Libro: El poder de la esperanza

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El poder de la esperanza Con los ojos llenos de lágrimas, la niña se abrazó al cuello de su padre, quien dijo a todos, con firmeza y suavidad al mismo tiempo: –Estamos necesitando a Dios en esta casa. Estamos necesitando el amor. Y este fue el cuarto milagro. EL DOLOR Y LA NOCHE PASARON Puedo decir que gran parte de lo que me cupo escribir en este libro fue escrito en una cama de hospital y, mientras me recuperaba de una cirugía, desde mi cama en casa. Ni mi compañero de autoría, el Dr. Julián Melgosa, sabía de eso, pues mantuve la información restringida a un pequeño grupo de amigos y familiares que oró mucho por mí. De un momento a otro me diagnosticaron lo que parecía ser un tumor, un nódulo de dos centímetros que necesitaba ser eliminado inmediatamente con el fin de evaluar su naturaleza: si maligno o benigno. No hace falta decirlo: mi vida cambió de repente. Yo, que nunca había necesitado someterme a cualquier procedimiento médico más grave, podía tener cáncer. Hospitalización, batería de pruebas y programación de la fecha de cirugía. Fui al quirófano un poco tenso, pero con la confianza de que Dios se encargaría de todo. No sé cuántas horas más tarde me despertaron en la sala del hospital con la visita del médico, quien me tranquilizó con la buena noticia: no era un tumor; solo un bulto sin malignidad. Volví a casa aliviado y agradecido a Dios, pero sintiendo un fuerte dolor posoperatorio. En la segunda noche después de la cirugía, no pude dormir un minuto. Sentía los dolores más intensos de mi vida, y solo mi esposa vio mis lágrimas de desesperación. Pero el dolor pasó, el día amaneció y me fui sintiendo mejor día tras día. Esta experiencia dejará solo una cicatriz en el lado derecho del abdomen. Y, cada vez que la mire, hasta que Jesús venga, voy a recordarme a mí mismo el cuidado de Dios y los momentos especiales en que escribí este libro con oración, pensando en cada lector que tendrá contacto con el poder de la esperanza. Aunque el desenlace de su caso no sea como el mío, no pierda la esperanza. Aunque su enfermedad sea grave y al parecer incurable, no pierda la esperanza. No sé cuáles son las heridas que la vida le impuso, pero sé una cosa: si usted se aferra firmemente de la mano de Dios, esas heridas se transformarán en cicatrices, y la noche dará lugar al amanecer. El dolor pasará. La batalla terminará. Créame, la esperanza existe, y es poderosa, real y tiene un nombre: Jesucristo.

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Michelson Borges, Vida e Saúde, “Saúde emocional e espiritual” [Salud emocional y

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