482 - Febrero 2012

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LA ESPERA Y LA ESPERANZA

E

n el corazón de la persona, de toda persona, habita un anhelo de bien, de felicidad, de plenitud, en definitiva, de salvación. Este anhelo puede revestirse de los más diversos ropajes, de las ideas y representaciones más dispares, pero, en el fondo, todos deseamos que nos vaya bien, que nuestra vida no se malogre; y esto incluye, naturalmente, que tal suerte abrace también ”a los nuestros” (cuyos limites, si bien se piensa, se ensanchan hasta incluir a la humanidad entera). Es una sed de amar y ser amado bajo la que late el secreto deseo de Dios. Podemos racionalizar este deseo en mil formas: confiando en una futura realización fruto del progreso de la humanidad, esa idea tan activa y potente de la época moderna, como indefinida y confusa; o bien, negándolo, diciéndonos (como hacen los “postmodernos”) que es una utopía irrealizable y resignándonos a ello. La fe cristiana (ya desde sus raíces veterotestamentarias) nos dice que ese deseo no es una utopía huera y sin esperanza. Pero nos recuerda también que no es algo que la persona pueda construir con sus propias y solas fuerzas. Lo que la fe cristiana nos dice es que ese anhelo que habita en el corazón de la persona y que la sostiene en la dificultad y le hace esperar en la superación del mal que le atenaza, es un don de lo alto, un don de Dios, igual que la vida, la libertad y la dignidad humana. ¿Supone esto, acaso, una invitación a la pasividad, a “esperar sentados”?. No, en modo alguno. La esperanza cristiana es una espera activa que prohíbe toda pasividad. La esperanza activa y consciente nos abre los ojos para descubrir que nuestro anhelo de bien y plenitud tiene sentido y, por eso, tienen sentido nuestros esfuerzos y quehaceres cotidianos, que no se limitan a maniobras de distracción para una supervivencia efímera y condenada a la nada. La Navidad es el rostro concreto de la esperanza cristiana, la respuesta que la fe cristiana ofrece a ese anhelo latente del corazón humano. Pero hemos de tener cuidado. Celebramos litúrgi-

camente la Navidad, le ponemos fecha, podemos programarla gracias al calendario. Más lo que la Navidad significa y representa no es posible programarlo a fecha fija. Las dimensiones más importantes de la vida no son el cumplimiento voluntarioso y previsible de un plan, sino un acontecimiento que se hace presente en la vida como un don. Y, sin embrago, no es un don totalmente inesperado: es, por el contrario, aquello que hemos esperado largo tiempo, por lo que nos hemos esforzado poniendo las condiciones para que ese acontecimiento tenga lugar alguna vez, sin que, sin embargo, podamos forzar su advenimiento. El Señor viene a nuestra vida. La Navidad no es solo el recuerdo de un hecho histórico sucedido de una vez y para siempre, no es, sobre todo, una efemérides en el calendario. La encarnación del Hijo de Dios en la historia de la humanidad hace unos 2011 años es un acontecimiento que debe suceder de nuevo en la vida de cada uno de nosotros. Dios adquiere rostro humano para todos, y llama a la puerta de cada uno. Y que nadie crea que para él eso ya ha sucedido (pues tiene ya fe y la practica), el que cree haber abierto ya la puerta ha de saber que ese acontecimiento

nunca está concluido del todo, y debe realizarse siempre de nuevo a un nivel de mayor profundidad. Pues así como nadie le es a Dios extraño, tampoco puede creer nadie que ya le conoce o posee suficientemente. La verdadera esperanza consciente y activa nos libra de la desesperación y de la presunción. No nos encerremos en esquemas estrechos y rígidos, no nos dejemos amodorrar por la rutina; no seamos prisioneros de nuestras seguridades (ni siquiera de nuestras pretendidas virtudes y buenas obras); no le pongamos puertas al campo, no queramos encerrar al sol en aerosoles; abrámonos a dimensiones nuevas, abramos los ojos y el corazón, levantemos la cabeza, el horizonte es más grande que nuestra mirada y la medida de nuestros sueños mayor que el recorrido de nuestras piernas. Que nuestras limitaciones (que tan claramente experimentamos) no nos hagan desesperar de nuestras posibilidades, infinitamente mayores que aquellas, sencillamente por la fuente inagotable de nuestro origen: “Señor, Tú eres nuestro Padre, nosotros la arcilla y Tú el alfarero: somos todos obra de tu mano” Virgen del Mar, ruega por nosotros. R.A.

D. Julián Sanz Monjas Falleció en Madrid el día 13 de enero de 2012. Padre de Dª María Antonia Sanz, esposa de nuestro hermano D. Manuel Mariano Hernando, miembro de la Junta directiva de la Hermandad; a ellos y a toda su familia les expresamos nuestro sentido pésame.

Dª Maria Antonia García Falleció el día 1 de enero de 2012. Esposa de nuestro hermano D. Miguel Amorós. A él y a toda su familia les expresamos nuestro sentido pésame. Dª Manuel Fraga Iribarne Falleció el día 16 de enero de 2012. Hermano de nuestra Hermandad. A toda su familia le expresamos nuestro sentido pésame. La misa de Hermandad del próximo domingo día 7 de Marzo, será aplicada por el eterno descanso de sus almas. A todos los que nos habéis querido en vida, os pedimos que recéis por mi al Señor, de manera que podamos volver a vernos en el Cielo. Virgen del Mar· febrero 2012 /7


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