EL DÍA DE ZAMORA 015

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La vida en rosa Por Fulanita de Tal

El jardín sin alma

Espuma de olas

Mi amor: ¿Te has dado cuenta de que los árboles de la ciudad del alma ya empiezan a llorar hojas secas? En unos días, volveré a pisar por las riberas de nuestro río, por las rúas estrechas donde nos abrazaba el tiempo, y no escucharé ya el sonido de tus pasos sobre la tierra húmeda del triste otoño.

Princesa, nunca supiste que eras la espuma de mi ola, que siempre cabalgaste encima de mi seso por los campos de mi imaginación, allá donde te transformas en sueño eterno de una vida efímera

El Cotilla ALUDIDOS Y DEMÁS redaccion@eldiadezamora.es

L

o de esta pareja, muy conocidos en la ciudad, fue una historia de amor mágica y secreta (coloco el tiempo en pasado, porque ya se murió). Él la conoció a ella cuando, durante una romería, la de La Hiniesta,

una voz le indicó el camino al corazón de la bella dama. Después, durante casi 15 meses, se amaron con la locura de la inteligencia. Su ruptura también llegó cuando la Festividad de la Concha se anunciaba en el calendario. e le ve, muy a menudo, con mujeres muy hermosas. El tío no termina por salir del armario. Sin embargo, un buen amigo del susodicho anda con ganas de meterse en el armario. A cierta edad, se ha dado cuenta de qué es lo que de verdad le va en la vida sexual. ¡Allá él! Un juglar menos que me hace la competencia.

S

Fulanita de Tal se está muriendo como se muere el árbol desnudo cuando las avecillas no hacen nido en sus enjutas ramas: me has robado todas las lágrimas, que no son otra cosa que la sangre del alma. Sí, pequé. Fue un instante que condenó mi amor al infierno donde las llamas están hechas de olvido. Mi amado amante de ojos verde botella, me envías un correo y me tiendes tus manos para ser siempre mi amigo. Aceptó cualquier gesto, cualquier palabra, cualquier ruego que proceda de tu alma. Y si decides tomarte un té rojo mientras me hablas de tus problemas familiares, yo te miraré con inmensa ternura, con tanta como

amor te tuve. En la habitación del adiós, secaste mis lágrimas con tanta sensibilidad que aún las yemas de tus dedos se dibujan en mis mejillas (guardaré siempre ese pañuelo en un cofrecito). ¡Cuánto amor dejamos marchar! Ahora, cuando miro a mi alrededor y contemplo todos tus obsequios (el angelito lector, tus fotografías, el reloj... y leo tus apasionadas cartas), me desmorono. No encuentro sentido a seguir viviendo, a continuar trabajando, a pensar en qué comer, en qué escribir o si sonreír a la gente que me conoce e ignora mi penar. Camino y no siento mis pasos, mientras creo escuchar tu voz, diciéndome al oído: “¡Mi niña pija”! Y yo responderte: “¡Eres la rehostia, mi amor!” Sabes, aún me haces llorar... Sí, mi vida, mientras escribía este párrafo, un par de lagrimitas huían de mis ojos. Esta noche, en el lecho, volveré a leer a alguno de mis poetas favoritos para consolarme de mi muerte en vida, ahora pienso en Quevedo o en Neruda, quizá, sí, el de Manuel Machado, El jardín gris: ¡Jardín, jardín! ¿Qué tienes? ¡Tu soledad es tanta, que no deja poesía a tu tristeza! ¡Llegando a ti, se muere la mirada! Cementerio sin tumbas... Ni una voz, ni recuerdos, ni esperanza. ¡Jardín sin jardinero! ¡Viejo jardín, viejo jardín sin alma!


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