DÉJAME ENTRAR (John Ajvide Lindquist)

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John Ajvide

Déjame Entrar

¿Cuánto habría hasta el agua? Algunos cientos de metros, quizá. ¿Y si llegaba alguien? Que fuera lo que tuviera que ser. En ese caso, se acabó. En cierto modo estaría bien. Pero no llegó nadie y ya abajo, en la orilla, trepó sudando la gota gorda por el tronco de uno de los sauces llorones que se inclinaban sobre el agua, casi paralelo a la superficie. Con dos trozos de cuerda había atado dos piedras grandes a los pies del cadáver. Con otro más largo hizo una lazada alrededor del pecho del muerto, lo arrastró sobre el agua todo lo lejos que pudo y soltó la cuerda. Se quedó un rato en el tronco del árbol con los pies colgando a un palmo del agua, mirando la negra superficie rota por las burbujas, cada vez más escasas. Lo había hecho. A pesar del frío, el sudor le escocía en los ojos y le dolían todos los músculos del cuerpo tras el esfuerzo, pero lo había hecho. Justo bajo sus pies estaba el cuerpo muerto, oculto para el mundo. Había dejado de existir. Las burbujas ya no subían y no había nada... nada que indicara que el cadáver estaba allí abajo. En la superficie del agua se reflejaban algunas estrellas.

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