CUANDO EL DRAGON DESPIERTE (John Ford)

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—Bien, ¿estáis sordos? ¿No entendéis el idioma? Dimi, traduce; diles que necesito un vampiro, y que pagaré una moneda de oro del imperio. —Madre, ¿qué estás diciendo? Ella se volvió hacia él, el tocado arrugado entre los dedos, sus ojos lacrimosos. —¿Tienes la cabeza hecha de madera? Tu padre se está muriendo. ¿Le dejarás morir, o me ayudarás a salvarle? —¿Mediante la Serpiente de Ahriman? —jadeó Dimi. Ifigenia le abofeteó. No le dolió, pero se quedó mirándola, la mejilla y los ojos ardiendo, sabiendo que si pestañeaba empezaría a llorar. Dimitrios se alejó de ella y caminó hacia sus hombres. Habló quedamente, en francés. —¿Alguno de vosotros conoce a un... un enfermo? Todos permanecieron callados por un instante. Luego Charles dijo: —Cerca de Seigny. Por el camino imperial. —Muy bien. —Dimi asintió. Examinó con la mirada a su guardia pretoriana—. Nadie está obligado a seguirme... —Iremos —dijo Jean-Luc. Nadie disintió. Charles se limitó a sacar la faja púrpura del interior de su camisa y la ató a través de su pecho por el hombro. Cabalgaron sin hablar, ascendiendo por el valle hacia el noroeste, las herraduras de los caballos arrancando chispas al pavimento romano. Cabalgando como demonios, pensó Dimi, sintiendo el gusto de la ironía en su lengua. A unas cuantas millas por el camino, cuando supo que ningún ojo podía distinguirles desde la mansión sin ayuda de aparatos, Dimi indicó un alto. —Tendremos que cabalgar mucho hasta Seigny —dijo Alan. —No iremos más lejos. Dimi desmontó y apartó a «Luna» del camino, hablándole suavemente a la yegua blanca. Encontró un poco de pasto para ella y luego se sentó sobre una roca. Podía ver la cima del Mont-Alise, brillando dorada contra el cielo del este. Los demás le miraron y luego le siguieron. —Capitán... —dijo León, que no hablaba casi nunca. —Cuando Mithras mató al toro —dijo Dimi lentamente—, le cortó el cuello, para que su sangre diera vida a toda la Tierra. Pero Ahriman... el Enemigo... envió a sus servidores la serpiente para beber la sangre del toro. —Dimi miró a su alrededor. Seguramente los Misterios no sufrirían daño por esto. Después de todo, se lo contaba por el bien de Mithras. Y por el alma de su padre—. Pero el Cuervo vio a la serpiente y la picoteó. Y el Perro, que es amigo del hombre, mordió a la serpiente. Y Mithras la aplastó con el talón. Pero la serpiente tragó pese a todo un poco de la sangre del toro, y se alejó reptando, viva... pero sus heridas provenían de un dios y de los amigos de un dios, y después tuvo que beber siempre sangre si quería seguir viva. »Mi padre nos habría maldecido a todos... —dijo Dimi, y luego se detuvo, porque le temblaba la voz. —Entonces supongo que es buena cosa que no haya ningún vampiro en Seigny —dijo Charles. Todos le miraron. Luego Dimi sonrió. Los otros hicieron lo mismo. Entienden, pensó Dimi. Eso era suficiente. —¿Cuánto esperaremos? —preguntó Jean-Luc. Dimi miró hacia el este. —Hasta el crepúsculo, pienso... —Luego, abruptamente, dijo—: No. Montad ahora. Sobre el reducto de Vercingetórix destellaba el heliostato, el espejo giratorio que enviaba por los conductos del imperio la nueva de que uno de sus strategoi había muerto.


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