Posada del dragon volador

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-Cualquier conocido de mi queridísimo amigolordR*** me intere-sa; y, además del respeto que siento hacia él, estoy encantado con usted; así que le ruego perdone mis preguntas y mis consejos tal vez demasiado indiscretos. Le di mis más sinceras gracias por su valiosísimo consejo y le rogué tuviera la amabilidad de darme cuantos consejos se le ocurrieran. -Pues, si quiere un buen consejo -dijo-, deje el dinero en el banco en que esté. No arriesgue ni un solo napoleón en una casa de juego. La noche que decidí saltar la banca perdí entre siete mil y ocho mil libras. Para mi siguiente aventura conseguí introducirme en una de esas elegantes casas de juego que pasan por ser mansiones privadas de personas de distinción y me salvó de la ruina un caballero a quien desde entonces he tratado cada vez con mayor respeto y amistad. Da la casualidad de que dicho caballero se encuentra ahora en esta casa. He reconocido a su criado y he ido a visi-tarle a sus aposentos, donde he podido comprobar que es el mismo hom-bre valiente, cortés y honorable que siempre he conocido. Si no viviera ac-tualmente tan al margen de la vida social, habría considerado casi un deber el presentárselo. Hace quince años habría sido el tutor ideal para usted. El caballero de que hablo no es otro que el conde deSt.Alyre. Está entroncado con una familia de recio abolengo. Es el honor personificado, y el hombre más sensato de este mundo, si exceptuamos una cosa. -¿Qué cosa? -vacilé. Ahora estaba profundamente interesado. -Pues que está casado con una criatura encantadora, a la que lleva al menos cuarenta y cinco años, y que, aunque creo que sin ningún moti-vo, es terriblemente celoso. -¿Y la dama? -La condesa creo que es digna en todos los sentidos de un hombre tan bueno -contestó con un tono algo seco. -Creo que la he oído cantar esta tarde. -Sí, me da la impresión de que es una persona con muchas cualida-des. -Tras unos minutos de silencio, prosiguió-: En fin, no debo per-derle a usted de vista, pues me sentiría muy mal si, la próxima vez que vea usted a mi amigolordR***, tuviera que decirle que lo han desplumado en París. Un inglés rico como usted, con una suma tan grande depositada en bancos de París, joven, alegre y generoso..., hay mil vam-piros y arpías que se pelearán por tener el privilegio de devorarlo. En aquel momento recibí una especie de codazo de mi vecino de la derecha. Un golpe accidental mientras se daba la vuelta en su asiento. -Por el honor de un soldado, que no hay bicho viviente en esta sala que sane más deprisa que yo. El tono con el que dijo esto fue secoy estentóreo,y casi me hizo sal-tar en mi asiento. Al volverme reconocí al oficial cuyo rostro ancho y pálido casi me había asustado en el patio de la posada; se limpió la boca con furor y, tras beber un trago deMâcon,prosiguió: -¡Nadie! ¡No es sangre, sino licor! ¡Milagro! Aparte de la estatura, tendones, huesos y músculos, y aparte también del valor, por todos los ángeles de la muerte que pelearía desnudo contra un león y le arranca-ría los dientes de un puñetazo y lo azotaría con su propia cola hasta darle muerte. Digo que, aparte de estos atributos que me han sido dados, y sin tener en cuenta que yo valgo por seis hombres en el campo de batalla, merced a esta excepcional capacidad de cicatrización que poseo, ya pueden


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