CUANDO EL DRAGON DESPIERTE (John Ford)

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La habitación estaba atestada de arte egipcio, libros, rollos de pergamino en estantes de madera; el aire estaba saturado de incienso. No había nadie. Dimitrios oyó una voz desde el salón: —¡Aquí arriba! ¡Venga, arriba, en la escalera! No era uno de sus hombres, y supo con toda seguridad que habían sido traicionados. Esta noche, nadie gritaría: «¡Danos un Ducas!». A menos, pensó muy claramente mientras corría hacia el salón, a menos que pudiera conseguir que lo dijera Luciano. Había un guardia en la cima de la escalera, lanza en ristre, manteniendo a distancia a Charles y León. Pero se giró cuando Dimi llegó corriendo, y el pequeño Michel Rémy se lanzó al suelo, por debajo de la lanza; golpeó con la empuñadura de su cuchillo el empeine del guardia y le apuñaló en el interior del muslo. El hombre aulló y cayó hacia atrás, precipitándose por la escalera en espiral, hasta perderse de vista. Michel contempló su brazo, cubierto de sangre que no era suya; lo alzó para enseñárselo a los demás, y todos tuvieron que mirar. Luego los pensamientos de Dimi se aclararon un poco. —Adelante. ¡Adelante! El guardia yacía al pie de la escalera, su cabeza echada hacia atrás y retorcida. Tenía la boca y los ojos muy abiertos. Los muchachos le miraron. Lo mismo hizo la escuadra de soldados al otro extremo del salón. —Eso cambia las cosas —le dijo el sargento de la guardia a sus hombres—. Tratadlos como se merecen. Había dos puertas para salir del salón a la izquierda, ambas llevando a la biblioteca, ambas abiertas. Dimi hizo una señal, empujó, y los muchachos se movieron como uno solo hacia la puerta más cercana. Robert, el larguirucho, y Jean-Luc lograron pasar; el resto se topó con las puntas de las lanzas de los guardias y se detuvo. —Que la última fila gire —dijo el sargento—, se pondrán detrás... Robert y Jean-Luc aparecieron por la puerta más lejana. —¡Seguid! —gritó Dimi, pero en vez de eso retrocedieron, y mientras tres guardias intentaban hacer girar sus lanzas en la entrada del salón, los dos muchachos se deslizaron detrás de sendos hombres y les cortaron el cuello. La sangre fluyó, increíblemente roja, sobre el oro y el rojo. El resto del grupo de Dimi intentó aprovechar la ventaja repentina. Michel Rémy se movió como un bailarín, hasta que su pie resbaló en la sangre; un hombre de la guardia golpeó una vez, desviando el golpe en la chaqueta de Michel, luego retrocedió y golpeó de nuevo con todo su peso. La lanza penetró en Michel justo por debajo de las costillas y salió por su espalda, el tope del águila apretándose contra su pecho. Michel no gritó mientras caía. Alain sí lo hizo, y aferró la lanza hundida aún en su hermano, arrancándola de las manos del guardia. Alain era media cabeza más alto que el soldado, quien permaneció paralizado hasta que Alain introdujo su cuchillo a través del cuello y la espina dorsal del hombre, casi cortándole la cabeza. Las lanzas eran inútiles dada la proximidad y la confusión. Si los soldados hubieran desenvainado sus espadas aún podrían haber ganado el combate, pero no lo hicieron. Charles mató a un hombre, y Robert cortó una mano que empuñaba una espada, pero al caer la lanza del hombre hirió a León en la cadera, penetrando hondamente. Un soldado sacó una daga y la hundió en el pecho de Jean-Luc; al sacarla, la hoja quedó atrapada en las costillas de Jean y su chaqueta de cuero, y Jean-Luc cayó sobre él, maldiciendo y gritando unos instantes más antes de que los dos quedaran en silencio. Dimitrios arrojó al sargento contra la pared y le cortó el cuello por tres veces, dándose cuenta al tercer golpe de que había aprendido a tirar al arco con ese hombre, y que eso no importaba en absoluto.


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