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Las tabuelas
Cuando llegué a lo de las tabuelas, la sonrisa me ocupaba la mitad del rostro.
—Llamó tu madre para contarnos que saliste enojadísima de tu casa ¡y resulta que acá estás como si te hubieses tragado un payaso! ¿Se puede saber qué pasó? —preguntó Chela, y me dio una aguja e hilo para que se lo enhebrase.
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—¿Y qué va a pasar? ¡Es adolescente! —le contestó Aurora—. Lo que pasa es que vos naciste en el siglo pasado y ni te acordás de cuando tenías esa edad, que de a ratos andabas de lo más feliz y de a ratos te querías tirar a un pozo —agregó riendo y haciendo que tanto Chela como yo estallásemos en carcajadas.
—Más vieja sos vos, que naciste dos años antes que yo —retrucó Chela, luego de toser a causa de la risa.
—Bah, ¡qué son dos años cuando mi espíritu es joven! — exclamó Aurora, y volvimos a reírnos juntas.
Las tabuelas son demasiado geniales. Ellas no solo criaron a mamá cuando sus padres murieron en un accidente de auto, sino que le enseñaron a ponerse siempre en el lugar del otro, a creer que venimos al mundo porque necesitamos mejorar, y a pensar que cada ser humano es un ser de luz que irradia energía.
Aurora dice que cada persona tiene un aura que la envuelve, y que si uno está espiritualmente bien desarrollado, es capaz de ver el color de esa aura, porque, según ella, las auras presentan distintos colores.
Chela y Aurora se complementan a la perfección.
Chela es terrenal. Se encarga de pagar las cuentas (aprendió a hacerlo por la tablet y hasta hace las compras del supermercado por internet), de llamar al sanitario si la canilla del baño pierde o de organizar una asamblea de propietarios en el edificio si el ascensor se tranca seguido y la empresa encargada no responde. Eso sí, todo lo hace por teléfono, y mientras teje. Jamás deja su tejido.
Aurora es todo lo contrario: vive acá y allá, en un mundo paralelo. O sea, su cabeza no puede centrarse en asuntos que ella llama «banales», una opinión que provoca la furia de Chela, que le retruca:
—¡Gracias a esos «asuntos banales» que resuelvo yo, vos vivís en un lugar limpio, comés y tenemos las cuentas al día!
La mente de la tabuela Aurora viaja de un punto a otro. A veces sus ojos parpadean a gran velocidad, y es porque, según afirma, está recibiendo información «del otro lado».
Cuentan que Aurora supo, segundos antes del accidente de mis abuelos, que ellos estaban por partir de este plano. Se lo dijo a Chela, que se enojó por ese pensamiento tan negativo, hasta que sonó el teléfono con la funesta noticia de que mis abuelos habían fallecido. Creer o reventar.
Hay muchísima gente que la consulta por su clarividencia, y ella no cobra nada por atenderlos, porque considera que si le fue otorgado ese don, es con la finalidad de ayudar, no de lucrar.
También le sucede de soñar con personas que conoce, y a las que hace mucho tiempo no ve. Aparecen en sus sueños y se despiden. Cuando la tabuela llama para hablar con esa persona con la que soñó, indefectiblemente le informan que falleció el día anterior.
Es escalofriante.
Yo no podría convivir con ese poder. Sin embargo, a la tabuela no le molesta. Por el contrario, afirma que como sabe que hay vida más allá de esta que conocemos, no le teme a la muerte como la mayoría de las personas.
Tanto Chela como Aurora son obesas. Se les dificulta moverse y, más aún, levantarse, por eso dependen mucho de Graciela, una señora que va todos los días y las ayuda con la cocina y las tareas del hogar.
Yo las visito dos o tres veces cada semana. Estar juntas me hace bien.
A través de ellas, me entero de la historia de mi madre y mi padre. Descubro la personalidad de papá y se me hace más humano, porque casi no lo recuerdo, y solo me van quedando las fotos que decoran mi casa. Me da la sensación de que viví con él determinados episodios, pero luego me percato de que es solo una ilusión provocada por las fotografías que vi. Tal vez mi cabeza recrea un posible escenario en el que papá estaba con Leonel y conmigo.
No es que mamá se niegue a hablar de mi padre. ¡Para nada!
Es que la llegada de Ari y Dante la absorbió por completo y hace malabares para realizar diversas tareas a la vez, como las compras, la comida, la limpieza, la revisión de los cuadernos viajeros de Ariana y Dante, pero también de los escritos del liceo de Leonel y míos…
Siempre está pendiente de todo.
Aparte, trata de no faltar al coro, que es su gran escape, y de hacerse espacios para compartir con Horacio: muy de vez en cuando van al cine o al teatro. En esas ocasiones, Leo y yo cuidamos a los pequeños.

En fin, es difícil sentarse a charlar con mamá sin que alguien te interrumpa, algo que no sucede en lo de las tabuelas, donde tenemos todo el tiempo del mundo para hablar sin pausas.
Con los años, las charlas, y entre tejidos, fui conociendo la historia que unió a mi mamá con mi papá.
Nunca me canso de escucharla.
Siempre quiero saber más.