Arrazados - Roberto Cuéllar

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alguna cosa (¡de qué otra forma llamarla!) que sobreviva, tendrá a su disposición apenas temperatura deshidratada, carroña sin costa visible. Súbitamente, un quejido de alacrán malherido despierta al vecindario cósmico durante la madrugada. En serio ¿era un sueño? ¿La humanidad aún puede elegir? Una precaria llovizna rompe en admoniciones de que no habrá salvación, a menos que se componga el espécimen puro, el endecasílabo sabio de la razón, tolerancia y afecto, en aquel impoluto borde de última página -aunque matemáticamente ilegal, físicamente posibleque resguardara del garabato incurable la piadosa fortuna. Y no falta quien, enjugándose el rostro pasmado, resuelve nuevamente dormir bajo el amparo de su convaleciente apatía, a salvo de los truenos que encubren, no obstante, las calamidades a punto de violentar cada puerta, porque despertar es también parte de un sueño que hace a las razas -indignas cayendo- sentirse volar.

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