DÉJAME ENTRAR (John Ajvide Lindquist)

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John Ajvide

Déjame Entrar

Su madre y él habían estado viendo Los Teleñecos, pero no se había enterado de nada. Miss Piggy estaba enfadada y la Rana Gustavo buscaba a Gonzo. Uno de los viejos gruñones se había caído por el balcón. Pero Oskar no se enteró por qué. Tenía la cabeza en otro sitio. Luego mamá y él habían tomado la leche con cacao y unos bollos. Oskar sabía que habían estado hablando de algo, pero no recordaba de qué. Quizá algo acerca de pintar el banco de la cocina de azul. Seguía mirando fijamente el papel pintado. Toda la pared donde se apoyaba el cabecero de la cama estaba empapelada con una gran fotografía que representaba un claro en medio del bosque. Troncos gruesos y hojas verdes. Solía quedarse allí e imaginar seres entre las hojas más próximas a su cabeza. Había dos figuras que siempre distinguía inmediatamente, nada más mirar. Las otras tenía que esforzarse para verlas. Ahora la pared significaba algo más. Al otro lado del tabique, al otro lado del bosque estaba... Eli. Oskar permanecía acostado con la mano contra la pared intentando imaginarse qué habría al otro lado. ¿Sería ésa la habitación de la chica? ¿Estaría ahora en la cama? Recordando la mejilla de Eli, acarició las hojas verdes, su piel suave. Oyó voces al otro lado. Dejó de acariciar el papel y trató de escuchar. Una voz clara y otra grave. Eli y su padre. Parecía que estaban discutiendo. Puso la oreja contra la pared para oír mejor. Mierda. Si hubiera tenido un vaso. No se atrevía a levantarse a buscar uno, a lo mejor acababan la discusión mientras tanto. ¿Qué dicen? El padre de Eli parecía enfadado. La voz de la chica apenas se oía. Oskar aguzó el oído para entender lo que decían. Sólo cogió algunas palabrotas sueltas y «... terriblemente CRUEL», después se oyó como si alguien hubiera caído al suelo. ¿La había pegado? ¿Habría visto cómo Oskar le acarició la mejilla y... sería por eso? Ahora era Eli la que hablaba. Oskar no podía entender ni una palabra de lo que decía, sólo el tono suave de su voz que subía y bajaba. ¿Hablaría así si él la hubiera pegado? No tenía derecho a pegarla. Oskar lo mataría si la pegaba. Le habría gustado poder cruzar atravesando la pared, como El Rayo, el superhéroe. Desaparecer a través de la pared, cruzar el bosque y salir por el otro lado, ver lo que pasaba allí, si Eli necesitaba ayuda, consuelo, lo que fuera. Ya no se oía nada al otro lado. Sólo el redoble de los latidos de su corazón. Se levantó de la cama, fue hasta la mesa y sacó unas gomas que tenía en un vaso de plástico. Se llevó el vaso a la cama y puso la boca contra la pared, el culo contra la oreja. Lo único que se oía era un lejano tableteo que no parecía de la habitación de al lado. ¿Qué estaban haciendo? Contuvo la respiración. De repente, un fuerte estruendo. ¡Un disparo!

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