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La Luz

Edici贸n 0 - Diciembre 2013

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Diciembre 2013 - La Luz La Plata, Buenos Aires, Argentina.

Antorchas de luz, caminos de salvación 3 Te invito a pensarte, y a pensar sobre la educación 5 La Luz vino al mundo... y los Scouts la repartieron... 7 “HÁGASE LA LUZ” 9 Humor por Cris. 11 Sombras 12 Inmigrantes 17 Autores: Francisco Andres Flores Juan Ignacio Salgado Pablo Martín Scaringi Cecilia López Puertas Nora Pfluger Juan Pablo Olivetto Fagni Cristian Daniel Camargo Cobertura de eventos: Manuela Cardoso Colaboradores: Daniel Rojas Delgado Javier Camargo

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Secretaria: Florencia Salinardi Producción: Grupo Filocalia. Encontranos en:

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Antorchas de luz, caminos de salvación Por Pablo Martin Scaringi

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l Cristiano debe volver a tomar posición sobre los asuntos públicos, debe hacer valer sus opiniones, partiendo siempre desde el respeto y la tolerancia. Ya no podemos quedarnos callados, haciendo eco de una persecución que no es tal, sino que por el contrario forma parte de nosotros mismos. Es nuestro orgullo e incapacidad para dar testimonio lo que no nos permite salir de nuestras Iglesias, es nuestra intolerancia la que nos calla y es nuestro poco compromiso el que nos persigue. La Religión, hace bastante tiempo, dejo de ser cosa de grandes teóricos y de los sacerdotes, hoy el compromiso del laico es mucho más fuerte, debemos ser mensajeros en el lugar donde nos toca, pero para ello tendremos que comprender nuestra misión; “Los bautizados, en efecto, son consagrados por la regeneración y la unción del Espíritu Santo como casa espiritual y sacerdocio santo, para que, por medio de toda obra del hombre cristiano, ofrezcan sacrificios espirituales y anuncien

el poder de Aquel que los llamó de las tinieblas a su admirable luz” (Primera Carta de Pedro). De esa manera debemos dejar de lado muchas de nuestras diferencias, perseguir el ideal que nos une no solo como religión sino también, como seres humanos- los postulados de nuestra Fe no son cosas nuestras, son verdaderos fundamentos de vida- y junto a la “Iglesia Institución” fomentar y trasmitir la esperanza del evangelio. Muchas cosas se debaten hoy día y el cristiano las mira pasar y cuando se debaten, se parte de un fundamentalismo fatal, nos olvidamos del respeto, nos olvidamos de la comprensión, nos olvidamos que nuestro trabajo no es en el Senado de la Nación, es en la calle, es en nuestra casa, en nuestro trabajo, de que sirve salir a criticar una reforma al Código Civil si no vamos a poder dar la solución a las nuevas formas de familias que puedan surgir, hay que estar atentos y no ver esto como un desastre y una ruptura con la hermosa tradición, sino ver estos supuestos como pruebas de amor incondicional, de misión y

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evangelización. Nosotros ya no somos una luz inmensa, nosotros somos una luz tenue, opaca y sin brillo. Dejamos los grandes edificios, nos alejamos ya de la Iglesia magistral, de la Iglesia del poder político y económico, hoy simplemente somos un montón de pequeñas antorchas, pero que bien sabemos y bien saben los demás que estamos ahí y pase lo que pase, nuestra llama y luz no se va a apagar porque es lo

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que mantiene vivo nuestros corazones, es lo que nos da la fuerza y es lo que-cuando sepamos dejar de lado las diferencias- va a volver a iluminar la vida de los pueblos. Seamos conscientes de nuestra lucha y de nuestra misión, somos fuego que enciende a otros fuegos, luz de vida y camino hacia la salvación.


Te invito a pensarte, y a pensar sobre la educación

Por Juan Pablo Olivetto Fagni

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ntes que nada voy a dejar en claro mi intención: escribo porque es un excelente ejercicio para expresar y para ordenar mis ideas, escribo para ser leído y que gusten y/o critiquen lo que escribo, escribo para hacer pensar; pero sobre todo escribo movido por un anhelo, que es que podamos articular diversas instituciones o grupos de personas, con diferentes y hasta “antagónicas” formas de pensar y de ver el mundo, generando espacios de encuentro, de diálogo y de construcción, para un cambio social, un cambio de las estructuras de muerte, por estructuras de vida. Diferenciar educación-escuela Ahora bien, todos hemos escuchado o dicho, que la solución de muchos de los problemas de la sociedad se arreglarían con una mejor o mayor

educación. Pero… ¿qué queremos decir con “educación” cuando decimos eso? ¿Estamos hablando de la escuela? ¿Más o mejores escuelas solucionarían los problemas sociales? No pretendo cerrar nada en este primer texto, pero pienso que muchas veces a la escuela se le exigen demasiadas cuestiones que muchas veces la exceden. Igualmente el punto al que quería ir, es mucho más simple, es hacer una diferenciación conceptual: educación no es sinónimo de escuela, esta última es un fenómeno bastante reciente, en cambio la educación es inherente a toda sociedad humana, y se produce tanto adentro como afuera de la escuela.

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La escuela educa, la familia educa, las empresas educan, el estado educa, los movimientos políticos, sociales, religiosos educan. Entonces, ¿me reconozco como educador? Si tomamos ese concepto de educación “amplio”, que nos abarca e incluye a muchos, no debemos desentendernos de la responsabilidad que eso conlleva. Idea de Persona Por lo tanto, invito a todos los que nos reconocemos como educadores a reflexionar sobre lo que hacemos, sobre los supuestos e ideas que tenemos. Y entre todos nuestros pensamientos, hay uno que ocupa un lugar central: la idea de persona. Mi forma de encarar un taller, una clase, un dialogo o un encuentro con otro, no va a ser la misma si yo pienso que las personas somos de una determinada manera y que eso no se puede cambiar, o si yo sostengo que la persona se construye y deconstruye a lo largo de su vida. No es lo mismo hablar de persona que de sujeto. No da lo mismo creer o no que las personas venimos con ciertos dones o talentos que los desarrollamos en nuestras vidas. Es muy distinto pensar que una persona puede hacer todo lo que se proponga con solo su voluntad y esfuerzo, a pensar que las personas estamos determinadas por la clase social, el sexo, el color de piel, etc. Tampoco es

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lo mismo hablar de determinación a hablar de condicionamiento. A toda esta lluvia caótica de cuestiones, ¿qué puede aportar el cristianismo? Un autentico cristianismo, le reconoce su dignidad a la persona y apuesta por ella. Reconociendo al otro como un hermano, más allá de las faltas y las miserias, más allá de las estructuras de muerte que pueden estar oprimiendo a esa persona. Un educador cristiano puede ver en el otro un potencial transformador y liberador que realmente escapa a nuestra comprensión, porque no nace del esfuerzo y la voluntad del hombre, sino de Dios. “Cuando uno enciende una lámpara, no la esconde ni la cubre, sino que la pone sobre el candelero, para que los que entran vean la claridad”(Evangelio de Lucas 11,33). No escondamos nuestra luz, y como educadores ayudemos a que otros puedan reconocer su luz y así alumbrar al mundo. Ojala que estas palabras sean las primeras de muchas que están por venir, que permitan fortalecer un diálogo enriquecedor entre los que pensamos distinto, pero que compartimos el ser personas de buena voluntad.


La Luz vino al mundo... y los Scouts la repartieron... Por Juan Ignacio Salgado

…y la Luz vino al mundo, pero el mundo eligió las tinieblas”… pero no siempre, pero no todos. Por suerte existe un grupo de hombres y mujeres dispuesto a recibir la Luz y compartirla, haciendo eco de las palabras del Salvador, que dijo a sus discípulos “ustedes son la Luz del mundo” Desde hace más de 20 años los Scouts del mundo, comparten una tradición muy especial para anunciar la llegada del Salvador. Esta comenzó en 1986, cuando un niño perteneciente al Movimiento Scouts de Austria, peregrinó por primera vez a Belén, en busca de la Luz que permanece encendida

en la gruta que brindó abrigo al Divino Niño la noche de la primera Navidad, en donde, con el nacimiento de Jesús se anunció la Paz al mundo. Esta peregrinación en busca de la “Luz de la Paz de Belén” se repite año tras año, llevando esta Luz encendida como símbolo de esperanza que se comparte y se reparte, porque cuando este niño vuelve a Austria allí lo esperan scouts de todo el mundo que van en busca de este hermoso regalo para llevarlo cada cual a su lugar y así regar la luz de Cristo, Luz que es Fe, Esperanza y Amor, por toda la Tierra. En nuestro país se realizó esta ce-

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remonia de entrega en muchas ciudades, y nuestra querida ciudad de La Plata no fue la excepción. Los Scouts platenses hicieron entrega de la Luz de Belén en un Campamento organizado por la Copasca Diocesana (Comisión de Pastoral de Scouts Católicos) en la Parroquia San Benito en Olmos. Allí durante la tarde del sábado 7 de Diciembre los chicos hicieron diferentes actividades en las calles del barrio. Las Ramas más pequeñas, Manada (7 a 11 años) y Unidad (11 a 14 años), caminaron por las calles visitando las casas y comercios regalando guirnaldas navideñas y pesebres hechos por ellos mismos, mientras que los scouts mayores, Caminantes (14 a 17 años) y Rovers (17 a 21 años) visitaron los Hogares de ancianos San Benito y Portal del Sol, y el Hospital Especializado San Lucas, en donde compartieron un tarde de juegos, música y alegría con los abuelos y los pacientes. Por la noche reunidos en torno el fogón, signo de fiesta y encuentro predilecto, el Padre Osvaldo Ballare, Capellán Diocesano del Movimiento, realizo la entrega de la Luz de la Paz de Belén a los Distintos Grupos, encendiendo las velas y candiles directamente de la fogata, porque ese gran fuego que ar-

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día esa noche entre los jóvenes no era otro que el mismo fuego que arde en la gruta de Belén, y que hoy como hace más de 2000 años nos congrega para celebrar la vida porque la Paz y la Esperanza vino al mundo de una vez y para siempre. Muy bien por los Scouts que cumpliendo con el mandato de su fundador Baden Powell están dejando el mundo en mejores condiciones del que lo encontraron, pero la tarea de regar la tierra de esperanza y paz no es solo de los scouts, es nuestra, es de todos, y el Señor nos llama a ser luz, salir al encuentro del otro y unir nuestros pequeños fueguitos en una gran fogata que ilumine y alegre este pedacito de historia que nos toca vivir. “Si somos lo que tenemos que ser, prenderemos fuego al mundo entero” decía Santa Catalina de Siena, Dios quiera que esta Navidad el Niño Jesús encienda los corazones con su infinito Amor y podamos descubrir una vez más esa verdad simple que se esconde en nuestras almas, que todos somos hermanos, y que como hermanos podamos construir la Paz en el mundo, Paz fundada en la Caridad que al decir de Benedicto XVI, caridad, no es otra cosas, que buscar el Bien del Otro.


“HÁGASE LA LUZ”

Por Nora Pflüger

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l comienzo, eran las tinieblas. Y Dios dijo “Hágase la luz”. Por su Palabra, existe la primera creatura: limpia, pura, sin mezcla, sin contaminación, nacida directamente del Creador. Es un milagro y no nos damos cuenta. Cuando queremos definirla, escapa a todos nuestros razonamientos. El libro del Génesis, con el que se inicia la Biblia, continúa diciendo:“ Y hubo tarde y hubo mañana: día primero”. (Génesis 1, 5). Se inaugura así el ciclo de la rotación de la Tierra, y con él, ese otro dolor de cabeza para los sabios: el tiempo.

Para la ciencia, la luz sigue siendo un misterio. Vivimos inmersos en ese misterio, que nos permite conocer el mundo sin necesidad de tocarlo con las manos. La luz hace que las cosas vengan hacia nosotros. Nos sumergimos en ella, como en el aire que respiramos, cuando por la mañana abrimos la ventana de nuestro cuarto, cuando salimos a la calle y decimos “Hoy hace lindo día”, cuando reconocemos el rostro de un amigo. Para nuestra pequeñez, ella vence la distancia y el paso de los siglos: por la noche, al mirar el cielo, podemos percibir

aún el parpadeo de una estrella que desapareció hace mil años. Aquí nomás está esa otra maravilla, que Dios puso en el cielo como signo de la Alianza con todos los seres vivientes: el arcoiris. De chicos, tal vez nos lo explicábamos como unas rayas que Dios trazaba en el firmamento con un balde de pintura y un pincel grandote. Hoy sabemos que es la luz que, al pasar a través de las gotas de agua, se descompone en los co-

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lores del prisma. Y pensar de esta manera puede ser mucho más religioso, estar mucho más cerca de la verdad que imaginar al Creador como un pintor de brocha gorda. Al balde y a la pintura los inventamos nosotros. Dios hizo la luz. Se dice que Albert Einstein, después de haber investigado el tema hasta la perplejidad, concluyó: “La luz es la sombra de Dios”. Parece que otros científicos, igualmente azorados, lo dijeron también. Lo cierto es que la frase coincide con la intuición de los pueblos antiguos que, con admirada veneración, vieron en la luz la manifestación más clara de la presencia de la divinidad. Cuando el humilde indiecito Juan Diego, en el cerro de Tepeyac, en el Méjico del siglo XVI, oye una música y ve aparecer una Señora revestida de luz, interpreta que esa Señora procede del Cielo, porque para los aztecas, la luz , como la música, era expresión directa de aquello que viene de lo alto. A muchos kilómetros de allí, y cientos de años atrás, el apóstol San Juan habla de “una mujer vestida de sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre su cabeza” (Apocalipsis 12, 1), a la que los Santos Padres han identificado con María, la Madre del Salvador.

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En la liturgia de los judíos, al anochecer del sábado, se enciende un cirio que, según algunos, simboliza la esperanza del Mesías. De ser así, ese gesto enlaza con la liturgia cristiana cuando, en la noche del Sábado Santo, los fieles entran en el templo a oscuras, llevando el cirio encendido con el que proclaman la fe en la “luz de Cristo”. La misma comunidad cristiana, en otras celebraciones, llama al Espíritu de Dios, el Espíritu Santo, “luz”: la que guía los pasos del hombre, alumbra sus sentidos, ilumina su mente, convierte el corazón frío en fuente de amor cálido y generoso. Hoy vivimos una época difícil en nuestro país y en el mundo: confusión, oscuridad, violencia. Pero todos los años, en tiempo de Navidad, la Iglesia nos hace escuchar las palabras del profeta Isaías, anunciando al Salvador: “El pueblo que caminaba en las tinieblas ha visto una gran luz” (Isaías 9,1). Esa luz quiere ser alegría para todos, porque la Navidad, al mismo tiempo que es tradición y fe de una Iglesia, es también celebración universal de la paz, mensaje abierto a los pobres, a los pequeños, a los que sufren, a la humanidad toda, sin exclusión.


Nunca abarcaremos totalmente ese misterio, como tal vez nunca lleguemos a descifrar íntegramente el misterio de la luz. Pero ésta es la hora de volver a usar nuestra inteligencia, no para dudar, sino para estimular la esperanza. El Dios que creó la luz, esa creatura asombrosa, ¿qué más no podrá hacer, si se lo pedimos y Él lo quiere? Confiemos sinceramente en que para Él “nada es imposible”. que caminaba en las tinieblas ha visto una gran luz” (Isaías 9,1). Esa luz quiere ser alegría para todos, porque la Navidad, al mismo tiempo que es tradición y fe de una Iglesia, es también celebración uni-

versal de la paz, mensaje abierto a los pobres, a los pequeños, a los que sufren, a la humanidad toda, sin exclusión. Nunca abarcaremos totalmente ese misterio, como tal vez nunca lleguemos a descifrar íntegramente el misterio de la luz. Pero ésta es la hora de volver a usar nuestra inteligencia, no para dudar, sino para estimular la esperanza. El Dios que creó la luz, esa creatura asombrosa, ¿qué más no podrá hacer, si se lo pedimos y Él lo quiere? Confiemos sinceramente en que para Él “nada es imposible”.

Humor por Cris.

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Sombras

Por Francisco Andrés Flores Todo obstáculo a la luz produce sombras.

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, a partir de allí, ellas existen, colgando de los objetos, siempre en dirección contraria a la fuente de luz; existiendo en otro, nunca por sí mismas. De esta evidencia, comprobable a simple vista, aprendemos que las sombras, aunque existan, son una privación; como tantas cosas que son eminentemente ausencia, pero no por ello dejan de existir o ser algo (como el hambre, la enfermedad o la calvicie). Desde la gnoseología hasta la teología, y desde la poesía hasta el lenguaje común, la metáfora de las sombras aclara (u oscurece) un sinfín de materias. Pero donde más brillo (o mejor dicho más opacidad) ha tenido la referencia a las sombras, es en el tema del mal. No hace falta hablar mucho al respecto: basta recordar nomás la comparación de San Agustín, en la cual el bien es como la luz, y el mal como la oscuridad (éste, no el opuesto, sino la privación de aquel). Claro que quien recibe una agresión (algo que es evidentemente malo), por ejemplo

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un ladrillazo, no percibe ésto como privación sino más bien como exceso, como algo claramente contundente. Igualmente podemos intuir que, en el origen de tal agresión, hay una carencia previa, sea de respeto, amor, entendimiento o simplemente cordura: entonces, no es ilógico pensar que toda acción mala tiene, al menos en su origen, algún tipo de carencia; y que todo mal adolece, al menos en su causa, de algún tipo de privación. Obviamente que en este tema (como no podía ser de otra manera) hay zonas grises. Porque hay muchas maneras de referirse o nombrar a las sombras, así como también múltiples contextos. Y la interpretación de todo símbolo es inseparable de su contexto. En artes visuales, por ejemplo, las sombras son esa privación de color necesaria para la percepción del todo: sin ellas no hay perspectiva, tridimensionalidad, volumen, etc.; los climas, las estaciones, las horas del día, la belleza visual y sus matices… todo esto las involucra. Y hasta podríamos pensar que, en un mundo imperfecto y mutable, las luces y las sombras tienen un


equilibrio dinámico (como el yingyang de los orientales, o el acto y la potencia de Aristóteles). Eso hablando en el plano físico. Aunque también podríamos pensarlo de alguna manera en un plano afectivo, psicológico o antropológico; porque todos sabemos, por propia experiencia, que el ser humano camina (real y metafóricamente) entre luces y sombras. Pero otra cosa es el tema del mal: ahí las sombras y su oscuridad se ciernen acechantes, y toda su carga simbólica refiere a un mundo amenazante y perturbador para el hombre. En griego, “sombras” se dice “érebos”: este era también el nombre de un dios (Érebo, también llamado Skotos), hijo de Caos y hermano de Nix (“noche”). Era asimismo el nombre de una región del reino de los muertos, que los griegos llamaban Hades (significa “no-visible”, y es paralelo a Sheol, la palabra hebrea que nombra al inframundo, descripto como lugar de sombras y morada de tinieblas). Para los hebreos la sombra podía ser también sinónimo de protección: “bajo la sombra de tus alas protégeme” (Salmo 17, 8), y no podía ser para menos en un pueblo que vagó durante cuarenta años por el desierto. Sin embargo, la re-

lación entre las sombras y el mal son muy frecuentes: “aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré…” (Salmo 23,4); “para alumbrar a los que están en las tinieblas y en la sombra de la muerte…” (Lucas, 1, 79), etc. Pero si la relación a las sombras puede tener algunos usos positivos, es diferente en cambio con la referencia a las tinieblas. En el Nuevo Testamento la palabra griega que las nombra es “skotos”, traducido al latín por “tenebris” (o sea, tinieblas). Su uso es claramente referido al mal, y es muy frecuentemente mencionada como oposición a la luz (en griego “phós”), por ejemplo: “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Juan 8, 12). O como cuando Cristo le dice a sus verdugos: “mas ésta es vuestra hora, y el poder de las tinieblas” (Lucas 22, 53). Esta “oscura” referencia a las sombras y su reino perturbador no ha evitado que numerosos hombres, a lo largo de la historia, hayan intentado transitar sus caminos sinuosos y ocultos: lo hicieron Orfeo, Ulises, Eneas, Dante (de la mano de Virgilio) y muchos más, que exceden esta breve lista. Si traspasamos

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el límite de la literatura, podríamos incluir en la lista a innumerables miniaturistas medievales, a El Bosco y sus pinturas de los pecados capitales y el infierno, a las versiones de Boticelli y William Blake sobre el infierno de Dante (y ya que mencionamos a William Blake, por qué no sus Cantos del Infierno), también algunas de las pinturas negras de Goya, etc. Pero, claro está, todo ésto dentro del dominio simbólico del arte, y como alegoría de un itinerario espiritual del hombre, o de las luces y sombras de la propia existencia. Si avanzamos hasta el siglo XX sin dudas que podríamos agigantar la lista, aunque con una salvedad: la referencia a las tinieblas, en algunas expresiones de la cultura de masas (incluso también en muchas de la cultura que Bourdieu llama “de élite”) no es una referencia simbólica; sino, al contrario,una invocación más o menos velada, y a veces incluso totalmente descarada. Se ha ido operando, sutil pero indeclinablemente (o, mejor dicho, muy declinablemente) una naturalización de lo tenebroso, al punto que puede ser tanto un juego de computadoras, una serie de películas exitosas, personajes infantiles gráficos y de TV, modas, libros para chicos con contenidos nigrománticos… y

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todo eso sin contar una multitud de grupos musicales de diferentes géneros para consumo adolescente, que hacen de lo oscuro su “onda” y su mensaje. El siglo XXI ha se-


guido en ese camino, y lo ha profundizado. Pero a todo lo que mencionamos anteriormente hay que agregarle un paso más hacia el abismo. Porque todo lo anterior podría, tal vez, entenderse en la línea de Niezstche y su retorno a lo dionisíaco, en oposición al modelo apolíneo hegemónico (según Niezstche). Podría entenderse como un matiz cultural necesario que compense, optando por las sombras, la decisiva opción por la luz de la larga tradición cristiana… Rápidamente esta ilusión se derrumba con un muy simple análisis histórico del siglo XX y sus grandes guerras. Pero se hace mucho más evidente cuando, analizando un poco más algunas expresiones artísticas o pseudo, se logra comprender su verdadero contenido tenebroso e incluso deliberadamente sacrílego. Porque una cosa es una atracción por aquello que, oscuro, llama desde el misterio; otra, muy distinta, el rechazo (incluso la agresión) a todo lo que pueda haber de luminoso en la civilización occidental, si es que ésta aún existe. ¿Qué significan obras como “Piss Christ”, de Andrés Serrano, o la muestra “Así sea” de Cristina Planas, o muchas de las obras de León Ferrari expuestas

en “Retrospectiva 1954-2004” y en “Otras bestias”? No menciono obras aisladas, sino conjuntos enteros de obras, a las que se les ha dado lugar en las mejores salas de latinoamérica y del mundo, y cuyos autores cobran fortunas. Y son sólo algunas, pertenecientes a la llamada cultura de élite. ¿Qué decir de engendros pseudogóticos como “Monster high” o Harry Potter, que utilizan abundante simbología de la magia negra y el satanismo, y que poseen un aparato enorme de difusión mundial? Los cuales, además, están dedicados al público infantil… Alguien podría decirme que estas cosas son sólo productos artísticos y de consumo, por lo tanto inocuos, y que cada cual puede elegir consumirlos o no; lo cual es cierto en parte, y no me opongo. Pero eso no me impide hacer una reflexión sobre el grado de oscurecimiento actual; y pensar que tal vez, en términos culturales, realmente esta sea “la hora del poder de las tinieblas”. De todas formas, toda esta “tiniebla de mercado” tiene sus consecuencias. Y no me voy a referir a las personales de cada “consumidor”, ya que excede el análisis. Pero sí a las evidentes, por ejemplo: en apenas un mes, en nuestro

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país, se vandalizaron cinco iglesias cristianas, con actos sacrílegos en los altares, y sin robar más objetos de valor que las hostias consagradas. Los sacrilegios perpetrados parecen calcados de los libros de satanismo (y basta nomás buscar las instrucciones en google). En La Plata, además, fue atacado dos veces el Santuario de Schöenstat, y la imagen de la Virgen decapitada… todo en las semanas anteriores y posteriores a la llamada fiesta de Haloween. Desatar las fuerzas de la oscuridad va más allá de los vidrios de las marquesinas, y está claro que hay gente dispuesta a hacerlo. Otras veces las agresiones a lo sagrado provienen de colectivos sin apariencia tenebrosa; más bien lo contrario: se presentan como racionales, “progres”, y tachan de “oscurantista” a cualquier idea que se base en valores religiosos. Podríamos mencionar, en este grupo, a las protestas de los grupos políticos que, defendiendo opiniones contrarias a la Iglesia, han tomado por costumbre “escrachar” catedrales y templos, con pintadas y agresiones. Este tipo de violencia, basada en la ideología, tiene el sesgo aún más oscuro de justificar, con discursos, la violencia y la agresión de bienes y personas.

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Para terminar: creo que estamos viviendo lo que Benedicto XVI definió como “un trágico oscurecimiento de la conciencia colectiva”. Una oscuridad que impide, a muchos, reconocer a sus semejantes y tratarlos como tales. Una oscuridad que impide reconocer el mal. Es una oscuridad conveniente a nivel político, pero trágica para los individuos, la sociedad y su cultura. Una canción del Indio Solari, “El tesoro de los inocentes”, dice: “El tonto nunca puede oler al diablo / ni si caga en su nariz”. Creo que el mundo se está volviendo tonto. Y no puede ver el mal que tiene frente a sus narices: la oscuridad creciente que nubla los valores, la verdad, el bien y hasta la misma humanidad de los hombres que, desdibujada y “desnaturalizada”, se torna una variable más, juguete de un sistema perverso y tenebroso, en los umbrales de un nuevo totalitarismo. Todo obstáculo a la luz, produce sombras. Por eso, si este mundo se oscurece, no le echemos la culpa a las sombras; pensemos, en cambio, cuántos obstáculos, nuestra sociedad y nuestra cultura, han puesto a la luz.


Inmigrantes Por Cecilia López Puertas

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o cuento más que fronteras hacia cualquier dirección. Mi estrella fue de tercera, no mi sol. Mi cuerpo reta mil leyes para cambiar de lugar. Mi sueño, rey entre reyes, echa a andar. (Fronteras, Silvio Rodríguez) ómo existir si uno no sabe dónde está? ¿Si tiene que asumir a la vez una cultura de pescadores tailandeses y otra de grandes burgueses parisinos? ¿De hijos de inmigrantes y de miembros de una gran nación conservadora? se preguntaba Paloma, la niña de “La elegancia del erizo” apenas conocer a Théo, un niñito tailandés adoptado por un matrimonio de franceses luego de que su familia muriera a causa del tsunami. ¿Y yo? ¿Cuál es mi problema cultural? ¿De qué manera estoy yo dividida entre distintas creencias incompatibles? pensaba a través de Paloma, Muriel Barbery, la escritora de ese libro. Me quedo entonces dándole vueltas al asunto. Es que… ¿No somos todos, de una manera u otra, extranjeros? Según la División de Población de NU hay más personas que nunca viviendo en el extranjero. En el año 2013 se

calculan unos 232 millones de personas. Un número que ha crecido comparado con los 175 millones que se calculaban en el año 2000 y 154 en 1990. Es decir que en la actualidad un 3.2 % de la población mundial vive en un país diferente del que nació (http://esa.un.org/unmigration/wallchart2013.htm). En nuestro país, según los datos oficiales del último Censo 2010, se encuentran viviendo un total de 1,8 millones de extranjeros, esto es algo más que el 4.5 % de los habitantes del país. Para darnos una idea, sería como llenar 23 estadios Monumentales. Entonces, vivo en el país en el que nací pero hay miles de personas que no. Se han desplazado, solos, con sus familias. Eso limita sus posibilidades de participación, y no solamente porque su residencia sea o no “regular”, la práctica ha enseñado que tienen accesos restringidos a derechos

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aun cuando formalmente se les otorguen. Y el asunto es que a la hora de pensar una sociedad, la participación política y social aparecen como elementos claves en lo que podríamos llamar, el engranaje de la inclusión. Precisamente, se habla de excluidos sociales en tanto no tienen voz en ese campo político y social, ni posibilidad de actuar y mucho menos de influir en las decisiones. Es casi imposible ser inmigrante y no ser excluido. Y eso se agrava si pensamos la inmigración en el contexto mundial, donde para algunos países del norte aparece como mala palabra, en el que cada vez que un presidente de algún estado de la Unión Europea habla sobre inmigración, se refiere a cómo combatirla; en el que cruzar algunas fronteras significa arriesgar la vida. Un buen (o mal) ejemplo es el caso Hoffman Plastic Compounds Inc. v. NLRB, la Suprema Corte de Estados Unidos consideró que se podía despedir a un trabajador por intentar formar un sindicato y sin pagarle los salarios caídos (back pay), algo que evidentemente viola derechos laborales. Eso, porque el trabajador había incurrido en “mala conducta grave” al obtener el empleo incumpliendo la Inmmigration Reform and Control Act, es decir, el hombre era un “inmigrante irregular”, así que eso de no pagarle era una especie de “compensación” por años de trabajo obtenido en fraude a la ley de inmigración (http://www.acnur.org/ biblioteca/pdf/2351.pdf?view=1). Pero

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esto no pasa sólo en Estados Unidos. La explicación no es complicada, son medidas que sólo sirven para hacer más y más barata la mano de obra de los migrantes trabajadores, profundizando las desigualdades. Así las cosas, pareciera que Joaquín Herrera Flores tenía razón cuando sostuvo que la emigración implica, sobre todo, un desequilibrio en la distribución de la riqueza. Él decía que se trataba de una nueva ley de oferta y demanda aplicada al empobrecimiento de algunos países a costa del enriquecimiento de otros: el país de recepción manda; el inmigrante, el diferente, el desigual sirven (http:// www.derechoshumanos.unlp.edu.ar/ assets/files/documentos/la-reinvencion-de-los-derechos-humanos.pdf). Pero los problemas económicos están conectados con los políticos y con los culturales. No se trata sólo de trabajo mal pago, de falta de acceso a derechos básicos, se trata de quiénes somos y de quiénes queremos ser. La pregunta obligada es entonces ¿Cómo integrarnos sin disolvernos? Omar Abu Bilal, un periodista musulmán y catalán, se ha estado preguntando esto hace unos cuántos años. Él pensaba en sus hijos y los de musulmanes inmigrantes, pensaba en lo difícil de vivir en un mundo en casa que se parece poco al de la calle. ¿Cómo ser musulmán y catalán a la vez? Para comenzar, pensaba que una integración es un proceso que debe


arrancar en la propia identidad y que no puede ir contra ella. Que para eso había que reforzar la participación de las personas inmigrantes, institucionalizando esas comunidades, dándoles el lugar que les cabe, sacándolos de la semiclandestinidad. Que para eso no se pueden adoptar posiciones extremas que llevan a problemas de identidad, entonces se quiere descatalanizar, deseuropeizar, desculturalizar… obviando los aportes culturales de los hermanos, lo que es arrogancia, vanidad y en cierta manera una forma de racismo (http://old.webislam.com/ numeros/0_articulos_raiz/tx_97_04. htm). En esa misma línea, el Papa Francisco en la Exortación Apostólica Evangelii Gaudim habló de los migrantes, dijo que le plantean un desafío particular por que es Pastor de una Iglesia sin fronteras que se siente madre de to¬dos. Directamente, exhortó a los países a una apertura, que en lugar de temer la destrucción de la identidad local sean capaces de crear nuevas sín¬tesis culturales. Superando la desconfianza e integrando a los diferentes… ciudades que hacen de esa integración un nuevo factor de desarrollo, llenas de espacios que conectan, relacionan, favorecen el reconocimiento del otro. Ya en la Audiencia General del 9 de octubre de este año había hablado sobre el carácter de “católica” de la Iglesia. Decía que la Iglesia es católica porque es la «Casa de la armonía»

donde unidad y diversidad saben conjugarse juntas para ser riqueza. Pensando a la Iglesia es como una gran orquesta en la que existe variedad. Todos somos distintos, diferentes, cada uno con las propias cualidades. Ni somos todos iguales ni debemos serlo. Y entonces ¿No somos de una manera u otra extranjeros? Lucas, el alter ego que usa Julio Cortázar en “Un tal Lucas”, pensaba al patriotismo y al patrioterismo, decía que le daba risa cuando se pescaba a sí mismo engallado y argentino hasta la muerte, porque si bien su argentinidad era “otra cosa”, dentro de esa cosa sobrenadaban cachitos de laureles (sean eternos los) y en pleno malecón habanero escuchaba a su propia voz entre otras voces de amigos diciendo que “nadie sabe lo que es carne si no conoce el asado de tira criollo”, que entonces les atacaba a él y a sus amigos un superpatrioterismo gastronómico o botánico o agropecuario o ciclista... Su argentinidad era “otra cosa”, era su patio de la infancia con sus malvones y glicinas, los mates, las conversaciones de sus tías sobre enfermedades y disgustos familiares, el olor a ropa tendida… su identidad. ¿Cómo existir negando eso? ¿De dónde sale el derecho de unos sobre los otros para decir qué historia vale y cuál no? ¿De dónde la idea de infancias, familias, patios… más importantes que los otros? ¿De dónde la idea de las fronteras?

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