De la tierra a la luna

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emplea una cantidad de pólvora cuyo peso es dos terceras partes el del proyectil, esta proporción no es constante. Calculad y veréis que para una bala de media tonelada, en lugar de trescientas treinta y tres libras de pólvora, se reduce esta cantidad a ciento sesenta libras solamente. -¿Y qué pretendéis deducir de eso? -preguntó el presidente. -Si lleváis vuestra teoría al último extremo, mi querido mayor -dijo J. T. Maston-, resultará que cuando una bala tenga un peso suficiente, no se necesitará pólvora alguna. -Mi amigo Maston se chancea hasta en las ocasiones más solemnes -replicó el mayor-; pero tranquilizaos. No tardaré en proponerle cantidades de pólvora que dejarán satisfecho su amor propio de artillero. Pero tenía interés en dejar consignado que durante la guerra, la experiencia demostró que para cargar piezas de mayor calibre, el peso de la pólvora podía reducirse perfectamente a una décima parte del que tiene la bala. -No hay nada más exacto -dijo Morgan-. Pero antes de determinar la cantidad de pólvora necesaria para dar el impulso, opino que convendría ponernos de acuerdo sobre su naturaleza. -Emplearemos la pólvora de grano grueso -respondió el mayor-, porque su deflagración es más rápida que la de la pólvora fina. -Sin duda -replicó Morgan-. Pero se desmenuza más fácilmente y altera el ánima de las piezas. -Lo que sería un inconveniente para un cañón destinado a un largo servicio pero no para nuestro columbiad. No corremos riesgo alguno de explosión, y necesitamos que la pólvora se inflame instantáneamente para que su efecto mecánico sea completo. -Podríamos -dijo J. T. Maston- abrir varios agujeros para aplicar el fuego a un mismo tiempo a distintos puntos. -Sin duda -respondió Elphiston-. Pero complicaríamos la operación. Me atengo, pues, a mi pólvora de grano grueso que allana todas las dificultades. -Sea -respondió el general. -Para cargar su columbiad -añadió el mayor- Rodman empleaba una pólvora de granos gruesos como castañas, hecha con carbón de sauce, tostado sencillamente en calderas de hierro fundido. Era una pólvora dura y brillante, que no manchaba la mano; contenía una gran proporción de hidrógeno y de oxígeno, se inflamaba instantáneamente y, aunque muy desmenuzable, no deterioraba sensiblemente las bocas de fuego. -Me parece, pues -respondió J. T. Maston-, que no debemos vacilar y que la elección está hecha. -A no ser que prefiráis la pólvora de oro -replicó el mayor riendo, to que le valió un ademán amenazador con que le contestó la mano postiza de su susceptible amigo. Hasta entonces, Barbicane se había abstenido de tomar paxte en la discusión. Dejaba hablar y escuchaba. Evidentemente meditaba algo. Se contentó con preguntar sencillamente: -¿Y ahora, amigos, qué cantidad de pólvora proponéis? Los tres miembros del Gun-Club se miraron mutuamente por un instante. -Doscientas mil libras -dijo, por fin, Morgan. -Quinientas mil -replicó el mayor. -Ochocientas mil -exclamó J. T. Maston. Esta vez, Elphiston no se atrevió a calificar a su colega de exagerado. En efecto, se trataba de enviar a la Luna un proyectil de veinte mil libras, dándole una fuerza inicial de

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