Libro En busca de Esperanza - Ellen G White

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La salvación en las cuevas y entre las peñas de los montes, y decían a los montes y a las peñas: ‘Caed sobre nosotros y escondednos del rostro de aquel que está sentado sobre el trono, y de la ira del Cordero, porque el gran día de su ira ha llegado y ¿quién podrá sostenerse en pie?’ ” (Apocalipsis 6:15-17). Los que poco antes habrían eliminado de la Tierra a los fieles hijos de Dios, vieron entonces la gloria de Dios que reposaba sobre ellos. Y en medio de su terror escucharon las voces de los santos que en gozosa melodía decían: “¡He aquí, éste es nuestro Dios! Lo hemos esperado, y nos salvará” (Isaías 25:9). La primera resurrección.–La Tierra El Santuario que está en se estremeció violentamente cuando la voz el Cielo, en el cual oficia del Hijo de Dios llamó a los santos que dor- Jesús en favor de nosotros, mían. Respondieron a esa invitación y sur- es nuestra gran esperanza gieron revestidos de gloriosa inmortalidad de salvación. Y ahora exclamando: “¡Victoria! ¡Victoria sobre la mismo la humanidad muerte y el sepulcro! ¿Dónde está, muerestá recibiendo el último te, tu aguijón? ¿Dónde, sepulcro, tu victomensaje de misericordia ria?” (ver 1 Corintios 15:55). Entonces los santos vivos y los resucitados elevaron sus para aprovechar los voces en un prolongado y arrobador grito beneficios de la intercesión, de victoria. Los cuerpos que habían des- el perdón y la redención. cendido a la tumba con los estigmas de la enfermedad y la muerte, resucitaron dotados de salud y vigor inmortales. Los santos vivos fueron transformados en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, y junto con los resucitados ascendieron para recibir al Señor en el aire. ¡Oh, qué glorioso encuentro! Los amigos desunidos por la muerte volvieron a reunirse para no separarse nunca más. A cada lado del carro de nubes había alas y, debajo, ruedas vivas. Y los redimidos que estaban en la nube exclamaban: “¡Gloria! ¡Aleluya!” Y el carro ascendía hacia la Santa Ciudad. Antes de entrar en ella, los rescatados se ordenaron en un cuadro perfecto con Jesús en el centro. Su cabeza y sus hombros sobresalían por encima de los salvados y los ángeles. Su majestuosa figura y su amable rostro podían ser vistos por todos los que formaban el cuadro. LA RECOMPENSA DE LOS SANTOS

Luego un gran número de ángeles trajo de la ciudad brillantes coronas, una para cada santo, con el nombre de cada uno escrito en ellas. Cuando Cristo pidió las coronas, los ángeles se las trajeron, y con su propia diestra el amable Jesús ciñó con ellas las cabezas de los santos. De la misma manera los ángeles trajeron arpas, y Jesús se las dio a los redimidos. Los ángeles directores dieron

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