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Opinión

Hacia nuevos horizontes

Habiendo pasado un tiempo prudente -luego de culminar mis funciones en el Partido Popular Democrático- recupero esa libertad tan añorada, en la que uno puede opinar sobre tantos asuntos importantes, sin tener que discernir cuando se habla a título personal o a nombre del colectivo.

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Esa libertad de conciencia, es la que permite observar las cosas con menos apego a los filtros partidistas tradicionales o a los dogmas ideológicos, factores que, muchas veces, nos atan a lealtades institucionales más que a sueños comunes.

Ese sentir, sin embargo, no debe malinterpretarse. No se trata de abandonar las luchas del pasado y de siempre, porque servirle al ideal, nunca es deshonroso; se trata, más bien, de retomar el debate de buen gobierno con un alto sentido de responsabilidad, desprendimiento y esperanza.

Ese propósito, es el que deseo exponer semanalmente desde este espacio, y desde todos los espacios posibles, porque no hay tiempo que perder.

Y así tiene que ser, porque en los momentos en que vivimos, lo menos que necesita nuestro pueblo es otro columnista amargado; de esos que se

La

pasan la vida aferrados al pesimismo y a lo negativo; esos que todo lo critican y que intentan destruir el presente, porque les es más fácil denigrar desde la comodidad de las gradas, que enrollarse las mangas y lanzarse al ruedo.

Sí, amigo lector, es hora de prestarle mayor atención a la prudencia que a la histeria; de escuchar la razón sobre la estridencia y el respeto sobre el insulto. Es momento de cambiar la mirada, porque de esos críticos -malhumorados y resentidos- que responden más a sus bolsillos que a sus conciencias, ya tenemos suficientes.

Nuestro pueblo necesita voces fuertes, pero más importante aún, voces responsables; necesitamos críticos honestos, pero también forjadores de ideas; necesitamos fiscalizadores de incuestionable verticalidad, cuyos argumentos estén basados en la verdad y no en el personalismo; necesitamos sangre nueva, pero más importante aún, sangre buena; necesitamos líderes que crezcan por mérito propio y no porque usaron su pie para el tropiezo del otro; necesitamos gobernantes que alcancen el triunfo por la suma de votos y no por la suma de odio.

Esa debe ser la hoja de ruta. La del sentido común, que puede parecer lejano para algunos, pero que se acorta aceleradamente para todos, cuando remamos en la misma dirección.

Hace unos días, un ciudadano retirado me preguntaba si Puerto Rico tiene salvación. Mi respuesta fue inmediata: Puerto Rico no agoniza, lo que se extingue es la presencia de valientes; de gente que quiera entrar a la arena y que esté dispuesta a pagar un precio alto, muy alto; el cual hay que asumir inevitablemente, porque en la política, se vive a la intemperie y las heridas no cicatrizan.

Al escucharme, asintió con su rostro y me dejó como reflexión la siguiente pregunta: ¿cómo podemos aportar cada uno de nosotros en los cambios que se necesitan?

La respuesta para esa disyuntiva, está en las elocuentes palabras del prócer mayagüezano Eugenio María de Hostos, al hablar del quehacer patrio: “El mejor modo de hacer las cosas es hacerlas”.

En otras palabras, como reafirmó Hostos: “no podemos perder el tiempo de la acción en la palabra”.

Para lograr las reformas necesarias, el primer paso, es individual. Y tiene que serlo, porque los grandes cambios siempre empiezan en pocas manos; y es –en la suma de esas manos creadoras– que se logran los objetivos trazados, aunque se multipliquen los desvelos.

Por eso, en el Puerto Rico que busca la construcción de una nueva sociedad, se necesitan menos filósofos repletos de soberbia y más albañiles cargados de sueños.

Ahora bien, como siempre ocurre, ante toda lucha, habrá quien se resguarde en la sombra; y habrá también quien tire la toalla, porque para esos, siempre es mejor patear la lata para que otro la recoja.

Habrá quien piense que ningún esfuerzo valdrá la pena, porque creen que el trabajo de unos pocos, nunca transformará las expectativas de muchos. A esos, les recuerdo que hace setenta y un años, 92 compatriotas lograron la gesta más grande de nuestra historia, al crear nuestra propia Constitución en solo cinco meses. Fue ese grupo de destacados puertorriqueños, quienes le cambiaron la vida a 2.2 millones de sus compatriotas en ese entonces.

Delegados autonomistas, estadistas y socialistas, unieron sus mentes y sus corazones en la noble tarea de redactar nuestra carta magna, que rige para bien, cada una de nuestras vidas. Si el pesimismo los hubiese atrapado entonces, hoy seguiríamos en el oscurantismo de la inercia. Ahora, ha surgido un nuevo llamado de país que nos toca responder. Y así debemos hacerlo, desde el frente que nos corresponda -por humilde que sea- porque después de todo, la suma de muchos, nos abrirá las puertas del destino. La semana que viene comenzamos.

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