Revista Universitaria N°141

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reportaje

El académico de la Escuela de Antropología, Cristián Simonetti, explica que esta forma de relacionarnos con las mascotas responde a que cada vez existe más conciencia de que los animales domésticos no son autómatas, sino especies sintientes cuya evolución ha estado íntimamente relacionada a la nuestra.

VIDA DE PERROS. La convivencia con otros perros en un criadero, le permitió a Ron (en la imagen), recuperar su identidad de animal y equilibrar su comportamiento.

señala que este “estilo” de relación no es nuevo y tiene que ver con la forma en que el pensamiento occidental entiende a las mascotas (y todo lo creado) desde el Renacimiento. La socióloga UC Daniella Leal comparte la misma idea. “No me atrevo a aventurar si eso es un fenómeno tan moderno. Creo que sí se puede estar acrecentando, de la mano con una mayor exposición”, explica. Así, las redes sociales y los medios de comunicación constituirían un nuevo canal para exhibir lo que hasta ahora pertenecía a la esfera de lo privado. Hoy se tematizan mucho más los escenarios de la intimidad. Pero la académica no desconoce que el hecho de vivir en sociedades ha cambiado la forma en que las personas se relacionan con otros, ya sean seres humanos o animales. Por lo mismo, el fenómeno sería más bien transversal. “Tiene que ver con las características personales de los sujetos como trayectoria familiar y emotiva. Es distinto cuando una persona ha tenido mascotas toda su vida a una que recién adopta”, asegura. También, como se conversa más el tema, se reduce la sanción social hacia este tipo de conducta.

NUEVOS VALORES María Olga González (37) tuvo perros toda su vida. Por eso, cuando salió de la casa de sus padres para vivir sola, después de viajar varios años recorriendo el mundo con su mochila, lo primero que pensó fue en adoptar uno. En realidad, para ella se trataba de conformar no solo un hogar, sino también una familia. Primero adoptó a Giako (Terrier chileno, 5 años) y luego a Mika (Mestiza, 1 año y 6 meses). “Los considero mis hijos porque soy su mamá humana, quien los cuida y los protege y se preocupa de su bienestar y su felicidad. El rol que juegan en mi vida es crucial, me siento muy amada por ellos. Y por eso intento ser la mejor. Amo dormir con ellos”, asegura. Por la vida que ha construido con ellos es que se tatuó la palabra ohana en su antebrazo izquierdo. Este concepto de la cultura hawaiana se usa para designar a la familia, pero en su raíz incluye a los parientes de sangre y también a los amigos y las mascotas. Aunque sus papás no entienden su “maternidad perruna”, la respetan. “En nuestro hogar somos los tres felices así y eso es lo importante. La gente que me quiere en serio me acepta. Tampoco soy de tantos amigos y los verdaderos los quieren y saben lo que significan para mí”, dice. Héctor Carvacho asegura que esta tendencia se enmarca en el contexto de los valores postmateriales. “Los valores materiales tienen que ver con la gente pudiese vivir bien, su bienestar físico. Pero cuando esas necesidades comenzaron a satisfacerse, sobre todo en sociedades más desarrolladas, le empezaron a importar otras cosas”, indica. Estas guardan relación con el cuidado de la naturaleza y la biodiversidad y el consumo responsable, entre otras. Cuando las condiciones materiales están cubiertas, surgen otras inquietudes. De aquí nace la preocupación por llevar una vida en armonía con el planeta. A eso se suma una necesidad creciente por el respeto de los derechos de las personas –en términos de velar por la libertad individual– y de los animales –porque ellos no pueden defenderse–. Si bien no hay un consenso sobre el tema, explica Daniella Leal, sí hay una discusión sobre la manera en que las mascotas pueden ser consideradas. “Si yo la quiero como a un hijo, el resto del mundo lo tiene que aceptar. Está dentro del contexto de revalorar los derechos individuales”, dice la socióloga.

RETORNO A LA MANADA Aunque la humanización no es nociva para las personas, sí puede tener consecuencias nefastas para las mascotas. La familia Darquea Barrios atraviesa por un momento difícil con su perro Gaspar (Border Collie, 1 año y medio). Como representante de una de las razas más inteligentes e hijo de campeones en agility (un deporte canino de superación de obstáculos), desde que llegó a la casa fue inquieto e hiperactivo y pese a tener patio, creció dentro de la casa. Solo la cercanía de sus amos Jaime (42) y María Claudia (42) lo calmaba, de modo que con tal de no escuchar sus llantos nocturnos, decidieron pasar su cama de la cocina a la salida de la pieza. “Llegó un momento que estábamos tan agotados y aburridos, que lo dejamos y ahora duerme en nuestro cuarto”, cuenta María Claudia. Esa dependencia no habría sido un problema de no ser por la llegada de su primer hijo, Pedro. Tras eso, Gaspar entró

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