Harry Potter y la sombra de la serpiente (II)

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Si Peeves viene y te dice que es tu mejor amigo o aceptas un abrazo o te hundirá el ombligo

— ¡Peeves! — gritaron Ron y Hermione a la vez, lanzándose contra él y tironeando para separarlo de Harry —. ¡Que lo vas a ahogar! Peeves soltó una carcajada y apretó a Harry con más fuerza, tarareando una melodía sin pies ni cabeza. Harry, medio asfixiado, consiguió morder fuertemente la pierna de Peeves, y el poltergueist saltó hasta colgarse de una lámpara, cacareó de nuevo y se alejó dando botes por el techo, cantando a voz en grito: — ¡El Elegido incomprendido no sabe hablar si no miente, pero Peeves lo ha sorprendido, cada día está más demente! — Hay que ver qué molesto puede llegar a ser — refunfuñó Ron, observando al duende planear alrededor de las antorchas que flanqueaban el pasillo, mientras Harry se frotaba la dolorida garganta —. ¿Sabéis? Creo que, por una vez, estoy de acuerdo con Filch: habría que echarlo del castillo de una vez por todas. Hermione había encontrado un surtido de maldiciones muy interesantes en un libro de los que la Sala de los Menesteres les brindaba cada vez que entraban a reunirse con el EH, y Harry decidió empezar a aprenderlas de inmediato, confiando en que los nuevos hechizos distraerían la atención de su pequeño retraso en volver de las vacaciones de Navidad. Y, contra todo pronóstico, funcionó, porque los miembros del EH se concentraron en aprender aquellos encantamientos y se olvidaron de expresar sus suspicacias y recelos ante las excusas cada vez más peregrinas de Harry, Ron y Hermione. Había uno en concreto que era especialmente interesante, aunque también especialmente

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