Libro das Festas 2007

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El año pasado... En esa idea, el primer flash que me deslumbró al llegar, desde el puente que da acceso a la Villa, fue el de esa gran explanada de la Zona Franca, repleta de vehículos nuevos, listos para su estiba en modernos buques, esos que surcan a diario nuestra hermosa ría de Vigo, camino de la exportación, reflejo del hoy más esplendoroso. Del ayer, ¡tantas cosas todavía, gracias a Dios, a la vista…La Playa del Atrio, de cuyas aguas limpias y trasparentes tantas veces disfrutamos; la hermosura de su Iglesia, en donde el tiempo parece detenido; sus calles y plazas, tan entrañables, llenas de vida, de movimiento; los muelles, así, en plural, porque junto al pesquero, único de antaño, se encuentran ahora el deportivo y el comercial, subrayando el progreso deslumbrante de sus gentes. Para terminar, el contacto humano; así que recalé en el bar del club social, buscando amigos, camaradas o simplemente conocidos con quienes, vinos y tapas de por medio, conversar, recordar y tomarle el pulso al Bouzas de hoy, tan próspero. Fue una grata jornada. Con todo, ya de regreso a casa, el tema de la oración había venido solo por sus pasos: «La nostalgia», de un ayer que fue parte entrañable de mi vida y «el Progreso» de un presente deslumbrante. Tan deslumbrante y prometedor que no pude dejar de pensar al mismo tiempo en los pueblos y gentes de esta Tierra en donde aún la pobreza y la necesidad les sitúan en un tiempo anterior incluso al que yo conocí en estos lares hace ya muchos años. Todo termina por llegar en esta vida y así ocurrió también con la festividad del 18 de Julio. Me levanté temprano y me encontré sentado en la terraza de mi casa en Panxón, de cara al mar, con una taza de café en una mano y el texto de la Ofrenda en la otra, texto que releí una vez más para tenerlo fresco en la memoria,

El día de San Pedro pronto en la mente y ágil en la palabra. Quería hacer honor al honor que se me dispensaba, con lo mejor de mí. Quise ser puntual en exceso y salí para la Iglesia de Bouzas con tiempo sobrado. Había que saludar a los amigos, colegas, autoridades y compartir con todos la alegría y la devoción del día de la festividad de San Pedro en esa Villa marinera. No era cosa de correr. Había que detenerse, con sosiego, a disfrutar del momento, a compartirlo con vosotros. Al entrar en la Iglesia me impresionó el recogido silencio de la multitud que abarrotaba el templo. Además de un nudo en la garganta, se me hizo especialmente patente la responsabilidad de mi cometido en la Ofrenda al Santo. Puse todo mi empeño en que mi voz, al quebrar ese silencio no rompiese también el fervor casi místico que respiraba la ceremonia religiosa. Arrodillado ante la imagen del Santo desgrané, emocionado la oración que quise fuera de todos, que todos hicieran suya. En ese momento tuve la extraña sensación de que ni las palabras que salían de mi boca, ni siquiera mi propia voz, eran realmente mías. Algo de «trance» hubo, desde luego, en el momento. Terminado el acto, a la salida del Templo, ya en el exterior, volvió el bullicio, el ambiente festivo y alegre: Saludos, abrazos, cohetes, música, voces y risas por doquier. No cabía la menor duda: era la fiesta de San Pedro, el Pescador. Después y como Dios también manda, nos acercamos al Liceo Marítimo, donde en mesa presidida por nuestro inefable Paulino Freire, nos esperaba el tradicional almuerzo de «los patrones», a compartir con las autoridades, locales y marítimas, en suculento menú y en el que, claro está, brillaba con luz propia el consabido «peixe sapo», aunque para mí, debo confesar, lo mejor de la «carta» fue, sin duda, la animada tertulia y el afecto y hospitalidad 204


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