La Visitante - Amanda Stevens

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Capítulo 50

Una vez fuera, cerré de nuevo la portezuela y luego salí disparada de aquella casa, medio corriendo, medio cojeando. Me fijé en el humo que salía de algunas ventanas rotas de la casa. No sabía si era algo bueno o malo. Si la casa de Rose quedaba arrasada por el fuego, ¿la entidad perecería allí atrapada o quedaría libre para buscar otro conducto? Todavía no había logrado comprender cómo y por qué razones Rose había confinado al malcontento justo allí, debajo de su casa. Debió de utilizar la llave de esqueleto para mantenerla controlada, pero entonces apareció Nelda, que escondía su naturaleza maliciosa bajo una fachada de vulnerabilidad e inocencia. Nelda había ofrecido a la entidad una salida, pero al morir en aquel sótano había vuelto a encarcelar a la entidad ahí abajo. Seguí corriendo y, en un momento dado, eché un vistazo atrás. Y entonces tuve una revelación terrible. De las ventanas de la planta de arriba salían columnas de humo, pero no había visto llamas. Quizás el santuario de Rose se había salvado. Pensé en todos aquellos números que había garabateado en las paredes con tanta meticulosidad… ¿Y si eran las coordenadas de un mapa? ¿Y si esos números me llevaban a la llave perdida? ¿A un futuro sin fantasmas, sin malcontentos, sin aquel incesante murmullo de voces en mi cabeza? ¿Cómo iba a dejar que se quemara? Tenía que fotografiar los números, copiar el mapa y hacer todo lo que estuviera en mi mano para preservar las pistas que Rose me había dejado. Nunca sabré si habría tenido el valor para entrar en aquella casa o en el santuario de Rose. Y es que mientras meditaba aquella idea tan arriesgada y temeraria, Owen Dowling apareció por sorpresa. Se quedó de piedra al verme en mitad del jardín. Llevaba un bidón de gasolina en una mano, pero enseguida lo tiró al suelo y vino hacia mí. Al principio caminaba con cierta lentitud, pero al ver que me alejaba de él, aceleró el paso y echó a correr. Sabía que a Owen no le temblaría el pulso esta vez. Ya no quedaba rastro del tipo que se había arrodillado a mi lado y se había compadecido de mí cuando su tía le había animado a matarme. Con la cabeza inclinada y el ceño fruncido, Owen rodeó el jardín para bloquear la entrada al laberinto, mi única oportunidad de escaparme. Estaba en un callejón sin salida, así que di media vuelta y salí disparada hacia el bosque, pero él no se amilanó y me siguió. Se movía con la misma agilidad y rapidez que el intruso que se había colado en mi casa. Entonces adiviné que había sido él quien había entrado en mi casa, quien me había atacado. Nelda


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