Arrazados - Roberto Cuéllar

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Sin embargo, ya nada tiene sentido, salvo el delirio. Hiato espumeante, trabalenguas sinfónico de quien agoniza, que obliga a tararear despedidas al espectador repentino y a un gato en alféizar. El inquilinismo entre corazón y despecho ha marcado la ruta de expatriados suicidas. Quien se quita la vida a hurtadillas deja un grito encerrado en los frutos. Una voz, apenas oíble como un submarino, pedía ser respirada. Un cachorro de viento se inmiscuye en las casas. Rebate la ropa, desordena revistas y calendarios. Memoriza cada detalle de la habitación asustada. Es un pupilo eficiente, espía del cataclismo. Más tarde, como un bestial toro de espinas, la tormenta se ancla en el anverso celeste. Gira el búmeran de los desacuerdos; la contradicción se embellece y ataca. Herramienta que perfecciona un siniestro. No hay museos, no hay llanuras todo es chirrido de gozne. Sin ángulo. Sin canciones de cuna. Raza imantada que atrae asteroides. ¿Qué da miedo cerval? Dios descubierto, en tanto que orina en los arrabales sobre inocentes destinos. 16


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