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E r n e s t o

B a u t i s t a

Colisiones brumosas de un invidente que lucha por encontrarlas Armamos cadáveres. Vamos caminando de la mano de un ciego que quiere decirnos en donde dejó enterrados sus huesos. Los olores y las sustancias van llamando a la sangre. Los impíos que buscamos consuelo tomamos el camino mas corto. Y nos dejamos llevar por la espesura de su voz, que arma mariposas nubladas y admite que su ignorancia, es producto únicamente de su dolor. Producto de esas visiones que solo pueden dejar las cicatrices de los años, y la locura de las vísceras. Armamos entierros. El camino de la tierra ha abandonado los pasos del ciego, y nosotros seguimos buscándolo. Buscamos con nuestras cabezas lo que nuestros cuerpos han olvidado, y buscamos nuestros cuerpos. Desde la bolsa de cuero que llevaban sus manos frías y huesudas el mundo se mira más helado, aunque este brumoso. Aunque estemos ciegos. Aunque seamos solo cabezas. El incendio Los árboles corrían despavoridos, tratando de sortear las llamas. El fuego les quemaba las hojas secas, y las verdes también. Cuando el fuego es grande, nada se salva. Los árboles se trepaban por las laderas y rayaban las piedras con sus ramas, pero todo era inútil. El bosque se incendiaba. Y los animales que habían matado, las personas que habían aplastado, se quemaban junto a ellos. Y el espectáculo de las llamas era suficiente para que las aves y los peces, musitaran oraciones de misericordia para ellos, y para las enredaderas, que tejían sus redes al cielo, como un fénix que se hunde en sus últimas cenizas. Solo que ellos ya no retornarían. El último cedro tardó en quemarse. Abrazó una de las masas aformes y sanguinolentas que habían en el suelo. La cubrió con lo que quedaba de sus ramas, como

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