CUANDO EL DRAGON DESPIERTE (John Ford)

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porque se discutía sobre él como los hombres pueden discutir sobre un potro de una año o una mujer casadera; pero otra parte sabía que podía seguir a cualquiera de los caballeros de su padre en cualquier arte de la guerra, y estaba ferozmente orgulloso de que Cosmas Ducas lo supiera. —Sólo tengo una queja, general —dijo Tertuliano. Cosmas dejó de asentir, pero eso fue todo el cambio. —¿Sí? —La obra va lenta, general. Incluso el cañón tarda con los muros que están construyendo ahora. Mirando al muchacho, ahora mismo, me pregunto si tiene la paciencia necesaria para las contravallas y las letrinas. Cosmas rió, lo bastante fuerte como para que algunos obreros volvieran la cabeza. —Ven aquí, Dimi. Parece que después de todo estás condenado a ser general. Mira, hacia abajo. Esto será la oficina del gobernador, justo donde nos hallamos; habrá una gran ventana, con esta misma vista. La vista sobre la ciudad era magnífica, el encuentro de tres valles, las llanuras de ricos viñedos; y además era una situación inteligente, en el punto occidental de la meseta. Una ventana aquí no debilitaría las defensas del palacio, a menos que el atacante pudiera volar. —Bien, hijo. ¿Cuáles son tus noticias? Dimi se volvió hacia su padre. Tertuliano se mantenía en silencio más atrás. —Quiero preguntar sobre... —No apartes la vista, no te mires los pies. Dilo ahora—... las iniciaciones. A los Misterios. —Dimi, ni el emperador en persona puede hacer que diciembre llegue antes. —Que el Señor se lo recuerde —dijo con suavidad Tertuliano. Dimitrios meneó la cabeza. —Quiero... es decir, Charles quiere ser iniciado. Convertirse en Cuervo, conmigo. Cosmas parecía serio. —¿Eso es idea de Charles, o tuya? Cosmas dijo el nombre correctamente... Sharl, no Karolus como lo pronunciaban los demás imperiales. —Suya, señor. —¿Y su gente adora a Mitra, o a Cibeles? —No, señor. Charles dice que no adoran a nada, salvo a una diosa llamada Sequana, cuando están enfermos. Y al divino Julio, y también a Claudio. —¿Puedo hablar, León? —dijo Tertuliano. —Te escucho, Persa —dijo Cosmas. Dimi quedó sorprendido sólo por un instante, pues naturalmente, el ingeniero no era de Persia; luego se dio cuenta de que habían usado los títulos del cuarto y quinto rango de los Misterios, Leo y Perses. A Dimitrios le chocó que Tertuliano sobrepasara en rango a su padre, pero esperaba no haberlo demostrado. —Nuestro Señor ve el corazón de un hombre, no su nación. Los Misterios son para quienes sean lo bastante valientes —dijo Tertuliano. —Ya lo sé —dijo Cosmas—. Y también sé... —Puso la mano en el hombro de Dimi, suave, firmemente. Dimi podía ver la marca sagrada en su muñeca, puesta allí cuando Cosmas llegó al rango tercero de los Misterios—. ¿Entiendes, hijo, que el imperio ha gobernado a esta gente desde el divino Julio? —Por supuesto, Padre. —¿Y entiendes cómo gobierna el imperio, cuando no pertenece a la población gobernada? Dimi conocía las palabras de sus lecciones. Ahora, por primera vez, empezaban a significar algo, y le pareció que no le gustaba el significado.


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