el


pr铆ncipe rompi贸 el encantamiento de la malvada Reina. Blanca nieves se cas贸 con el pr铆ncipe y expulsaron a la cruel Reina. Y desde entonces todos vivieron felices.


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