El sueño de la Bruja

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enorme fardo que depositaron tras el montón de tierra. los observaba con tanta atención que estuve a punto de caerme en el hoyo. entonces doña mercedes dijo a león, que aún estaba dentro del agujero, que clavase aquello rápidamente y salieran de allí. león salió en seguida y doña mercedes le masajeó las manos y la cara mientras los otros tres hombres recogían las palas y tapaban el agujero. estuve observándolos durante un rato, pero perdí interés en ello: toda mi atención se centraba en el fardo que estaba envuelto en la lona. -jamás lo sabrán! – dijo uno de los hombres riendo entre dientes- . vámonos de aquí. pronto amanecerá. todos se adelantaron hacia el fardo. abrí la marcha llevando la luz. impaciente por descubrir qué había, tropecé con el fardo. la envoltura se deslizó y apareció un pie femenino calzado con un zapato negro. sin poder contenerme tiré de la lona e iluminé su contenido: ante mis ojos apareció el cadáver de una mujer. sentí tanto terror y repugnancia que ni siquiera pude fritar como deseaba. Ünicamente proferí un quejido y me envolvió una densa oscuridad. cuando recuperé el sentido estaba tendida en el regazo de doña mercedes, en el asiento posterior del coche de león chirino. la mujer apretaba contra mi nariz un pañuelo empapado en una mezcla de amoníaco y agua de rosas, su remedio favorito al que solía calificar de ayuda espiritual. –siempre supe que eras una cobarde – comentó, y me masajeó las sienes. león giró en redondo. –eres muy atrevida, musiúa –dijo -. pero aún careces de las fuerzas necesarias. algún día las tendrás. no estaba de humor para hacer comentarios. me había asustado demasiado y no me consolaba fácilmente. los taché de malvados por no haberme avisado de sus propósitos. doña mercedes dijo que todo lo que hacían era premeditado y que parte de tal premeditación consistía en mi total ignorancia, que les facilitaba una especie de protección contra la profanación de una tumba. el fallo había consistido en mi ansiedad por descubrir qué había bajo la lona. —te expliqué que íbamos a cumplir una promesa —me dijo doña mercedes—. hemos cumplido la primera parte desenterrando el cadáver: ahora tenemos que volver a enterrarlo. cerró los ojos y se quedó dormida. me deslicé como pude en el asiento delantero. león chirino, canturreando, giró por una polvorienta carretera que conducía hacia la costa. amanecía cuando llegamos a un solitario bosque de cocoteros. seguramente a influjos de la brisa marina mercedes peralta despertó. bostezó ruidosamente y se incorporó. se asomó por la ventanilla y aspiró profundamente escuchando el sonido de las lejanas olas. —es un buen sitio para aparcar —afirmó león deteniéndose al pie de la palmera más recta y alta que había visto en mi vida, cuyas hojas densas y plateadas parecían barrer las nubes. —la casa de lorenzo paz no está lejos de aquí —prosiguió león ayudando a doña mercedes a salir del coche—■ nos irá bien andar. me tendió la cesta sonriendo para que la llevase. nos alejamos del aire del mar y nos adentramos en un sendero muy trillado que cruzaba la densa espesura de altos bambús que rodeaban el río. entre los bambús hacía frío y estaba oscuro; la verde transparencia de las hojas se , había filtrado en el aire. león avanzaba delante de nosotras, con el sombrero de paja calado hasta las orejas para que no se lo arrebatara el viento. llegamos a un puente corto y estrecho y para descansar un momento nos apoyamos en la rústica balaustrada hecha de troncos recién cortados. un grupo de mujeres lavaba sus ropas sacudiéndolas sobre las losas del río-a alguien se le escapó una camisa y una muchacha se zambulló en las aguas para recuperarla. su tenue vestido se hinchó primero como un balón y luego moldeó sus senos, su estómago y la suave curva de sus caderas. al otro lado del puente un tramo de carretera polvorienta y recta conducía a un pueblecito que pasamos de largo tomando una carretera secundaria que rodeaba un descuidado maizal. duras cascaras de maíz colgaban'olvidadas de las cañas marchitas y se movían levemente como arrugados papeles de periódico a impulsos de la débil brisa. llegamos a una casita de muros recién pintados cuyo tejado había sido parcialmente reparado. a ambos lados de la casa, como si la custodiasen, se levantaban varios bananeros, de ramaje casi transparente a la luz del solla puerta estaba entornada. entramos sin llamar. un grupo de hombres sentados en el sueio de piedra y apoyados contra la pared levantaron sus vasos llenos de ron a modo de saludo y reanudaron tranquilamente sus conversaciones en voz baja. rayos de sol cargados de polvo se filtraban por una estrecha ventana intensificando la sensación de calor que se sumaba al acre olor de petróleo y creosol. en el extremo opuesto de la habitación, apoyado en dos cajones, se encontraba un ataúd abierto. uno de los hombres se levantó y cogiéndome suavemente del brazo me llevó al ataúd. era delgado, pero robusto. sus cabellos blancos y su rostro arrugado denotaban cierta edad, pero había algo juvenil en la graciosa curva de sus mejillas y en la traviesa expresión de sus ojos castaños. —¡mírala! —susurró inclinándose sobre la difunta que yacía en el tosco ataúd sin pintar—. ¡mira qué hermosa es todavía! sofoqué un grito: era la misma mujer que hablamos desenterrado la noche anterior. me acerqué y la observé detenidamente. pese al tinte verduzco de su piel, que ni siquiera el denso maquillaje lograba disimular, había algo vivo en ella. parecía estar sonriendo a su propia muerte. en su nariz delicadamente modelada se apoyaban unas gafas de montura metálica sin vidrios. entreabría ligeramente los labios intensamente pintados de rojo mostrando unos dientes fuertes y blancos. su largo y esbelto cuerpo aparecía cubierto con un traje rojo de franjas blancas. a su izquierda tenía un palo y a la derecha una máscara de madera que representaba al diablo, coronada con sendos cuernos de carnero retorcidos y amenazadores. —era muy hermosa y yo la quería mucho —dijo el hombre arreglando un pliegue de su vestido. —y aún sigue siéndolo —admití. temiendo que interrumpiera sus confidencias me abstuve de hacerle preguntas. mientras seguía ordenando las ropas de la mujer me informó detalladamente de cómo la habían desenterrado ™ y sus amigos de su tumba en el cementerio próximo a curmina llevándola después a su casa. 29


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