La Rebelión de la Granja

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No, para eso ni construyeron el molino, ni hicieron frente a las balas de Jones. Tales eran sus pensamientos, aunque le faltaban palabras para expresarlos. Al final, presintiendo que tal vez sería un sucedáneo para las palabras que ella no podía encontrar, empezó a cantar “Bestias de Inglaterra”. Los demás animales alrededor la imitaron y la cantaron tres veces, con dolor, lenta y fúnebremente como nunca lo hicieran. Apenas habían terminado de repetirlo por tercera vez cuando se acercó Squealer, acompañado de dos perros, con el aire de quien tiene algo importante que decir. Anunció que por un decreto especial del camarada Napoleón se había abolido el canto de “Bestias de Inglaterra”. Desde ese momento quedaba prohibido cantar dicha canción. Los animales quedaron asombrados. -¿Por qué? -gritó Muriel. -Ya no hace falta, camarada -dijo Squealer secamente-. “Bestias de Inglaterra” fue el canto de la Rebelión. Pero la Rebelión ya ha terminado. La ejecución de los traidores, esta tarde, fue el acto final. El enemigo, tanto exterior como interior, ha sido vencido. En “Bestias de Inglaterra” nosotros expresamos nuestras ansias por una sociedad mejor en el futuro. Pero esa sociedad ya ha sido establecida. Realmente esta canción ya no tiene sentido. Aunque estaban asustados, algunos de los animales hubieran protestado, pero en aquel momento las ovejas comenzaron su acostumbrado balido de “Cuatro patas sí, dos pies no”, que duró varios minutos y puso fin a la discusión. Y de esta forma no se escuchó más “Bestias de Inglaterra”. En su lugar Mínimus, el poeta, había compuesto otra canción que comenzaba así: Granja Animal, Granja Animal, ¡Nunca por mí tendrás ningún mal! Y esto se cantó todos los domingos por la mañana después de izarse la bandera. Pero, por algún motivo, a los animales les pareció que ni la letra ni la música estaban a la altura de “Bestias de Inglaterra”.

Capítulo 8 Días después, cuando ya había desaparecido el terror producido por las ejecuciones, algunos animales recordaron -o creyeron recordar- que el sexto Mandamiento decretaba: “Ningún animal matará a otro animal”. Y aunque nadie quiso mencionarlo al oído de los cerdos o de los perros, se tenía la sensación de que las matanzas que habían tenido lugar no concordaban con aquello. Clover pidió a Benjamín que le leyera el Sexto Mandamiento, y cuando Benjamín, como de costumbre, dijo que se negaba a entrometerse en esos asuntos, ella instó a Muriel a que lo hiciera. Muriel le leyó el Mandamiento. Decía así: “Ningún animal matará a otro animal sin motivo”. Por una razón u otra, las dos últimas palabras se les habían ido de la memoria a los animales. Pero comprobaron que el Mandamiento no fue violado; porque, evidentemente, hubo motivo sobrado para matar a los traidores que se aliaron con Bola de Nieve. Durante este año los animales trabajaron aún más duramente que el año anterior. Reconstruir el molino, con paredes dos veces más gruesas que antes, y concluirlo para una fecha determinada, además del trabajo diario de la granja, era una tarea tremenda. A veces les parecía que trabajaban más y no comían mejor que en la época de Jones. Los domingos por la mañana Squealer, sujetando un papel largo con una pata, les leía largas listas de cifras, demostrando que la producción de toda clase de víveres había aumentado en un 200 por ciento, 300 por ciento, o 500 por ciento, según el caso. Los animales no vieron motivo para no creerle, especialmente porque no podían recordar con claridad cómo eran las cosas antes de la Rebelión. Aún así, preferían a veces tener menos cifras y más comida. Todas las órdenes eran emitidas por intermedio de Squealer o cualquiera de los otros cerdos. Napoleón mismo no era visto en público, todo lo más, una vez por quincena. Cuando aparecía lo hacía acompañado, no solamente por su comitiva de perros, sino también 33


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