VistaLIBRE 017

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VistaLIBRE Lunes 07 de marzo de 2011

OPINIÓN 11

LITERATURA

Nuevamente homenajeando a José María Arguedas 1911. Centenario del “hallazgo” de Machu Picchu que los naturales de los alrededores conocían cuasi palmo a palmo, si se tiene en cuenta, entre otras dificultades, la presencia de millones de las temibles víboras…; 1911, un siglo del nacimiento de José María Arguedas Altamirano, en Andahuaylas, Apurímac, 18 de enero. Escribe: Xavier Bacacorzo

o puedo ni debo pasar por alto la siguiente anécdota: Alan García, a lo turista europeo prefiere al “Machón Viejo”, una de las maravillas del mundo, dejando de lado a uno de los indiscutibles talentos creadores de América Andina; aquél, saluda a la ciudad andina midiendo intereses externos, depreciando prácticamente al gran ciudadano apurimeño. Es de suponer que la verdadera inteligencia nacional, la sensibilidad, recta razón y factores necesariamente crítico-históricos ofrecen una indiscutible dirección hacia el gran indigenista José María Arguedas, a fin de homenajearlo por su nada inútil advenimiento a la vida el 18 de enero de 1911. Por supuesto que la citada inteligencia peruana deja de lado a los recientes arguedianos, por considerarlos “sobacos ilustrados” que pululan aquí allá. El suscrito, con motivo del aludido centenario, ha venido dictando conferencias en los locales universitarios agustinos al par que sosteniendo debates con los públicos asistentes, desde noviembre próximo pasado hasta el 21 de enero 2011, aparte del Taller de Posgrado-Comprensión de Textos I que contó con más de una veintena de maestristas de diversas zonas peruanas, divididos en grupos, siendo intenso el trabajo en el análisis de la forma y fondo de la cuentística arguediana. De otro lado, el 16 de febrero último fui entrevistado por el joven periodista de Radio Melodía, Julio Huaycasi, quien además dio lectura a interesantes recortes periodísticos en torno a mis conferencias arguedianas, haciendo hincapié en mi extenso ensayo –aún inédito– “Pirámide de Nuestra Narrativa Indige-

N

nista / Ubicación de Arguedas”. Mas en lo referente a los debates en torno a las novelas de JMA con motivo del citado aniversario natal, no se trató sino tangencialmente el gran mensaje de Yawar Fiesta, texto narrativo en XI capítulos, que vio la luz en 1941. Dicha primigenia novela, muestra que en un comienzo el punaruna vivía tranquilo porque la gran altura y el alto frío aterraban. La puna no era para ellos. Sólo los indios “salvajes” podían vivir en ella. Aunque los auténticos punarunakuna eran los Pichk´auri. Muchos indios de los otros tres ayllus de Puquio sentían una especie de temor a esa región y preferían vivir en el pueblo. “Los mistis subían a la puna de vez en vez, a cazar vicuñas o a comprar carne en la estancias de los indios. De vez en vez, también, se llevaban, de puro hombres, diez,

quince ovejas, cuatro o cinco vacas chuscas; pero llegaban a la puna como las granizadas locas, un ratito, hacían su daño y se iban”. Sin embargo, cuando el aviso colmaba la paciencia oriental del indio, los cuatro ayllus se unían y no quedaban blancos ni chalos porque cobardemente huían. “Después venía el escarmiento; cachacos uniformados en la puna, matando a indios viejos, a mujeres a maktíllos” (muchachos). Puquio, antiguo poblado de indios, rico en agua y en tierras de sembrío pero sin asientos mineros, devino también en pueblo de mistis ex mineros. Cuando se llenaron de plata desocupando yacimientos metalíferos, dejando los cerros con bocaminas, como vientres abiertos y vacíos, los mistis invadieron Puquio entero; cayeron “con su cura, con su Niño Dios `extranguero´; hicieron su plaza de

armas en el canto del pueblo; mandaron hacer su iglesia, con puerta de arco y altar dorado; y de ahí, desde su plaza, como quien abre acequia, fueron levantando su calle sin respetar la pertenencia de los “ayllus”. Estos perdieron sus chacras, pero no soltaron el agua. Arguedas hace conocer, de otra parte, a sus lectores, que fueron diez mil comuneros lucaninos mandados por los cuatro ayllus de la capital de la Provincia, comuneros vitales que en 28 días construyeron 3000 km. Con el fin que llegase el “mar hasta la orilla del pueblo”. Carretera NascaPuquio, regada con la sangre y el sudor de los comunkuna, sin ayuda alguna del gobierno de turno. Otra verdad: el narrador reafirma lo que dolorosamente hemos comprobado quienes conocemos un poco las alturas peruanas junto al firmamento, cuando él, Arguedas, en tono bajo, tal vez conteniendo sus rabias, o resignadamente, expresa que “los hacendados se peleaban porque las carreteras pasaran por sus fincas”… ¡? Poco a poco Arguedas lleva al lector hacia el desenlace de Yawar Fiesta… En difundida y vieja versión de los punarunas en la provincia de Lucanas, el extraño personaje Misitu apareció en el centro del lago Torkok´ocha “bramando y sacudiendo su cabeza” y que “todos los patos de las islas volaron en tropa, haciendo bulla con sus alas, y se fueron lejos, tras los cerros nevados. Moviendo toda el agua nadó Misitu hasta la orilla. Y cuando estaba apareciendo el sol, dicen, corría todavía en la puna, buscando los k´eñwa de Negromayo, donde hizo su querencia” (VII). …Nadie pudo capturarlo, nadie pudo revelar tanto misterio. La novela Yawar Fiesta ofrece

otros rostros y el lector exigente halla nuevos rastros. Así, a fin de no ser atrapado por el lazo del brujo, éste es destrozado por las astas del Misitu…Sin embargo, la suerte estaba de lado de quienes querían inmovilizar al bravo toro. “Todo el claro del k´eñwal se llenó de indios. En un rinconcito, el Misitu temblaba. Los k`ayaus lo miraban, tristes. Era un animal de puna no más. ¡Ahí estaba! Bien amarrado, bien templado por el Paura, contra el k`eñwal. Ya no había rabia, estaban todos en silencio”. Puquio era el lugar escogido para la “gran corrida”. En el girón Bolívar, mistis y niñas, vestidos de fiesta, conversaban, parados en las esquinas o en la puerta de las tiendas”. Los comuneros declaran tener derecho a torear al Misitu y no el diestro español, Iberito, traído desde lejanas tierras, quien “venía en medio de las autoridades; su vestido de seda brillaba desde “lejos”, en tanto los “corneteros de los cuatro ayllus empezaron a tocar el turupukllay, el verdadero, el del ´yawar punchau´, día de sangre”. Aguedas, gran conocedor del mundo andino, conduce al simple lector y al buscador de razones y emociones hacia el derramamiento de sangre humana y animal mediante la morosidad descriptiva de la fiesta brava. Finalmente el “diestro” torero español no puede enfrentar al toro andino, refugiándose en el burladero y ocultándose en las tablas. El alcalde desconcertado pidió ayuda a los capeadores o indiazos, muriendo ensangrentado “el Wallpa” y, por último, el estallido de un cartucho de dinamita acabó con el temible toro Misitu. Termina la novela con las palabras que el alcalde deposita en los oídos de las autoridad política: “- ¿Ve usted, señor subprefecto? Éstas son nuestras corridas ¡ El yawar punchay verdadero!”.


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