Revista digital jesus sanoja hernandez

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· a se nos fue sanoja el memorioso v Maritza Jiménez A

PERIODISTAS DE VENEZUELA Nº1 Jesús Sanoja Hernández. Por: Victor Argenis Ordaz Rojas.


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ÍNDICE

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PA R A RECORDARLOS Y A DM I R A R LO S Autor: V ÍC TOR ORDA Z RO JA S

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HO GAR Y F UENTE DE I NS P I R AC I Ó N DE S A NO JA Autor: V ÍC TOR ORDA Z RO JA S

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E L ES CRITOR Autor: AMÉRICO F ERNÁ NDE Z

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PA SIONES DEL PROFE S O R S A NO JA Autora: IVON NE M. R I CÓ N M O R E NO

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E L HUE VO DE L A SE R P I E NTE Autor: S EBASTIÁN DE L A NU E Z

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J E SÚS SAN OJA HER NÁ NDE Z Autora: MARITZ A JIM É NE Z

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D E UN POE TA A S U L I B RO Ú NI CO Autor: LUIS AL B ERTO C R E S P O

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SE NOS F UE SAN OJA E L M E M O R I O S O Autor: C ARLOS DELG A DO FLO R E S


PAR A RECORDARLOS Y ADMIR ARLOS Autor: VÍC TOR ORDA Z RO JA S

Periodistas Venezolanos presenta su primer número. Iniciando con una de las mentes más brillantes que ha presenciado el país. Se trata de Jesús Sanoja Hernández, él fue el primer estudiado en esta investigación debido a todos los aportes que tuvo, a sus escritos que merecen ser compartidos y a la influencia que causó en el periodismo del siglo XX. En futuras ediciones serán estudiados y expuestos otros exponentes del área como lo fueron Olga Dragnic, Oscar Yánez, Miguel Otero Silva y Renny Ottolina. Los trabajos expuestos en este número pretenden solventar dudas acerca de quién fue Sanoja H. cuáles fueron sus logros, que hizo para merecer dos veces el premio nacional de periodismo y por qué, a diez años de su muerte, merece ser estudiado. Este admirado escritor se ganó el respeto de muchos y en diversos campos. Su periodismo siempre dio de que hablar, sin embargo su poesía fue, también, magna y altamente apreciada entre los conocedores. Además fue un destacado profesor universitario, formó a muchas generaciones de periodistas que hoy se encuentran laborado, compartiendo las enseñanzas de Sanoja, y manteniendo ese legado y amor por Venezuela. Entonces, sean todos bienvenidos a incursionar al mundo de Periodistas Venezolanos y que les sea provechoso. Finalmente es apropiado, donde sea que se encuentre, el memorioso hombre de gruesos lentes y una altísima capacidad intelectual, agradecerle por tanto y recordarle siempre.

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HOGAR Y FUENTE DE INSPIRACIÓN DE SANOJA Autor: Víctor Ordaz Rojas

Tumeremo fue la localidad que vio nacer al gran periodista, poeta y venezolano ejemplar Jesús Sanoja Hernández. Muchos de sus escritos literarios tuvieron inspiración a partir de sus años de vida en la región guayanesa. Es la capital del municipio General Antonio Domingo Sifontes del estado Bolívar. Este sector cuenta con una población de 50.000 personas, según el censo de 2011. Esta región también es conocida como “La puerta a la sabana”, debido a su cercanía con La Gran Sabana por el sur, mientras que por el este colinda con la Guayana Esequiba y por el norte con el estado Delta Amacuro Tumeremo fue fundada en 1788, por un grupo de Capuchinos catalanes que formaron un hato para

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la cría de ganado y la llamaron Villa de Españoles. Con el paso de tiempo el pueblo fue creciendo hasta que en 1790 se le bautizó con el nombre que hoy lleva; es el último pueblo fundado en el estado Bolívar por los capuchinos. Cuenta con actividad agropecuaria, minera, maderera, de silvicultura (explotación racional de los bosques) y exuberante flora y fauna. Jesús Sanoja Hernández señaló, en una entrevista con la periodista Milagros Socorro, que Tumeremo fue uno de los pueblos que subsistió tras ser fundado por las misiones de los capuchinos en la zona que va del bajo Orinoco al Caroní, llamados justamente misiones del Caroní; estos estaban conformados por Upata, El Palmar, Miamo, Guasipati y Tumeremo.

Al comienzo del siglo XX Tumeremo fue una locación importante para el comercio del estado Bolívar, las negociaciones con el balatá y el oro hizo que su economía creciera rápidamente, mientras, el pueblo gozaba de comercios que surgían a partir de la compra y venta de ambos objetos. La goma vegetal proporcionada por el balatá se mantuvo hasta que se comenzaron a usar derivados del petróleo para los mismos fines y este perdió su valor. A la temprana edad de 13 años el joven Jesús parte a Caracas, pero su corazón jamás se muda de su tierra natal, en sus poemas se nota el gran amor que mantuvo por Guayana y cada vez que tenía la oportunidad iba a visitarla.


PERSONALIDADES PROVENIENTES DE TUMEREMO: • • • • • • • • •

Dr. Miguel Emilio Palacios, matemático, maestro de juventudes Salomón Delfín Ferrer, maestro de gran valor para la formación de varias generaciones Dr. Matías Carrasco, odontólogo y poeta Presbítero Jaime Olivera, constructor de la primera Iglesia de Nuestra Señora de Belén Ing. Leopoldo Sucre Figarella, Ministro de estado-Presidente de la CVG Horacio Cabrera Sifontes, gobernador del estado, escritor que dejó una rica documentación del estado Comunicador Social, escritor, historiador y político: Jesús Sanoja Hernández, Premio Nacional de Periodismo de Opinión (1974) Sofía Silva Ynserri, primera Miss Venezuela (1952) Edith González, primera Miss Tumeremo (1948)

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JESÚS SANOJA HERNÁNDEZ

EL ESCRITOR Autor: AMÉRICO FERNÁNDEZ

Jesús Sanoja Hernández saltó de Temeremo a Caracas a la edad de 14 años y en esta ciudad se quedó hasta el 9 de junio de 2007 cuando falleció. Había nacido el mismo mes, pero el día 27 de 1930, por lo que dejó de existir a los 77 años, suficiente para el recorrido que tenía que hacer cabalgando sobre la plumade las letras que le apasionó desde que leía publicaciones foráneas allá en su natal Tumeremo, portal de la selva, de la minería y cuando todavía era un pueblo que no llegaba a los 4 mil habitantes. Estudió Letras en la Universidad Central, fundó revistas, escribió poesía, cultivó la docencia literaria y política en la propia Facultad de Humanidades donde se licenció en letras y terminó siendo fundamentalmente periodista crítico, de opinión e investigación desde las páginas de El Nacional. En el Colegio Nacional de Periodistas reposa su ficha. Simón Alberto Consalvi lo coloca al lado de Enrique Bernardo Núñez, Antonio Arraiz y Ramón J. Velásquez, como periodistas de linaje que marcaron huellas en los más importantes diarios del siglo veinte.

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Como ensayista destaca en los trabajos sobre escritores como José Rafael Pocaterra, Miguel Otero Silva, Ramón J. Velásquez, Rufino Blanco Fombona, Salustio González y los jóvenes de La Alborada, Gallegos, Rosales, Soublette, de textos sobre la época de Castro y Gómez, Como dice Consalvi: Sanoja conoce a fondo la historia venezolana del siglo veinte, la historia del periodismo y la historia contada por el periodismo, por el oficial de las dictaduras o el clandestino de los perseguidos, los órganos y los periodistas de la resistencia dentro y fuera de Venezuela contra las dictaduras de la hegemonía andina. El último libro de Jesús Sanoja Hernández “Entre Golpe y Revoluciones”, prologado por Simón Alberto Consalvi, cubre cuatro tomos y comienza con los manotazos del Dictador Juan Vicente Gómez y finaliza con un análisis de la década que se inicia con el siglo veintiuno y la figura del comandante Hugo Chávez Frías. Nos dice Consalvi en su prólogo que esta historia “nos acer­ca al final de este proceso que se desarrolla más allá de nuestras expectativas, a pesar de ellas o contra ellas. Es la época de las grandes incógnitas que ahora vivimos. Un país, sin rumbo, dominado por el azar del petróleo. Un país cone-


Su obra poética se encuentra, en buena parte, dispersa en revistas y periódicos del país. Es autor del libro de poesías La mágica enfermedad, aparecido en la Colección Actual, serie poesía, editado en Mérida, 1969. Inéditos dos poemarios: Acá de Planeta y Los límites y la materia, Ejercicios sobre el agua y Testamento de Guayana. Su iniciación como poeta, en los años del grupo "Cantaclaro", interrumpidos por la represión dictatorial de Pérez Jiménez que lo llevó al exilio mexicano. Para algunos críticos, como Juan Liscano, la Si algo caracteriza al historiador, como puede poesía de Sanoja Hernández resulta hermética, apreciarse lo largo de estos volúmenes de Entre elusiva, ritual y exultante. golpes y revoluciones páginas de erudición y lucidez, es la valoración de testimonios y fuentes plurales, ilustrando en no pocas ocasiones que piensan o sostienen los contendores con sus propias palabras. Observador crítico, militante político, hombre de posiciones sólidas, venezolano integral y además poeta”. jillo de indias. Sanoja ha escrito una gran crónica del siglo venezolano. Una historia donde quien escribe está presente cuando la historia sucede, y cuando no está lo que escribe producto de infatigables indagaciones. Con su nombre, con sus seudónimos de Edgar Hamilton, Marcos Garbán, Mastín Garbán, Juan Francisco Leiva, Eduardo Montes, Ma­nuel Rojas Poleo, o Pablo Azuaje, la obra de Sanoja escrita a lo largo de medio siglo es inverosímilmente extensa.

En su libro “Gente del Orinoco”. Velia Bosch incluye a Sanoja como poeta critico violento. Co-fundador de las revistas literarias Cantaclaro y, Tabla Redonda. Colaborador semanal de El Venezolano, el quincenario Deslinde y el diario La Extra.

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LAS PASIONES DEL PROFESOR SANOJA Autora: IVONNE M. RINCÓN MORENO

Jesús Sanoja Hernández ha sido testigo del tie mpo, incluso de los hechos que ocurrieron antes de que naciera en Tumeremo, al sur del estado Bolívar. Tiene una memoria prodigiosa, al punto que cualquier fecha para él no es un día, sino un hecho en la historia que ha marcado de alguna forma nuestro país. Es un hombre que ha destacado en muchísimas áreas. Es poeta, escritor, dirigente político de izquierda, historiador, profesor universitario, periodista y un memorioso como pocos. Sigue siendo el mismo hombre bohemio y soñador que se dedicaba a escribir poemas, pero siempre en silencio, sin hacer mucho ruido, y es que el maestro Sanoja Hernández por encima de todas las cosas es un guayanés de excepción y un hombre sumamente sencillo. En su casa se muestra tal cual es. Empezó hablando de Raúl Leoni –en unas horas tenía como misión conversar en u foro sobre la importancia del presidente Raúl Leoni para Venezuela- , pero cuando le tocó hablar de Guayana un cambio inusitado se dio en su rostro, se le iluminó la mirada y una sonrisa se apoderó de sus labios recordando esos años en Tumeremo. Se confiesa como un “ratón de biblioteca” y todas las mañanas sigue visitando la Biblioteca Nacional, aun-

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que revela que “ya no es como antes”, pues hay libros antiguos que ha consultado allí hace unos cuantos años y al volverlos a pedir en estos últimos tiempos ya no existen dentro de ese recito. Nació en Tumeremo el 27 de junio de 1930, por cierto, Día del Periodista. Culminó sus estudios de primaria en julio del 43, y de allí tuvo que trasladarse a Caracas para continuar el bachillerato. -¿Cómo era Guayana en esa época? -Había un compadre de mi papá llamado Osuna, en El Palmar. Le decían “El corzo”, y él iba de vez en cuando a Tumeremo y llegaba a la casa a la una de la mañana con un venado. Y tú sabes cómo son esos pueblos. Mi mamá se levantaba y le hacía comida. Entonces Osuna me llevaba a El Palmar, y de regreso lo que era el puente de El Miamo, le faltaba un tronco por aquí y un tronco por allá, y cuando terminamos nos metimos en lo que llamaban una bomba, que era el charco que se forma y en el que los carros comienzan a patinar. Me acuerdo que cuando se presentó la inundación del Orinoco en el mes de agosto, Ciudad Bolívar se inundaba totalmente, y hasta Medina dictó un decreto. Y ahí tuvimos que dormir pegados en un chinchorro arriba del camión. Haciendo memoria, Sanoja Hernández recuerda que llegaron a un hato que se llamaba La Tigra, y de allí a Tumeremo.


-¿Cuánto tempo tardaban en llegar de Tumeremo a Caracas? --Yo me fui en agoto para inscribirme en diciembre, porque no encontraban con quién mandarme. Yo tenía 13 años y acababa de salir de la escuela. Entonces, en enero del 44, tenía un amigo llamado Ernesto Decán y a él lo traían para acá y lo mandaban con la abuela y una mujer de servicio. Entonces me enviaron con ellos. Salimos en un autocamión de Tumeremo a El Callao. Ese camión tenía una trompa como si fuera de autobús, con seis asientos, y lo demás era para carga. En El Callao estaba el viejo Casale, que era amigo de mi papá, y ahí nos quedamos esa noche. Al día siguiente salimos hasta Upata, no había carretera, y de Upata teníamos que cruzar en chalana el Caroní. El Yuruari también lo pasamos en chalana, cuando el río estaba muy crecido tenían que dejar la carga hasta que bajara el río. Al otro día viajábamos hasta Ciudad Bolívar y dormíamos allí. Al día siguiente teníamos que pasar el Orinoco en chalana, para llegar a El Tigre. Cuenta que el viaje continuaba. Luego de El tigre llegaron a El Socorro, y después a San Juan de Los Morros, y allí finalmente es donde conseguían carretera para continuar el viaje y “al llegar a Los Teques, aquello era bellísimo, y nos echábamos en el viaje ocho días”. Llegando a Caracas Jesús Sanoja Hernández recuerda que cuando llegó en enero a Caracas, inició la búsqueda de un cupo en

alguno de los tres liceos que funcionaba en Caracas para continuar sus estudios: el Fermín Toro, el Andrés Bello y el Liceo de Aplicación. Sanoja llegó a Caracas a finales de enero, y ya todos los liceos habían iniciado sus cursos, por lo que, para no perder tiempo, tuvo que hacer por segunda vez el sexto grado, para luego poder iniciar el bachillerato. Recuerda que se instaló en casa de una tía que vivía en Altagracia, colindando con La Pastora, ya una cuadra y media estaba el liceo de los Martínez Centeno, y allí fue que finalmente logró iniciar sus estudios. “Había un profesor que se llamaba Andara, que me dijo que la educación primaria en Guayana era mejor que la de Caracas, porque uno veía regla de tres, interés compuesto. Entonces, el tipo se dio cuenta y cuando salía me dejaba dando la clase o vigilando. Y me quedaba de vigilante ahí... jajaja. Finalmente me fui a inscribir en el liceo Aplicación, de El Paraíso. Sanoja Hernández reveló que cuando llegó a Caracas no sabía nada de política. “Pero uno oía hablar, yo tenía a mis primos que hablaban de eso, los comentarios que hacían. Mi tía había vivido en un pasaje de San Agustín, y esa era una zona popular. Y por ahí fue candidato al Concejo Municipal Betancourt, y yo escuchaba hablar de Betancourt, pero no sabía quién era. En esas elecciones ganó Betancourt y se perfilaba allí, pero AD perdió en casi todos los municipios del Distrito Federal”. Recuerda que su primer mitin político lo escuchó e la placita de Las Mer-

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cedes, “y era Alirio Ugarte Pelayo, y él le ganó a Valmore Rodríguez, que era el hombre que le hacía peso a Betancourt. Ahí empecé a escuchar y a empaparme de política. Se discutía mucho sobre la Guerra Mundial, y uno escuchaba los mítines en la Plaza Municipal”. Letras y rebeldía

venezolano entregó 70 visas para estudiantes y Sanoja estuvo entre esos jóvenes autorizados para regresar a Venezuela. Precisamente en su estancia en México conoció a María Eugenia, una venezolana que en 1958 se convirtió en su esposa, compañera inseparable y madre de sus tres hijos. Hoy la familia se ha extendido con Jesús Sanoje Hernández fue toda la la llegada de tres nietos, uno de los vida comunista. Ejerció el cargo de cuales pareciera seguir los pasos del vicepresidente de la Federación de abuelo. Estudiantes Universitario de Venezuela y formó parte de la comisión de Recuerda que siempre que salía del notables que negociar una serie de liceo para ir a la Universidad Central problemas. “Y fui en representación de Venezuela, y allí se internaba en la del Frente Universitario a la firma del biblioteca para leer, estudiar y discutir Pacto de Punto Fijo, junto a otros sobre lo que sucedía en el país. Emque también formaron parte de esa pezó sus estudios de letras en la UCV comisión” que tenía como tarea firmar en 1949. el acuerdo más importante que se ha suscrito en Venezuela para garantizar Desde muy joven descubrió que la unidad en la transición democráti- una de sus pasiones era la escritura. ca. La tinta y el papel han marcado su vida. Empezó a los 19 años escribienVivió años de exilio en México, pero, do para la revista literaria Cantaclaro. gracias a las gestiones de la Comisión Fundó además el grupo literario Taba de Derechos Humanos, el gobierno Redonda, luego de la caída de Pérez Jiménez, un semanario llamado Qué pasa en Venezuela, que dirigió junto a Federico Álvarez, también publicó sus textos en una revista junto a Manuel Espinoza. Redactó también textos periodísticos para Tribuna Popular. Muchas palabras y mucha tinta han corrido a lo largo de todos estos años de trabajo intelectual de este guayanés, que se convierte en ejemplo para el resto de los venezolanos. Un ejemplo de dignidad, honestidad, dedicación y amor a Venezuela y su

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Tumeremo natal. A consecuencia de la dura resistencia política que desde la Universidad Central de Venezuela surgió contra la dictadura, los jóvenes estudiantes adecos y comunistas, tuvieron que enfrentar la cárcel, y en una oportunidad ese deseo y compromiso de lucha por la libertad llevó a Jesús Sanoja Hernández tras las rejas. Estuvo un tiempo recluido en El Obispo, que


era “una cárcel atroz de delincuentes, y después los pasaron a la Modelo”. bnagv Guayana y otros romances Sanoja deja claro que en esa época siempre iba a Guayana en las vacacione, y en diciembre, “justamente con el cierre de la Universidad en 1951, me fui para Tumeremo en diciembre. Y me dijeron que en enero tenía que volver a Caracas porque íbamos a retomar la ofensiva. Pero iba siempre, algunas veces hasta en Semana Santa”.

-¿Qué significa para usted Guayana? -Bueno, es la tierra primigenia. -¿Qué extraña de Tumeremo? -Todo, todo…yo voy allí y todo se ha acabado, es muy triste, porque pura gente nueva, dominicanos, colombianos, mineros. Entre libros y tinta Hasta hace poco, Jesús Sanoja Hernández redactaba sus escritos periodísticos en una vieja máquina de escribir, pero cuando en los diarios le comenzaron a exigir que los documentos fuesen levantados en computadora, de la mano de sus nietos se internó en el mundo de la cibernética. Uno de sus tesoros más preciados fue una máquina de escribir con la que Miguel Otero Silva escribió Casas muertas, pero lamentablemente perdió esa antigüedad. Cuando no está escribiendo o leyendo, Jesús Sanoja Hernández está caminando o conversando con sus vecinos y compañeros de tertulia. Con ellos habla de todo, sobre todo aquello que tiene que ver con política y Venezuela. -¿De qué eran esos primeros poemas que redactó? -Bueno, eso es lo que trato de adivinar, qué es lo que quería decir, entre risas.

Tostoi… ahora casi no leo novelas. -¿No ha vuelto a escribir poesía? -Tengo tiempo, yo creo que la poesía se olvidó de mí… ¡jajajaja! -¿Cuál libro no ha podido terminar de leer? -Han sido muchos, confiesa entre risas. Ulises nunca lo he terminado, La guerra y la paz. -¿Cuál es ese libro indispensable para usted? -Los hermanos Karamazov. Entre la actividad como historiador, como periodista, como poeta, como político, ¿con cuál se queda? -Periodista… porque estoy siempre inmerso y me cubre todos los terrenos, lo político, todo. Mi primera poesía la publiqué en el 48 o 49. -¿Cuántos años tenía cuando publicó esa primera poesía? -Tenía 18 años. -¿Sigue siendo un ratón de biblioteca? -Sí, siempre. -¿Qué encuentra en los libros? -De todo. Es una maravilla, no hay nada que no se encuentre en los libros.

-¿Cuáles libros han sido fundamentales para usted? -Son muchísimos, he leído de todo, novelas por cantidades, todos los que estaban de modo, Dostoiesvky,

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EL HUEVO DE LA SERPIENTE Autor: SEBASTIÁN DE LA NUEZ

Jesús Sanoja Hernández –periodista, siempre cercano al Partido Comunista, profesor universitario y sobre todo historiador− murió en 2007, a los 76 años de edad. Esta es una entrevisrta realizada a mediados de 1998 para la revista Miradas, en plena campaña electoral. En esta conversación, Sanoja Hernández echa mano a su prolífica memoria para recontar la historia a trechos del periodismo y la militancia de izquierdas. Y hacia el final analiza la campaña electoral: dice cosas que, once años después, demuestran su agudeza para husmear el peligro La biblioteca de Jesús Sanoja Hernández es tal como cualquier lector suyo pueda imaginarse: un caos organizado. En un pent house aledaño a una escuela pública de la urbanización Santa Eduvigis continúa escribiendo sus artículos en una Olympia manual medio desvencijada. Ya desechó, quizás cuando las teclas desgastadas se autoimpusieron punto final, la antigua Olympia

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portátil que le regaló —junto con un diccionario de sinónimos— Miguel Otero Silva y en la cual había escrito Casas muertas. Una verdadera reliquia. Sanoja se resiste a las nuevas tecnologías. Ahora usa fax para enviar sus artículos, antes solían perderse en las recepciones. No tiene e-mail. Tiene, en cambio, una memoria prodigiosa y una pasión por el resquicio de la historia que no le hace perder de vista la totalidad. En la Escuela de Comunicación Social de la UCV impartía un seminario sobre

partidos políticos y otro sobre literatura venezolana. Antes estaba en la Escuela de Letras, cuando el Centro de Estudios Literarios lo dirigía José Fabiani Ruiz. Ahora está jubilado de la actividad académica. Poeta —Monte Ávila reeditó La mágica enfermedad y otros poemas¡— y cronista de luchas estudiantiles, prologuista y ensayista, ha sido, sobre todo y sin nostalgias estériles, militante durante su vida política del Partido Comunista. Fue líder estudiantil en la UCV.

—¿El periodismo de antes tenía mayor poder de transformación social? —Sí, y la razón principal era que el periodismo postgomecista, entre el 36 y, pongamos por límite, el 48, era un periodismo donde no había concentración de capitales empresariales; paralelamente tenía mucha fuerza el periodismo político; partidos con sus propios periódicos, mucha lectoría por lo menos entre las vanguardias que seguían el proceso político e interacción entre la ideología y el periodismo empresarial… Es decir, había muchos columnistas de diferentes bandos en El Nacional, y aunque El Universal era más cerrado, también tenían cabida quienes conocían el proceso cultural, ideológico y político. Aquí hubo un gran reventón en el periodismo en 1936, con Ahora, dirigido por Luis Barrios Cruz. En ese año revulsivo cayeron allí todos los que traían ideas renovadoras: Guillermo Meneses, Antonio Arráiz, Ramón Díaz Sánchez, Rómulo Betancourt… Rómulo

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escribía con seudónimo, desde la clandestinidad lopecista, una columna de economía y finanzas. De allí salió material para un libro. Era época de confrontación entre izquierda y derecha, explicable por la Guerra Civil Española: nacionalistas y católicos, por un lado; la izquierda y los republicanos por el otro. La revista SIC ya existía e insurgió en contra de la izquierda, al igual que el semanario Une. Allí estaba Pedro José Lara Peña. Ahora pedía amnistía para quienes estaban en prisión o en el destierro: México y Colombia, fundamentalmente. A Une se sumaba La Esfera, al poner el grito en el cielo ante tal petición: ¿cómo iban a dar amnistía a gente terrorista, que militaba en la subversión? —Pero en aquel momento, ¿quiénes escribían mejor, los

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copeyanos o los adecos? —Para esa época Copei no tenía gente formada en política social. Los adecos tenían un acervo de modernidad que no tenían los socialcristianos para ese momento. El único que había tenido contacto con la doctrina social de la Iglesia había sido Caldera, que había ido a finales del 34 a Roma en una delegación de Acción Católica. Allí conoció a Frei. Sanoja anota un factor determinante: la posición irreconciliable de los de Une frente al comunismo. “Era una cerrazón que les impedía estar a tono frente a las exigencias de modernización de Venezuela”. Betancourt, en cambio, era un polemista cuando llegó desde el exilio, hombre de artículos diarios. Sólo después de ocho años, cuando la generación de Herrera Campíns toma cierta


tonalidad ideológica y empieza a practicar asiduamente el periodismo como lo hacían los otros, Copei da muestras de consistencia. Cuando se supera el periodo de López Contreras —de represión contra la izquierda—, el cuadro bajo Medina se modifica. Se funda en 1941 Ultimas Noticias con un equipo de comunistas: Kotepa Delgado, Pedro Beroes, Vaugham Losada, José Luis Martínez. En 1942 se funda el semanario de Unión Municipal, que después fue Unión Popular (la fachada de los comunistas), Aquí está. Además aparece en 1943, con gran apoyo de los comunistas, El Nacional; y El Morrocoy Azul, con Miguel Otero Silva, Kotepa Delgado y Carlos Irazábal, aunque hubo una apertura: también estaban Isaac J. Pardo y Andrés Eloy Blanco. El peso de los comunistas en general era muy grande. Acción Democrática, agrupación fundada en 1941, irrumpe con su propio periódico homónimo, y

or. Viene luego el proceso de unificación a través del congreso y se publica, más o menos en 1947, el periódico Unidad. Pero viene otro desprendimiento de la llamada ala trostkista: TRP, Partido Revolucionario del Proletariado, cuyas cabezas visibles eran Salvador De

a finales del régimen de Medina edita El País, de aparición diaria. —¿Y Tribuna Popular? —Tribuna Popular es el resultado del proceso de división y reunificación del Partido Comunista. Mientras ocurre la Revolución de octubre del 45 se divide en Partido Comunista de Venezuela y Partido Comunista de Venezuela Unitario. Allí, un sector edita TP con Gustavo Machado a la cabeza, y el otro sector sigue con Aquí está, con Juan Bautista Fuenmay-

La Plaza, Rodolfo Quintero, Luis Miquelena y Cruz Villegas. Formaron un semanario homónimo de corta duración, mientras el PCV fundaba, a dos días de la toma de posesión de Gallegos, el 17 de febrero de 1948, Tribuna Popular. —Al parecer, las perspectivas han cambiado radicalmente. Lo que era antes de un color ahora es de otro, o no tiene color. No sé si es bueno para la profesión del periodista el compromiso partidista. —Fíjate que el periodismo de par-

tidos, antes de que se constituyera el Colegio Nacional de Periodistas, fue una escuela. Yo me aferré a ser sólo comunista, a pesar de que me lo pasaba en los talleres, pero la mayoría de quienes aprendieron la técnica del periodismo, asiduos colaboradores, gente que palpita con los problemas en debate,

viene de ese periodismo político. Te hablo de Luis Herrera Campíns, que no pasó por una escuela de periodismo; te hablo de Arístides Bastidas y de grandes dirigentes de AD: por ejemplo, Valmore Rodríguez o Luis Esteban Rey, que ejerció el periodismo incluso desde el exilio, en la época de Pérez Jiménez, desde París. Eso fue una escuela. Y quienes se formaron en esa fragua tan pasional, tan emotiva, impregnada de combatividad, más bien se sintieron un poco heridos o no conformes cuando aquí, desde la propia izquierda, se presentó el proyecto de colegiación. Desde luego, fueron admitidos en el Colegio Nacional de Periodistas. Sanoja anota, además, que desde la conversión de la Asociación Venezolana de Periodistas en CNP comenzó a declinar su peso político orientador en la sociedad. Eso ha venido agudizándose, con su

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gente dividida en diferentes conceptualizaciones en torno a los códigos de ética, la SIP y la Felap. —Aquella época cuando, por ejemplo, Nixon visitó Caracas y se produjo una expresión de rechazo, ¿qué papel jugaron los medios? —Fue una época muy eruptiva. Los medios eran portadores de esa efervescencia, hasta tal punto que el CNP sacó una lista de execrados: los que habían sido cómplices del perezjimenismo, bien fuera a través de columnas o directamente utilizando los periódi-

“Tú cobras pero no puedes escribir” cos. Era una lápida. Se publicó. Y el periodista estaba en la calle, en las manifestaciones, entre otras cosas orgulloso de que hubiese sido la prensa, con la huelga del 21 de enero, protagonista de la caída del perezjimenismo. Por primera vez se dio un fenómeno que no se daría más nunca: la unidad de los periodistas de redacción, del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Prensa (gente de talleres) y de los patronos. Allí participaron los Capriles y los Otero Silva. El manifiesto de los intelectuales se redactó en El Nacional, y 15


allí se recogieron las firmas. Nixon venía de una turné en el cono sur, y había habido problemas ya. Eso fue a los cinco meses de la caída de Pérez Jiménez. Yo estaba colaborando para El Mundo, y escribí una serie de reportajes sobre la gira de Nixon. Cuando voy a llevar el que se refería al último toque de Nixon antes de llegar a Caracas, me dice Ramón J. Velásquez que eso no puede salir, porque los marines están a punto de invadir al país. Están en una de las islas del Caribe. Sin embargo, gente convocada a la embajada norteamericana, como Caldera o Villalba, rechazaron eso, dijeron que no aprobaban la intervención norteamericana y que el asunto tenía solución por otras vías. Nixon narra eso en sus memorias, y se refiere a Tribuna Popular, donde aparece su foto con unos colmillos y un pañuelo alrededor de la cabeza, con el título de Fuera Dick Thricky (Ricardito el tramposo). La leyenda la hice yo, y el fotomontaje lo hizo León Levy. No te olvides que poco antes había sido la crisis de Trejo, un militar izquierdista de quien muchos decían que iba a ser un nuevo Perón. Jesús Sanoja narra la conformación del Pacto de Punto Fijo y la consiguiente repartición de las gobernaciones y los poderes: —Allí empezó otra historia, porque al año y medio o dos años comenzó la división de aguas profundas y, en el plano periodístico, las clausuras de Tribuna Popular, el periódico Izquierda (MIR), Fantoches (un periódico que no tenía nada que ver con la izquierda) y un periódico humorístico llamado El Fóforo, así, sin ese. Eso fue en noviembre del 60 y desde ahí arrancó un periodo muy difícil para

el periodista de izquierda. —Luego el complot contra el diario El Nacional fue otro balde de agua fría contra la relación entre el periodista y la izquierda. —Eso comenzó en diciembre de 1961, tras la debacle de Playa Girón, promovido por cubanos y por la OLA, Organización Latinoamericana Anticomunista. Eso fue terrible, porque estaban además los Capriles, que tenían una competencia tremenda y un odio familiar contra El Nacional, más los grupos económicos y un sector recesivo de la reacción de los años cuarenta, que no toleraba discusiones ante un escenario como la revolución cubana. Allí estaban incluso las señoras de las grandes fortunas. Entonces hubo una negociación interna en El Nacional, entre trabajadores y sindicalistas, para salir de todos los sospechosos de filiación comunista. Incluyendo al propio Miguel Otero, que era director, y Oscar Guaramato, que era de la familia. Se salvó únicamente Arístides Bastidas porque era el delegado sindical. Le dijeron: “Tú cobras pero no puedes escribir”. Cambió la directiva. Y fueron dos años de padecimiento, porque duró hasta 1963. A mi me decía Miguel Otero una vez: “Primero pedir limosna en la calle que vender El Nacional”. Hubo muchas ofertas, incluso de El Universal. La familia Otero se salvó gracias a sus reservas y a Gonzalo Barrios, que medió entre Acción Democrática y el gobierno para que aquello no cogiera cuerpo; y porque el Grupo Mendoza no se sumó al boicot. Otro que dejó los avisos fue Cupello, el de la joyería. El Nacional contraatacó tildando al general que dirigía Sears —

comercializadora pionera en el boicot— de tener antecedentes fascistas. Cuando Betancourt salió del gobierno, los directivos del diario buscaron a un hombre que representase una transición: Raúl Valera, que había sido gobernador. Le ofrecieron primero el cargo a Betancourt, pero el líder rechazó la oferta. Después de Valera asumió Ramón J. Velásquez, que venía de la secretaría de la Presidencia. Allí comenzó una etapa larga para que volvieran colaboradores tildados como comunistas. Los fue metiendo por cuentagotas y con seudónimo. Uno de los primeros fue Aníbal Nazoa como Matías Carrasco. Se guardaba el secreto para que no hubiese represalias desde la propia directiva, que vivía atemorizada. —Yo entré como al año, con un seudónimo que terminó siendo uno de los catorce que tuve en El Nacional. —Hablemos de revistas: quizás antes se hacían mejores revistas. Elite, por ejemplo, era muy buena. —Desde su nacimiento en la época de Gómez fue una buena revista, es cierto. Porque dio cabida a valores literarios. A raíz del estallido de la vanguardia en el 28, que provoca represión contra los estudiantes, algunos de esos jóvenes intelectuales, que se restituyeron a la Universidad sin salir al exilio, encontraron en Elite un gran refugio: Carlos Eduardo Frías, que tenía fama de que iba a hacer explotar el mundo de la narrativa a raíz de la publicación de Canícula; Guillermo Meneses, que hacía la crítica de cine; Ramón Díaz Sánchez; el viejo Paz Castillo; y el mismo Uslar. Y en la etapa que va del 54 al 58, la revista se aventura algo más: metieron a Ramón

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“Búscate un seudónimo y traes tres artículos semanales para Ultimas Noticias y un reportaje para Elite” J. Velásquez, que venía de la cárcel y que luego volvería a la cárcel en el 56, supuestamente implicado en un acto terrorista en contra de los miembros de la Junta de Gobierno. Por eso fueron también a la cárcel Chepino Gerbasi, Páez Avila, un hermano de Luis Esteban Rey, entre otros. Recuerdo que regresé en el 56 (de un exilio mexicano que duró cuatro años) y no encontraba qué hacer. Entonces Elisa Lerner me dio el dato de que Ramón Jota estaba de coordinador de la Cadena Capriles. Ramón me dijo: “Búscate un seudónimo y traes tres artículos semanales para Ultimas Noticias y un reportaje para Elite”. Yo estaba de lo más tranquilo hasta que a los cuatro meses agarran a Ramón Jota por ese asunto (en el que estaba involucrado, dijeron, Carlos Andrés Pérez desde Colombia). Ya había llegado otra gente desde el exilio, como Alberto Ravell. Yo me incorporé a La Esfera a mediados del 57, donde estaba Cayetano Ramírez, y en la jefatura de Redacción, Sergio Antillano. Los últimos tiempos de la dictadura los pasé allí y de nuevo con Elite, cuando me metió Antillano. —¿Podía vivir de eso? —Sí, yo era estudiante. Por lo 17

de Elite me pagaban 80 bolívares; y por lo de Ultimas Noticias, 40, que eran tres a la semana. Afortunadamente tenía casa y hermanos aquí. Bueno; después siguió siendo una revista política. Había nacido Momento, un año y medio antes de la caída de Pérez Jiménez, donde estuvieron trabajando los tres indocumentados colombianos: Plinio Apuleyo, García Márquez y Luis Buitrago Segura. La ofensiva anticomunista de los sesenta no sólo sacudió El Nacional: en la Cadena Capriles las cosas también su pusieron difíciles para Sanoja Hernández. —Lo reconoció después Capriles. En su última entrevista, que la publicó Díaz Rangel, admitió su error al haber desatado esa campaña. Al parecer, estaba dolido porque había ido a Cuba y no lo tomaron en cuenta. Y en cambio había ido Miguel Otero Silva y lo habían recibido con bombos y platillos. —¿Y qué hicieron ustedes para sobrevivir, en ese comienzo de los sesenta? —Intentamos fundar periódicos substitutivos. Uno, dirigido por Díaz Rangel y llamado Crítica, duró dos días. Otro, llamado

Voz popular, duró tres días. El único que sobrevivió algo fue El Venezolano, que se fundó en junio del 63, que se editaba en la imprenta de URD, donde se hacía Clarín. Pero hubo problemas con URD, que estaba lanzando a Jóvito para las elecciones mientras el MIR y el PCV propugnaban la abstención militante, y ya en el mes de septiembre el gobierno dio el golpe de gracia, y lo liquidaron; sin embargo se sacó un periodiquito en los dos últimos meses para cubrir el problema electoral, donde estaban comunistas y miristas con seudónimos: un tabloide llamado La Extra, que dejó de salir apenas se supieron los resultados electorales. Para ese momento, el 24 de diciembre de 1963, estoy saliendo yo de la cárcel a petición de la AVP. Fíjate como todavía tenía fuerza. Se reunió con un grupo de militantes para montar un semanario estilo francés, con mucha opinión, pero el 15 de enero del 64 hicieron presos a Pompeyo Márquez y Díaz Rangel. Sin embargo, el periódico salió y los presos colaboraban desde el cuartel San Carlos. Se llamaba Qué pasa en Venezuela. Mientras tanto el gobierno había clausurado a Clarín,


y después URD fundó Intermedio, que no duró ni quince días. En esta nueva aventura de Qué pasa en Venezuela involucraron a Orlando Araujo, José Vicente Rangel y Adolfo Herrera. —Quien trabajaba era Orlando; José Vicente llamaba de vez en cuando y Adolfo nunca se apareció. Después fundamos una separata llamada Qué ideológico

y luego En letra roja, un tabloide co-dirigido por Adriano González León y por mi. Colaboraban personas que estaban encerradas en Tocuyito y en el San Carlos. Yo le puse un seudónimo a Pompeyo Márquez, Carlos Valencia, en honor al cuartel y al Estado donde estaba situada la cárcel de Tocuyito. A Eloy Torres le pusimos Emiliano Tovar; a Pedro Ortega

Díaz, Próspero Ortiz; y Teodoro Petkoff era Teódulo Perdomo, T.P. Y así estábamos todos, porque era la semiclandestinidad. Y eso duró hasta 1967. En 1964 habían comenzado a decaer los grupos intelectuales El techo de la ballena y Tabla redonda. Ya se había fundado el grupo En HAA, en forma de cuadernillo, con una generación más nueva donde estaban José Balza y Argenis Daza, entre otros; estaba la revista LAM, y después Expediente. Había un grupo también, Subterráneo, donde estaban Oswaldo Capriles y Ron Pedrique; y Trópico 1, de Puerto La Cruz, con Gustavo Pereira y Rita Saldivia, a quien después mataron durante la guerrilla en Bolivia. Finalizando 1964 JSH le propuso a Adriano González León convertir En letra roja en vocero de todos esos grupos, y efectivamente, en el número siguiente aparecían los representantes de todos ellos. Pero eso después no tomó fuerza. Había un reacomodo de los intelectuales de izquierda, que se estaban cansando de la marginalidad militante. A ello contribuyó la aparición en el Inciba de Simón Alberto Consalvi, amigo de toda esta gente. Por cierto que Betancourt le envió una misiva al entonces presidente Leoni donde le decía: “Ya supe que Consalvi convirtió al Inciba en un aerófago de los ex guerrilleros”. —Además, se estaba formando una radicalización acelerada con el Mayo Francés y la renovación universitaria, de un tipo no enmarcado dentro del marxismo, sino de las tesis llamadas contestatarias, con las tres emes unidas:

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Marx, Mao, Marcusse; entonces salen otro tipo de publicaciones. Reventón fue la máxima expresión, pero también las revistas que sacaban las universidades de Mérida y la Católica; era el periodismo underground. Era un periodismo subterráneo, ofensivo, provocador. —¿Un poco onanista? ¿Empezaba y terminaba en sí mismo? —Sí. Después, sobre todo los que tenían inclinaciones de izquierda, al formarse el MAS encontraron allí una cobertura. Pero esa es la decadencia. El mismo MAS, que nace con la inquietud de que hay que tener una revista ideológica y un periódico por encima de todo, comienza precisamente con Deslinde, que habíamos fundado nosotros en la Universidad antes de dividirnos. Cuando los masistas se van, nos preguntaron a Federico Alvarez, a Orlando Araujo y a mí si cedíamos el nombre. Y les dijimos que sí. A los dos meses lo cambiaron por Bravo pueblo, y después vino Punto. A todas éstas, Sanoja Hernández llega a una conclusión, que fue la

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misma a la que llegó la gente de Punto: los periódicos de partido son costosos, no los lee nadie y mejor es insertar avisos publicitarios en la gran prensa, o escribir como columnistas o como trabajadores en Redacción. Así la cosa resulta más efectiva. —La censura, en todo caso, al parecer estaba a la orden del día durante los sesenta y los setenta. El caso de Ratto Ciarlo; el de Reventón, que se metió en un caso que involucraba a militares… —Con la cuestión militar hubo, más o menos por la misma época, a comienzos de los setenta, varias cosas. Había una revista de Pedro Duno llamada Punto negro. Sacó un material de denuncia de la venta de la chatarra militar a Colombia. En El Mundo publicaron ese informe, o la noticia del informe. Llegó la policía a los talleres de nuestro periódico y no dejaba entrar ni salir a nadie. Rodolfo José Cárdenas (secretario de la Presidencia en ese entonces) llamó a Gustavo Machado y le dijo que el gobierno acababa de allanar a la Cadena Capriles.

“Si ustedes sacan alguna nota condenatoria, hacemos lo mismo con ustedes”. Y así llamaron a toda la prensa. Fue una medida torpe, porque eso no se podía ocultar. Lo otro fue lo de Reventón, que se metieron me parece con el cardenal Quintero, y también con otro problema militar. —Hubo otro caso: el de Resumen. —Sí, pero eso fue ya cuando Carlos Andrés. Fue una confrontación inicial entre Diego Arria y Jorge Olavarría. Ahí se dio el caso de que Betancourt, como estaba en lucha contra Carlos Andrés, se solidarizó con Olavarría; y lo mismo iba a pasar con Poleo después. Lo de Resumen fue grave porque Olavarría, que no cede en nada, contraatacó, y aquellas ediciones eran terribles. Inició la denuncia de un caso que viene a estallar veinte años después, el problema de Cecilia Matos. Todo lo que sería el mundo descompuesto de las relaciones extramaritales de los presidentes estalló con Resumen, lo cual no deja de ser un mérito de Olavarría. Hubo luego un episodio oscuro con Poleo, cuando le


asaltaron la casa, ya otra vez con Carlos Andrés. —¿Cómo ve, hoy en día, la conducción de las diferentes campañas de los aspirantes a la Presidencia, en comparación a las de antes? —Primero, ahorita no hay campañas. Menos que campañas hay jefes. Se dicen las cosas a través del mutismo. —Bueno, todavía no hay publicidad [no al momento de la entrevista] porque no hay dinero o porque todavía no es legal. —Vendrá, pero esto es una campaña de acomodamientos silenciosos, de conversaciones súper secretas; de planes que la misma gente de los partidos no sabe cuáles son. —¿No observa, entonces, manejo de imagen de los candidatos, de cara a los medios? —No, no lo observo. Vamos a verlos uno por uno. A excepción de Irene Sáez, no hay una programación de imagen. Porque la de Chávez se la han hecho sus

adversarios, no se sabe a cuál costo para ellos. Se les está convirtiendo de una realidad virtual a una realidad real, y ante esa amenaza andan buscando reacomodos que antes no existían. En el caso de Irene se le ha dado una proyección internacional en la creencia de que es una mujer moldeable, fácil de dirigir, de asesorar. Desde luego ha hecho más campaña que nadie, tratando de dar la sensación de que así como se maneja un municipio de 84 mil habitantes se puede manejar un país de 22 millones. —¿Hay buen reporterismo de política actualmente, o se dejan escapar grandes filones por explotar? —Creo que la gran mina fue demasiado explotada, y fue el periodismo de denuncia: primero, cansaron a la gente haciendo de la corrupción un fenómeno banal; denuncia sobre denuncia, no pasa nada y nadie cae preso: eso banaliza el problema. Parece que el último acto de corrupción castigable es el de Carlos Andrés, que

viene desde 1985 y que revienta en 1993. —¿Cree que adelantos tecnológicos al alcance del periodista, como Internet, significan una ventaja, o contar con muchos datos no implica necesariamente tener más criterio? —Esa información masiva, heterogénea, bombardeada y simultánea es más veloz que el propio pensamiento. Y desde luego, mucho más veloz que la reflexión, que es una etapa diferente. Puedes salir de ahí informado de todo lo que está pasando en el mundo pero en realidad no sabes qué es lo que está pasando. Pregúntale a alguien del común qué es lo que sucede en Palestina, qué pasa con Irlanda o lo que significa el euro. Lo dice un guayanés que ha formado parte de prácticamente todos los periódicos y revistas que en Venezuela han hecho historia, excepto El Universal.

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JESÚS SANOJA HERNÁNDEZ Autora: MARITZA JIMÉNEZ

ación emergente, mientras en la ria de la infancia y de la historia, montaña retumbaban las balas para mostrarnos el país, desde del terror. una de sus más fantásticas regiones, como pocos lo han Jesús estaba con los de Tabla dicho. Redonda, y era su más preclaro vocero. Más compromiso con De ese libro, invitamos a la la realidad y menos literatulectura de estos tres poemas. A ra, reclamaban desde la acera los 76 años, Jesús Sanoja emcomunista a sus compañeros de prendió el viaje definitivo. Pero aventura generacional. la poesía, ya lo dijo Octavio Paz, es la derrota de ese tiempo Tal vez por eso, su poesía se que llamamos real, y en cada Crítico agudo, prolijo cronista, mantuvo serenamente humilde, lectura, siempre maravillada, de Jesús Sanoja Hernández, lo albacea como nadie de nuestra a pesar del resplandor con el encontramos renaciendo, vivo historia política y literaria, había que sorprendió en el concurso de la municipalidad de Carabo- para siempre. nacido en Ciudad Guayana, bo, con un libro cuyo título tal y llegó a Caracas en los años vez sea uno de los más grandes 60, como tantos otros jóvenes PRIMER VIAJE provincianos de entonces que hallazgos en las letras nacionaEl General Gómez apareció se dieron a la tarea de remover, les: LA MAGICA ENFERMEDAD. ante mí. Envuelto en la bandera renovar, actualizar y escannacional, al pie del árbol, a pundalizar la literatura y el arte Sorprendentemente, no reto de escapar los gallos hacia la cibió el primer premio. Tal vez no orilla. nacional en esa década. Años fue un libro para su tiempo, pero de “iracundia”, como él mismo los definió, de grupos y revistas hoy, las lecturas de la posteridad AI llegar al Cuyuní, aún temlo revelan en la brillantez de sus blaba su imagen en las profunliterarias, a partir de entonces nada sería lo mismo. Fueron el- imágenes y toda la musicalidad didades, y también al pasar el los nuestros últimos vanguard- gongorina, puestas al servicio de salto y luego, insistente, al dela emoción para decir de la exsembarcar bien lejos: lugar de istas, reclamando también en uberancia y sonoridad de nues- selva que me enmarañaba el el arte, las letras, la música o el drama, un espacio como gener- tras selvas, hermando la memo- alma. Lo conocimos en la Escuela de Comunicación Social de la UCV, como profesor de preseminario, y, más tarde, de literatura venezolana. Nadie imaginaba, imberbes que éramos, que tras aquel hombre tímido, de memoria prodigiosa y gruesos lentes, se escondía una de las mentalidades más lúcidas de nuestro tiempo. Y una de sus más grandes voces poéticas.

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Su visión me persigue todavía: En el bar, en la biblioteca, entre los papeles a los que pago servidumbre. Su voz sale de los rincones y ahoga la palabra que no digo. Tantos años y El Dorado, la falca, las lustrosas aguas, el balatá amontonado, el prefeto y los rápidos caballos no cesan de volcarme en tiempos sin sosiego.

La calle con sus polvos de oro, humeante al mediodía, y aquel que daba saltos, conocido como El Griego, fumaba pipa y alzaba la cabeza como anhelando cielo. El negro, sudoroso, se inflaba con músculos que levantaban extraordinarias cargas. Respiraba hondo y luego hablaba de paisajes y huellas del pasado.

Era crepúsculo y el Sol traspasaba confines. Tras el muelle los pájaros cantaban últimas músicas de olvidado Paraíso. Las cosas se mudaban de sitio, los escapes conducían a un final de laberinto. Fui así memoria de mundo sin memoria.

En El Callao le dije a mi Jesús que se calmara y todo fue enEra la noche con sus variables tonces temblor aplacado, signos, espesa en su pasión herSEGUNDO VIAJE En la casa había un jardín don- serenidad de quien entraba a su mética, lentamente encaminada de a tientas se buscaba la flor reino de silencios. hacia el vacío. No vi más aguas. Sólo atiné a divisar un puerto celeste o extendidas trinitarias, TERCER VIAJE muy cerca de la jaula del mistedesolado, a gran distancia de mi rio. Se avivaba el sietecolores y Dominaban los azules en sitio de linaje y a la espera de un yo miraba, ávido, inalcanzables aquella batalla de cielos. La tar- suceso sorprendente. de se iba alejando en las vueltas frutas. del río, y tras las rocas, sus refleLas cayenas abiertas bajo el jos alzaban castillos, vastas poszinc tostado por lejanos vientos esiones del tiempo que corría del Atlántico. Y al entrar al cuar- hasta otra orilla. to, colgado de pared que olía, Jesús con una mano sobre el Cambiaban los cristales, ojo a ojo brillaban luces de acacias, pecho. Era él. ramajes de colores incitantes. Me sentí mirada devuelta por espejo. PERIODISTAS DE VENEZUELA Nº1 Jesús Sanoja Hernández.

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DE UN POETA A SU LIBRO ÚNICO Autor: LUIS ALBERTO CRESPO

Prólogo para La mágica enfermedad y otros poemas (1997) Por más que se esmere en privarse, en acallar la escritura de su poesía, no sé por qué escrúpulo o postergación de lo que él ha dado en llamar la espera de un tiempo propicio, Jesús Sanoja Hernández goza, yo diría que a pesar suyo, del privilegio de ser el inventor de un libro único en su doble parecido a título íngrimo y a excelencia su autor accedió, no sabemos si por propia voluntad o por apremio ajeno, a un certamen literario, el “José Rafael Pocaterra” de 1968, prestigiado por tres jueces de exigidísimo criterio: Juan Sánchez Peláez, Ramón Palomares y Guillermo Sucre. El libro de Sanoja Hernández fue señalado entre los que merecían su divulgación. De ello se habría de encargar Salvador Garmendia, director de Publicaciones de la Universidad de Los Andes. Para quienes solo mirábamos pasar a Sanoja Hernández por la Universidad urgido de horarios académicos y enjuto de frases, el renombre que siguió a la lectura

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de La mágica enfermedad lo confundía a nuestros ojos con el que mantenía una acezante actividad reflexiva en los periódicos escondidos de la época de Rómulo Betancourt, sea exponiendo su verdadero nombre a la intemperie de sus páginas, sea enmascarándose tras un sinnúmero de seudónimos, con los que podía infiltrarse en los cotidianos de largo traje como El Nacional de Miguel Otero Silva. Peo había horas en que el poeta y el literato se abrían paso entre el papelerío de la jerga ideológica que agobió a aquellos años 60 cuando la guerra de las montañas y las calles la endulzaban las tortas y las muchachas del “Chicken Bar”, se libaba a la salud del miedo y la muerte y se gritaba en voz baja el nombre de los perseguidos con la misma torpeza que se ponía en consumir el alcaloide aventado por el rock de los Beatles en los baños y las mesas desérticas del muy muerto restorán-tertulia. Entonces la escritura de Sanoja Hernández abandonaba la sintaxis de palo seco que le imponía el periodismo de circunstancia y se entraba en su decir memorioso en


busca del libro, el autor o el entorno que lo suscitaba, o bien deslizaba –me empeño en imaginarloalgún poema suyo si n de algún poeta de sus afecto en las páginas de Tabla Redonda, la revista que hiciera “guerra santa” con El Techo de la Ballena, ambos, órganos de creencias estéticas e ideológicas en las que el motivo de encono resultó siempre una nuance de cómo entender la vanguardia al servicio de la violencia política, la pleitesía debida a la Revolución Cubana y el odio a todo lo que despidiera tufo institucional, del que no se salvaban las revistas de los sellos editoriales acólitos del régimen betancurista o siquiera estéticamente puras, estrictamente suspicaces o si no indiferentes al mot d’ordre marxista-leninista-guevarista que corría por los pasillos de la UCV, la Calle Real de Sabana Grande, las mesas de El Gato Pescador, el humo de “Las Masías y el mentado Chicken. Sanoja Hernández duró mucho tiempo en tal ocultamiento. Se mantuvo esquivo a cualquier divulgación bullosa de su poesía. Quienes sí mostraban asidua-

mente sus confidencias eran sus compañeros de grupo, Rafael Cadenas, Arnaldo Acosta Bello, Darío Lancini, Jesús Enrique Guédez, Samuel Villegas… Es verdad que durante los días de “Cantaclaro”, el otro grupo literario donde Sanoja Hernández cerró filas junto con Rafael José Muñoz, dio a conocer su muy cerrado lenguaje poético, barroco casi, gongorino mejor, como si quisiera enfrentarlo al otro, al muy exterior de la información y la reflexión literario-periodística por negarse a rendirse ante la fórmula del realismo socialista que mandaban a practicar Moscú y la Habana y a jugar a la retórica del izquierdismo estético de los de El techo de la ballena. De tales fricciones se hicieron eco la página Clarín de los Viernes y el semanario En Letra Roja, los cuales dirigiera juntamente cerca del más sobresaliente de los balleneros: Adriano González León. Esta mutua responsabilidad no sustrajo a ninguno de los dos la discusión y la polémica acerca de cómo expresar en tiempos de violencia una sensibilidad violenta esquivando la retórica, la fórmula o el patrón donde concluyen todas

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las vanguardias. De esos viernes fogosos de epítetos proviene “Derrota” de Rafael Cadenas. Yo supongo que para quienes conocían su natural evasivo, su austera compostura humana u poética, la desusada voluntad de Sanoja Hernández de querer competir en un concurso de poética ha debido producirles un vivo desconcierto. Lo que no pudieron nunca avizorar es que esa sería la única vez que su amigo habría de participar en una liza literaria. Y no sólo eso: tampoco daría a imprenta alguna los originales de sus poemarios, que son numerosos, pero enterrados en cierto rincón de su legendaria papelería, de los que extrae el inmenso venero de su temario evocativo, su historial de lo mínimo y enorme de la vida política e histórica de Venezuela. Cierta tarde me atreví a inquirirle sobre el porqué de tal decisión. Recuerdo que me dio por única razón algo parecido una dura exigencia, a una autodisciplina y a un tiempo creador del que lo alejaban la obligación universitaria y la obligación periodística. Y eso fue todo, a más de la promesa de que pronto habría de entregarse a escarbar entre sus manuscritos en busca de aquellos el ayer y su implacable -y yo diría represivo- reclamo crítico. Claro que Sanoja Hernández ha entregado en contadas oportunidades testimonios poéticos suyos de nueva vivencia y renovado lenguaje, pero nunca un corpus, un haz, al menos, de su numerosa producción. Subsiste a esa mordaza de su solitario libro al que el escaso tiraje y los años transcurridos desde que fuera impreso en los talleres de l imprenta de Mérida lo han deducido objeto invisible, a referencia de iniciados, siendo éstos los únicos que gozan hasta ahora de su largo esplendor verbal. Invocado sin cesar por sus escasos lectores, la mayoría pertenecientes a la generación de “Tabla Redonda”, “El Techo de la ballena” y los poetas de los años 60, La mágica enfermedad se ha convertido en una suerte de libro sagrado, en el grial de nuestra poesía. Y no sin razón: para quienes hemos mantenido inteligencia con su idioma y su motivación, él nos exalta apenas pronunciaos de memoria cualquiera de sus imágenes donde se da lo suntuoso como cosa fruitiva, la sabrosura de nombrar lo desmesurado en un escritura ratos narrativa pero sobre todo sofrenada por la perfección y en la que exulta la vastedad selvática no desde afuera sino tejida, imbricada en el cómo y en la metáfora, entrañada, pues, en el ser que l punto que 25

nombra lo que pertenece a la historia y a su imaginario –referidos casi continuamente al espacio guayanés de donde proviene Sanoja Hernández- lo transfigura mediante una referencia otra, culta, la cual sirve de soporte al cañamazo de una escritura semioscura, se diría esotérica, con la que u creador deja oír un idioma hecho de pájaros-moscas, de quejas de arcos, centellas, orinocos de la soledad y el festín vegetales y en el que lo abstracto o la cosa pueden tener sentimiento, agredirnos o salvarnos… “lo hueco crece para inflar sonidos”…; “Tengo de cenizas lo que estorba en prisión”…; “el seis muestra su cara”…; “la marca del norte viene dando mordiscos”… y donde se nos da con igual entonación misteriosa la cotidianidad y el ensueño. Libro del asombro puro, cruzado de presentimientos, su idioma engloba indistintamente lo salvaje y lo urbano, el cuerpo y su desolación, lo insular y lo circular que es lo laberíntico selvático, la orilla de mar y de río, de vuelo y caída desde y en sí mismo. Bastaría citar uno solo de sus poemas para medir el alcance brujo de su verbo envolvente, sensualísimo, celebrante, pasando de la intemperie al confinamiento, como este llamado “Pájaro”: Allá va el azulejo entre montes y aparejos,

el minué muerte en su ala es aguja, fibra pequeña


de su canto maltrata insectos silvestres, piñas de color. Allá va el tucusito rondando su corazón de magia Y lanzando en tijera, en pico, en agradable pluma Sobre un sueño que choca, gongorino, en el verano. Allá rasga el perico gorgorán de cielo, falsifica Sombras para lanzas de escarmiento, verdes amores. Allá cierra ojo un moriche y desentona y deshilacha Y a medianoche es sepulcro lila, final de elipsis, Vuelve de mañana con cuerdas de Beach en el trino. Allá dóblase el turpial en gonzalito, la trenza farsante Anúdase en locura, evidente cava del deseo, peligro.

Allá va lo elevado, latido delos ángeles, más, más Inquina en el espacio, invento del tiempo sobre matas Para instalar ritmos por detrás, arriba, en las señales,

Mientras la música troza corolas y pone fuegos y perfumes.

Ahora es tiempo de darle a La mágica enfermedad la vastedad de que está hecho su lenguaje acercándolo al lector innumerable. Inclúyanse algunos poemas recogidos aquí y allá en las páginas de las revistas y suplementos literarios, pues huelga decir que Sanoja Hernández no ha cejado en postergar la promesa de dar a conocer algún día su obra oculta. Contentémonos con exhumar ese libro admirable, extraño como puede ser extraña la aparición del amanecer en el ojo de la tormenta o la forma de lo que somos cuando desaparecemos mientras nos volvemos el motivo

de lo que dice su verbo duro y frágil, tormentoso y sosegado, telúrico y de otros ámbitos. He aquí, por último, un clásico de la poesía venezolana. Nunca su idioma alcanzó tanto parecido a objeto precioso. Cuanto dice y toca e mitifica. Su escritura hace de nuestra misma podredumbre de estar solos un lujo. Esta es, entre muchas otras, su maravilla: La magia que nos contagia más allá de su lectura y el deseo en que nos deja de regresar a ella, siempre.

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SE NOS FUE SANOJA EL MEMORIOSO Autor: CARLOS DELGADO FLORES

Viernes, 8 de junio de 2007. Se fue Sanoja, el memorioso. Se nos fue Jesús Sanoja Hernández (Tumeremo, 1930 – Caracas, 2007), poeta, periodista y profesor universitario, notable cronógrafo de la literatura venezolana y formador de sensibilidades en muchas generaciones de periodistas venezolanos. Entre mis devociones personales, tuvo Sanoja siempre un sitial. Desde temprano representó para mí, un modelo a seguir. Él fue el primer profesor que recuerdo de la Escuela de Comunicación Social de la UCV, siempre me asombró la familiaridad con que se refería a los escritores de 27

la literatura venezolana contemporánea y la precisión del relato de sus anécdotas, de la verdad humana tras las palabras. Claro, con el tiempo vine yo a saber que eran casi “historias de familia”, cómo no iba a conocerlos si eran sus compañeros de ruta, si también él estuvo a la vanguardia de su época, los fértiles 60, desde la revista Tabla redonda, o su participación en experiencias como las de El Techo de la Ballena, en Haa, entre tantas otras. Después conocí al Sanoja periodista: acucioso, con notable capacidad de análisis y comprensión de los procesos históricos. También en esa escritura supo cultivar la memoria para dar con la mentalidad que se escurre tras los hechos y darla a conoc-


a

er al lector con una prosa franca, honesta, pero no por ello desprovista de gracia. Luego vine a descubrirlo líder estudiantil del ’58, en la Federación de Centros Universitarios, universitario de corazón, defensor de la autonomía, de las libertades civiles y de la solidaridad comprometida con la utopía, aunque –hay que decirlo- en los últimos años se ubicó en la acera de enfrente de muchos compañeros de luchas que se han integrado al “proceso” (¿o sería al revés?), las razones de esto están en sus artículos, que se explican a sí mismos con la claridad del día.

Sanoja me enseñó el valor de la memoria no como erudición, sino como detalle que busca la verdad tras los hechos, eso hace un periodista en cualquiera de los tiempos que mira y eso es mi aspiración. Creo que puedo compartirla con algunos de mis colegas y de mis alumnos y agradecerle –donde quiera que esté, ahora- esta lección de vida vivida a plenitud.

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Editor: Víctor Argenis Ordaz Rojas Diseñador editorial: Carlos Fagúndez Colaborador: Maritza Jiménez Trabajo de grado presentada por Víctor Ordaz Rojas para optar al título de Licenciado en Comunicación Social. Ucsar.

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