SALEM'S LOT (Stephen King)

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Stephen King

El Misterio De Salem's Lot

para la opaca semiconciencia de Tony era evidente lo pálida que estaba desde el martes o el miércoles; parecía que hasta los labios hubieran perdido Su color natural, y debajo de los ojos se le insinuaban sombras oscuras. Todo eso pasó por la mente de Tony en menos tiempo del que se tarda en contarlo, y estaba a punto de volver a tumbarse en la cama cuando oyó que ella volvía a desplomarse; esta ves no contesto a su llamada. Cuando él se levantó y fue hacia la sala, la vio tendida en el suelo; su respiración era superficial y tenía los ojos aturdidos, vagamente fijos en el espacio. Había comenzado a cambiar la disposición de los muebles, y todos estaban fuera de su sitio, con k> que la habitación tenía un aspecto extraño, como descoyuntado. Fuera lo que fuese lo que le pasaba, su mal había empeorado durante la noche, y su aspecto era tan terrible que desconcertó a su marido. Margie seguía todavía envuelta en su bata, que al caer se le había abierto hasta medio muslo. Tenía las piernas de un color marmóreo en el que nada quedaba del hermoso bronceado de las vacaciones de verano. Sus manos se movían espasmódicamente. Respiraba con la boca entreabierta, como si le faltara el aire y a Tony le pareció ver una extraña prominencia en los dientes, pero no le dio importancia. ―¿Margie, cariño? Su mujer trató de contestar y no pudo. Presa del pánico, Tony se levantó para llamar al medico. ―No... ―balbuceó ella cuando él ya llegaba al teléfono, y repitió la palabra después de haber aspirado con audible esfuerzo―. No. ―Había conseguido sentarse trabajosamente, y el soleado silencio de la casa se interrumpía con el dificultoso jadeo de su respiración―. Llévame... sácame... el sol da con tanta fuerza... Tony, al levantarla, se quedó atónito ante la liviandad de su peso. Su mujer no parecía pesar más que una brazada de paja. ―... sofá... Allí la depositó, con la espalda recostada contra el apoyabrazos. Al quedar fuera del haz de sol que entraba por la ventana para dibujar un cuadrado sobre la alfombra, Margie pareció respirar con más facilidad. Por un momento cerró los ojos, y a Tony volvió a impresionarle la tersa blancura de los dientes en contraste con sus labios. Sintió deseos de besarla. ―Déjame llamar al medico. ―No, ya estoy mejor. Es que el sol me... hacía mal. Como si me debilitara. Ya me siento mejor. ―Efectivamente, las mejillas se le habían coloreado un poco. ―¿Estás segura? ―Sí, ya estoy bien. ―Has trabajado demasiado, cariño. ―Sí ―asintió ella con ojos indiferentes.


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