Pancracio Celdrán Gomáriz
Inventario general de insultos
El escritor jesuita Pedro de Rivadeneira, del siglo XVI, emplea así el término: "Era (...) hombre de baja suerte y vil, hijo de un carnicero".
Bala. Tarambana; persona alocada. Se dice de alguien que "es una bala perdida" cuando su grado de alocamiento no deja vislumbrar esperanza alguna de recuperación o mejoría en lo que a un comportamiento reglado se refiere. Lo mismo si se habla de "bala rasa".
Baladrón. Fanfarrón y hablador, bocazas que siendo cobarde hace alarde de lo contrario; valentón de garlito y tugurio que presume de guapeza y bravura. Alonso de Ercilla, en su poema épico La Araucana, emplea el término con el significado descrito, en pleno siglo XVI: Sus armas lo dirán, y no razones, que son de jactanciosos baladrones. En el XVII, Quevedo, que en su vida real había tenido que vérselas con más de un representante de esta especie, escribe en su Cuento de cuentos: "El menor era vivo como una cendra y amigo de hacer tracamundanas, y baladrón". Y en la primera mitad del XIX, el poeta neoclásico Manuel José Quintana, lo emplea así: "¿Que son sino unas sátiras picantes, la una de un baladrón andaluz, la otra más atrevida todavía...?". En cuanto a la etimología, es latina, de la voz balatro. Se emplea como insulto e improperio desde el siglo XIII, en que aparece como apodo en ciertos documentos leoneses. Como individuo parlanchín, que se expresa con vana elocuencia, usa el término Nebrija, a principios del siglo XVI.
Baldragas. Calzonazos; hombre flojo, que carece de energía para imponer su voluntad; sujeto a quien un apocamiento excesivo lleva a la abulia, y del que se abusa. Guarda relación semántica con la voz "baldraque" = cosa sin valor alguno, derivando tanto el uno como el otro término del antiguo juego de damas llamado "la bufa del baldrac", jugado por gente vulgar y de poco valer. En el habla alavesa y de Segorbe, según recogen F. Baráibar, en su Vocabulario de palabras usadas en Álava (1903), y C. Torres Forner, en sus Voces aragonesas usadas en Segorbe (1903), tiene también la acepción de gandul, sujeto de calzones anchos, puerco. El término, con valor insultante, se utilizaba ya en el siglo XVII, como documenta Pantaleón de Rivera, aunque no está claro que se predicara de personas. José María de Pereda utiliza el término en Tipos y Paisajes, en el siglo XIX, con el valor de calzonazos: "¡Baldragas! Pues si das por sentado que hemos de acabar por ahí, ¿para qué quieres el consejo..."?.
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