Contante y Soñante #34

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Érase una vez Aquél cementerio en miniatura empezó a robarse el protagonismo en el jardín, incluso más que las rosas color salmón que Gloria regaba, abonaba y podaba con especial esmero. –¿Con que este es el famoso cementerio, Gloria? Qué tan graciosas las niñas. Se ve hasta bonito. –Sí, por eso les dio, y hasta les rezan y todo, y les ponen flores. Ya me acabaron con el jardín, menos mal que no les ha dado por arrancarme las rosas, porque ahí sí las ahorco a las dos y las entierro ahí mismo en el cementerio de cucarachas. Ya les advertí. –Qué importan las rosas, Gloria, si te acabaron con esos bichos asquerosos ¿Y qué dice aquí? Es que eso es con epitafio y todo. ¡Estas muchachas lo que son es unos genios! Yo les daría un premio. La voz se fue regando por todo el pueblo y a la casa empezaron a llegar todas las amigas de Gloria para curiosear el cementerio de las niñas. Luego llevaron a sus esposos, hijos, familiares, amigos y vecinos, de manera que a las sepultureras se les multiplicó el trabajo. Ya no solo debían ocuparse de los funerales diarios de las cucarachas sino también del embellecimiento del cementerio, que ahora se había convertido en el destino turístico de moda para los chismosos del pueblo. Todos los días, Alejandra y Teresa cambiaban las flores marchitas, reorganizaban las cruces, renovaban las lápidas que se habían dañado por

efectos del agua, el viento y el hambre de las hormigas, y ponían velas en frascos para decorar el lugar. Armaron una especie de altar donde pusieron un angelito que se robaron del pesebre de Gloria, y al lado pusieron un marranito-alcancía para que la gente depositara sus ofrendas voluntarias. La mayoría de los visitantes averiguaba por la última difunta: ¿cómo se llamaba? ¿cuántos años tenía? y ¿cuál era su historia? Teresa les inventaba amores, tragedias, aventuras, escenas cotidianas, pequeñas mezquindades cucarachescas. A cambio, les dejaban algunas monedas en el marranito. Durante varios días, Teresa y Alejandra llegaron del parque tarde, cansadas y con el frasco vacío. Después de las brigadas de limpieza que habían realizado la semana anterior por todo el pueblo, no habían vuelto a encontrar una sola cucaracha. Las visitas de los curiosos disminuían día a día. También las monedas en la alcancía. El negocio funerario de las niñas iba en declive. Pero no lo abandonaron. Una mañana, mientras realizaban las labores de mantenimiento del cementerio, una mariposa multicolor se posó sobre el hombro de Teresa. Ella la miró de reojo. –“Alejandra: ¡mira!”. Le dijo a su prima en voz baja, sin moverse, y le señaló la mariposa con los ojos. Las niñas se miraron y sonrieron.

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