Del Patriarcado Y Otras Mentiras

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DEL PATRIARCADO Y OTRAS MENTIRAS CONOCER EL PASADO,ENTENDER EL PRESENTE,CONQUISTAR EL FUTURO Legiones de reclutas teóricos han construido un mito sobre el patriarcado que ignora la realidad fáctica, concreta, temporal e histórica de éste, da origen a una fabulación sobre nuestro pasado que se presenta como una suma de horrores y sevicias, de ferocidad y encarnizamiento hacia la mujer llevada a cabo por los hombres. Ello tiene dos resultados de enorme destructividad, por un lado impone a las mujeres creer por fe una narración nunca demostrada, hecha de afirmaciones no verificables, datos descontextualizados o falsificados y consignas y órdenes, un relato que, en muchos casos, niega incluso su propia experiencia y exige a la mujer reinterpretar su biografía según el canon de la ortodoxia institucional. La obligación política de vivir en la mentira intoxica la psique, reprime de forma brutal e inmisericorde el juicio autónomo, nos aleja del mundo real y nos confina en un universo de ficciones y novelerías. Por otro lado, puesto que todo lo que queda atrás es el mal, estan forzadas a adherirse al sistema presente que, al ser su negación, se justifica como el bien. Con ello se realiza un proceso de aculturación de masas al obligarnos a negar en bloque la tradición, es decir, la historia y la cultura de las clases preteridas, y acusar al pueblo de ser el reservorio del machismo y la violencia contra la mujer. Esto nos convierte en personas desarraigadas, compelidas a romper el vínculo con las generaciones pasadas, escupiendo sobre nuestros ancestros y vaciadas del sustrato cultural heredado, haciéndonos seres aislados de forma trascendental, sin raíces, desestructurados, sin sentido de pertenencia, avergonzados, débiles, desamparados y con una identidad tan frágil que es completamente maleable. De este modo queda la mujer sumida en la confusión, la inseguridad y la parálisis; vaciada y preparada para ser reconstruida según los designios del poder. Se nos hace mucho más permeables a todas las formas de adoctrinamiento y manipulación mental que hoy son múltiples y de una eficacia aterradora, algunas diseñadas específicamente para Las mujeres, además, reciben una cuota extra de ideas, conductas y formas de existencia dañinas a través del sexismo político, con ello se pretende que aprendan a amar sus cadenas y detestar la emancipación lo que explica porque están desapareciendo de la brega por regenerar la sociedad y componer la oportunidad de una transformacion revolucionaria


DEL PATRIARCADO Y OTRAS MENTIRAS POR: EL ANTIAUTORITARIO “Quien controla el PASADO, controla el FUTURO, quien controla el PRESENTE, controla el PASADO.” GEORGE ORWELL Quiero dedicarles estas páginas a las gentes de S.C.U.M (Sociedad para el exterminio del hombre): gracias por decir tantas tonterías y por vuestro esfuerzo por evidenciar sus propias contradicciones. Me habéis hecho ponernos las pilas. Para nosotras la lucha es eso, lucha, y no terminamos de entender por qué tenemos que tragar con propaganda sexista en nuestros espacios(Ver http://centrosocialbogota.wordpress.com/2012/01/28/194/) . Sólo encontramos una explicaciones posibles al hecho de que nadie os haya plantado cara: Es que nadie se atreve ya a plantarle cara a nada que se haga bajo el manto protector del feminismo y/o el anti patriarcado: Si un colectivo sacara textos encabezados por “Sociedad para el exterminio de las mujeres”, o de los negros, los homosexuales, etc… no duraría ni una décima de segundo sobre la mesa de ningún Centro Social. Es a partir de estas reflexiones de las que surge estos textos con el que pretendo un acercamiento crítico al actual feminismo y a la teoría patriarcal a partir de la crítica del feminismo y la teoría del patriarcado en sí, su construcción histórica y las bases teóricas sobre las que se asienta. Advertencias previas: • Estoy enfadado, y la idea de escribir estos textos y de hacer este folleto con otros textos (que si bien no son míos si se acercan a mi modo de entender la lucha), nace de ese enfado, pero no escribo desde las tripas, o no sólo, y la reflexión, el debate y el estudio entendido como esfuerzo intelectual por documentarme preceden, junto a la rabia y otras emociones, a su escritura. • Se que puedo herir susceptibilidades de mucha gente. Se que me propongo demoler algunas ideas muy arraigadas en nuestro entorno. Y sabemos que al publicar esto me ganare algunas etiquetas desagradables: “machista”, “sexista”, “patriarcal”… No me importa, ya lo he oído otras veces y viendo desde dónde nos llegan lo consideramos casi un elogio. • También se que habrá quien agradezca estas páginas, compañeras y compañeros que anden tan perdidos e irritadas como yo mismo entre tanto feminismo impuesto y otras sandeces, y por eso he decidido a tirar pa´lante. Creo que tenemos cosas que decir y necesitamos decirlas. Además creemos que ya iba siendo hora de que alguien las dijera. • Otra motivacion que me lleva a escribir y compilar algunos textos es para demostrar con argumentos y hechos por que considero que el patriarcado es una teoría obsoleta y nada concorde con la realidad • Queremos que quede constancia de que el texto “cansados de tanto neo feminismo” incluido aquí el cual agregue por estar de acuerdo con muchos de mis planteamientos ha sido escrito por mujeres y que son contrarias a cualquier tipo de dominación. Compañeras que se parten los cuernos a diario en la lucha por la libertad… así que ahorrense elucubraciones sobre el sexo del autor/autores de este texto y si no estáis de acuerdo con lo que en él se dice, trabaja la crítica un poco más allá de afirmaciones del tipo “seguro que está escrito por hombres”. Aunque tampoco consideran que ser hombre sea ningún descalificativo y, de hecho, animamos a nuestros compañeros a reflexionar sobre este tema y a posicionarse al respecto. • Finalmente diré que, a pesar de las críticas que se vierten aquí al feminismo y a la teoría del patriarcado , vería con agrado que al menos una fracción evolucionase hacia posiciones revolucionarias, no androfóbicas, enemigas de cualquier Estado y anti capitalistas, asentadas en la idea de mujer integral que se hace cargo, en el pensamiento y en la acción, del todo finito de la condición y existencia humana. Con él cooperaría con gusto


CONTENIDO 1)EL PATRIARCADO SEGUN LAS FEMINISTAS 2)VIVIR COMO UN PATRIARCA 3)PRINCESAS DE SANGRE Y FUEGO 4)LA MUJER SIN ALMA Y OTRAS RUEDAS DE MOLINO 5)NI HEMBRAS ATADAS NI PATAS QUEBRADAS 6)EL LADO FEMENINO DEL MAL :LA MUJER EN LA ALEMANIA NAZI 7)LA IDEOLOGIA DE LA VICTIMIZACION 8)LAS MUJERES DURANTE LA II REPUBLICA EN ESPAÑA 9)CANSADAS DE TANTO NEOFEMINISMO 10)LAS MUJERES SE EMANCIPAN A SÍ MISMAS 11)PRECISIONES SOBRE LA VIOLENCIA DE GENERO 12)LA MUJER EN EL U.S ARMY EN LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL 13)LA DESAPARICION DE LA FAMILIA 14)UNA NUEVA REFLEXIÓN SOBRE LA FAMILIA 15)UNA MIRADA CRITICA AL SEGUNDO SEXO 16)EL HOMBRE COMO ENEMIGO:UNA CRITICA AL MANIFIESTO S.C.U.M.


17)CONCLUSIONES(POR AHORA) 18)ALGUNAS DUDAS PARA EL DEBATE SOBRE EL PATRIARCADO ANEXOS 19)MUJERES EN EL PODER 20)MUJERES REPRESORAS 21)MANIFIESTO SCUM(TEXTO COMPLETO) 22)MUJERES QUE MATAN ,TORTURAN Y REPRIMEN 23)MILITARISMO Y ANTIMILITARISMO EN EL SIGLO XXI 24)LA RENTABILIDAD DE MOVILIZAR A LOS OPRIMIDOS 25)SEXO Y PODER EN LA HISTORIA 26)REFLEXIONES FINALES

*Los textos subrayados de rojos son los de mi autoria,en los otros se cita el autor correspondiente


INTRODUCCION “Puesto que la mujer es sujeto de su propio destino será responsable de la consumación de su esclavitud si no acepta la carga de su propia emancipación, eso significa que no debe volver a mirarse a sí misma ni permitir el ser mirada como víctima de la historia, sino como participante activa que, si bien en muchas ocasiones ha sido y será abatida o arrollada por las fuerzas del Estado, tiene, entre sus posibilidades, la de ganar la libertad como libertad para el conjunto de la sociedad” “Del patriarcado y otras mentiras ” es una indagación sobre la realidad del patriarcado que derriba muchos mitos creados por el sexismo político institucional al analizar la realización temporal concreta del orden patriarcal. Así el análisis riguroso de diversas y distantes experiencias de nuestra historia demuestra que no ha sido “el hombre” sino el Estado el artífice de la subordinación política de la mujer. Si las mujeres, como aquí se plantea, han sido sujetos activos del devenir histórico y no meros objetos inconscientes o víctimas de la historia, serán, también hoy, responsables de su propia emancipación y de la regeneración de la declinante La mentira es hoy el fundamento del sistema de poder imperante, como instrumento para la destrucción de la vida social y del propio sujeto.” No hace falta, por el momento, ir a demostrar que el patriarcado (hoy convertido en algo mucho mas complejo pero para muchas feministas cualquier análisis serio de las complejas relaciones de dominación, como las que existen actualmente, es dejado de lado a favor de una ideología en la cual el hombre domina y la mujer es la víctima de esta dominación) triunfa con la anuencia y cooperación de grandes grupos de féminas, hace milenios. Hay libros interesantes al respecto, algunos escritos por mujeres, que lo muestran. Atengámonos, empero, a nuestra historia inmediata para ver que han sido, y son, grandes masas femeninas las que han apoyado activa y fieramente el patriarcado. Veámoslo rápidamente en la guerra civil española . En el bando franquista cerca de un millón de féminas estaba en organizaciones de mujeres de extrema derecha al acabar la contienda, sobre todo en la Sección Femenina de Falange y en Las Margaritas de la Comunión Tradicionalista, salvaguardando activamente el patriarcado y, en ocasiones, dando su vida por él. En el bando republicano, o antifranquista, encontramos lo mismo en esencia. Cuando en 1936 miles de mujeres cogen el fusil y se lanzan a la lucha, lo que fue un actuar magnífico, todas, digo todas, las organizaciones femeninas del republicanismo y la izquierda (Mujeres Libres también), con más o menos doblez o virulencia, desautorizan a aquellas heroínas y corean la consigna de las mujeres a la retaguardia, dejando el frente como espacio exclusivo de los varones. Aquí unas féminas se enfrentaron a otras en un asunto central. Este caso es una manifestación obvia de que el machismo es cosa de ciertas mujeres y organizaciones de mujeres, por más que éstas se digan emancipadoras de las féminas. Las y los que culpan a los hombres y exculpan al Estado de la preterición de la mujer arguyen que, puesto que el hombre es homicida por naturaleza, debe ser la ley positiva la que proteja a aquélla de una violencia supuestamente de base biológica, innata al varón, que siempre estará ahí. Pero ese aserto tiene dos objeciones. Una, que el Estado, hasta el presente es sobre todo una organización de hombres, con las mujeres en minoría dentro de éste (aunque incrementado su porcentaje de manera muy rápida), por tanto, lo que demandan las y los partidarios de la androfobia es que los hombres defiendan a las mujeres, con lo cual se auto-refutan.


El segundo mentís está en la creciente incorporación de féminas a actividades no sólo violentas sino en muchos casos genocidas en beneficio de los poderes constituidos, misóginos. Por ejemplo, las operaciones de bombardeo contra Libia realizadas por la OTAN en 2011 fueron dirigidas por la brigadier del ejército del aire de EEUU Margaret Woodward, de 51 años,piloto de combate ella misma. El argumento de que la señora Woodwart resulta excepcional no se tiene de pie pues cientos de miles de mujeres, quizá millones ya, se están incorporando a los ejércitos, y a las policías, por todo el mundo, y con su actuar mantienen el actual sistema de discriminación y opresión de las mujeres. En unos pocos años su número se multiplicará. Por otro lado hay millones de varones que defienden y se esfuerzan por llevar adelante la pelea por la emancipación total de las mujeres contra el estado y el capitalismo, contra los hombres y las mujeres que lo mantienen. El categorizar el asesinato de una mujer por un hombre como feminicidio, considerándolo una especie más grave de delito, no va mejorar la situación. Tampoco el considerar una violación como un acto terrorista, va a disminuir este tipo de crímenes, cuando los países que “gozan de las bondades” de la Pena de Muerte, tampoco han bajado los índices delictivos. El capitalismo y el Estado pueden adaptarse perfectamente a las reformas sociales, que no afecten sus fundamentos: una sociedad donde las mujeres y los hombres, los homosexuales,los niños y los ancianos, los negros, los blancos, los indios, los árabes, los judíos y los budistas tengan el mismo derecho y posibilidades de acceder a los beneficios de ser explotados y oprimidos Ninguna de las grandes calamidades que sufren las mujeres en nuestras sociedades se solucionarán recurriendo a este tipo de construcciones de dudoso valor académico. La legitimidad que se busca a través del discurso científico será útil para aprobar proyectos de ley y para obtener subsidios del Estado o las ONG’s adineradas de Europa y EE.UU. Será eficaz para las feministas reformistas de vocación democrática. Pero escaso beneficio obtendrán las mujeres golpeadas, violadas, asesinadas y explotadas, por asumir que la raíz de todos sus males reside en la institución del patriarcado. En este sentido, discurrir en los términos usuales de machismo o sexismo, dentro del contexto de explotación capitalista y de opresión estatal, resulta más acertado. Se ha dicho que las teorías que aceptan la existencia del patriarcado pueden tener un origen feminista -que pretenden impugnarlo Pero hay algo más en lo que convergen. La teoría del patriarcado supone que los varones tienen un acceso privilegiado, y en algunos casos exclusivo, al poder político, económico, social, familiar y religioso, en detrimento de las mujeres. El 95% de las teorías feministas que aceptan la idea de patriarcado, discuten sobre la legitimidad de hombres y mujeres para acceder a los cargos de poder y autoridad, pero sin poner en tela de juicio las estructuras de poder. Esto es algo previsible en un sexista. En el caso del feminismo(con algunas escasas excepciones, muy valiosas y respetables por lo demás) se evidencia su carácter intrínsecamente reformista. Lejos de combatir estas estructuras, lo que se pretende es integrarlas en igualdad de condiciones. En lugar de eliminar las fuerzas armadas y policiales, las mujeres las engrosan; en vez de eliminar las cárceles, se sugieren nuevas figuras delictivas y mayor severidad en las penas; en lugar de eliminar la explotación y la autoridad política, se amplían los cupos para asegurar una clase política y empresarial basada en la igualdad de género. Las y los anarquistas históricamente hemos rechazado este feminismo integrador a las estructuras de explotación. Pero tampoco el discurso anarquista ha sido impermeable a muchos de estos conceptos como el de patriarcado, ni a mucha de las teorías de des construcción de los géneros de cuño típicamente post moderno. La teoría del patriarcado puede no tener que ver mucho con la realidad de hoy en dia ni con el anarquismo, pero eso no excluye lo que es verdaderamente importante: eliminar los perjuicios que provoca el sexismo y el machismo a millones de personas que los sufren, desde las ablaciones de clítoris hasta la desigualdad salarial, desde la violencia doméstica hasta el derecho a decidir sobre el propio cuerpo. La emancipación humana no tiene género. Para nosotros, anarquistas, no es un problema de ciencias ni academia, sino de ideología: es decir, es un asunto de ética, una cuestión de justicia.


Si amigos, la libertad, la libertad para todos, no es un género al que deseamos libertar, si tal fuera el caso eso sería una reforma. Deseamos la libertad económica(entendida como la autogestion y la toma de los medios de producción no confundir con el liberalismo económico), política y social para todos sin excepción. Pero no es identificando al hombre con el poder como se consigue esa fraternidad. Personalmente, que por ser hombre se me identifique con los explotadores y represores del Estado, me parece ya de hecho un insulto grave y poco amistoso. Reafirmo aquí lo que había dicho ya al comienzo: no desconocemos ni negamos la opresión que hay hacia la mujer, y consideramos que la eliminación de esa opresión es un avance importante en el camino hacia el anarquismo, pero la lucha no es en contra de esa bestia negra que llaman “Patriarcado”, pues el poder ha mutado tanto, de forma que hoy ya no es para nada el mismo que el del siglo XVIII. Empeñarse en que existe ese sistema de dominación no solo es negar los últimos 50 años, sino que es además un camino que nos aleja de los principios del anarquismo que indican que debemos constantemente actualizar nuestras ideas conforme los tiempos avancen, so pena de vernos rezagados de la actualidad y convertirnos en coleccionistas de historias de hace dos siglos. Existe una opresión hacia la mujer, eso es bien evidente. Pero también existe una opresión hacia el hombre y es también bastante evidente. Ambos géneros sexuales somos víctimas de un órgano de poder llamado Estado, donde hay hombres y mujeres explotando y reprimiendo a hombres y mujeres. Hay hombres y mujeres de arriba (en el poder) y hombres y mujeres de abajo (en el pueblo) ¿Cuestión de género o de autoridad? La respuesta también es muy evidente.


EL PATRIARCADO SEGUN LAS FEMINISTAS Se publican estos textos para conocer de mano de las teoricas feministas que entienden por patriarcado y su posterior refutacion vienen en los siguientes textos 1 DEFINICION DE PATRIARCADO : Entendemos por patriarcado el actual sistema de organización política, económica, religiosa, ideológica y social basado en la autoridad y liderazgo de los hombres sobre las mujeres, y del predominio de los valores socialmente considerados como masculinos sobre los considerados femeninos. La lógica patriarcal se constituye como un conjunto de relaciones basadas en los pares de opuestos dominio-sumisión, paternalismo-dependencia, etc. Si bien desconocemos el origen del mismo (para el que, no obstante, existen diversas hipótesis explicativas, tanto desde la arqueología como desde la antropología) parece haberse consolidado con los inicios de la agricultura y la sedentarización entre las poblaciones indoeuropeas y semitas durante el proceso conocido como "Revolución Neolítica". La sociedad patriarcal, y las relaciones que la sustentan, tiene como consecuencia la exaltación unilateral de rasgos socialmente reconocidos como masculinos y esperados en el comportamiento de los hombres, tales como la competitividad, la agresividad, la envidia, el egoísmo, el orgullo, el individualismo, en un primer término, y de otros derivados, como pueden ser el gusto por el consumo, la mercantilización de la imagen honorable, el amor a la justicia, etc. En las sociedades patriarcales, como la nuestra, se hace imprescindible la naturalización de las diferencias y características propias de cada sexo. Estos mecanismos se materializan en los procesos de adquisición de propiedades culturales reconocidas como femeninas o masculinas a los seres humanos nacidos hembra (con cromosomas XX) o macho (con cromosomas XY), respectivamente, que son, a la vez, mutuamente excluyentes. A su vez, dichas diferencias son presentadas como ajenas a las leyes sociales, esto es, prehumanas, y por lo tanto fuera del alcance de cualquier posible reformulación. En la práctica, el patriarcado actúa como un sistema punitivo que gestiona su poder premiando los posicionamientos, acciones, etc. Que le son propios y/o le benefician y castigando los que cuestionan su posicionamiento hegemónico. De esta manera, tanto los hombres que no representan las características patriarcales arriba descritas como las mujeres son castigadas y minusvaloradas social y culturalmente. Respecto a los primeros, los hombres que no representan la lógica hegemónica son tratados de débiles, inferiores, indecisos, desertores… En el patriarcado, a las segundas les es reservado el papel de la subordinación, la dependencia, la otredad. En el caso de que alguna de ella se encaminase a cuestionar este orden, consciente o inconscientemente, la lógica patriarcal no le acogería amigablemente entre sus filas, sino que doblemente sería castigada por intentar contradecir la naturaleza, subvertir el orden lógico de las cosas, renunciar a su posición originaria y normal. Así pues, el patriarcado se expresa a través de múltiples formas de violencia. Puede ser violencia económica, que ataca la independencia material de las mujeres, o violencia simbólica, que rechaza cualquier modelo distinto de ser hombre/mujer y estar en el mundo como tal. Se expresa a través de la exclusión de la representación social de las personas o grupos de ellas que no representan o no perpetúan la lógica patriarcal en el espacio público, y de su participación en el mismo y sus ámbitos de toma de decisión a través de un cuestionamiento y negación de su autoridad. De igual modo, infantiliza y victimiza tanto a las mujeres, por el simple hecho biológico de haber nacido hembras, como a toda persona que contradiga esas lógicas, y las hace socialmente pasivas. Esto es lo que se ha querido expresar con el termino heteropatriarcado, en tanto que expresión patriarcal que no sólo liga la subordinación de la mujer al dominio del hombre, sino que al hacer lo propio con los modelos de feminidad y masculinidad respectivamente, castiga socialmente (a través de la denigración, la burla, el olvido) aquellos comportamientos afectivo-sexuales que no se orientan exclusivamente al sexo contrario. Así, en el caso


de la experiencia sexual y afectiva, se manifiesta en el componente de dominio sobre la sexualidad y la libertad sexual de las personas. El patriarcado, actuando como cualquier poder temeroso de perder su posición de privilegio, castiga cualquier posición de rechazo al orden patriarcal, desechándolo a los márgenes, subsumiéndolo en la anormalidad, lo disparatado, lo destructivo, lo necesitado de auxilio y ajuste. Como declara Claudio Naranjo, “las diversas neurosis de carácter conocidas por la experiencia clínica constituyen a la vez las respuestas típicas alternativas de las personas ante la cultura patriarcal.” Por su parte, Kate Millet, al intentar ahondar aún más en la realidad patriarcal de la actualidad como un auténtico sistema sexo-político, hizo célebre su frase de lo personal es político, expresión con la que intentaba explicar cómo el poder social, monopolizado principalmente por los hombres, no quedaba sujeto únicamente al espacio de lo público, sino que también en el ámbito privado el patriarcado actuaba como un componente ideológico que acaparaba todos los espacios de la vida humana, cuestionando igualmente las dicotomías dentro/fuera, privado/público, como realidades claramente diferenciables que se regían por lógicas igualmente distintas. El poder del patriarcado, nos viene a decir K. Millet, es ejercido y está presente en cualquier ámbito de la vida humana, es omnipresente. Una de las consecuencias más extendidas del patriarcado es la misoginia, verdadera fobia social a cualquier espacio, sonido o acción, por más vaporosa que sea, que provenga de una mujer. Actualmente, esa fobia se ha ido modernizando, transformándose en los usos y actitudes entendidos como machistas, que en un primer término no significa sino el entendimiento de que las mujeres son inferiores a los hombres (y así, todo lo que tenga que ver con ellas, o provenga de ellas), pero que en un segundo momento se manifiesta de manera más sutil, como explica Virginia Woolf, en la idea de que no es que las mujeres sean inferiores a los hombres, sino que éstos son superiores a las mujeres. Igualmente las lógicas, valores, comportamientos y actitudes personales masculinizadas gozan de mayor prestigio que las no masculinizadas. El patriarcado, como el género, queda finalmente desenmascarado como una construcción social y cultural, esto es, humana, y por lo tanto creado, y con la consecuente capacidad de ser moldeado, ignorado, transformado, reemplazado, abolido . Bibliografía consultada y de interés: EXPLICACIÓN ABREVIADA DEL PATRIARCADO. Dolors Reguant. - PATRIARCADO, en Diccionario de estudios de género y feminismos. Marta Fontenla. - LA MENTE PATRIARCAL. Claudio Naranjo. - POLÍTICA SEXUAL. Kate Millet. UNA HABITACIÓN PROPIA. Virginia Woolf UNA UNIÓN MAL AVENIDA: HACIA UNA UNIÓN MÁS PROGRESIVA ENTRE MARXISMO Y FEMINISMO. Heidi Hartmann

El patriarcado. Justificación ideológica de una discriminación milenaria. •Patriarcado: Estructura sociopolítica que articula la sociedad mediante el control masculino del poder religioso, político, económico, y militar. •SER Hombre = SER persona: Protagonista de la historia. -Decide (Toma las decisiones) -Ordena. Ejecuta -Hace uso de su libertad.


•Mujer (sin personalidad jurídica, ni alma): •A) Mujer sometida= Mujer buena -Acata las leyes y decisiones masculinas(discriminatorias) -Obedece a un tutor (padre o esposo) masculino que firma por ella -Vive bajo la tutela de un hombre que administra todos y cada uno de los aspectos de su vida (patrimonio) •B) Mujer insumisa= mujer pecadora (pecado = delito) -Es sometida a Exclusión, humillación, castigos y asesinato. Mediante leyes, y costumbres “culturales” discriminatorias. Ejemplo: se lapida a la adultera y se prohibe la independencia femenina Hacia un entendimiento del Patriarcado como sistema de opresión Para la mayoría de las personas la lucha feminista se presenta como una lucha “antihombre”, la equiparan al machismo, creen que busca la superioridad de las mujeres por sobre los hombres, etc. Lo anterior, demuestra la ignorancia que se tiene en torno a la connotación y la importancia que ha tenido la lucha feminista, en tanto emancipadora para nosotras las mujeres, como también en su gran aporte a la teoría de las clases sociales. Creemos que para lograr entender la lucha feminista y su aporte, es importante el develamiento del sistema patriarcal como sistema de opresión esencialmente hacia las mujeres, pero que aporta elementos de manera sustancial a la generación y conformación de los más diversos sistemas económicos de explotación. En los años 70’s las feministas radicales logran, luego de años de tener la sensación de que había un “algo” en donde se sustentaba la opresión hacia las mujeres, dar un cuerpo teórico al sistema patriarcal hasta ese momento no considerado en las diferentes perspectivas de cambio social. No obstante, el prominente desarrollo de la crítica y la producción en torno a esta herramienta teórico/práctica, hasta el día de hoy se encuentra denostada e invisibilizada. En definitiva ¿qué es el patriarcado? Para responder esta pregunta podemos citar a Dolores Reguant, quien señala que “es una forma de organización política, económica, religiosa y social basada en la idea de autoridad y liderazgo del varón, en la que se da el predominio de los hombres sobre las mujeres; del marido sobre la esposa; del padre sobre la madre, los hijos y las hijas; de los viejos sobre los jóvenes y de la línea de descendencia paterna sobre la materna. El patriarcado ha surgido de una toma de poder histórico por parte de los hombres, quienes se apropiaron de la sexualidad y reproducción de las mujeres y de su producto, los hijos, creando al mismo tiempo un orden simbólico a través de los mitos y la religión que lo perpetúan como única estructura posible”[1]. De esta definición se puede extraer principalmente que es un sistema que se ha ido conformando paulatinamente, profundizando sus raíces con cada sistema económico con los cuales ha convivido. Además, de sufrir un proceso de naturalización, a tal modo, de pasar inadvertido en nuestra cotidianeidad sin ser cuestionado en casi ninguna esfera de la sociedad; demás está mencionar los aportes que han hecho grandes “genios” de la humanidad (Aristóteles, Tomas de Aquino, Proudhon, Napoleón, Einstein, entre otros) en la tarea de dar sustento “científico” al paradigma en donde lo masculino es la medida de todas las cosas generando la subordinación de las mujeres. Otras definiciones que encontramos son más polémicas, pues, definen el patriarcado como un “…pacto -interclasista- por el cual el poder se constituye como patrimonio del genérico de los varones”[2]. Por


otro lado, Marta Fontela asevera que “el patriarcado puede definirse como un sistema de relaciones sociales sexo–políticas basadas en diferentes instituciones públicas y privadas y en la solidaridad interclases e intragénero instaurado por los varones, quienes como grupo social y en forma individual y colectiva, oprimen a las mujeres también en forma individual y colectiva y se apropian de su fuerza productiva y reproductiva, de sus cuerpos y sus productos, ya sea con medios pacíficos o mediante el uso de la violencia”[3]. Sin duda, estas afirmaciones son altamente polémicas puesto que plantean un pacto interclasista, que destaca la transversalidad que tiene este sistema de opresión a través de las clases sociales. De ahí el surgimiento de consignas tales como: “No hay nada más parecido a un machista de izquierda que uno de derecha”. Ambas definiciones establecen un pacto entre hombres, que aunque estén en desigualdad de condiciones económicas, es decir, pertenecientes a diferentes clases sociales, van cediendo en algunos puntos, siendo capaces de articularse en función del patriarcado. Como bien plantea la feministasocialista Heidi Hartmann, para un análisis del patriarcado dentro de las sociedades capitalistas: “el salario familiar es un pacto patriarcal interclasista entre varones de clases sociales antagónicas a efectos del control social de la mujer”[4]. Haciendo hincapié en la perspectiva histórica del surgimiento del capitalismo, en donde, la mano de obra femenina fue relegada al ámbito privado. Un poco de historia… El sistema patriarcal surge alrededor de 10.000 años atrás, vinculando su origen con el proceso de sedentarización y el cambio de mentalidad de sociedades colectivizadas horizontales a sociedades individualistas jerárquicas y la consecuente aparición de las clases sociales. Así lo grafica Marcela Lagarde, quien establece que “la opresión de las mujeres es parte de los fenómenos que confluyeron en la conformación de la sociedad de clases y que contribuyeron a mantenerla”[5], es decir, las prácticas patriarcales anteceden al surgimiento de las clases, al ser un paso elemental de un cambio de mentalidad de sociedades igualitarias a sociedades que se basan en la opresión y explotación de parte de su población para funcionar. Es por lo anterior que las feministas establecen que hay una vinculación directa entre el patriarcado y los diversos sistemas económicos, pues ha sido parte esencial de su conformación (como el esclavista y el feudal), estableciendo actualmente una clara alianza con el sistema capitalista. “Las sociedades patriarcales de clases encuentran en la opresión genérica uno de los cimientos de reproducción del sistema social y cultural en su conjunto”[6]. Y he aquí donde radica la importancia del aporte del feminismo, pues entrega una teoría trascendental a la lucha de clases, volviéndola claramente una aliada epistémica, ya que es capaz de entregar la base teórica para entender la opresión especifica de las mujeres. Opresión que sin duda, no hallaba respuesta en la sola teorización de las clases sociales. Esta miopía teórica da como resultado que muchas de las “grandes” luchas sociales que han sido llevadas a cabo por el “pueblo” no han significado lo mismo para hombres que para mujeres, presentándose muchas veces como perpetuación de los roles asignados socialmente a nosotras. Así también, la teoría del patriarcado, es capaz de definir relaciones estructurantes de poder en la sociedad, es decir, cuando hablamos de relaciones patriarcales, no nos referimos solamente a las que se dan como una opresión de los hombres hacia las mujeres, sino que también, cuando estamos ante situaciones autoritarias, de violencia, jerarquías, etc., pues todos ellos constituyen elementos centrales de sociedades patriarcales-clasistas. En relación a lo anterior, ya no podemos pensar análisis, por ejemplo, del Estado, la política, los partidos políticos, sin considerar el profundo arraigo patriarcal que tienen dichas instituciones, por lo anterior, la lucha feminista es intrínsecamente antipartidista y antiestatal. Por ello se torna interesante comenzar a incorporar este sistema de análisis a nuestros discursos y propuestas de cambio de sociedad, sino seguiremos condenando a la mitad de la humanidad a una


constante opresión, “las discriminaciones sobre las mujeres surgen no sólo en su relación con el sistema económico, sino también con el sistema de una dominación masculina hegemónica. No se trata de privilegiar el género o la clase, sino de entrelazar estos ejes de dominación”[7]. Vemos necesario, entonces, comenzar a cuestionar nuestras prácticas más cotidianas e ir aportando en la construcción de sistemas integrales que den respuesta a la totalidad del colectivo social, ya no más fragmentada ni priorizando unas luchas por sobre otras. Finalmente, se puede afirmar que uno de los grandes aportes de la teoría patriarcal es que descubre y quita el manto de “biológico” y “natural” a la opresión de las mujeres volviéndola transformable y cuestionable. [1] Reguant, citado en Varela, Nuria, Feminismo para Principiante, España, p. 177. [2] Amorós, Celia. Mujer, participación, cultura política y Estado. Ediciones de La Flor. Argentina. 1990. p. 10. [3]Fontela, Marta. “Diccionario de estudios de Género y Feminismos”. Editorial Biblos. 2008. http://www.nodo50.org/mujeresred/spip.php?article1396. [4] Amorós, Celia, op. cit., p. 10. [5] Lagarde, Marcela. Los cautiverios de las mujeres: madreesposas, monjas, putas, presas y locas. México. 1997. p. 96. [6] Lagarde, op. cit., p. 95. [7] Feminismo(s) y Marxismo: ¿una boda “mal lograda”?. Texto de Manuela Tavares, Deidré Matthee, Maria José Magalhães, Salomé Coelho. Escrito por [V.I.R.U.T.A] Visionaria Insumisa Rebelde (Unión Trabajadoras Autónomas)

(Fragmento Artículo : Victoria Sau) PATRIARCADO Decir que el Patriarcado es una estructura no escrita pero inscrita en la sociedad es algo que repito como un latiguillo, pero que ahora voy a poner por escrito, que es tanto como poner por escrito el Patriarcado, e intentar explicarlo lo mejor que pueda. Que no está escrita dicha estructura es obvio, de lo contrario funcionaría como un Estatuto, una Constitución, o el propio Decálogo del cristianismo. Tendríamos a la vista su articulado para ser sometido a posibles revisiones, cambios o sustitución por otro. Si el Patriarcado hubiera estado escrito quizá hace mucho tiempo que lo habríamos suprimido y sustituido por otro orden de cosas, Pero no lo está; es una institución flotante, algo así, como un humo que lo envuelve todo pero que no se deja aprehender. De ahí que sea importante analizarlo, desglosarlo, captarlo en toda su medida; en una palabra: escribirlo. Para que así pueda ser leído una y otra vez, comentado, criticado y descalificado hasta su extinción. No se trata únicamente de estar "anotado" o "apuntado". El patriarcado está infiltrado por todos los poros de la sociedad. Se inició hace unos miles de años -un soplo en la historia-, en tiempos ágrafos, y se fue instalando aquí y allá, según las circunstancias lo hacían propicio, y por medio de la difusión cultural siguió su expansión hasta hacerse universal. Una vez se descubrió la participación masculina en el proceso de procreación del ser humano, los hombres, más fuertes y poderosos por lo general que las mujeres, tuvieron la excusa que necesitaban para terminar con el monopolio de la maternidad, referente alrededor del cual giraba la sociedad entera, incluida la fertilidad de los campos y los animales. Lo que existía anteriormente no era un matriarcado, ya que ello hubiera supuesto que las mujeres se habían hecho con el poder


intencionadamente, en un momento dado. Por esto el profesor Borneman (1975) llama a este período matrística; las relaciones humanas y las costumbres estaban mediatizadas por las mujeres y la maternidad, fenómeno natural del que emanaban los principios rectores por los que se gobernaban los grupos humanos. Para terminar con el Patriarcado las mujeres no han de conformarse con su pensamiento de que son diferentes en función del sexo pero iguales en tanto que seres humanos. Al hacerlo simplemente así usan la razón femenina -que es la verdadera- pero les dejamos a ellos con la suya, la falsa, aunque paradójicamente la falsedad se encuentre en posición dominante. La parte masculina de la sociedad montó, desde tiempos lejanos, una estrategia en razón de la cual. lo falso -que no éramos tan seres humanos como ellos- se puso en el lugar de lo verdadero, mientras que lo verdadero quedó postergado por los siglos de los siglos. De ahí las falsedades acumuladas que continuamente empañan el acontecer humano, porque la mentira de los orígenes tiene su continuación en todas las demás cuestiones, como no podría ser de otra manera. Las mujeres deben pues ponerse en el lugar del otro sin dejar de ser ellas mismas, para poder entender el funcionamiento de su filosofía de la vida. Para desmontar algo primero hay que conocer cómo está construido, donde están los tornillos, las bisagras, los empalmes, al estilo, valga el ejemplo, de una banda de ladrones muy inteligentes que estudian cómo desactivar todos los sistemas de alarma que les han de conducir a la gran caja fuerte de un gran Banco. Porque el pensamiento patriarcal tiene sus rendijas, sus descosidos y sus agujeros, unos pequeños, otros ya bastante grandes, por los que va camino de su desaparición. El Patriarcado está compuesto de usos, costumbres, tradiciones, normas familiares y hábitos sociales. Para perpetuarlos, para que siguieran vigentes una generación tras otra, hizo falta algo más que la Ley, ley del Padre, fueron necesarios educadores, filósofos, pedagogos, médicos, religiosos, juristas y políticos. Toda una red de servidores del nuevo sistema, a veces incluso con la complicidad de algunas mujeres que siguieron el refrán "de lo perdido saca lo que puedas". El mundo, que siempre ha sido uno, ahora está además globalizado, o sea que lo que ocurre en cualquier lugar de la tierra se hace visible a la totalidad de la misma, está bajo la mirada de todos los seres humanos y además nos concierne; no tenemos excusa para sustraemos a lo que ocurre en cualquiera que sea la parte. Esto es una ventaja para poder ver el Patriarcado en toda su extensión, en su multiplicidad de manifestaciones, porque ello permite acotarlo, encerrarlo en el círculo que le es propio, objetivarlo de una vez por todas. Los pilares. La gran diversidad cultural del mundo hace que los fenómenos patriarcales no sean exactamente los mismos en todas partes. Aquí hay divorcio y allá está prohíbido; aquí las mujeres están obligadas a vestir de una manera y allí, de otra; hay zonas de liberación de la mujer más avanzadas que las demás, y así sucesivamente. Pero para que un sistema de cosas, un orden, se sostenga, necesita algunos pilares que lo afiancen definitivamente, que sean inmutables. Y uno de esos pilares es la prostitución. Esta se da aquí, allá y más allá. Juega con el factor universal. Cuenta con el respaldo de la mayoría de los hombres aunque para otras cuestiones sean entre ellos enemigos acérrimos. La prostitución da carta de naturaleza al Patriarcado al presentarse como un fenómeno tan duradero en el tiempo que le hace confundirse con lo natural, es decir que está en la esencia misma de la sociedad sin posibilidad de cambio. En esto consiste ser un pilar, el más firme del patriarcado. No obstante, las mismas argucias que sirven para justificarla demuestran que no es natural sino histórica, de otro modo no serían necesarias, como no lo es tener que justificar que hay que comer, beber y dormir, por ejemplo. En ocasiones se ha dicho que las prostitutas existían para salvaguardar la honestidad de las mujeres decentes, como si una mujer "decente" no corriera el riesgo, según sus circunstancias, de caer en la prostitución. Otras se dice que es un mal imprescindible. Y, mayoritariamente, que es el oficio más viejo del mundo. En todo caso, del mundo patriarcal.


Derrotadas históricamente las mujeres y conseguido su estado de sumisión había que mantener la espada en alto para que no les quedasen dudas acerca de quién tenía el mando y cuál era su lugar en este mundo; una humillación permanente, una herida siempre abierta en el colectivo femenino La Guerra es el otro pilar que fundamenta el patriarcado. Prostitución y Guerra están íntimamente entrelazadas. La primera es la puesta al día permanente del Matricidio (crimen originario contra la Madre). Estas mujeres están pensadas para no tener hijos, pero como los tienen a pesar de todo, éstos ocupan el lugar más bajo de la sociedad. ¿O acaso alguien ve al hijo de una prostituta como gerente de un Banco, alcalde de una ciudad o miembro de un Parlamento? La Guerra es lo que viene a continuación. Una vez los hombres se hubieron apoderado de las mujeres y de su prole y conseguido su vasallaje quedó establecido entre ellos el concepto "poder". Ya tenían en propiedad un gran colectivo que se repartieron entre todos, aunque no por igual. Marx y Engels vieron la propiedad de la tierra como el primer paso hacia la propiedad privada, pero como varones que eran no advirtieron que la primera posesión que había tenido lugar, para la que necesitaban esa tierra de forma organizada, era el haber hecho suyas a las mujeres, mientras que todo lo demás vendría dado por añadidura. Más no todos los hombres recibieron un lote igual de mujeres en el reparto de las mismas, y con ellas, de las tierras correspondientes. Los más agresivos, fuertes, violentos y dominantes se quedaron con el mayor número, e incluso hombres hubo que no obtuvieron ninguna. La diferencia entre unos y otros estaba servida y con ella el enfrentamiento. Por el procedimiento de acaparar mujeres muchos hombres quedaron privados de ellas, mientras los que tenían muchas gozaban del privilegio de reunir en un intervalo reducido de años, entre doce y veinte, un "ejército" de hijos y una buena cantidad de hijas que se los seguían suministrando. El rey bíblico Salomón tuvo, según consta en la Biblia, "setecientas mujeres de sangre real y trescientas concubinas" (1 REYES, 11,3). Los hombres con más mujeres e hijos tenían más poder que los demás, y o bien los convirtieron en súbditos o vasallos, o en enemigos. A esto se añadieron la posesión de tierras y animales. Así prostitución y guerra son los dos pilares de base del Patriarcado. En un caso, las mujeres situadas sin ambages en e1 lugar más infamante, y los hombres por su parte subidos al podio de la máxima violencia. La guerra y la virilidad van parejas. La poligamia masculina, cuyo verdadero nombre es poliginia -po1iandria sería la mujer que dispusiera de diversos o muchos hombres-, sigue estando por desgracia de actualidad en el mundo. La po1iginia es todavía un residuo patriarcal demasiado extendido aun en el mundo, muy fiel reflejo del reparto de mujeres que son tomadas como otra clase de ganado, en este caso reses humanas. Es el otro extremo de la prostitución, y como casi siempre, los extremos se tocan. Epílogo (??sinceramente me deja desconcertado esto) De cara a la abolición del Patriarcado sería importante, entre otras decisiones a tomar, la de elevar una demanda a un foro internacional de la política, las Naciones Unidas (ONU), para que llevase a cabo la acción siguiente: Cinco hombres, uno de cada continente del mundo, en representación de todos los varones del planeta, leerán un documento en el cual se pida oficialmente perdón a todas las mujeres por las ofensas a que han sido sometidas durante el transcurso del Patriarcado. Una mujer de cada continente estaría presente y la ceremonia terminaría con un apretón de manos que sellara un tiempo pasado y abriera la puerta de uno nuevo. Este acto y el documento correspondiente servirían para dar testimonio de la historicidad del orden patriarcal al mismo tiempo que lo anularía. A buen seguro muchas situaciones indeseables, de hecho, se producirían todavía. Un papel, por importante que sea, no es suficiente para dar fin a todo un estado de cosas, por otra parte tan complejo. Pero dichas situaciones -agravios sexistas de toda índole- estarían penalizadas de


derecho, 1o cual las iría reduciendo hasta llegar a su total extinción. Que se cumpla. Barcelona 17-5-2006 Victoria Sau

PACTOS ENTRE MUJERES Luisa Posada Kubissa 1. Patriarcado y sororidad (o la sororidad como revulsivo contra el patriarcado) El término patriarcado puede definirse brevemente como ese entramado de pactos que pone el control de la sociedad en manos masculinas. De este modo, el poder recae en los hombres, poder que, en nuestras actuales sociedades desarrolladas, pasa por los núcleos relacionados con la política y la economía. Y, con ello, las mujeres quedan excluidas de todo el ámbito de las decisiones que afectan a las sociedades en las que viven. Aun cuando resulta inadecuado para nuestros intereses aquí realizar una retrospectiva histórica sobre el desarrollo del patriarcado, basta una somera mirada hacia la historia del pensamiento o de la razón que lo ha arropado (y que, por tanto, permite hablar de una razón también patriarcal) para obtener conclusiones evidentes: " La sociedad codificada por los hombres decreta que la mujer es inferior (...). No han sido una inmutable esencia ni una culpa elegida las que las han destinado a la inmanencia, a la inferioridad que se les ha impuesto". Pretender que la relación patriarcal es algo natural, por lo que no requiere legitimación, es una trampa que ha de ser desvelada (al modo como, desde otro terreno, Marx denunció la ideología que intenta sostener la existencia de la propiedad privada como una supuesta ley o derecho natural). Incluso pensadores tan críticos y socialmente avanzados como fueron muchos ilustrados caen en el espejismo de imponer, cuando se trata del tema de la relación entre los sexos, "(...) las estructuras de la razón patriarcal" pretendiendo hacerlas pasar como las de la razón tout court (al respecto, véase aquí Ilustración). El sesgo patriarcal y, por tanto, parcial (o no-universal) que la historia de nuestra cultura toda manifiesta permite afirmar, desde las investigaciones feministas más actuales, que "la posición de la mujer "sabia" en la sociedad primitiva hasta la imposición de la cultura civilizada (30,000 5,000 a. C.)" es la historia de la progresiva pérdida de cualquier mínimo poder femenino y la sustitución de la "humanidad" por la "masculinidad”. Tal situación se refleja como eje central que recorre todo el desarrollo intelectual, comúnmente conocido como nuestro legado cultural. Y, como no podía ser de otro modo, sus implicaciones en la historia del saber y del pensar sobre los sexos / géneros adquieren los perfiles de una auténtica definición de "qué es eso de ser mujer" por aquellos que evidentemente no lo son; "Desde la antigüedad hasta por lo menos finales del XVIII, los filósofos han encontrado siempre necesario legar a su mundo contemporáneo y al de la posteridad las mismas afirmaciones acerca de la mujer, hechas siempre desde su consideración como un status marginal". Este discurso teórico, que se constituye sobre el orden puramente simbólico, encuentra lógicamente su traducción en el orden práctico / político del devenir cotidiano y configura las relaciones socio-sexuales como patriarcales, dividiendo la unidad del ser humano, que se convierte así, por arte de "birlibirloque", de especie única en una suerte de "doblete genérico", donde el sexo masculino dominante ocupa el espacio completo de los individuos-ciudadanos (véanse Patriarcado e Ilustración, en lo relativo a "pactos patriarcales").


Si se plantea la necesidad de desvelar y desmontar este estado de cosas, para orientarse Hacia una crítica de la razón patriarcal , parece una tarea ineludible reconocer al enfermo antes de diagnosticarle y ponerle el debido correctivo terapéutico. O, en otras palabras, la crítica feminista a la impostura patriarcal pasa por el conocimiento de los mecanismos sobre los que gira el propio patriarcado (los llamados "pactos patriarcales"). Pero, además, el objetivo radica en reconocer, a partir de los "diagnósticos", aquellos correctivos que este sistema patriarcal necesita para quienes, no sólo sufren, sino que además han generado su capacidad de respuesta a partir de su ubicación marginal y sometida en el mismo; es decir, para las mujeres. Entre aquellas que el patriarcado ha condenado a "(...) la falta de participación (...) en el juego político (...)", lo cual" (...)se explica si conocemos que la construcción social de Genero se remonta a tiempos prehistóricos". La conciencia femenina de su sometimiento dentro de la estructura patriarcal y la revuelta ante el mismo recibe un nombre inicial: "sororidad". Y con su análisis, abordamos el segundo aspecto de las presentes consideraciones que quieren mostrar cómo la idea de "sororidad", fructificada y asumida a partir de la llamada "segunda ola de feminismo" (véase Feminismos), supone un producto del propio patriarcado, pero esta vez con el peligro añadido que podríamos llamar el "síndrome de Frankenstein": que el producto se vuelve contra su creador (porque precisamente le obliga a ser "producto", lo que, en la mayoría de los casos, provoca la propia pérdida de sí como conciencia, pero conlleva también el peligro de desalienarse y convertirse en una criatura peligrosa para su propio creador). Ser producto en el tema de las relaciones entre los géneros (estructuradas a partir de la diferencia entre los sexos) implica saberse un ser designado, por las conceptualizaciones, los valores y los catálogos de virtudes diseñados por otros. Y sin necesidad ni posibilidad de realizar quí un recorrido histórico, sí podemos afirmar que el patriarcado, en tanto designación externa acerca de qué es eso de "ser mujer" y cuál es su ámbito propio, así como en tanto que estructuración de relaciones genéricas (englobado en las más amplias y complejas estructuras sociales, pero adaptándose asombrosamente a todas ellas), "sigue siendo el poder de los padres: un sistema familiar, social y político, en el que los hombres por la fuerza, por la presión directa, o a través de rituales, tradiciones, leyes o lenguaje, costumbres, etiquetas, educación y la división del trabajo determinan qué parte corresponde jugar o no jugar a las mujeres y en qué medida la mujer ha de estar siempre sometida al hombre". El "patriarcado de la razón", como muchas teorías feministas han analizado, pierde ya en la modernidad todo su pudor e instala así definitivamente "sus reales". Y con ello, la razón misma y los filósofos en general ejercitan una suerte de "naturalismo sociológico", que en el tema de los sexos conlleva un sentimiento de inferioridad hacia las mujeres (y en ellas mismas), en tanto objetos de sometimiento como algo dado "per naturam": "La mujer está hecha para someterse al hombre, incluso para soportar sus injusticias. Nunca podréis reducir a los muchachos al mismo punto; en ellos se exalta el sentido interior, que se revuelve contra la injusticia, pues la naturaleza no los formó para tolerarla". Pero ese "sentido interno" (...) contra la "injusticia" también lo comparten las mujeres con la especie humana toda. Y así, el término francés sororité (de uso frecuente en su versión castellana y de hecho ausente en los diccionarios de la lengua española) parece con toda la fuerza de su raíz etimológica: "Sor" (definida oficialmente como "hermana", casi siempre en relación con el ámbito religioso), hermana efectivamente a las mujeres en la conciencia y el rechazo del papel que les ha tocado jugar en el guión patriarcal. Antes de entrar en detalle en qué se dice (qué decimos) al hablar de "sororidad", quizá convenga recordar a Simone de Beauvoir, cuando suscribe a su vez las palabras de Laforgue: "No, la mujer no es nuestra hermana; por medio de la pereza y la corrupción hemos hecho de ella un ser aparte, desconocido, que no tiene más arma que su sexo, lo que no sólo significa guerra eterna, sino también una guerra malsana - adorando u odiando, pero no compañera ideal, sino un ser que forma legión con espíritu de cuerpo, de masonería - y los recelos de una pequeña clase esclava". Esta cita de Beauvoir-Laforgue se convierte en doblemente pertinente, puesto que aclara pues


aclara por negación lo que luego puede retomar por afinidad: efectivamente, se dice con toda claridad que "la mujer no es nuestra hermana". Y ello significa que ha quedado excluida del ámbito de la fraternidad, ámbito masculino por definición, en el que se fraguan los pactos que sirven para perpetuar la desigualdad genérica y que constituye el reverso del término que vamos rastreando aquí: la sororidad. Por tanto, podemos conceder que, al menos en una primera aproximación, ya sabemos algo del asunto: que "sororidad" no es sino la "otra cara" (quizá oculta, como la de la luna, o más bien ocultada) de la "hermandad de los iguales" (varones) o "fraternidad". Por otro lado, la cita de Beauvoir-Laforgue constituye una definición no explícita de algo así como la "sororidad", y esta vez por sinonimia: supuesta una "guerra eterna" entre los sexos -cosa que, por cierto, Kant suscribiría plenamente, resulta que las mujeres formarán una "legión", un "espíritu de cuerpo", en definitiva: una "masonería". Y visto así, y atendiendo a las connotaciones contrarias ya apuntadas entre "sororidad" y "fraternidad", habrá que convenir que la definición de la primera ("sororidad") resulta por afinidad con el término "fraternidad", en tanto que "grupo": grupo más o menos organizado, con mayor o menor conciencia de su marginación o de su condición desigual ("a la baja", claro está), pero cuyos "recelos" lo hacen, si no temible, sí al menos tan misterioso e imprevisible como una logia clandestina. La "sororidad", como suceso histórico, ha debido ser al menos tan antigua en su existencia como la "fraternidad", si bien no se retoma políticamente hasta la segunda ola del feminismo (véase Feminismos). Ya en el libreto de la ópera turca de Mozart, El rapto de serrallo, aparece la figura de una mujer, Blonde - criada de Konstanze, presas ambas en el harén oriental del poderoso Selim -, que encarna una proto-conciencia de "sororidad", o al menos de solidaridad femenina. Se trata de un personaje que expresa explícitamente un individuo pensante y políticamente crítico: aparte de llamar a las mujeres turcas a la rebelión, concluye por exclamar que "la mujer es la mujer donde sea", y apela a su no-sometimiento. El feminismo de los setenta insistía en la opresión común sufrida por todas las mujeres, más allá de las diferencias de clase, raza, religión o cultura. Todas las mujeres eran hermanas bajo una misma dominación y una esperanza de lucha. Desde algunas posiciones feministas actuales se reclama "superar la sororidad como modelo de relación entre mujeres", y se propone como alternativa reconocer la "autoridad", que establece una "jerarquía" entre las propias mujeres (si bien, se nos dice, evitando toda semejanza con el modelo masculino del mismo corte). Este modelo permitiría "registrar y saber vivir el sentido de superioridad de otra mujer, apoyándose en ella como en una palanca para la liberación de los propios deseos". Pero, desde estas posiciones el llamado affidamento italiano (véase Feminismos y Diferencia) también se reconoce que "la manifestación más positiva de un igualitarismo feminista es la sororidad". ¿Qué se entiende aquí por "sororidad"? Veamos cómo se define: "Desde su nacimiento, la política de las mujeres ha realizado una operación que sólo ahora se está haciendo evidente: separar la autoridad del poder y hacer orden simbólico, estando este último, quizá inevitablemente, dominado por la síntesis del poder" . Con ello parece que por fin se nos sitúa la "sororidad" en algún lugar: dentro del "orden simbólico" generado a espaldas del "orden social". Pero cabe objetar que tal ausencia femenina en el orden práctico / político puede ser algo distinto de una opción voluntaria: se trata, más bien, de a quién, por consenso de otros, se le deja elegir entre "lo que hay y lo que sigue habiendo" (esto es, entre "lentejas" y "lentejas"); algo así como una adscripción al orden puramente simbólico por el mero hecho de ser mujer. Cabe imaginar que la "sororidad", plasmada en la acción y en la participación políticas, ha sido el fermento de los pactos entre mujeres hoy posibles. Pactos que entienden que, más allá de que "en tanto que se nace mujer" se está determinada para toda la vida por esta circunstancia a un orden simbólico social establecido por los hombres", es posible entrar en una práctica política y desveladora. Qué duda cabe que los pactos establecidos entre la "fraternidad" de los iguales -esto es, de los


hombres/ ciudadanos - incluyen esa óptica patriarcal, que convierte a las mujeres en parte de los objetos pactados; efectivamente, el paradigma de una "mujer" relegada al espacio privado doméstico no es otra cosa que la condición para que el hombre/ ciudadano pueda dedicarse de lleno a las tareas que exige el ámbito público (político, laboral, etc.). De este modo, el contrato establecido por la sociedad (y, en particular, desde la modernidad) convierte a las mujeres en un objeto más, cuya ubicación en el entramado social y cuyo modelo de comportamiento queda como fruto de un pacto masculino (con lo cual se revela el carácter de objeto reificado, que adquiere el colectivo femenino en estos trámites patriarcales, y que permite hablar de las mujeres como de un objeto de transacción o intercambio de los propios pactos patriarcales). Con ello se relega al conjunto de las mujeres "al espacio de las idénticas, de la indiscernibilidad", a ese espacio en el que "no se produce lo que en filosofía llamamos principio de individuación ". De este modo, las mujeres devienen en una identidad/ totalidad amorfa, que se mueve sin individualidades en el espacio privado, por así decirlo, "como una sola mujer". Sin embargo, es posible aceptar la comprensión de la "sororidad" como una progresiva conciencia que, desde lo simbólico, llega a plasmarse en las posiciones políticas donde las "hermanas" la construyen "entre individuas, que libre y mutuamente se la conceden". Y desde esta perspectiva pasaría de ser un "misticismo inadecuado" a convertirse en el camino hacia la pelea política feminista por el reconocimiento de la igualdad, e incluso, contra la mutilación de la más urgente reivindicación de sí como subjetividad individualizada. En este sentido, la conciencia común que han ido tejiendo las mujeres sobre la necesidad de "hermanarse" con otras mujeres confiere al término "sororidad" ese eco positivo, también históricamente detectable, de irse poniendo del lado de la "otra" (y no del "otro", del "hermano") para cuestionar y modificar su puesto de relegación diseñado por el dominio patriarcal. Estas afirmaciones precedentes nos catapultan ya sin remedio al tema nuclear de este artículo: Pactos entre mujeres. Quizá valga la pena concluir este primer acercamiento recordando que también la poesía de algunas mujeres ha recogido esa noción de "sororidad", como es el caso de Adrienne Rich: "En este mundo, es de suma importancia/ contar con un apoyo/ que no pueda ser minado:/ así escribió/ una mujer, algo valiente y algo buena/ que luchó contra aquello que apenas comprendía./ Pocos hombres en torno podrían o harían más;/ por ello se la calificó de arpía, de puta y de fiera" . 2. Pactos entre mujeres a) La consolidación de la idea de pacto patriarcal (o la definición de una exclusión) Como venimos viendo hasta aquí, mal que bien definir la "sororidad" pasa por aceptar ésta como resultante de los paradigmas masculinos, en particular de aquellos que en la modernidad confieren a las mujeres un valor de objeto transaccional en la relación contractual que se impone en ese momento como perspectiva sociológica (véase Ilustración; también Patriarcado). De este modo -recordemos las palabras de Rousseau -, los pensadores de finales del siglo XVII y, sobre todo, los del XVIII (el "Siglo de las Luces"), ante el tema de la diversidad de los sexos, optan por relegar al "bello sexo" (en terminología kantiana) fuera del espacio de los iguales/ ciudadanos/ individuos. Y así, las mujeres permanecen dentro de una aletargada existencia en su espacio (el privado), alejadas del ámbito de lo público (y político): cabría decir que, desde un estricto sentido de individualidad y de sujeto, más que en una aletargada existencia, las mujeres son ubicadas en la inexistencia de lo puramente abstracto (como la "mujer"). Pero tal pacto de exclusión/ reclusión de las mujeres (exclusión del ámbito cívico/reclusión del ámbito doméstico y privado) tiene que producir lógicamente alguna reacción por parte del "sujeto" (las mujeres) pactado como objeto. Porque "el sujeto nunca puede vivirse a sí mismo completamente como objeto, por mucho que sea hecho objeto por otro". El peligro de permanecer en una "sororidad" que no traspasa el ámbito de los simbólico y de conciencia de la exclusión de los pactos patriarcales germina en una posición feminista, que se autocomplace en la trampa de la autoestima genérica: la "mujer" como esencia de todas las virtudes, en definitiva catalogadas como tales por


los pensadores masculinos. Tal posición inmoviliza, no ya la pelea por el reconocimiento de la igualdad entre los sexos (más allá de las evidentes diferencias biológicas), sino que además puede mutilar algo mucho más urgente: la reivindicación de sí misma como individualidad diferenciada. Desde aquellas mujeres que intentaron por vía de los ideales de la Ilustración participar del quehacer humano y social - y a quienes, por cierto, la historia oficial ha negado, o simplemente ha nombrado de pasada (como Emilie de Chatelet, Lady Montagu, von Knigge, y otras muchas en torno al siglo ilustrado) -, hasta las más conocidas protagonistas del movimiento sufragista inglés (véase Feminismos), podemos trazar una línea genealógica de aquellas mujeres que, parafraseando de nuevo una investigación reciente, se conceden "libre y mutuamente" el rango de "individuas" . Estas mujeres traspasan sin duda el umbral de la pura conciencia común de su marginación, convirtiendo la sororidad, ya tempranamente, en acciones intelectuales y políticas que rechazan y delatan la ideología de los pactos patriarcales. Si, simplificando mucho, acudimos al concepto de "pacto", recogido de uno de sus teóricos por excelencia, obtenemos la siguiente definición: "Antes del pacto de asociación sólo existían voluntades individuales. Pero el acto asociativo tiene un carácter sintético por el cual todas las voluntades se transforman en una sola voluntad general". Y tal acepción de "pacto", en términos generales, se retoma nada menos que de las entrañas conceptuales de Jean Jacques Rousseau. Si convenimos con Carole Pateman en que "el contrato social presupone el contrato sexual, y la libertad civil el derecho patriarcal" , entonces parece claro que ese pacto social, que "crea la moderna fraternidad patriarcal" , no funcionaría sin esa previa organización sociosexual. Como ya investigó Kate Millet , pionera en el tema de la teorización del patriarcado, la fraternidad patriarcal, al entronizar la categoría de objeto contractual y la consiguiente exclusión del mismo (que no es otra que la de las mujeres), provocó una respuesta revulsiva a finales del siglo XIX. Por así decirlo, este revulsivo consolidó el paso de las mujeres de la noción y la conciencia a la acción política. Por ello debe servirnos como inicio de la relación (difícil) entre mujeres y política, que configura aquí el apartado siguiente. b) Mujeres y política ( o necesidad de los pactos entre mujeres); Desde que Mary Wollstonecraft (1759-1797) reivindicara los "Derechos de la mujer" frente a los denominados "Derechos del hombre", o Margaret Fuller (1810-1850) intentara aplicar el radicalismo americano desde una visión feminista, hasta llegar a los más conocidos episodios sufragistas en su lucha por el derecho al voto, hay toda una relación de nombres y acontecimientos que avalan el creciente interés político y participativo por parte de las mujeres, que van tomando posiciones frente a su situación de inferioridad legal y cotidiana respecto a la de los hombres. Recordaremos brevemente que, tras la Convención de Séneca Falls y su consiguiente declaración de 1843, de desata la actividad feminista a favor del voto femenino: surgen las primeras formas del pacto entre mujeres, de un pacto político y estratégicamente orientado. Así, Harriet y John Stuart Mill, las hermanas Pankhurst y, en fin, toda la acción política que desde las inglesas se extiende a otros países conllevan una red de negociaciones, acuerdos y disensiones que caracterizan a toda actividad contractual (al menos cuando se pacta en clave política). En Francia, la "Societé de la Femme", con Marie Deraisme y Louise Michel (aproximadamente alrededor del año 1876), refleja también este movimiento de las mujeres "hacia adentro de lo público" o, si se prefiere, "hacia fuera de lo privado"; en cualquier caso, hacia una participación práctico-política. También, algunas figuras de nuestra extraña Ilustración, como Concepción Arenal (1820-1893), testimonian la insistencia de las mujeres por "hurgar" esta vez en la "cosa pública", y no sólo entre los cacharros de la cocina. La noción "pactos", desde la perspectiva política, adquiere en el caso de las mujeres una acepción que carece de univocidad presente en la cita ya apuntada de Rousseau. Porque tal univocidad e, incluso, claridad universalizadora se difuminan si le aplicamos una mirada feminista: aquí, la hermenéutica, las herramientas conceptuales de interpretación del feminismo


muestran toda su capacidad crítica, al desvelar la fórmula rousseauniana como equívoca, confusa, y, por demás, parcial en lugar de universal. Revertido al terreno (teórico, práctico y político) de la relación entre los sexos, la aparente neutralidad de este discurso contractualista toma partido y esconde que las mujeres, carentes del rango de voluntades individuales, se someten a la voluntad general de quienes, como ciudadanos, participan del "acto asociativo". Y, a la vez, a la voluntad individual de quien, como poseedor de la misma, las desposee de tal cosa, convirtiéndolas en una amorfa colectividad sin elementos, esa "la mujer", con la que se las define genéricamente y, a la vez, se las anula de facto (como "individuos"). La lógica consecuencia de lo dicho será que "generalizando, podríamos decir que las mujeres como grupo tienden a tener menos acceso al poder y a los recursos controlados por el Estado". Pero, supongamos que, más allá de las reticencias (culturales) de las mujeres ante la política y/o el Estado (patriarcal, por definición), fuera posible un pacto interclasista e, incluso, interideológico entre mujeres políticas. Y que tal pacto entre ellas respondiera a una convicción prioritaria: la de frenar la desigualdad genérica, que somete y rebaja a la mujer a un "status", sino de inexistencia, sí de marginalidad. ¿Por qué suponerlo? Tal hipótesis tiene una constatación histórica y ha devenido en algo empíricamente contrastable, tanto en los pactos más cotidianos como en los que realizan los propios grupos y asociaciones feministas entre sí (incluso para el simple hecho de organizar una manifestación o cualquier otra actividad pública), como, ya a escala "macro-política", en alianzas políticas que, como el caso escandinavo (y, en particular, el noruego), pasaremos a considerar aquí el apartado siguiente. Como se verá, en tal ejemplo paradigmático la relación política / poder, por un lado, y mujeres, por otro, se logró invertir a favor de los intereses de estas últimas. Y ello fue posible desde el planteamiento feminista unitario de sacare el mayor beneficio posible al Estado (Padre) Benefactor. Lo que una alianza política entre mujeres puede dar de sí, tanto como la utilidad y necesidad de establecerla, pasa hoy necesariamente por nuevos parámetros socio-políticos que, si bien diferenciados de cada país, incluso entre los de la propia Europa, presentan denominadores comunes inesquivables a la hora de tener en cuenta el nuevo terreno sobre el que se juega. Así, el "modelo de sororidad del siglo XIX" jugó un papel indiscutible a la hora de mantener los lazos y evitar en algo el aislamiento de las mujeres, cuando los "lazos de hermandad" impusieron ya de manera definitiva el modelo de la familia nuclear sobre el de la familia extensa. Posiblemente fue esa vía de escape contra el aislamiento total la que permitió que las mujeres no desaparecieran del todo del mapa político, de modo tal que el feminismo se convirtió en una fuerza "profana e iconoclasta", que "mira a los pactos patriarcales y descubre sus trucos"; que implica "la intrusión de las mujeres en el espacio iniciático (de la política)"; y que lo hace, además, convencido de que "el poder de una mujer individual está, pues, condicionado al de las mujeres como genérico" Esta unidad de las mujeres en su genérico colectivo (= mujer), si bien no pretende tener un fundamento ontológico, real e incuestionable -pues quien duda ya de la individualidad como único reducto del ser radicalmente algo / alguien -, sí permite una práctica feminista que vaya conquistando terreno para esos sujetos (o "sujetas") negadas en la historia que son las mujeres. El simple hecho de reconocer tal cosa es ya una práctica política contractual: exige la "genericidad reconstruida por pacto" para poder construir "desde dentro", desde las propias mujeres, un nosotras sujeto con identidad propia. Pero la relación entre mujeres y política, e incluso la conveniencia de entrar en esta última, de facturación patriarcal, resulta espinosa y cuestionable hasta para algunas tendencias del feminismo actual. Sin embargo, tal cuestionamiento se produce en unas sociedades europeas. Donde todavía la igualdad no tiene en el terreno de la práctica democrática su reflejo en tanto que paridad parlamentaria; y "la proporción de las mujeres que se presentan no aumenta, o


incluso disminuye (máxime cuando hay que destacar como una "victoria" la episódica nominación de Edith Cresson para el cargo de Primera Ministra de Francia)". Sin duda, la política de nuestras sociedades europeas es hoy una profesión que "requiere de una dedicación en tiempo y energía bastante alta", para la cual "la socialización de las mujeres, combinada con sus responsabilidades domésticas, son un impedimento para la competencia en el poder político". Luego parece claro que habrá que pensar en qué estrategias políticas e, incluso, en qué modelos políticos son los más adecuados para que las mujeres tengan acceso, a pesar de su situación "deficitaria" socialmente, en este terreno, a la arena del poder público. Y ahí están las múltiples declaraciones de los más altos organismos políticos europeos que proclaman, no ya la participación de las mujeres en la política, sino incluso el favorecimiento de esto, es decir, las llamadas acciones o discriminaciones positivas en su favor (véase Acción positiva). Porque las cifras están ahí, entre 1975 y 1985, Dinamarca encabeza la lista de los países con mayor representación político-parlamentaria femenina, por encima de los Países Bajos, Luxemburgo, Alemania (entonces República Federal Alemana), Bélgica, Irlanda y, por supuesto, Portugal, Italia o España34. Y si atendemos a los informes del Servicio de Información de Mujeres en Bruselas, encontramos que los países escandinavos presentan en general las cifras más elevadas de participación de las mujeres en el terreno político, laboral, en las organizaciones políticas y sindicales, en las universidades, en la educación, etc. Por tanto, cabe preguntarse, al margen de la polémica relación entre mujeres y política qué ha hecho posible que en estos países sí se haya dado tal cosa sin que (al menos los hechos así lo avalan) el mundo haya sufrido ningún traumático cataclismo. Sin duda, además del modelo político, habrá que rastrear los pactos entre mujeres que evidentemente subyacen (y posibilitan) un proceso de actividad política y feminista tan asombrosamente eficaz. A concentrarnos en este aspecto dedicaremos el apartado siguiente, que necesariamente habrá de sintetizar y comprimir en una breve relación lo que podría entenderse como una experiencia cronológicamente más extensa y, sin duda, como un refrendo de la necesidad de los pactos entre mujeres para el feminismo (sobre lo que este apartado 2 ha querido reflexionar). Cosa que, en definitiva, puede resumirse como: "(...) que las mujeres resuelvan el conflicto interior que supone su resocialización y que ocupen el puesto que los corresponde en esta nueva sociedad". 3. Algunas reflexiones para concluir Retomemos el hilo seguido hasta aquí: hemos visto cómo la relación patriarcal (encardinada en distintos sistemas históricos y sociales) produce como revulsivo la conciencia de la opresión por parte de sus víctimas, las mujeres. Esta primera reacción o "sororidad" permite en un segundo momento que las mujeres, excluidas de la idea de "pacto" definida por el patriarcado, decidan, desde una posición feminista, "tomar al asalto" el terreno de la política que se les ha vedado. Y tal decisión exige estrategias y modelos políticos que pasan por la necesidad de pactar entre ellas. El desarrollo de una experiencia de alianza política entre las feministas escandinavas (y, concretamente, el caso noruego) nos catapulta ahora, y de hecho ya hemos entrado en materia, a realizar una breve reflexión, no ya del ejemplo práctico propuesto, sino a partir del mismo. Nos hallamos, por tanto, al final de un recorrido que, por fuerza, ha de ser sucinto y puede servirnos a modo de conclusión (se entiende de conclusión de este artículo sobre Pactos entre mujeres, y no de "dar carpetazo" a la polémica o al tema en sí). Los planteamientos recogidos de la experiencia política del "feminismo estatal" noruego nos llevan a replantearnos conceptos fundamentales, tales como el de Estado o, con mayor precisión, el del Estado en su relación con el ciudadano. El concepto de ciudadanía parte de un reparto de papeles en la sociedad que, o bien son excluyentes entre si, o bien simplemente no aparecen como tales: se invisibilizan. En esta no-existencia o invisibilidad, las mujeres han


venido desarrollando trabajos no reconocidos como tales, en todo lo que se refiere al ámbito doméstico (esposas, crianza de los hijos, etc.), así como en lo que se hace a la prestación de servicios asistenciales (que en su mayoría se han designado como "beneficencia"). La noción de trabajador ha venido siendo hasta ahora la connotación de un sujeto masculino, portador del salario familiar y que, lazado al terreno de la vida pública/ laboral, precisa de una segunda persona que desarrollo las tareas para las que este sujeto (el auténtico "trabajador" de la familia) no tiene tiempo. Desde un punto de vista feminista, podemos revalorizar ese trabajo no reconocido que recae sobre las mujeres. O también (en la línea de Hernes) convertirlo en un trabajo compartido y remunerado para ambos sexos. Se opte por una cosa u otra cosa, lo que sí parece deducirse de la experiencia histórica es que ese paso del sector femenino de la esfera privada-doméstica a la pública-laboral (y política) no es algo que la organización patriarcal haya acometido, ni vaya a acometer como propio. Sin la conciliación, la negociación, en fin, sin los pactos entre las mujeres mismas, difícilmente puede el patriarcado asumir algo que, en definitiva, va contra él mismo. La relación entre las mujeres y el Estado - esa totalidad jurídica cuya estructura de dominio es también patriarcalmente engendrada - resulta particularmente conflictiva, por cuanto su participación en él implica volver a conceptualizar, desde parámetros no-patriarcales, qué es y quiénes son los ciudadanos y las ciudadanas. Esta necesidad de redefinición que hallamos en la obra de las investigadoras escandinavas (de la propia Hernes, pero también de Berit Äs o de Bitte Nordstrom), se encuentra también en el pensamiento actual de teóricas de la órbita norteamericana: "En lugar de definir lo privado como lo que excluye a lo público, debería comprenderse lo privado - desde el más absoluto sentido de una rama de la teoría liberal como la parte del vivir y el hacer propios o ajenos, que todo individuo tiene el derecho de cerrar a los demás (...). De este pensamiento se derivan dos principios: a) que ninguna institución o praxis social debería excluirse a priori como instrumento adecuado de la discusión y la expresión públicas; y b) que ninguna persona, acción o aspecto de la vida individual puede ser condenado a la privacidad". También dentro del ámbito germano, otras teóricas feministas apuntan esta misma necesidad, no ya de ampliar, sino de volver a definir la ciudadanía en términos que incluyan la emancipación definitiva de las mujeres: "Si existe un camino para salir de este círculo, no consistirá en señalar las debilidades del concepto de emancipación tal como tradicionalmente se han acuñado, sino antes cien en la asunción y la recepción seria de sus fuerzas. Estas residen en la crítica a las relaciones existentes y en un concepto de emancipación que tienda hacia la integración (...)". Sin duda, las posiciones son divergentes dentro del feminismo, tanto en lo que hace al modelo político adecuado (ahí las posturas neoliberales hasta el "feminismo estatal"), como en el seno de la propia teorización feminista (que va desde la defensa de la igualdad, hasta los llamados hoy "feminismos de la diferencia" (véanse Igualdad y Diferencia, respectivamente). Esto, sin embargo, no hace otra cosa que atestiguar hasta qué punto el pensamiento, la acción la orientación del feminismo siguen estando hoy vivos. Si convenimos en que "las feministas ya no pueden resistir al patriarcado como fenómeno universal, pero sí ante ejemplos concretos de patriarcado, pueden oponerse a estructuras patriarcales concretas",entonces tendremos también que conceder que tales resistencias parciales (que no coyunturales) exigen aún más claramente la voluntad de pacto entre las mujeres para llevarlas a cabo. Esto es lo que el presente artículo ha tratado de mostrar, aún a sabiendas de las múltiples complejidades y matizaciones que han tenido que quedar aquí, por fuerza, de lado. Quizá quepa concluir con una reivindicación como la que sigue, que permitiera plantearnos, si no es, en gran medida, la aceptación de lo utópico (pero posible) el acuerdo o pacto prioritario que debería presidir toda iniciativa feminista, aún por concreta o coyuntural que ésta fuera: "En tanto que visión política feminista, ¿estamos en disposición de articular un modelo mejor


para el futuro, que el de una política democrática radical que promueva también los valores de la ecología, el antimilitarismo y la solidaridad entre los pueblos? (...). De hecho, nosotras, como mujeres, tenemos mucho que perder, entregando la esperanza utópica a algo totalmente distinto". Bibliografía Amorós, C., Hacia una crítica de la razón patriarcal, Anthropos, Barcelona 1985. Amorós, C., Mujer y crítica política (curso en Buenos Aires, 28, 29 y 30 de julio de 1987), Estudios e Investigaciones Latinoamericanas, Buenos Aires 1990. Amorós, C., "El nuevo aspecto de la polis", La balsa de la medusa, No. 19-20 (1991). Äs, B., "El papel político de las mujeres", en J. Astelarra (comp.), Participación política de las mujeres, CIS, Madrid 1990. Astelarra, J., "Las mujeres y la política", en J. Astelarra, (comp.), Participación política de las mujeres, CIS, Madrid 1990. Balestrini, L., Campari, M., Sattler, T. "Nicht glauben Rechte zu haben" (ponencia presentada al V Congreso Internacional de la Asociación "Die Philosopin"), en A. Deuber-Mankowsky, U. Ramming y E. Wallesca Tielsch (comp.), 1789 / 1989. Die Revolution hat nichy stattgefunden, Diskord, Tubinga 1989. Beauvoir, S. De, El segundo sexo, 2, Trad, Pablo Palant, Siglo Veinte, Buenos Aires 1968Benhabib, S., "Feminism and Postmodernism: An Uneasy Alliance", Praxis International, 11, No. 2 (julio 1991). Cobo Bedia, R., "Crisis de legitimación patriarcal en Rousseau", en C. Amorós (coord.), Actas del seminario permanente Feminismo e Ilustración, 1988-1992, Instituto de Investigaciones Feministas de la Universidad Complutense de Madrid, en colaboración con la Dirección General de la Mujer de la Comunidad Autónoma de Madrid, Madrid 1992. Collin, F., "La parité: une autre démocratie pour le France. Elle ne s'use que si on s'en sert", Misogynies. Cahiers du Grif, N. 47. (1993). Conferencia de Nairobi, "Estrategias de Nairobi orientadas hacia el futuro para el adelanto de la mujer" (Serie Documentos, 4), Ministerio de Cultura, Instituto de la Mujer, Madrid 1987. Consejo de las Comunidades Europeas, "Recomendación relativa a la Promoción de Acciones Positivas a favor de las Mujeres" (13 de diciembre de 1984, 84/635/CEE). Deuber-Manko Wsky, A. "Weibliches Interesse in Moral und Erkenntnis", en Konnert< (comp.), Grenzen der Moral, Diskord, Tubinga 1991. Giménez Segura, M. Del Carmen, Judaísmo, psicoanálisis y sexualidad femenina, Anthropos, Barcelona 1991. Falcon, L., Mujer y sociedad. Análisis de un fenómeno reaccionario, Fontanella, Barcelona 1969. Hekman, S.J., Gender and Knowlwdge. Elements of a Postmodern Feminims, Polity Press, Cambridge 1990. Hernes, H. M., El poder de las mujeres y el Estado del Bienestar, Trad. María del Carmen Apreda,


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VIVIR COMO UN PATRIARCA Algunas reflexiones sobre el lote de trabajos y cargas tradicionalmente asignado al varón, junto con ciertos ejemplos históricos que ponen de manifiesto: o bien la profunda oligofrenia de una clase supuestamente dominante y patriarcal que, de modo incomprensible, se ha reservado para sí los cometidos sociales más ingratos y arriesgados; o bien la sensatez de unas culturas y civilizaciones capaces de adoptar el reparto más eficaz de funciones que les ha permitido sobrevivir y prosperar a lo largo de los siglos y preservar sus valores y costumbres, su libertad y su bienestar frente a otros grupos y culturas, sin imaginar que los herederos y beneficiarios directos de esa excepcional singladura histórica acabarían renegando de ella y reprobándola por "patriarcal". Con la conclusión políticamente incorrecta de que, en el marco de cualquiera de las dos hipótesis anteriores, los grandes "marrones" históricos han recaído de modo preferente sobre el varón. En una escena de la película El Patriota, un miliciano entra en la iglesia durante el oficio dominical. Pide voluntarios para combatir contra los casacas rojas (ingleses). Nadie reacciona. Los hombres parecen absolutamente desinteresados de la cuestión. Entonces se levanta una joven y bella muchacha y suelta una enérgica arenga: qué pasa, qué clase de hombres sois que no acudís a defender vuestra libertad y la de vuestras familias, etc. Avergonzados, algunos voluntarios empiezan a ponerse en pie,pronto seguidos por otros y otros… Al final, todos los que están en condiciones de luchar marchan a la guerra, mientras las mujeres, incluida la heroína de la arenga, los despiden a las afueras del pueblo. Ellas se quedan. Nadie vería nada extraño en esa escena abrumadoramente verosímil, en esa actitud de la mujer que empuja a los hombres a luchar por sus familias (esposas incluidas) y su libertad, mientras ellas se quedan pacíficamente en sus casas. Tampoco nadie consideraría extraña la reacción del hombre, siempre dispuesto a recortar sus pautas de conducta con arreglo al patrón que realzará sus méritos ante los ojos de la mujer. O a obedecer a instintos de protección familiar anclados en las profundidades de su código genético. Es algo que viene ocurriendo así desde la noche de los tiempos, y probablemente por buenas razones. El único problema es que, una vez más, ese botón de muestra de una tenaz realidad histórica no encaja en la teoría feminista del patriarcado opresor. Una feminista ortodoxa que, contrariando la tendencia natural del feminismo, repase a fondo el libro de la historia sentirá reforzarse, sin duda, su ya sólida convicción en la estupidez de los varones. Porque sólo una clase opresora profundamente estúpida se reservaría para sí, al hacer el reparto social de funciones, las más arriesgadas, penosas y difíciles. Evidentemente, al referirnos a la supuesta opresión de un sexo por el otro, es decir, al antagonismo de clases a nivel doméstico, es preciso tener en cuenta el desencuentro social más amplio de los grandes grupos históricos. Porque, aún admitiendo con las herederas ideológicas de Engels que el hombre fuese el burgués en la familia y la mujer el proletario, nos quedaría por salvar el escollo de la organización interclasista del propio patriarcado y,mezclando agua con aceite, determinar qué clase de opresión pudo ejercer el último piojo masculino de la pirámide social sobre cualquiera de las mujeres situadas por encima de él. Esta reflexión no es superflua, porque cuando el feminismo reza su mantra predilecto ("la mujeres han estado secularmente oprimidas por los varones") está aplicando el modelo de lucha de clases a las relaciones intersexuales, y el mensaje que el público percibe y da por bueno es que, históricamente, las mujeres han sido una clase social oprimida por la clase social de los varones. Constatar que cada mujer de esa pirámide ha estado situada socialmente por encima de todos los hombres de los peldaños inferiores es una obviedad, pero basta por sí sola para desmentir que la clase social de los hombres haya oprimido secularmente a la clase social de las mujeres. El feminismo tampoco se conforma con reducir el marco de opresión femenina al ámbito familiar – hipótesis, por lo demás, endeble y diariamente desmentida por una multitud de enérgicas, tenaces,


inflexibles y obstinadas amas de casa en todo el rigor de la palabra–, sino que considera probado y establecido que, durante milenios, la mitad masculina de la humanidad ha oprimido a la mitad femenina. Esa concepción se deja sentir, incluso, en una interpretación de situaciones actuales que sólo el espesor de los prejuicios nos impide ver como el dechado de cinismo que son. Por ejemplo, en la interpretación feminista de la mutilación genital femenina o la utilización del burka subyace una culpabilización implícita, y a veces explícita, del sexo masculino en general y una victimización indecente del femenino: "vosotros, los hombres, nos imponéis la ablación y el burka". Esta acusación, formulada por nuestras feministas desde sus confortables despachos oficiales o subvencionados contra hombres occidentales que aborrecen profundamente las prácticas denunciadas, resulta el colmo del oportunismo. Todo ello, pasando de puntillas sobre otras realidades menos rentables ideológicamente, como por ejemplo: que existe un número mucho mayor de niños circuncidados que de niñas sometidas a mutilación genital; que la segunda de estas prácticas es realizada sistemáticamente por mujeres y, casi con seguridad, tiene motivaciones rituales o culturales totalmente ajenas a los intereses masculinos; y que la práctica totalidad de las mujeres afganas sigue llevando el burka años después de la caída del régimen talibán, lo mismo que, en amplias regiones del Afganistán, lo había llevado mucho antes de la instauración de ese régimen. En realidad, el burka no es siquiera un invento afgano, sino que, desde hace más de un siglo, se ha utilizado en Afganistán, Pakistán, India, Bangladesh y algunas regiones de la península arábiga como signo exterior de una posición social elevada. "Crecí rodeado de mujeres que llevaban burka -nos cuenta Mohammad Qadeer, profesor de la Queen's University de Toronto (Canadá)- en la ciudad pakistaní de Lahore, entonces administrada por los ingleses, donde todas las mujeres musulmanas de clase media vestían lo que ahora es el burka afgano. Mi madre y mis tías salían de compras, iban al cine o hacían excursiones campestres cubiertas con el burka. […] El burka era signo de respetabilidad".1 No sólo las mujeres afganas siguen llevando el burka después de haberse aprobado, en enero de 2004, la nueva Constitución afgana que reconoce la igualdad de derechos entre hombres y mujeres, sino que el número de adeptas al burka y sus derivaciones (el niqab o el hijab) crece cada día en otros países del mundo islámico. Un recorrido por la abundante prensa en inglés de los países árabes nos llevará a descubrir no sólo ese repunte del atuendo coránico más ortodoxo, sino también las opiniones entusiastas de muchas mujeres al respecto y sus críticas hacia otras mujeres de su cultura que se limitan a cubrirse con un simple y poco decoroso chador o velo. Las cosas de este mundo rara vez son blancas o negras cuando se miran de cerca. El caso del Afganistán constituye un ejemplo histórico reciente de borrosidad monoscópica. Mientras que toda la atención mundial se fijaba en el ignominioso burka, al que, a mayor abundancia,se atribuían imaginarios trastornos visuales, cervicales y neurológicos, nadie reparaba en la sangría masculina causada por las interminables guerras anticomunistas y civiles de los años anteriores. Tampoco suscitó ningún interés la suerte de los varones bajo el régimen talibán. Por ejemplo, nunca se dijo que a los hombres se les dio un plazo de seis semanas para dejarse crecer la barba en una longitud mínima equivalente al puño de su mano y se les prohibió llevar prendas cortas o pantalones que no llegasen a cubrir los tobillos. O que en las esquinas y plazas se apostaban talibanes con tijeras y bastones, dispuestos a cortar el pelo por la fuerza a cualquier hombre que lo llevara largo o apalear a los varones que no cumpliesen las normas mencionadas. Ni se habló del nuevo método de ejecución aplicado a los homosexuales varones, consistente en enterrarlos juntos hasta la cintura al lado de una pared ruinosa y luego derribar la pared sobre ellos mediante el empuje de un tanque. El mullah Omar presenció algunas de estas ejecuciones, en las que los reos supervivientes gemían durante largo rato bajo los escombros antes de morir.2 Aparte de que el régimen talibán responsabilizaba al padre o al marido de cualquier transgresión cometida por la mujer, sería difícil ver connotaciones de género en prohibiciones tan absurdas como las siguientes, dirigidas básicamente a la población masculina: ejecutar música, criar perdices o pájaros cantores, jugar con cometas (con la disculpa de que, si una de ellas quedaba enganchada en un árbol, los muchachos que subieran a recuperarla podrían atisbar en el interior de los patios o las casas en


los que las mujeres no llevaban velo), prestar dinero, cerrar los comercios mientras sus dueños acudían a la mezquita cinco veces al día para efecturar los rezos preceptivos (dando por supuesto que, al estar prohibidos, no se producirían robos), consumir bebidas alcohólicas (bajo pena de muerte), mostrar retratos, poseer revistas ilustradas, jugar al ajedrez o a las cartas, etc.3 La simbiosis de feminismo y multiculturalismo tiene el resultado aberrante de que mi vecina feminista del sexto haga causa común con las ugandesas o las mauricianas contra mí, por ser varón, o me meta en el mismo saco que a los talibanes, que son los sentimientos subyacentes de estas solidaridades: "¡nos ponéis el burka!...", decían las expertas en victimología. La paradoja final es que, seis o siete años más tarde, el paisaje urbano europeo está cada vez más tachonado de velos islámicos, incluido el niqab, casi tan hermético como el burka afgano, y que, ni por asomo, las bellas embozadas parecen tener el menor interés en sustituirlo por nuestros camuflajes locales o liberarse de su supuestamente insoportable yugo arrojándose en brazos de sus salvadoras occidentales. Se guardarán mucho éstas de multiplicar su ridículo culpando a los varones de una imposición indumentaria tan tenazmente aceptada por las mujeres que la sufren, conscientes quizás de que hay más futuro en el niqab que en el bikini. Pero como el oportunismo es un bumerán que casi siempre vuelve al punto de partida, muchas figuras que antaño tronaban contra el burka se nos aparecen ahora, como ectoplasmas, en otra cara del mismo y único poliédrico ideológico -la del multiculturalismo- para reivindicar los derechos de las mujeres islámicas a circular de incógnito. Nudo gordiano para feministas: ¿qué debe prevalecer, la liberación de la mujer a toda costa o su libertad para optar por el modelo cultural que prefiera? La parte cómica de la historia la ponen, como de costumbre, los progres, que hace un lustro blandían, en aras del feminismo, el burka afgano como símbolo máximo de opresión -y de paso facilitaban a los yankis tan denostados por ellos un excelente cheque en blanco para la invasión de Afganistán - y ahora defienden, en nombre del multiculturalismo, el derecho de las mujeres árabes a utilizar el niqab en los Países Bajos, en Inglaterra o en Francia. Si ya resulta una excentricidad pensar que los hombres puedan, como colectivo, ejercer una opresión sobre las mujeres a escala planetaria, por encima del inextricable entramado de lazos personales y sociales de toda índole que, en la vida cotidiana, hacen confluir en mil puntos los intereses de ambos sexos; o que, por cauces y conductos invisibles y nunca explicados, tengan capacidad y voluntad para postergar los intereses de sus hijas, esposa, madre, hermanas o amigas en beneficio el colectivo masculino en general; en suma, si todo en las relaciones humanas cotidianas es incompatible con una disociación de los intereses de ambos sexos y, por lo tanto, con la existencia de una clase social "masculina" y una clase social "femenina", la perplejidad es mucho mayor cuando se plantea el problema en términos históricos. Porque, aún admitiendo con los marxistas que la primera lucha de clases surge en el ámbito doméstico entre el hombre y la mujer, la concepción feminista, que superpone a ese microcosmos doméstico una generalización de la opresión patriarcal a escala de la historia de la humanidad, resulta una rueda de molino absolutamente imposible de tragar. Pensar que cualquier interés de "clase sexual" haya podido prevalecer históricamente sobre los intereses de "clase social", es decir, descubrir en la duquesa del Antiguo Régimen cualquier atisbo de solidaridad de "género" con la campesina o la tejedora es un mal de difícil diagnóstico. Tanto como incluir al campesino en el grupo universal de "patriarca opresores" que ejercen su tiranía sobre oprimidas duquesas. Pero el feminismo victimista no halla más barreras en el espacio que en el tiempo, y lo mismo se considera acreedor de la supuesta opresión ejercida por los antiguos griegos y romanos sobre sus mujeres que juzgador, desde su mentalidad occidental, de la no menos dudosa situación marginal de la mujer en el mundo musulmán. Tarea muy expuesta a errores, la de juzgador de culturas ajenas: recientemente, y no sin asombro, oí a un marroquí afirmar que, en su cultura, es posible alzar la voz al padre, pero que raramente se contradice a la madre. Cualquier visitante foráneo de nuestras aldeas de los años cincuenta se habría llevado una impresión similar a la de un moderno turista en el mundo árabe: mujeres vestidas de negro y cubiertas con pañuelo, mujeres enlutadas a perpetuidad a partir de los treinta años. Sin embargo, los que crecimos en el seno de esas aldeas sabemos que muy bien que tanto esa "imposición" indumentaria, como la reglamentación de mil aspectos de la vida cotidiana y, en particular, de la vida religiosa,


pertenecían inequívocamente al ámbito de decisión femenino. Como ya he dicho, sólo a unos seres directamente emparentados con la especie asnal se les habría ocurrido servir a sus esclavos y dar la vida por ellos, pero ése es, al parecer, el precio de la oligofrenia masculina. Por otra parte, tampoco debemos perder más tiempo sumando cantidades heterogéneas, es decir, metiendo en el mismo lote de opresores al duque y al campesino, ya que el campesino, por mucho que pertenezca al patriarcado opresor es, como he dicho, poco más que un piojo bajo el escarpín de la duquesa. Así que, veamos cómo se desenvolvían, a nivel del microcosmos familiar, los supuestos antagonismos de clase que en el pasado remoto habrían sido –según la formulación marxista madrina del feminismo– el carburante inicial del gran motor de la historia, o sea, la lucha de clases. O dicho de otro modo, ¿en qué consistía vivir como un patriarca? Al subir Tiberio al poder –nos cuenta Tácito– las legiones de Panonia y Germania se amotinaron, aprovechando el cambio de gobierno, para exigir mejoras en el servicio. Los soldados se quejaban de que era vergonzoso servir durante 30 o 40 años, para acabar retirandose envejecidos y mutilados. Por ello, pedían que se aplicase la vieja costumbre romana y se los licenciase al cabo de 16 años de servicio. La revuelta adquirió tales proporciones que el propio Germánico, sobrino del emperador Tiberio y general de todas las tropas romanas acantonadas en Germania, llegó a temer por su vida y la de su familia. Por eso, convenció a su esposa Agripina para que huyese con el hijo de ambos. Cuando, al amanecer, sacados de su sueño por los sollozos de un grupo de mujeres que atravesaban el campamento, los soldados salieron de sus tiendas a ver qué ocurría y contemplaron a la esposa de su general, embarazada y llevando a su hijo (el futuro Calígula) de la mano, rodeada de sus familiares y sirvientas, todos sintieron vergüenza y piedad y acudieron en actitud suplicante hacia Agripina, pidiéndole que se quedase, incapaces de soportar la vergüenza que les causaba el hecho de que ese grupo de mujeres se viesen obligadas a buscar hospitalidad entre los bárbaros. Las mujeres, rodeadas por todo un cortejo de soldados dispuestos a morir por ellas, volvieron a la tienda de Germánico. Así fue como terminó la revuelta de las legiones de Germania.4 En aquella ocasión, el ancestral instinto protector del hombre respecto de la mujer se sobrepuso naturalmente a la indignación de los soldados; lo que no había logrado la inmensa popularidad militar de su general ni el temor a los castigos más severos, lo logró la aflicción de un grupo de mujeres. No en balde se ha dicho que la fuerza suprema de la mujer es su apariencia de debilidad. En realidad, la vida del soldado que hacía posible el bienestar y la riqueza de las matronas romanas era extremadamente dura. Durante los siglos de la República, antes de que las dimensiones del imperio hiciesen necesaria la existencia de ejércitos permanentes, el soldado romano era un ciudadano relativamente acomodado (necesariamente propietario) que simultaneaba sus obligaciones militares durante los meses cálidos del año con una vida más apacible y hogareña a lo largo del invierno, y estaba sujeto a ese ritmo regular de prestación del servicio durante 16 años. Antes de iniciar cada campaña, el ciudadano–soldado debía prestar juramento de obediencia sus jefes, de no abandonar jamás las insignias (es decir, no huir en combate) y de respetar las leyes. El incumplimiento de cualquiera de los términos de ese juramento se castigaba con la muerte. Una vez encuadrados en sus legiones, los soldados emprendían la campaña cargados con 20 ó 30 kilos de impedimenta (más el poste que, en territorio hostil, portaba cada soldado para levantar la empalizada nocturna de protección del campamento) y, al cabo de varias semanas de marchas y contramarchas a razón de 25 km diarios, solían tener el placer de encontrarse con el enemigo y proceder a un entrañable y excitante intercambio de flechazos, mandobles y lanzadas, tras lo cual algunos se despertaban ya en los Campos Elíseos, mientras otros erraban por el campo de batalla, quién con un ojo o una oreja de menos, quién con brechas, hendiduras y amputaciones de diversa gravedad que, si interesaban órganos vitales o se infectaban, equivalían a un certificado de defunción anticipado. Las batallas perdidas, que suponían la esclavitud para las mujeres, podían entrañar una suerte peor para los hombres, romanos o no: recuérdense, a título ilustrativo, los miles de legionarios muertos a manos de las tribus germanas tras el desastre de Teotoburgo (9 d.C.), las masacres de prisioneros representadas en


los bajorelieves de la Columna de Marco Aurelio o los 6.000 esclavos crucificados a lo largo de la Vía Appia tras el aplastamiento de la rebelión de Espartaco. Otros deleites de la vida militar eran la pena capital por apaleamiento colectivo para el centinela que se durmiese o el soldado convicto de robo, falso testimonio, deserción o insubordinación, sin olvidar la costumbre de diezmar a las unidades que diesen muestras de cobardía. No hay constancia de que, durante los siglos de la República y hasta la profesionalización del ejército romano en el siglo I a.C., las matronas romanas diesen muestras de disconformidad con ese reparto de funciones conyugales ni se sintiesen especialmente oprimidas o marginadas a causa de las obligaciones militares de sus esposos, que les reportaban, con cada campaña militar, más riquezas y esclavos. Curiosamente, la ausencia de mujeres–soldado no significa exactamente que las romanas careciesen por completo de interés por la vida militar. En el año 20 d.C., Severo Cecina sostiene ante el Senado que los magistrados destinados en las distintas provincias no deberían llevar consigo a sus mujeres, ya que ello es fuente constante de complicaciones. "Se pasean entre los soldados, los centuriones están a sus órdenes...se entremezclan en los asuntos, deciden, .... es como tener dos pretorios, y las órdenes de las mujeres son siempre las más inflexibles, las más violentas... reinan sobre las familias, sobre los tribunales y sobre los ejércitos". Pocos aprueban ese discurso. Valerius Messalinus toma la palabra y hace una alocución favorable a la presencia de las mujeres en la vida política y militar de las provincias a las que acuden en compañía de sus esposos, si bien culpa a éstos de cualquier comportamiento impropio de sus mujeres ("si la mujer se extralimita, la culpa es del marido").5 Unos años después, el Senado decreta que todo magistrado cuya mujer sea acusada por la provincia, aunque él sea inocente o desconozca el crimen, reciba el castigo como si hubiera sido el autor. Inconvenientes de ser patriarca. Originariamente, el rey medieval no pasaba de ser un "primus inter pares" respecto de los demás señores feudales, obligado constantemente a defender su corona (y la de su esposa) con la punta de su espada, en el sentido más literal del término, y expuestoa ser desalojado del trono de la forma más expeditiva. De los 34 integrantes de la famosa lista de los reyes godos, no menos de 16 murieron asesinados o en combate, y el trono significó para ellos una serie interminable de batallas contra los hunos, los ostrogodos, los francos, las facciones internas, etc. en los que, salvo contados casos de monarcas de avanzada edad, el rey era combatiente de primera fila (recordemos también, enlazando con los párrafos anteriores, que 9 de los 12 primeros césares romanos –la dinastía julia–claudia– murieron también asesinados).6 Esas contrariedades fueron consustanciales a la condición de rey durante toda la Antigüedad y la Edad Media. Federico Barbarroja, emperador del Alemania, murió ahogado en el Selef en junio de 1190, durante la tercera cruzada. Ricardo Corazón de León, que peleaba en lo más recio de las batallas y volvía a su campamento erizado de flechas turcas, murió de la herida que le causó un ballestero en el cerco del castillo francés de Châlus. Las crónicas de la llamada Séptima Cruzada nos presentan a Luis IX de Francia (el futuro San Luis) luchando como un soldado más en Egipto, agotado por las heridas, la sed y el tifus, hasta el punto de que sus nobles le dan por muerto en la aldea de Mounyat Abu–Abdala, donde es hecho preso por los mamelucos. Finalmente, morirá en la campaña de Túnez (1270). Durante el período de 30 años abarcado por la crónica del Cid7 son numerosos los reyes cristianos muertos violentamente. Ramiro I de Aragón muere en la batalla de Grauss (1063), tras recibir una lanzada en un ojo. En el cerco de Zamora (1072), Sancho el Fuerte es asesinado por Vellido Dolfos, salido desde Zamora por instigación de Urraca, la hermana de Sancho. "Yo muger soy et bien sabe él que yo non lidiaré con él, mas yo le haré matar en secreto o a la luz del sol", era la amenaza que Urraca había formulado contra su hermano en presencia del Cid. También a instancias de doña Urraca, Don García, rey de Galicia, fue hecho prisionero por su hermano Alfonso VI y encerrado en el Castillo de Luna (León), donde permaneció encadenado durante 17 años, de forma que, llegada la hora de su muerte, pidió ser enterrado con las cadenas, tal como había vivido.8 Sancho de Navarra fue asesinado en 1076 en Peñalén; el conde de Barcelona, Ramón II Cabeza de Estopa, murió asesinado en 1082. En


el sur peninsular, los reyes moros tampoco están a salvo de las acechanzas que depara el poder: Mamún, rey de Toledo, muere envenenado (1075). Alcádir, rey de Valencia, muere asesinado (1092), al igual que Motawakil, rey de Badajoz. La relación no pretende ser exhaustiva, sobre todo en lo que respecta a los reyes moros. Alguien más experto podría, casi con seguridad, alargar la lista de reyes peninsulares muertos en ese período (1063–1093) En pleno siglo XVI, los reyes combatían aún al frente de sus tropas. Fue así como Francisco I, en la batalla de Pavía (1525) vió morir a su alrededor a lo más granado de su nobleza militar y, a duras penas, logró salvarse de correr la misma suerte antes de caer prisionero, cubierto de sangre y heridas. Su rival, Carlos V, dueño de medio mundo, combatió en La Goleta arriesgando su vida como el último de sus soldados, según nos cuenta el cronista Alonso de Santa Cruz. En la larga campaña invernal que culminó en la victoria de Mühlberg (1547) fue un Carlos V paralizado por la gota –y sin embargo, siempre a caballo, dando sus órdenes con la voz ahogada por el sufrimiento físico e indiferente al peligro– el que se granjeó una popularidad inmensa entre sus soldados. Todavía a finales de siglo, el rey francés Enrique IV arriesgaba repetidamente su vida en las guerras de religión y unificación de su país, hasta el punto de arengar a sus hombres, antes de la batalla de Ivry (1589), con estas palabras: "Si en la lucha perdéis de vista vuestros estandartes, reuníos en torno a mi penacho blanco", dando a entender que lo más recio de la batalla siempre se libraría alrededor de su persona. El rey Luis II de Hungría murió en la batalla de Mohacs (1526) cargando a la cabeza de su caballería contra las tropas turcas de Solimán que, por entonces, amenazaban con invadir Europa –de hecho, llegaron a cercar Viena tres años más tarde– en un momento decisivo para la historia de Occidente. El rey Gustavo Adolfo II de Suecia murió, abatido por dos disparos de arcabuz, en la batalla de Lutzen (1632). Sin embargo, se equivocaría quien pensara que el entorno femenino de estos monarcas estaba relegado a funciones decorativas. La llamada Paz de Cambrai o de las Damas (1529), que reorganizaba la situación de fuerzas en Europa, fue negociada por la tía del Emperador, Margarita de Austria, gobernante de los Países Bajos, y Luisa de Saboya, madre de Francisco I. Ambas mujeres tuvieron papeles estelares en la política europea de su tiempo. Cuando la excelente gobernante que fue Margarita de Austria falleció, Carlos V nombró como nueva regente de los Países Bajos a otra mujer, su hermana María (viuda de Luis II de Hungría, el héroe de Mohacs). En España gobernaba por entonces la esposa del Emperador, Isabel de Portugal, mientras él recorría incansablemente sus dominios hasta completar un total de cuarenta viajes por toda Europa, en una época en que los despachos reales tardaban más de un mes en llegar desde Madrid a Bruselas. Por último, tras la luctuosa jornada de Lutzen, el trono de Gustavo Adolfo fue ocupado por su hija Cristina de Suecia, que ejerció un poder absoluto y despótico mientras reinó y, tras su abdicación, siguió influyendo en la política europea con sus conspiraciones y excentricidades. En tales condiciones es bastante probable que las reinas prefiriesen la condición de consortes, que les daba las ventajas de la realeza y les evitaba trances bastante desagradables. Aun así, reinas hubo, y con tanto poder como cualquier rey varón, pero Doña Urraca cobró gran ascendencia en la corte de su hermano predilecto, Alfonso VI, donde fue tratada siempre como reina e intervino de forma decisiva en los asuntos de su tiempo (tanto los cronistas cristianos como los árabes coinciden en atribuir amores incestuosos a ambos hermanos).su condición femenina las eximió, a los ojos de sus súbditos, de la desagradable obligación de conducirlos a la batalla y, en general, también del derrocamiento por decapitación o apuñalamiento, generalmente sustituido, en el caso de las damas coronadas, por expedientes menos severos, como el destierro o la retirada a un convento. Como colofón a estas reflexiones sobre los inconvenientes históricos de la realeza, tengamos presente que la necesidad crea el órgano, y que parece bastante razonable pensar que la prevalencia de reyes varones en las líneas sucesorias fue, ante todo, una necesidad impuesta por la competencia, por la ley del más fuerte que, bajo los distintos aspectos que le prestan los factores de fuerza de cada época, siempre ha regido y regirá las relaciones de poder. Es lógico que, en una sociedad de guerreros, el jefe idóneo pueda actuar como tal en la actividad más importante, es decir, en la guerra, y que las sociedades prefieran, en esa


etapa de su evolución histórica, reyes varones. Una vez arraigada, la tradición masculinista sobrevivirá a su necesidad por simple inercia, al igual que la propia institución, y ni sus orígenes ni su desarrollo habrán estado condicionados por nada que, ni de lejos, pueda llamarse discriminación de género. Un poco más abajo de los emperadores y reyes (es decir, de las emperatrices y reinas), tenemos a los duques, marqueses, condes, barones y demás gentes de "calidad", también obligados durante siglos a defender su rango (y el de su familia) con la espada. Salvo las excepciones que confirman la regla (como por ejemplo, Isabel de Toesny –antepasada de Simón IV de Monfort, el azote de los albigenses–, que se ponía la cota de mallas y combatía a caballo como un hombre y, según las crónicas, no desmerecía en valor y ardor del más valiente de los guerreros), salvo esas contadas excepciones, ni siquiera las más hormonalmente desarregladas de las grandes damas medievales debieron mostrar mucho entusiasmo en ser como los hombres y asumir sus funciones, que solían traducirse en grandes estropicios físicos. Al duque de Guisa, que era casi tanto como el rey de Francia (y hasta pudo haberlo sido si su conspiración hubiera sido más rápida que la contraconspiración que le costó la vida), le llamaban "le Balafré", por la enorme cicatriz que atravesaba su cara; la política al frente del partido católico le costó la vida, apuñalado por sus rivales protestantes por orden del rey Enrique III, que aguardaba el desenlace en la sala contigua y que, poco después, moriría a su vez acuchillado por el monje católico Jacques Clement. Años más tarde sería el mariscal Coligny, jefe del partido protestante, el que moriría acribillado por las lanzas católicas en el patio de su hôtel. Tampoco le fueron bien las cosas a Juan de Luxemburgo, el que apresó a Juana de Arco bajo las murallas de Compiègne: con todo y ser uno de los mayores señores de Europa, tenía el rostro, además de desnarigado y tuerto, tan surcado de cicatrices y costurones, que en público lo cubría siempre con una máscara de cuero. Cualquier biografía de un gran señor medieval está marcada por las huellas de cien batallas, que era la contribución social a la que no podía hurtarse y, a la vez, el precio del bienestar y la prosperidad de su familia, incluida la señora de su señorío. Mientras aquellas damas –cantadas por Manrique y Garcilaso, también muertos a pie de obra– se afanaban a toda costa por aumentar su coeficiente de mejoramiento estético con alcoholes, coturnos (repare el lector, cuando haga turismo, en los calzados que dejan entrever las yacentes sayas en los sepulcros medievales, por ejemplo en la catedral vieja de Salamanca) y toda clase de postizos y ponían todo su esmero en ser el perfecto cebo de caballeros, éstos ponían toda su alma en ser la pieza más codiciada de las damas, y así, ayer como hoy, los comportamientos se ceñían a las leyes inmutables de la oferta y la demanda de fascinaciones, enamoramientos y demás subterfugios sexuales. Los caballeros que se acometían a lanzadas en el palenque –y no sin peligro, ya que una de ellas costó la vida al rey francés Enrique II a manos del mariscal de Montmorency– lo hacían bajo los ojos de las damas y por ellas, y aunque la lid entrañara un peligro menor que los combates reales, sí nos sirve como indicio sociológico. La gran dama de antaño no amaba al marido hogareño y apacible que acarrearía su ruina y la de su prole, sino al paladín invencible que preservaría y engrosaría su patrimonio material y social, tal como lo retrata Lope de Vega en su romance Mira, Zaide, que te aviso: Confieso que eres valiente, que hiendes, rajas y partes, y que has muerto más cristianos que tienes gotas de sangre;[...] Mucho pueden con las damas los galanes de tus partes, porque los quieren briosos, que rompan y que desgarren;[...] La epopeya del Cid, representativa de los ideales del caballero medieval, está cimentada en hechos históricos rigurosamente documentados. El relieve histórico del Cid se moldea sobre la amenaza, temible y real, de los almorávides, representantes de un fundamentalismo islámico opuesto, no sólo a los valores de la civilización cristiana, sino también a la política de tolerancia y convivencia pacífica preconizada por los reyes moros del sur peninsular. Para el feminismo de nuestro tiempo, personajes como el Cid son, por definición, arquetipos del patriarca opresor. Para las mujeres de su tiempo, lejos de ser un símbolo de opresion, la lucha de caballeros como el Cid representaba una garantía de superviviencia y libertad frente a amenazas exteriores. En su matrimonio, el Cid entregó en arras a Doña Jimena la mitad de sus posesiones: tres villas íntegras en Castilla y 34 porciones o heredades en otros tantos pueblos de la región burgalesa.9 De ese modo, cuando el Cid se ve obligado a partir al


destierro, doña Jimena se queda tranquila en Cardeña, rodeada de sus hijos10 y sus dueñas, viviendo de las rentas de su patrimonio personal y del patrimonio cedido en arras por el Cid. Éste, en cambio, tiene que vender su lanza al mejor postor para poder mantener a toda la mesnada de guerreros que, junto con sus familias, dependen de él por lazos de vasallaje. El mismo reparto de derechos y obligaciones familiares recae, a su vez, en cada caballero de la mesnada y en sus respectivas esposas. Ese estado de cosas es lo que, en nuestro mundo moderno, se llama explotación secular de la mujer por el hombre. Cien codos por debajo de las duquesas y doscientos por debajo de las reinas y emperatrices encontramos a nuestros patriarcas opresores del pueblo llano. Durante esos mil trescientos años que llamamos Edad Media y Edad Moderna, esta fracción mayoritaria de poseedores del mundo –"el mundo siempre ha pertenecido a los varones", nos aclara Simone de Beauvoir– dedicó la mayor parte de sus esfuerzos a la artesanía y la agricultura (incluidas la elaboración de ropas, calzados, pieles, tocados, joyas, aderezos y bienes utilitarios y suntuarios de todo tipo, amén de la construcción de mansiones y palacios, para damas de superior alcurnia, a las que también reservaba lo mejor de los frutos y ganados de su esfuerzo agrícola). Por no extraviarnos en la mención de otros mil vasallajes y servidumbres secularmente prestados por los "opresores" de escaleras abajo a las "oprimidas" de las plantas nobles que vienen a enredar aún más la madeja del bolchevismo feminista. El mundo siempre ha pertenecido a los varones, pero resulta que la inmensa mayoría de ellos han sido a su vez siervos ancestrales de una minoría feudal integrada a partes iguales Elvira y doña Sol ni sufrieron la legendaria afrenta del robledal de Corpes relatada en el Cantar de Mío Cid) casaron del modo siguiente: Cristina contrajo matrimonio con Ramiro, infante de Navarra, y un hijo de ambos llegó a reinar en Navarra; María se casó con el Conde de Barcelona, Ramón Berenguer III el Grande. En cambio, Diego, el único hijo varón del Cid, murió en la batalla de Consuegra (1097) con sólo 21 años. por hombres y mujeres, constatación que debería, por sí sola, ponernos en guardia contra las generalizaciones gratuitas. La tesis de un patriarcado interclasista de labriegos sobre duquesas no parece haber arraigado ni siquiera en los más fértiles campos de alucinógenos del mundo, así que, ahorrado el trabajo de analizarla, podemos pasar a evocar la regalada vida del patriarca del terruño y la garlopa. Ya hemos visto que, según Engels, fue el advenimiento de la agricultura y la artesanía lo que dio lugar al primer "antagonismo de clases", convirtiendo al hombre en "burgués" y a la mujer en "proletario", interpretación que ha cristalizado en la muletilla de los "cinco mil años de sumisión femenina". También parece cosa sentada que, a nivel de proletarios, el símbolo máximo de esa sumisión han sido las mentadas zapatillas de paño y orillo ofrecidas por la esposa al jornalero derrengado que volvía al hogar al anochecer. Salvo el ejemplo recurrente de ese penoso y agotador deber –con frecuencia sustituido por el expediente más pragmático de colocar un par de bayetas detrás de la puerta para que el marido recién llegado se descalzase al entrar y luego abrillantase el suelo mediante saludables evoluciones de patinaje doméstico–, la lista de desventajas comparativas no parece muy extensa. La propia Simone de Beauvoir coincide en verlo así: "El siervo y su esposa, al no poseer nada, se limitaban al disfrute común de su casa, de los muebles, de los utensilios: el hombre no tenía ninguna razón para tratar de convertirse en dueño de la mujer, que no poseía ningún bien; en cambio, los vínculos de trabajo y de interés que les unían elevaban a la esposa al rango de compañera. Cuando se abolió la servidumbre, la pobreza siguió existiendo; es en las pequeñas comunidades rurales y entre los artesanos donde se ve a los esposos vivir en pie de igualdad". Esta es una buena noticia, porque reduce vertiginosamente la escala del fenómeno patriarcal . Suponiendo, en la línea argumental de Engels, que la lucha de clases doméstica obedece, al igual que la social, a razones económicas, Simone de Beauvoir concluye, esta vez honradamente, que, entre pobres, no existen tales razones. Quizás porque no convivió con los pobres lo suficiente para comprender que, para ellos, una porción de terreno del tamaño de una sábana puede tener tanto valor como un paquete de acciones para los ricos. O quizás porque, habiendo leído a Engels más que a su compatriota Zola, no reparó en el codiciado partido matrimonial que era una hija única (y única heredera) en las comunidades rurales de antaño.


En cualquier caso, la vida del pueblo más llano ha consistido durante milenios en una rutina de tareas artesanales y agrícolas repartidas con bastante equidad entre ambos sexos. Los hombres hacían las labores que requerían más esfuerzo físico y atendían el ganado; las mujeres se encargaban de las labores menos penosas y las tareas domésticas. En cambio, las mujeres estaban sujetas a los achaques de la maternidad, pero nadie, espero, osará atribuir esa sujeción a un designio malévolo del irreductible patriarcado opresor. Tampoco las delicias de la vida patriarcal se agotaban en ese interminable dar vueltas a la noria de los días y las estaciones. El desigual reparto de derechos y deberes cívicos condenaba a muchos hombres al destierro en forma de servicio militar. Muchos nunca regresaban; otros, más afortunados, volvían a casa mancos o tuertos al cabo de largos años, a veces lustros. Uno de mis bisabuelos paternos volvió entero, pero tan desconocido al cabo de ocho años de servicio, que cruzó todo el pueblo de lado a lado sin ser reconocido por ningún vecino. Hasta donde alcanza la memoria familiar, casi todos mis antepasados varones se vieron envueltos en algún conflicto bélico: guerra civil, guerras de Marruecos, guerra de Cuba, guerras carlistas, francesada, etc. Las sufragistas del siglo XIX y comienzos del siglo XX reivindicaron y obtuvieron con relativa facilidad el derecho de voto, pero no se les pasó por la cabeza reivindicar el servicio militar obligatorio que, desde la Revolución Francesa, ha sido la fuente de legitimación histórica de ese derecho. De modo análogo, la idea de que las mujeres debían compartir las obligaciones de la igualdad de la misma forma que compartían sus derechos cosechó un estrepitoso fracaso cuando, en los años 70, se planteó la cuestión del servicio militar obligatorio para las mujeres en los Estados Unidos y en Alemania.11 Los trabajos de mayor riesgo han sido siempre uno de los privilegios de la masculinidad. La minería, la pesca de altura, la construcción son actividades no exentas de riesgo actualmente, pero hasta tiempos relativamente recientes han sido extremadamente peligrosas, y siempre desempeñadas por hombres. Ha habido muchos hombres criminales y asesinos, cuyas víctimas han sido siempre mayoritariamente masculinas –actualmente, tres de cada cuatro víctimas de homicidio son varones–, pero también ha habido siempre una número abrumadoramente mayoritario de hombres que han arriesgado su vida para proteger a la sociedad frente a situaciones peligrosas. El número total de policías y bomberos muertos en las Torres Gemelas mientras trataban de salvar vidas humanas fue de 343, todos ellos varones. El número anual de varones muertos en accidente de trabajo en España es casi cuarenta veces (97,4%) superior al de mujeres.12 La suerte del patriarca tampoco ha sido muy envidiable en las situaciones críticas o altamente peligrosas. No sólo porque el hombre se haya visto más frecuentemente envuelto en ellas, sino también porque, cuando las ha compartido con personas del sexo femenino, normalmente ha antepuesto la seguridad de las mujeres a la suya propia. Uno de los ejemplos más ilustrativos de esa propensión innata de varón tuvo lugar el 15 de abril de 1912 en el hundimiento del Titanic, donde prevaleció, una vez más, el ancestral principio de prioridad de los más débiles que la especie humana comparte con otras menos evolucionadas y que quizás ha sido indispensable para su supervivencia. "Las mujeres y los niños, primero", fue el grito que se sobrepuso al propio instinto de supervivencia. El resultado fue que sobrevivieron el 74% de las mujeres y se ahogaron el 80% de los hombres. Curiosa forma de ejercer el patriarcado opresor, habiéndoles sido tan fácil apoderarse de los botes por su mayor fuerza física. Otro ejemplo muy llamativo tuvo lugar en un contexto que, a los ojos de las feministas, es la quintaesencia del machismo patriarcal: la Alemania nazi. Cuando, en el invierno de 1942, el Sexto Ejército de Von Paulus quedó cercado en la "caldera" de Stalingrado, su único medio de relación con el exterior fue el puente aéreo creado con la doble finalidad de proporcionar víveres y municiones a los 250.000 soldados cercados y evacuar a los más de 10.000 heridos existentes al comenzar el cerco. Los historiadores nos cuentan cómo soldados heridos de gravedad llegaban arrastrándose en condiciones inverosímiles hasta los alrededores de la pista del aeropuerto, su única tabla de salvación. Sin embargo, los primeros aviones que despegaron de la "caldera" no evacuaron a los heridos, sino... al personal femenino, integrado básicamente por enfermeras, cuya seguridad fue considerada prioritaria por el mando. Por fortuna para los heridos, los 600 médicos varones del Sexto Ejército no fueron evacuados. Sólo 5000 supervivientes de Stalingrado pudieron volver a Alemania al cabo de largos años


de cautiverio y trabajos forzados en Rusia. Las feministas, como tiran con pólvora ajena y no estuvieron en Stalingrado, dirán que el salvamento de las enfermeras fue una muestra más de paternalismo patriarcal, a lo que cabe preguntarles si, puestas en esa alternativa histórica, hubieran preferido salir del infierno como simples enfermeras y seguir el sendero de gloria (es decir, frío, barro y sangre) de la masculinidad. Otro ejemplo ilustrativo y reciente de las "ventajas de ser patriarca" lo encontramos en nuestra última Guerra Civil. Antes de nada, tengamos presente que, durante la primera mitad del siglo XX, la población perteneciente al clero se mantiene constante tanto para varones como para mujeres en valores próximos al 0,5% del total de la población.13 Sin embargo, el número de víctimas asesinadas por motivos religiosos no es, en modo alguno, correlativo con esa distribución por sexos, ya que, según la información facilitada en numerosos sitios de internet, murieron 13 obispos, 4184 miembros del clero secular (seminaristas incluidos), 2365 religiosos y sólo 283 monjas. Puesto que, en general, la causa determinante de las ejecuciones (la pertenencia al clero) fue la misma para ambos sexos, el menor número de víctimas femeninas sólo se explica por el escudo invisible que –digan lo que digan los estereotipos al uso– va aparejado a la condición de mujer, es decir, el comportamiento que se ha descrito como "no-violencia de género".14 Otra bandera muy agitada por las feministas ha sido la caza de brujas en Occidente durante los siglos XV, XVI y XVII. La mayoría de las víctimas acusadas de brujería fueron, en efecto, mujeres, lo que ha sido pábulo suficiente para que el victimismo retrospectivo haya atribuido el fenómeno a la consabida opresión "de género". No importa que un porcentaje significativo de las víctimas hayan sido varones o que, si en las mismas cuentas inquisitoriales entraran los condenados por herejía o muertos en guerras de religión, el saldo victimario global sería abrumadoramente masculino. De igual modo se han politizado y cargado en el saldo deudor del varón -a pesar de ser practicadas mayoritariamente por mujeres- todo tipo de mutilaciones rituales o deformaciones estéticas ejercidas sobre el cuerpo femenino (incurriendo, una vez más, en las contradicciones del multiculturalismo), pero se ha omitido cuidadosamente la evaluación histórica de las mutilaciones masculinas. En una época en que el secreto mejor guardado de muchas mujeres son las arriesgadas operaciones de cirugía estética a las que se someten, no sólo voluntaria, sino incluso terca y temerariamente, debería admitirse fácilmente que las ablaciones genitales, las mujeres girafa o los pies de las antiguas chinas no tienen por qué ser necesariamente otra ocurrencia malévola del eterno verdugo falócrata (otro neologismo absurdo, porque el único órgano sexual generador de poder e ingresos per se es el femenino). En cambio, si prescindimos del habitual barrido transcultural del victimismo feminista, sí podemos afirmar que, en nuestra tradición greco-latina y judeo-cristiana, las prácticas de mutilación sexual se han ejercido casi exclusivamente sobre el cuerpo del varón. Poca gente sabe de la existencia de la infibulación masculina, operación consistente en unir con un anillo los extremos del prepucio para hacer imposible la erección y cualquier práctica sexual. Aunque esta operación se practicó principalmente sobre esclavos, hay constancia de que se infibulaba a algunos atletas olímpicos de la antigua Grecia para que ninguna actividad amatoria pudiera distraerlos de su concentración en el deporte. Durante los siglos XVIII y XIX la infibulación masculina (le "bouclement des garçons") se utilizó en ocasiones para impedir la masturbación de los adolescentes, considerada pecaminosa y sumamente perjudicial para salud. La circuncisión es una práctica de sobra conocida y, sin duda, la mutilación sexual más generalizada a nivel mundial. Sin entrar a valorar sus consecuencias para el desarrollo del individuo, el hecho de que éste no pueda decidir sobre la misma, el dolor físico infligido y la "espectacularidad" de la intervención serían motivos más que de sobra para incluirla –si sus víctimas fuesen mujeres, claro está- en el catálogo de atrocidades patriarcales. En los palacios reales de la antigüedad fueron también muy frecuentes los eunucos, únicos varones admitidos al servicio ordinario de la reina. Con nuestra tendencia a simplificar las complejidades del


pasado con los prejuicios del presente, solemos explicar la presencia de los eunucos como efectos de los celos y el machismo del los reyes, pero las cosas no eran tan sencillas. En general, la piedra angular de toda monarquía ha sido siempre la legitimidad de los herederos. Por eso, en los casos en que esa legitimidad se ha transmitido por vía femenina (es decir, en los casos de "rey consorte") la reina ha tenido la libertad sexual tolerable para las costumbres de la época, mientras que, en los casos contrarios, la fidelidad de la reina ha sido una cuestión de Estado o, incluso, una garantía de la benevolencia de la divinidad (por ejemplo, en China, el culto de los antepasados de la dinastía era una de las más indispensables ceremonias de Estado). Además, en la predilección por los eunucos entraban otras consideraciones, como su mansedumbre y su fidelidad y plena dedicación a los amos, por carecer de familia o descendencia propias. La castración de los futuros eunucos, que debía practicarse antes de que el niño alcanzase la pubertad, consistía en la extirpación de los testículos, operación que arrojaba enormes tasas de mortalidad y conllevaba un gran sufrimiento (amputación, cauterización y privación de todo líquido durante varios días, para impedir la orina). Los que sobrevivían no desarrollaban los rasgos de la virilidad: eran lampiños, tenían formas redondeadas por la grasa subcutánea, voz feminoide y pene atrofiado. En cambio, los eunucos castrados después de la pubertad tenían un pene más desarrollado y podían mantener relaciones sexuales con penetración, pero estabagarantizada su incapacidad para fecundar. Egipto, Bizancio, las monarquías de Oriente medio y China tuvieron siempre una gran cantidad de eunucos a su servicio (en China llegó a haber hasta 70.000 eunucos adscritos al servicio del palacio imperial al final de la dinastía Ming). Los padres decidían convertir a sus hijos en eunucos como medio de sacarlos de la miseria, ya que, si superaban los riesgos de la operación, tenían asegurado un futuro próspero, a veces en las más altas instancias del poder. También había eunucos dedicados al servicio de casas nobles, y no por simple razones de seguridad conyugal, sino porque reunían características que los hacían especialmente apreciados. Todavía en las postrimerías del imperio romano, el empleo de eunucos era signo de distinción social. A finales del siglo IV d. C., San Jerónimo critica a las viudas que se exhiben con gran fastuosidad y caminan precedidas de una hilera de eunucos, de forma que "nadie pensaría que acaban de perder a su marido, sino que andan buscando con quién casarse".15 Desde finales del siglo XVII apareció en Europa una nueva clase de varones sexualmente mutilados: los castrati, privados de su virilidad para mayor gloria del bel canto. El último castrato (Alessandro Moreschi) murió en 1922. Durante esos siglos, varios miles de niños eran castrados cada año por voluntad de su familia, que los destinaba así a la profesión de cantores en coros e iglesias. Los más dotados, podían llegar a convertirse en ídolos de la ópera (Farinelli, afincado durante 25 años en la corte madrileña de Felipe V, fue el más célebre de ellos). Jerónimo de Barrionuevo hace referencia en sus Avisos (1655) a los "músicos capones" de la Corte de Carlos II, versión española de los castrati italianos.16 Históricamente, la reprobación social ha sido más rigurosa con las mujeres en un aspecto: el que ponía en peligro la familia, es decir, el adulterio. No vale la pena perderse en casuísticas estériles sobre culpabilidades y exculpaciones. Sencillamente, existía el embarazo. Y un embarazo producido fuera del matrimonio era un poderoso elemento de desestabilización familiar. La infidelidad de la mujer conllevaba un riesgoañadido para la cohesión de la familia. Esta constante histórica no tiene nada que ver con el patriarcado, sino con la genética, con los códigos de la evolución de la especie, que ordenan a cada macho transmitir sus genes a toda costa y a cada hembra seleccionar al mejor transmisor genético posible. El resultado es el imperativo de exclusividad y monogamia, más valioso para el varón por motivos obvios, aunque eso no lo haya librado de criar, sin saberlo, un porcentaje considerable de hijos ajenos.17 Vistas así las cosas, tal vez sea posible desvincular los celos de sus connotaciones negativas y ver en ellos un designio más de la todopoderosa selección natural. En cambio, cualquier otro tipo de infracción se ha siempre reprimido con más dureza cuando el infractor es el hombre. Para bien y para mal, las cosas siempre han sido así. "Contra la mujer -escribió Michelet a mediados del


siglo XIX, en refencia a las heroínas de la Revolución Francesa- no hay ningún medio serio de represión. La simple prisión es cosa ya difícil. […] Pero llevarlas al cadalso, ¡Dios mío! Un gobierno que comete tal estupidez se guillotina a sí mismo. La naturaleza, que sitúa el amor y la perpetuación de la especie por encima de todas las cosas, ha dispuesto para las mujeres este misterio (absurdo a primera vista): ellas son muy responsables y, sin embargo, no son punibles. A lo largo de la Revolución, las veo violentas, intrigantes, a menudo mucho más culpables que los hombres. Pero quien las golpea, se está golpeando a sí mismo. Quien las castiga, se castiga. […] Si son jóvenes, no es posible castigarlas, porque representan el amor, la felicidad, la fecundidad. Si son viejas, tampoco, porque un día fueron madres y siguen siendo sagradas, y porque sus cabellos grises recuerdan a los de nuestras madres… Si están encintas… ¡Ah! En ese caso, la pobre justicia no tiene nada que decir, salvo convertirse, humillarse y hacerse, si es necesario, injusta. Es [la mujer] un poder que desafía a la ley; si la ley se obstina, tanto peor, ya que se perjudica cruelmente a sí misma y aparece horrible, impía, enemiga de Dios".18 En el estilo menos romántico que corresponde a nuestros días, los estudios nos ponen ante los ojos la misma realidad: las penas aplicadas a la mujeres por los mismos delitos son notablemente inferiores que las impuestas a los hombres.19 Ahora bien, cuando esos delitos se examinan y juzgan bajo el haz de luz monoscópico de la ideología dominante, la benevolencia de los tribunales, o incluso la impunidad, están garantizadas. Las palabras de Michelet, anacrónicas a primera vista, cobran plena vigencia si se ponen en el contexto político "de género" de nuestro tiempo. Durante milenios, el sistema penal de nuestro ámbito mediterráneo ha sido incomparablemente más riguroso con los hombres. Recordemos, por ejemplo, que la pena de muerte más atroz, la crucifixión, fue siempre un privilegio masculino. Durante milenios, el grupo social ínfimo, la hez de la hez, ha estado integrado exclusivamente por varones. Me refiero a los galeotes, que pasaban gran parte de su vida, si no toda ella, remando bajo el látigo del cómitre, encadenados al banco en el que dormían, comían y hacían sus necesidades, privados de todo derecho y de toda esperanza. En el escalafón social, no queda nadie por debajo de ellos. Con frecuencia, el delito por el que han sido condenados consiste en pertenecer a la religión del enemigo: en las galeras turcas reman cautivos cristianos, y en las galeras cristianas, prisioneros turcos. El resto es heterogéneo: al lado de peligrosos criminales reman vulgares rateros, contrabandistas, desertores, vagabundos, etc. La condena no depende de la gravedad del delito, sino de la necesidad de remeros. Los forzados que libera Don Quijote van a galeras por delitos menores, como robar una cesta de ropa blanca, ejercer la alcahuetería ("oficio de discretos y necesarísimo en la república bien ordenada", a juicio de Don Quijote) o tener amoríos ilícitos. En uno de los avisos de Barrionuevo, fechado en diciembre de 1655, se habla de un plan –por fortuna nunca aplicado- para mandar a todos los gitanos a galeras ("a los hombres y niños, unos al remo y otros por grumetes").20 Todavía a comienzos del siglo XVIII remaban varios miles de galeotes en las 40 galeras de guerra que poseía Luis XIV, entre ellos, unos 1450 condenados por su condición de hugonotes (protestantes). Uno de esos desdichados nos ha dejado un relato directo de la vida en las galeras, del que entresacamos unas líneas especialmente significativas: "Es muy cierto que una galera sólo puede navegar de este modo, y que es indispensable una chusma de esclavos, sobre los cuales los cómitres pueden ejercer la más dura autoridad para hacerlos remar como es sabido, no sólo una hora o dos, sino incluso diez o doce horas seguidas. He sabido lo que es remar con todas las fuerzas durante veinticuatro horas, sin un momento de reposo. En esas ocasiones, para que no desfalleciéramos, los cómitres y otros marineros nos metían en la boca trozos de galleta empapados en vino, sin que nosotros soltáramos las manos de los remos. En tales ocasiones, lo único que se oye son los aullidos de los forzados, cubiertos de sangre bajo los latigazos [...] Y cuando uno de esos desgraciados cae agotado sobre el remo, como ocurre a menudo, se le golpea mientras tenga el menor soplo de vida; y cuando ya no respira, se arroja su cuerpo al mar como si fuera carroña, sin la menor piedad".21 Según Braudel, la flota reunida por García de Toledo para la campaña de 1564 comprendía 102 galeras españolas, que evidente no representaban todo el potencial marítimo de Felipe II impulsado a fuerza de


remo, ya que era necesario contar también las naves que vigilaban las costas peninsulares y protegían las plazas africanas. En general, cada galera tenía 25 filas dobles de remos y 5 galeotes por remo, es decir, 250 galeotes por galera. Las galeras más importantes podían tener hasta 32 filas dobles de remos (320 galeotes). En la batalla de Lepanto se enfrentaron 250 galeras cristianas (de España, Venecia y la Santa Sede) frente a un número aproximadamente igual de galeras turcas, lo que nos pone el número de galeotes por encima de los cien mil. Contando con que las galeras de España pertenecían casi en exclusiva a sus posesiones italianas, debemos añadir a este cálculo las naves de los países ribereños del Mediterráneo no presentes en Lepanto -incluidas las españolas-, las utilizadas por piratas berberiscos o cristianos, las dedicadas a tareas de guardacosta, las galeras atlánticas de Portugal y Francia, etc. y tendremos completo el bello folleto turístico de varios centenares de miles de patriarcas que, durante siglos, se sucedieron incesantemente en el disfrute de los placeres ya descritos de un interminable crucero mediterráneo. Tal como andan los tiempos, no faltará quien lamente que la actividad remera haya estado reservada exclusivamente a los varones, porque si en vez de galeotes hubieran remado galeotas, su esfuerzo hubiera tenido el doble provecho de la fuerza motriz, para sus jerarquías coetáneas, y del victimismo histórico, para las nuestras. Notas De Pagina 1 Mohammad Qadeer: The Evolution of The Burqa,Chowk, (htpp://www.chowk.com), 23 de marzo de 2002. 1 Cfr. en DE BEAVIORE, Simone. El segundo sexo, Vol. I, 6ª edición en castellano, ediciones Cátedra, Madrid, 2002, p. 114 2 Cfr. en RUBIN, Gayle. “El tráfico de mujeres: notas sobre la economía política ʻ ʼ del sexo”, en Nueva Antropología, Vol. VIII, No 30, México, 1986, pp. 96 2 Ahmed Rashid, Taliban: The Story of the Afghan Warlords, Pan Books, Londres, 2001, págs. 114-115 3 Bernard Dupaigne y Gilles Rossignol, Le carrefour afghan, Editions Gallimard, Paris, 2002 4 Tácito, Anales, Libro primero, XVII a XLIV 5 Tácito, Anales, libro III, cap. XXIII y XXIV. 6 En el libro Le carrefour afghan, citado anteriormente, se refiere la circunstancia de que, de los doce emires, reyes o presidentes que se sucedieron a la cabeza del Estado del Afganistán entre 1919 y 1996, dos fueron asesinados, cinco ejecutados y cuatro depuestos violentamente (pág. 289). 7 Véase Ramón Menéndez Pidal: "La España del Cid" (Espasa Calpe, 1967). 8 Tras deshacerse así de sus hermanos varones, y relegar a su hermana Doña Elvira a la vida conventual, Doña Urraca cobró gran ascendencia en la corte de su hermano predilecto, Alfonso VI, donde fue tratada siempre como reina e intervino de forma decisiva en los asuntos de su tiempo (tanto los cronistas cristianos como los árabes coinciden en atribuir amores incestuosos a ambos hermanos). 9 Ramón Menéndez Pidal, idem. 10 También el destino fue desigual para la prole del Cid. Las hijas (que en la vida real no se llamaron doña Elvira y doña Sol ni sufrieron la legendaria afrenta del robledal de Corpes relatada en el Cantar de Mío Cid) casaron del modo siguiente: Cristina contrajo matrimonio con Ramiro, infante de Navarra, y un hijo de ambos llegó a reinar en Navarra; María se casó con el Conde de Barcelona, Ramón Berenguer III el Grande. En cambio, Diego, el único hijo varón del Cid, murió en la batalla de Consuegra (1097) con sólo 21 años. 11 Martin Van Creveld, Les femmes et la guerre, Editions du Rocher, 2002, 3ª parte, 5 (título original: Men Women and War, 2002) 12 Instituto Nacional de Estadística: Mujeres y hombres en España, 2003 (pág. 19) 13 Laura Lorenzo Carrascosa, Evolución de la población institucional y modernización de la sociedad española desde 1787 a 1991, 2003 (www.adeh.org/agenda/menorca2003/Laura_Lorenzo.pdf)


14 Según J. Parramón, la "no-violencia de género" es la opción habitual y predominante en las relaciones entre los sexos en caso de conflicto. Contrariamente a la interpretación feminista de la violencia de género como método institucionalizado por la sociedad patriarcal para reforzar las relaciones de poder y mantener a la mujer en su posición subordinada, el concepto de "no-violencia de género" explicaría, por ejemplo, la respuesta pasiva de un hombre frente a una situación de agravio, humillación o ultraje provocada por una mujer que, de haber sido provocada por un hombre de su misma condición, habría desencadenado una respuesta violenta. Por ejemplo, en un momento de máxima tensión causada por una maniobra de conducción desafortunada o temeraria, es posible que dos hombres bajen de sus respectivos coches y se enfrenten violentamente, pero no es imaginable la agresión física de un hombre contra una mujer. Abundando en la misma idea, Richard B. Felson, profesor de la Universidad del Estado de Pensilvania, observa que, si bien los hombres cometen actos de violencia en una proporción ocho veces mayor que las mujeres, existe paridad en la violencia de pareja, lo que pone de manifiesto la menor probabilidad de que los hombres ejerzan violencia sobre sus parejas a causa de la "norma de caballerosidad" (chivalry norm) (Is violence against women about women or about violence?, Contexts, 5, págs. 21-25, 2006). Forzando el razonamiento, y dado que la mujer ejerce, como promedio, más violencia contra su pareja que contra terceros, llegaríamos a la conclusión diametralmente opuesta de que la única violencia que podría llamarse "de género" es la perpetrada por la mujer contra el varón. 15 San Jerónimo, Carta 22, 16 16 El 26 de junio de 1655 escribía Barrionuevo al deán de Zaragoza con quien mantenía la correspondencia de sus Avisos: "A un músico capón del Rey, que se llama don Lázaro del Valle, le han retoñado los genitales, y está tan gozoso que los enseña a todos. Lo que es por curiosidad no puedo dejar de verlos, cosa de que los capones todos están muy gozosos, no perdiendo ninguno las esperanzas de verse algún día hombre hecho y derecho" (Jerónimo de Barrionuevo: Avisos del Madrid de los Austrias (1654-1658), Castalia, 1996, pág. 264) 17 El ostracismo al que condenaban nuestros abuelos y abuelas a la madre soltera es, probablemente, uno de los comportamientos sociales más crueles e injustificables de nuestro pasado. Sin embargo, no es menos cierto que ellas utilizaron siempre con desenvoltura las vías de escape y los subterfugios que tuvieron a mano (algunos informes clínicos hablan de un 12 por ciento de falsas partenidades como promedio) y supieron sacar partido al sentido del honor del hombre, como pone de relieve el siguiente ejemplo. En 1566, Don Fradrique, hijo del tercer duque de Alba, el primer general del reino y persona de la máxima importancia en la corte y el entorno real, dio promesa informal de matrimonio a Magdalena de Guzmán (viuda de un hijo de Hernán Cortés), para poder acostarse con ella. Las costumbres de la época eran tales que un caballero que diera tal promesa personal a una dama a cambio de favores sexuales estaba obligado a cumplirla como si fuera un compromiso formal de matrimonio. Don Fadrique se hizo el olvidadizo, y la dama en cuestión se quejó al rey Felipe II. Fadrique fue encarcelado y, poco después, condenado a tres años de servicio forzoso en plaza africana de Orán. Un año después, el duque de Alba, nombrado gobernador de los Países Bajos, consiguió que la pena de su hijo se conmutase por la de servicios en los Países Bajos. Considerando expiada su culpa, en 1571, Fadrique se casó por poderes desde Flandes con María de Toledo y Colonna. En 1978, María de Guzmán, instigada por la princesa de Éboli, volvió a reclamar el cumplimiento de la promesa y pidió justicia al rey, que, apoyado en el dictamen de una junta especial, mandó encarcelar a don Fradrique en el castillo de La Mota. Sólo en 1580, cuando Felipe II se vió obligado a utilizar los servicios del duque de Alba para la campaña de sucesión a la corona portuguesa, accedió el rey a amnistiar al hijo de duque, que quedó, por fin, en libertad, tras 14 años de prisiones y destierros debidos al incumplimiento de una promesa de matrimonio a una dama 18 Les femmes et la Révolution, cap. XXVII. 19 El estudio Understanding the sentencing of women (Home Office, 1997) se compara el tratamiento


penal en función del sexo respecto de tres tipos de delitos: pequeños robos en tiendas ('shoplifting') (n: 3763 infractores), violencia (n: 6547) y tráfico de drogas (n: 3670). El trato penal resultó ser notablemente menos riguroso para las mujeres en relación con los tres tipos de delitos. En el caso de los pequeños robos en tiendas o comercios, los hombres fueron absueltos en menor proporción (28% vs. 44%) y recibieron siempre penas más rigurosas, sobre todo de prisión (8% vs. 1%). En los casos de delitos violentos, la pena de prisión se impuso también con mucho más frecuencia a los hombres (63% vs. 30%).La proporción es menos desfavorable para los hombres incursos en delitos relacionados con drogas (20% vs. 15%). El estudio Does the criminal justice system treat men and women differently? (Home Office, 1994) demuestra que las mujeres tienen muchas menos probabilidades de quedar sujetas a medidas de privación de libertad para casi todos los delitos graves, en particular en caso de homicidios domésticos (entre 1984 y 1992, fueron absueltos el 23% de las mujeres y el 4% de los hombres acusados de homicidio doméstico). Aún más abrumadoras son las conclusiones del estudio Spouse Murder Defendants (1995), del Departamento de Justicia de los Estados Unidos, relativo a los asesinatos perpetrados por cónyuges en los 75 condados más importantes del país en 1988. Al margen del mayor nivel de exculpación de las esposas, el trato penal recibido por las esposas y los maridos convictos fue muy desigual, ya que, como promedio, las esposas recibieron sentencias de una duración inferior en 10 años a las impuestas a los esposos (6 años para las esposas y 16,5 años para los esposos). 20 Jerónimo de Barrionuevo: Avisos del Madrid de los Austrias (1654-1658), Castalia, 1996, pág. 260. 21 Jean Marteilhe, protestante condenado a galeras de 1701 a 1713 por motivos religiosos , en su libro autobiográfico "Memorias de un galeote del Rey Sol", publicado en 1757. Precisamente en ese libro encontramos una breve anotación del editor que nos parece ilustrativa: "Entre 1686 y 1704 fueron juzgados ante este tribunal soberano [parlamento de Tournai] 264 protestantes fugitivos (134 hombres, 107 mujeres y 23 niños). De ellos, 68 hombres fueron condenados a galeras, 43 mujeres fueron condenadas a reclusión en un convento y todos los niños se enviaron a una institución educativa". (Jean Marteilhe: Mémoires d'un galerien du Roi Soleil, Le temps retrouvé, Mercure de France, 2004, página 380). El reparto de penas por sexos no puede ser más elocuente.


PRINCESAS DE SANGRE Y FUEGO Galería de primeras damas de la Historia en la que se pone de manifiesto que el ejercicio del poder no difiere sustancialmente en rigor, crueldad y arbitrariedad en función del sexo del poderoso -en contra del arraigado mito sobre el monopolio masculino de esas cualidades-, si bien es cierto que,históricamente, ese ejercicio del poder ha supuesto un menor riesgo personal para las mujeres, tal vez porque, digan lo que digan los prejuicios de moda y los intereses creados, en todo tiempo y lugar ha prevalecido la no-violencia de género. Si las feministas tuviesen razón al afirmar que las mujeres han vivido oprimidas por los hombres durante cinco mil años, sin haber dado muestras de sentir tal opresión durante los primeros cuatro mil novecientos cincuenta, se impondrían necesaria e inexcusablemente dos explicaciones alternativas al fenómeno. O bien que las mujeres, criaturas errantes de un limbo de oligofrenia, habrían sido incapaces de sentir el peso de sus gruesas cadenas milenarias. O bien que, careciendo de esa astucia que, en los malos, hace las veces de inteligencia, o del problema de autoestima que los ciudadanos de a pie compartimos con los políticos –nosotros por defecto, ellos por exceso-, o de otros valores similares que suelen resultar indispensables para acceder a los puestos de mando, habrían quedado excluidas de ellos. Lo cual no sería más que la inevitable aplicación de las leyes históricas del poder, que han relegado a segundo plano a los menos dotados de la rudeza y la ambición requeridas para ejercerlo, incluida la inmensa mayoría de los varones. Es decir, si la tesis feminista de la opresión milenaria de la mujer fuese cierta, simplemente habría ocurrido lo que, por ley histórica, tenía que ocurrir .Ahora bien, también es posible que tuviese razón Temístocles al resumir el estado de cosas así: "yo gobierno a los atenienses, mi mujer me gobierna a mí", y que haya sido ésa la actitud histórica predominante de la mujer respecto del poder político. En tal caso, habría de reconocerse que, en política, ellas han sabido estar a las maduras sin estar a las duras, y que han sabido aprovechar las ventajas del poder sin necesidad de cargar con sus inconvenientes. Tradicionalmente, esos inconvenientes no eran desdeñables, como lo son en el siglo XXI, y frecuentemente revestían la forma de destierro, cárcel y patíbulo. Los entresijos y laberintos de esta modalidad femenina del ejercicio del poder están magníficamente descritos en el libro "En defensa de las mujeres", del escritor y periodista estadounidense H.L.Mencken (1880-1956), un canto irónico –no exento de resabios maquiavélicos- al pragmatismo oportunista de la mujer frente al idealismo sentimentaloide del hombre. "No ha existido debilidad del hombre en la que la mujer no haya sabido penetrar para obtener ventaja, no ha habido un solo truco al que no haya dado un uso eficaz, no se ha visto artimaña tan arriesgada e inusitada ante la que ella se haya amilanado" escribía Mencken en 1918. Y concluía: "Creo que la mayoría de las mujeres no estaban ansiosas de ver aprobada la ampliación del sufragio, y que la tienen por algo de muy poca monta. Saben que pueden conseguir lo que quieran sin necesidad de visitar las urnas." Quienes repudien esa línea de pensamiento que va de Temístocles a Mencken, no tendrán más remedio que acudir a otras explicaciones más pesimistas acerca de la capacidad de las mujeres, por ejemplo, las aportadas por Aristóteles, San Pablo o Santo Tomás de Aquino, que, en el fondo, para demostrar una vez más que la ley de la afinidad de los contrarios es inexorable, comparten, a su pesar, las más acérrimas feministas. Lo mismo que una chaqueta sigue siendo chaqueta aunque la pongamos al revés, la idea de la supuesta inferioridad histórica de la mujer sigue siendo la misma en boca de San Pablo, cuando afirma que el hombre es cabeza de la mujer, que en la ministra feminista que, al cabo de cien años de participación femenina en la vida universitaria y laboral, sigue considerando que las mujeres son pequeñas criaturas indefensas e incapaces, necesitadas de cuotas electorales y listas paritarias. Tal vez una más que somera lectura de la historia política baste para reforzar los planteamientos optimistas de Temístocles y Mencken y restar credibilidad a la línea tenebrosa que arranca en los más remotos mitos bíblicos, pasa de mano en mano por los padres eclesiásticos y, ya con las costuras vueltas hacia fuera, reaparece en las filas del feminismo de la paridad y las cuotas. Durante


decenios, la propaganda feminista ha atribuido incansablemente a los máximos representantes de esa entelequia llamada patriarcado, es decir, a los reyes y gobernantes masculinos, el patrimonio exclusivo de todas las violencias políticas, y han profetizado una era de paz inalterable en un mundo futuro gobernado por mujeres. El mensaje irá perdiendo fuerza y credibilidad por sí solo a medida que aumente el número de mujeres que ocupen puestos de alta responsabilidad, pero un vistazo rápido a los manuales de bachillerato podría haber evitado profundos complejos de culpabilidad histórica a una inmensa mayoría de varones bienintencionados y crédulos. La lección que nos enseña la historia es que el comportamiento de las mujeres alzadas al pináculo del poder no ha diferido sustancialmente del observado por los hombres, y que nunca la espada del gobierno ha mostrado aristas más suaves porque la haya blandido una mujer. Con frecuencia, las poderosas damas reinantes han utilizado el poder con tan injustificado rigor e innecesaria crueldad como cualquiera de sus homólogos masculinos, aunque quizás con una mayor intransigencia hacia los agravios personales y una mayor tendencia, ya desde la noche de los tiempos, a convertir lo personal en político. Veamos algunos ejemplos: *** Olimpia de Epiro (375-315 a. C), madre de Alejandro Magno, fue inductora de la muerte de su ex marido, el rey Filipo II de Macedonia, y autora de muchos asesinatos políticos más. Como reina de Macedonia se distinguió por su crueldad y ordenó incontables ejecuciones. En particular, destaca la crueldad con que se deshizo de los demás hijos de Filipo, que podían constituir una amenaza para los derechos dinásticos de Alejandro y para su propia regencia; por ejemplo, no dudó en ejecutar al pequeño Carano, apenas un bebé, mandándolo quemar sobre un lecho de brasas, y añadiendo la crueldad innecesaria de quemar con él a su hermana Europa y obligar a Cleopatra, la madre de ambos,a ahorcarse, pese a que ninguna de las dos representaba amenaza alguna para el trono de Alejandro. Aunque la eliminación de los rivales del soberano formaba parte de las prácticas políticas de la época, el propio Alejandro Magno, que por entonces combatía en Asia contra los ejércitos de Darío, censuró indignado esas muestras de brutal ensañamiento. *** Cleopatra. Su desmedida ambición la llevó a sacrificar la independencia de su país al poder romano con tal de favorecer sus intereses frente a los del partido pro-egipcio, agrupado en torno a su hermano Ptolomeo XIII, con quien compartía el trono. A lo largo de su reinado dio muestras de implacable crueldad, por ejemplo, cuando mandó asesinar sin motivo a los hijos del gobernador romano de Siria que acudieron a pedir ayuda para su padre en la guerra contra los partos. Tras la muerte de Ptolomeo XIII, y según las leyes egipcias, hubo de contraer matrimonio con su hermano menor, Ptolomeo XIV, niño de seis años al que también ordenó asesinar para evitar cualquier merma futura de su propio poder. Por último, también mandó asesinar a su hermana Arsinoe. En la definitiva batalla de Accio huyó prematuramente con sus 60 naves, precipitando así la derrota de su bando. *** Zenobia de Palmira. Nació hacia el 241 d. C. Hija de una familia acomodada de Palmira, contrajo matrimonio con Odenato, jefe militar de Palmira que se proclamó rey tras vencer a los persas, siendo confirmado en su cargo por el emperador romano Galieno, que lo asoció al poder y le concedió el título de "Augusto". A partir de entonces, Odenato se encargó de administrar la parte oriental del Imperio Romano ("corrector totius Orientis"). Odenato fue asesinado en 266 por su sobrino Meonio, tal vez en connivencia con Zenobia, que había organizado el encuentro entre ambos. Desde ese momento, Zenobia ejerció el poder absoluto del reino de Palmira, como tutora de su hijo primogénito Vabalato, e imprimió un giro radicalmente distinto a la política de colaboración con Roma seguida por Odenato, que había hecho la grandeza de Palmira. Lo que Zenobia se propuso fue, ni más ni menos, reinar en solitario sobre todo el imperio


romano, empresa de ambición desmedida y carente de realismo. Su problema fue que, enfrente, tuvo al emperador Aureliano, el centurión, hijo de un humilde colono, que llegó a Emperador gracias únicamente a su talento militar y político. Zenobia disponía de un ejército de 70.000 hombres, con los que desafió el poder de Roma. Sus colaboradores (el jefe militar, Zabdas; el primer ministro, Longino), le aconsejaban prudencia, pero la ambición la empujó a enfrentarse abiertamente a Roma, suprimiendo la figura del emperador de las monedas y declarándose independiente del poder romano. Tras vencer en dos ocasiones al ejército de Zenobia, Aureliano cercó Palmira y ofreció a Zenobia una rendición honrosa, que está rechazó altiva. Cuando las cosas empeoraron, Zenobia –al igual que había hecho su admirada Cleopatra en Accio- huyó y abandonó la ciudad a su suerte mientras sus habitantes morían de hambre. La caballería romana la alcanzó antes de que cruzara el Eufrates y entrara en territorio persa. Llevada a presencia de Aureliano, se mostró altiva, pero cuando oyó los gritos de los soldados que reclamaban su cabeza, cambió súbitamente de actitud, se postró en tierra y comenzó a suplicar a su captor y a echar todas las culpas a sus generales y consejeros. Esta misma actitud la mantuvo posteriormente en el juicio celebrado, donde echó todas las culpas a Zabdas y Longino, según cuenta la Historia Augusta. El resultado fue que, por compasión o por cálculo político, Aureliano perdonó la vida a Zenobia y ajustició a sus consejeros. Zenobia figuró en el desfile triunfal de Aureliano, pero ricamente vestida y cargada de joyas, mientras sus criados sostenían las simbólicas cadenas. Luego tuvo un destierro dorado en una lujosa villa de Roma, desde donde pudo aún seguir conspirando y atizando la rebelión en Palmira, lo que ocasionó poco después la destrucción completa y definitiva de la ciudad a manos de los romanos. Aureliano, su vencedor, murió asesinado poco después (275). *** El feminismo ha encontrado en la bizantina Teodora (501-548) -la mujer que pasó de meretriz a emperatriz- una de sus figuras históricas predilectas, a la que atribuye numerosas medidas de promoción de la condición femenina. En particular, se elogia su política de redención de las prostitutas del oficio que ella misma había ejercido en su juventud. En cambio, el historiador Procopio de Cesarea, principal fuente coetánea de información sobre el reinado de Justiniano y su esposa Teodora, da una versión muy diferente de esa medida: "Teodora prestó también considerable atención al castigo de las mujeres dedicadas al comercio carnal. Ordenó apresar a más de 500 prostitutas del Foro que se ganaban miserablemente la vida vendiéndose por tres óbolos, y las envió al otro lado del estrecho, donde fueron recluidas en el monasterio llamado del Arrepentimiento, para obligarlas a reformar su modo de vida. Sin embargo, algunas de ellas se arrojaron de noche desde los pretiles y, de ese modo, se libraron a sí mismas de una salvación no deseada".1 Procopio de Cesarea escribió tres obras sobre el reinado de Justiniano y Teodora. Dos de ellas (Historia de las guerras de Justiniano y Sobre los edificios) son panegíricos oficiales en los que se engrandece la figura de los monarcas. En cambio, las Anecdotas o Historia secreta son una implacable recopilación de las crueldades y arbitrariedades de ambos personajes, destinada a circular secretamente y "complementar la anterior crónica oficial con el relato de lo que realmente ocurrió", según confiesa su autor en la introducción. Si damos crédito a todo lo que se cuenta en ese libro, la Teodora histórica no tendría ni el más remoto parecido con el mito protofeminista labrado en torno a ella, y se acreditaría, en cambio, como uno de los personajes femeninos más pérfidos de la Historia. En cualquier caso, lo que ningún historiador pone en duda y constituye el acto político estelar del reinado de Teodora es su actitud frente a la revuelta "Nika" -término griego que significa "vencer" y que los revoltosos utilizaron como consigna-, en la que Teodora demostró su temple de estadista y su sangre fría frente a la precipitación del consejo de gobierno de Justiniano. El 18 de enero de 532 la revuelta popular se había apoderado por completo de Constantinopla y la multitud amenazaba con asaltar el palacio real. En la reunión del Consejo Imperial a la que asistía Teodora todos se mostraban partidarios de la huida, y el ánimo de Justiniano empezaba a flaquear. En esos momentos en que cualquier decisión sellaba el destino de la monarquía, Teodora tomó la palabra e impuso enérgicamente su criterio de permanecer y mantenerse firmes a toda costa. "Los que han llevado la corona no deben sobrevivir a su pérdida. Jamás


veré el día en que ya no me llamen emperatriz", fueron sus palabras. A Teodora no le tembló el pulso ese día. Las tropas atacaron a los manifestantes concentrados en el Hipódromo y la jornada se saldó con treinta mil muertos, según el cómputo del historiador Gibbon.2 *** Fredegunda (545-597) y su mortal enemiga, Brunilda, son las protagonistas de un enfrentamiento que agita los cimientos de los reinos francos del período merovingio y proporciona abundante material para la más tenebrosa iconografía romántica. En la corte del reino franco de Neustria (oeste de Francia), Fredegunda es una simple sirvienta de la reina Audovera, pero pronto se convierte en la amante secreta del rey Chilperico. Su entrada en la historia es fruto de una obra maestra de astucia. La reina Audovera da a luz mientras el rey está ausente por largo tiempo. La ambiciosa Fredegunda ve en el bautizo una ocasión para desembarazarse de la reina, por lo que urde su plan y gana para su causa las indispensables complicidades (como mínimo, la del oficiante). El día de la ceremonia, Fredegunda maniobra para lograr que la madrina elegida para el recién nacido no acuda a la pila bautismal; y ante la impaciencia y la perplejidad de los asistentes, insinúa una solución: nadie es más digna que la propia reina para ser madrina. La ingenua Audovera sigue el consejo al pie de la letra. Sólo tiempo después comprenderá que, con arreglo a la ley de los francos, ser madre y madrina simultáneamente constituye un acto de incesto que la incapacita para reinar. Audovera se resigna y se retira a un convento. Pero cuando Fredegunda se dispone a ocupar su lugar, Chilperico decide contraer matrimonio con Galsuinda, hija del rey godo español Atanagildo. Al cabo de unos meses, Fredegunda, que no puede contener su rabia y su impaciencia y cuenta probablemente con el asentimiento de Chilperico, manda estrangular a Galsuinda mientras duerme. Para entonces, Fredegunda tiene 22 años y ha eliminado ya a dos reinas. Ahora nada se interpone entre ella y la corona. Galsuinda será vengada por su hermana Brunilda, esposa de Sigiberto, hermano a su vez de Chilperico y rey de Austrasia (reino franco asentado sobre los actuales territorios del este de Francia, oeste de Alemania, Países Bajos, Austria y Suiza). El asesinato de Galsuinda abre entre Fredegunda y Brunilda una rivalidad que, durante años, va a sumir a los reinos francos en una guerra sin cuartel. En 575, en uno de los episodios de esa lucha, Fredegunda convence a dos de sus servidores más fieles para que asesinen al rey Sigiberto, y les facilita los puñales envenenados con los que llevan a cabo su crimen. Brunilda cae entonces en poder de Fredegunda, pero se las arregla para seducir a Meroveo, hijo de Chilperico y Audovera y heredero del trono de Neustria. En ausencia de los reyes, Meroveo y Brunilda logran que Pretextato, obispo de Ruán, los una en matrimonio. Fredegunda aprovechará el incidente para sembrar la enemistad entre padre e hijo hasta lograr que Meroveo sea inhabilitado para reinar y, poco después, muerto en un incidente que se hace pasar por suicidio. En cuanto a Pretextato, la reina Fredegunda lo hará asesinar mientras está celebrando el oficio divino, y acudirá después a su lecho de muerte, fingiendo asombro e indignación por el crimen, aunque el prelado agonizante no le ahorrará sus reproches y maldiciones. Días más tarde, Fredegunda es increpada en su palacio por uno de los grandes del reino, que le reprocha su crimen. Cuando el noble abandona la sala, Fredegunda envía tras él a un sirviente que lo invita a comer. El noble rechaza el ofrecimiento. El sirviente insiste en que, si no quiere ofender a su señora, acepte al menos una copa de absinta. El sentido de la hospitalidad prevalece, y el franco vuelve sobre sus pasos y bebe el licor preparado por Fredegunda. Nada más salir del palacio se dobla sobre sí mismo, agitado por los espasmos de dolor causados por el veneno, y cae muerto. Poco después, Fredegunda trama otro complot contra Clodoveo, el último hijo de Audovera y Chilperico. Para ello, acusa a la amante de Clodoveo de emplear artes mágicas contra los reyes y, bajo tortura, la obliga a confesar su imaginario delito e implicar como cómplice al príncipe. Fredegunda ordena el traslado de Clodoveo a otra ciudad por vía fluvial y encarga a sus esbirros que asesinen al príncipe y arrojen su cuerpo al Sena. Un pescador encontrará el cadáver y le dará sepultura junto a su choza. Con este crimen, Fredegunda deja expedito el camino del trono para sus propios hijos. Para completar su venganza manda quemar viva a la madre de la amante del príncipe, a la que acusa de ejercer toda clase de sortilegios y maleficios contra la familia real. En 584, el rey Chilperico es asesinado al volver de una jornada de caza, cuando desciende del caballo. Esa misma mañana, el rey había descubierto la infidelidad de su esposa con uno


de sus caballeros, un tal Landry, y según algunas fuentes, Fredegunda habría organizado el asesinato de su propio marido por temor a sus represalias. El hecho de que el cadáver del rey asesinado permaneciese tendido en el lugar del crimen, abandonado de todos, hasta que el obispo de Senlis, compadecido, le dio sepultura, y la precipitada huida de la reina hacia París, avalan la credibilidad de esta versión del regicidio por encargo de la esposa infiel. Célebre, e histórico, es el episodio del baúl con el que Fredegunda trató de asesinar a su propia hija, Rigunda. Las relaciones entre ambas no eran buenas, y en sus discusiones llegaban con frecuencia a las manos. La principal causa de sus desavenencias eran -según cuenta Gregorio de Tours, contemporáneo de los hechos los frecuentes adulterios de la princesa. Un día en que Rigunda recriminaba a su madre por su tacañería y le reclamaba una mayor participación en sus riquezas, Fredegunda abrió un pesado baúl lleno de joyas y telas preciosas y dijo a su hija: "Toma lo que quieras y deja ya de importunarme". Cuando Rigunda se hallaba de rodillas rebuscando en el fondo del baúl, Fredegunda cerró violentamente la tapa y mantuvo la presión con todas sus fuerzas, con intención de asfixiar a su hija. A los gritos sofocados de ésta acudió la servidumbre e impidió la muerte de la princesa. Para Fredegunda, el crimen es una forma de gobierno como otra cualquiera, y son numerosos los asesinatos que encomienda a sus sirvientes. Si éstos flaquean a la hora de perpetrarlos o fallan en su empeño, Fredegunda les reserva un pago atroz. Los sucesivos emisarios que envía para atentar contra los reyes rivales (Gontrán, rey de Borgoña y hermano de Chilperico; Brunilda; o el hijo de ésta, Childeberto, rey de Austrasia tras la muerte de su padre por encargo de Fredegunda) reciben, como pago de su fracaso o su pusilanimidad, la muerte por envenenamiento o por medios más horribles. Por ejemplo, en 585, Fredegunda envía a la corte de Brunilda a un sacerdote con el encargo de ganarse la confianza de la reina de Austrasia y, luego, asesinarla. El hombre es descubierto y, bajo tortura, revela su verdadera misión. Brunilda no pierde el tiempo en castigarlo y se limita a devolverlo a su ama, previendo la suerte que espera al desdichado. En efecto, Fredegunda ordena que corten manos y pies a su fracasado agente. Cuando su hijo Teodorico muere a los pocos meses de nacer, Fredegunda, que atribuye la desgracia a algún maleficio, manda torturar a varias damas de la corte y asesinar al prefecto de palacio, tras un simulacro de destierro a Burdeos. En Tournai, durante un banquete en el que hace correr el vino con especial abundancia, y cuando ya todos los comensales están ebrios, ordena el asesinato de tres nobles que contrarían sus planes. Algunos de los crímenes de Fredegunda tienen un designio político, pero otros sólo obedecen a su inextinguible sed de venganza: por ejemplo, el asesinato de Audovera en 580, cuando es ya una simple particular retirada en un monasterio. En el invierno de 596, el rey Childeberto y su esposa mueren envenenados. La historia no tiene pruebas concluyentes sobre la autoría del crimen, pero todos los indicios apuntan hacia su principal beneficiaria: Fredegunda, que nada más tener la confirmación del fallecimiento real pone en marcha un ejército para ocupar París. Fredegunda falleció de muerte natural al año siguiente, dejando instalado en el trono de Neustria a su hijo Clotario, que consumaría una Brunilda ya anciana, una terrible venganza digna de su implacable madre: Brunilda murió arrastrada por los campos, atada a la cola de un caballo desbocado. *** Irene (752-803), Emperatriz de Bizancio, era ateniense, huérfana, de origen oscuro. Gracias a su belleza y a la poca importancia que se concedía en Bizancio a los orígenes de las prometidas reales, en 768 contrajo matrimonio con el futuro emperador León IV. Tras cinco años de reinado (775-780), León IV murió, e Irene asumió la regencia. Su hijo, el futuro Constantino VI, tenía entonces sólo 10 años y, para su desgracia, el poder supremo era el interés máximo de Irene. Cuando Constantino tuvo edad de reinar, Irene, que había tomado la precaución de sustituir las tropas acantonadas en Constantinopla por regimientos de su plena confianza, obligó a los soldados a formular este insólito juramento: "Nunca, mientras vivas, reconoceremos como emperador a tu hijo". A los veinte años, Constantino VI vivía prácticamente preso en su propio palacio por orden de su madre. Las tropas de Asia Menor no estaban de acuerdo con esa anómala situación y se sublevaron. Irene se asustó, entregó el poder a su hijo y se retiró al Eleutherion, su palacio personal en las afueras de Constantinopla. Pero


el nuevo emperador no guardaba rencor a su madre. Apenas transcurrido un año (enero de 792), Irene lograba que su hijo la admitiese de nuevo en su Corte, asociándola al poder. Irene había aprendido la lección y decidió que esta vez no se precipitaría. Así fue como, durante cinco años, tejió pacientemente la tela de araña en la que acabaría atrapando a su hijo, único obstáculo para recuperar el trono. Después de minar, mediante sutiles y hábiles maniobras, la inmensa popularidad del emperador, intentó el todo por el todo: encargó a una partida de sicarios que asesinase a Constantino cuando este volvía desde el Hipódromo a Palacio. Pero Constantino logró huir y cruzar el Bósforo en barco. Al verse descubierta, Irene pensaba nuevamente en implorar la clemencia de su hijo, pero sus colaboradores, sabiéndose perdidos si la conspiración fracasaba, se apoderaron de Constantino mediante un audaz golpe de mano y lo entregaron preso a su madre. Impertérrita, Irene hizo venir al verdugo y le ordenó que sacase los ojos al infortunado emperador, incapacitándolo así definitivamente para reinar. En 802, Irene fue, a su vez, derrocada y… ¿asesinada? ¿privada de sus ojos? No, simplemente fue exiliada a isla de Prinkipo, donde ella había fundado un monasterio y contaba con toda clase de apoyos y simpatías, y finalmente, ante la reanudación de sus intrigas, a la isla de Lesbos, en la que falleció de muerte natural un año después de su derrocamiento. *** Otra Teodora, Emperatriz regente en Bizancio desde 842 hasta 856, detuvo – según cuentan los cronistas de la épocauna invasión del rey de los búlgaros con este mensaje: "Si vences a una mujer, tu gloria será nula; pero si eres vencido por una mujer, serás el hazmerreír del mundo entero". Sea cierta o legendaria, la frase es ilustrativa del distinto concepto histórico del ejercicio del poder en función del sexo. El cetro, más pesado de responsabilidades en el caso del hombre, conservaba, sin embargo, intactas sus prerrogativas en manos de la mujer. En la lucha a favor y en contra de las imágenes religiosas que dividió el mundo bizantino durante los siglos VIII y IX (iconoclastas contra iconodulos), Teodora, ferviente devota de las imágenes, se ensañó particularmente contra la secta iconoclasta de los paulicianos, a los que dio a elegir entre la conversión o la muerte. Más cien mil paulicianos renuentes a la conversión fueron exterminados por orden de la emperatriz en Asia Menor. Las consecuencias de ese acto de fanatismo no fueron triviales para el imperio bizantino, ya que extensos territorios bajo influencia pauliciana buscaron desde entonces el amparo del poder musulmán que, con el tiempo, acabaría absorbiendo el imperio bizantino. *** Teófano Fue emperatriz de Bizancio de 959 a 969. Cuando quedó viuda del emperador Romano II, buscó una alianza firme que le permitiera conservar el trono frente a las constantes asechanzas de otros miembros de la familia real bizantina. Su elección recayó en el general más prestigioso del imperio, Nicéforo Focas, que tras el matrimonio con la emperatriz subió al trono con el nombre de Nicéforo II. El nuevo emperador tenía un sobrino, de nombre Juan Tzimisces, que pronto se convirtió en amante de Teófano. Si la historia ha retenido el nombre de ésta, se debe, sobre todo, a su intervención decisiva en el asesinato de su esposo a manos de su amante, el futuro emperador Juan I Tzimisces. En los primeros días del año 969, Teófano y Juan Tzimisces pusieron en práctica un plan cuidadosamente elaborado por ambos durante las asiduas visitas de Juan al gineceo.3 Durante los días anteriores al asesinato, los conspiradores accedieron en pequeños grupos al gineceo disfrazados de mujeres y permanecieron ocultos en las habitaciones de la reina hasta la noche señalada para el crimen. En el último momento se les presentó una dificultad imprevista, cuando se enteraron de la costumbre de Nicéforo de cerrar por dentro la habitación en que dormía. Forzar violentamente la puerta equivalía a poner en alerta todo el palacio. Entonces, la emperatriz, con asombrosa sangre fría, se encargó de resolver el problema. "Al caer la noche –cuenta León Diácono, el principal historiador bizantino de la época-, la emperatriz hizo su visita habitual al emperador y le habló de las doncellas recientemente llegadas de Bulgaria, diciendo: 'Voy a asegurarme de que no les falta de nada, pero volveré contigo después. No cierres por dentro la puerta de la alcoba. Yo lo haré cuando vuelva.' Diciendo esto, salió. El emperador dedicó la primera vigilia de la noche a la oración y al estudio de las Sagradas Escrituras, como era su costumbre.


Después, cuando la naturaleza llamó al sueño…" Lo que ocurrió cuando la naturaleza llamó al sueño fue que entraron los conspiradores, asesinaron al emperador y mostraron su cabeza a la guardia, que se inclinó ante los hechos consumados. Teófano, sin embargo, no lograría ver cumplidas sus ambiciones, y su vida a partir de aquel momento transcurrió en un segundo plano muy discreto del que ni siquiera la sacaría años más tarde el acceso de su hijo al trono, pero es otra historia. *** Leonor de Aquitania (1122-1204), Probablemente, la mujer más poderosa de su tiempo, fue soberana, como heredera del ducado de Aquitania y del Poitou, de una porción sustancial del territorio francés; reina de Francia por su matrimonio con Luis VII;y, posteriormente, reina de Inglaterra por su matrimonio con Enrique II Plantagenet. En 1147 participó con su marido en la Segunda Cruzada; aunque era frecuente que las grandes señoras acompañasen a sus maridos a las cruzadas, Leonor intervino también como señora feudal, al frente de sus mesnadas, aunque sin tener participación alguna en las batallas (a diferencia de su marido, el rey Luis VII, que en la batalla del monte Cadmos se vio rodeado por un número superior de enemigos turcos contra los que se defendió de espaldas contra un saliente rocoso, sin ser reconocido por ellos, hecho que le libró de ser muerto o hecho prisionero). Ya en tierra de infieles, Leonor decidió serlo a su marido y mantuvo amoríos con su tío Raimundo de Toulouse, aunque no fue esa la causa de la ruptura del matrimonio. De vuelta en Francia, Leonor conoció a Enrique Plantagenet, futuro Enrique II de Inglaterra, con quien pactó las condiciones de un próximo matrimonio. Luego logró que un concilio de obispos decretase la ilegitimidad de su vínculo con el rey francés, alegando la existencia de consanguinidad entre ambos. En marzo de 1152 se pronunció el divorcio del rey francés y Leonor, y ésta abondonó París, rumbo hacia sus estados de Aquitania. Dos meses después se casó con Enrique Plantagenet, condición que la convertiría, dos años más tarde, en reina de Inglaterra. El matrimonio funcionó durante catorce años, hasta que se interpuso la figura de Rosamunda, la amante del rey. Cuando Leonor descubrió la infidelidad de su marido, decidió abandonar la corte inglesa y volver a sus territorios franceses, no sin antes tratar de envenenar a Rosamunda. Durante los años siguientes atizó la guerra sin tregua de sus hijos -entre ellos su preferido, Ricardo Corazón de León- contra su padre, Enrique II Plantagenet. Prisionera en Inglaterra, fue liberada cuando Ricardo Corazón de León asumió el poder y, para los últimos años de su vida, eligió la vida retirada en la abadía de Fontevrault. *** Blanca de Castilla (1188-1252 ), Reina de Francia, gobernó con gran eficacia, mantuvo incesantes guerras con los Plantagenet ingleses (Enrique III) y los nobles flamencos, normandos y bretones enfeudados con esa dinastía, y reprimió con mano férrea la herejía albigense en el sur del país, pero a diferencia de su padre, el rey castellano Alfonso VIII (que salvó milagrosamente su vida en la derrota de Alarcos y, en las Navas de Tolosa, gritó al arzobispo Ximénez de Rada: "Arzobispo, vos y yo aquí muramos", antes de lanzarse ambos al ataque que les daría la victoria), de su esposo Luis VIII de Francia (que murió en su campaña contra los albigenses) o de su hijo Luis IX de Francia (el futuro San Luis, que cayó prisionero de los musulmanes en la batalla de Mansurah, en Egipto, y murió víctima de la peste que diezmó su ejército en la campaña de Túnez), a diferencia de ellos y de los demás monarcas masculinos de la época, esta gran batalladora se mantuvo siempre a la prudencial distancia de los campos de batalla que le permitía su condición de mujer y murió en su cama. También en su haber de mujer hay que consignar los once hijos que dio a luz, a cada uno lo suyo. A lo largo del siglo XVIII, las mujeres se suceden en el trono y las más altas instancias de poder de Rusia, con la excepción del reinado de Pedro I el Grande, a caballo entre los siglos XVII y XVIII, y algunos brevísimos interregnos masculinos. Es falso el mito de que las mujeres rusas estén recluidas en el terem. En todos los reinados hay una activa presencia de mujeres en los asuntos de gobierno; algunas de ellas organizan abiertamente golpes de fuerza (Catalina I, Ana Ivanovna) o de Estado (Isabel I, Catalina II) para acceder al poder absoluto. Esta actividad política persiste hasta el final de la


monarquía, en el que pesó tanto el favoritismo mostrado por la zarina hacia Rasputín. *** Sofía, Regente de Rusia entre 1682 y 1689. Opulenta ("una verdadera montaña de carne", dice de ella Henry Troyat) y ambiciosa. Hija de Alexis I y de Maria Milovslaski, tiene dos hermanos varones: el futuro Fedor III e Iván. Además, Alexis I, al enviudar de Maria Milovslaski, se casó en segundas nupcias con Natalia Narychkin, que será la madre de Pedro I el Grande. Por lo tanto, Sofía y Pedro son hermanastros. Cuando muere Fedor III sin descendencia, la Duma proclama heredero a Pedro, dado que Iván, a pesar de ser mayor que Pedro, es medio idiota. Es decir, con Pedro pasa a ocupar el poder su familia materna, el clan de los Narychkin; y queda en segundo plano, el clan de Iván y de Sofía, es decir, los Milovslaski. Algo que no conviene en modo alguno a Sofía, que ha ejercido ya gran influencia durante el reinado de Fedor III (este había delegado todas las tareas de gobierno en Basilio Golitzin, el amante de Sofía). Así pues, tras el advenimiento de Pedro, el clan Narychkin triunfa: sus miembros acaparan todos los cargos. Pero Sofía, que durante años ha ejercido un poder en la sombra, no se conforma con pasar a segundo plano. Junto con su amante y ex valido Golitzin trama la conspiración para volver al poder, respaldados por todo el clan Milovslaski. El hecho de que Golitzin sea su amante oficial, no impide a Sofía mantener amoríos esporádicos con los oficiales de la guarnición de Moscú, los veinte regimientos de strelitz creados un siglo antes por Iván el Terrible. En particular, mantiene relaciones especialmente estrechas con su comandante, el príncipe Khovanski. Sofía y sus agentes siembran el descontento entre los strelitz con rumores sobre la ilegitimidad del zar Pedro, que por entonces es un niño de diez años, sobre supuestos planes para asesinar al legítimo heredero (Iván, el hemano de Sofía), a lo que acompañan sobornos y promesas. Finalmente, el 15 de mayo de 1682 desencadenan la revuelta, al sembrar entre los strelitz el rumor de que el zarevich Iván había sido asesinado por orden de la regente Natalia. Aunque los strelitz entran en el Kremlin y comprueban con sus propios ojos que el zarevich Iván está perfectamente sano, la revuelta está desatada y durante los próximos días dará lugar a una espantosa carnicería de gentes afines a los Narychkin, comenzando por una lista de cuarenta y seis nombres elaborada por la propia Sofía. A pesar de matar a cientos de personas durante esos días, a los strelitz no se les pasa en ningún momento por la cabeza la idea de pedir cuentas a la jefa del clan, la regente Natalia. Lo más que se oyen son algunos gritos esporádicos contra ella: "¡Al convento! ¡Al convento!", que en aquella época era la forma de saldar las cuentas políticas con las mujeres, en lugar de la tortura y la ejecución sumarias aplicadas a los hombres. Por ejemplo, el hermano de Natalia, Iván Narychkin, que nunca había tenido un papel político relevante y que se entregó voluntariamente a los strelitz para evitar represalias contra los suyos, fue torturado para arrancarle la confesión de crímenes imaginarios, luego herido por innumerables picas que lo convirtieron en un guiñapo sanguinolento y, finalmente, cuando aún estaba vivo, descuartizado lentamente. Mientras tanto Sofía, que obra a través de terceros y finge estar absolutamente al margen de los acontecimientos, entrega fuertes sumas de dinero a los asesinos y les distribuye los bienes de sus víctimas. Cuando la situación está suficientemente madura, pasa a la fase final de la operación. Debidamente aleccionados, los strelitz reaparecen en el Kremlin y exigen, como condición para poner fin a la revuelta, que Iván, el hermano imbécil de Sofía, sea proclamado zar junto con Pedro. La Duma, aterrorizada, acepta esta reivindicación insólita. A partir de ese momento hay doszares: Pedro, de diez años, e Iván, de dieciséis. Pero Sofía no desea compartir el poder. Por lo tanto, dos días más tarde, los strelitz vuelven a la Duma con una nueva solicitud: Iván debe tener un mayor rango y ser el primer zar, mientras que Pedro será solamente el segundo zar. Por último, unos días después, los strelitz exigen que, dada la mala salud de Iván, Sofía ejerza el poder en su lugar como regente. La Duma acepta. Sofía se convierte así en regente del primer zar. Ella ejercerá el verdadero poder en Rusia. El zar Pedro y su madre serán alejados del Kremlin y enviados a la aldea de Preobrajenkoie, a varios kilómetros de Moscú. Poco después, cuando surjan las discrepancias con una facción de los strelitz por motivos religiosos, Sofía huirá de Moscú y buscará el apoyo del ejército y de


los boyardos (nobles). Apenas se siente segura bajo la protección de las tropas, envia un mensaje sumamente cordial al principe Khovanski, jefe de los strelitz, invitándole a acudir a una entrevista para tratar de resolver la situación. El príncipe acude, confiado, escoltado únicamente por 36 strelitz. Apenas llegados, Sofía los mandará detener y ejecutar en el acto a todos ellos, que morirán decapitados. A continuación hará una purga inmisericorde en los regimientos de strelitz, manteniendo en Moscú únicamente a los de su confianza. Sofía emprende dos campañas militares contra los turcos. En ambas impone como comandante en jefe a su amante Golitzin, a pesar de que este no es militar ni conoce el arte de la guerra. Ambas campañas se saldan con estrepitosos fracasos, pero Sofía ordena todo tipo de celebraciones en Moscú y condecora a los vencidos como si fueran vencedores, negándose a reconocer la derrota. Eso sí, cambia de amante. Mientras tanto, pasan los años y Pedro va haciéndose mayor, lo que constituye una seria amenaza para la regencia de Sofía. Por eso, decide suprimirlo. Su plan es enviar a varios regimientos de strelitz a Preobrajenkoie durante la noche con la misión de apresar y ejecutar a Pedro y a todo su entorno. Pedro es advertido del complot con una horas de antelación y logra huir y refugiarse en un convento fortificado cercano. Pronto afluyen también sus numerosos partidarios. El enfrentamiento entre Pedro y Sofía es ahora abierto. La mayoría de los boyardos se declaran a favor de Pedro, lo que provoca la inmediata defección de los regimientos de strelitz moscovitas, que eran el principal apoyo de Sofía. Esta comprende que ha perdido. Pedro le envía una delegación ordenándole que se retire al convento de Novodievitchi, en los alrededores de Moscú. El desenlace no es tan malo para ella. A fin de cuentas, su condición femenina la libra de la muerte segura que la hubiera aguardado de haber sido hombre. Atrás quedaban siete años de poder absoluto y cuentas represiones. Pero no es ése el punto final de las ambiciones de Sofía. Ocho años más tarde, el zar Pedro I emprende un largo viaje por Europa, la denominada "Gran Embajada". Sofía aprovecha la ausencia del zar para promover una nueva intentona. Nuevamente los strelitz serán su punto de apoyo. Sofía hace correr el rumor de que el zar, ausente de Rusia desde hace más de un año, ha muerto en el extranjero. Los strelitz, relegados a segundo plano o alejados de Moscú por Pedro I, tratan de restablecer a Sofía en el poder, pero la revuelta es sofocada por el ejército regular. Pedro vuelve precipitadamente a Rusia. Cuando llega a Moscú, la calma se ha restablecido, pero decide acabar de una vez por todas con la amenaza permanente que constituyen los strelitz. Cerca de trescientos de ellos son ahorcados frente a las ventanas que ocupa Sofía en el convento. Otros son ejecutados de diversos modos y, como escarmiento, sus cuerpos permanecen expuestos durante cinco meses en los alrededores del Kremlin, despidiendo un hedor pestilencial a pesar del frío invernal (las ejecuciones tuvieron lugar en octubre de 1698) y siendo devorados por los cuervos. En contraste con esa represión brutal, Sofía, la inspiradora de la revuelta, fue condenada a… profesar como monja en el convento en que hasta entonces había sido una simple residente privilegiada. *** A Pedro I el Grande le sucede en el trono Catalina I, encarnación rusa de la leyenda de Cenicienta. Hija de humildes campesinos de Livonia (territorio de las actuales Estonia y Letonia) muertos a causa de la peste cuando ella era adolescente, fue recogida como sirvienta por un pastor protestante. Las labores domésticas le interesaron menos que la compañía de los soldados rusos que combatían a los suecos en el suelo de Livonia. De amante en amante, fue "ascendiendo" hasta acabar en brazos del general en jefe, Menchikof. A través de éste, conoció al zar Pedro el Grande, de quien fue amante durante años, para acabar convirtiéndose en su esposa. En enero de 1725 muere Pedro el Grande, de resultas de la neumonía y la infección de vías urinarias contraídas tras arrojarse, como buen patriarca, a las aguas heladas del Neva para auxiliar a unos simples marineros cuyo barco había naufragado. Catalina, la huérfana de dos campesinos livonios, se convierte así en emperatriz de Rusia. Durante su reinado se dedicará básicamente a los placeres de la mesa y de la cama: interminables banquetes de los que la emperatriz se levanta tambaleante por efecto del vodka, antes de acostarse con algún joven apuesto al que apenas conoce. Su muerte, atribuida al inmoderado consumo de alcohol, sobrevino en


mayo de 1727, dos años y tres meses después de haber sido entronizada. *** Tras el breve reinado de Pedro II, en 1730 sube al trono Anna Ivanovna, que reinará hasta 1740. Aunque su designación como emperatriz estuvo condicionada a la firma de un documento que la convertía en una especie de monarca constitucional, una vez en el poder rompió públicamente el documento en un acto oficial respaldado por las bayonetas de la guarda imperial y, desde entonces, ejerció un poder autocrático. Durante su reinado mostró un desinterés general por las tareas de gobierno, que delegó en su amante, el alemán Bühren, y se dedicó con frenesí a los placeres más extravagantes. Uno de ellos consistía en disparar a todo animal de pelo o pluma que divisase desde las ventanas del Palacio de Invierno en San Petersburgo, por lo que ordenó tener siempre armas de fuego dispuestas y cargadas en todos los aposentos. También se enorgullecía de tener tantos caballos para su uso personal como días tiene el año. Con frecuencia mandaba cantar en coro a sus damas de honor, y no dudaba en corregir con una sonora bofetada a la que desafinaba demasiado o ponía poco interés en el canto. También le gustaba rodearse de enanos y bufones: todos los domingos, a la salida de misa y en presencia de toda la corte, sus enanos preferidos se colocaban en cuclillas imitando los movimientos y cantos de las gallinas; luego debían abofetearse entre ellos hasta hacerse sangre y caer desfallecidos. En una ocasión, una vieja enana de la camarilla comenta que le gustaría casarse. Inmediatamente, Ana Ivanovna organiza la broma que, quizás, constituye el episodio más conocido de su reinado: el matrimonio burlesco de la vieja kalmuka con el anciano noble Mijail Alexeievitch Galitzine y su posterior noche de bodas en una casa de hielo fabulosamente esculpida hasta en los más mínimos detalles para el acontecimiento. El 6 de febrero de 1740, en pleno invierno de San Petersburgo, se celebra un grandioso desfile carnavalesco para acompañar a los "novios" desde la iglesia a su primorosa casita de hielo, donde quedan encerrados durante la noche. La propia reina se asegura de que ambos queden bien acostados sobre su lecho de hielo, y pone centinelas en todas las puertas para evitar que los "recién casados" puedan abandonar su prisión helada. Milagrosamente, ninguno de ellos murió. Si su primer ministro Bühren era implacable con sus enemigos, ella no le iba a la zaga, y las ejecuciones de sus rivales políticos se sucedieron a lo largo del reinado. Su gobierno se apoyó en una nube de espías y delatores y fue especialmente rígido contra todo conato de oposición o crítica: muchos nobles acabaron descuartizados; otros en Siberia. Durante el reinado de Anna Ivanovna, Rusia entabló dos guerras, la segunda de ellas especialmente cruenta: una contra Polonia, por motivos sucesorios, y otra contra Turquía, de carácter territorial. *** Anna Leopoldovna Ejerció el poder durante poco más de un año, como madre del pequeño zar Iván IV. Su breve regencia, caracterizada también por un absoluto desinterés por las labores de gobierno y un interés casi exclusivo por las diversiones y los líos de alcoba, tuvo un final abrupto a manos de Isabel I, como veremos a continuación. *** Isabel I de Rusia Hija de Pedro I el Grande, llega al poder en 1741 tras un golpe de Estado secundado por las tropas de la Guardia Imperial. El día anterior, en una reunión en que la regente Anna Leopoldovna le descubre que está al corriente de lo que se trama, Isabel cae de rodillas y ejecuta una obra maestra de llanto e hipocresía con la que consigue disipar momentáneamente las sospechas de la cabeza de su sobrina la regente. Esa misma noche, en los apartamentos de Isabel en el Palacio de Invierno, se pone en marcha el golpe de Estado. Antes de salir hacia los cuarteles del regimiento Preobayenski, Isabel se postra ante un icono y jura solemnemente en presencia de los conjurados que, si el golpe de Estado triunfa, suprimirá la pena de muerte en Rusia. El recuerdo de Pedro el Grande es demasiado prestigioso en los cuarteles como para que éstos nieguen el apoyo a su hija, y el golpe de Estado triunfa sin dificultad. Las medidas de represión ordenadas por Isabel nada más acceder al poder son implacables. Las purgas


subsiguientes fueron extraordinariamente severas. Se celebró un simulacro de juicio contra los anteriores altos cargos. La propia Isabel decidió de antemano las sentencias, inapelables, y asistió al juicio oculta tras una cortina. Las penas impuestas, invariablemente de muerte, adoptaron las más variadas modalidades: descuartizamiento, degollación, decapitación... Cuando los condenados estaban a punto de ser ejecutados en el cadalso, Isabel, que interpretaba a su manera el juramento de suprimir la pena capital, hacía llegar el indulto. Apenas dos años más tarde, en agosto de 1743, nuevamente hubo rumores de conspiración, instigada esta vez por el embajador austriaco Botta d'Adorno. Este logra huir al extranjero, pero la represión de Isabel contra el resto de los conjurados es feroz. Primero es la tortura física (látigo, tenazas, hierros al rojo vivo) para obtener delaciones, luego la condena a muerte por descuartizamiento y decapitación. No obstante, Isabel, que quiere pasar a la historia con el sobrenombre de "la Clemente",anuncia en un baile que indultará a los condenados. Lo que no impide que se levante un cadalso para cortar la lengua en público a las dos principales implicadas (la Sra. Bestujef y la Sra. Lopukin) antes de mandarlas a Siberia. Isabel fue desmesurada y arbitraria. En cierta ocasión en que tuvo que raparse el cabello tras los estragos causados por un mal teñido capilar obligó a su vez a todas las damas de la corte a cortarse el pelo al cero. Nunca puso dos veces el mismo vestido. En el incendio de uno de sus palacios ardieron cuatro mil vestidos. No obstante, cuando murió se hizo inventario de su guardarropa y se hallaron 15.000 vestidos más, muchos de ellos sin estrenar. *** Catalina la Grande. Princesa alemana, se convirtió en Gran Duquesa rusa por su matrimonio con el futuro Pedro III. Su principal función como princesa consorte era dar descendencia legítima al trono, así que tuvo tres hijos, …los tres ilegítimos: el primero (futuro zar Pablo II), de Saltykov; el segundo, de Poniatowski; y el tercero, en una época en que ya no convivía con su marido, de Gregorio Orlov. Este tercer embarazo lo ocultó, y cuando su curso natural se hizo demasiado visible, permaneció en cama fingiendo una torcedura de tobillo, que la "retuvo" durante semanas en el lecho con un pie aparatosamente vendado. Llegado el momento del parto, para evitar cualquier indiscreción, encargó a uno de sus sirvientes de máxima confianza que incendiase su casa, situada en las cercanías del palacio. Al ser las casas de madera, el incendio se propagó pronto a todo el barrio, lo que mantuvo centrada la curiosidad general durante las horas críticas del parto, que tuvo lugar en un ala apartada del edificio. Catalina llegó al poder tras dar un golpe de estado contra su marido (Pedro III), al que sus amigos, encabezados por su amante Gregorio Orlov, dieron muerte. Poco después moría, también asesinado por sus guardianes, el zar Iván VI, depuesto por Isabel I de Rusia cuando tenía dos años, y en prisión desde entonces, al igual que su madre (la regente). Catalina, además de usurpar ilegítimamente el poder (dos regicidios en dos años), lo ejerció con total despotismo. Mantuvo guerras expansionistas contra turcos, suecos y polacos, y aumentó considerablemente (en un tercio) el territorio ruso a costa de ellos. Tuvo incontables amantes, todos ellos "oficiales" y con gran influencia en el gobierno. A todos los cubrió de honores y riquezas. Orlov fue desplazado del lecho imperial por Potemkim, su ministro más capaz, amante imperial durante dos años. Cuando dejó de resultar suficientemente excitante para la zarina, Potemkim se encargó de escoger para ella, con gran astucia politica, los amantes sucesivos (Zavadovski, Zoritch, Rimsky-Korsakov, Lanskoï, Ermolov, Mamonov, Zoubov). No sólo Potemkim velaba por abastecer el lecho de la soberana con adonis sin aspiraciones políticas, sino que también intervenía una "probadora" o "catadora" (una alta dama de la Corte, primero la condesa Bruce, después la Sra. Protassov) que garantizaba el buen rendimiento sexual de los aspirantes y daba su visto bueno antes de conferirles la condición de amantes titulares de la emperatriz, posición que los colmaría de riquezas y honores. Aunque mantenía correspondencia con los principales filósofos ilustrados de la época (Voltaire, Diderot, Grimm...), Catalina ejerció una autocracia sin fisuras, favoreció los intereses de la nobleza rusa a costa de endurecer la condición de los siervos y se opuso con todas sus fuerzas a la revolución francesa. En una época en que los siervos se vendían en lotes, junto con muebles y enseres,


y en las gacetas locales eran habituales los anuncios del tipo: "vendo una sierva de 16 años y dos armarios nuevos", Catalina, la amiga de los filósofos ilustrados, batió todos los récords, llegando a distribuir más de ochocientas mil "almas" en regalos y recompensas a sus amigos y amantes. Las profesiones de filantropía reiteradas en sus cartas a los enciclopedistas franceses tampoco fueron impedimento para que Catalina reprimiese con dureza medieval la revuelta campesina dirigida por Pugachev. *** Isabel la Católica, Hermana del rey Enrique IV, disputó los derechos dinásticos a la hija del monarca y heredera legítima, Juana la Beltraneja, y alumbró con ello una contienda civil que duraría cuatro años. Aprovechó el descontento de una facción de la nobleza, que destronó al rey simbólicamente en la llamada "farsa de Ávila" y forzó la situación hasta lograr que el rey la reconociera como sucesora en el pacto de los Toros de Guisando, que fue denunciado por el propio rey dos años más tarde en Valdelozoya tras el matrimonio de Isabel con Fernando, heredero de la corona de Aragón. Isabel hizo caso omiso de esta revocación y, a la muerte del rey, se autoproclamó reina en un verdadero golpe de Estado, lo que dio lugar a la guerra civil entre sus partidarios y los de la Beltraneja. Como es costumbre en el caso de reinas o aspirantes a serlo por la fuerza de las armas, ella no intervino nunca personalmente en las luchas, ya que encomendó a su marido, príncipe aragonés, la dirección de su ejército castellano. Fernando, en cambio, si se expuso al peligro de esas batallas a favor de su esposa, en particular en la batalla decisiva de Peleagonzalo (1476). La gran capacidad mostrada por Isabel como gobernante dejó pronto en segundo plano, incluso para la Historia, la cuestión de su legitimidad como soberana. Gobernó como lo hubiera hecho el monarca más celoso de su autoridad en su época, y sin mostrar ningún escrúpulo femenino o feminista: expulsó de España a los judíos y se apoderó de sus bienes, combatió a los moros de Granada hasta su expulsión, creó la Santa Inquisición y sus hogueras, comenzó la explotación de los indios en América, etc. Por cierto, también creó unas curiosas Escuelas de Palacio, de las que formaban parte jóvenes de ambos sexos de las familias más ilustres del reino, que acompañaban a todas partes a la corte itinerante de aquellos tiempos y estudiaban bajo la dirección de personajes como Pedro Mártir de Anglería, Lucio Marineo Sículo o Beatriz Galindo, la Latina. Sí, sí, jóvenes de ambos sexos. *** Catalina de Médicis Fue la instigadora y verdadera responsable moral de la Masacre de San Bartolomé (24 de agosto de 1572) que costó la vida a unos 4000 protestantes en París y a varias decenas de miles más (entre 20.000 y 60.000, según los autores) en el resto de Francia. Su activa participación en la política y las guerras de religión de Francia no representó para ella, como mujer, los riesgos que llevaron a la muerte a su hijo Enrique III (asesinado en 1589 por el fanático monje católico Clément), su yerno Enrique IV (asesinado en 1610 por el no menos fanático Ravaillac), o para el padre de Enrique IV, Antonio de Borbón, Condestable de Francia, muerto en 1562 de un disparo de arcabuz en el sitio de Rouen, o su hermano Luis I, príncipe de Condé, jefe del partido hugonote, muerto en la batalla de Jarnac (1569), por citar sólo a algunos miembros de su familia muertos en la contienda entre católicos y protestantes franceses. *** María Estuardo. La biografía de María Estuardo (1542-1587) es, literalmente, una intensa novela romántica. Pero su aureola de heroína trágica no está exenta de tenebrosidades, entre las que destaca el asesinato de su segundo esposo Henry Darnley, rey consorte de Escocia. Dos años después de haber superado con su empeño y decisión característicos todos los obstáculos políticos que se oponían a su matrimonio por amor con el jovencísimo Darnley, María Estuardo está decepcionada y cansada de su esposo, al que no perdona su participación en la conspiración para asesinar al secretario personal de la


reina y personaje omnipotente en Escocia, el advenedizo italiano David Riccio. Entonces entra en escena el conde de Bothwell, noble escocés del que María se enamora perdidamente y al que ofrece su mano y, con ella, la corona a cambio de su ayuda para desembarazarse de Darnley. Éste, que siente su vida en peligro, se ha retirado al castillo que su padre, el conde Lennox, tiene en Glasgow. Allí se siente seguro, protegido por las murallas de la fortaleza paterna y con un barco siempre preparado en el puerto para una huida precipitada. En las fechas en que todo está listo para su asesinato, Darnley yace en su lecho de Glasgow, enfermo de viruela. En tales condiciones, la conspiración contra su vida parece condenada al fracaso. Y ahí es donde interviene decisivamente María Estuardo, que finge un repentino interés por la salud de su esposo, acude a visitarlo a Glasgow, le hace creer que desea la reconciliación y logra convencerlo para que vuelva a la Corte. En pleno mes de febrero, el rey hace el viaje desde Glasgow a Edimburgo en la litera que María Estuardo ha tomado la precaución de llevar consigo. Pero llegados a Edimburgo, en lugar de conducir al enfermo a cualquiera de las residencias reales, lo llevan a una humilde casa de los suburbios, alegando que la viruela podría ser contagiosa. Al cabo de unos días, durante los cuales María Estuardo no deja de visitar frecuente y ostentosamente a su marido enfermo y fingir un constante desvelo por su bienestar, en la madrugada del 10 de febrero de 1567, se produce una terrible explosión y la casa salta por los aires. El cuerpo sin vida de Darnley aparece en el jardín. Tres meses más tarde, el 15 de mayo de ese año, María Estuardo y lord Bothwell, la pareja asesina, contraen matrimonio en medio de la hostilidad general del país y de los lores en particular, que poco después fuerzan la huida de Botwell y retienen prisionera a la reina. Bothwell busca refugio en Dinamarca, donde las autoridades no pueden emprender ninguna acción judicial contra él y, en principio, lo ponen en libertad. Pero -ironías de la opresión patriarcal- una antigua amante lo denuncia por incumplimiento de una supuesta promesa de matrimonio hecha por Bothwell años atrás y consigue que lo metan en la cárcel, donde morirá diez años más tarde. María Estuardo conseguirá también huir de Escocia y pedirá asilo en el vecino reino de Inglaterra. *** Pero en Inglaterra reina otra mujer, la protestante Isabel I, con la que María Estuardo mantiene desde hace años una doble rivalidad como católica y como aspirante legítima al trono inglés. Isabel I, en lugar de conceder el asilo solicitado por la católica reina de Escocia o permitirle proseguir viaje hacia otro país, hará prevalecer las viejas animosidades personales, religiosas y dinásticas, y retendrá a María por la fuerza y contra todo derecho en Inglaterra durante casi veinte años. Durante todo ese tiempo, María Estuardo es una presencia incómoda para Isabel, ya que cuenta con muchos partidarios católicos en Inglaterra y en el extranjero y es la heredera natural del trono de Londres. Así que Isabel decide poner en práctica una de las obras maestras de la intriga policial de todos los tiempos, urdida por Walsingham, su ministro de la Policía. Para ello, no sólo infiltran a sus agentes en los círculos católicos que corresponden en secreto con María Estuardo, sino que inducen, desde dentro de ellos, una conspiración controlada para asesinar a la soberana inglesa. Toda la correspondencia secreta entre María Estuardo y sus partidarios es interceptada, descifrada y copiada por los agentes de Isabel antes de llegar a su destino. Maniobrando hábilmente, los agentes de Walsingham logran arrancar a María Estuardo la pieza de convicción que tanto necesitan: la aprobación del asesinato que se trama. Este será el error definitivo de María Estuardo, que la llevará al cadalso en 1587 y la convertirá, definitivamente, en una reina de leyenda. Para Isabel I, la vencedora, el saldo no será tan positivo: la historia siempre la retratará como la gobernante pérfida que apresó ilícitamente a una reina que le pedía asilo o libre paso y urdió contra ella toda clase de mezquindades hasta lograr su condena a muerte. A Isabel I tampoco le tembló la mano al enviar jesuitas y todo tipo de predicadores católicos al martirio: a partir de 1580 los ahorcamientos y descuartizamientos de católicos son frecuentes, y en los años siguientes 250 católicos morirán a causa de religión, y sólo el temor a agotar la paciencia de la Santa Sede y de España puso freno al celo represor de Isabel. En otros casos, la persecución consistió en penas de prisión, apartamiento de los hijos de familias católicas para educarlos en el protestantismo y, sobre todo,


imposición de multas a los súbditos que no acudiesen al servicio religioso anglicano, una curiosa forma de aumentar los ingresos del Tesoro.4 Otro recurso de Isabel, mucho más conocido, consistió en dar vía libre a sus corsarios preferidos, Hawkins y Drake, para que saquearan los galeones españoles y le entregaran, eso sí, la parte del botín que le correspondía. El vestuario de Isabel I comprendía 3.000 vestidos y, según afirmaba el embajador francés de Maisse, no habría cabido en una casa de dimensiones medias. Su colección de cremas y perfumes llenaba varias habitaciones. En 1579, con ocasión de los proyectos de boda de Isabel con el príncipe d'Alençon, hermano del rey de Francia, un tal John Stubbs, protestante puritano, tuvo la osadía de escribir un panfleto contra la católica familia real francesa y denunciar las consecuencias negativas que tendría la boda para la Inglaterra protestante. Isabel ordenó que le cortasen la mano derecha. *** A Isabel I la había precedido en el trono inglés su hermanastra católica María I Tudor (15151558), quien, en su breve reinado de cinco años, se ganó merecidamente el apodo popular de Bloody Mary (María la Sanguinaria) con que ha pasado a la historia, debido a la implacable persecución que desencadenó contra los protestantes y los nutridos grupos de ellos que envió a la hoguera o al cadalso. En los cuatro años que van de 1554 a 1558, Bloody Mary quemó en la hoguera a cerca de 400 protestantes, cifra que hace palidecer a las de la Inquisición Española, cuya cifra total de ejecuciones en tres siglos de historia no pasó de 3.000 en todo el territorio peninsular. *** Cristina de Suecia (1626-1689), Reina desde los 6 años, renuncia al trono a los 28, pero no por ello se considera despojada de sus prerrogativas reales. En 1657, durante su estancia, ya como simple particular, en el palacio de Fontainebleau, cedido como residencia provisional por el rey francés Luis XIV, se producen los acontecimientos de la "Galería de los Ciervos", que ponen al desnudo ante toda Europa la personalidad de esta reina culta y excéntrica. Cristina tiene por entonces a su servicio a dos personajes que se odian ferozmente: el conde Santinelli y el marqués Monaldeschi. Éste, hábil falsificador, simula la letra de su rival Santinelli y, en secreto, prepara un escrito en el que se vierten injurias contra la ex reina y se desvelan sus aspiraciones al trono de Nápoles. Después abandona ese escrito en un lugar conveniente, a fin de que la reina lo descubra por casualidad y despida a Santinelli. Pero Cristina es demasiado inteligente para dejarse engañar por una trampa tan simple, y demasiado orgullosa para permitir que el personal de su séquito la engañe. Unos días después del descubrimiento del escrito, Cristina hace venir a un confesor, el padre Le Bel. En su presencia, revela a Monaldeschi que lo sabe todo. Éste observa al confesor y, a cierta distancia, un grupo de tres hombres armados. Aterrado, cae de rodillas ante Cristina y pide perdón por su falta. Cristina le manda levantarse y se dirige a la inmediata Galería de los Ciervos, llamada así por las veinte cabezas de ciervos modeladas en yeso que recorren su parte alta. Monaldeschi la sigue, vertiendo toda clase de explicaciones y súplicas. Cristina escucha imperturbable durante largo rato. Cuando se cansa, llama al padre Le Bel y le dice fríamente: "Padre, preparad a este hombre para la muerte". Ni las súplicas del condenado ni la intercesión del buen padre hacen mella alguna en el ánimo de Cristina, que se retira a una estancia próxima. El padre Le Bel corre tras la ex soberana, se arrodilla ante ella, le recuerda que está fuera de su país y que, al pronunciar una condena de muerte, ofendería al rey de Francia. Cristina se muestra impasible: "Yo sólo tengo que responder de mis actos ante Dios, no ante el rey de Francia", dice sin mostrar el menor asomo de indulgencia. Entonces se producen las atrocidades de una matanza interminable, ya que Monaldeschi lleva una cota de mallas bajo sus ropas, por lo que es herido repetidamente en las extremidades y en la cabeza antes de que uno de los esbirros consiga atravesarle el cuello con su espada. Cuando se conocen, los hechos causan perplejidad y escándalo en París. Sin embargo, en una carta al nuncio apostólico de Viena, Cristina muestra su extrañeza ante la repulsa suscitada por los acontecimientos: "Cuando yo reinaba, sólo exigía de mis súbditos una obediencia ciega y la ejecución de mis órdenes sin replicar. Yo era la única señora absoluta… Ahora ha cambiado


mi fortuna, pero no mis sentimientos. Así que hago ahora en pequeño lo que antes hacía en grande."

NOTAS PIES DE PAGINA 1 Procopio de Cesarea: Historia secreta, cap. XVII. 2 The Decline And Fall Of The Roman Empire, cap. XL. 3 Una de las particularidades de la corte bizantina era la separación de los apartamentos de la reina en una especie de corte aparte (el gineceo) que podía ocultar muchas sorpresas. Por ejemplo, cuando murió la emperatriz Teodora en 548, apareció en sus apartamentos el antiguo patriarca de Constantinopla, que había pasado en aquel escondite los últimos catorce años, mientras todo el mundo lo creía en el destierro al que había sido condenado por Justiniano. 4 En general, la persecución religiosa protestante fue muy lucrativa para los Estados que la ejercieron, y una de las razones de su éxito fue el entramado de intereses económicos que creó (lo mismo que ocurrió siglos más tarde con la Revolución Francesa). En los estados alemanes, la reforma luterana hizo posible la confiscación de la mayor parte de las propiedades eclesiásticas valiéndose de un subterfugio no exento de sutileza: los bienes acumulados secularmente por la Iglesia Católica procedían, en buena medida, de las donaciones destinadas a la salvación de las almas; por lo tanto, al suprimir la noción de Purgatorio, la Reforma libera esos bienes para su adquisición por los particulares, que, de ese modo, pasan a ser los principales paladines de una reforma que los ha enriquecido y cuyo triunfo está estrechamente unido a la conservación de esas nuevas riquezas.


LA MUJER SIN ALMA Y OTRAS RUEDAS DE MOLINO Donde se desmienten algunas creencias absurdas o desmesuradas que, a causa de la natural candidez del ser humano, las instigaciones del victimismo feminista y la común tendencia del varón posmoderno a sentirse chivo expiatorio de todos los pecados ancestrales y burra de todos los palos históricos, han arraigado en el ideario colectivo y forzado la comunión general con descomunales ruedas molineras, como por ejemplo la mujer sin alma, el paterfamiliae todopoderoso, el derecho de pernada o el cinturón de castidad. La mujer sin alma Desde hace muchos años, el perejil de toda salsa radiofónica o televisiva del victimismo feminista ha sido la afirmación de que durante toda la Edad Media, las mujeres fueron consideradas por la Iglesia como criaturas sin alma, aderezada con precisiones "históricas" según las cuales fue en el Concilio de Nicea (325) donde se decretó que las mujeres carecían de alma1 y en el de Trento (1545-1563) donde se decidió, doce siglos después y por un solo voto de diferencia, que sí la tenían. Como toda mentira mil veces repetida, ésta ha acabado por convertirse también en una certeza para el público en general, y es una de las falacias feministas con mayor efecto abochornador y culpabilizante en la audiencia masculina. Sin embargo, la idea de que la Iglesia Católica haya podido nunca decretar la irracionalidad de la Virgen María es una rueda molinera de tan penosa deglución que debería bastar por sí sola para suscitar inquietud acerca de la monstruosa hipertrofia de tragaderas desarrollada por los pobladores . Algo así debió pensar la historiadora francesa Régine Pernoud, estudiosa de la condición femenina en la Edad Media, que, ya en 1977, expresó su perplejidad en los términos siguientes: "¡Así pues, durante siglos se habría bautizado, confesado y admitido a la eucaristía a seres sin alma! En ese caso, ¿por qué no a los animales? Qué extraño, que los primeros mártires venerados como santos hayan sido mujeres,y no hombres: Santa Inés, Santa Cecilia, Santa Ágata y tantas otras. Triste, verdaderamente, que Santa Blandina o Santa Genoveva hayan carecido de almas inmortales. Sorprendente, que en una de las más antiguas pinturas de las catacumbas (en el cementerio de Priscila) se haya representado precisamente a La Virgen con el Niño, bien señalada por la estrella y el profeta Isaías. En fin, ¿a quién creer, a los que reprochan precisamente a la Iglesia medieval el culto de la Virgen María o a los que estiman que la Virgen era entonces considerada como una criatura sin alma? Sin detenernos más en estas monsergas, recordaremos aquí que ciertas mujeres... procedentes de todas las clases sociales... gozaban en la Iglesia, y a causa de su función en la Iglesia, de un extraordinario poder en la Edad Media. Ciertas abadesas eran señoras feudales cuyo poder se respetaba al igual que el de los demás señores; algunas tenían derecho a portar báculo como los obispos; y con frecuencia administraban vastos territorios con aldeas y parroquias..."2 Sin embargo, años más tarde (en 1989), como las "monsergas" seguían haciendo estragos, Régine Pernoud se consideró obligada a añadir una nota al párrafo anterior para explicar el origen de esa "ridícula afirmación" sobre el alma de las mujeres: "Gregorio de Tours, en su Historia de los francos recuerda que, en el Sínodo de Macón de 486, uno de los prelados observó "que no debía incluirse a las mujeres en la denominación de hombres", dando a la palabra homo el sentido restrictivo del vocablo latino vir [varón]. Añade que, citando las Sagradas Escrituras, "los argumentos de los obispos le hicieron abandonar" esa falsa interpretación, lo que "puso fin a la discusión". Pero los autores de la Gran Enciclopedia del siglo XVIII iban a explotar este incidente insignificante (ni siquiera mencionado en los cánones del Concilio) para dar a entender que se negaba la naturaleza humana a la mujer..."3 Siguiendo esa pista trazada por Pernoud, hemos comprobado que, en efecto, Gregorio de Tours afirma en relación con el sínodo de Macón: "Intervino en el Sínodo cierto obispo que sostenía que la mujer no podía designarse con el término


"hombre" [hominem]. Sin embargo, aceptó el razonamiento de los demás obispos y no insistió en su planteamiento, ya que el libro sagrado del Antiguo Testamento (Gen. 5.2) nos dice que, en el principio, creó Dios al hombre [hominem], y los creó macho y hembra, y los llamó Adán, que significa "hombre [homo] hecho de arcilla", y para ambos utilizó la palabra "hombre" [hominem]. Y nuestro señor Jesucristo es llamado "hijo del hombre" [filius hominis], aunque es el hijo de una virgen, de una mujer"4 Michael Nolan, Profesor Emérito del Maurice Kennedy Research Center (University College, Dublin) ha investigado otras ramificaciones de este infundio.5 Al parecer, en el siglo XVI, un joven profesor de Silesia llamado Valentius Acidalius tuvo la ocurrencia de hacer un panfleto humorístico aprovechando la misma circunstancia causante del incidente de Macón, es decir, el doble significado del término latino "homo", que, en su primera acepción, designa al ser humano en general, hombre o mujer, y en una acepción secundaria, se refiere al varón adulto. Valentius consideró divertido aprovechar esta ambigüedad para demostrar que, según la Biblia, sólo los varones adultos tenían alma. Sin embargo, no todos entendieron la broma, y un tal Simon Geddicus contestó con otro incendiario panfleto titulado "Defensa del sexo femenino". La polémica estaba servida y, unas veces en broma y otras en serio, fue retomada en nuevos panfletos, artículos y libelos durante los siglos posteriores, hasta llegar a los enciclopedistas franceses. Como nos recuerda Pernoud, los enciclopedistas, llevados de su animadversión hacia la Iglesia Católica, agrandaron y deformaron esa simple interpretación semántica formulada por un único obispo en Macón -y, por lo demás, rechazada por el Sínodo- y que no tenía nada que ver con el alma de las mujeres, sino con la posibilidad de considerar o no incluidas a las mujeres en la denominación "hombres" [homines]debido al segundo significado de la palabra, es decir, "varones". La pequeña polémica del Concilio –por lo demás, un concilio menor al que sólo asistieron 43 obispos- versó, por lo tanto, sobre un problema lingüístico, no sobre el alma de las mujeres. En su obra Brunehilde, uno de los libros más exhaustivamente documentados sobre el período merovingio, Roger-Xavier Lanteri hace también referencia al incidente de Macón, cuyo desenlace resume del modo siguiente: "El Concilio decide finalmente que la cuestión está 'resuelta' y 'se dejará de lado'. Es decir, que no constituye materia canónica. ¿Se ha hablado sobre el alma de las mujeres? En modo alguno, que nosotros sepamos. El incidente parece cerrado. ¡Pues no! El ratón da a luz una montaña y, a lo largo de los siglos, cada generación va a utilizar este intercambio de opiniones sin importancia, inflarlo, adaptarlo y dejar volar la imaginación."6 Vistas así las cosas, las únicas "desalmadas" mujeres parecen haber sido las propaladoras del bulo. Simone de Beauvoir, siempre dispuesta a hacernos creer que los bueyes vuelan, afirma sin ningún empacho: "Es, por fin, en el siglo XVIII cuando hombres profundamente demócratas plantean la cuestión con objetividad. Diderot, entre otros, emprende la tarea de demostrar que la mujer es, como el hombre, un ser humano".7 Pues sabido es que, sin esa demostración diderotiana, seguiríamos convencidos de que las mujeres son meras bestias y, por ende, los hombres que tanto las han amado, meros obsesos por la zoofilia. Stultorum infinitus est numerus… Cada uno es libre dedejarse embaucar por los charlatanes y vendedores de humo en la medida que considere más ajustada a sus necesidades. ___________ El mito del paterfamiliae todopoderoso Otro recurso muy socorrido de las denunciadoras de la gran conspiración patriarcal ha sido el paterfamiliae romano, una especie de Barba Azul sanguinario y degollador de esposas que, en su iletrada iconografía, es el paradigma máximo del varón opresor. Ningún fanatismo se toma la molestia de sondear la realidad que se oculta bajo los estereotipos, entre otras cosas porque los fanatismos son, sobre todo, fruto de la pereza intelectual, y este es un ejemplo más. Sin embargo, la realidad tiene, en este caso, matices que la alejan por completo del estereotipo. Antes de nada, hay que tener en cuenta que la historia de Roma abarca trece siglos, y que los usos y costumbres de la época imperial podrían, en muchos aspectos, guardar tan poco parecido con los del período monárquico inicial como nuestro modelo social moderno con el medieval. No cabe barajar los siglos por el mero hecho de que nos


sean menos familiares. El Estado romano de los primeros tiempos, con su exigua jurisdicción sobre la propia ciudad de Roma y algunos territorios circundantes, alzado apenas sobre el sustrato del derecho tribal, sentía, en efecto, gran repugnancia a inmiscuirse en los asuntos privados, por lo que, para esos efectos, delegaba su autoridad en el cabeza de familia o, en los casos particularmente graves, en el consejo de familia. A decir verdad, la tan frecuentemente evocada autoridad del paterfamiliae para decidir a su albedrío sobre la vida o muerte de su mujer y sus hijos es una simplificación que no se corresponde con ninguna realidad, y mucho menos si se habla del paterfamiliae romano en general, sin más acotaciones cronológicas. Es cierto que, en la Roma primitiva, el Estado renunciaba a intervenir en la vida familiar, y que el paterfamiliae ejercía, al menos nominalmente, funciones que estamos acostumbrados a considerar estatales, incluida la imposición de castigos y penas. El paterfamiliae podía reconocer o no a los hijos, abandonarlos o venderlos (es decir, todo varón antes de ser paterfamiliae estuvo también expuesto a esa autoridad inapelable). Sin embargo, los casos especialmente graves en que se decidía la pena de muerte o la expulsión del seno familiar de alguno de sus miembros, requerían la reunión del consejo de familia, que era el que tomaba las decisiones. Cuando la decisión afectaba a la esposa, sus familiares consanguíneos formaban también parte de ese consejo de familia. De ahí a considerar que el marido tenía poder discrecional de vida o muerte sobre la esposa y los hijos hay un largo trecho. Era el consejo de familia, no el padre, quien asumía esas funciones que hoy vinculamos indisolublemente al concepto de Estado. En general, este sistema no podía sino beneficiar a la mujer, ya que cabe esperar más clemencia de tu familia que del Estado. Cuando surgió el escándalo de las bacanales, en 186 a.C., hubo unas 7000 personas detenidas: los hombres considerados culpables fueron ejecutados sumariamente; las mujeres fueron entregadas a sus familias para que éstas decidieran sobre su castigo.8 En los consejos de familia intervenían, qué duda cabe, las mujeres. Cicerón nos describe, en una de sus Epístolas a Ático, el desarrollo del consejo de familia constituido para decidir el porvenir de Bruto y Casio, los cabecillas del apuñalamiento que acabó con la vida de Julio César. En la reunión estaban presentes Servilia (madre de Bruto), su hija Tértula (esposa de Casio) y Porcia (esposa de Bruto), además de Casio, Bruto, Favonio y Cicerón. Servilia parece la voz más autorizada de la reunión, dando a entender que tiene buenas conexiones políticas y está dispuesta a utilizarlas y cortando en seco ciertos comentarios de Cicerón sobre el asesinato de César.9 Tácito nos cuenta en sus Anales (Libro trece, XXXII) el caso de Pomponia Grecina, mujer de la máxima distinción que, en medio de la vorágine de delaciones que caracterizó el reinado de Nerón, es acusada de entregarse a supersticiones extranjeras y entregada a la potestad de su marido para que la juzgue. Éste, según la antigua costumbre, reúne al consejo de familia para que decida sobre el destino de la mujer, que es declarada inocente. Sin embargo, el caso de Pomponia Grecina es excepcional, pues, para entonces, hacía ya varias décadas que la legislación de Augusto había puesto fin a los tribunales de familia.10 No sólo los tribunales de familia fueron más benignos que el Estado, con la consiguiente ventaja para las mujeres, sometidas a las jurisdicción de los primeros. También el Estado, tras la desaparición de los tribunales de familia, muestra una mayor benignidad hacia las mujeres. En el año 33 d.C., Sextus Marius, "el más rico de los hispanos", es acusado de incesto con su hija y arrojado desde la roca Tarpeia.11 Cuatro años más tarde, Sexto Papinio, de familia consular, se suicidó arrojándose desde una altura. La causa fue su madre, que, repudiada desde hacía mucho tiempo por su marido, había tomado placer con el joven, "situado ante una prueba de la que no podía salir más que por la muerte". Acusada ante el Senado, se arrojó a los pies de los senadores y mostró su dolor por la pérdida de su hijo. No obstante, fue desterrada de Roma durante 10 años, "hasta que el segundo de sus hijos hubiese superado la edad de tales peligros."12 Este ejemplo nos muestra a las claras la falsedad del mito: el paterfamiliae -supuestamente omnipotenteSexto Mario es ejecutado con ignominia por incesto; en cambio, la madre de S. Papinio ni siquiera es castigada por el mismo delito, sino simplemente alejada de su hijo menor para evitar la reincidencia en el


incesto. Su condición de paterfamiliae tampoco le sirvió de mucho al pretor Plautio Silvano que, el año 24 d.C., arrojó a su mujer por una ventana. Llevado ante el tribunal de Tiberio por su suegro, el acusado respondió que su mujer se había tirado voluntariamente. Ante lo cual, Tiberio corrió a la casa y comprobó por sí mismo la existencia de signos de resistencia y violencia, por lo que ordenó la apertura de un proceso. Ante la perspectiva de una muerte con ignominia, el acusado optó por suicidarse.13 En otra ocasión, Tiberio, informado de que uno de los principales de Macedonia acaba de ser absuelto en un proceso de adulterio, descalifica a los jueces y vuelve a llevar ante los tribunales al adúltero, que es condenado al destierro. La misma pena impone tiempo después a una tal Aquilia, culpable de adulterio.14 ___________ El derecho de pernada Al investigador francés Alain Boureau debemos una obra exhaustiva sobre el mito del derecho de pernada15, que nunca se correspondió con ninguna realidad y surgió, se propagó, se transformó y evolucionó siempre como fabulación con un valor político intrínseco. Lo primero y más significativo que hay que tener en cuenta es que el derecho de pernada, supuesta práctica generalizada en la Edad Media, no se menciona expresamente en ningún texto medieval. En particular, es sumamente raro que no haya referencias al respecto en ninguna obra literaria, cuando los poemas y canciones medievales son tan prolijos en detalles sobre las costumbres amorosas. La primera mención historiográfica del derecho de pernada figura en una Historia de Escocia escrita en 1526 por Hector Boethius con el objetivo de crear un pasado lejano y glorioso para la nación escocesa. Al relatar las reformas llevadas a cabo por el rey Malcolm III Canmore (1058-1093), Boethius menciona la eliminación de una costumbre -supuestamente establecida por un legendario rey Evenus ¡en el siglo I a.C.!- que permitía a los señores feudales desflorar a las vírgenes la noche de su boda. Según la leyenda, la joven que quisiera librarse de esa obligación, debía pagar un marco de plata. A pesar de tratarse de un episodio absolutamente imaginario, destinado a realzar los valores de la cristianización frente a las bárbaras costumbre paganas representadas por ese legendario rey Evenus, la fábula fue repetida por historiadores escoses e ingleses posteriores y, finalmente, durante los siglos XVII a XIX, por numerosos autores europeos, sobre todo franceses, que crearon una expresión latina para referirse a ese supuesto derecho señorial: ius primae noctis (derecho de la primera noche). En los últimos decenios del siglo XVIII el tema cobra auge a medida que en los medios intelectuales va creciendo el rechazo hacia el Antiguo Régimen. El derecho de pernada se convierte así en un argumento más contra los derechos señoriales. Numerosos autores dan por supuesta la existencia de ese derecho bárbaro en la Edad Media. El tema adquirirá amplitud de debate histórico durante toda la mitad del siglo XIX. Básicamente, las posiciones oscilan entre quienes defienden la existencia real del derecho de pernada y quienes sostienen que, en la práctica, ese derecho consistía en un pago monetario, una especie de impuesto sobre el matrimonio. Sin embargo, ningún texto histórico avala ninguna de ambas tesis. La revolución de 1848 reavivó en Francia los viejos sentimientos antifeudales de finales del siglo anterior. La imágenes amenazantes y odiosas del Antiguo Régimen y de los abusos feudales recobraron toda la virulencia del siglo XVIII. En ese contexto, la polémica sobre el derecho de pernada va a alcanzar dimensiones insospechadas durante los treinta años siguientes. Los revolucionarios e izquierdistas de la época van a revalorizar el mito del derecho de pernada por sus componentes anticlericales, ya que imputan a los señores feudales eclesiásticos los mismos abusos que al resto de la nobleza. De ese modo, la polémica sobre el derecho de pernada pasa a ser básicamente una polémica entre católicos y anticlericales. Un efecto de esta controversia es la intensa búsqueda en los archivos locales de antiguos documentos que prueben la existencia del derecho de pernada. El resultado más importante de esa exhumación sistemática de documentos antiguos es la obra Réponse d'un campagnard à un parisien, ou refutation du livre de M. Veuillot sur lDroit du Seigneur, publicada por el erudito medievalista, liberal y anticlerical Jules


Delpit en 1857 y reeditada y completada en 1873. Desde el momento de su aparición, el libro de Jules Delpit, en el que se recopilaban minuciosa y exhaustivamente todos los textos antiguos supuestamente relacionados con la práctica del derecho de pernada, constituyó el manual de referencia para todos los defensores de la existencia de esa práctica. En el libro se aportan 72 pruebas de la existencia del derecho de pernada. Alain Boureau analiza cuidadosamente cada una de ellas y desmonta su credibilidad. De las 72 famosas pruebas, Alain Boureau descarta 17 como legendarias, 4 como simples impuestos eclesiásticos, 42 como impuestos feudales y 4 más por no guardar ninguna relación con el matrimonio. Finalmente, quedan 5 casos que ofrecen ciertos indicios de autenticidad: dos en Normandía, otro en Picardía y dos en el Béarn. En todos ellos, el señor feudal impone al marido recién casado la obligación de pagarle determinado impuesto o, de no hacerlo, cederle el derecho a acostarse con la recién casada la noche de bodas. 1)En uno de los casos de Normandía (en la población de La Rivière-Bourdet, en 1419), el señor feudal exige 10 "sous" (moneda de ínfimo valor), un lomo de cerdo (incluido el rabo) y un galón de vino. 2) El segundo texto de Normandía, hallado en un cartulano del monte Saint- Michel, escrito en verso y en la lengua vernácula, es una simple ficción satírica: "Roger Adé me ha contado de qué vergüenza se ha librado. Si el villano casa a su hija fuera del señorío, el señor tiene derecho de "cullage": cobra cuatro "sous" por el matrimonio. Señor, os lo aseguro: antiguamente se daba el caso del villano que tomaba a su hija de la mano y se la entregaba a su señor para que él hiciese su voluntad, a menos que le pagase un renta o le cediese una herencia para que el señor autorizase el matrimonio". 3) En cambio, el señor de Cambures (en Picardía) afirma en 1507 que, si los recién casados desean su permiso para acostarse juntos la noche de bodas, deberán entregarle "un plato de carne tal como se prepare para dicha boda y dos 'los' (medida local) del vino que se tome en dicha boda, y que dicho derecho se llama derecho de "cullage" y que todos sus antepasados lo han ejercido desde siempre", dice textualmente. 4) En cuanto a los dos casos de Béarn, los términos son similares: en el primero de ellos, el señor de Bizanos reivindica en 1538 su derecho (reiterado literalmente en otro documento de un sucesor en 1674) a percibi "una gallina, un capón, un pernil de oveja y dos panes", en sustitución del derecho de sus antepasados a acostarse con la recién casada "la noche más cercana al matrimonio". 5)En el segundo caso de Béarn, el señor de Louvie-Soubiron declara que "cuando la gente de estas casas [las nueve casas del lugar de Aas, actual municipio de Eaux-Bonnes] contrae matrimonio está obligada, antes de unirse a su esposa, a presentarla la primera noche al dicho señor de Louvie para que el la disfrute, o bien a pagarle su valor o tributo. Además, por cada niño que engendren, están obligados a pagar una suma de dinero". Todos estos casos, observa Boureau, tienen en común dos rasgos: 6) En primer lugar, que todos ellos figuran en declaraciones censales sometidas por los nobles a la "Chambre de Comptes" (Cámara de Cuentas) para su sanción; en esas declaraciones, los nobles hacían una relación de todos los derechos señoriales de los que se consideraban acreedores respecto de sus vasallos; ni que decir tiene que los señores trataban por todos los medios de engrosar lo más posible el número y la importancia de sus derechos. Alain Boureau examina a fondo el funcionamiento de ese sistema de reivindicaciones censales y menciona algunos casos curiosos en que los señores feudales se aferran a todo tipo de tradiciones imaginarias para reforzar sus derechos, como por ejemplo el señor feudal que se declaraba titular de un derecho de pontazgo heredado de sus antepasados en sustitución de la obligación de todos los usuarios del puente a entregar... nueve pelos del vello púbico, recién


arrancados. 7)En segundo lugar, que el supuesto derecho de pernada heredado de los antepasados se sustituye por un tributo, ciertamente modesto. Es decir, el trasfondo del supuesto derecho de pernada heredado desde tiempo inmemorial es la justificación de un impuesto sobre el matrimonio y, en un caso, también sobre el nacimiento de los hijos. Dicho de otro modo, los cinco señores mencionados tratan de utilizar a su favor la existencia de lo que ya entonces era un simple mito sin base histórica –el derecho de pernada de sus antepasados- en apoyo de su derecho a percibir el impuesto, las gallinas, los capones y los panes, etc. En resumen, el mito moderno del derecho de pernada se forjó como una repulsa de las costumbres supuestamente bárbaras de la Europa medieval y feudal, y tiene tres momentos históricos de reactivación por motivos políticos: 1)Desde comienzos del siglo XVI, y en particular de 1580 a 1640, el mito del derecho de pernada es tomado y retomado en los medios jurídicos próximos a la corona, en un contexto de reforzamiento del poder real frente al poder feudal, que culminará en la consolidación del absolutismo. En ese contexto, la corona está interesada en presentarse como alternativa moderna, civilizada y justa frente a un supuesto pasado feudal lleno de arbitrariedades y abusos. 2)Una segunda reactivación del mito se produce en la segunda mitad del siglo XVIII, como parte del movimiento general de rechazo hacia el feudalismo y el Antiguo Régimen, que culminará en la Revolución Francesa. 3)Por último, la polémica sobre el mito del derecho de pernada revive, como hemos visto, tras la revolución de 1848 y alcanza su máxima virulencia entre los años 1864 y 1884 como elemento de una vigorosa ofensiva anticlerical. En el libro de Boureau hay un anexo relativo al caso español, en respuesta a la tesis de Carlos Barro, el único historiador –se asombra Boureau- que, desde que Delpit publicara su obra a mediados del siglo XIX, se ha atrevido a sostener la realidad histórica del derecho de pernada (en su texto Rito y violación: derecho de pernada en la Baja Edad Media, comunicación presentada en las Primeras Jornadas de Historia de las Mujeres, en Luján (Argentina) en agosto de 1991). En su trabajo, Carlos Barro rememora tres casos concretos de abusos señoriales que, ni remotamente, permiten llegar a la conclusión de que el derecho de pernada fuese una práctica generalizada o residual. Al contrario, habiendo sido los perpetradores reprobados socialmente y castigados por la justicia, más bien resultan poderosos argumentos en contra de la existencia de tal derecho. El más famoso de esos casos fue el levantamiento de Fuenteovejuna en 1476 contra el Comendador de la Orden de Calatrava en respuesta a los abusos cometidos por éste y que culminó en el ajusticiamiento del señor. Más significativo podría ser el pasaje de la Sentencia arbitral de Guadalupe dictada en 1486 por el rey Fernando el Católico, que dice textualmente: ...ni tampoc pugan la primera nit que los pagès pren muller dormir ab ella, o en senyal de senyoria, la nit de las bodas, apres que la muller sera colgada en lo litt, pasar sobre aquell, obre laita muller" ["ni tampoco puedan [los señores], la primera noche que el payés toma mujer, dormir con ella o, en señal de señorío, la noche de bodas, una vez que la mujer esté acostada, pasar por encima del lecho o de dicha mujer"]. Aunque el texto parezca claro y, de hecho, sea la única norma europea en que se haga referencia al derecho de pernada, ningún indicio permite pensar que responda a la existencia real de una práctica como el ius primae noctis, sino a un derecho virtual como los reivindicados en los mencionados casos del Bèarn. Los propios nobles declaran en el curso del procedimiento arbitral que no creen que nunca ningún señor haya ejercido tal derecho. Pero, sobre todo, ¿cómo podría haber existido durante siglos una práctica de tal envergadura sin haber trascendido a los textos literarios o jurídicos de la época?


___________ El cinturón de castidad En el imaginario popular, el cinturón de castidad es, básicamente, un artilugio de hierro con el que los cruzados aherrojaban a sus esposas, haciéndolas invulnerables a las acometidas del amor, antes de partir para Tierra Santa y llevarse consigo la llave de su santo sepulcro privado. Ellos marchaban ufanos con su enorme cruz sobre el pecho y ellas quedaban cabizbajas con su pesada cruz un poco más abajo. Si el pensamiento mítico ha aceptado durante siglos que Noé pudo meter en un arca todas las especies de animales y pienso y forraje suficientes para cuarenta días, no debería extrañarnos que haya dado por buena la explicación del cinturón de castidad como precaución rutinaria de los cruzados. Pero si entra en acción el pensamiento a secas, la imagen de la esposa cruzada, con su manantial de herrumbres e infecciones requiriendo al cabo de una semana los servicios liberadores del herrero más próximo, es del todo inverosímil. Por si fuera poco, la historia es, en este caso, inapelable y decepcionante para los amantes del mito: la primera representación o mención del cinturón de castidad no tiene lugar hasta principios del siglo XV, es decir, cuatrocientos años después de las primeras cruzadas. Si el mito tuviese un mínimo atisbo de realidad, los siglos XII y XIII deberían proporcionar abundantes referencias históricas y literarias al respecto. Sin embargo, la primera noticia del cinturón de castidad aparece siglo y medio después de concluir la última cruzada. Aunque el mito popular siga vivo, el cinturón de castidad carece de interés para los historiadores. Tal vez por ese motivo, el principal libro de referencia sobre la materia sigue siendo el escrito por el Dr. E.J. Dingwall en los años 3016. Según el Dr. Dingwall, la primera referencia a un cinturón de castidad aparece en la enciclopedia militar titulada Bellifortis (1405), de Konrard Kyeser von Eichstadt, libro con abundantes ilustraciones donde figura dibujado un cinturón de castidad con fuertes bisagras de hierro, tosco y absolutamente impracticable. Debajo del dibujo hay un breve texto en latín donde se indica que es un cinturón utilizado por las damas florentinas, lo que enlaza con la leyenda que atribuye su invención al tirano de Padua Francesco II de Carrara, condenado a muerte por los venecianos en 1406. Venecia creo una leyenda en torno a este personaje, al que atribuyó la invención de numerosos aparatos de tortura, exhibidos durante años en la Sala de Armas de Palacio Ducal. Según parece, entre esos aparatos figuraba un cinturón de castidad. Dingwall menciona varios textos de viajeros de la época que describen las piezas de tortura atribuidas a Carrara, pero ninguno habla del cinturón de castidad, por lo que ni siquiera esa primera referencia a un cinturón de castidad "histórico" parece tener más base que su significado político de desprestigio de un enemigo. Entre los relatos de viajeros ilustres en la Venecia del siglo XVII figura el de Colbert, el gran ministro de Luis XIV, que visitó la mencionada Sala de Armas en 1671 y constató la existencia de numerosos objetos "fabulosos o ridículos". ¿Tal vez uno de esos objetos "fabulosos o ridículos" era el cinturón de Carrara? Dingwall, creyente convencido en la existencia histórica del cinturón de castidad, sólo acierta a mostrarnos, tras una tenaz y encomiable labor de investigación, los elementos siguientes: 1) varias leyendas iniciales sobre el tema y algunas referencias literarias o varios grabados y dibujos sin ninguna pretensión histórica 2) la descripción de una docena de ejemplares de los siglos XVI a XVIII distribuidos por diversos museos de Europa (algunos de ellos retirados ya de las vitrinas por su dudosa autenticidad o, en algunos casos, como los dos ejemplares del Museo Cluny (París) o los del British Museum y las Royal Armories (Inglaterra), por tratarse de modernas falsificaciones) 3)la constatación histórica de que el cinturón de castidad o instrumentos similares llegaron a utilizarse en la Inglaterra victoriana para impedir la masturbación en los adolescentes (sobre todo varones); 4)y un único caso real: el cinturón descubierto en 1889 en Linz (Austria) durante las obras de


restauración de una iglesia (caso Pachinger, por el nombre del descubridor), donde se halló el cadáver de una adolescente de clase acomodada, probablemente de comienzos del siglo XVII, con un cinturón de castidad puesto. En cuanto a los ejemplares exhibidos en los museos, Dingwall, tras hacer una somera descripción de cada uno de ellos, concluye: "La descripción de esos pocos ejemplares no permite deducir que esos objetos hayan sido nunca utilizados realmente por mujeres de diferentes épocas." (pág. 84) En cuanto a las escasas referencias literarias al cinturón de castidad suelen tener carácter burlesco: el marido impone el cinturón de castidad a su esposa y sale tranquilamente de viaje, pero la dama pronto halla un galán con habilidades de cerrajería que logra hacer una copia de la llave para abrir y cerrar el artilugio. Entre tanto, el marido viaja feliz, pero cornudo. En las escasas representaciones pictóricas también se repite la escena de la mujer que entrega la llave al amante. Es decir, son descripciones que tienen la misma intencionalidad que la historia, contada por nuestro Arcipreste de Hita, del pintor Pitas Payas, que antes de salir de viaje pintó un tierno corderillo en el vientre de su mujer y a la vuelta halló en su lugar un delator carnero adulto. El capítulo dedicado a analizar los aspectos legales de la utilización del cinturón permite sacar conclusiones bastante concluyentes sobre la excepcionalidad de su uso y la desautorización social de esa práctica. El Dr. Dingwall menciona algunos relatos de casos que llegaron a los tribunales. En uno de ellos, relatado por el anticuario Ole Worm y ocurrido supuestamente en Dinamarca a mediados del siglo XVII, un marido prepotente obligó a su mujer a llevar cinturón de castidad, pero esta se lo contó a sus amigas y el marido fue denunciado ante los tribunales y condenado al destierro con ignominia. Dingwall menciona también a un tal Freydier, abogado de Nimes, que publicó en 1750 un folleto relativo al caso de una mujer que denunció a su marido por imponerle un cinturón de castidad. El caso parece totalmente legendario y en las relaciones de abogados de la época no figura ningún Freydier (probablemente un seudónimo). También refiere Dingwall un caso ocurrido en el inexistente pueblo de Buonavisita (sic), en nuestra provincia de León, según el cual, una mujer, esposa de un médico, buscó ayuda en un hospital para que le quitaran el cinturón que le había puesto su marido. El caso acabó ante un supuesto juez Maroto. En otro supuesto caso ocurrido en Weimar hacia 1830, la mujer afectada consiguió enseguida una copia de la llave y se apresuró a citarse con su amante y pedirle que le abriera el cerrojo. El Dr. Dingwall cita aún otros dos o tres casos ocurridos en las postrimerías del siglo XIX, obra de maníacos aislados que debieron responder de su celosa actitud ante los tribunales. Lo único que queda claro de esta recopilación es que los casos, reales o imaginarios (como el de Buonavisita), de utilización de cinturones eran obra de maníacos y que la justicia reprimía severamente ese comportamiento. Siempre en el ámbito de lo anecdótico y marginal, Dingwall menciona dos anuncios comerciales de pequeños periódicos de provincias de finales del siglo XIX en los que sendos especialistas se ofrecen para fabricar a la medida diversos artilugios destinados a impedir la violación, preservar la fidelidad e impedir la masturbación, sobre todo de los chicos. Por último, Dingwall rescata del olvido un curioso libro publicado en Edimburgo en 1848 por un tal John Moodie, médico de profesión. En su libro, Moodie advierte de que el uso del consolador está muy generalizado entre las mujeres escocesas y propone la utilización de cinturones de castidad para preservar la pureza de las doncellas; asimismo, presenta el diseño de un ingenioso aparato para impedir la masturbación de los muchachos varones. En conclusión, lo único que cabe deducir de la monografía de Dingwall es que el cinturón de castidad surge como mito en las postrimerías de la Edad Media, que se conocen algunos ejemplares aislados a partir del siglo XVI, y que su imposición fue obra ocasional de maníacos, severamente reprimida por la justicia, o medida impuesta en el ámbito familiar para evitar la masturbación de los adolescentes. Incluso, algunos especialistas aseguran que el tipo de cinturón de castidad más generalizado históricamente fue el masculino, utilizado en los conventos de frailes para combatir las tentaciones de la carne y, en particular, el pecado de Onán. Por último, podemos afirmar con seguridad casi absoluta


que la época de máximo florecimiento de los cinturones de castidad es la actual, y para ello basta con visitar las numerosas páginas web en que se ofrecen para la venta, como curiosidad o como artículo erótico. NOTAS DE PIE DE PAGINA 1 Por supuesto, en ninguno de los veinte cánones del Concilio de Nicea se hace la más mínima referencia a la cuestión, aspecto que no parece tener la menor importancia para los propaladores del bulo. 2 Régine Pernoud: Pour en finir avec le Moyen Age, La femme sans ame, Éditions du Seuil, 1977. 3 Idem. (edición de 2001). 4 El texto latino que ha dado origen a la polémica es el siguiente: "Exstitit enim in hac synodo quidam ex episcopis qui dicebat mulierem hominem non posse vocitari. Sed tamen ab episcopis ratione accepta quievit: eo quod sacer veteris testamenti liber edoceat, quod in principio deo hominem creante ait, "masculum et feminam creavit eos: vocavitque nomen eorum Adam" (Gen. 5.2), quod est 'homo terrenus'; sic utique vocans mulierem ceu virum: utrumque enim hominem dixit. sed et dominus Iesus Christus ob hoc vocitatur filius hominis, quod sit filius virginis, id est mulieris." (Gregorio de Tours, Historia de los francos, libro VIII, cap. 20) 5 Michael Nolan: The Myth of Soulless Wome (http://www.firstthings.com/ftissues/ft9704/nolan.html). 6 Roger-Xavier Lanteri, Brunehilde, France Loisirs, Paris, 1966 (capítulo 40, pág. 164). 7 Simone de Beauvoir, Le deuxième sexe, Folio Essais, Gallimard, pág. 26. 8 Tito Livio, Historia de Roma, 39.18 9 Att. 15, 11 10 Tácito: Anales (Libro trece, XXXII) 11 Anales (Libro VI, 19). Dión Casio: Historia de Roma, Libro 57, 20. 12 Anales, Libro sexto, XIX y XLIX. 13 Anales, Libro cuarto, XXII. 14 Anales, Libro cuarto, XXXVIII y XLII. 15 Alain Boureau: Le droit de cuissage, la fabrication d'un mythe, Ed. Albin Michel, Paris, 1995 16 Dr. Eric John Dingwall: The Girdle of Chastity, Dorset Press, New York, 1992. (Primera edición en 1931). Dingwall es también autor de un libro sobre la infibulación masculina (Male Infibulation, Londres, 1925)


NI HEMBRAS ATADAS NI PATAS QUEBRADAS Bajo este título prestado se resumen algunos ejemplos históricos que, mirados sin los prejuicios y predisposiciones inducidos por el permanente lavado de cerebro que llamamos política, podrán aportar cierto consuelo a las pobres mujeres atribuladas por el martirio silencioso de sus abuelas y a los pobres hombres avergonzados de las atrocidades de sus infames abuelos, y ello hasta la enésima generación; ya que, como podrá entreverse en las páginas siguientes, ni nuestras antepasadas desempeñaron el papel de eternas cenicientas inventado para ellas por el victimismo retrospectivo, ni nuestros antepasados fueron los eternos barbazules sanguinarios de la historia más falsa jamás contada. Y así, mientras nuestros implacables patriarcas ejercían su función explotadora, uncidos al arado o encadenados al remo, picando en la cantera o mirando desde sus cuencas vacías el infinito azul sobre el campo de batalla, ¿qué suerte corría la clase oprimida por razón de género? ¿Ahuyentaba las fieras lejos del poblado? ¿Cazaba en inhóspitos parajes, ora el bisonte fiero, ora el jabalí sañudo? ¿Lidiaba con sanguinarios enemigos que pretendían sobrevivir en la misma tierra? ¿Se aventuraba mar adentro en frágiles barcas de pesca? ¿Bajaba a las sulfúreas minas, subía a los vertiginosos andamios? Para imaginarnos cómo era la vida en Europa hace treinta mil años nos bastaría con ver una buena película de "indios" -si las hubiese-, preferiblemente de las Grandes Llanuras, puros recolectores y cazadores trashumantes. A falta de esa buena película, cualquiera de las numerosas descripciones antropológicas nos servirá, desde los diarios de Lewis y Clark en su expedición transcontinental de 1804 hasta el trepidante "Enterrad mi corazón en Wounded Knee" (1970), de Dee Brown, dos ejemplos clásicos. Según los abonados a la teoría (made in Engels) de la explotación familiar de la mujer, esos milenios de trashumancia errante fueron la edad de oro de la humanidad. No existiendo la propiedad privada ni la riqueza, ¿qué podía faltar al ser humano para ser feliz? Ya sabemos que Engels, sin ser feminista, puso la piedra angular del moderno feminismo, simplemente porque la familia tradicional, como marco básico de la propiedad privada y la herencia, no tenía cabida en su esquema político. Para deslegitimar la familia, Engels decidió que el microcosmos familiar reproducía, a escala doméstica, el sistema de explotación de clases del macrocosmos social, haciendo el marido las veces de burgués y siendo la esposa trasunto del proletariado. Por ello, la edad feliz, igualitaria y libre fue la de las hordas errantes del paleolítico, antes de que la agricultura neolítica trajese consigo la propiedad de los medios de producción, la vivienda estable, la seguridad alimentaria, la organización social, la cultura y todos esos instrumentos de explotación que sacaron a la humanidad de su paraíso primigenio y su esperanza de vida de 24 años, hasta situarla en nuestro moderno infierno capitalista y sus 84 años de esperanza de vida. Nuestra entrañable horda paleolítica vivía, sobre todo, de la caza. Los rebaños de bisontes proporcionaban el alimento (la carne fresca y, para los intervalos sin caza, el "pemmicam" seco), el vestido, la vivienda, los recipientes, los instrumentos de hueso… La vida del siux, al igual que unos milenios antes la del hombre centroeuropeo, dependía enteramente de los rebaños de bóvidos. ¿Y en qué consistían los "medios de producción" que permitían la supervivencia de la tribu? Los "medios de producción", mal que le pese a Engels, eran el arco, la lanza y el valor físico del cazador. Nunca la mujer dependió tanto del hombre para sobrevivir como en esa supuesta arcadia primigenia. Las disposiciones de la Naturaleza eran sencillas: el hombre cazaba, defendía el territorio de caza y, de ese modo, aseguraba el sustento al resto del grupo. La mujer cumplía la función esencial de procrear y velar por la prole. Ambas funciones eran indispensables y complementarias. Se trataba, simplemente, dellegar vivos al verano siguiente, y no había lugar para experimentos sociológicos y demás lujos de la historia.¿Quién llevaba la peor parte? ¿El cazador que, cubierto con una piel de bisonte, se introducía furtivamente entre las reses que pastaban y disparaba su flecha –a riesgo de morir pisoteado por miles de pezuñas si el animal herido provocaba el pánico del rebaño-, o la mujer que se encargaba después de preparar y almacenar la carne? Si, en la vida urbana actual, la violencia de todo


tipo siega un número de vidas masculinas tres veces superior al de víctimas femeninas, y si esa proporción es cuarenta veces superior cuando se trata de accidentes laborales, el tributo de vidas masculinas que la humanidad paleolítica debía de pagar para garantizar la supervivencia del grupo era, sin duda, exorbitado. Tampoco debemos olvidar las tasas de mortalidad femenina relacionadas con el parto, y las feministas tendrán buen cuidado de recordárnoslas y cargarlas en nuestro saldo histórico pendiente, pero, por desgracia para su memorial de agravios, esa mortalidad de parturientas es completamente ajena a cualquier maniobra del patriarcado y tiene únicamente que ver con la decantación evolutiva de la naturaleza humana hacia la bipedestación y la encefalización, con la subsiguiente reorientación y angostura del canal del parto. Sin duda, Engels era urbanita. Y también sus lectores más crédulos. En una economía rural de subsistencia, minifundista y no mecanizada -como la que alcanzamos a conocer en el norte peninsular de los años cincuenta, con segadores a hoz y labradores de arado romano-, los medios de producción son cuatro vacas y sus correspondientes aperos. Los excedentes no existen. No hay marido burgués, ni mujer proletaria. Hasta Simone de Beauvoir, legataria ideológica de Engels y fundadora del feminismo contemporáneo, reconoce que, en el medio rural, las cargas laborales se han repartido históricamente por igual. Es decir, la inmensa mayoría de la humanidad ha vivido durante milenios en ese pie de absoluta igualdad conyugal garantizado por la pobreza. En su libro "Las Egipcias"1, Chistian Jacq hace un retrato de la mujer del antiguo Egipto que, desde luego, dista mucho del que correspondería a una "proletaria" doméstica sujeta a la dominación de su "burgués" marido. Lo que más sorprendió a los primeros griegos que visitaron Egipto fue la autonomía de las mujeres, hasta el punto de que el geógrafo Diodoro de Sicilia afirmaba, en el siglo I a.C., cuando ya Egipto estaba en el ocaso de su civilización, que la mujer egipcia tenía plenos poderes sobre su marido. Herodoto nos cuenta que son las egipcias quienes frecuentan el mercado y se encargan del comercio, mientras los hombres se quedan al cuidado de la casa y tejen.2 Lo cierto es que, gracias al sistema jurídico egipcio, la mujer y el hombre eran iguales de derecho y de hecho. Las egipcias ocuparon las más altas funciones del Estado, y su papel político y social fue determinante en la historia de Egipto. En el imperio egipcio gobernaba siempre una pareja, y no existe ningún ejemplo de faraón varón soltero, ya que la gran esposa real era indispensable para celebrar los ritos y mantener los vínculos entre el cielo en la tierra. Las reinas participaron de modo efectivo en el gobierno del país; lejos de ser "primeras damas" en segundo plano, desempeñaban funciones de mujeres de Estado. Nitocris (2184-2186 a.C.) es la primera mujer faraón de la que hay constancia histórica. Tras ella se suceden otros nombres de faraonas por vía hereditaria o regentes: Sobek Neferou, Ahmes-Nefertari, Hatsepsout, Tiyi, Nefertiti, Munedymet, Tuy, Nefertari, hasta llegar a Cleopatra. Ya sabemos que, desde la más remota antigüedad hasta tiempos muy recientes, la diferencia más sustancial entre un rey y una reina consistía en que el primero estaba obligado a usar más el yelmo y la espada que la corona y el cetro, justo al revés que la segunda. Un ejemplo precoz es el de la faraona Iah-Hotep, que dirigió desde 1570 a.C. la lucha contra los hicsos que ocupaban el norte de Egipto. Su marido Sequenenré mandaba el ejército y murió en combate, según prueban las heridas halladas en su momia. Su hijo Kamosis tomó el relevo, y también murió en combate. Su otro hijo, Ahmosis fue finalmente el que consiguió vencer a los invasores y liberar la tierra de Egipto. La faraona Iah-Hotep siguió reinando imperturbable. Ninguna mujer egipcia estaba obligada a casarse. La mujer soltera poseía autonomía jurídica, bienes propios que gestionaba por sí misma, y plena responsabilidad. En caso de matrimonio, elegía libremente marido, sin que los padres pudieran imponérselo. Nada impedía a las jóvenes mantener relaciones sexuales antes del matrimonio, aunque en algunos documentos se cita el "regalo de la virgen", que la mujer podía exigir al contraer matrimonio como premio a su virginidad. No existía la poligamia, y cuando se ve alguna representación iconográfica en la que un marido está acompañado de dos o más esposas, se trata de esposas sucesivas, no simultáneas, aunque se represente al grupo unido en el más


allá. En las representaciones, el marido y la mujer tienen el mismo tamaño y adoptan posturas de complicidad, como por ejemplo la colocación del brazo de la mujer sobre el hombro de marido. Sin embargo, el marido estaba obligado por un compromiso formal a garantizar el bienestar material de su mujer en caso de separación. El marido que abandonaba a su mujer debía entregar a ésta los bienes previstos en el contrato matrimonial, y la tercera parte de todo lo adquirido a partir de la fecha del casamiento. Además, la mujer recuperaba los bienes aportados por ella al matrimonio, o su valor correspondiente. Por lo tanto, el hombre no podía divorciarse a la ligera, porque tenía mucho que perder. En cambio, la mujer que abandonaba el domicilio conyugal sólo debía otorgar una compensación ligera a su marido y conservaba la totalidad de sus bienes privados. Si era propietaria de la vivienda familiar, el marido debía abandonarla y buscar un nuevo domicilio. El adulterio se consideraba, tanto en el caso del hombre como en el de la mujer, una falta grave que conllevaba la ruptura y la pérdida financiera prevista en el contrato de matrimonio. El hombre reconocido culpable de adulterio era excluido de las sociedades profesionales y debía pagar una multa. En caso de viudedad, la mujer heredaba, como mínimo, la tercera parte de los bienes del marido, y repartía el resto entre sus hijos, sin ninguna distinción entre varones y mujeres. Si lo deseaba, volvía a casarse, pero conservaba la propiedad exclusiva de los bienes adquiridos en el matrimonio anterior o heredados. La estructura de la familia egipcia en el tiempo de los faraones era simple: un padre y una madre -con idénticos deberes y derechos- y sus hijos. En general, la familia del antiguo Egipto no era muy numerosa: en la aldea de Deir el-Medineh3, la familia más numerosa tenía cuatro hijos, y la media era de dos hijos. Había parejas sin hijos y personas solteras. Las egipcias, que utilizaban toda clase de productos de belleza, disponían también de anticonceptivos. En el papiro Ebers se recomienda, como medio para evitar embarazos no deseados, colocar en el fondo de la vagina un tampón impregnado de una sustancia formada de extracto de acacia (la goma de acacia fermentada produce ácido láctico, de propiedades espermicidas). La escritura y la lectura eran accesibles por igual a las muchachas y los muchachos en las escuelas. De hecho, la documentación conservada prueba que una mujer podía desempeñar tareas de alta funcionaria, estar al frente de una provincia, de una ciudad o de un distrito administrativo. Asimismo, podía ocupar puestos como los de inspectora del Tesoro o de los talleres de tejidos. A excepción del ejército, la mujer podía participar en casi todas las actividades que caracterizaban la civilización faraónica. A lo largo de toda la historia del Egipto antiguo abundaron las mujeres escribas, cuyo recuerdo ha llegado hasta nosotros. Aparte de esa prueba material de que las mujeres recibían educación, se conserva una numerosa correspondencia de mujeres del pueblo de Deir-el-Medineh, mujeres sencillas, esposas de talladores de piedra, dibujantes, pintores, obreros a destajo u oficios similares que escribían a sus maridos u otros destinatarios y recibían cartas de ellos. En esas cartas se trataban los pequeños problemas de la vida ordinaria. Por ejemplo, según nos cuenta Christian Jacq, una mujer trata de persuadir a su interlocutor para que acepte una parcela de terreno a cambio del asno que le pidió prestado y debe restituirle; otra se queja de un amigo que no la atendió cuando estaba enferma; una tercera protesta porque su destinatario no se toma en serio la ligereza de conducta de su esposa. Todo ello prueba que la lectura y escritura estaban mucho más extendidas de lo que suele suponerse. Grecia ha sido siempre un modelo admirado, la cuna de las ciencias y las artes, el ámbito de máximo esplendor de la antigüedad. Sin embargo, esa aureola no es grata a los ojos del feminismo, porque la mujer griega estaba ausente de la vida pública, relegada en las penumbras domésticas. Por fortuna para nosotros, la historia no puede reescribirse, y nadie podrá empañar el esplendor de la Grecia clásica porque su componente femenino sea poco visible. Y por desgracia para los antiguos griegos y las antiguas griegas, el feminismo, o algunas de sus manifestaciones más nocivas, hicieron su aparición en la época tardía de la civilización helena y precipitaron su caída. Amaury de Riencourt nos describe así el fenómeno, que guarda preocupantes paralelismos con la época actual:


"En medio de ese vacío creciente, el feminismo surgió e impuso sus propias metas sociales. La educación se generalizó, pero perdió en profundidad lo que ganó en extensión; en algunos Estados (Teos y Quíos) se establecieron escuelas mixtas basadas en el modelo de Esparta. […] Se dio prioridad a los atributos de seducción de la mujer, más que a su dignidad como madre; la consecuencia fue la aversión a la maternidad. El aborto y el abandono de los recién nacidos se hicieron muy comunes y contaron con la aprobación de los filósofos del momento, que afirmaban que, de ese modo, se reducía el peligro de la superpoblación, con el resultado de que las tasas de mortalidad empezaron a ser superiores a las tasas de natalidad. El ansia de comodidades y placeres no estaba ya sujeta a ningún temor religioso; el Olimpo desaparecía lentamente tras la cortina de humo intelectual de los filósofos. Todos los Reyes. Las excavaciones realizadas en esta aldea han permitido conocer numerosos detalles de la vida cotidiana del pueblo egipcio durante el Imperio Nuevo.ingredientes de una decadencia clásica se hallaban presentes; la prueba más destacada fue el acusado descenso demográfico".4 A mediados del siglo II a.C., Polibio describía la crisis demográfica griega en los siguientes términos, que no desentonarían en cualquier análisis demográfico actual: "Las gentes de este país han cedido a la vanidad y al apego a los bienes materiales, se han aficionado a la vida fácil y no quieren casarse o, si lo hacen, se niegan a mantener consigo a los recién nacidos o sólo crían uno o dos, como máximo, a fin de procurarles el mayor bienestar mientras son pequeños y dejarles después una fortuna considerable. De ese modo, el mal se ha desarrollado con rapidez sin que nadie se haya dado cuenta. […] Entonces, al igual que los enjambres de abejas, las ciudades se vacían de su sustancia y se extinguen poco a poco."5 En una jornada memorable del año 195 a.C., las mujeres de Roma ocuparon las calles y cercaron las casas de los dos hermanos Bruto, tribunos de la plebe, para impedir que pudieran ejercer su derecho de veto, que presentían contrario a sus intereses. Catón el Viejo, que ejercía ese año el consulado, fue increpado violentamente por las manifestantes cuando se dirigía al Senado. "Cuando consigan la igualdad se convertirán en vuestras dueñas", advirtió a los senadores en el discurso que nos ha transmitido Tito Livio. ¿Feministas en una época tan temprana? ¿Reivindicaban ya estas mujeres la igualdad en una época en que la vida pública era una actividad de alto riesgo? En realidad lo que pedían las manifestantes romanas era la derogación de la Lex Oppia. ¿Una ley represora, sin duda, instrumento del patriarcado romano contra sus mujeres? Ni mucho menos. La Lex Oppia se había aprobado veinte años antes, para conjurar el peligro de aniquilación a manos de Aníbal, y prescribía una total austeridad de costumbres y la optimización de unos recursos indispensables para hacer frente al invasor. Entre otras cosas, prohibía a las mujeres la exhibición de joyas (cada mujer podía poseer, como máximo, 13,5 gramos de oro) o costosos vestidos purpurados.6 Veinte años después, el rigor de esa ley se consideraba injustificado, y la facción liberal del Senado deseaba su derogación, en contra del parecer de los partidarios de preservar la tradicional austeridad romana. Las mujeres, por primera y última vez en la historia de Roma, tomaron las calles y apoyaron vigorosamente la restitución de su derecho a los ornamentos. Catón el Viejo hizo ese día gala de su malevolencia: "Cuando una mujer tenga dinero suficiente para adquirir algo, lo comprará; si no tiene dinero, se lo pedirá a su marido. ¡Pobre marido, tanto si capitula ante su mujer como si no! Porque si él no encuentra ese dinero, otro hombre lo hará en su lugar…". La respuesta, no menos gráfica, se la dio el senador L. Valerio: "Siendo hombre, puedes enjaezar tu caballo con una manta de púrpura; en cambio, la ley prohíbe a la mujer que preside tu hogar vestirse de púrpura; el resultado es que tu caballo va mejor vestido que tu mujer".7 Ganaron los liberales, y las mujeres romanas volvieron a la paz del hogar sabiendo que en lo sucesivo nada les impediría entregarse sin cortapisas a su pulsión ancestral y su arma más poderosa: la seducción. En el fondo, ellas sabían de sobra que la causa por la que se manifestaban no era superflua.Mucha tinta ha hecho correr la figura del paterfamiliae (padre de familia) y sussupuestos poderes omnímodos. En realidad, el paterfamiliae ejercía en el ámbito doméstico unas funciones que el Estado romano fue siempre reacio a asumir. Al contrario de los Estados modernos, siempre ansiosos por recortar aún más a su favor la ya exigua parcela de la vida familiar, el Estado romano sentía gran repugnancia a traspasar el umbral de los hogares. Por ello,


delegaba su autoridad en el paterfamiliae (por supuesto, sin entrar en más averiguaciones sobre quién llevaba los pantalones en el interior de la casa). Reminiscencias formales de esa delegación de autoridad subsistían varios siglos después, en épocas en las que ya el Estado había asumido la regulación de las relaciones familiares. Por ejemplo, de acuerdo con las leyes de Augusto, el marido que tuviese conocimiento de la infidelidad de su mujer estaba obligado a denunciarla, ya que, de no hacerlo, podría ser condenado como encubridor. En cualquier caso, las decisiones importantes nunca fueron prerrogativa del paterfamiliae, sino que se adoptaban en consejo de familia. Por otra parte, ya en el siglo II a.C. existía un procedimiento de emancipación que, en la práctica, sustraía a la mujer de la tutela del marido, y le permitía tener posesiones personales y administrar sus bienes de manera autónoma. (Por ejemplo, Terencia, la mujer de Cicerón consiguió amasar una fortuna personal muy superior a la de su marido, a pesar de que éste alcanzó las más altas magistraturas del Estado). En los últimos tiempos de la República y durante el Imperio empezó a ser habitual el matrimonio denominado sine manu, en el que la esposa seguía teóricamente sujeta a la autoridad del padre, frecuentemente sustituida por la de un tutor o representante legal. El marido conservaba la facultad de gestionar la dote, pero la mujer podía adquirir bienes personales y administrarlos libremente, ya que la tutela legal no pasaba de ser una ficción y, en última instancia, la mujer podía solicitar la sustitución del tutor si éste no era de su agrado. Los romanos, siempre orgullosos de la sobriedad y austeridad de costumbres de sus antepasados, alimentaban el mito de que, durante los primeros quinientos años de la historia de Roma, no se había producido un solo divorcio. Sin embargo, hacia el final de la República, el divorcio se había hecho sumamente frecuente. En tiempos del Imperio, el matrimonio se basaba en el consentimiento mutuo y sólo duraba mientras ambos cónyuges lo deseasen. Los autores latinos hacen referencia a ciertos divorcios particularmente escandalosos, cuya única finalidad era garantizar a la esposa una libertad de vida total. Séneca ironizaba, en el año 59 d.C., sobre las nobles damas que ya no contaban los años por los cónsules, según el método de datación romano, sino por los maridos que habían tenido8; y San Jerónimo nos ha transmitido la anécdota de una mujer romana que había tenido 22 maridos antes de casarse con un hombre que, por su parte había tenido ya 20 esposas.9 En los siglos del Imperio eran tan frecuentes los maridos que repudiaban a sus mujeres como las mujeres que repudiaban a sus maridos. Suetonio nos describe cómo César, en el desempeño de sus funciones judiciales, "anuló el matrimonio de un antiguo pretor con una mujer que se había Séneca resume así la libertad de costumbres de las romanas: "¿Hay por ventura alguna mujer que se avergüence del divorcio, ahora que algunas nobles matronas cuentan los años, no por el número de cónsules, sino por el de sus maridos?... Las cosas han llegado a tal punto que las mujeres se casan únicamente para dar celos a sus amantes. La castidad no es más que una prueba de fealdad. ¿Dónde podrá encontrarse una mujer tan miserable y repulsiva que se contente sólo con un par de amantes, en lugar de tener uno para cada hora del día, o incluso tantos que las horas del día no sean suficientes para todos ellos?" (De los beneficios, libro III, cap. XVI).separado de su marido dos días antes solamente y sin que mediase ninguna sospecha de adulterio".10 Es cierto que la mujer romana estaba excluida de los cargos públicos, pero tampoco mostró nunca interés por ejercerlos, habida cuenta de las duras contrapartidas que conllevaba la condición de ciudadano varón. Para acceder a las magistraturas era indispensable haber prestado el servicio militar, que duraba 10 años para los caballeros y 16 para los infantes, y cuyas condiciones eran de una dureza extrema. Cualquier centinela sorprendido dormido en su puesto era condenado a muerte. Los ladrones, los soldados que prestasen falso testimonio, los desertores y los casos de insubordinación se castigaban con el apaleamiento, al que pocos sobrevivían. Cuando una unidad entera era culpable, por ejemplo de haber abandonado el combate, sus soldados eran "diezmados" (es decir, ejecutados en proporción de uno a diez). No es de extrañar que algunos ciudadanos romanos tratasen por cualquier medio de eludir la incorporación a filas. Suetonio nos cuenta también el caso de un romano del orden ecuestre que cortó los pulgares a sus hijos para librarlos del servicio militar, hecho por el que Augusto lo condenó a ser vendido como esclavo.11 Por otra parte, y salvo el ejercicio de cargos públicos y la consiguiente


exención del durísimo servicio militar, las condiciones ordinarias de vida de la mujer romana no diferían básicamente de las del hombre. Las niñas asistían a la escuela, al igual que los niños y recibían una educación similar a la de éstos. Las mujeres acudían a los baños públicos, gastaban grandes cantidades en bienes suntuarios (joyas y atuendo) y cosméticos (los baños de Popea en la leche de 500 burras para mantener la lozanía de su piel son rigurosamente históricos12), asistían a los espectáculos mezcladas con los hombres, acudían a ceremonias exclusivas para mujeres, como las celebraciones de la Bona Dea que dieron lugar al famoso divorcio de César13, y eran dueñas de numerosos esclavos, conseguidos gracias al esfuerzo masculino de las legiones.transmitida por Plutarco- al divorciarse de su esposa Pompeya: "la mujer de César debe estar libre de toda sospecha". Balsdon, en su obra Roman Women, nos asegura que la frase exacta fue: "la mujer del Sumo Pontífice [cargo que desempeñaba César al producirse los hechos que culminaron en su divorcio] debe estar libre de toda sospecha". El matiz no es superficial, ya que permite diferenciar lo que habitualmente se presenta como un rasgo de machismo arquetípico del problema político que fue en realidad. Una de las tradiciones religiosas de Roma eran las celebraciones de la Bona Dea, en las que sólo podían participar las mujeres romanas y que solían tener lugar en la casa de uno de los pretores. En el año 63 a.C. estas celebraciones tuvieron lugar en la casa de Julio César, que simultaneaba su cargo de pretor con el de Sumo Pontífice. En mitad de la celebración, una esclava comunicó a la madre de Julio César que, entre las participantes, había un hombre disfrazado de mujer (al parecer, Publio Clodio, un hijo de buena familia de Roma). Pronto corrió el rumor de que su intención al introducirse en la casa había sido seducir a la mujer de César. El hecho causó un verdadero revuelo político en Roma y el Senado ordenó abrir una investigación por sacrilegio, ya que ningún hombre podía estar presente en las celebraciones. Aunque Clodio fue absuelto por falta de pruebas (y por la presión del pueblo a su favor), latormenta política precipitó el divorcio de César. La duda legítima y razonable de los historiadores, reforzada por el hecho de que la amistad de César con Clodio salió indemne del proceso, es si todo el episodio fue una simple puesta en escena instigada por Aurelia, la todopoderosa madre de César, para deshacerse de una nuera estéril y, al mismo tiempo, justificar un divorcio políticamente arriesgado (ya que, a través de su mujer, César estaba emparentado con Cneo Pompeyo, en aquel momento el hombre más poderoso de Roma). La vida matrimonial que satiriza Juvenal no parece en modo alguno presidida por un paterfamiliae todopoderoso: "No podrás hacer regalo alguno sin consentimiento de tu mujer, ni vender nada si ella se opone, ni comprar cosa alguna si ella no lo desea..."14 Salustio nos describe a Sempronia, participante en la conjuración de Catilina como mujer "versada en literatura griega y latina, que cantaba y bailaba con una soltura excesivas para una mujer honesta y que tenía otros muchos talentos, verdaderos instrumentos de corrupción... Con frecuencia había faltado a su palabra, había tomado en depósito sumas que nunca había devuelto y había desempeñado su papel en diversos asesinatos; el lujo y la falta de recursos la habían determinado a lanzarse al abismo [de la conspiración política]"15 . En el Satiricón de Petronio, obra de tanto realismo que algunos autores han creído reconocer en las ruinas de Pompeya algunos de los lugares descritos en la novela, se presenta una galería de personajes femeninos totalmente alejados del estereotipo de mujer sumisa. Fortunata, a la que Trimalción compró en el mercado de esclavos y posteriormente hizo su esposa, mide ahora sus escudos por celemines y es el ojito derecho de su marido: "si en pleno día ella le dice que es de noche, él la creerá". Fortunata se encarga de administrar todo lo relativo al célebre banquete que ocupa la mayor parte de la obra. Cuando uno de los invitados le "exige" cordialmente que deje de trabajar y venga a la mesa común, Fortunata acaba por ceder y se tumba en el lecho en que ya estaba instalada la mujer de otro de los invitados, y ambas se abrazan, bromean y muestran sus joyas. En esas, Trimalción, alentado por el vino, acaricia a un joven esclavo que sirve la mesa, lo que convierte a Fortunata en un volcán de injurias e insultos contra su marido. Poco después, Trimalción cuenta su vida como esclavo y menciona el hecho de que obedecía puntualmente a su dueño y satisfacía sexualmente a su dueña. En otro momento de la novela, Trifene, mujer del rico Lichas, besa y acaricia en la cubierta del barco a su amante Gitón, ante los ojos de su marido y a espaldas de Encolpo, su otro amante. Juvenal, Apuleyo o


Luciano nos han transmitido multitud de escenas semejantes que atestiguan una total libertad de costumbres en las mujeres de los siglos I y II d.C. En el Satiricón se hace incluso referencia a una mujer gladiadora. Por su parte, Tácito relata que, en 64 d.C., Nerón "ofreció espectáculos de gladiadores tan magníficos como los precedentes; pero muchas mujeres de alto rango y senadores se degradaron descendiendo a la arena."16 Lo que demuestra que no había ámbito al que las mujeres no acabaran accediendo si tenían interés en ello. Muchos siglos antes, Pausanias, en su "Descripción de Grecia" (siglo II a.C.) ya había hecho referencia a Cinisca, la primera mujer que ganó una carrera de caballos en los Juegos Olímpicos, y a otras mujeres griegas, "especialmente mujeres de Lacedemonia" que obtuvieron victorias en los Juegos, como por ejemplo Eurileonis, que ganó una carrera olímpica en la modalidad de carros de dos caballos, por lo que fue representada en una estatua. En fin, la propia Simone de Beauvoir parece satisfecha de la situación de la mujer romana: "La mujer romana, profundamente integrada en la sociedad, se instala en el atrio, que es el centro de la casa […]; preside el trabajo de los esclavos; dirige la educación de los niños y, con frecuencia, su influencia sobre ellos se prolonga hasta una edad avanzada; comparte los trabajos y preocupaciones de su esposo; es considerada copropietaria de sus bienes; […] es la dueña del hogar […]; el vínculo que la une a su marido es tan sólido que en cinco siglos no se registra ni un solo divorcio. Asiste a los banquetes, a las fiestas, al teatro; en la calle, los hombres, incluidos los cónsules y lictores, le ceden el paso".17 Estas palabras del alfa y omega del feminismo recuerdan las que, en el otro extremo del abanico, Phyllis Schlafly pone en boca de un marido de nuestro tiempo que hace gala de ironía ante sus amigos: "Cuando nos casamos, mi esposa y yo decidimos que yo tomaría todas las grandes decisiones y que ella sólo se ocuparía de las pequeñas. Así, yo decido qué leyes debe votar el Congreso, que tratados debe firmar el Presidente y si los Estados Unidos deben o no abandonar las Naciones Unidas. Mi esposa decide como gastamos nuestro dinero, si yo debo o no cambiar de trabajo, dónde vivimos y a qué lugar vamos de vacaciones."18 Para bien o para mal, la mujer tuvo un protagonismo de primer orden en la sustitución del paganismo por el cristianismo, al igual que lo tuvo posteriormente en la conversión de los reyes arrianos al catolicismo, y ambos fenómenos han sido ampliamente destacados por los historiadores. Pero hay un aspecto menos valorado de la influencia femenina en la decadencia de Roma, que Amaury de Riencourt, historiador que ha ensalzado tantos aspectos positivos del papel histórico de la mujer, nos describe así: "El triunfo del primer movimiento feminista plenamente desarrollado de la historia tuvo, como consecuencia final, el anquilosamiento de la estructura familiar en Roma y, en gran medida, destruyó la lealtad y solidaridad de la familia. [...] Aquejada de una creciente falta de vitalidad y corroída por la depravación, la población total de Italia empezó a disminuir alarmantemente. Varios emperadores (Aurelio, Aureliano, Valentiniano e incluso Constantino) tuvieron que recurrir a la importación masiva de bárbaros para compensar el descenso de las tasas de natalidad. [...] Ya los documentos legales del reinado del emperador Septimio Severo hacen referencia a la penuria hominum, una catastrófica escasez de recursos humanos. Víctimas inconscientes de la injustificada prioridad dada por la cultura grecorromana a los valores exclusivamente masculinos, las mujeres romanas "modernas" menospreciaban la procreación como indigna de sus talentos. Por desgracia para ellas, otras mujeres, dentro y fuera del imperio romano, seguían siendo inmensamente fértiles. Mientras que los bárbaros y los orientales aumentaban a buen ritmo su población total, Italia y Grecia registraban una mengua progresiva de su densidad demográfica. Incluso la Galia romana estaba contagiada por la enfermedad. Todo había empezado con el movimiento feminista de las clases superiores; a medida que avanzaba la igualdad democrática durante el Imperio de los Césares, ese movimiento se había extendido de forma ascendente y descendente hasta alcanzar al proletariado urbano y al campesinado rural. El infanticidio pasó a ser una práctica generalizada, y la lascivia sexual contribuyó, sin duda, a reducir la fertilidad de hombres y mujeres; el matrimonio se aplazaba con frecuencia o se evitaba por completo. Al término de esa evolución, el Imperio Romano de Occidente se estaba convirtiendo rápidamente, a efectos demográficos, en una cáscara vacía. En realidad, los


romanos perecieron víctimas del suicidio étnico."19 En el año 384 d.C., San Jerónimo hace referencia en sus Cartas -testimonio de primer orden para conocer las costumbres de una Roma próxima ya a su desenlace final- a las mujeres que "toman pócimas para asegurar su esterilidad y, de ese modo, matar a los seres humanos antes de ser concebidos", al tiempo que otras "cuando descubren que han concebido a causa de su pecado utilizan drogas para provocar el aborto".20 Las mujeres del Bajo Imperio, al igual que anteriormente las egipcias y las griegas, conocían diferentes anticonceptivos, en particular tapones o casquetes uterinos confeccionados con resinas, ceras o sustancias similares (Plinio menciona la goma de cedro) o mechones de lana impregnados de sustancias espermicidas como el alumbre, el plomo blanco o la mirra. Por la misma época que San Jerónimo, Agustín de Hipona arremete contra quienes "manifiestan abiertamente su malicia cuando llegan al extremo de abandonar a los hijos que les nacen contra su voluntad" o usan "drogas esterilizantes, y, si éstas resultan ineficaces, matan en el seno materno el feto concebido y lo arrojan fuera, prefiriendo que su prole se desvanezca antes de tener vida, o, si ya vivía en el útero, matarla antes de que nazca".21 Tres siglos atrás, Juvenal había satirizado ya el egoísmo social de las romanas de las clases acomodadas en contraposición con las mujeres del pueblo llano: "Estas mujeres, siendo pobres, aceptan el riesgo de dar a luz y la fatiga de alimentar a un hijo; pero no es frecuente ver jóvenes madres en lechos dorados. ¡Hay tantas prácticas y drogas para hacer estériles a las mujeres y matar a los seres humanos en el vientre materno!".22 Mientras tanto, la actitud de la mujer al otro lado del limes, entre los pueblos bárbaros, en los que latía ya el germen de nuestra historia medieval, era exactamente la opuesta: integración familiar y fecundidad. Tácito, el historiador romano que mejor conoció el mundo germánico, nos dice que, entre los germanos "tiénese por gran pecado dejar de engendrar y contentarse con cierto número de hijos o matar alguno de ellos", y que "el no tener hijos no causa respeto ni admiración." De la solidez del régimen familiar germano nos da idea este conocido párrafo del gran autor latino: "Al entrar en la batalla [los germanos] tienen cerca sus prendas más queridas, para que puedan oír los alaridos de las mujeres y los gritos de los niños: y estos son los fieles testigos de sus hechos, y los que más los alaban y engrandecen. Cuando se ven heridos van a enseñar las heridas a sus madres y a sus mujeres, y ellas no tienen pavor de contarlas ni de chuparlas, y en medio de la batalla les llevan refresco y los van animando. De manera que algunas veces, según ellos cuentan, han restaurado las mujeres batallas ya casi perdidas, haciendo volver los escuadrones que se inclinaban a huir, con la constancia de sus ruegos, y con ponerles delante los pechos, y representarles el cercano cautiverio que de esto se seguiría, el cual temen mucho más impacientemente por causa de ellas: tanto, que se puede tener mayor confianza de las ciudades que entre sus rehenes dan algunas doncellas nobles."23 Suetonio nos cuenta, en un comentario tan breve como revelador, que Augusto, en sus relaciones con los pueblos bárbaros sometidos a Roma, "adoptó un método nuevo, obligándolos a entregarle como rehenes a mujeres, y no a hombres, porque veía que para ellos los hombres constituían prendas sin valor".24 La condición de la mujer en la Edad Media está magistralmente descrita en el libro La femme au temps des cathédrales, en el que la gran historiadora francesa Regine Pernoud combina su visión optimista de la mujer medieval con una apabullante erudición. Pernoud pone de relieve el protagonismo de la mujer en la aparición del cristianismo y observa cómo, desde los primeros siglos de la Edad Media, la mujer ocupa puestos influyentes en la vida monástica. Las abadesas son verdaderas señoras feudales, algunas de ellas con categoría episcopal. Las monjas reciben instrucción y realizan labores de copistas, al igual que los monjes. El más antiguo tratado de educación (Manuel pour mon fils) fue compuesto por Dhuoda, dama de la alta nobleza franca, a mediados del siglo IX. Tanto su marido, Bernardo de Septimania, como su hijo Guillermo, el destinatario del libro, serán decapitados -como buenos patriarcas- en medio de las turbulencias dinásticas que enfrentan a Pepino de Aquitania contra Carlos el Calvo. Teniendo presente la gran cantidad de libros que se copiaban en la Alta Edad Media para uso de damas


nobles, Pernoud coincide con Kart Bartsch (1883) en que "en la Edad Media, las mujeres leían más que los hombres". Y no sólo leían, sino que también escribían, ya que los colofones de los manuscritos copiados en esa época atestiguan la presencia de numerosas mujeres copistas. Menciona igualmente Pernoud numerosos documentos en los que se atestigua que los conventos de monjas, al igual que los de frailes, eran frecuentemente centros de instrucción para los niños pequeños de ambos sexos, incluso de las clases más humildes. Y, siempre escrupulosa de corroborar documentalmente cuanto afirma, cita varios de esos monasterios y los documentos relacionados con la educación impartida. También hace referencia a la formación de origen laico, y nos cuenta, por ejemplo, que "los registros de la talla [antiguo tributo] permiten constatar la existencia de 23 maestras de escuela a finales del siglo XIII en París"; en otro documento de la diócesis parisina, del siglo XIV, se hace referencia a "las señoras que imparten enseñanza en las escuelas de gramática". Y a continuación nos facilita una relación de establecimientos de enseñanza fundados por mujeres. Nos habla también Pernoud de "la asombrosa cultura de Eloísa, la abadesa del Paracleto", que enseñaba griego y hebreo, y había abandonado el convento de Argenteuil a los 17 años porque no tenía ya nada que aprender de las monjas que enseñaban en él. Fuera de Francia, Pernoud hace referencia a la crónica de Villani, según la cual, "hacia 1338, frecuentan las escuelas de Florencia uno de cada dos niños, de ambos sexos". Es en el Renacimiento, añade la autora, cuando comienza a relegarse a segundo plano la educación femenina. En la página 110 de su libro, Regine Pernoud cita esta frase de Robert Fossier, referida a la vida en los siglos X a XIII: "Puesto que es evidente que la casa familiar constituye la célula esencial de la vida y que, en esa casa, la reina es la mujer, está claro que es la mujer, y no el hombre, quien ocupa el centro de la sociedad". Más adelante nos habla de los adornos, trucos de belleza y perfumes utilizados por las mujeres de la Edad Media, y del empeño puesto por los predicadores eclesiásticos en combatir esas vanidades, por supuesto sin resultado. Como ejemplo señalado del lugar ocupado por las religiosas en la sociedad, nos expone Pernoud la historia de la abadía de Fontevraud. Empieza remontándose a la fecha de la consagración de su altar mayor, el 31 de agosto de 1119, y recrea la escena vivida ese día en el monasterio: el propio Papa Calixto II llega a Fontevraud para la ceremonia y es recibido a las puertas por la abadesa, la joven de 26 años Petronila de Chemillé. Después Pernoud nos cuenta la historia de la orden religiosa de Fontevraud, fundada por Robert d'Arbrissel algunos años antes. Una de las características de esta orden religiosa es que, por disposición expresa de su Regla, siempre estuvo presidida por una mujer. Hacia 1150 la orden religiosa contaba ya con unos cinco mil miembros, hombres y mujeres, que debían obediencia estricta a su abadesa. Otra condición impuesta por la Regla redactada por d'Arbrissel era que la abadesa no debía ser, en ningún caso, virgen, sino una viuda que tuviese experiencia del matrimonio. Una de las monjas más célebres de Fontevraud fue Bertrade de Montfort. Antes de ingresar en Fontevraud en 1114, Bertrade había estado casada con uno de los nobles más poderosos y ricos de Francia, Foulques de Anjou (conde de Anjou), sobre el que Bertrade adquirió pronto gran ascendencia. Con ocasión de una visita del rey Felipe I, Bertrade decidió marcharse con el monarca y convertirse en su amante. Este hecho provocó una gran crisis en Francia, en la que intervino el Papa Urbano II, que excomulgó al rey en el Concilio de Clermont (1095) y lo instó a reunirse con su mujer legítima, Berta de Frisa. Durante años, Bertrade hizo y deshizo a su antojo, hasta el punto de celebrar un banquete flanqueada por su amante, a un lado, y su marido, al otro (en el castillo de Angers, el 10 de octubre de 1106, precisa Pernoud). Cuando murió Felipe I, Bertrade volvió a su hogar y se instaló nuevamente al lado de su esposo, hasta que este falleció a su vez y ella tomó los hábitos en Fontevraud. No menos célebre fue Isabel de Toesny, hermana de Bertrade, que acabó también sus días en Fontevraud, pero no sin antes haberse distinguido por su afición a las querellas y rivalidades, tanto personales como políticas. Isabel de Toesny se ponía la cota de mallas y combatía a caballo como un hombre y, según las crónicas, no desmerecía en valor y ardor del más valiente de los guerreros. Tanto Bertrade, por la desenvoltura de sus amores ilícitos, como Isabel, por su afición a los combates,


desmienten bastante categóricamente el mito de la mujer sometida a la que estaba prohibido amar o combatir. Isabel y Bertrade no son casos aislados. En la misma época, los habitantes de Bizancio, más orientalizados, se maravillaban al ver en las filas de los cruzados procedentes de Europa mujeres vestidas y armadas como caballeros que montaban a caballo a la manera de los hombres. Entre las tropas del rey francés Felipe Augusto que cercaban San Juan de Acre y, a su vez, eran acosadas por el ejército de Saladino, en 1191, los historiadores musulmanes mencionan la presencia de una mujer cristiana que no dejaba de disparar certeras flechas y dio muerte a varios musulmanes. "Al final fue desbordada por el número de enemigos: la matamos y llevamos su arco al sultán", dice el cronista musulmán Beha Ed-Din, testigo ocular de los hechos.25 Régine Pernoud pone gran empeño en demostrar que la Edad Media constituyó una época de mayor libertad para la mujer con respecto a las etapas anterior –la civilización romana- y posterior –el Renacimiento y la Edad Moderna-, es decir, con respecto a las épocas regidas por el derecho romano o por legislaciones inspiradas en el derecho romano. En esa línea, R. Pernoud hace constar la independencia económica de la mujer medieval en el territorio francés y resume así la situación predominante en el siglo XIII (página 233): 1)la mujer, al casarse, conserva la propiedad de sus bienes; 2)el marido administra esos bienes, pero no puede enajenarlos; 3) la mujer casada tiene derecho sobre todas las adquisiciones del matrimonio y, en caso de fallecimiento del marido, entra en posesión de una parte de los bienes de éste (la mitad en el caso de las familias plebeyas; la tercera parte en el caso de las familias nobles); 4) la mujer que regenta un establecimiento comercial tiene pleno control sobre él y puede sustituir a todos los efectos a su marido sin autorización previa; 5) hasta finales del siglo XV, la mujer disfruta de capacidad jurídica plena, y sólo en el siglo XVI comienza a imponerse la práctica de dependencia jurídica del marido, evolución que culminará en el siglo XIX con el Código Civil de Napoleón;26 6)la costumbre exigía que, cuando la mujer aportaba una dote al matrimonio, el marido constituyese, por su parte, una renta a favor de la mujer, que ésta administraba con total independencia; 7)en los archivos son frecuentes los casos de mujeres que venden, compran, firman contratos, administran posesiones o hacen testamento con total libertad; 8) en cualquier época medieval y en cualquier región, los archivos atestiguan la participación activa de las mujeres en la vida económica.27 "El lugar de la mujer –concluye Pernoud- es infinitamente más importante en las transacciones realizadas a partir de los siglos X y XI de lo que será en el siglo XIX, cuando el código de Napoleón complete la evolución iniciada a partir del siglo XVI" por influencia del derecho romano. Y enumera una larga serie de ejemplos de esas transacciones, compraventas, pleitos, y hasta el ejercicio de innumerables oficios, desde carniceras o panaderas hasta banqueras o prestamistas, u otros tan curiosos como el de "barbera", que en aquella época requería ciertos conocimientos médicos, ya que el barbero practicaba sangrías, recomponía fracturas, cosía heridas, curaba llagas, etc. Por ejemplo, "en Francfort, donde ha sido posible establecer la lista de oficios existentes entre 1320 y 1500 y calcular la distribución de la mano de obra entre hombres y mujeres, se constata que 65 oficios emplean únicamente a mujeres, en comparación con 81 en que los hombres son más numerosos y 38 en los que hombres y mujeres se reparten por igual". Una distinción interesante es la existente entre las mujeres nobles del campo y las de la ciudad. En el primer caso, la mujer "ejerce un poder idéntico al del señor, y nadie en el mundo rural pone en duda la autoridad de las señoras, tanto si lo son de vastos territorios como de posesiones a veces exiguas, ya sea en ausencia del señor o por cuenta propia". En las familias nobles, las mujeres gozan de los mismos


derechos de propiedad que los hombres, y la propiedad se transmite a los varones y a las mujeres, según las circunstancias familiares. Por ejemplo, en la bailía de Troyes, entre 1152 y 1284, de 279 poseedores de feudos, 104 son señores, 48 son señoras y 10 son señoritas, mientras que el resto pertenece a escuderos de diversos linajes. En cambio, en las ciudades no se constata esa distribución de propiedades y funciones, ya que los cargos municipales solían estar desempeñados por hombres, a pesar de que la participación de las mujeres en las elecciones era una práctica común (por ejemplo, se constata el voto femenino en los Estados Generales de 1308 en Turena). Por último, al final de su libro, Regine Pernoud hace la siguiente reflexión: "Cabe preguntarse (ya que nada es irreversible en la historia de los pueblos o de los individuos) si el actual esfuerzo de liberación de la mujer no corre el riesgo de abortar, ya que ha adoptado una tendencia suicida para la mujer: negarse a sí misma como mujer, limitarse a copiar los comportamientos de su compañero, tratar de reproducir al hombre como una especie de modelo ideal y perfecto, negándose de entrada toda originalidad.... ¿No es paradójico que se conserve, de una herencia cuya riqueza es innegable, precisamente el legado más pernicioso: la tentación totalitaria, consistente en querer reducir a todos los individuos a un esquema único que sólo admite la igualdad en la uniformidad? " ¿Hasta qué punto los temores de Pernoud eran fundados? El "eterno femenino" aborrecido por las feministas quemadoras de sujetadores y enemigas del tacón alto parece gozar de eterna salud, al tiempo que el feminismo como movimiento está cada día más desprestigiado. No porque ahora existan más razones para rechazarlo que hace treinta años, sino porque la ley histórica del aburrimiento es inflexible. Personalmente, tengo la impresión de que las mujeres, a lo largo de la historia, han hecho lo que han querido, y que sus mecanismos de adaptación histórica son más elásticos y oportunistas que los de los hombres. Eso ni es bueno ni es malo, simplemente es distinto, y seguramente obedece a designios útiles. Lo malo no son los recursos de la naturaleza, sino las mezquindades e hipocresías del poder. Lo malo, en este caso, no es lo personal, sino lo político. A mediados del siglo XIX, el historiador francés Michelet hacía este balance de la actuación de las mujeres en la Revolución Francesa y, en particular, en los departamentos del oeste de Francia, donde la Revolución encontró una gran resistencia, canalizada a través del clero, que desembocó en la guerra civil: "La mujer es la casa; pero también es la iglesia y el confesionario [...] La mujer es, asimismo, el lecho, la influencia todopoderosa de las costumbres conyugales, la fuerza invisible de los suspiros y las lágrimas sobre la almohada [...] A través de ella, la contrarrevolución tenía, en cada familia, en cada hogar, un predicador ardiente, celoso, infatigable, en modo alguno sospechoso, sincero, ingenuamente apasionado, que lloraba, sufría, y decía palabras que parecían saltar como astillas del corazón roto... Fuerza enorme, verdaderamente invencible [...] Poco a poco, comienza a mostrarse esta desgracia inmensa, este cruel divorcio: la mujer, en general, se convertía en el obstáculo y la contradicción al progreso revolucionario que exigía el marido. Este hecho, el más grave y el más terrible de la época, apenas si se ha tenido en cuenta. La espada segó la vida de muchos hombres. Pero hay algo más: una espada invisible cortó el nudo de la familia, poniendo al hombre en un bando y a la mujer en otro. Se ha hablado mucho de la influencia de los curas en las mujeres, pero no lo bastante de la influencia de las mujeres sobre los curas. Nuestra convicción es que ellas fueron más sincera y violentamente fanáticas que los propios curas [...] ellas arrastraron y dominaron a los que parecían dirigirlas, empujando a sus confesores al martirio y a sus maridos a la guerra civil."28 Es el mismo eco de la célebre frase pronunciada por Catón dos mil años antes ("Nosotros, que gobernamos a todos los hombres, somos gobernados por nuestras mujeres")29, y que Mencken volverá a repetir a comienzos del siglo XX en relación con el sufragio femenino: ("Creo que la mayoría de las mujeres, por razones que expondré a continuación, no estaban ansiosas de ver aprobada esa ampliación [del sufragio], y hoy en día la tienen por algo de muy poca monta. Saben que pueden conseguir lo que quieran sin tener que visitar las urnas"). Escribió Galdós: "¡Formidable influencia de la mujer en el destino de los pueblos! Los hombres, pensando, plantean las teorías y los sistemas, crean los partidos; las mujeres, amando o aborreciendo, determinan la acción.


Comparando la Historia con un drama, el hombre es el histrión y la mujer el autor. No ha existido ningún gran suceso político que no haya venido a la Historia impulsado por manos femeninas…"30Como todas las generalizaciones, también ésta corre peligro de no ser rigurosamente exacta, pero sin duda contiene buena parte de verdad. Lejos de ser hembras atadas de patas quebradas, como aconseja el refrán, las mujeres han sabido explotar la insaciable bulimia sexual de los hombres y aprovechar cada resquicio de las voluntades masculinas para imponer las suyas. Y todo ello obedeciendo a una especialización que, a buen seguro, nada tiene que ver con patriarcados ni neolíticos, sino que forma parte de los códigos más remotos de la especie, como veremos en otro capítulo si la fuerza nos acompaña y el tiempo (es decir, su falta) lo permite. NOTAS DE PIE DE PAGINA 1 Christian Jacq: Les Égyptiennes, Ed. Perrin, París (1996). 2 Historia, libro II, 35 3 La aldea de Deir el-Medineh, situada a 725 km al sur de El Cairo, estaba formada por unas cien familias de artesanos especializados en la construcción de tumbas y monumentos funerarios en el Valle de los Reyes. Las excavaciones realizadas en esta aldea han permitido conocer numerosos detalles de la vida cotidiana del pueblo egipcio durante el Imperio Nuevo. 4 Amaury de Riencourt, Sex and Power in History, Delta Books, 1975, página115. 5 Polibio: Historia, libro XXXVI, V, 17.1 6 Las prendas teñidas de púrpura eran, en la Antigüedad, uno de los máximos exponentes de lujo y distintivos del poder (púrpura imperial). La razón era el costoso procedimiento de teñido a partir de diversos moluscos del género Múrex. Se necesitaban miles de conchas para teñir una sola prenda, lo que hacía que el producto así obtenido fuese mucho más valioso que el oro. 7 Tito Livio, Historia de Roma, vol. 5, libro 34 8 Séneca resume así la libertad de costumbres de las romanas: "¿Hay por ventura alguna mujer que se avergüence del divorcio, ahora que algunas nobles matronas cuentan los años, no por el número de cónsules, sino por el de sus maridos?... Las cosas han llegado a tal punto que las mujeres se casan únicamente para dar celos a sus amantes. La castidad no es más que una prueba de fealdad. ¿Dónde podrá encontrarse una mujer tan miserable y repulsiva que se contente sólo con un par de amantes, en lugar de tener uno para cada hora del día, o incluso tantos que las horas del día no sean suficientes para todos ellos?" (De los beneficios, libro III, cap. XVI). 9 San Jerónimo, Carta 123, párrafo 10 (hacia 409 d.C.). 10 Vida de los doce Césares, XLIII 11 Vida de los Doce Césares, libro II (Augusto), XXIV. 12 Dión Casio señala acerca de Popea: "Por orden suya, cada día debían ordeñarse quinientas burras recién paridas para preparar su baño" (Historia romana, libro V, cap. 62). La leche de burra se utilizaba como limpiador e hidratante facial, al parecer indispensable en los tocadores de la época, y cualquier romana elegante estaba, según Juvenal, "dispuesta a arrastrar consigo una reata de burras hasta el polo hiperbóreo si allí la desterrasen" (Sátira VI, v. 490-506). 13 Con mucha frecuencia se evoca como expresión máxima del orgullo machista la frase de Julio César transmitida por Plutarco- al divorciarse de su esposa Pompeya: "la mujer de César debe estar libre de toda sospecha". Balsdon, en su obra Roman Women, nos asegura que la frase exacta fue: "la mujer del Sumo Pontífice [cargo que desempeñaba César al producirse los hechos que culminaron en su divorcio] debe estar libre de toda sospecha". El matiz no es superficial, ya que permite diferenciar lo que habitualmente se presenta como un rasgo de machismo arquetípico del problema político que fue en realidad. Una de las tradiciones religiosas de Roma eran las celebraciones de la Bona Dea, en las que


sólo podían participar las mujeres romanas y que solían tener lugar en la casa de uno de los pretores. En el año 63 a.C. estas celebraciones tuvieron lugar en la casa de Julio César, que simultaneaba su cargo de pretor con el de Sumo Pontífice. En mitad de la celebración, una esclava comunicó a la madre de Julio César que, entre las participantes, había un hombre disfrazado de mujer (al parecer, Publio Clodio, un hijo de buena familia de Roma). Pronto corrió el rumor de que su intención al introducirse en la casa había sido seducir a la mujer de César. El hecho causó un verdadero revuelo político en Roma y el Senado ordenó abrir una investigación por sacrilegio, ya que ningún hombre podía estar presente en las celebraciones. Aunque Clodio fue absuelto por falta de pruebas (y por la presión del pueblo a su favor), la tormenta política precipitó el divorcio de César. La duda legítima y razonable de los historiadores, reforzada por el hecho de que la amistad de César con Clodio salió indemne del proceso, es si todo el episodio fue una simple puesta en escena instigada por Aurelia, la todopoderosa madre de César, para deshacerse de una nuera estéril y, al mismo tiempo, justificar un divorcio políticamente arriesgado (ya que, a través de su mujer, César estaba emparentado con Cneo Pompeyo, en aquel momento el hombre más poderoso de Roma). 14 Sátira VI, v. 200-230. 15 Salustio, Conjuración de Catilina, XXV. 16 Anales, libro decimoquinto, XXXII 17 Simone de Beauvoir, Le deuxième sexe, Deuxième partie, Histoire, III. 18 Phyllis Schlafly, The Power of the Positive Woman. Citado por Jack Kammer en If Men Have All The Power How Come Women Make The Rules. 19 Amaury de Riencourt, Sex and Power in History, Delta Books, 1975, páginas 126 y 127. A finales del siglo IV d.C., San Jerónimo nos describe otro rasgo de la Roma feminista: "Algunas mujeres cambian sus atuendos y asumen un aspecto masculino, renegando de lo que, por su nacimiento, deben ser: mujeres. Se cortan el cabello y no se avergüenzan de parecer eunucos." (Carta 22, párrafo 27). 20 San Jerónimo, Carta 22, párrafo 13. 21 Agustín de Hipona, Matrimonio y concupiscencia, XV, 17. 22 Juvenal, Sátira VI, 635-642. 23 Tácito, De las costumbres, sitios y pueblos de Germania, VIII, XIX y XX. 24 Suetonio, Vida de los Doce Césares, libro II (Augusto), XXI. 25 René Grousset: L'Epopée des croisades. Éditions Perrin, 2002, pág. 217. 26 En relación con el Código Civil de Napoleón, inspirador de una legislación civil europea que se ha mantenido vigente hasta bien entrado el siglo pasado y en la que el feminismo ha encontrado uno de sus blancos preferidos, conviene recordar el análisis que hace Eric Zemmour en su libro Le premier sexe. Según Zemmour, tras el breve paréntesis de austeridad varonil encarnado por la Revolución Francesa comienza, con el Directorio, un nuevo período en el que las mujeres vuelven a ocupar un lugar preponderante. En la sociedad de los increíbles y las maravillosas, la libertad de las mujeres asombra a toda Europa: "las mujeres cambian fácilmente de amante; se casan y se divorcian con la misma rapidez; las tasas de divorcio (que, en París, pone fin a uno de cada tres matrimonios) son casi similares a las actuales; las familias se destruyen y la educación de los hijos es deficiente. [...] Es esta sociedad 'decadente', como aún se atrevían a decir entonces, la que Napoleón tiene ante sus ojos cuando comienza los trabajos del Código Civil. Ante sus ojos, exactamente, ya que su propia mujer, Josefina, más ligera que sensual, es la encarnación de esa sociedad." (Éric Zemmour: Le premier sexe, Editions Denoël, 2006, pág. 92). En ese contexto, el Código Civil impone un marco más estricto a la libertad social de la mujer y, con ello, y sin renunciar al principio del divorcio, logra frenar el vertiginoso ritmo de disolución de las familias. La crítica retrospectiva siempre es fácil. Pero, sin el Código napoleónico,


¿cómo habría evolucionado la sociedad francesa del siglo XIX con una tasa de divorcios similar a la actual? 27 Como ejemplo análogo español cabe citar el de doña Jimena, la esposa del Cid, cuya presencia está atestiguada en Oviedo el 13 de agosto de 1083, mientras su esposo peleaba desterrado en tierras de Zaragoza. En ese fecha, juntamente con su hermano el conde de Asturias, doña Jimena perdía un pleito contra el obispo de Oviedo, fallado en presencia del rey Alfonso VI. Por otra parte, tras la patriarcal muerte del Cid por herida de flecha en 1099, doña Jimena fue señora de Valencia hasta el abandono de la ciudad a los almorávides en mayo de 1102, momento en que se retiró a Castilla con todas las riquezas atesoradas por el Cid. Sobrevivió a su esposo unos quince años, y el último documento firmado por ella es una escritura de compraventa extendida en 1113. En los diplomas, el Cid firmaba: Ego Ruderico, simul cum conjuge mea, afirmo oc quod superius scriptum est [Yo, Rodrigo, junto con mi esposa, firmo lo arriba escrito]. (Menéndez Pidal, La España del Cid) 28 Michelet, Histoire de la Revolution Française (1853), Libro VIII, cap. 2 29 Plutarco, Vidas paralelas, tomo III, Marco Catón, VIII. Según explica el propio Plutarco, la frase es, a su vez, reminiscencia de una célebre respuesta de Temístocles, quien, viéndose excesivamente importunado por los ruegos que su hijo le hacía a través de su madre, se dirigió a ésta en los siguientes términos: “Mujer, los atenienses gobiernan a los griegos; yo gobierno a los atenienses; tú me gobiernas a mí; y nuestro hijo te gobierna a tí; por lo tanto, procura que el niño utilice su poder con moderación, porque si no, con tener aún tan corto juicio, ejercerá más autoridad que todos los griegos juntos”. 30 Benito Pérez Galdós, Episodios Nacionales, "Los Apostólicos", cap. XXXIV


EL LADO FEMENINO DEL MAL :LA MUJER EN LA ALEMANIA NAZI De nuevo nace la polémica sobre si acusar a algunas mujeres de hacer el mal es machismo puro, tal y como nos dicen los las jerarcas de la cosa pública. Así,en tiempos en que la corrupción política y económica está empedrada de nombres femeninos, cuando en las cargas policiales más duras se emplean un número creciente de mujeres, y cuando en las empresas las jefas atropellan tanto o incluso más que los jefes la dignidad de las personas (hombres o mujeres)no, no se puede decir sin ser acusado de machista. Es tanto el ruido que hacen los medios y los organismos estatales que apenas se puede oír la realidad, por eso cobra más importancia que en los últimos tiempos cada vez más mujeres hayamos tomado la iniciativa de desmontar con hechos y con argumentos esa deplorable construcción ideológica que usa la adulación para someternos. Es el caso del reciente libro de Mónica G. Álvarez, “Guardianas nazis. El lado femenino del mal”. En este texto de investigación periodística se hace un recorrido por la biografía de 19 mujeres como representantes del mucho más nutrido grupo de las guardianas de los campos de concentración del Tercer Reich; mujeres como Ilse Koch, “La zorra de Buchenwald”, Irma Grese “El Ángel de Auschwitz” , María Mandel “La Bestia de Auschwitz”, Herta Bothe “La Sádica de Stutthof”, Dorothea Binz “La Binz”, Hermine Braunsteiner “La yegua de Majdanek” y Juana Bormann “La Mujer de los perros” a las que apoda “ las siete Arcángeles del terror”, y las otras doce a las que nombra en el epílogo como “ Las Doce Apóstoles del Reich”, son retratadas por la autora a través de sus actos de barbarie y de maldad hacia mujeres y hombres por igual. Estas son las personalidades elegidas por la periodista, un puñado de mujeres que representan a las muchas miles que participaron de la brutalidad del régimen nacionalsocialista. Solo en el campo de Ravensbrük se llegaron a formar y preparar cerca de 3.600 mujeres para las tareas de control del resto de campos diseminados por la geografía europea bajo control del Estado nazi. No todas eran alemanas, también colaboraron muchas de otras nacionalidades como Hildegard Neumann y Ruth Elfriede, checas o Gerda Steinhofff, Irene Haschke y Therese Brandl, polacas, lo que demuestra que las mujeres,como los hombres, nos conducimos en el mundo por voluntad y por ideas y no por innatos condicionantes sexuales o étnicos. Algunas eran madres, lo que no significó un obstáculo para llevar a la muerte, muchas veces por sus propias manos, a una enorme masa de niños y niñas. Esto demuestra que el hecho reproductivo, por sí mismo, no nos hace mejores, y sólo es un elemento de humanización cuando se inscribe entre los actos del amor y del compromiso con la vida; como trance biológico es un acto del cuerpo como cualquier otro, por lo tanto las ideas simplistas y los estereotipos sobre la maternidad tienen que ser puestos en duda dado que no se corresponden con la realidad. Las mujeres que describe Mónica fueron tan crueles y bestiales como los guardianes hombres e incluso más que ellos en algunos casos, así lo declara una mujer húngara en el juicio contra María Mandel. Las atrocidades que perpetraron, las torturas inhumanas que infligieron representan las más crueles perversiones. Lanzar perros contra mujeres, hombres o niños hasta causarles la muerte o matarlos a patadas, latigazos o palos. Asesinar a recién nacidos, exterminar por hambre, frío o agotamiento a miles. ¿Eran también ellas víctimas de la cultura machista? ¿Eran irresponsables de sus actos? ¿Estaban los prisioneros varones en una posición de superioridad histórica y cultural sobre estas féminas? La autora concluye que “con ellas se demuestra que la maldad y el sadismo es cosa del género humano, sin distinción de sexos, algo que han puesto en duda las feministas más radicales”. Sin embargo, esta verdad elemental es hoy negada por un nuevo fanatismo esencialista que ha sustituido el principio biológico racial nazi por el sexual, construyendo así un pensamiento religioso que toma lo femenino como bien universal y como argumento para el desarrollo de campañas de represión, manipulación y manejo de las masas. Hoy, la ortodoxia sexista plantea que dudar de la palabra de la mujer es una aberración y se lanza el calificativo de terrorista y defensor de la violencia machista a quien se atreva a decir que existen denuncias falsas favorecidas por la Ley de Violencia de Género en paises como españa ,francia y suiza,


puesto que esta ley considera que la palabra de la mujer es suficiente prueba y tiene valor para limitar el principio de presunción de inocencia. Pues bien, si algunas mujeres han podido torturar, atormentar y sacrificar en los campos de concentración nazis a cientos de miles de hombres, niños y niñas y a otras mujeres ¿por qué motivo no podrían también poner denuncias falsas?, ¿por qué no buscarían sus intereses aprovechando las ventajas de la ley?, ¿por qué no iban a permitirse los privilegios del odio? Cuando las campañas mediáticas de “sensibilización”, es decir, de propaganda y manipulación mental están dirigiendo a las mujeres hacia un estado de miedo-odio hacia los varones y una nueva ideología basada en las luchas por poder, y a la vez se ponen en sus manos instrumentos que permiten prevalecer sobre sus pares del otro sexo con la ayuda del Estado, ¿por qué habrían de usarse tales privilegios sólo de forma legítima? Muchas vivimos el hartazgo del mito sobre la superioridad moral femenina que nos presenta como buenas por naturaleza aunque no por virtud, pues presupone nuestra incapacidad para hacer el bien por elección o por mérito, o el mal por libre albedrío. Nos sentimos aliviadas al comprobar que el mal está a nuestro alcance de la misma manera que lo está la grandeza y la excelencia, podemos pues, forjarnos por propia iniciativa a favor de la vida y de la libertad o de la barbarie y la muerte, lo que nos pone en la tensión de elegir y construir con conciencia y voluntad nuestra biografía y nuestras obras. La realidad es que nuestras ideas y elecciones nos constituyen, por lo que la conversión a un ideario depravado o a unos intereses corrompidos está presente numerosas veces a lo largo de la vida y ello trueca a sujetos corrientes en monstruos, tal y como demuestra Mónica G. Álvarez al estudiar a ese grupo de carceleras. La mayor parte de ellas eran mujeres normales que hacían una vida normal y que fueron voluntarias, es decir, eligieron sumarse a la causa del Reich e involucrarse en los proyectos represivos y genocidas del régimen, ya fuera por convicción, por ansia de poder, por dinero o por dar rienda suelta a sus instintos de odio y violencia; en cualquier caso lo hicieron por motivaciones propias y no únicamente prestadas o inducidas desde fuera, tampoco por desequilibrios psíquicos ni mentales. No eran solo víctimas del sistema, sino co-autoras de las monstruosidades que de él se derivaron. Lo cierto es que la mayor parte de las 250.000 mujeres que trabajaron como voluntarias para el régimen nazi, en general, tenían trabajo, eran enfermeras, matronas, cobradoras de tranvía, peluqueras, profesoras o funcionarias de correos entre otros oficios; no eran pues mujeres dependientes económicamente, sino “liberadas” según el patrón de un feminismo que ha hecho del dinero y del salariado el culmen de la libertad. No estaban obligadas por ningún hombre a hacer lo que hicieron ni eran consideradas como segundonas o simples ayudantes a las órdenes de los varones; el propio Himmler señalaba que los guardias debían ver y tratar a las guardianas como sus iguales y camaradas[1]. Todas las interpretaciones causalistas que quieran explicar por impulsos exógenos las acciones de estas féminas caerán en contradicciones flagrantes al estudiar los hechos de sus biografías. Las responsables de la brutalidad y la crueldad que desarrollaron contra los prisioneros y prisioneras son ellas mismas y no otros, ellas mutilaron, martirizaron y asesinaron a miles, en muchos casos por placer sádico. De Dorothea Binz que dirigió una escuela de guardianas en Ravensbruck se dice que entrenó a sus alumnas en los puntos más finos del “placer malévolo”, que ella había aprendido a su vez de María Mandel, la colaboradora de Mengele en Auschwitz. En efecto, el sadismo fue un componente esencial de la ideología de las SS y de los fascismos, tal y como denuncia con una fuerza y un realismo aterrador Pasolini en “Saló o los 120 días de Sodoma”, y ese componente formó parte de la acción de los varones tanto como de las mujeres. Cuando se ha convertido en lugar común codificar el pene como un arma y la sexualidad masculina primigenia como violación, cuando se ha construido el término hetero-patriarcado para definir un estado de sometimiento y abuso que han hecho los hombres históricamente sobre las mujeres, los sucesos que ocurrieron realmente en los campos de concentración nazis no encajan en esa versión maniquea y perversa del sexismo feminista. Allí varios miles de féminas se convirtieron torturadoras y,


en muchos casos, también en violadoras de otras mujeres y hombres. Violadoras, sí. La feminista Joanna Burke en “ Los violadores. Historia del estupro de 1860 a nuestros días”, fue la primera que se atrevió en nuestros días a usar ese término para catalogar las acciones de un núcleo de mujeres, cierto que mayoritariamente militares, que abusan de hombres o mujeres usando el sexo como instrumento de sometimiento y dominación sobre sus rehenes. Después lo ha hecho el Tribunal Internacional de la Haya condenando a Pauline Nyiramasuhuko, la ministra ruandesa de mujer y familia en 1994, por genocidio y también por instigar la violación de más de 500.000 mujeres tutsis; y, recientemente, a Yvonne Basedya, la jefa de una unidad de la milicia hutu, por haber participado directamente en las violaciones y muerte de un número indeterminado de mujeres y hombres. Hay pues, mujeres violadoras. De esa categoría forman parte las desalmadas que retrata Mónica. De Ilse Koch, “La zorra de Buchenwald” se dice que “organizaba orgías lésbicas con las esposas de los oficiales” y con los subordinados de su marido, organizando juegos perversos de seducción sexual con los prisioneros a los que incitaba para luego imponer castigos corporales brutales de su propia mano u ordenándolos a los guardias. Ella, que no era guardiana, sino esposa de un comandante, si participaba de la violencia contra los prisioneros era por gusto. Aunque no pudo demostrarse, se la acusó de seleccionar para ser ejecutados a hombres cuya piel tatuada se usó para fabricar objetos de diverso tipo como lámparas; aún sin ser esto probado, fue condenada a cadena perpetua por sus numerosos actos de brutalidad. Más depravada incluso que la Koch fue Irma Grese, su belleza angelical -parecía una Madonnaocultaba un monstruo capaz de las mayores atrocidades. Tenía tan solo 22 años cuando fue ejecutada en 1945. Grese formó parte del equipo del doctor Mengele con el que colaboraba en la selección de las víctimas para experimentos médicos o para morir gaseadas. Su persona causaba terror en los prisioneros y prisioneras de Auschwitz pues siempre se movía acompañada de sus feroces perros adiestrados para matar, a los que lanzaba sistemáticamente contra hombres, mujeres o niños, que eran devorados en presencia del resto de prisioneros. Aunque tuvo amantes varones Irma prefería a las mujeres para saciar una sexualidad mujeres bellas y exuberantes a las que destrozaba los pechos con su látigo, luego dejaba que las heridas se infectasen para poder llevarlas a amputar las mamas, operación que ella presenciaba y que se realizaba sin anestesia. Griselda Pearl, médico de los prisioneros lo cuenta y dice, “entonces ella se excitaba sexualmente con el sufrimiento de la mujer”. Otras internas declararon que Irma Grese tenía aventuras bisexuales y buscaba relaciones lésbicas con algunas internas a las que luego mandaba al crematorio. La conclusión obvia es que la violencia sexual no es patrimonio de los hombres, que no hay una innata tendencia genética a la agresión y que no es necesario ser heterosexual para pertenecer a ese minoritario pero selecto rango de los y las violadores, y que son determinadas ideologías las que animan estas depravaciones, ideologías del odio que, es cierto, han sido patrimonio principalmente de los ejércitos y de las guerras y, por eso, en el pasado, mayoritariamente de los hombres, no por el hecho de ser hombres, sino por ser soldados. Sin embargo, siempre ha habido un núcleo de mujeres que se han implicado en esos lodazales, un número que será creciente en nuestros días por la mayor incorporación femenina a esas funciones tradicionalmente masculinas. Esto que parece obvio, no lo es para el grupo de los fanáticos de las nuevas religiones políticas que definen las categorías del bien y el mal asociadas a los rasgos sexuales o raciales o a la orientación erótica de las personas según el caso, culpando al hombre blanco heterosexual y exculpando, de paso a las estructuras del poder del Estado. Con argumentos pueriles y mucha vehemencia han definido que el mal se encuentra contenido en el grupo de los hombres blancos y heterosexuales, y que las mujeres, los no heterosexuales y los grupos raciales no blancos son siempre víctimas y portadores del bien social e histórico[2]. Su racismo, sexismo y esencialismo extremista ha generado una nueva fe religiosa, ciega y alucinada, que valora a las personas no por sus actos, por su obrar en el mundo, sino por raza, su sexo o su orientación erótica. Al igual que las carceleras de Reich, convencidas de su superioridad por pertenecer a la raza aria, estos nuevos segregacionistas terminarán por constituirse en un nuevo linaje de superhombres (un concepto ultramachista nietzscheano que adoran muchos feministas), una nueva aristocracia que gobierne


implacable sobre las castas inferiores de hombres y mujeres-macho (todas las díscolas con la nueva fe) blancos y eróticamente inclinados al sexo contrario. Los principales focos de la violación son las guerras, las estructuras del poder perversa volcada en el poder y la violencia sobre el otro. Entre las prisioneras buscaba jerárquico e ilegítimo (lo son hoy principalmente la empresa capitalista y todas las instituciones estatales), los grupos de delincuentes y marginales (tanto más abundantescuanto más destruida esté la sociedad popular y horizontal) y el ascenso en la sociedad deideologías del odio, del apetito de poder y del victimismo agresivo. El hecho de ser varón o mujer, heterosexual, homosexual, lesbiana, bisexual, transexual, blanco o de otra raza son únicamente particularidades, formas de manifestarse esas infamias, y son histórica y espacio-temporalmente cambiantes. El uso y abuso de los seres humanos con motivos sexuales o de puro sadismo y voluntad de poder es una lacra de las sociedades despóticas. Así, imitando a “la Binz” y a la “bestia de Auschwitz”, después de terminar la guerra, en 1955, escribió Simone de Beauvoir “Faut-il brûler Sade?”, un panegírico del llamado divino marqués (tal vez por su condición de ateo que se investía con los atributos de dios) que demuestra la debilidad de la madre del feminismo moderno por el gran misógino y asesino de mujeres. Sólo por corrección política y por la necesidad de mantener su reputación de luchadora contra el nazismo (falsa toda ella) no pudo la francesa hacer el elogio de las atrocidades de Irma Grese, la cual puso en obra las fantasías del aristócrata de conquistar la completa “libertad” destruyendo a otros seres humanos. En nuestros días el ascenso de una casta de mujeres poderosas y de otras colaboradoras del poder en sus ejércitos, policías e instituciones jerárquicas hará que crezcan las maltratadoras, agresoras y violadoras; las mujeres y los hombres sin poder seremos víctimas bajo la bota de ellos y ellas, cada vez más omnipotentes. Las nuevas Irma Greses elegirán sus víctimas; las eligen hoy en muchas empresas, en el ejército y en las jerarquías estatales, entre sus subordinadas y subordinados. No podemos conocer los datos de las violaciones en las empresas capitalistas, no tenemos detalles de los estupros, abusos y acosos realizados por hombres contra mujeres, por hombres contra hombres, por mujeres sobre mujeres y sobre hombres, no las conocemos porque la mayor parte de ellas no se denuncian y las que son denunciadas no se registran asociadas al ámbito en el que se producen, y, por lo tanto, sus particularidades permanecen anónimas. En la medida que sigan aumentando las actuales operaciones de enfrentar y aislar a las mujeres y los hombres, destruyendo todos los lazos horizontales y naturales que nos han unido, las formas de la esclavitud, que incluye la esclavitud laboral y la esclavitud sexual,se harán más y más presentes en la sociedad; convertidos en ganado humano seremos usados por las castas dominantes de mujeres y hombres poderosos. [1] El libro Las mujeres de los nazis, de la historiadora austríaca Anna Maria Sigmund, ha sido publicado el pasado noviembre en Austria, donde se vendieron 25.000 ejemplares el primer mes. Según la autora, las mujeres del séquito de Hitler no respondían al ideal de mujer propagado por la doctrina nazi: no eran amas de casa, ni se esforzaban por procrear en abundancia (a excepción de Magda Goebbels, que tuvo seis hijos). [2] Es deplorable leer cosas como un manifiesto en el 8 de marzo que asevera que “Una dona que estima i folla amb altres dones es converteix automàticament en una revolucionària.” (leer completo).http://contrainfo.cat/temes/difusio-i-pensament-critic/lesbiana-com-a-opcio-politica/ Semejantes operaciones permiten que todo aquello que hagan las lesbianas se convierta, automáticamente en el bien. Para el próximo año les sugiero que hagan un homenaje a Irma Grese.


LA IDEOLOGIA DE LA VICTIMIZACION Por: Feral Faun.( Wolfi Landstreicher) Texto extraído de “La miseria del feminismo”, aparecido en la publicación francesa “La Guerre Sociale”en 1977. (El movimiento feminista, que surgió ante la necesidad de la liberación de los roles de género, fue cayendo en la especialización y se convirtió en incapaz de realizar una crítica más global. Su trabajo consistió en obtener derechos, reconocimiento, protección para las mujeres como una categoría social reconocida conforme la legislación. En la actualidad el feminismo está totalmente integrado en el sistema) En Nueva Orleans, justo a las afueras del barrio francés, hay una pintada en una valla que dice: “los hombres violan”. Solía pasar cerca de ella casi todos los días. La primera vez que la vi me molestó porque sabía que quien la hizo me definiría como un “hombre” y nunca he deseado violar a nadie. Tampoco lo han hecho ninguna de mis amistades-con-pene. Pero a medida que me encontraba con este dogma pintado, día a día, las razones de mi enfado fueron cambiando. Reconocí en este dogma una letanía de la versión feminista de la ideología de la victimización; una ideología que promueve el miedo, la debilidad individual (y por lo tanto dependencia en grupos de apoyo basados en la protección paternalista de las autoridades) y una ceguera ante todas las realidades e interpretaciones de la experiencia, que no se amolden a la propia visión de un@ mism@ como víctima.No niego que haya cierta realidad detrás de la ideología de la victimización. Ninguna ideología podría funcionar si no tuviese base alguna en la realidad, como ha dicho Bob Black, “ tod@s somos niñ@s adult@s de padres”. Hemos pasado toda nuestra vida en una sociedad que se basa en la represión, la explotación de nuestros deseos, nuestras pasiones y nuestra individualidad, pero es totalmente absurdo aferrarse a la derrota, definiéndonos en términos de nuestra victimización. Como medio de control social, las instituciones sociales refuerzan el sentimiento de victimización en cada una de nosotr@s a la vez que dirige estos sentimientos en direcciones que refuerzan la dependencia en las instituciones sociales. Los medios de comunicación nos bombardean con historias de crímenes, corrupción política y empresarial, luchas raciales y de género, escasez y guerra. A pesar de que las historias tienen normalmente una base real, sonpresentadas claramente para fortalecer la sensación de miedo. Pero como much@s de nosotr@s dudamos de los medios de comunicación, se nos sirve todo un conjunto de ideologías “radicales”. Todas contienen algo de percepción real, pero todas están ciegas para todo aquello que no encaje en su estructura ideológica. Cada una de estas ideologías refuerza la idea de victimización y canaliza la energía de los individuos, sin hacer un examen de la sociedad en su totalidad ni romper con su rol que sólo la reproduce. Tanto los medios de comunicación como todas las versiones del radicalismo ideológico refuerzan la idea de que estamos victimizad@s por aquello que está “fuera”, por lo Otro y por las estructuras sociales; la familia, la policía, la ley, la terapia y los gurpos de apoyo, la educación, las organizaciones “radicales” o cualquier cosa que pueda reforzar un sentido de dependencia; están para protegernos. Si la sociedad no produjese estos mecanismos (incluyendo las estructuras de oposición falsa, ideológica, parcial) para protegerse a si misma, podríamos sencillamente examinarla en su totalidad y llegar a reconocer su dependencia sobre nuestra actividad para reproducirla. A cada oportunidad que tuviésemos, podríamos rechazar nuestros roles como víctimas-dependientes de la sociedad. Pero las emociones, las actitudes y los modos de


pensamiento evocados por la ideología de la victimización, hacen que esta inversión de perspectiva sea muy difícil. Al aceptar la ideología de la victimización en cualquiera de sus versiones, elegimos vivir con miedo. Quien pintó “los hombres violan” era probablemente una feminista, una mujer que vio su acción como un desafío radical a la opresión patriarcal. Pero este tipo de proclamaciones, de hecho, simplemente se añaden a un clima de miedo que ya existe. En vez de dar a las mujeres un sentido de fuerza como individuos, fomenta la idea de que las mujeres son en esencia víctimas, y la mujeres que lean esta pintada, incluso aunque rechacen el dogma que hay detrás, probablemente andarán por la calle con miedo. La ideología de la victimización, que tanto ampara el movimiento feminista, también se puede encontrar de alguna manera en el discurso gay, radical-nacionalista, de lucha de clases y en casi todas las ideologías “radicales”. El miedo a una amenaza real, inmediata e identificada contra el individuo, puede motivar una acción inteligente para erradicarla, pero el miedo creado por la ideología de la victimización, no lo permite, porque es un miedo a fuerzas demasiado amplias y abstractas para que el individuo pueda tratar con ellas. Acaba convirtiéndose en un clima de miedo, sospecha y paranoia, que logran parecer las mediaciones (que son la red de control social) algo necesario e incluso bueno. Es este clima agobiante de miedo, el que crea una sensación de debilidad en las personas, la sensación de ser fundamentalmente víctimas. Si bien es cierto que algun@s militantes ideológic@s “por la liberación” a veces arman ruido con rabia militante, pocas veces van más allá ni llegan a amenazar nada. En cambio reclaman (léase “suplican militantemente”) que aquell@s a quienes definen como sus opresores, garanticen su “liberación”. Un ejemplo de esto ocurrió en el encuentro anarquista “Sin límites” de 1989, en San Francisco. No tengo ninguna duda de que en la mayoría de los debates a los que asistí, los hombres tendían a hablar más que las mujeres, pero nadie impedía hablar a las mujeres, y no presencié ninguna falta de respeto hacia las que hablaron. Sin embargo, en el micrófono público del patio del edificio donde se celebraba el encuentro, se hizo un discurso que proclamaba que “los hombres” estaban dominando las discusiones e impidiendo a “las mujeres” hablar. La oradora “demandaba” (léase “suplicaba militantemente”) que los hombres se asegurasen de que dejaban a las mujeres espacio para hablar. En otras palabras, la oradora pedía al opresor, de acuerdo con su ideología, que garantizase los “derechos” de las oprimidas, una actitud que, implícitamente, acepta el rol del hombre como opresor y el de la mujer como víctima. Sí que había debates en los que ciertas personas dominaban las discusiones, pero alguien que actúe desde la fuerza de su individualidad se enfrentará con una situación así, según sucede y tratará con las personas implicadas como individuos. La necesidad de colocar dichas situaciones en un contexto ideológico para tratar a los individuos implicados como roles sociales, transformando la experiencia real e inmediata en categorías abstractas, es una muestra de que uno ha elegido ser débil, ser una víctima. Y la debilidad embarazosa coloca a la persona en la postura absurda de tener que suplicar al opresor que garantice la propia liberación, asumiendo que uno nunca será libre más que para ser una víctima. [1] Como todas las ideologías, las variantes de la ideología de la victimización son formas de falsa conciencia. Aceptar el rol social de víctima, en cualqueira de sus múltiples formas, es renunciar incluso a crear la propia vida por un@ mism@. Todos los movimientos de liberación parcial (feminismo, liberación gay, liberación racial, movimientos de trabajadores, etc.) definen a los individuos en términos de sus roles sociales. Por ello, estos movimientos no sólo no incluyenuna inversión de perspectiva que rompa con los roles sociales y permita a las personas crear una praxis construida sobre sus propias pasiones y deseos; trabajan de hecho contra ella. La “liberación” propuesta por estos movimientos, no es la libertad de los individuos para crear las vidas que desean en una atmósfera de convivencia libre, es más bien la “liberación” de un rol social en el que el individuo se mantiene sometido. La esencia de estos roles sociales en el seno del conjunto de estas ideologías de la “liberación”, es el victimismo. De esta manera, las letanías de los daños sufridos deben ser tarareadas


una y otra vez para garantizar que las “víctimas” nunca olviden qué es lo que son. Estos movimientos de liberación “radical” garantizan que el clima de miedo nunca desaparezca, y que los individuos continúen viéndose tan débiles como para asumir que su fuerza se encuentra en los roles sociales, que son, de hecho, la fuente de su victimización. De esta manera, estos movimientos e ideologías actúan para prevenir la posibilidad de una potente revuelta contra toda autoridad y contra todos los roles sociales. La verdadera revuelta nunca está a salvo. Aquellos que eligen definirse en función de su rol como víctima, no se atreven a probar la revuelta total, porque podría amenazar la seguridad de sus roles. Pero como dijo Nietzsche: “¡El secreto que da mayores frutos y el mayor disfrute de la existencia, es vivir peligrosamente!”. Sólo un rechazo consciente de la ideología de la victimización, un rechazo a vivir en el miedo y la debilidad, y la aceptación de la fuerza de nuestras propias pasiones y deseos, como individuos que son tan grandes y tan capaces de vivir más allá de todos los roles sociales, puede proporcionar una base para la rebelión total contra la sociedad. Dicha rebelión está de hecho propulsada, en parte por la rabia, pero no por el resentimiento estridente, rabia frustrada de la víctima que fomentan feministas, luchador@s de laliberación radical o gay… Para “proclamar” sus “derechos” a las autoridades. Es más bien la rabia de nuestros deseos desencadenados, el retorno de l@s oprimid@s con plena fuerza y sin disfrazar. Pero esencialmente, la revuelta total se alimenta de un espíritu de juego libre y de placeres en la aventura, por un deseo de explorar todas las posibilidades para la vida intensa que la sociedad trata de negarnos. Para todos los que queremos vivir intensamente y sin restricciones, ha pasado la hora de tolerar vivir como ratones tímidos dentro de las paredes. Toda forma de ideología de la victimización nos mueve a vivir como ratones tímidos. Seamos en cambio monstruos locos y alegres, que se divierten echando abajo los muros de la sociedad y creando vidas auténticas y diversión por nosotr@s mism @s. No parará nuestro disturbio salvaje y placentero, nuestra guerra extática (de éxtasis) contra todas las fuerzas del orden. El caos de nuestros deseos, la pasión por vivir todas las posibilidades y la vida la máximo, surgirán a la luz del día, como una sombra brillante eclipsando toda forma de orden. [1]Nosotras queremos matizar este ejemplo, puesto que es un debate entre compañ er@s es lógico se demuestre una necesidad de reeducarnos, donde las mujeres lleguen a tomar una actitud más activa y los hombres desarrollen su capacidad para escuchar. No hablaríamos en los mismos términos si tratásemos con alguien que quiere seguir ostentando el poder. Se supone que tanto nuestros compañeros, como nosotras, tenemos un duro trabajo para reeducarnos. El apoyo mutuo también significa exponer los fallos e intentar superarlos entre tod@s. Así cada cual sabrá donde flaquea su praxis, lo que no quiere decir que las mujeres tengamos que esperar que los hombres nos cedan el turno para hablar.


LAS MUJERES DURANTE LA II REPUBLICA EN ESPAÑA Es un buen momento para dejar de estar en silencio. De nuevo el 14 de abril volverán a bombardear con el sermón sobre las conquistas femeninas durante la II República, que vienen a sumarse a los enormes logros de las mujeres bajo el sistema actual de crecimiento monstruoso del Estado y del capitalismo. Las mujeres del pueblo no celebramos la tiranía política ni el crecimiento de las grandes empresas burguesas, no celebramos nada, solo lo sufrimos, y ahora, como entonces, deberíamos prepararnos para enfrentarnos a ese monstruo sin miedo a la derrota o a la muerte. ¡Ya está bien de vivir anestesiadas! ¡Ya basta de hacer de dóciles colaboradoras de nuestras amas y amos! Para muestra de lo que fue la II República con las mujeres les dejo un extracto de “Feminicidio o auto-construcción de la mujer”. “En julio de 1932 las clases modestas de Villa de Don Fadrique (Toledo), de unos 5.000 habitantes en esas fechas, pueblo de próspera agricultura, se alzan en armas contra el régimen estatal-capitalista republicano, el cual manda a la Guardia Civil, que toma por asalto la población matando e hiriendo a muchos de sus vecinos y vecinas. Veamos qué provocó todo esto. Para ello nos guiaremos de un folleto redactado por un periodista madrileño, Francisco Mateos, sin militancia política ni particulares conocimientos sobre el mundo rural, que visitó de manera profesional la población unos días después y dejó su testimonio en “La tragedia de Villa de Don Fradique”, escrito en buena parte mientras recogía los alegatos orales de las (se refiere una y otra vez a mujeres) y los supervivientes. La cosa fue de la manera que sigue. El campesinado de esa población toledana decide ponerse en huelga ante la inminencia de las tareas de la siega porque, atención a esto, se había dictado una orden que prohibía participar en dicho trabajo a las mujeres y a los menores de 18 años. Como explican al reportero testigos del suceso, “en Madrid se había dictado una ley para que no sieguen las mujeres ni los zagalones que no han cumplido los diez y ocho años... ellos (las vecinas y vecinos de Villa) creían que todos, mujeres, zagalones y los que pudieran segar ahora por primera vez, tenían derecho... a segar, a trabajar”. Comenzada la huelga, el día 6 se dan los primeros choques y la madrugada del 8 de julio una manifestación de trabajadoras y trabajadores, pero integrada en su gran mayoría por mujeres, se concentra en las afueras del pueblo para evitar la acción de los esquiroles. La Guardia Civil carga con extraordinaria dureza contra las mujeres y, al ver el maltrato que éstas recibían por las fuerzas represivas de la II República, el pueblo todo, hirviente de legítimo furor y heroísmo, se alza en revolución, se arma, expulsa a tiros a la Guardia Civil, levanta los raíles del ferrocarril y cava zanjas en las carreteras para evitar la llegada de refuerzos, corta la línea telefónica y telegráfica, pasando además a la ofensiva, lo que ocasiona al menos un muerto (a menudo el aparato represivo oculta sus bajas, para dar impresión de invulnerabilidad, como señala algún estudioso de hechos de esta naturaleza) y numerosos heridos a las Guardia Civil. Ésta, como era de esperar, se rehace, recibe refuerzos, tomando al asalto Villa de Don Fadrique. El resultado oficial es cuatro vecinas y vecinos asesinados, muchos más heridos y muchísimos más detenidos. Mateos ofrece el número de víctimas, “setenta, entre muertos y heridos”, una carnicería. Puntualiza el periodista que la chispa que desencadenó la batalla fue “el ataque a las mujeres (que) llenó de indignación a muchos, que quisieron abalanzarse, en actitud suicida, contra los que disparaban (la Guardia Civil y los ricos del pueblo)”. Uno de los guardias cuenta a Mateos que los vecinos “a pesar de estar desarmados, querían acercarse a nosotros para luchar cuerpo a cuerpo, con una valentía suicida”. Por el contrario, la Guardia Civil en el asalto, se valió de escudos humanos, obligando a avanzar delante de ellos a mujeres y hombres de la población, para no ser tiroteada, acción sobremanera cobarde y vil.


La represión posterior fue tremenda. Mateos habla del edificio del Ayuntamiento convertido en prisión, donde “iban llegando los detenidos, hombres jóvenes y mujeres jóvenes... las mujeres en el piso alto y los hombres en el patio”. Y da nombres de alguna de las féminas baleadas, Felipa Manzanedo. La enloquecida búsqueda por el pueblo de víctimas a las que torturar y matar una vez tomado al asalto llevó a la Guardia Civil a disparar contra Josefa Marín, que se había escondido, a la que atravesó los dos pechos de un disparo, en lo que probablemente fue un acto sádico y machista de denigración hacia las mujeres en respuesta a su coraje y combatividad, atacándolas en sus atributos externos más visibles. Reflexionemos sobre los hechos. Prácticamente la totalidad de los manuales feministas dicen que la II República fue un momento de excepcional mejora de la condición femenina, se habla incluso de auténtica emancipación, pero lo cierto es que dictó leyes expulsándolas del trabajo productivo en masa en la siega, la labor campesina más importante, junto con la labranza, realizada desde tiempos inmemoriales por las mujeres en compañía de los varones. Eso con el agravante añadido de que aquéllas son equiparadas a los menores de edad en el texto legal prohibitivo: imposible encontrar una exposición de patriarcalismo más perfecta. Eso lo hizo no el clero ni la derecha sino el gobierno de Madrid, en 1932, formado por una coalición de partidos republicanos y el PSOE. Fueron la izquierda y los republicanos, progresistas, modernos y anticlericales, los que se propusieron confinar a las féminas en el hogar y quienes, cuando éstas se manifestaron, dieron órdenes a la Guardia Civil de tirotearlas. Eso por un lado. Por otro sabemos que los varones del pueblo no se opusieron a que las mujeres trabajasen, sino todo lo contrario; Mateos indica que exigían un salario igual para unas y otros en la siega. Ni los hombres ni las mujeres consideraban el trabajo a salario como emancipatorio, sino como una necesidad que compartían, tal y como compartían todas las cosas de la vida. Es esa asociación vital y afectiva la que produce que los varones cuando conocen la agresión, enloquezcan y literalmente se lancen contra los fusiles de la Guardia Civil a pecho descubierto, sublime expresión del amor que tenían hacia las féminas, que era tan inmenso, intenso y sincero que no podían soportar verlas maltratadas. Ello es la manifestación material de la concepción propia de Occidente sobre la relación entre mujeres y hombres, ahora en fase de liquidación por la ultra-modernidad multicultural en curso, una vía más hacia un neo-machismo de proporciones pavorosas. Dos reproches de gran calibre. ¿Qué decir de la Guardia Civil, capaz de disparar contra mujeres desarmadas, usar rehenes para resguardarse tras ellos al realizar el asalto y atravesar los pechos de un tiro a una muchacha que se estaba entregando como detenida? Una vez que las clases altas y sus sayones han abandonado lo más valioso e innovador de la cultura occidental, corresponde al pueblo revivirla y practicarla. Y ¿qué decir de libros como el más adelante analizado, de Mercedes Gómez Blesa, “Modernas y vanguardistas: Mujer y democracia en la II República”? Con su muy vistosa y sofisticada damisela burguesa en la portada, su defensa sobreexcitada de la II República, su completo olvido de las mujeres de las clases populares, es decir, de la mayoría de las mujeres, y su ciega pasión por las señoras y señoritas más adineradas, ese libro es una muestra, particularmente desvergonzada e incluso obscena, de lo que es y representa el feminismo, la apoteosis triunfal de la minoría de mujeres ricas y poderosas que tienen al Estado y al capital como cosa propia y al resto de las mujeres como neosiervas. Finalmente: fue el Estado, no los varones, quien dictó las leyes de exclusión de la mujer del trabajo productivo y, por tanto, de recogimiento forzado en el hogar, y fueron los varones, no el Estado, quienes se opusieron a ello con la máxima energía, además de las mujeres, claro está. El feminismo, al estudiar la II República, pone en primer plano a un grupo, siempre el mismo, de mujeres muy importantes y cargadas de poder, señoras de la burguesía, intelectuales con muchísima influencia, altas funcionarias del Estado, aristócratas metidas a redentoras de la plebe, políticas profesionales, intelectuales y similares, nunca a las féminas modestas y anónimas de las clases trabajadoras. Cita obsesivamente a María de Maeztu, María Teresa León, Elena Fortún, María Lejarreta, Constancia de la Mora, Victoria Kent, Maruja Mallo, Zenobia Camprubí, Margarita Nelken y a unas pocas más, y las presenta como modelos a seguir.


Para el feminismo estatal-burgués las mujeres del pueblo no existen, salvo como masa anónima y gris a la que hay que manejar con una mezcla de represión policial y demagogia feminista. Para esas señoras mega-poderosas de la II República todo fueron premios y beneficios, para las anónimas mujeres de Arnedo, de Villa de Don Fradique, de Casas Viejas y tantas y tantas poblaciones quedaban las balas de la Guardia Civil, las torturas en los cuartelillos, las cárceles. Se observa el extraordinario clasismo del feminismo, su mundo es el de las mujeres acaudaladas y poderosas y en su análisis de la II República lo expone sin rubor. Aquí hemos querido citar a esas mujeres anónimas (cuando hemos podido con nombres y apellidos) que fueron las víctimas verdaderas del patriarcado, pues la patulea de señoronas susodichas eran sus usufructuarias y beneficiarias. La norma legal citada prohibiendo a las mujeres el trabajo de la siega, que debería ser objeto de un estudio monográfico, muestra cómo el Estado hizo penetrar la misoginia en las clases populares. Es verdad que en un cierto número de poblaciones aquélla fue resistida y combatida pero no en todas, de modo que paso a paso la idea de que las mujeres están para las tareas caseras y nada más fue calando en una porción de las conciencias. Hoy, cuando aparecen, aquí y allá, expresiones de marginación de las mujeres entre las clases populares, el feminismo se precipita a atribuirlo a “la tradición” y a prescribir su remedio sempiterno, más y más Estado feminista. Pero fue el mismo Estado el que en un pasado no muy remoto hizo machista a un sector del pueblo, a las mujeres tanto como a los varones, igual que hoy le hace neo-machista, a ellas y a ellos. El Estado es la causa del mal, no la solución. Los sucesos analizados muestran, de nuevo, que la izquierda y el progresismo no son mejores que la derecha y el clero: los dos bloques son, en esencia, la misma realidad social contra el pueblo. En el asunto de la mujer la izquierda y el republicanismo han sido peores, sin duda, desde su emergencia en la revolución francesa. Hay que decir, acabando ya, que lejos de ser unos hechos aislados, sucesos similares a los de Villa de Don Fadrique se dieron en esos años (los del gobierno republicano-socialista y la bandera tricolor al viento) en otras poblaciones toledanas, Corral de Almaguer, San Pablo de los Montes, Fuensalida, Villaseca de la Sagra y Santa Olalla, entre otras, aunque de ellos no poseemos un testimonio tan completo como sobre Villa, porque no acudió ningún audaz periodista como Francisco Mateos. Se ha de añadir que la despiadada represión la dirigió el gobernador civil republicano de Toledo, al que obedeció puntualmente la Guardia Civil, autoridad que estaba en contacto con el gobierno republicanosocialista de Madrid. En todos y cada uno de esos pueblos corrió la sangre de sus vecinas y vecinos. Esto da la razón a “CNT”, cuando en su edición de 4-7-1933 hace el siguiente balance de la II República, “trescientos muertos. Infinidad de penas de muerte. Más de cien mil obreros encarcelados desde el 14 de abril. Deportaciones. Apaleamientos y torturas”. Exacto. Esa fue la modernidad tricolor en acción, un remedo ensangrentado de la revolución francesa, en la misoginia, en el furor represivo y, cómo no, en la demagogia. Tras traer a estas páginas tantos casos particulares, podemos preguntarnos finalmente, ¿dejarán alguna vez las y los agentes de la modernidad estatal y capitalista de mentir sobre el mundo rural popular, en particular sobre la situación de sus mujeres? Se nos presenta aquél agobiado por las enfermedades y devastado por la miseria, pero ya vemos que es una falsedad. Se nos dice que era rotundamente masculino, con la mujer confinada en el hogar, ahora hemos visto que eso es otro de los muchos embustes de la modernidad estatal-capitalista. Se habla de una enorme mortalidad de las mujeres en los partos y eso es muy pero muy inexacto, por decir lo menos. Se arguye que las mujeres y los varones llevaban vidas separadas, siempre enfrentados entre sí, y hemos logrado averiguar que tales asertos son paparruchas. Se pretende que las mujeres no hacían actividades productivas fuera del hogar, cuando lo cierto es que se ocupaban de docenas y docenas de ellas. Se vocifera que las gentes, en particular el elemento femenino, eran marionetas manejadas por la Iglesia, aunque la realidad era muy diferente y mucho más compleja. La mentira es hoy el fundamento del sistema de poder imperante, como instrumento para la destrucción de la vida social y del propio sujeto.” (“Feminicidio o autoconstrucción de la mujer. Vol I. Recuperando la historia”)


Ésta fue únicamente una de los cientos de enfrentamientos que el pueblo tuvo con el régimen liberticida de la II República, en todos ellos las mujeres, nuestras ancestras, estuvieron las primeras. Quienes quieren hacernos escupir sobre su memoria tachándolas de bobas y sumisas son los nuevos defensores del capitalismo y el Estado los mismos que nos invitan a ser mansas en la empresa, con los superiores, y fieras en el hogar, con los pares.


CANSADAS DE TANTO NEOFEMINISMO 1. SOBRE LA IDEA DE GÉNERO O POR QUÉ LO CONSIDERAMOS UN LASTRE: La separación entre sexo y género se asienta en la división entre lo bio, lo psico y lo socio a partir de la que las diferentes “disciplinas científicas” intentan analizar y explicar la realidad humana. La tendencia —que muchos definen como necesidad— de parcelar y categorizar la realidad lleva a una simplificación que sólo resulta válida a quienes buscan una explicación de los hechos que no obligue a profundizar demasiado. Desde el punto de vista empírico que hoy mantienen las principales ramas de las llamadas ciencias sociales es necesario que un concepto sea operativilizable, susceptible a ser transformado en variable, para que su estudio pueda llevarse a cabo. A los conceptos ya no se les pide que se refieran a realidades, sino que gocen de validez y fiabilidad estadística. El género aparece como intento de clarificar y dar coherencia a una serie de contenidos relacionados con la realidad de los sexos. Al separar el género del sexo y referirse al primero como el “constructo que explica la división asimétrica de la sociedad en función de los sexos”, esto es: los roles y estereotipos, lo que se pretende es allanar el camino hacia la Igualdad, olvidando que cuando a dos se les quiere hacer iguales, se conservan y potencian sus diferencias. En pro de esa igualdad se creó el concepto de género que tiene la ventaja de ser un concepto que alude a la vez a ambos sexos, sin embargo al utilizarlo en plural los dos géneros, masculino y femenino, sustituyen a los dos sexos, por lo que escapar de la bipartición parece más bien difícil. El uso de este nuevo concepto nos encamina de nuevo al empleo del dos, de la diferencia que pretende eludir. Creemos que es interesante pararnos a ver de dónde surge la idea de género y qué implicaciones tiene porque, si bien la teoría de género es útil en tanto que simplifica la realidad, consideramos que la realidad humana no es simple ni simplificable, no es siempre cuantificable y no puede reducirse a roles y conductas. En la actualidad el dualismo sexo/género goza de la aceptación y el respaldo general a nivel social del mismo modo que la idea de “igualdad de los sexos”. Resulta funcional mantener esta diferencia entre sexo y género puesto que permite clasificar y cuantificar distintas realidades, roles y conductas dejando al margen cuestiones biológicas fácilmente asociables con el determinismo. El género, que fue recuperado desde disciplinas sociales como concepto explicativo del carácter construido de la desigualdad entre los sexos, ha copado el campo teórico y el social hasta el punto de que basta con mencionar las diferencias biológicas para que te acusen de esencialista. Independientemente del sentido teórico del sistema sexo-género, la idea de género ha servido, y sirve, para encubrir desde lo políticamente correcto una serie de cuestiones: Como afirma Genevieve Fraisse en Musa de la razón (1991), en un principio había un miedo a la igualdad, ahora lo que se teme es la diferencia.Un buen ejemplo de esto es que al introducir el término “sexs” en la versión anglosajona de Windows 2000 el corrector del programa lo transforma inmediatamente en “genders”. Esto, que puede considerarse una mera anécdota, es síntoma de ese miedo, igual que lo es la exagerada reacción y la acusación de esencialista ante la mención, por ejemplo, de alguna realidad biológica como es la mayor conexión interhemisférica que se produce en el cerebro femenino (y no en el masculino) a través del cuerpo calloso, o los cambios de humor y ánimo que acompañan el ciclo menstrual de las mujeres y que inevitablemente median en nuestra relación con el mundo que nos rodea. Socialmente se acepta la igualdad como valor deseable frente a la diferencia. Ser “diferente a” suele relacionarse con ser “inferior o superior que”. Se tiende a la uniformidad, la globalización, y la idea de persona —independiente de las ideas de hombre y mujer— encaja mejor en esta tendencia. El sexo, esto es, la diferencia, se trata como una variable clasificatoria —fuente de posibles sesgos o errores— en el análisis de las conductas “humanas”. Y, como ocurre con toda fuente de sesgos, se procura que esta diferencia desaparezca. En concreto, el término género es usado por primera vez en torno a 1953. Fue Money, un pediatra norteamericano especializado en el tratamiento de niños con problemas de indeterminación en la morfología genital el primero en usar la noción de género para referirse a la posibilidad quirúrgica y hormonal de transformar los órganos


genitales durante los primeros dieciocho meses de vida. Money ha pasado a la historia, además de por ser el autor de este término, por su “accidente” con el Gemelo Judío: Resumiendo un poco la historia porque nos sirve de ejemplo o antecedente de algunas de las cosas que queremos decir, el Gemelo Judío era un bebé con el que se les fue la mano durante la circuncisión: el pene se necrosó y el chaval se quedó sin pene a los 7 meses de edad. Para Money —y esta teoría se mantiene hoy y está tomando mucha fuerza gracias a la teoría Queer— y casi todos en su época, la identidad sexual se podría resumir en algo tan simple como genitales + educación. Dado que el bebé es una pizarra blanca sobre la que se podría escribir una u otra identidad. Con el acuerdo de la comunidad científica de la época —matiz para los amantes de las hogueras y que quieran hacer de Money “la bruja a quemar”—, el de los padres y todo su entorno; se decidió reasignar al niño como niña. Se cambio su nombre, sus ropas, etc… Se dejó para más adelante la hormonación sustitutiva, sobre todo en la pubertad; y poco a poco se irían realizando los cambios quirúrgicos necesarios para reconstruir unos genitales femeninos. El tiempo pasó, y lo que parecía la confirmación del poder “psico-social” sobre la identidad sexual; acabo convirtiéndose en una bomba de relojería que nos lleva a conclusiones opuestas. El Gemelo Judío, paradigma confirmador de la teoría de Money, no acabó del todo contento, y durante años perseguiría a Money de conferencia en conferencia amenazándole con matarlo por haberle destrozado la vida. Tras algún que otro tumbo, de adulto asumió una vida de hombre. Este dualismo sexo/género subyace a la mayoría de las aportaciones teóricas hechas desde el feminismo: En 1975 Gayle Rubin publica El tráfico de mujeres, artículo donde aparece definido por primera vez el sistema sexo-género como la serie de disposiciones por las cuales una sociedad transforma la mera sexualidad biológica en un producto de la actividad humana. El sexo, convertido en género, será el principio organizador de la sociedad, demostrándose así que la opresión de la mujer es una construcción social. Hoy, el sistema sexo-género ha sido sustituido por el sistema de género, entendido como sistema de relaciones de poder que se dan entre los sexos. La propia Rubin en su artículo Reflexionando sobre el sexo, publicado en 1984, distingue entre las estructuras de sexo y las de género —a través de las formas de deseo permitidas— y acusa al feminismo de carecer de herramientas teóricas para el análisis de la opresión sexual por haber confundido estas estructuras. Las divergencias teóricas entre diferentes corrientes del pensamiento feminista nos remiten al ya clásico debate entre aquellas aportaciones hechas desde el “feminismo de la igualdad” frente a las defensoras del llamado “feminismo de la diferencia”. Para las feministas de la igualdad, la conceptualización del género como social, no determinado por la anatomía, supone el rechazo del determinismo biológico del “sexo” o la “diferencia sexual” utilizados para justificar la discriminación de las mujeres. Afirman que la igualdad no se refiere a que hombres y mujeres sean iguales, sino a lo que “A y B se asemejan a C o, lo que es lo mismo: lo que mujeres y hombres se asemejan a todo lo que la humanidad tiene de valioso”. Sin embargo, a lo largo de la historia de los feminismos, y con un justificable sentido estratégico, desde la igualdad han hablado de la igualdad de A y B, se ha llegado incluso a obviar el concepto de sexo —sexare= diferenciar—, la existencia de dos sexos, y sustituirlo por el de género —genérico=igual, especie—. Pero la experiencia de vivir en un cuerpo sexuado en femenino es distinta a la experiencia de vivir en un cuerpo sexuado en masculino. Aunque éste no sea motivo suficiente para hacer de la necesidad virtud y limitar la lucha feminista a la recuperación de valores y formas de vida tradicionalmente femeninas que han servido durante tantos siglos para mantener oprimidas y silenciadas a las mujeres: “...Otras han construido universos simbólicos donde incrustarse, perdiéndose en debates teóricos. O bien han creado grupos de mujeres donde sentirse seguras, donde desarrollar sus “oprimidas” capacidades comunicativas creando un sentimiento de unidad y fuerza; ¿Qué es esto, lucha o terapia de grupo?”. (La Miseria del Feminismo. Elephant Editions,1998.) Preguntarse sobre las diferencias sexuales y profundizar en estas diferencias no tiene que llevarnos, necesariamente, a dicotomías obsoletas ni a esencias que obliguen a construir un mundo femenino, “repensar el mundo en femenino” como si fuera posible o hubiera motivos para abstraerse de la


realidad de la que formamos parte y a su vez nos constituye. Desde las teorías de la diferencia se critica la práctica política de las de la igualdad porque supone entrar en el juego del patriarcado. Se tratan de medidas reformistas que hacen a la mujer cómplice del mantenimiento del mismo. Estas prácticas no sólo no han cumplido su objetivo sino que han producido un efecto contrario, en tanto que pone de manifiesto la importancia de las diferencias. El ideal igualitario tiene un muy poco peso en comparación con las exigencias que impone. Es cierto que estas políticas nos han llevado a que hoy consideremos simplemente calidad de vida muchas de las cuestiones que hace pocas décadas parecían objetivos inalcanzables para las mujeres. Pero la crítica no deja de ser valida, no han significado la erradicación del patriarcado sino una transformación más de formas que de fondo que permite hablar de cierta igualdad de derechos y encubre la desigualdad. Desenmascarar esta nueva forma sutil de dominación es la acción más urgente del feminismo, porque el sistema ha reabsorbido nuestras demandas y ha creado un nuevo modelo de mujer que le es mucho más útil. figura materna, por usar un ejemplo habitual, ¿qué madre es la que se está recuperando sino una madre patriarcal? Los aspectos que según ellas constituyen el “ser mujer”, la ternura, el cariño, la paz, el cuidado... ¿No forman, inevitablemente, parte de ese mismo orden patriarcal del que somos herederas? Es más, la práctica de la diferencia, ¿puede llamarse realmente política? Al rechazar toda participación en el sistema político de los hombres, al negarse a jugar un juego cuyas reglas fueron definidas por hombres y quedarse al margen, cualquier intento de actuación más allá del tomar “conciencia de sí” queda excluido. La sororidad, ese “Entre mujeres y en tanto que mujeres”, hace infranqueables las barreras entre estos grupos de mujeres y el resto de la sociedad, se convierte en “separatismo”. Tomar conciencia de las necesidades de cambio pero limitarse a crear espacios de mujeres y rechazar la participación en el mundo patriarcal supone aceptar la “no participación” que históricamente ha sido adscrita a las mujeres por lo que difícilmente puede ser entendida como reivindicación política. No habría que hablar de igualdad y diferencia, sino de igualdad/desigualdad en lo social e identidad/diferencia en lo personal. Y es esa identidad lo que desde uno y otro feminismo se pone en tela de juicio: ¿Qué es ser mujer? ¿Nace o se hace? ¿Igual a qué? ¿Diferente de qué? Desde que Simone de Beauvoir se planteó esta cuestión ha llovido mucho en torno a los sexos, el género, la identidad sexual o genérica... sin embargo parece que la discusión entre la igualdad y la diferencia en el feminismo no tenga salida en los términos en los que se plantea. De hecho, se convierte en una contradicción irresoluble. Este debate Igualdad/Diferencia que ha marcado la historia del feminismo durante l pasado siglo XX se fundamenta en el análisis de la oposición de naturaleza frente a cultura, lo innato frente a lo construido, y, durante mucho tiempo ha parecido ser el único análisis capaz de desbaratar la asignación de mujeres y hombres a una identidad sexual obligatoria y opresiva para las mujeres. Pero, el ser humano es una mezcla de naturaleza y cultura. La naturaleza humana es cultural y la cultura tiene su origen en la naturaleza. Pensamos que los individuos no se determinan sólo a través de las adjudicaciones socio- culturales —muy a pesar de las teóricas del género o de las defensoras de la “nueva feminidad”— sino que se da una relación dialéctica entre el individuo y estructuras socioculturales. No estamos completamente definidos por estas estructuras pero es imposible sustraerse completamente a ellas. Fuera de los estrechos círculos intelectuales en los que las feministas libran sus batallas teóricas, para la mayoría de las mujeres esta igualdad es sólo un objetivo deseable en la medida que no ponga en peligro sus relaciones con los hombres: “Aunque saben perfectamente que no se le arrancan al amo sus privilegios sin resistencia y rechinar de dientes, conocen también la verdad de la aseveración de Margaret Mead: cuando un sexo sufre, el otro sufre también”. (Por mal camino, Elisabeth Badinter, 2004). A estas alturas este análisis que se ha convertido en una trampa, como denuncia Geneviève Fraisse en La controversia de los sexos: “...lo biológico sirve para oprimir a las mujeres, lo social es la auténtica clave de la dominación masculina, por lo tanto... ¡ La naturaleza de las mujeres existe! La proposición cae siempre en su propia trampa y valida aquello que cree anular”. Consideramos que ya va siendo hora de superar estos dualismos, de salir de la trampa de la naturaleza y


la cultura, lo construido y lo innato... pero, ¿salir hacia dónde? 2. ALGUNAS “SALIDAS” POSTMODERNAS: REFLEXIONES A PROPÓSITO DE LA TEORÍA QUEER. Junto al peligro que entraña la victimización y el de caer en esencialismos al apelar a las diferencias biológicas como justificación suficiente de la desigualdad; nos encontramos con otra fuente de confusión: las teorías basadas en el postestructuralismo dentro del llamado postmodernismo, definido como movimiento teórico y cultural que se asienta sobre la crítica y decosntrucción de toda realidad totalizadora, comenzando por el mismo concepto de Realidad. Hablamos en concreto del Movimiento Queer que cada vez está tomando más fuerza, aunque no podemos evitar pensar que se trata más de una moda que de un posicionamiento político, ya que al detenernos a analizar sus orígenes y argumentos teóricos creemos que se cae por su propio peso. Intentaremos explicarnos lo mejor posible y para ello recurrimos a dos de los grandes referentes teóricos de la práctica Queer: Butler y Preciado —una de las principales difusoras de la teoría de Butler en el Estado español—, aunque pedimos perdón de antemano porque nos resulta muy complicado tratar de explicar con claridad lo que dicen ambas autoras: Si algo caracteriza sus escritos es lo enrevesados que resultan y las vueltas que dan a una idea, en principio sencilla, hasta convertirla en incomprensible… Claro, son muy postmodernas ellas… y recordemos que en la postmodernidad, o esta mierda de mundo que habitamos, no importa tanto lo que se diga sino cómo se diga: El aparentar vale mucho más que el ser. El Movimiento Queer tuvo su origen en los años 90 entre los miembros de la comunidad gay y lesbiana de los Estados Unidos y surge a partir del cuestionamiento de la distinción entre sexo y género y el planteamiento de que sólo trascendiendo a esta dicotomía se puede articular un discurso y una acción política que rompa con la labor normalizadora de la división sexual. Como movimiento teórico nacido en el seno de la postmodernidad, el movimiento Queer se define como un movimiento postidentitario en tanto que plantea un una posición crítica respecto a los efectos normativos de toda formación identitaria —sexual, de clase, religión, raza—. Con el propósito de criticar el supuesto heterosexual del feminismo desde la óptica del postestructuralismo, esto es, mediante la deconstrucción de diferentes categorías, encontramos en El género en disputa. El feminismo y la subversión de la identidad (Butler, 1990), obra central en la construcción teórica del movimiento Queer, el supuesto de que las minorías serían respetadas si se transformaran las estructuras culturales valorativas subyacentes a la dicotomía normativa homosexualidad-heretosexualidad. La solución que Butler propone para salir de esta división en la que la homosexualidad está devaluada frente a la heterosexualidad, parte de la deconstrucción y desenmascaramiento de la represión sobre la que se asienta toda identidad. Así, propone su Teoría de la Performatividad de Género, afirmando que sólo la parodia puede trastornar las categorías de sexo, género, cuerpo y sexualidad. Nos resulta chocante ver que las teóricas Queer aluden a las prácticas de Money —el pediatra del Gemelo Judío— y le critican por justificar la reasignación de género como el único medio para posibilitar la adaptación a la vida familiar y a la lógica productiva de la sociedad, pero obvian el hecho de que el Gemelo le persiguió durante años, no por haberle asignado un sexo, sino por haberle asignado “el sexo que no era”. Sin embargo, para Preciado (Preciado, 2002), este hecho ilustra como los dispositivos institucionales de poder de la modernidad han trabajado unánimemente en la construcción de un régimen específico de construcción de la diferencia sexual y de género. Un régimen en el que la normalidad —lo natural— estaría representado por lo masculino y lo femenino, mientras otras identidades sexuales —transgéneros, transexuales, discapacitados,...— no serían más que la excepción, el error o el fallo monstruoso que confirma la regla. Y aquí es donde empezamos a perdernos, porque por lo que sabemos identidades sexuales sólo hay dos, en la especie humana y en el resto de especies animales sexuadas: masculina y femenina, y


precisamente los colectivos de transexuales lo que reclaman es poder vivir su propia identidad sexual que no se corresponde con sus genitales, o sea, que se les reconozca como hombres o mujeres… sobre la identidad sexual de las personas con discapacidades preferimos pensar que a Preciado se le ha pirado, porque en ningún momento nos cuestionamos que un hombre sea menos hombre o una mujer menos mujer por el hecho de tener una discapacidad. Los transgéneros, si podemos ponernos un poco macarras, nos parecen un mal a evitar en tanto que se limitan a seguir las “sabias” enseñanzas de Butler: reducir la propia identidad a la parodia. El planteamiento de Butler pone sobre la mesa el carácter construido del género y su función normalizadora haciendo hincapié en la complicidad de esta idea con el mantenimiento de la norma heterosexual. Pero llega al extremo de la deconstrucción de la propia idea de sujeto, de identidad, poniendo en tela de juicio no sólo las aportaciones teóricas del feminismo sino las bases del conocimiento moderno en general, perdiéndose en un universo teórico donde se juega con estructuras y categorías y el individuo queda completamente disuelto. Para nosotras, la teoría es una herramienta para la práctica, ayuda a comprender al individuo y su realidad, no lo disuelve entre “deconstrucciones”, “devenires”, y otras “pajas mentales”. Su planteamiento, al igual que el del feminismo lésbico y otros colectivos homosexuales,nos choca también al hacer de la orientación sexual del deseo erótico —homosexualidad o heterosexualidad— una cuestión identitaria al mismo nivel que la identidad sexual —hombre o mujer—. Según Preciado el movimiento Queer converge con el postfeminismo en la revisión crítica de las teorías feministas: “Frente al feminismo liberal, heterosexual y de clase media que busca la igualdad del sujeto político mujer con el sujeto político hombre —la normalización— el postfeminismo incorpora otros elementos identitarios como las reivindicaciones de clase o raza. Frente al feminismo de la diferencia que ya integra la noción de cuerpo pero define a la mujer en clave esencialista —y habla de una identidad femenina natural con una serie de rasgos intrínsicos: instinto maternal, sensibilidad...— el postfeminismo concibe el cuerpo como el efecto de un conjunto de tecnologías sexuales”. (Preciado, B. 2001. En URL: http://www.uia.es/artpen/estetica/estetica01/frame.html) Las teorías y prácticas Queer se distancian de este feminismo al no representar un movimiento de emancipación y reivindicación de derechos en vías de un reconocimiento social y un progreso económico, como harán la mayor parte de los grupos feministas y de homosexuales, sino que pretende la oposición integral al concepto moderno de sujeto. Aunque coincidimos en que es necesario superar la normalización perseguida por el feminismo más rancio e institucional de la igualdad y los esencialismos que caracterizan al feminismo de la diferencia, tememos el peligro que entrañan estas teorías de corte postmoderno que sobrepasan la crítica de estos efectos normativos de la identidad —ya sea sexual, de género, clase o raza— y anulan el valor de dicha identidad en sí misma llevándonos hacia un relativismo desmesurado en el que la se suprime el valor de la identidad colectiva de cualquier grupo social, lo que genera, de una parte, la desubicación del individuo en relación con los demás y, de otra, la anulación del valor de cualquier lucha política. Si bien estos análisis han contribuido a poner en cuestión el sistema sexo/género y el régimen sexual bipolar sobre el que se asienta, al recuperar la idea de intersexualidad y despatologizarla, denunciando como los dispositivos institucionales del poder, —la medicina, el sistema jurídico, el sistema educativo...— han trabajado en la construcción de un régimen de normalización en torno a la diferenciación sexual y de género; con lo que hacen posible el cuestionamiento del carácter normalizador de la propia división entre sexo y género. Consideramos que el exagerado nominalismo e individualismo postmoderno, al renunciar a todo marco normativo y organizativo por sus efectos coactivos sobre las individualidades y asumir que al definir a todo un grupo social —en este caso a las mujeres como mujeres y los hombres como hombres— bajo un epígrafe concreto —género o sexo— se oscurecen las profundas diferencias individuales —orientación del deseo, etnia, clase...— , anula el valor de la identificación con un sexo por diferenciación frente al otro, obviando que esta difereciación, tan construida como natural, es real y rige la interacción


dialéctica entre el sujeto y el medio social. Claro que, como parten de la negación de la Realidad y la identidad tal y como se conciben en la actualidad, cualquier crítica que quiera hacer a estas teorías resulta tan absurda como las propias teorías… Simplificándolo mucho, la salida que propone la teoría Queer nos parece como si, para acabar definitivamente con el racismo se optara por pintar a los negros/as de blanco o a las blancas/os de negro, o, mejor aún: a unas/os y otros/as de verde. 3. PATRIARCADO Y CAPITALISMO: Otro gran debate que ha copado la práctica feminista del último siglo es aquel en torno a la relación entre Patriarcado y Capitalismo, y nos interesa aclarar nuestra postura sobre este punto para luego poder hablar de todo eso del victimismo… ¿Qué relación existe entre estos dos sistemas? ¿Es el patriarcado parte del capitalismo o, por el contrario, éste es una consecuencia de aquel? ¿Se tratan ambos sistemas de una doble realidad? En su artículo La economía desde el feminismo, Pérez Orozco y del Río (2002) explican como, en los diferentes intentos por aclarar la relación entre estos dos conceptos encontramos tres posturas diferenciadas: quienes hablan de un único sistema, de sistemas duales y de sistemas múltiples. Al hablar de un único sistema, generalmente se considera uno efecto del otro, ya sea el patriarcado como parte del capitalismo, en tanto que le es funcional, o el capitalismo como resultado del patriarcado o un tipo concreto de patriarcado. Destacan un problema en esta concepción de un solo sistema que es el hecho de que finalmente se privilegia al Capitalismo y las relaciones de clase por encima de los conflictos de género. Este problema llevó a la idea de que la realidad se comprendía y nombraba mejor de acuerdo con la lógica del doble sistema, esto es, que se tratan de dos sistemas diferentes que coexisten e interaccionan. La crítica al feminismo de las mujeres blancas occidentales provocó un replanteamiento teórico que llevó se comenzara hablar de múltiples sistemas a los que se van añadiendo otros en la medida en que se va tomando conciencia de que las mujeres somos diferentes y vamos constatando la experiencia de más y más formas de diferencia. De acuerdo con las autoras de este artículo y dada la necesidad de delimitar un marco de referencia, nos referiremos a este sistema múltiple como “Patriarcado Capitalista Blanco” —¿o cómo deberíamos llamar a esa escandalosa cosa?— Esto es, cómo funciona este sistema aquí y ahora. El Patriarcado entendido como realidad totalizadora y separado de la realidad social de cada momento entraña una serie de peligros, entre ellos la culpabilización de un sexo en su conjunto —de todos los hombres por el hecho de ser hombres— y la consecuente victimización del otro —a saber, las mujeres —. Olvidando que no podemos oponer a ambos sexos como si de dos clases sociales se trataran puesto que, aunque compartamos características, no todas las mujeres somos iguales ni nos encontramos en igual situación frente a los hombres, del mismo modo en que no todos los hombres son iguales. En las siguientes páginas trataremos de distanciarnos de este concepto no porque creamos, como afirman muchas teóricas postmodernas, que estemos asistiendo a su final, —¡Ojala estuviéramos en situación de poder afirmar eso!— si no porque consideramos que para entender las relaciones de los sexos en su conjunto es necesario la superación de la opresión por parte de los hombres como marco explicativo; no porque estemos menos oprimidas de lo que podamos pensar, sino porque tanto hombres como mujeres somos víctimas en el reparto de roles, expectativas y tareas. Ambos sexos somos explotados, y la transformación de la realidad social es responsabilidad tanto de unos como de otras. El concepto de Patriarcado aparece directamente relacionado con la crítica social con raíz marxista en la que se apoyaba el discurso feminista de los años 80: Las feministas radicales describieron el patriarcado como una expresión del poder de los hombres sobre las mujeres. Las socialistas y las liberales, así mismo, dirigieron su atención hacia la vida privada de las mujeres y sus experiencias personales, lo que parecía confirmar que el problema de las mujeres era, a grandes rasgos, los hombres; no sólo aquellos que sustentaban los mecanismos de poder en el gobierno, sino también los padres, los compañeros y coetáneos. La observación de que la opresión del patriarcado parecía que se mantenía a


través de la historia y de las culturas, reforzó la idea de que este sistema de opresión operaba con máxima efectividad en la esfera privada. La idea de que lo personal es político ganó empuje entre las feministas, y se comprendió que el escrutinio de las propias historias de vida era potencialmente liberador, acompañado por esfuerzos de cambio en la dinámica de las relaciones entre hombres y mujeres. No importaba lo bien intencionados que los hombres pudieran parecer, ya que como detentadores de un profundo interés en su status quo, al nivel de la sexualidad y la afectividad todos eran cómplices. Estas teóricas olvidaban, sin embargo, la complicidad de las mujeres en la construcción de ese sistema de relaciones: “A fuerza de ignorar sistemáticamente la violencia y el poder de las mujeres, de proclamarlas constantemente oprimidas y, por tanto, inocentes, se acaba ofreciendo un relato de la humanidad cortada en dos poco realista. Por una parte las victimas de la opresión masculina, y por la otra, los verdugos todopoderosos...” (Por mal camino, Elisabeth Badinter, 2002) La lucha antipatriarcal se transforma entonces en una lucha contra los hombres y lo considerado masculino, haciéndoles responsables de nuestra opresión y también de nuestras carencias en todas las esferas que componen nuestras vidas. Así, desde las actuales teorías ecofeministas —herederas de los presupuestos del feminismo cultural o radical de los setenta—, se sostiene e insiste en que la acción destructiva del varón —cultura— nos ha llevado a la situación actual en la que el planeta se encuentra en peligro de extinción, y que la tarea de la mujer, como portadora de valores tales como la capacidad de cuidado, la paz, la maternidad, etc, es la reconciliación con la naturaleza, la salvación del mundo. Estos planteamientos llevan la división entre naturaleza y cultura a su máxima expresión, asociando, además, todo lo que la humanidad tiene de negativo al varón y la cultura y ensalzando la bondad de la mujer y la naturaleza. Afirman, una diferencia tajante entre los valores de ambos sexos y condenan al sexo femenino a un prototipo idéntico al proclamado por la tradición patriarcal. Además, refuerza la condena del sexo masculino y la consecuente victimización del femenino. 4. VICTIMISMO Y FEMINISMO: La búsqueda de identidad femenina supone también una búsqueda de la nueva identidad masculina: preguntarse ¿qué es ser mujer? Es preguntarse ¿qué es ser mujer respecto al hombre? Supone que el hombre tampoco está claro para sí mismo. Comprendemos que muchos hombres se sientan amenazados por la lucha feminista, de hecho pensamos que durante las últimas décadas los hombres en general y nuestros compañeros en particular se sienten invadidos y victimas de contradicciones: entienden la necesidad de esta lucha, la comparten, pero se ven excluidos de ella, o no solo eso: se ven señalados como agresores. En las últimas décadas estamos asistiendo a la creación de “grupos de hombres” que se están replanteando el sentido de la masculinidad en relación con esa nueva feminidad. Algunos de estos grupos, como los inspirados en el best-seller del escritor Robert Bly, Iron John (1990) del que toman su nombre, parten de la idea de que el hombre moderno necesita recuperar el contacto con su fondo “salvaje” en respuesta al fenómeno del “hombre nuevo” promovido por los medios de masas y que en nuestros círculos, supuestamente alejados de la influencia de los medios, encuentra su correlato en el “hombre sensible”, ¿o mejor decir sensiblero?: “El movimiento feminista animó a los hombres a tener en cuenta a las mujeres, forzándolos a tomar conciencia de los problemas y los sufrimientos que el varón de los cincuenta se había esforzado por ignorar. A medida que los hombres empezaron a considerar la historia y la sensibilidad de las mujeres, algunos hombres empezaron a descubrir y prestar atención a lo que se denominaba su lado femenino. Este proceso ha seguido hasta nuestros días y me atrevería a afirmar que la mayoría de los varones contemporáneos están involucrados en él de una manera u otra (...) En los últimos veinte años, el varón se ha vuelto más reflexivo, más tierno. Pero mediante este proceso no se ha vuelto más libre. Es un buen chico que no solo contenta a su madre, sino también a la joven mujer con la que vive...” (Iron John. Robert Bly, 1990) El hombre es hoy concebido como alguien sumido en una crisis de identidad. El rechazo del machismo


se convierte a menudo en el repudio de la virilidad en sí. Mientras, las mujeres proclaman la desigualdad de la que son victimas. Cada sexo se siente, de alguna forma, acorralado por el otro. Ellos se sienten despojados de toda especificidad y objeto de expectativas contradictorias. Se les pide a la vez conservar las virtudes de sus abuelos —fuerza protectora, coraje, sentido de la responsabilidad— y adquirir las de sus abuelas —capacidad de escucha, ternura, compasión—. En suma, experimentan la desagradable impresión de confusión de identidad frente a las mujeres que dudan cada vez menos en comportarse como los hombres de antaño, se autoproclaman el ser más completo y no dudan en culparles de sus carencias. Puestos a negar uno de los sexos y tras siglos de negación de lo femenino, se niega y rechaza ahora el masculino. Negación que resulta mucho más políticamente correcta al negar al opresor frente al oprimido. Lo masculino se considera malo, alardear de ello es cosa de machistas, el hombre queda satanizado por el hecho de ser hombre y por o tanto se glorifica a la mujer como victima, negando la autonomía que en principio exigía la lucha feminista. “Ya no podemos continuar el plan de una emancipación definitiva de los hombres o de las mujeres como si pretendiéramos una resolución definitiva de los conflictos entre ambos. En ese sentido, nosotras hemos abandonado ese feminismo de la liberación, si bien hemos podido salir de él porque hemos ganado en lo esencial, al menos en la civilización occidental, desde que las mujeres tomaron conciencia de que eran responsables de su destino y que tenían que decidirlo y cumplirlo”. (Política sexual, S. Agasinsky, 1999) Muchas de las prácticas políticas del feminismo llevan a una victimización de las mujeres, creando una necesidad de protección y seguridad frente al otro sexo que eclipsa sus deseos de libertad e independencia. La lucha por la igualdad no puede convertirse en deber de igualdad, la igualdad entendida como sinónimo de bueno y el rechazo, por lo tanto, de toda diferencia, olvidando que hombres y mujeres lo somos —y no somos otra cosa ni podemos dejar de serlo— precisamente porque somos producto de la diferenciación sexual. La exigencia de una habitación propia, —aludiendo al conocido título de Virginia Wolf— no puede impedir la construcción de una casa común compartida. No es posible que se de un pacto entre idénticos, y tampoco es viable ni deseable un pacto entre opresores y oprimidos, así que, al afirmar la necesidad de un pacto que permita a hombres y mujeres un mutuo entendimiento y una evolución o crecimiento constante, partimos de la diferencia entre uno y otro sexo y al mismo tiempo de la necesidad por parte de ambos de combatir y demoler aquellos aspectos en los que esta diferencia se convierte en desigualdad. La lucha conjunta por construir y mantener esa casa común compartida. 5. RESUMIENDO UN POCO: NUESTRAS CONCLUSIONES SOBRE TODO ESTO… Habrá quien se pregunte a qué viene todo esto en un artículo que se autodefine libertario y en el que se da por sentado un distanciamiento de las posturas más victimistas del feminismo, aquellas que han sido asimiladas por parte del Estado y reivindican una serie de derechos y deberes, feminismo al que otras han llamado, con bastante exactitud, “feminismo patriarcal”. Lo que ocurre es que consideramos que ese victimismo está también presente en el feminismo más radical o que intenta escapar de la sombra del Sistema y plantarle cara, también en el llamado anarcofeminismo. Y se manifiesta en nuestro día a día, entorpeciendo nuestra lucha y las relaciones con nuestros compañeros. Y reproduciendo, además, el mismo juego victimista del “feminismo patriarcal”, o una versión un tanto cutre del mismo. Llegadas a este punto y a modo de conclusión, creemos necesario dejar claras las ideas principales que nos han empujado a debatir, reflexionar y finalmente editar este texto. Quizás, después de la lectura no queda del todo clara la postura, ideas, sentimientos que pretendemos transmitir. A veces explicar con palabras nuestras propias ideas es más difícil de lo que parece, ya que inevitablemente, siempre habrá alguien que nos malinterprete, o no entienda nada de lo que decimos. Pero bueno, es un riesgo que hay que asumir si queremos desmontar el tinglado formado alrededor del feminismo y de las luchas supuestamente femeninas: Sobre el sistema “sexo-género”, hemos debatido mucho y de un modo


general hemos llegado a la conclusión, que en realidad no tendría que haberse dado la separación entre ambos: Las teorías feministas de la diferencia han insistido en la idea de que nuestro sexo biológico nos determina ya como hombre o mujer. Y es precisamente el sexo y esas características biológicas las que supuestamente, según las feministas de la diferencia, nos hacen identificarnos más con las mujeres. Sólo por ser mujer tendremos que mostrar nuestra complicidad y solidaridad, cuando en realidad, muchas veces no tengamos nada que ver, —aquí entrarían cuestiones de “clase”, nivel económico que por ahora no nos pararemos a examinar, aunque éstas señalan cómo podemos desmontar uno de los pilares del feminismo de la diferencia—. Por otro lado, desde estas teorías se subraya la diferencia como algo esencialmente femenino, la llamada “esencia femenina”, de este modo podrán justificar muchas cosas a veces injustificables, por ejemplo:el aspecto del cuidado solo le corresponde a las mujeres, apartando y no creyendo que el hombre también es capaz de cuidar. Las feministas de la igualdad, sin embargo, consideran que nuestro sexo y características biológicas no influyen en nada en nuestra biografía y en nuestras relaciones, y que simplemente somos personas iguales, tanto hombres y mujeres. En rasgos generales, la diferencia se sitúa siempre en términos relativos a: “superior a” o “inferior a”, otorgando a la diferencia un valor negativo. Las ideas y prácticas feministas de la igualdad que lejos de ser nuestro objetivo, tampoco han contribuido a la erradicación del sistema patriarcal(yo preferia llamarlo autoritario), han facilitado que lamujer se vea un poco más beneficiada en el plano social, cultural, económico, etc... —sin olvidarnos que estos avances se han dado en un sistema capitalista, que sigue una lógica mercantil que para nada es a lo que nosotras, soñadoras de la verdadera libertad, aspiramos—. Las teorías de la igualdad han pretendido hacernos a todas y todos iguales, sobretodo, como hemos comentado más arriba, en un plano social. Negando la diferencia y negando así la riqueza de la diversidad. Otras corrientes postfeministas, y en concreto el movimiento Queer, han subrayado esa idea de que todo es una cuestión cultural y social. Nuestro sexo biológico queda en un segundo lugar pues lo que nos hace ser y actuar cómo mujer o cómo hombre son una serie de roles y conductas previamente asignadas por el patriarcado(personalmente preferia decir que es el estado) a cada género. Y, como venimos diciendo, eso a nosotras tampoco nos convence… Entonces, ¿qué es lo que queremos? Queremos ante todo ser nosotras mismas y que nuestros compañeros también lo sean. No estamos de acuerdo en la separación que se ha dado entre sexo y género: No creemos que esta separación solucione los problemas. Consideramos que el sexo determina nuestro ser y nuestra forma de sentir, porqué inevitablemente, no sentimos lo mismo si nuestro cuerpo está sexuado en femenino o en masculino. Puede que se nos acuse de biologicistas, pero es una realidad que no podemos obviar: “Ineludiblemente, los hombres, por serlo, tienden a ser más digitales e instrumentales (sus hemisferios cerebrales están menos intercomunicados o su cerebro está más lateralizado) y las mujeres, por serlo, tienden a ser más analógicas o expresivas (sus hemisferios tienen muchas más neuronas de conexión estando su cerebro funcionalmente menos lateralizado)”. (Pérez Opi y Landarroitajauregi). Y aún si estas u otras evidencias biológicas no existieran, ¿por qué habría de ser deseable que desaparecieran tales diferencias? ¿No estaríamos perdiendo todo lo positivo que aportan las diferencias y el placer de poder compartirlas? Nosotras no queremos ser iguales a los hombres ni si quiera queremos ser iguales entre nosotras mismas. Porqué cada uno es el/ella misma, y en cada una de nosotras y nosotros convergen tanto nuestras características biológicas, como nuestro entorno social. Y las diferencias que sí las hay, no queremos verlas como algo negativo, ni situarnos por encima o debajo de nadie. Las diferencias son riqueza, y no un arma arrojadiza hacia el otro sexo. No nos sentimos ni mejor, ni peor, ni inferior, ni superiores a los hombres. El género, entendido como roles y estereotipos socialmente construidos basado en relaciones de poder que se dan entre los sexos, ha contribuido cada vez más a la opresión que padecemos tanto las mujeres como los hombres, en vez de servir para eliminarla:


En este sistema patriarcal(yo lo deonomino sistema de dominacion) que todxs padecemos se sigue debatiendo entorno a la dualidad entre lo natural —sexo— y lo cultural —género—. ¿Qué es natural y qué es construido?, ¿qué es innato o qué no? Creemos que ya va siendo hora de superar estos dualismos que a lo único que ha contribuido es a la elaboración de un montón de rayadas teóricas y pajas mentales, que no nos llevan a ninguna parte. Porque yendo al centro de la cuestión: yo, soy mujer, es decir, me identifico como mujer y me siento y comporto de determinada manera porqué tanto mi sexo biológico como todo el entramado social me han conformado de este modo. No creemos que debamos separar lo biológico “natural” y lo sociológico o “cultural”. Somos una “mezcla”, por lo tanto la solución no estriba en aferrarnos y sobrevalorar las diferencias existentes entre hombres y mujeres y usarlas para minusvalorar al otro —sea mujer u hombre—, ni en decir que todo se debe a una cuestión social y nada más. Quizás necesitemos recuperar un poco nuestro lado más salvaje y animal y recordar que somos seres sexuados que interactuamos en un sistema con sus normas de conducta, roles, etc. Sin olvidar que si esos roles o esas conductas no nos sirven, hay que rechazarlas. Hay que luchar contra todo aquello que nos golpea y que nos hace sentirnos cada vez más aislados de nuestra propia naturaleza y de nuestros propios deseos.Y nuestro deseo puede ser heterosexual, homosexual, o ambas cosas.... es, al fin y al cabo nuestro deseo. Estamos hartas de feministas y neofeministas que no dudan en culpabilizar a los hombres de todos los problemas que sufren las mujeres. Estamos hartas de ser victimas y usar el discurso del victimismo para defender aspectos tan aberrantes como la propia aniquilación de los hombres, solo por serlo. Estamos hartas de oír gilipolleces como que todos los hombres son potencialmente violadores, maltratadores, etc... No pretendemos ser defensoras de los hombres ni salvadoras de nadie. Simplemente nos hierve la sangre cuando algunos y algunas atrincheradas en la supuesta lucha feminista, lanzan consignas que nos duelen tanto a nosotras como a nuestros compañeros con los que compartimos muchas, pero que muchas cosas. Queremos construir espacios donde nuestras diferencias no se sitúen ni por encima ni por debajo de nadie. Queremos compartir con los hombres nuestras luchas, nuestras acciones, nuestra vida. 6. ALGUNOS EJEMPLOS EN LOS QUE ESE DESEO DE IGUALDAD CHOCA CON LA DIFERENCIA ENTRE LOS SEXOS Y CÓMO EL MISMO DISCURSO ANTIPATRIARCAL SE EMPEÑA EN INTERPRETAR ESA DIFERENCIA COMO DESIGUALDAD: A continuación introducimos algunos ejemplos cotidianos en los que vemos reflejado ese afán de igualdad y sus consecuencias victimistas y negativas. Ejemplos que solo son ejemplos pero que creemos que evidencian toda esa confusión teórica de la que venimos hablando hasta ahora. El objeto de ponerlos por escrito es generar un poco de debate y reflexión a partir de cuestiones prácticas que, estamos seguras, nos son más o menos cercanas a todxs: • En cuántas situaciones de trabajo en nuestros locales, por ejemplo encalar una pared o arreglar una gotera, si estamos moviendo cubos llenos de yeso, es muy posible que si hay tres chicas y dos chicos a los chicos les cueste menos esfuerzo levantar los cubos —por supuesto no a todos los chicos y dependerá de qué chicas—, pero también es muy posible que si a alguno se le ocurre decir “ya lo hago yo” sus compañeras se lo tomen mal e interpreten esta reacción como una muestra de “machismo” y no como una forma de agilizar el trabajo. Si tengo un compañero —o compañera— con más fuerza física y que puede hacer una tarea más rápido y con menor esfuerzo, ¿por qué no dejarle? Es como si a pesar de tener una compañera con carné de conducir y una furgoneta disponible nos empeñáramos en mover un montón de cajas a pié o en bicicleta… • ¿Y qué ocurre con la participación en las asambleas?: A menudo se critica y reflexiona sobre el hecho de que generalmente son hombres quienes llevan la voz cantante, hacen más propuestas y adquieren más responsabilidades en los colectivos. Esto es un hecho generalizado, del mismo modo que lo es la mayor presencia de hombres que de mujeres en ciertos espacios denominados antisistema. El propio


anarquismo puede considerarse un movimiento fundamentalmente masculino. Lo chocante es que las propias defensoras de esa feminidad ligada a la naturaleza y valores como la paz, la afectividad y lo privado —defensoras de la separación entre naturaleza y cultura de la que hablábamos antes— y que atribuyen a los hombres cuestiones como la guerra o la política, se escandalicen por esto y culpen a los hombres de su propia falta de iniciativa y participación. Si hablamos de guerra social, las herramientas de las que disponemos son, según sus propias clasificaciones, masculinas y es muy probable que los hombres se sientan más motivados en ciertos espacios. Mientras estas herramientas sean útiles para combatir al sistema y no impliquen la exclusión de nadie por motivos de sexo no entendemos qué hay de malo en ellas ni por qué habríamos de culpabilizar a nuestros compañeros por su mayor participación en vez de implicarnos más nosotras y trabajarnos nuestras carencias. Ya vale de lloriquear por nuestra histórica invisibilización, asumamos la responsabilidad que tenemos en ella y plantémosle cara implicándonos en nuestros colectivos, proponiendo acciones y aportando nuestras ideas. Y si en una asamblea o en cualquier situación de lucha alguna mujer se siente realmente menospreciada, debe decirlo. No callarse e irse a su casa y reproducir el lloriqueo de que “malos son los hombres que no me dejan hablar”. Es en las asambleas y/o en la lucha diaria, dónde este tipo de cuestiones, tienen que resolverse. Y si algún hombre realmente se comporta como un imbécil hay que decírselo. “Masculinicemos” un poco nuestra actitud en la lucha, del mismo modo que hemos exigido a nuestros compañeros que “feminizaran” ciertas actitudes, como su expresión de la afectividad o de la sexualidad. • Y ya que hablamos de ello, en las relaciones sexuales (heterosexuales) encontramos muchas cuestiones que son síntoma de esa igualdad mal interpretada e impuesta, al ser las relaciones íntimas uno de los espacios en los que más se manifiestan las diferencias entre los sexos. Los esfuerzos nulos por eliminar estas diferencias llevan a la frustración y provocan situaciones insostenibles que producen un gran malestar, como las que encontramos en el espacio de lo íntimo: el deber de orgasmo “impuesto” por Reich a lasmujeres y el desconcierto del hombre heterosexual ante su incapacidad para disfrutar como su compañera. Así, nos encontramos con toda una generación de hombres, herederos de estas teorías de la igualdad, obsesionados con que son eyaculadores precoces —independientemente de lo que tarden en eyacular durante sus relaciones—. Si una mujer se excita mucho con unas cuantas caricias, besos, masturbaciones, etc. llegando a tener algún orgasmo, su pareja —más aún si esta es un hombre— no dudará en pensar, “¡joder, cómo pongo a esta tía... está como una moto!”, pero si es él el que se excita mucho con los mal llamados preeliminares, y llega al orgasmo, por lo que generalmente eyacula, tanto él como su pareja es muy probable que no se sientan tan satisfechos como en el ejemplo contrario sino que se rayen pensando “¿seré/será eyaculador precoz?”. Por otro lado vemos a un montón de mujeres obsesionadas con disfrutar tal y como les dicen las revistas, sin saber a qué se refieren con eso del orgasmo múltiple, porque, cada una lo vivirá y expresará de una manera. Incluso en cada situación concreta una misma mujer tendrá experiencias diferentes: ¿orgasmos? Tal vez sí o tal vez no, ¿qué más da? Se supone que tenemos relaciones porque son placenteras, porque así expresamos nuestro deseo erótico y lo satisfacemos, sin embargo las relaciones se han convertido en una competición y los orgasmos en un trofeo. Lo políticamente correcto se mete en nuestra cama. Y no dudamos en culpabilizar de nuevo al hombre, calificándolo de mal amante y culpándole de nuestra propia incapacidad. • El coito en sí mismo se ha visto culpabilizado, convertido, junto al pene, en un símbolo de la dominación masculina. Por supuesto, sabemos que no es la única forma de compartir placer sexual, el coito no es lo único ni tiene por qué ser lo mejor, nuestra expresión de la sexualidad es mucho más amplia y hay muchas otras prácticas que nos parecen tan placenteras o más como éste, pero de ahí a considerar al coito como el Satanás de las relaciones hay un trecho: No podemos evitar que se nos escape una risilla cuando oímos ese nuevo término tan extendido en nuestros círculos de “envolvimiento” con el que algunas pretenden sustituir el de “penetración” al que ellas mismas


han llenado de connotaciones negativas. El coito supone la introducción del pene en la vagina o el ano, es éste y no aquellos el que se arrima e introduce, o sea, el que penetra y por lo tanto queda envuelto por las paredes de una u otra cavidad. Penetración nos parece por lo tanto un término muy descriptivo y no encontramos por ninguna parte la supuesta violencia que conlleva, menos aún en las relaciones mutuamente consentidas. La reducción del pene a instrumento de dominación, intimidación y agresión nos resulta absurda y vemos en ella mucho más esfuerzo intelectual por discutir la teoría freudiana del complejo de castración que por comprender los mecanismos fisiológicos y las estructuras anatómicas humanas. A todos los hombres de nuestras vidas: hermanos, compañeros, amantes, amigos… Nos gustan vuestros penes, no los envidiamos, pero nos gustan porque nos gustáis vosotros. Nos alegramos de que seáis parte de nuestras vidas, de compartir con vosotros sueños y proyectos, de saberos cerca, de contar con vosotros para conspirar, afrontar y enfrentarnos a esta realidad de mierda. Gracias por contar también vosotros con nosotras. • Por último queremos tratar el tema de las agresiones sexuales y el mal trato: Sabemos que es un tema un poco peliagudo, pero creemos que de un tiempo a esta parte se está abusando del abuso: Somos defensoras del ya clásico “Ni una agresión sexista sin respuesta”, de hecho consideramos este texto respuesta a una agresión sexista y nos enorgullece sabernos parte de un movimiento en el que existe repulsa contra las agresiones sexistas y se toman medidas colectivas contra las mismas. Sin embargo nos entristece ver cómo desde nuestras filas el abuso o la agresión sexual se ha utilizado como pretexto para fines personales, cómo cada vez más situaciones se interpretan como abuso y cómo se enturbian nuestras relaciones. La reciente ley de violencia de género, aplicada en todo el estado español, admite el testimonio de la víctima como prueba irrefutable de agresión sexual y mal trato. Lo mismo que ocurre en la ley antiterrorista. Conocemos de sobra cómo funcionan sus juicios y lo poco que tenemos que hacer frente al testimonio de un policía, por ejemplo. Así que esta situación nos sirve como buen paralelismo con lo que está pasando en torno a la llamada violencia de género… y resulta que en nuestros espacios repetimos este esquema: la palabra de la victima es prueba suficiente y da lo mismo lo que tenga que decir para defenderse el supuesto agresor. Obviamente hay casos en los que contamos con pruebas de sobra para creer a quien nos cuenta una agresión y tomar las medidas que consideremos oportunas para apoyar a nuestra compañera, existen casos en los que la violencia machista es real y merecen todo nuestro desprecio. Pero ¿qué ocurre cuando las cosas no son tan claras?¿Dónde ponemos el límite de qué consideramos y qué no consideramos agresión? De toda relación existen a menos dos versiones, y pensamos que antes de posicionarnos y tomar medidas es necesario escuchar ambas. Si no, es muy probable que metamos la pata y jodamos la vida de algún compañero… Pensemos, por ejemplo, en la habitual figura del “baboso” y en las diferencias entre ser un baboso y ser un ligón. Seguro que conocemos cantidad de ocasiones en las que acusar a alguien de baboseo ha servido para desprestigiarle y apartarle de algunas movidas. ¿Dónde ponemos el límite entre ligue y acoso? Nosotras lo ponemos en la negativa explícita por una de las dos partes de continuar por ese camino. Mientras no se muestre un rechazo explícito, por muy clara que creamos que está nuestra postura, el otro —o la otra— pueden interpretar nuestra actitud como parte del juego, y continuar con las insinuaciones o ir un poco más allá. Una violación —una relación sexual forzada— es un abuso de poder —de la mayor fuerza física, generalmente—, una paliza también lo es. Pero que te toquen el culo intentando ligar, o te abracen más tiempo del deseado, se te “lancen al cuello” intentando besarte o te guiñen un ojo… sólo son eso, formas de continuar con el cortejo que había comenzado. Si tú no quieres continuarlo basta con decir “ya te vale”, o ponerte un poco chunga, o soltarle una ostia si lo consideras oportuno y es lo que te sale. Tal vez habría sido más útil y menos violento para ambos no entrar en el juego, no permitir que se llegara a esa situación. ¿Dónde está la autonomía femenina de la que tanto hablan las feministas? Podremos pensar que es un pesado, que tiene un ego demasiado subidito al no haberse dado cuenta de que pasamos de él, que va demasiado pedo —el alcohol es un mal aliado en estas situaciones—, incluso asquearnos un poco y decidir no volver a verle o hablarle. Pero de ahí a acusarle de abuso hay un salto importante. Y, ¿Qué pasa cuando


la situación es al revés? Cuando es una mujer quien se pasa de la raya o malinterpreta una situación e intenta ir más allá, lo más probable es que él intente pararle los pies, puede que comente lo “calienta pollas” que le parece —imbéciles hay en todas partes—, pero lo que seguramente no ocurra es que la acuse de abusar de él porque casi nadie le creería y porque probablemente la reacción que generase sería más de burla que de solidaridad… la recomendación de la ostia que hacíamos más arriba es impensable en este caso. Pensamos que en esto del ligoteo le hemos dado la vuelta a la tortilla: nosotras ahora somos quienes podemos mirar, piropear, insinuar o entrar directamente. A ellos, en algunos círculos, más les vale cuidarse mucho de lo que hacen o dicen… Algo tan simple como un “Joder, qué buena está” puede convertirse en la llave para una campaña masiva contra el “baboso” en cuestión por machista y por “permitirse semejante cosificación de las mujeres en espacios liberados”… A lo que vamos: o ciertas actitudes se consideran válidas para todos/as o para nadie. Hablamos de respeto, y las faltas de respeto lo son independientemente del sexo de quien las hace. Ya va siendo hora de que nos planteemos, además, lo cerca que está nuestra intolerancia hacia cierto lenguaje de la mojigatería… Considerar agresión sexual ciertas expresiones, incluso ciertos insultos, es como afirmar que por fumar porros se terminará siempre enganchado al caballo. Nos parece algo exagerado, un mecanismo de control de la libertad de expresión ejercido con más fuerza sobre los hombres. Sí, se abusa del abuso, y cuando todo se interpreta como abuso es imposible que se de una relación entre iguales, puesto que uno —una— verá todos y cada uno de los gestos y actos del otro como síntomas de su condición de abusador, concibiéndose a sí misma, por lo tanto, como víctima en un estado permanente de inferioridad… • En el maltrato psicológico o manipulación se concentran muchas de las cuestiones de las que venimos hablando hasta el momento. En principio, el maltrato psicológico podría definirse como la adopción de una serie de actitudes y palabras por parte de uno orientadas, de manera sistemática, a denigrar, desestabilizar y herir al otro —la otra—. Pero, lejos de ese abuso y humillación sistemáticas, con frecuencia hemos visto que se apela al maltrato psicológico o la manipulación para tirar por tierra los argumentos de nuestros compañeros por ejemplo durante una discusión: “Me estás manipulando, le das la vuelta a todo, etc…” Acusar a alguien de manipularnos psicológicamente significa aceptar una superioridad argumentativa por su parte y reconocernos nosotras mismas como inferiores, poner al descubierto nuestras propias inseguridades y nuestra falta de confianza en nuestros propios argumentos, sensaciones, opiniones… En realidad de lo que se le acusa es de ser capaz de razonar sus argumentos con cierta capacidad de convicción, como si esto se tratara de un mal a erradicar, en vez de cuestionarnos nuestra propia incapacidad —por oposición a su supuesta capacidad— y currarnos nuestras propias argumentaciones u otras formas de expresión. Y sabemos que esto no es siempre fácil, somos conscientes de la educastración que nos dieron nuestros padres —y madres, que no se nos olvide— y de la inseguridad que acarrea, pero esta educación castrante en el seno del “Patriarcado Capitalista Blanco” no es motivo ni pretexto suficiente para hacer de la carencia virtud. En cualquier relación, sea del tipo que sea —familiar, de pareja, amistad, laboral, entre compañeros de lucha…— y se de entre personas de igual o diferente sexo, habrá siempre alguien que tenga más tablas argumentativas para defender su postura respecto a ciertas cosas que el otro/a, habrá quien se exprese mejor, se muestre más seguro/a de sí, incluso quien grite más. También habrá una de las partes que sea más emotiva, lleve con menos calma ciertas situaciones o cuente con un gran sentido del humor que ayude a liberar ciertas tensiones… Insistimos en que estas diferencias se darán siempre que se junten dos o más individuos e independientemente de que sean hombres o mujeres, por lo que no podemos estar de acuerdo con quienes consideran alguna de estas cualidades como un signo de dominación sexista. Cada uno/a somos diferentes, únicos/as e irrepetibles, y cada una/o tenemos nuestras virtudes y nuestros defectos, sabemos cómo utilizar las primeras y cómo controlar o corregir los otros. Habremos de esforzarnos por reconocer los propios y respetar los de los/as demás, esforzarnos por entenderlos y no utilizarlos para nuestro propio beneficio, para construir


una relación en positivo y no sobre miserias. QUEREMOS UN MUNDO SIN ABUSOS, NOS NEGAMOS A SEGUIR SIENDO VÍCTIMAS DE IGUAL FORMA QUE NOS NEGAMOS A SER LAS NUEVAS AGRESORAS. QUEREMOS QUE SE NOS TENGA EN CUENTA Y QUEREMOS TENERLES EN CUENTA. QUE SE NOS RESPETE Y ENTIENDA, RESPETARLES Y ENTENDERLES. COMBATIR JUNTO A ELLOS EL SEXISMO Y CONSTRUIR NUEVAS RELACIONES SOBRE LA BELLEZA DE LAS DIFERENCIAS. Zaragoza, Octubre del 2007.


La mujer en el U.S. Army en la Segunda Guerra Mundial El WAC (Women´s Army Corps) Alrededor de 150.000 mujeres sirvieron en el WAC a lo largo de la Segunda Guerra Mundial.Por primera vez en la historia del ejercito americano la mujer salió de su rol único de enfermera y comenzó a desempeñar muy diversos empleos al lado de los hombres. Inicialmente la cosa fue escandalosa, el mismo concepto de mujer-militar era fuertemente rechazado tanto por la sociedad como por el ejercito americanos de los años 40. Sin embargo, las enormes necesidades de la guerra en dos frentes, así como el desgaste material y humano del comienzo de la guerra determinó que la mayoría de los líderes políticos y militares diesen el visto bueno a la incorporación de la mujer a sectores que, hasta la fecha, se consideraban exclusivos del género masculino. Las mujeres no dejaron escapar esta oportunidad de oro y para el final de la contienda ya habían demostrado su gran capacidad en el desempeño de multitud de empleos tradicionalmente masculinos. El WAAC (Women 's Army Auxiliary Corps) A principios de 1941, la congresista (por Massachussets) Edith Nourse Rogers se reunió con el Jefe del Estado Mayor, el general George C. Marshall para informarle de su intención de que fuese creado un cuerpo auxiliar femenino completamente independiente del ya existente cuerpo de enfermeras del ejercito. (ANC; Army Nurse Corps) Rogers recordó al general a las mujeres (civiles) que habian servido como empleadas del Ejército en Francia como especialistas en comunicaciones y dietistas durante la gran Guerra. Como ellas trabajron sin tener ningún cargo "oficial" tuvieron que obtener por su cuenta la comida y el alojamiento, aparte de no recibir ningún tipo de asistencia legal ni medica durante el desempeño de su trabajo en el extranjero, tampoco pudieron beneficiarse de ninguna de las ayudas a "veteranos" que concedió el gobierno a los hombres. Rogers quería que esta vez, de volver a desempeñar función alguna en tiempo de guerra, las mujeres obtuvieran los mismos derechos y recompensas que los hombres. A pesar de todo esto, y pese a que rogers insistía en incorporar y asimilar a las mujeres directamente en el Ejercito, inicialmente los mandos no estaban dispuestos a tal "mezcla de sexos". Al final se llegó a un compromiso, la creación del Women's Army Auxiliary Corps (WAAC), que trabajaría con el Ejercito "para el proposito de dotar del conocimiento, habilidades y el especial entrenamiento necesarios para que las mujeres ayudaran a la defensa nacional". El Ejército se comprometía a dotar a 150.000 "auxiliares" femeninos de alojamiento, vestuario, comida, dotación médica, etc... Oficiales de sexo femenino tendrían prohibido mandar a hombres. La "directora" del WAAC recibía el rango equivalente al de "mayor". El resto de oficiales (primer y segundo oficial) serían equivalentes a los rangos de "capitán" y "teniente", pero con inferior paga a la obtenida por un hombre del mismo rango. Pese a que no se prohibió de modo alguno el servicio ultramarino el Ejercito falló en proveer las pagas extras de servicio en el extranjero, así como tampoco tuvieron en muchos casos la cobertura medica de "veteranas" ni los seguros de vida de los soldados del Ejercito Regular. Tampoco estaban contempladas en los textos de las convenciones (Ginebra) sobre el tratamiento a prisioneros de guerra. Rogerstrató de que su propuesta fuese aprovada en mayo, pero esta fue duramente criticada y rechazada hasta que los acontecimientos dieron un giro dramático en diciembre: El ataque japonés a Peral Harbour. El general Marshall comenzó a apoyar la propuesta y, finalmente la propuesta fue aprobada. Marshall creia que al tener una guerra en dos frentes se podría tener un grave problema de mano de obra, solucionable con la incorporación de la mujer a los servicios "masculinos". Además, el Ejército podría ahorrarse mucho tiempo y dinero al emplear mujeres en puesto de mecanografía y de telefonía, los cuales eran fundamentales para el correcto funcionamiento de los centros de operaciones y para los cuales las mujeres ya estaban sobradamente preparadas. Marshall creía que las mujeres eran


necesarias para varios trabajos de comunicaciones que, aparte de repetitivos, precisaban de amplia destreza manual; también se consideró que un hombre en estos puestos terminaría aburriendose y fallando (cosa que a la larga y de forma sistemática podia alterar gravemente el curso de la guerra). El 14 de mayo el Senado finalmente da su aprobación a la propuesta y, al día siguiente es firmada por el presidente Roosevelt (inicialmente se pidió una recluta de 25,000 mujeres para el primer año, aunque esa cifra fue alcanzada en noviembre y el Secretario de Guerra Henry L. Stimson autrorizó al WAAC a reclutar hasta 150,000, cifra original pedida por el Congreso). Oveta Culp Hobby fue nombrada Directora del WAAC. Había sido editora de un periódico, estuvo en política durante 10 años. Por todo ello era la perfecta elección: una persona con los conocimientos adecuados del funcionamiento de la política, ama de casa, con una carrera exitosa a sus espaldas y una "dama". La idea inicial era que cada "auxiliar" fuese entrenada en algún empleo de "no-combatiente" para dejar "libres" a los hombres para ir al combate. Hobby consideraba que la función principal de las "auxiliares" era rellenar los huecos que hicieran falta en los empleos no-combatientes y "ayudar a los hombres a ganar la guerra". Recluta , Entrenamiento y Primeros Servicios Fort Des Moines en Iowa fue elgido como el primer campo de entenamiento de las WAAC. Las candidatas tenian que cumplir una serie de requisitos: ser ciudadanas norteamericanas, con edades comprendidas ente los 21 y los 45 años, sin nadie que dependiera de ellas (hijos pequeños fundamentalmente), tener más de 5 pies de altura, y pesar más de 100 libras (1,5 m y 45 Kg.... Dichosas medidas inglesas). Más de 35,000 mujeres de todo el país solicitaron las 1,000 primeras plazas. El 20 de julio dió comienzo el primer curso de 6 semanas de 440 mujeres candidatas a oficial en Fort Des Moines. Las primeras 40 mujeres de color (negras) que se alistaron fueron segregadas. Tenían las clases de forma conjunta, pero el resto de servicios estaban segregados. En julio se dio apertura a la recluta de voluntarias (estas ya no tendrían rango de oficial). El primer grupo de reclutas auxiliares comenzó su curso de 4 semanas de formación en Fort Des Moines el 17 de agosto. Como las oficiales estaban siendo entrenadas al tiempo que las auxiliares voluntarias, el entrenamiento de este primer grupo fue llevado a cabo integramente por personal masculino del Ejercito Regular. Posteriormente y de forma gradual, las nuevas oficiales, una vez graduadas, se iban encargando de las lasbores de entrenamiento del resto. La mayoría de las oficiales del primer grupo de instrucción fue asigando a impartir clases de entrenamiento en Fort Des Moines o fue trasladada a los nuevos campos de entrenamiento de las WAAC en Daytona Beach, Florida; Fort Oglethorpe, Georgia; y Fort Devens, Massachusetts. Algunas fueron asignadas al mando de las unidades que fueron enviadas a realizar servicios por todo el país. Las oficiales de color fueron asignadas a unidades auxiliares de color. Algunas de las primeras graduadas fueron enviadas a unidades de servicio aereo Aircraft Warning Service (AWS) . The U.S. Las Fuerzas Armadas no podían confiar exclusivamente en hombres para realizar este servicio las 24 horas. Graduadas posteriores fueron formadas en compañias y enviadas a instalaciones de las Army Air Forces (AAF), Army Ground Forces (AGF), o Services of Supply (posteriormente denominado Army Service Forces [ASF] en 1943). Inicialmente solo desempeñaban papeles de mecanógrafas, telefonístas..., pero poco a poco los mandos fueron viendo la capacidad de las chicas para desempeñar otros muchos papeles. Las Fuerzas Aereas estaban ávidas de conseguir personal femenino (aproximadamente un 40% de todas las WAAC terminaron sirviendo en las Fuerzas Aereas). Las mujeres fueron ocupadas en el servicio meteorológico, en el de criptografía, como operadoras de radio, técnicos, trabajadoras del metal, instaladoras de elementos en los aviones, instructoras "secundarias", especialistas de mantenimiento del material de guerra, analistas fotográficas y como controladoras aereas. Alrededor de 1,000 WAACs hicieron funcionar los engranajes de las primeras máquinas tabuladoras(que eran del Ejercito del Aire) (Los precursores de los ordenadores). En enero del 45, el 50% de las WAAC


ya no trabajaba en sus empleos "tradicionales" de mecanógrafa o telefonista. Unas pocas de ellas fueron asignadas a tareas de vuelo. Algunas controladoras aereas eran entrenadas en vuelos de B-17. Las mecanicos y fotógrafas también solían volar de manera regular. 3 de ellas recibieron la Air Medal (1 de ellas en La India). Una murió al producirse una avería en su avión durante el vuelo. La ASF, Army Service Forces, también recibió un 40% de las WAACs. Algunas fueron enviadas al departamento de Artillería. Donde se dedicaban arealizar calculos de potencia de explosivo, cargas utiles, etc... Otras sin embargo trabajaron como artilleras, mecánicas y electricistas e inclusorecibieron clases de ingeniería. Las 3,600 WAACs assignadas al TC, Transportation Corps (ASF) se encargaban de proveer a los soldados de lo necesario para realizar sus misiones. Las WAACs servían tanto como despachadoras como clasificadoras del material. Posteriormente algunas fueron entrenadas para sustituir a los marineros operadores de radio en los buques-hospital. Los barcos Larkspur, Charles A. Stafford, y Blanche F. Sigman recivieron cada uno tres mujeres y una oficial a finales de 1944. El experimento fue un éxito, y la asignación de mujeres a los buques hospital de forma masiva se dio poco después. Otras WAACs fueron asignadas al CWS, Chemical Warfare Service (ASF), y trabajaron tant en laboratorios como sobre el terreno. Algunas se hicieron expertas sopladoras de vidrio y se encargaron de fabricar los tubos para los laboratorios del Ejército. Otras se encargaron de realizar los test al equipo como walkie-talkies, o equipo meteorológico. 250 WAACs fueron enviadas al QC, Quartermaster Corps (ASF). Su trabajo incluia realizar inspecciones, mantenimiento de los stocks, almacenamiento de material, etc... Más de 1,200 WAACs fueron al SC, Signal Corps (ASF), y trabajaron como operadoras telefónicas o de radio, o telegrafistas, como criptólogas, o analistas de fotografía o mapas. Las WAACs asignadas como fotografas recivieron entrenamiento en reparar las cámaras, mezcla de emulsions y obtención de los negativos.Las que fueron analistas tuvieron que aprender a ensamblar, montar e interpretar mapas "troceados". WAACs del AMD, Army Medical Department (ASF), fueron asistentes de laboratorio de análisis, de quirófano, en la sección de rayos X, técnicos odontólogos, etc... permitiendo "liberar" a muchas enfermeras del NAC, para que se encargaran de sus labores sanitarías. Las WAACs asignadas al EC (Corps of Engineers) participaron en el proyecto Manhattan. Hacían funcionar el ciclotrón, otras se encargaron de la construcción y emplazamiento del equipo electrónico para realizar los test y para la creación de varios componentes de la bomba atómica. Por supuesto también fueron mujeres quienes se encargaron de todos los archivos y registros relacionados con el material clasificado de Oak Rigde. El Ejército de Tierra (AGF; Army Ground Forces) inicialmente no quería hacer uso de las WAACs. Solo recibieron el 20% de todas las WAACs. La mayoría de los Jefes y altos oficiales preferían ver a la mujer en puestos de trabajo civiles apoyando a la industria y no en las zonas de combate. Por ello a la mayoría se las asignó trabajos rutinarios de oficinista en los campos de entrenamiento a donde fueron destinadas y allí se mantuvieron durante toda la guerra (en contraste con la diversidad y movilidad que disfrutaron las que sirvieron el las demás armas). Las WAC sirvieron a lo largo y ancho del globo desde el norte de Africa, pasando por Europa (Italia, Inglaterra, Francia) hasta el Pacifico, China, India o Birmania, e incluso Oriente Medio. El servicio ultramarino siempre fue considerado el mejor y llegaron a darse casos de preferirlo sobre la asistencia a un curso de preparación para oficial. La operación Torch no tenía ni 5 días cuando el propio Eisenhower solicitó le fueran asignadas 5 oficiales del WAAC, 2 de las cuales debían saber francés, para servir como secretarias de los miembros del Alto Mando. Justo cuando las cosas comenzaban a ir bien en Ultramar dio comienzo una campaña de desprestigio de las WAAC en los propios EEUU. Muchos hombres consideraban a estas "auxiliares" una amenaza para sus puestos de trabajo e incluso una oportunidad demasiado elevada de ser enviados al frente "ya que su puesto podría ser cubierto por ellas". Tampoco faltaron quienes apuntaron que las WAAC en servicio ultramarino eran simplemente prostitutas encubiertas. El WAC (Women 's Army Corps)


Al estar tanto la opinión pública general como la prensa atacando de forma sistemática la actuación del Cuerpo de auxiliares, el Congreso optó por reconvertirlas en el WAC y asignarlas como un grupo más del Ejercito Regular. El 3 de julio de 1943 el WAC se hizo una realidad. A partir de ese momento todas las mujeres WAACs recibieron la opción de solicitar el ingreso el las FFAA o por el contrario ser licenciadas del servicio y volver a la vida civil. Solo una cuarta parte del total decidió licenciarse (La inmensa mayoría de los casos eran las que habían sido asignadas al AGF). Lo primero que sucedió fue que la "Directora" fue inmediatamente convertida en coronel y que las oficiales 1ª, 2ª y 3ª se reconvirtieron en capitanes, tenientes de 1ª y de 2ª (nuestro equivalente a alferez). Las jefas de teatro de operaciones fueron promovidas a teniente-coronel o mayor según el tamaño de las unidades bajo su mando.El resto, las auxiliares, fueron convertidas en sargentos, cabos y soldados. La conversión, así como la campaña de desprestigio, provocó una crisi en el número de reclutas del recién creado WAC, lo que obligó a reducir los mínimos de aceptación de las candidatas. Pese a todo, el Departamento de Guerra logró no solo aportar las WAC que le eran solicitadas desde los diferentes teatros de operaciones (y cada vez en mayor número) sino crear toda una red completa de centros de entrenamiento y recluta por todo el país. El Ejercito reconoció el servicio que estas mujeres prestaron para la consecución de la victoria final por medio de otorgarlas diferentes condecoraciones: A la "Directora" coronel Oveta Culp Hobby se la distinguió con la Medalla de Servicios Distinguidos. 62 WACs recibieron la Medalla de la Legion al Mérito (Aunque la mayoría fueron a manos de las jefas de los diferentes teatros de operaciones en donde habían servido mujeres). 3 recibieron la Medalla del Aire. Otras 10 la Medalla del Soldado por haber realizado alguna acción "heroica" (no combativa). 16 fueron galardonadas con el Corazón Púrpura (la mayoría recibió sus heridas por causa de las V-1 y V-2 que impactaron en ciudades inglesas). La Estrella de bronce fue concedida a 565 mujeres por su valeroso servicio ultramarino. Al finalizar la guerra un total de 657 WACs habian recibido medallas y/o citaciones. La mayoría fue desmobilizada a partir del dia D. Aunque no todas fueron autorizadas a dejar el servicio de forma inmediata, ya que se dio una orden especial que permitía a los jefes de zona mantenr una parte del personal especializado (incluidas WACs) pese a que estuvieran desmovilizadas. A 31 de diciembre de 1946, las WAC eran menos de 10,000 y la inmensa mayoría de ellas tenía intención de permanecer en el Ejército. El 12 de junio de 1948 el congreso aprobaba la ley que hacía ya permanente el WAC como rama de las FFAA norteamericanas. Esto se mantuvo hasta que en 1978 el WAC fue abolido y sus integrantes fueron asimiladas a todos los puestos del Ejército Regular (donde ya estaban salvo las posiciones de 1ª línea o combate). DEFINICIONES Y CONSIDERACIONES FINALES Cuerpos donde se emplearon a las mujeres norteamericanas durante la Segunda guerra Mundial: WAC: Women Army Corps (Rama del Ejercito Regular) WAVES: Women Accepted for Volunteer Emergency Services (Marina; No podían proseguir sus carreras navales al término del conflicto: excepcionalidad y caso de emergencia) WASP: Women Airforce Service Pilots (Rama de la Aviación (cuando se hace "independiente"); Servicios de ayuda en los aeródromos, técnicos, instrucción...). Como anécdota curiosa cabe decir que su emblema fue la gremlin "Fifinella", un personaje de la novela "Gremlins" de Roald Dahl, dibujada por Walt Disney. WAAC: Women Army Auxiliary Corps (Auxiliares de las FFAA; debian suplir a los hombres en los puestos no combativos para que estos fuesen a 1ª línea) SPARS: "Semper Paratus" Always Ready (Mezcla del lema de la Guardia Costera en latín e inglés; Aoyo a la acción de guardacostas y vigilancia marítima y de radar)


USMCWR: United Status Marines Corps Women´s Reserve (Cuerpo especial asociado a los Marines) ANC: Army Nurses Corps (Puesto tradicional de la mujer en el Ejercito: enfermera) NNC: Navy Nurses Corps (Enfermeras de la Armada) PHS: Public Health Services (Servicos de Salud Pública; No militarizado; Al inicio de la guerra se tenía mucho miedo al uso de armas de destrucción masiva, principalmente gases (como ocurrió durante la Gran Guerra)) ARC: American Red Cross (Cruz Roja; Semi-militarizado; Apoyo a las ramas sanitarias) Bibliografía: http://www.wikimedia.es/ http://www.blitzkriegbaby.de/homepage.htm World War II Allied Women's Services by Martin Brayley, Osprey Publishing, ISBN 1-84176-053-06 (2001). The women´s Army Corps: A conmemoration of World War II service. By Judith A. Bellafaire


LA DESAPARICION DE LA FAMILIA “ME VOY SIN HABER VISTO EL AMOR” LEÓN FELIPE Un informe publicado a finales de 2011 por el Fondo de Naciones Unidas para la Infancia informa que Rusia ocupa el tercer puesto internacional en suicidios adolescentes, las primeras posiciones corresponden a Kazajistán y Bielorrusia, dos antiguas repúblicas soviéticas. En el pasado abril se habló de epidemia cuando durante 24 horas se produjeron al menos seis muertes de chicas y chicos entre 15 y 19 años. La desestructuración familiar aparece entre las causas cardinales de estos hechos. Cuando Alejandra Kollontai imaginó la futura sociedad socialista la definió sin familia. La liberación de la mujer, según su ideario, pasaba por que el Estado se hiciera cargo de la crianza mientras los individuos, con independencia de su sexo, destinaban todas sus energías a la producción. La utopía de la aristócrata rusa no pudo sostenerse mucho tiempo y en los años treinta se volvió a una concepción patriarcal clásica, pero la estructura social no era recuperable, es decir, se devolvieron al ámbito de lo privado las tareas de crianza pero en condiciones completamente diferentes porque en esa sociedad hiper-productivista, deshumanizada y burocratizada el sujeto había ya dejado de ser sujeto humano para transmutarse en instrumento puro, aparejo de la formidable máquina estatal que desarrollaba un capitalismo de Estado sin trabas ni límites, de ese modo se iniciaba un experimento social cuyo alcance estamos descubriendo hoy. Al otro lado del planeta, en Medellín, sicarios de 11 o 12 años matan o mueren por dos euros; el padre Velásquez, que ha convivido con ellos, afirma que el problema no es el económico como pensó en un principio, sino la falta de afectos y referentes en que han crecido. El desarrollo del capitalismo en Latinoamérica ha triturado lo poco que quedaba de la institución familiar, Colombia es hoy la cuarta economía del continente y su consumo interno empieza a ser motor eficiente de un crecimiento sostenido, ese “milagro” proviene, no en su totalidad pero sí en gran medida, de que en los últimos decenios millones de mujeres se han incorporado a las fábricas y los servicios afluyendo en aluvión a las ciudades, incrementando de forma extraordinaria tanto la producción mercantil como los ingresos del Estado. Madres solteras, sin red de apoyo en un espacio hostil y dañino, sus hijos crecieron en condiciones de un consumo básico garantizado, es decir físicamente atendidos, pero afectiva y emocionalmente famélicos. En sus formas extremas la crianza sin amor hace la vida humana carente de significados y sentido y por lo tanto de valor, la muerte es anhelada inconscientemente como salida a esa espeluznante existencia. Cuando Rene Spitz (1887-1974) estudió los altísimos índices de mortalidad infantil en los orfanatos durante los años treinta y cuarenta del siglo XX descubrió que los cuidados físicos en ellos eran adecuados y, sin embargo, casi la mitad de los bebés (en algunas instituciones llegaba al 90%) morían antes de cumplir los dos años. Los que sobrevivían tenían, en su mayoría, retraso mental, motor o comunicativo grave. Explicó este hecho porque la necesidad de vínculos, apego y seguridad afectiva son elementos tan básicos en el desarrollo del bebé como el alimento, la higiene y el sueño; los recién nacidos institucionalizados eran atendidos de forma impersonal, eficiente pero con indiferencia y con un contacto físico, verbal y emocional mínimo. Nombró con el término “marasmo” ese estado de estupor y repliegue sobre sí mismos, ausencia de demandas de atención y rechazo del contacto físico, detención del crecimiento y caída grave de las defensas que precedía a la muerte; describió el estado del bebé abandonado como “ojos abiertos de par en par sin emoción, cara congelada con una expresión distante, como si estuviera aturdido”. En Occidente han sido la izquierda, la contracultura y la mayor parte de los feminismos los que han vulgarizado la oposición a la familia presentándola como fuente de un sinfín de males sociales y limitaciones al desarrollo de la personalidad de los individuos. Según su modelo teórico la opresión de la mujer y de los niños y niñas tiene su raíz en la institución familiar. El Estado, la crianza acometida


por profesionales, la generalización de los servicios mercantilizados (públicos o privados) dedicados a los cuidados a la infancia, han sido por ello presentados como auténticos instrumentos de liberación. Hoy siguen con su letanía de pedir más dinero, más guarderías, más crianza por expertos, más titulaciones como sinónimo de mayor calidad. Las familias, cuando existen, han quedado limitadas a la función de proveedores de los fondos que pagan esos servicios. Quienes han moldeado el mundo presente ignoran y ocultan que las principales víctimas de estos experimentos han sido los niños, el crecimiento aterrador de los desórdenes psíquicos infantiles, el aumento de las alteraciones neurológicas, las dificultades de aprendizaje, el autismo y la desestructuración psíquica son el resultado de la vida desquiciada de las sociedades modernas. Las instituciones acometen estos problemas creando cada vez más etiquetas y nombres para toda conducta que se desvíe de la norma y promocionando el uso inmoderado de drogas y funcionarios a sueldo del Estado o profesionales de pago que no solo no remedian el mal sino que crean otros nuevos como la exclusión, el aplastamiento de los individuos bajo el nombre de alguno de los infinitos síndromes y la medicalización y burocratización de su existencia. Un caso significativo es la epidemia que hoy se vive del llamado Síndrome de Deficiencia de Atención e Hiperactividad cuyo tratamiento con metilfenidato (bajo el nombre comercial de Ritalín o Rubifén) es un auténtico crimen. Esta sustancia que pertenece a la categoría de los estimulantes cercanos por sus efectos a la cocaína tiene consecuencias muy similares a los de ésta y a las anfetaminas, incluidos los comportamientos psicóticos, violentos y suicidas. La obsesión de los gobiernos por la mercantilización y la burocratización de todas las funciones vitales, vehículo de la hipertrofia estatal, su absoluto desprecio por las necesidades más básicas de la persona y en especial de la infancia, como la necesidad de amor, de contacto humano, de vida espiritual, de relación con el mundo exterior, de apego y separación seguros, de exigencia y límites, de observación del mundo, de descubrimiento de los otros como otros cercanos y distintos y en el mismo proceso de sí mismos como seres singulares y únicos, la reducción, en el ideario progresista, del ser humano a criatura fisiológica cuyo centro son las funciones corporales que, separadas de su intrínseca fusión con aquellas espirituales y afectivas básicas, convierten al individuo en autómata, replicante o monstruo, ser a la vez doliente y dañino, condenado a una existencia sin sentido, abocado a su ruina, es el origen del descarrilamiento social del presente. Viendo la descompuesta situación actual se lanzan a culpar a las familias ¡de nuevo! de todos los conflictos y a pedir más dinero, más mercancías, más funcionarios y más servicios estatales, es decir a solicitar el aumento de los agentes creadores del problema, abriendo así una espiral de devastación sin límites. Los servicios del Estado del bienestar son causa eficiente y principal de la destrucción de la infancia y pedir más de esas mercancías es colaborar en sus funestas consecuencias. El Estado no puede sustituir a las instituciones naturales humanas. El amor es el alimento auténtico del desarrollo infantil, el crecimiento de la humanidad en las criaturas no es posible sino a través de los vínculos afectivos que no son una técnica, no pertenecen al ámbito de los conocimientos especializados y no pueden ser comprados o vendidos porque forman parte de otro ámbito. La familia, cuando es institución humana y no espurio producto del despotismo estatal es el lugar donde esos procesos se han desarrollado de forma natural de manera no perfecta pero sí genuinamente humana como procesos enraizados, además, en la cultura y en la historia. Donde asciende el Estado y el capitalismo, progresa la profesionalización de los cuidados, los expertos dictan las normas sobre las que se desarrolla la vida, se convierten las necesidades básicas en servicios o mercancías, donde la familia es desaparecida o bien despojada de sus funciones para convertirse en célula de consumo y experiencias frívolas e intrascendentes, la infancia queda expuesta a la más horrible de la torturas, la carencia de amor verdadero, la soledad más destructiva, la falta de sentido de la vida y, por lo tanto, de futuro. En “Refugio en un mundo despiadado. Reflexión sobre la familia contemporánea” Christopher Lasch


anota que “La tensión entre la familia y el orden político, que en una etapa anterior de la sociedad burguesa protegía a los niños y los adolescentes de la influencia del mercado, disminuye gradualmente”, si en el pasado el grupo familiar fue el santuario emocional que permitía crecer en un entorno seguro a las criaturas y proporcionaba las herramientas básicas para enfrentar la vida con lucidez y decisión, hoy los niños y niñas crecen sin resguardo ni abrigo humano. Lasch, que conocía de primera mano los movimientos contraculturales de los años sesenta del siglo XX, tuvo la clarividencia de ver su carácter destructivo muy tempranamente y dibuja la imagen de una sociedad que se despeña a la barbarie tanto en el texto citado como en “La cultura del narcisismo”. El trabajo asalariado ha sido otro factor fundamental de destrucción de la institución familiar, los padres y madres no viven ya con sus hijos sino algunos momentos de ocio, consumo y, cada vez más, actividades mercantilizadas, no comparten la vida en todas sus dimensiones por lo que terminan siendo unos desconocidos los unos para los otros. Dice Bruno Bettelheim (“No hay padres perfectos”) que “la sociedad opulenta ha separado las actividades vitales del niño de las de sus padres, además ha puesto mucha distancia física entre ellos (…) entonces todos sufren porque viven emotivamente distanciados unos de otros”. Las personas no podemos vivir sin vínculos, al menos no como humanas, la satisfacción de las necesidades vitales como indivisible unidad de necesidades físicas, psíquicas y espirituales es la base material de los lazos afectivos, no es sustituible por servicios y mercancías. La familia, sobre todo cuando es familia extensa y compleja, trama orgánica sustentada en la continuidad genética del parentesco y a la vez abierta y disuelta en la comunidad de los iguales, es la mejor forma de crecer humanamente, hasta hoy no ha sido superada por ninguna otra forma de agrupamiento humano. La sublime comunión de las generaciones que nos fija a la línea de continuidad del tiempo es el modelo ideal para una sociedad que aspire a ser sustento de las formas humanas de vida.}


UNA NUEVA REFLEXIÓN SOBRE LA FAMILIA (Este analisis esta hecho por una compañera española por lo cual se basa principalmente en la situacion de la familia en europa especialmente en españa pero creo que es una reflexion que se podria aplicarse a muchos lugares en especial a colombia) Como me comprometí, traigo aquí el resultado de mi reflexión, no la creo terminada y seguramente quedarán muchos aspectos sin tratar y contendrá algunos errores y desaciertos, en un asunto tan difícil necesitaremos un largo recorrido de pensar y debatir colectivamente.

NOTA PREVIA Es necesario aclarar que, si bien toda agrupación humana basada en el parentesco es llamada familia, la diversidad en este asunto es tan grande, la variabilidad según modelos culturales tan notable, que es necesario acotar los términos de esta reflexión. Aquí me refiero únicamente al modelo occidental de familia, más en concreto a la realidad de esta institución en la Península Ibérica, que proviene de dos fuentes históricas contradictorias entre sí, el modelo patriarcal de origen romano y el modelo consuetudinario y popular basado en la fusión del cristianismo original o antiguo con la memoria de las culturas prerromanas, dos patrones que se han materializado según las épocas no de forma pura sino, en muchos casos, conectadas y combinadas de distintas formas. Esta cuestión que se aborda en la primera parte del libro “Feminicidio y autoconstrucción de la mujer” será más desarrollado por mí en la segunda parte que está por escribir. En el artículo que sigue esbozo la situación actual y sus raíces más cercanas. LA CRISIS DE LA INSTITUCIÓN FAMILIAR Hablar de familia es hablar de dolor y de amargura, lo cierto es que vivimos tiempos de tribulación y de desastres, las angosturas de la economía son poca cosa comparada con esa otra crisis de proporciones devastadoras que amenaza la civilización como la hemos conocido, que violenta la vida en tanto que vida humana y desmorona la estructura de seguridades, vínculos y soportes de la existencia del sujeto. Esa otra crisis, que lo es de la condición humana, de las capacidades del sujeto en todas sus dimensiones, intelectivas, volitivas, morales, relacionales, proyectivas e históricas, es el contexto en el que se inscribe el malestar de la familia que no se puede entender fuera de este espacio-ambiente. No podemos obviar que la institución familiar es construcción histórica que se define en los rasgos de la época, por su concreción espacio-temporal, por lo que debemos abstenernos de operar con abstractos universales, la familia es lo que es, aquí y ahora, como producto de las numerosas operaciones a que el Estado la ha sometido, pero no solo por ellas, sino también por la aceptación y colaboración que en estos proyectos hemos tenido quienes sufrimos sus consecuencias. Sería ridículo negar que las relaciones, no solo las familiares, sino todos los vínculos y lazos sociales, se han convertido hoy en fuente principal de sufrimiento y angustia; lo que hoy llamamos familia es la sombra fantasmal de la antigua institución humana, en realidad el espacio vacío que está dejando su disolución, el lugar donde la frustración y las carencias se descargan creando una espiral que arruina a la vez la estructura y a los sujetos que viven en ella. DESARROLLO HISTÓRICO DE LA CRISIS


El proceso de esa descomposición tiene unos hitos y un recorrido en el tiempo. La familia moderna no puede entenderse separada de la Constitución de 1812 y su realización en la vida privada a través del Código Civil de 1889. Estas operaciones fueron resistidas de forma apasionada y vigorosa por el pueblo, el cual defendió su costumbre frente a unas leyes que proscribían el amor como fundamento de la vida en común, para convertir los lazos familiares en un contrato regulado por las instituciones del poder y que limitaban por ley la complejidad de relaciones a que accedía el individuo en la familia extensa, confinándolo en la angostura de la familia nuclear. Pero esta maniobra terminó por imponerse a través de acciones complejas de represión, transformaciones estructurales y manipulación de las conciencias. El franquismo culminó el proyecto de familia del liberalismo y acometió los primeros pasos de su liquidación. Al desplazar a millones de personas del campo a la ciudad, alteró de forma sustancial las formas de existencia milenarias que tenían un enorme arraigo y dificultaban la ordenación de la vida social desde el poder. La ciudad ha sido siempre la tumba de la familia y de todas las relaciones horizontales, el lugar donde el Estado se hace fuerte y triunfa la organización jerárquica de la vida. Sin redes de apoyo mutuo, apartadas de sus formas integradas de trabajo para ser encerradas entre las cuatro paredes de los deplorables habitáculos reservados a la clase obrera o arrojadas (pocas al principio y luego una gran proporción) al infame y deshumanizador asalariado, las mujeres sufrieron un colapso. Sus costumbres y sus convicciones dejaron de ser funcionales en el ambiente hostil de las grandes urbes; esto, junto con el ascenso de sistemas de adoctrinamiento nuevos y muy poderosos como la radio (con una capacidad de crear opinión infinitamente superior a la del clero), arrasó la psique de un buen número de ellas y creó un nuevo modelo femenino que llenó el vacío de su existencia interiorizando las consignas del régimen, afirmándose en la estrechez de la domesticidad mezquina del ama de casa y asfixiando en ese ambiente irrespirable a sus familias. Muchas ahogaron su conflicto interior sumándose a la ideología promocionada por la Sección Femenina y la Iglesia de victimizarse y culpar a los hombres de todos sus males, y así surgió ese tipo de esposa-madre gruñona y regañona, insatisfecha y resentida, hiperactiva y castradora que trabajaba incansable y atendía las necesidades de los suyos con un asistencialismo indiferente afectivamente, liquidando de esa forma el amor como sustancia de la vida familiar y convirtiendo muchas veces el hogar en un infierno. También desapareció el padre que, trocado en varón sustentador que se dejaba la piel en el tajo y en la fábrica, con jornadas interminables y horas extras, aún le quedaba algún tiempo para el pluriempleo o la chapuza y unas pocas, a veces muy pocas, horas para el sueño. El trabajo se convirtió para muchos hombres en un vicio al que se sumaron otros como el tabaco y el consumo de espectáculos deportivos, el embrutecimiento se manifestó como la mejor fórmula para soportar una vida infrahumana. La condición y forma de vida de asalariado era continuación de otra experiencia odiosa, la mili, la temprana incorporación al cuartel con un servicio militar que, en el primer franquismo fue especialmente largo, le enseñaba a despreciar a las mujeres, hacer uso de la prostitución y beber para olvidar su triste condición de ser-nada en el ejército. Con todo ello el hombre entró en una espiral de degradación y dejó de ser una figura de referencia para su prole en el ámbito de la educación y el aprendizaje de las habilidades y competencias para la vida; apenas conocía a sus hijos, para los que también él era un desconocido, se limitaba a trabajar y conseguir el dinero para pagar las facturas. Las relaciones de pareja dejaron de tener entidad propia entre personas que vivían separadas y ajenas en lo sustancial, cada cual en sus labores. Las conversaciones del matrimonio solían girar en torno a lo doméstico pero, sobre todo, en torno al dinero, ya que éste empezó a ocupar el centro de todas las aspiraciones; como mucho se conservó durante un tiempo el escarceo libidinal de los días de asueto, que a menudo no llegaban ni a uno por semana. Los hijos le fueron confiados a un sistema educativo que era la espina vertebradora del incipiente Estado del bienestar, allí aprendieron a apreciar unos títulos que significaban la posibilidad de ascenso social y mayores ingresos, y a despreciar a sus padres, sus orígenes y las formas de existencia de sus


antepasados. El grupo de las mujeres que se coaligaron con el franquismo e interiorizaron su cosmovisión veía a sus familias como un ejército dispuesto a la lucha sin cuartel contra las otras familias, sólo en ese aspecto se constituyó el grupo humano como realidad colectiva, la competitividad y la rivalidad generaron una profunda corriente de antipatía hacia esa institución. Si se estudia sin prejuicios lo acontecido, es fácil ver que la defensa de la familia que hacía el régimen de Franco fue más formal y verbal que verdadera, pues su práctica era muy destructiva en ese asunto. Lo que quedó de la institución familiar después de estas operaciones era poco, las nuevas ideas de progreso trastocaron los valores que habían regido la vida en común basada en las instituciones naturales y ancestrales, las necesidades básicas se empezaron a considerar en términos monetarios, de consumo de cosas y servicios. El aumento de la riqueza y la previsión de que el futuro sería aún más pródigo y abundante desalojó en el imaginario social todo interés por aquellas necesidades inmateriales que eran el fundamento y la concreción práctica del amor en la vida comunitaria. Convertido en puro sentimiento, el amor era en el mejor de los casos un estado de adhesión superficial y la mayoría de las veces, simplemente nada. Como decía hace unos días en “Suicidas,asesinos y otras desventuras”, las necesidades vitales físicas y afectivas, es decir, las necesidades materiales e inmateriales de los seres humanos, son una unidad indisoluble, y su disociación crea individuos cuyas carencias provocan un desequilibrio físico y psíquico más grave cuanto mayor es la escisión. Por ello la generalización de las modernas (y dirigidas por expertos) pautas de crianza basadas por un lado en técnicas y por otro en el uso de servicios y objetos de mercado que mantenían la centralidad del consumo en la vida familiar, generó un crecimiento del conflicto en el hogar, conflicto que sobrevenía por la perpetua insatisfacción afectiva, existencial y vital de sus miembros y la rotura de la interdependencia, alimentado además, en el caso de los hijos, por el advenimiento de una nueva cultura juvenil que hacía de la ruptura con las generaciones anteriores y el enfrentamiento con los padres sus señas de identidad. Estos procesos que fueron acelerados con la expansión del Estado del bienestar iniciado con Franco y completado en la sociedad post-franquista, terminaron de liquidar una institución ya muy deteriorada que, ahogada por los servicios estatales, carecía de funciones reales y era un puro aglomerado de seres que, en el mejor de los casos, compartían algunos momentos de ocio o actividades triviales. Fue demasiado fácil para los intelectuales de izquierda y los nuevos redentores a sueldo como los psicólogos, psiquiatras, educadores etc. hacer la crítica demoledora de algo que era ya puro despojo. Pero lo cierto es que la familia, incluso en sus expresiones más dañinas, permitía un grado más o menos grande pero real de auto-construcción consciente y elegida por sus miembros, de reconstrucción, regeneración o rectificación por la acción libre; por ello, en el periodo tratado, la totalidad de las familias no se ajustaban al esquema antes descrito y todavía algunas minorías establecían una forma más o menos integrada de vida en común. Por el contrario, el Estado asistencial no admite ningún rango de elección ni autogestión, tampoco de construcción a escala humana; el sujeto que recibe su protección es únicamente receptor y no copartícipe, es decir, es ser pasivo, objeto de amparo pero no autor, no hay tampoco reciprocidad porque el usuario paga pero no elige el producto que recibe, cuyas condiciones y propiedades le son dadas desde fuera. Además las prestaciones del Estado son frías y desafectas mercancías que no pueden cubrir las necesidades más esenciales de los sujetos a los que se dirigen, las inmateriales, por eso los llamados servicios públicos que hoy se defienden como conquistas preciosas del pueblo son el instrumento de las mayores nocividades y menoscabo de lo humano que hemos conocido en siglos. Lo que hoy llamamos familia no lo es en realidad, no hay en ella unidad orgánica, entidad colectiva con señas propias; eso fue en el pasado no solo la unidad familiar sino la comunidad horizontal toda, un organismo con personalidad propia. Lo explica soberbiamente, en sus detalles concretos y singulares, Santiago Araúz de Robles en “Los desiertos de la cultura. Una crisis agraria”. Al estudiar la destrucción de la sociedad rural tradicional en la que él mismo había vivido su niñez en las aldeas del entorno de


Molina de Aragón, en Guadalajara, señala como esa fuerza de lo común no quita valor a la singularidad de sus componentes, sino que, por el contrario, se alimenta precisamente de la originalidad y la calidad de cada uno. Hoy marchamos hacia una sociedad de individuos atomizados incapacitados para la convivencia, encerrados en sus propias limitaciones, en la estrechez de un egoísmo que no llega a ser ni siquiera egoísmo inteligente, sino que se queda en egocentrismo insensato y ofuscado. Vemos pues que la aflictiva situación actual en que la vida familiar se convierte en experiencia doliente y lúgubre no es consecuencia de la existencia de esa institución sino de su disolución, un proceso del que no podemos tenernos únicamente por sufrientes víctimas porque nuestra colaboración activa o pasiva ha sido elemento decisivo de su desarrollo. Tenemos que entender, además, que estas operaciones son estructurales y solo tienen solución verdadera desde la perspectiva de una revolución integral que sume a la subversión de las formas de organización social, política y económica una auténtica transformación interior del sujeto humano y con él de sus instituciones de convivencia. LA FAMILIA EN LA CONSTRUCCIÓN/DESTRUCCIÓN DE LA PERSONA Y LA COMUNIDAD Las relaciones humanas no pueden desplegarse como abstracción, como amor y armonía universal e impersonal, tienen un componente terrenal y físico, una concreción en la comunión de la vida y de sus requerimientos esenciales. La vida humana es un complejo de necesidades y actuaciones físicas, psíquicas, relacionales, espirituales e históricas que se realizan de forma singular y material, por ello necesitan de unas instituciones y una organización que son la forma concreta que adoptan estas realidades. Son su continente. En el pasado estas estructuras de convivencia eran múltiples y complejas, cada individuo accedía a una gran variedad de relaciones en distintos planos; algunas se basaban en una suave jerarquía de orden natural, otras eran plenamente horizontales e igualitarias; algunas proporcionaban vínculos profundos y de intimidad, otras estaban regidas por la cortesía y cierto protocolo; unas eran elegidas y buscadas y otras eran dadas; todas ellas eran relaciones afectivas en distintos grados y cualidades. Por supuesto no todo era armonía, equilibrio y satisfacción, existía el desencuentro y las diferencias e incluso las desavenencias pero, en general, se observaban ciertas normas y guías de acción basadas en la costumbre que hacían estas situaciones no antagónicas en la mayor parte de los casos. El ideal de la concordia era un freno al conflicto abierto porque se consideraba que la fraternidad debía conservarse por encima de los desacuerdos, y que las relaciones, cuando sufrían daños, debían ser reparadas. Esa diversidad y multiplicidad de experiencias sociales generaba personalidades de abundantes matices y valores, de gran competencia y versatilidad, de excelentes capacidades para el compromiso con los otros, competentes para situarse en las múltiples dimensiones que puede adoptar la relación humana, es decir, creaba auténticos atletas de la sociabilidad. El mundo moderno comenzó por atacar la diversidad, hacer incompatible lo que antes era integrado y fusionado en el todo de la existencia social del sujeto. Se sacralizó una familia encerrada en sí misma que devenía en relaciones patológicas por el exceso de emociones y atenciones que, sobre todo los hijos, recibían. Contra esta desviación se alzaron otras voces que consideraron que todas las relaciones no elegidas debían ser rechazadas, que la afinidad había de ser el todo en el trato social, reduciendo así de forma rotunda la experiencia relacional del sujeto y, por lo tanto, su capacidad para vivir en común y destruyendo los conocimientos adquiridos durante generaciones que daban continuidad a la comunidad popular. Ese sujeto empobrecido admitió de buena gana la “verdad” de la publicidad y la propaganda, que las relaciones entre las personas habían de regirse por los mismos criterios que las relaciones con los objetos en la sociedad de consumo (cuando algo se estropea se sustituye), perdiendo, con ello, la habilidad para reparar las relaciones afectivas tras los inevitables conflictos. Se perdieron también los conocimientos elementales del trato horizontal y, mientras se peroraba contra


todas las jerarquías, incluso las inevitables, se permitía e impulsaba el ascenso de la supremacía ilegítima del Estado, la más inicua de las jerarquías. Finalmente, se fabricaron un conjunto de conflictos que mediarían todos los encuentros entre iguales y que se convertirían en el centro de éstos: el antagonismo entre las mujeres y los hombres, la oposición de los hijos hacia los padres, la rivalidad entre hermanos, la competencia con los cercanos y, en general, la desconfianza hacia los demás haciendo buena aquella infausta sentencia de Sartre, “el infierno son los otros”. Se victimizó ora a los niños y niñas ora a las mujeres, dotando a cada sector de un programa reivindicativo enfrentado con el resto. Las divisiones corporativas creadas desde arriba confinaron a cada grupo en su mundo, separados los unos de los otros. Por todo lo dicho, la defensa de los vínculos familiares solo puede hacerse desde la restauración de los lazos sociales en su multiplicidad y diversidad, dentro de ellos y no aislados de ellos y desde la recuperación del sentido común y la sensatez. La familia como familia nuclear y desintegrada de la vida social en su plenitud no puede ser ni existir como institución positiva, pero la vida social sin la célula familiar queda gravemente dañada pues está condenada a la despersonalización y burocratización de las actividades vitales básicas. La pertinencia de salvaguardar esta estructura tiene que ver con la naturaleza de la existencia humana, la cual implica que tanto su inicio como su conclusión sean etapas de fragilidad y dependencia. Cuidar para la vida y cuidar para la muerte conforman dos experiencias cardinales de nuestra humanización, pero estos cuidados no pueden ser institucionalizados sin perder su idiosincrasia y arruinar la propia humanidad, por lo tanto tienen que procurarse en las organizaciones primarias de convivencia. Las necesidades esenciales solo pueden ser cubiertas desde los afectos y los vínculos trascendentes si lo humano ha de seguir siendo eso, humano. Si aspiramos a pergeñar la imagen de una sociedad sin Estado ni capitalismo, una cuestión cardinal será la forma como entendamos la convivencia social. Los intentos que se han hecho por superar la familia, tales como los de los utopistas del siglo XIX que, hablando de libertad, diseñaron comunidades ultrareguladas; o las comunas de la contracultura que se presentaron como una nueva forma de parentesco electivo, fueron experiencias más destructivas para los individuos que la institución familiar, hasta tal punto que los conflictos interpersonales en unos casos o la pura indolencia y abandono, arrasaron esas comunidades. Por el contrario debemos reencontrar el camino a refundar la complejidad de la relación humana. En ella la familia seguirá teniendo, a mi entender, una función positiva innegable, pues aporta una práctica que no es sustituible por otras experiencias. En el grupo familiar se configuran una trama de vínculos de muy variada naturaleza; hay relaciones electivas (las de la pareja), otras mixtas (pues se elige tener hijos pero no quienes serán los hijos), otras son dadas (los hijos no eligen a sus padres, ni en general a los hermanos), y con todo ello se configura una comunidad que ha de construirse como un organismo vital, aunque enlazado al mundo y a la comunidad más amplia por múltiples lazos. Estas peculiaridades hacen que ni la afinidad ni la justicia conmutativa puedan ser la base de la relación en la familia; por el contrario, su fundamento es el amor compartido, el ser responsables los unos de los otros y no cada uno de sí mismo únicamente. Para ser verdadera agrupación humana, la familia no puede basarse en el contrato, sino en el amor recíproco. Todos sus miembros se sienten, por amor, obligados a entenderse y ayudarse, a aportar tanto como sea posible al común y compartir la vida en lo que la vida es, con su dulzura y su dureza. El amor, como concreción de la decisión previa de amarse, está por encima de la identidad de ideas, del contraste de temperamentos, de la diversidad de personalidades, de las diferencias de perspectivas. La idea de que la vida familiar ha de fundarse solamente en el bienestar y la armonía ha sido una de las más destructivas de la convivencia y la que más conflictos ha creado a base de denostarlos. Los años sesenta fueron prolíficos en textos y catecismos dirigidos a reformar las relaciones entre las generaciones y a hacer felices a los sujetos, pero nunca han asumido ni han explicado que la infelicidad sea hoy, aplicadas sus recetas, mayor que nunca.


La vida familiar fue también una experiencia de total comunidad de bienes; durante mucho tiempo la colectividad vecinal lo era también pues el comunal representaba la parte más importante de la economía rural en muchas zonas. Compartirlo todo es una experiencia de confianza mutua que dota al individuo de una enorme seguridad e invulnerabilidad y tiene su correlato en la seguridad y energía interior, elementos decisivos para que pueda volcarse en la acción y el compromiso con el mundo. Proporciona también relaciones de intimidad, y ésta es una necesidad humana básica. Tenemos mundo interior y compartirlo es un grado superior de espiritualidad, ese estado de comunión íntima que se alcanza en ciertas relaciones, no solo en las familiares sino también en las de amistad y de amor sexual, es fundamento de la vida humana buena. Las relaciones familiares no son estrictamente igualitarias pero sí horizontales; la igualdad se realiza en la escala temporal, hay jerarquía pero debe existir sólo durante los periodos en que la desigualdad es objetiva, real, y desaparecer cuando ésta se acaba; cada sujeto tiene periodos de dependencia a lo largo del ciclo vital, de modo que ocupa lugares diferentes a lo largo del tiempo. El igualitarismo a ultranza es una idea delirante porque niega que la desigualdad existe de forma objetiva en muchas ocasiones; es por ello, casi siempre, una falsa de igualdad, puramente formal. En una asociación de desiguales también las necesidades son desiguales, pero todos tienen necesidades y han de ser articuladas y cubiertas; ello ha de hacerse autogestionadamente, dentro del grupo familiar. La familia moderna que se basa en una concepción simplista y necia olvidó esta verdad y creó un sistema que emula al Estado del bienestar en donde unos son dadores y otros receptores; esto corrompió gravemente la vida familiar porque puso el interés y el egoísmo en el centro de la vida y arrancó el amor. Además, creó una jerarquía (porque el que da, manda) y una resistencia a la autoridad, es decir, enfrentó y dividió a los que antes estaban unidos. Los hijos, asimismo, se convirtieron en tiranos insaciables y violentos dedicados a explotar a sus padres. El privilegio y el egoísmo son venenos letales para cualquier comunidad humana. Existe, debe existir, la reciprocidad en todo, el servirse los unos a los otros por amor, pero ésta no se puede realizar de forma simple, no es una operación aritmética. El equilibrio entre lo que se recibe y lo que se da se efectúa a través de valores no siempre equivalentes; la compensación se produce también a lo largo del tiempo y en la escala global. Esto fue así en la sociedad tradicional anclada en la costumbre y no en la ley positiva del Estado porque se valoraba sobre todo que el equilibrio se produjese en la forma de equilibrio social, es decir, todo el mundo consideraba que el dar y el recibir debía ponderarse en el conjunto de la comunidad y no en la forma de una transacción entre individuos concretos basada en la ley del valor. Hay una visión universalista y un principio de la confianza en que todo el mundo deseaba aportar al máximo de sus posibilidades, por eso cada miembro trabajaba a favor del resto desde muy pronto y hasta que sus fuerzas vitales se lo permitían, lo que hacía la vida fácil, integrada, y a cada persona valiosa y respetada. Cuando este delicado equilibrio ecológico se fracturó, la muerte de la familia estaba decidida. COMPRENDER Y AFRONTAR EL PRESENTE DE LA FAMILIA Aún nos queda por pensar aquello que es más difícil y doloroso, qué hacer con la familia que hoy tenemos o la que nos falta. Cuando reflexionamos sobre la vida común lo que se nos viene a la mente en primer lugar es desolación, ruina. Para cada vez más personas vivir en familia es una experiencia aflictiva. El enfrentamiento entre los sexos, inducido desde las alturas, ha alcanzado tales niveles que las mujeres y los hombres, cuando no se odian, se desconocen, se rehúyen y se temen, mucha gente, después de experiencias muy destructivas, no se siente capaz de comprometerse de nuevo, de manera que el número de individuos que basan sus relaciones en un compromiso vital es cada vez menor, ésta


comienza a ser una práctica rara, escasa y de ínfima relevancia social. Las relaciones entre padres e hijos son, para un número muy grande de familias, una fuente de atroces padecimientos. Las agresiones de los hijos e hijas sobre todo a sus madres, son cada vez más frecuentes (se habla de un crecimiento de un 50% anual). Es lógico, porque la adolescencia se ha convertido en una etapa de degradación y embrutecimiento extremos; las chicas y chicos que han vivido siempre ajenos a sus padres, confinados en un sistema educativo que destruye a la vez el pensamiento, la socialidad y el sentido moral, entregados al alcohol y las drogas cada vez a edades más tempranas ¿podrían tener altos valores y sentido ético? ¿ sabrían amar y respetar a unos padres a los que no conocen y a los que consideran únicamente como sus patrocinadores en lo económico? ¿Cree alguien que poner una asignatura en el currículo puede resolver problemas tan trascendentales? También crece el maltrato infantil, aunque en nuestro entorno ha sido siempre bastante menor de la media mundial, vemos que aumenta exponencialmente con lo que se igualará con ésta en unos años, este asunto está muy relacionado con las campañas de los feminismos sobre el impacto negativo que la maternidad y la crianza tiene sobre las mujeres, sentimiento que ha hecho desaparecer la inigualable devoción que tenía la sociedad tradicional por la infancia. El modelo de crianza desestructurado y caotizado está siendo devastador para las criaturas, el aumento de los trastornos psíquicos en edades tempranas es la plasmación de una violencia estructural contra la infancia. La violencia intersexual, la que perpetran los hombres sobre las mujeres, de la que se conocen los datos, y la que ejercen las mujeres sobre los hombres, que se oculta en las estadísticas, sigue creciendo en cantidad y en dureza. Pero la más dramática de las violencias tal vez sea la que se practica con los ancianos y sobre todo con las ancianas, pues las mujeres viven más años. Éstos, que deberían ser respetados especialmente y valorados por su experiencia de la vida, tomados como referencia y guía en muchos asuntos trascendentes, son abandonados, atropellados e institucionalizados en masa, el número de ellos que padece graves secuelas psíquicas y físicas es asombroso, la desnutrición, por ejemplo, es tan frecuente entre este sector de la población que los hospitales lo tratan con un protocolo común y cotidiano. Un gran número de personas están siendo destruidas por esta mixtura de insensibilidad, desunión, incomprensión y agresión que es hoy la convivencia y que representa una auténtica catástrofe civilizatoria, nuestras formas tradicionales de vida social están en ruinas y en esa desolación hemos de vivir. La decisión de morar en la realidad, aún cuando ésta sea tan amarga, es la única correcta, no debemos huir del horror, tenemos que ser capaces de sostenernos en él para que exista alguna posibilidad de transformarlo. Esto significa que la moderna noción hedonista que toma el bienestar y la tranquilidad como meta es muy inapropiada para abordar los grandes problemas de la existencia a los que tenemos que hacer frente hoy. La actual crisis será un punto de inflexión en estas cuestiones. Si en los últimos años se convenció a una multitud de que el Estado del bienestar había ¡por fin! liberado a las personas de las relaciones humanas comprometidas y que ello nos haría más libres y más felices, ahora la crisis económica dejará desamparados a los que ya no son capaces de valerse por sí mismos ni poseen vínculos suficientemente fuertes con sus iguales para autogestionar sus necesidades básicas. Todavía en el presente la familia continúa siendo el colchón que salva a una parte de los caídos por la crisis, pero tenemos que ser conscientes de que esto se hace a expensas de las generaciones más mayores que siguen considerando que las responsabilidades contraídas con los suyos deben ser asumidas incondicionalmente, pero una gran parte de esa generación no supo enseñar a vivir según esos principios a sus hijos de modo que con ellos acabará, no una época histórica, sino un modelo civilizatorio. Lo que vendrá después apenas podemos intuirlo pero si comencé el artículo con una cita del “Apocalipsis” fue, precisamente, pensando en un previsible futuro si las tendencias actuales se afirman, como hoy por hoy está pasando. Una vez se haya constituido la muchedumbre solitaria que está emergiendo, el individuo-a será el rehén perfecto de la empresa y del Estado, un ser completamente manejable por el poder.


Las posibilidades de dar un giro a los acontecimientos son pequeñas pero no inexistentes, por lo tanto merece la pena pensar en ellas, preocuparse por ello es ya, por sí, parte del proyecto de regeneración social. Recuperar los vínculos familiares no es tan fácil como desearlo, la institución que conocieron nuestros ancestros fue una construcción singular (no fue la misma ni en todos los tiempos ni en todos los lugares aunque conservó rasgos esenciales durante siglos). La familia se sostenía sobre la urdimbre de un sutil tejido de prácticas, conocimientos, hábitos y aprendizajes, un delicado hábitat en el que algunos cambios podían alterar de forma trascendental todo el conjunto como ha sucedido. El amor desinteresado y la entrega incondicional que en el pasado eran fáciles y equilibradas conductas practicadas por todos hoy son, mal entendidos, un fenómeno de gran nocividad porque, en la mayor parte de los casos, el sujeto al que se dirigen no es el de antaño, un individuo autoconstruido e inclinado a vivir también en la entrega amorosa, sino una persona volcada sobre los principios del interés personal, el máximo beneficio, el cálculo y la valoración en prebendas y privilegios de toda acción (para eso es aleccionado cada día desde múltiples frentes). Entregarse a los demás sin tener en cuenta las condiciones concretas de las personas sobre las que se derrama el amor es alimentar esos valores dañinos y perjudica por igual a quienes reciben esas atenciones y a la vida social. En la actualidad la función maternal se ha convertido muchas veces en un fenómeno perturbador, muchas mujeres tenemos una necesidad íntima de amar y servir a los que amamos de manera incondicional y no hemos analizado con suficiente lucidez si esas formas del amor son positivas o negativas en las condiciones singulares del presente. Amar sin correspondencia, con completo desinterés, es un acto de gran valor en un sentido pero, en determinados contextos, puede ser profundamente pernicioso porque estimula el mal personal y el mal social, es, en realidad, una forma adulterada de afecto porque para que el amor sea auténtico debe dirigirse a mejorar y elevar a aquellos a los que se dirige y a aumentar el grado del amor de forma universal, algo que, en esos casos, no se produce. La construcción de estos estilos afectivos extraviados que se sostienen en el impulso y orillan la inteligencia, la reflexión y el conocimiento como factores co-fundantes del amor, que es acto integral de la persona, es una de las grandes enfermedades de la sociedad presente. La simplificación de estos asuntos que ha hecho la modernidad es, por sí, una forma de adulteración y destrucción del amor. La recuperación de la trama del compromiso humano requiere de un conjunto de acciones y elecciones en muchos planos diferentes, articuladas y jerarquizadas entre sí, interdependientes y enlazadas con la situación concreta-singular de la sociedad en que se desarrolla. La familia solo puede emerger como parte de la batalla por recuperar los lazos sociales y a los sujetos capaces de sostenerlos es decir, como parte de una revolución integral. Por sí mismo el grupo familiar será difícilmente salvable, poco más podremos hacer que certificar su defunción. La restauración de los vínculos sociales depende de forma sustantiva de que reaparezca un sujeto con valores y capacidades para sostenerlos, no solo con cualidades morales y convivenciales sino también intelectivas. La regeneración de las estructuras de vida común precisará de grandes dosis de la virtud que los antiguos llamaron prudencia, es decir, sabiduría práctica, capacidad para hacer análisis que tengan en cuenta la complejidad de lo real-concreto y tomar decisiones e intervenir sobre ella. En el orden estratégico se necesita un análisis holístico de largo alcance y proyección de futuro en el que las decisiones y la acción sean consideradas como parte de la realidad a examinar, que proponga un conjunto de acciones planificadas en múltiples dimensiones (políticas, axiológicas, estructurales, individuales etc.) de la convivencia social, un plan con una perspectiva de mucho tiempo y vinculado a un conjunto de procesos paralelos en los distintos aspectos de la vida humana y de la sociedad. En lo que podríamos llamar el plano táctico, o sea, del corto plazo, necesitamos aprender a utilizar los recursos de todo tipo que nos quedan, lo poco que no ha sido liquidado, las cualidades que hayamos sido capaces de conservar y echar mano de grandes dosis de creatividad. En primer lugar tenemos que renunciar a los recetarios o catecismos que nos venden los expertos, no


hay fórmulas universales para aplicar a todas las situaciones y solo el esfuerzo permanente por comprender y enfrentar cada problema, cada encrucijada de la convivencia, es adecuado. No necesitamos expertos ni facilitadores; siempre que delegamos los problemas fundamentales en especialistas estamos asegurando aquello que deseamos alejar, pues ellos nos venderán sus técnicas y protocolos para rellenar el hueco que ha dejado la afectividad auténtica y la pérdida del sentido del bien y el mal, pero, como no son realidades que pertenezcan a la misma categoría cada solución técnica que probamos nos aleja más y más del ideal de la buena convivencia. En lo concreto y lo personal hemos de asumir que no todos los conflictos que hoy sufrimos tienen solución, el despeñadero al que se dirige la cultura occidental y con ella todas las instituciones que se sujetaban en su tronco dejará muchos cadáveres por el camino, algunos de nosotros seremos, seguramente, parte de los damnificados a pesar de nuestros esfuerzos. En cualquier caso merece la pena luchar para reconquistar la convivencia social aún si cada uno de nosotros no la disfrutamos, lo necesario ha de ser realizado sin esperar recompensas, lo que corresponde es pensar en lo universal antes que en lo que nos aqueja personalmente puesto que ese es el fundamento en el que puede sujetarse la regeneración de la sociedad. Porque en última instancia la reaparición de la familia y la comunidad humana horizontal depende de que exista un sistema de valores positivos que puedan pasar de generación en generación y que engendren una sociedad que haga realizable la libertad, la convivencia y la excelencia del sujeto. NOTA Mientras escribía este artículo se podía leer en El País, el 25 de mayo de 2012, una noticia con el siguiente titular “Un foro ultraconservador llama al regreso de la mujer al hogar. Debate en Madrid sobre la “familia natural”, la castidad y el “comportamiento” gay”. Unos meses antes en el mismo periódico Vicente Verdú había escrito “Es difícil, por no decir imposible, encontrar una institución más mostrenca, opresiva y anacrónica que la familia actual”. Para el icono del capitalismo más próspero y que proporciona beneficios más colosales, la industria de la propaganda, que lleva casi cuarenta años ostentando el poder ilegítimo de manipular las conciencias y participando en las más altas esferas del Estado, lo que queda de la institución familiar, aún siendo casi nada, se considera excesivo. Toda agrupación humana no controlada directamente por la burocracia de los poderosos ha de ser demolida para que el Estado maximice su poder y el capitalismo más salvaje pueda materializarse, a ello se entrega esa corporación de la maldad y el abuso sobre el pueblo que representa “El País”.


8 de Marzo de 2013: LAS MUJERES SE EMANCIPAN A SÍ MISMAS Texto desde España Es intolerable la idea ultra-machista de que las mujeres han de ser emancipadas por las instituciones, por el Estado, a través de la Ley de Violencia de Género, el Ministerio de Igualdad, la legislación económica que las privilegia, el sistema de cuotas, la propaganda institucional denigratoria de los hombres, la demonización del sexo heterosexual, la proscripción de la maternidad y el odio obligatorio a los niños/niñas, la estigmatización del amor y otras medidas. Ahora el PP, o sea, la derecha española, sociológicamente heredera del franquismo, está llevando adelante las “políticas de género” con mayor fuerza aún que antaño el gobierno del PSOE. Por ejemplo, los últimos protocolos de actuación para “erradicar la violencia machista” son los más rigurosos desde que tal ley se promulgó, y las subvenciones a colectivos sexistas del Ministerio de Igualdad de la derecha (hasta no hace mucho franquista) siguen siendo generosas, a pesar de la crisis. Así se está convirtiendo a ciertos sectores de féminas en criaturas sometidas al Estado y de él dependientes. Si en el viejo patriarcado el Estado obligaba a los hombres a “proteger” a las mujeres, en el nuevo patriarcado, el actual, el que se ha institucionalizado en los últimos decenios, es el artefacto estatal directamente quien se hace cargo del amparo y tutela global de las féminas. Pero la emancipación no puede regalarse, no es algo otorgado desde arriba. El acto liberador, por su propia naturaleza, ha de ser realizado por quien se libera. Lo que se ha constituido con todo esto, es una nueva mujer hiper-dependiente, a la que los privilegios y ayudas otorgadas la están maleando y destruyendo como ser humano de calidad, como sujeto con autonomía, inteligencia, fortaleza, sentido moral y libre albedrio. El viejo patriarcado también se sirvió de las prebendas para reducir a las mujeres a la condición de seres no-humanos. Su exclusión de los ejércitos y las guerras era un privilegio colosal. El nuevo patriarcado, cuyo centro es el Ministerio de Igualdad y cuya ley más señera es la de Violencia de Género, igualmente utiliza los privilegios y la ayuda para infantilizar, encanallar y destruir a las mujeres en tanto que seres humanos mujeres. La mujer hiper-protegida por el paternalismo estatal no es una emancipada sino una esclava. No es una liberada sino una criatura institucionalizada, asombrosamente dócil y sumisa, pasiva y dependiente, ininteligente y embrutecida. Si el antiguo patriarcado se dirigía a someter a las mujeres el nuevo pretende algo aún peor, destruirlas en tanto que seres humanos. Los privilegios degradan a quienes los poseen. Otorgar derechos sin deberes hace perversas, necias y pasivas a las personas, como explica Simone Weil, esa mujer ejemplar. Valerse de la “discriminación positiva” es destruir en las féminas el esfuerzo por emanciparse a sí mismas, que es la esencia del proyecto emancipador. El Estado no actúa de protector de las féminas por filantropía. Lo hace para servir a la razón de Estado, a la voluntad del artefacto estatal de dominarlo todo y poseerlo todo. Quienes tienen una visión ingenua, “positiva”, del Estado, que lean a Maquiavelo y entiendan qué es realmente la razón de


Estado. Es un insulto para las mujeres sostener que las ha de proteger el ente estatal, pues equivale a decir que son seres inferiores que no son capaces de protegerse a sí mismas. Por eso este 8 de marzo debe ser de lucha contra el Estado “protector” y sus agentes, para afirmar la total capacidad que poseen las mujeres para ser ellas mismas, defenderse a sí mismas, vivir por sí mismas y existir con total autonomía. Eso exige denunciar la “discriminación positiva” y considerar a quienes la respaldan como la peor expresión de misoginia y machismo de la historia. Así se podrá poner fin a la deriva feminicida que ha tomado nuestra sociedad. La emancipación total de las mujeres es una de las grandes metas del proyecto de revolución integral, dirigido a crear una sociedad libre, sin ente estatal ni clase empresarial, por tanto, sin patriarcado ni neopatriarcado, libre de sexismo de uno u otro tipo. Afirmemos pues este 8 de marzo la gran idea de revolución total con las mujeres en la primera fila de la acción revolucionaria. De ellas depende la victoria.


PRECISIONES SOBRE LA VIOLENCIA DE GENERO Muchas feministas culpan al patriarcado de la violencia contra las mujeres pero la poca documentación teóricas sinceramente me lleva a desconfiar de esto para lo cual hice esto con algunas causas que podría explicar esto mas que apoyarse en una teoría que se asienta muchas veces en mitos(ampliamente refutados en los diferentes textos de este folleto) que ni la misma historia ha podido demostrar La primera razón de la violencia de genero “Se pueden resumir en una primera y más significativa, la destrucción de los vínculos sociales y el amor, lo que conlleva la práctica extinción de los lazos que unen a los iguales, desde la simpatía, el más elemental, hasta el amor universal a los ideales grandes y sublimes, pasando por el amor sexual-personal. No sólo han desaparecido los vínculos, sino la propia capacidad para crearlos, es decir, el conocimiento preciso para urdir la trama del compromiso humano, lo cual conlleva que los otros seres humanos se hayan convertido en realidades que no se ven, no se entienden y no se desean. En la desaparición de la socialidad han colaborado muchos elementos propios de la modernidad y la sociedad autoritaria : 1) La sociedad de consumo, pues consumir es destruir, destruir es agredir, y eso crea un hábito que lleva finalmente no valorar a los seres humanos 2) El Estado de bienestar y la estatización general, que además de hacer irresponsable, infantil y estúpido al individuo, convirtiéndolo en sujeto sin control (por tanto, en personalidad insociable y psíquica mente enferma y propensa a expresarse por medio de la violencia) coopera asimismo en la destrucción de la familia al eliminar la interdependencia y la ayuda mutua como expresión material de los vínculos y del amor; 3) El Estado policial que determina que la fuerza sustentada en la ley es el remedio a todos los problemas, también a la violencia machista e instruye a las personas en ese principio 4) La existencia de ejércitos profesionales, donde se enseña a agredir, torturar y matar, los cuales son quizá la causa principal de los hábitos violentos de un sector de los varones, y pronto de un sector de las mujeres, recientemente admitidas a filas 5) La legislación gubernamental, que es ley estatal, promulgada y hecha aplicar por el Estado durante siglos, hoy sustituida por la legislación dominativa que tiene los mismos efectos: rebajar el nivel del afecto y amor mutuo en la sociedad, elevando el grado de enfrentamiento y desamor, por tanto de la agresividad y las agresiones 6) La destrucción de toda vida comunitaria creando el sujeto de la modernidad, un ser egocéntrico, solitario e incapaz de convivir, para el cual el otro u otra es el enemigo a batir 7) La trituración planeada de la familia extensa, después de la nuclear, y más tarde de todos los vínculos humanos que no estén mediados por el dinero y el Estado 8) La aniquilación de la ética y de la disposición a vivir éticamente 9) La urbanización forzada y el estilo urbano de vida, pues las megalópolis son el centro mismo de todas las formas de violencia, mucho más que el mundo rural 10)La deificación del dinero, vil actividad en la que el ESTADO desempeña una función de primera importancia, que ha devaluado tanto la dignidad que tuvo lo humano, por sí mismo, como el respeto hacia los demás, nociones éstas por completo ajenas a lo monetario 11) El uso inducido desde arriba de las drogas y el alcohol 12) La existencia de la propiedad privada concentrada, que enfrenta a unos seres humanos con otros; 13) La degradación de la masculinidad; 14) La trituración de la feminidad en curso 15) La continua apología de la violencia que hace la publicidad y la industria del ocio, en particular el cine, la televisión y la novela 16) La ideología autoritaria dominativa y competitiva , presente todavía en numerosas personas, hombres y mujeres


17)La existencia del trabajo asalariado que impone las relaciones jerárquicas y de fuerza que devalúan al sujeto, especialmente a las mujeres, al nivel de las mercancías 18) La victimización de la mujer que fomenta la irresponsabilidad y el entontecimiento de las que se adscriben a ella 19)El Estado y las grandes multinacionales que utiliza la “violencia de género” como fuente de colosales ganancias políticas, especulando con la sangre de las mujeres asesinadas 20) El aparato universitario lanzado a la manipulación de las mentes a gran escala por medio de los productos ideológicos que fragua sin tregua; 21) El narcisismo femenino que impide asumir responsabilidades y hacer juicios objetivos y sensatos sobre los propios actos 22)La liquidación integral del ser humano en tanto que humano, su bestialización planificada por conversión en ser-nada y en lastimosa criatura subhumana.” Lo cierto es que no será fácil revertir las consecuencias de estos procesos que han dañado de forma significativa la vida social comunitaria y la vida personal de mujeres y hombres. La brega política y la denuncia de las leyes de violencia de genero es insuficiente y por lo tanto habrá que elaborar un programa que conciba un camino de recuperación, o más bien de creación de nuevos lazos de unión entre los sexos en la lucha contra el patriarcado, ahora contra una forma mas compleja del que forma parte las leyes contra la violencia de genero. El Estado, como nuevo pater-familias estimula en la mujer un sentimiento de debilidad, inferioridad y victimismo que las convierte en sus protegidas y, como tal, deudoras, entregadas por completo a su tutela y protección y también al obediente cumplimiento de sus proyectos y designios. Ésta es hoy la principal fuente de machismo y misoginia que debe ser denunciada y destruida por las mujeres y los hombres comprometidos con la emancipación social. Para evitar que tal evento sea comprendido se ha comenzado a lanzar la acusación de machismo en todas direcciones aterrorizando a alguna gente bienintencionada que desea romper con el patriarcado sin llegar a ver que ha mutado a través del tiempo en algo mas difícil de entender por muchos . Se intenta identificar lo masculino con lo machista por lo que muchos hombres se sienten impelidos a negarse en tanto que hombres para reconstruirse como seres sin matices sexuados, es decir, para mutilar su humanidad en tanto que singular masculino. Lo diré de nuevo, machista es toda actitud que limita la presencia social, política, reflexiva o vital de la mujer. A quienes sostienen que sólo los hombres han de curarse del machismo yo les contesto que las mujeres que no bregan con energía para situarse en primera línea en las tareas más importantes y más difíciles del momento, que no asumen sus deberes como el mayor bien y la mayor oportunidad de crecimiento, que no se comprometen con los problemas fundamentales del mundo antes que con su limitado interés personal, que permanecen en una nueva forma de domesticidad, de culto a lo pequeño, absorbidas por ejercicio de actos de control sobre los hombres, SON UNAS MACHISTAS, que deben curarse de ese grave desarreglo haciendo crítica de sí mismas con decisión y valentía. El hostigamiento del machismo y la misoginia es tarea hoy para mujeres y hombres que debemos remediar en nosotros mismos ese mal en un proceso que será a la vez de auto-construcción personal, reconstrucción de los lazos convivenciales horizontales y ruptura planeada con el ente estatal. Este será el camino más difícil pero el único realmente eficaz para limitar al mínimo (pues su supresión será imposible por la misma naturaleza de lo humano) la violencia contra las mujeres y el desencuentro y la agresión entre pares.

A MODO DE RESUMEN: 1.La violencia entre los sexos es completamente rechazable pero, al contrario de lo que dice el feminismo de Estado no resulta de un solo factor –la cultura machista y el patriarcado hoy inexistentesino de dos, a saber, la trágica naturaleza de la condición humana que nos convierte en fieras en ciertas


circunstancias y la acción del propio Estado que a través de la ley y la manipulación de las conciencias divide, enfrenta y fragmenta la sociedad civil para aumentar su poder, siendo este segundo el agente decisivo en el momento actual. 2.No es admisible que quienes dicen oponerse al Estado defiendan las leyes promovidas por este, sin tener en cuenta sus sus concepciones sexistas y androfóbicas .3.Debe denunciarse las leyes de violencia de genero como una ley que proyecta el Estado policial y la represión indiscriminada contra la población y además impone la intervención del poder en la vida íntima de los individuos. 4.Debe condenarse asimismo su función “educativa” para imponer a la sociedad los disvalores del odio, el egoísmo y la inmoralidad, su carácter machista pues presenta a las mujeres como seres incompetentes y las pone bajo la tutela del Estado. Las mujeres deben oponerse de forma contundente a esas medidas que supuestamente las protegen .5.Condenar y criticar la ley no es suficiente, es necesario bregar por la recuperación de los saberes, las conductas, las prácticas, los hábitos y las instituciones que rigen la convivencia entre iguales. 6.Las mujeres y los hombres tienen que rescatar las habilidades, los instrumentos y capacidades para elegirse y convivir rescatando el amor como vínculo sublime y excepcional y el sexo como potencia unitiva de enorme valor. Las relaciones íntimas entre las personas deben dejar de ser intervenidas por el Estado y tenemos que aspirar a que lleguen a ser ajenas a cualquier intromisión política. 7) Resulta incoherente que cierto “radicalismo”, que se llama a sí mismo antisistema, ejerza de vocero de las consignas del poder jaleando el desencuentro entre mujeres y hombres, señalando como agresiones los actos más inocentes y triviales , y poniéndose en todo a las órdenes de la social democracia que los usa como mano de obra en sus proyectos. Debemos ser conscientes de que mien-tras siga atizándose la pugna entre los sexos, la agresión, la violencia y el crimen seguirán creciendo sin remedio. Las relaciones entre las mujeres y los hombres tienen que fundarse en la simpatía, el afecto, la fraternidad y el amor, no en el miedo, la incomprensión y el desconocimiento y el odio pues solo unidos se puede hacer frente al sistema de dominación. 8)La influencia de las leyes en la convivencia social y la cosmovisión y hábitos de los individuos no ha de ser menospreciada pues el cuerpo legal del sistema lejos de ser consecuencia de la realidad social es, más a menudo, causa de esa misma realidad que es previamente buscada por los legisladores, así sucede con las leyes contra la violencia de genero que está consiguiendo la destrucción de lo poco que quedaba de las instituciones naturales de vida social, a saber, los vínculos afectivos-sexuales y las relaciones familiares de convivencia y parentesco pues si los de abajo están divididos, o mejor aún, atomizados, el sistema de dominación se fortalecerá de manera colosal. Una sociedad unida, estructurada, dotada de cultura, y capacidad para vivir en común, con posibilidad de dotarse de fines elegidos y aspiraciones compartidas es un duro enemigo del Estado que queda así muy disminuido en sus prerrogativas y posibilidades de acción. Por ello la segregación es el camino para el triunfo del absolutismo estatal, primero se separó a los jóvenes de los adultos, luego a los niños de los mayores, a los ancianos de la sociedad en general y finalmente a los hombres de las mujeres, de esta manera todos, aislados y solitarios, disminuidos, irresponsables y entontecidos por la falta de experiencia social, pueden ser mejor sometidos y dominados por las instituciones del poder. Si el patriarcado del pasado se basó en la familia y el control de las relaciones que en ella se establecen un sometimiento que siempre fue parcial y limitado- el actual sistema de dominación se fundará sobre la destrucción de todas las instituciones naturales de convivencia, en la creación de un individuo, ya no plenamente humano, por la pérdida de la mayor parte de las capacidades de relación íntima y afectiva con sus iguales, en ello tendrá un papel fundamental el odio sexista introducido por el Estado que aspira a la destrucción de los valores y capacidades positivas que conservan las mujeres y que nos convertirá, si no lo remediamos, en seres solitarios y egoístas, ajenos a la moral y el recto obrar en nuestra vida pública y privada, empobrecidas de práctica mental reflexiva y, en general, de vida psíquica y espiritual alguna, ajenas al amor y a las necesidades humanas auténticas


UNA MIRADA CRITICA AL SEGUNDO SEXO (Simone de Beauvoir) "Puesto que la opresión de la mujer tiene su causa en la voluntad [masculina] de perpetuar la familia y mantener intacto el patrimonio, la mujer se librará de esa dependencia absoluta en la medida que se libre de la familia; si la sociedad, negando la propiedad privada, rechaza la familia, la suerte de la mujer mejorará considerablemente." (Simone de Beauvoir) El rasgo común que caracteriza a las ideólogas del feminismo es su manía de análisis monoscópico, su costumbre de escribir con un ojo tapado, su tendencia a ver únicamente la porción del escenario iluminada por el círculo de luz que ellas manejan, desconociendo sistemáticamente el resto de la realidad. Ese método de mirada selectiva es indispensable cuando los hechos y la naturaleza estorban y, sin embargo, hay que mantener a toda costa conclusiones preestablecidas. Una ideología tan insólita y desmesurada como el feminismo, que pretende explicar la historia de la humanidad, desde los orígenes de la civilización hasta nuestros días, como un proceso ininterrumpido de opresión de todos los hombres sobre todas las mujeres, por fuerza tiene que dejar en la oscuridad enormes porciones de la realidad histórica y social para que su argumentario conserve cierta coherencia. Engels dejó fuera de su ángulo de visión enormes trozos de la realidad para sacar adelante su teoría sobre los orígenes de la familia, y sus discípulas han aplicado sistemáticamente ese principio de exclusión en todas sus formulaciones. El método de análisis histórico y social del feminismo es la mirada monoscópica. La gran Biblia feminista es, sin duda, "El segundo sexo", publicado por Simone de Beauvoir en 1949. En ese libro se retoman las teorías de Engels y, sin abandonar su primitivo enfoque económico, se les da tanta amplitud y se las envuelve en tal ramaje de erudición, que las teóricas de los feminismos posteriores han encontrado prácticamente acabada su obra de cimentación ideológica y, en cierto modo, se han limitado a ser epígonas de la escritora francesa, alfa y omega del feminismo. Sin embargo, el libro parece más destinado a vencer que a convencer, a aplastar al lector con erudición no siempre bien aquilatada y casi siempre sesgada, a brillar más por la intensidad de su propaganda que por su honradez intelectual. En todo caso, su publicación fue una manzana de la discordia innecesaria, porque el clamor sufragista llevaba varios decenios extinguido y la mujer hacía mucho tiempo que había emprendido el nuevo rumbo propiciado por la evolución de la economía moderna. La mal llamada "emancipación" de la mujer se habría producido igualmente sin el feminismo resucitado por Beauvoir (a buen seguro, la odontóloga "emancipada" que revisaba mi dentadura infantil en los años 50 no había oído nunca hablar de la autora francesa) y, de paso, sin sus demonios, es decir, sin sus manipulaciones políticas, sus discriminaciones "positivas", sus abusos judiciales, su postergación de la maternidad -en aras de la competitividad, el placer y la estética-, la gran miseria moral del aborto y, en última instancia, el peligro de extinción -moral y demográfica- de la cultura occidental en Europa. Si Engels tenía ya poca excusa, a la luz de los conocimientos de su época, para distorsionar a su conveniencia la prehistoria de la humanidad, las explicaciones de Simone de Beauvoir sobre las relaciones entre los sexos en las comunidades primitivas alcanzan niveles de gratuidad escandalosos. Por ejemplo, cuando afirma: "Es especialmente difícil hacerse una idea de la situación de la mujer en el período que precedió al de la agricultura. Ni siquiera se sabe si, en condiciones de vida tan diferentes a las actuales, la musculatura de la mujer y su aparato respiratorio estaban tan desarrollados como los del hombre". Para salir de la duda, la autora no habría necesitado siquiera consultar a alguno de sus alumnos sobre los mecanismos elementales de la evolución de las especies; le habría bastado con observar, en cualquier escena cinematográfica, la musculatura y el ritmo respiratorio de los nietos o las nietas de las indias norteamericanas que, cien años antes, integraban las tribus paleolíticas de las


Grandes Llanuras. Algo tan elemental no se podía escapar a una escritora tan culta. En realidad, todo su análisis histórico está lleno de gratuidades similares, así como de constantes idas y venidas a través de las épocas y las culturas. Hablando del "régimen matrilineal" de ciertas tribus primitivas nos indica que la presencia de una mujer al frente de una tribu (prehistórica) no significa que todas las mujeres sean soberanas y, para ratificar su aseveración con un ejemplo, da un salto de varios milenios en el tiempo y explica cómo Catalina de Rusia (siglo XVIII) no contribuyó en nada a mejorar la suerte de las campesinas rusas, tras lo cual vuelve a saltar por encima de su abismo cronológico para seguir hablando sobre la organización de la vida conyugal en los clanes y tribus prehistóricos. Casi nunca sabemos exactamente a qué lugar y época está refiriéndose, ya que los celtas se mezclan con los babilonios y los polinesios en una misma línea argumental consistente en repetir de cien maneras diferentes que las mujeres han sido siempre una simple moneda de cambio para los hombres, sin que uno llegue nunca a comprender muy bien cuál era el interés del padre en desprenderse de tal riqueza para entregársela al marido. Obstinada en reinventar la Prehistoria y en desconocer los ejemplos coetáneos, nos indica que el hombre neolítico y agrícola –situado en un peldaño cultural muy posterior al mencionado referente de las tribus norteamericanas- conoce "más o menos la utilidad del acto sexual" en la procreación y que "son los misteriosos efluvios que emanan del cuerpo femenino los que atraen a este mundo las riquezas ocultas en las fuentes misteriosas de la vida". Esta cotización de la mujer como talismán de fecundidad rural, capaz de multiplicar los granos de las espigas con sólo sentarse un rato en un mojón, es uno de los lugares comunes predilectos de nuestro tiempo, pero pretender que los neolíticos galos o iberos, o los paleolíticos sioux no sabían si los niños venían de París o los traía la cigüeña sólo puede ser ceguera deliberada. Fiel a la monomanía engeliana de hacer del paleolítico un paraíso comunitario y de situar en el neolítico, con sus nuevas formas de propiedad privada, la fuente de todos los males, Beauvoir nos enseña, sin el menor asomo de sonrojo, que "los instrumentos de la edad de la piedra no exigen un esfuerzo intenso, por lo que la economía y la mística coinciden en dejar en manos de la mujer el trabajo agrícola" y que, no siendo éste muy pesado, las mujeres son con frecuencia quienes "presiden los intercambios de mercancías: el comercio está entre sus manos". Si las hachas de piedra eran tan manejables, no entendemos la necesidad de inventar las de bronce y hierro, aunque tampoco cabe excluir que haya sido otra artimaña del patriarcado para sojuzgar a la mujer. Algo así parece subyacer en esta formulación de altos vuelos que encontramos unas páginas más adelante: "No basta con afirmar [como hizo Engels] que la invención del bronce y del hierro haya modificado profundamente el equilibrio de las fuerzas de producción y que, con ello, se haya hecho realidad la inferioridad de la mujer; esta inferioridad no basta para explicar la opresión que ha sufrido. Lo que le resultó nefasto fue que, al no convertirse en compañera de trabajo del obrero, quedó excluida del mitsein humano: que la mujer sea débil y de capacidad productora inferior no explica esa exclusión; es el hecho de que ella no compartiese su forma de pensar y de trabajar y de que permaneciese subordinada a los misterios de la vida lo que hizo que el hombre no reconociese en ella a su semejante". Luego aparecieron las esclavas, y el hombre prefirió el trabajo de las esclavas "por ser más eficaz que el que podía desempeñar la esposa, por lo que ésta perdió su función económica". Con lo cual Beauvoir, siempre empeñada en demonizar la propiedad privada, nos descubre que la mujer empeora de condición cuando pasa de cavadora y segadora a señora de la casa. Todas estas transformaciones ocurren "en los tiempos primitivos", "entre los nómadas", "según algunos historiadores", "en las hordas primitivas", "en los regímenes de transición, que son los más extendidos", etc. El lector tiene la sensación de que el advenimiento del patriarcado se produce en un limbo de


arenas movedizas donde todos los espacios geográficos, las culturas y las épocas se hunden y reaparecen mezclados en un caos sin contornos ni límites. Las afirmaciones más osadas se exponen con carácter general, haciéndose así extensivas a todas las épocas, a todas las culturas, a todos los rincones de todos los continentes, en una verdadera catarata de veredictos condenatorios inapelables. "En el régimen estrictamente patriarcal –afirma Beauvoir imperturbable-, el padre puede condenar a muerte a sus hijos e hijas desde que nacen; pero en el caso de los primeros, la sociedad limita con más frecuencia su poder: a todo recién nacido varón de constitución normal se le permite sobrevivir; mientras que la costumbre de abandonar a las hijas estaba muy extendida; entre los árabes había infanticidios masivos; nada más nacer, las niñas eran arrojadas en fosos". ¿A qué régimen patriarcal se refiere, al "caudillista" de los germanos, donde se tenía por gran delito "dejar de engendrar y contentarse con cierto número de hijos o matar alguno de ellos", según nos cuenta Tácito, o al régimen "comunista" de Esparta, caro a la autora, donde los recién nacidos considerados poco fuertes eran arrojados desde el monte Taigeto, según relata Pausanias? ¿Qué árabes renegaban tanto de los preceptos del Islam como para arrojar a las niñas recién nacidas en fosos, y cómo se las arreglaba la generación siguiente para seguir reproduciéndose sin ellas? Tampoco sabemos exactamente dónde o cuándo ocurrían estas atrocidades que relata líneas más abajo: "Puesto que la mujer es su propiedad como una esclava, una bestia de carga o un objeto, es natural que el hombre pueda tener tantas esposas como desee; sólo las razones económicas limitan la poligamia". Pero un poco más adelante parece haber cambiado de opinión y nos brinda este prodigio de aritmética feminista: "El mantenimiento de un harén ha sido siempre una pesada carga; sólo el fastuoso Salomón, los sultanes de Las Mil y Una Noches, los reyes, los jefes, los ricos propietarios pueden darse el lujo de un vasto harén; el hombre medio se contentaba con tres o cuatro mujeres; el campesino apenas si poseía más de dos". En la reescritura de la historia que se hace en El segundo sexo, el victimismo feminista se da estrechamente la mano con las teorías de Marx y Engels. Al igual que ellos, Simone de Beauvoir se inventa una "sociedad matrilineal" en la que "la propiedad comunal se transmite a través de las mujeres" y "se puede considerar que la tierra pertenece místicamente a las mujeres". La tribu paleolítica es el edén perdido de la mujer, "destronada por el advenimiento de la propiedad privada" y cuya historia "se confundirá, en lo sucesivo, con la historia de la herencia". Como de costumbre, no se nos dice nada sobre el cuándo y el dónde de esa evolución. Del anatema se salva Esparta, prefiguración de un paraíso feminista y comunista descrito por S.B. como un "dos en uno" de propiedades milagrosas: "Puesto que la opresión de la mujer tiene su causa en la voluntad [masculina] de perpetuar la familia y mantener intacto el patrimonio, la mujer se librará de esa dependencia absoluta en la medida que se libre de la familia; si la sociedad, negando la propiedad privada, rechaza la familia, la suerte de la mujer mejorará considerablemente. Esparta, donde prevalecía un régimen comunitario, era la única ciudad en que la mujer gozaba de un trato casi igualitario con el hombre. Las hijas eran educadas como los hijos; la esposa no estaba confinada en el hogar del marido: éste sólo estaba autorizado a hacerle furtivas visitas nocturnas; y su mujer le pertenecía tan poco, que cualquier otro hombre podía reivindicar su derecho a unirse a ella: la noción misma de adulterio desaparece cuando desaparece la herencia; cuando todos los niños pertenecen colectivamente a toda la ciudad, las mujeres no están sujetas celosamente a un dueño: o dicho a la inversa, al no poseer bienes ni descendencia propios, el ciudadano tampoco posee a su mujer. Las mujeres sufren las servidumbres de la maternidad al igual que los hombres las de la guerra: pero, salvo el cumplimiento de ese deber cívico, ningún impedimento restringe su libertad". Es decir, los obstáculos a la felicidad femenina son la familia y la propiedad privada, emanaciones ambas del patriarcado. A falta de una tribu paleolítica en eterna trashumancia detrás de los búfalos, lo


ideal es la vida espartana: los hombres sujetos a un servicio militar vitalicio (desde los 20 a los 60 años), alojados en barracones o ausentes en campaña, y beneficiarios de furtivas incursiones nocturnas en el lecho de sus esposas; y las mujeres, mientras tanto, holgando en sus casas, ya que una multitud de ilotas trabaja para ellas en régimen de esclavitud. Ése es el paraíso "comunista" y "feminista" ensalzado por Engels, Beauvoir y sus herederas. En Esparta (o Lacedemonia), el Estado era el propietario de la tierra cultivable, distribuida en unos 10.000 lotes (de unas 20 hectáreas cada uno), que asignaba individualmente a cada uno de los 8.000 a 10.000 ciudadanos de pleno derecho que integraban la casta dominante (los denominados "iguales", que, a semejanza de los del Animal Farm de Orwell, eran más iguales que los demás). El cultivo de esos lotes de tierra era función de unos 120.000 ilotas, que debían entregar al dueño de cada lote la mitad de los productos obtenidos y estaban "fijados" a su lote correspondiente, como los siervos de la gleba medievales. En consecuencia, la función esencial de los 10.000 "iguales" (se ve que no puede haber comunismo sin "nomenklatura") era mantener sojuzgados a los 120.000 ilotas y reprimir cualquier insubordinación. Mal que le pese a S.B., en ese supuesto régimen prefeminista, la mujer no era compañera ni ciudadana, sino simple ama de casa en el sentido más estricto y patriarcal de la palabra. Todas las costumbres que distinguían a las espartanas de sus coetáneas de la Hélade (el ejercicio físico de las jóvenes, la exención de los trabajos manuales, encomendados a las esclavas, el espaciamiento de los encuentros sexuales con su marido, el matrimonio con hombres jóvenes) tenían una única finalidad: parir hijos robustos, capaces de perpetuar el poder de la casta superior, y así lo explican los autores antiguos. En cuanto a lo que Beauvoir considera libertad sexual de las espartanas, veamos si esa "libertad", tal como la describe Jenofonte, se ajusta a los cánones feministas: "Sin embargo, podía darse el caso de que un hombre viejo tuviera una mujer joven; y observó [se refiere a Licurgo, el legislador espartano] que los viejos son muy celosos de sus mujeres. Para tales casos, instituyó un sistema totalmente distinto, obligando al viejo a introducir en su casa algún hombre al que admirase por sus cualidades físicas y morales, para que engendrase hijos. Por otra parte, el hombre que no desease cohabitar con una esposa, pero quisiese tener hijos de los que estar orgulloso, podía, según la ley, elegir una mujer que fuese madre de una familia saludable y de origen distinguido y, si obtenía el consentimiento del marido, engendrar hijos en ella." (Jenofonte, Constitución de los Lacedemonios, cap. I). Es muy probable que las espartanas estuviesen satisfechas y orgullosas de sus funciones exclusivamente reproductoras y criadoras y, a buen seguro, no cambiarían su vida de amas de casa por los rigores castrenses de sus maridos, pero no creo que haya muchos ejemplos de sociedades en las que la condición de la mujer se distancie más del ideal feminista, por más que las feministas, siguiendo a ciegas a su maestra, hayan decidido adoptarlo como referencia histórica.


EL HOMBRE COMO ENEMIGO:UNA CRITICA AL MANIFIESTO S.C.U.M. (Somera critica de este texto si merece llamarse asi de corte fascista mi lucha de hitler version mujer aun me parece increible y extraño que en espacios que son libertarios y compañeras que se hacen llamar feministas le sigan prestando atencion a textos como estos hablo de revistas como antisistema lo unico que hago yo es denunciarlo frontalmente ) Pareciera superfluo ya hablar de este tema después de lo que acabamos de ver. Es claro que el hombre no es el enemigo de la mujer, que ambos son victimas de un sistema que les gobierna habiendo en él tanto hombres como mujeres. en este tema no haré lo mismo. Preferiré hablar de cómo algunas mujeres ven en el hombre ni más ni menos que a su enemigo, llevando la lucha feminista hasta el extremo. Perdiendo el horizonte, despistadas ya en el objetivo revolucionario, terminan por hacer de su lucha, de algo benéfico, algo perjudicial. Hablemos de las llamadas “Scum”(si no lo has leído en anexos se incluira el texto completo) La principal instigadora de dicha corriente es Valery Solanas, quien escribió un “Manifiesto SCUM” (SCUM: Society for Cuttin Up Men. Sociedad para la eliminación de los hombres). Quien haya leído ese manifiesto, tuvo que tener un estomago fuerte para aguantarse las ganas de vomitar sobre él. Este texto, digno de la pluma de cualquier nazi, no tiene el mas mínimo asomo de verdad. Valery Solanas, quien escribió este texto, lo hizo notablemente desde el rencor personal que siente por los hombres; dejando de lado la cuestión personal que le llevo a tal conducta –fue violada de niña por su padre-, un escritor al escribir jamás debe dejarse guiar por sus rencores personales. Si tiene un mínimo de ética y decencia, debe escribir desde un punto de vista imparcial: Valery no tiene nada de eso. Este texto demuestra además que Valery no tenia ni la mas minima idea de filosofía, historia, fisiología, economía, ciencia –pensaba que podría evitarse el envejecimiento y la muerte del ser humano-, etc. Pero dejando de lado estas deficiencias de Solana, lo curioso es ver el gran gusto que tiene por la palabra “mierda” Esta falta de carácter crítico en esta feminista le hace afirmar categóricamente cosas realmente absurdas: “Los hombres sienten desprecio por ellos mismos, y por el resto de hombres” afirma también en su pseudotexto que el hombre en realidad desea ser mujer… ¡y después nos procreamos con monos! ¿O que sigue señora Solanas? La condena de la familia de que se habla en este folleto, la repite también Solanas: “La comuna, siendo la extensión de familia, es la extensión de la violación de los derechos de la mujer, su privacidad y sanidad”. No debe entonces sorprendernos la opinión que tiene de los hombres: “El hombre, por su naturaleza, es una sanguijuela” “La eliminación de cualquier macho es un acto de bondad y justicia, supremamente beneficiosa para las mujeres tanto como un acto de piedad hacia los hombres” A cerca de la mujer, si la Iglesia Católica ha atacado siempre el ejercicio de una vida sexual plena, Valery no duda tampoco en hacerlo: “El sexo no forma parte de una relación: por el contrario, es una experiencia solitaria, no creativa, una manera grosera de perder el tiempo. La mujer fácilmente puede – más de lo que imagina—condicionar y restringir su impulso sexual, dejándola completamente libre, fresca y cerebral para perseguir las relaciones y actividades realmente valiosas” “El sexo es el refugio de la brutalidad” ¿Qué métodos propone Valery para librarse la mujer de ese mundo de opresión que ella sola le construyo? Ni mas ni menos que métodos blanquistas y estatistas: “La mujer, le guste o no, tomará el mundo a su cargo, aunque sólo sea porque debe hacerlo, pues el hombre, por razones y propósitos prácticos, dejará de existir” “SCUM quiere actuar ya, viviendo para sí. Y, si la mayoría de mujeres fueran SCUM, podrían adquirir el control completo de este país en pocas semanas” “en algunas semanas, podrían someter completamente a los hombres” “Cuando elimine el sistema, el saqueo, la


pareja; destruya y asesine, SCUM ganará reclutas. Ganará material humano de élite - las activistas duras (pendejas, saqueadoras y destructoras) para luego dar paso a la élite de la élite - las asesinas-” ¿Cómo se conformaría la nueva sociedad “sin hombres”? según ellas así: “En una sociedad cuerda, el macho trotaría obedientemente detrás de la mujer. El macho sería dócil, sujeto a la dominación de cualquier mujer empeñada en dominarlo” “SCUM dirigirá Sesiones Miérdicas, en las cuales, cada macho dará un discurso que comenzará con la oración: ‘Soy una mierda, un mojón de mierda humilde’, luego pasará a poner en una lista todos los aspectos de su mierdicidad” En lugar de una sociedad sana, donde hombres y mujeres se vean como hermanos, fraternicen y sean solidarios entre si, para lograr un avance no solo económico y social, sino también moral, Valery propone estas payasadas. En lugar de dignificar a la mujer, le quiere dueña, ama… gobernante. Pero encima desea rebajarla aun mas: “Libres del decoro, la amabilidad, discreción, de la opinión pública, la moralidad, del respeto a idiotas, siempre horribles, sucias, viles, las SCUM arriban… a todas partes…a todas partes… a todas partes, lo han visto todo –cada parte-- han hecho todo – la escena de mierda, la escena de lesbiana, todo el tinglar, el coito, la chupada, la del coño y de la verga, han presenciado todos los números habidos y por haber, han paseado todas la calles y se han tirado a todos los puercos… es necesario haber experimentado la cópula hasta hartarse para profesar la anti-cópula, y las SCUM han vivido toda clase de experiencias, y ahora están preparadas para un nuevo espectáculo; quieren vibrar, despegar, surgir. Pero SCUM no prevalece, aún permanece en la zanja de nuestra “sociedad”. Y si la bomba no estalla, la sociedad reventará por sí sola hasta llegar a la muerte” Que no se preocupen las llamadas “SCUM”: ese ideal patético de mujeres en el poder, de mujeres dominando, está ya, ahora mismo en acción en pequeña medida: hay, como hemos visto ya, mujeres reinas, policías, militares, etc… ¡brindemos por ello! No y mil veces no; esto no puede ser considerado libertad para la mujer, a menos que por libertad se entienda –como actualmente se hace- el libre ejercicio de someter y aplastar a los demás. Hemos visto unas líneas mas arriba como Solanas dice que las feministas SCUM deben ser siempre horribles, sucias, viles, las SCUM lo han visto todo –cada parte-- han hecho todo – la escena de mierda, la escena de lesbiana, todo el tinglar, el coito, la chupada…” pues bien. Es también un lema de las feministas predicar el “amor libre” Permítaseme decir lo que yo entiendo por amor libre y por unión libre: por unión libre entiendo la libertad de elegir la persona con la que uno está, dejando de lado prejuicios y opiniones de particulares, y decidiendo por nosotros mismos. Por “amor libre” se entiende comúnmente el “estar con quien uno desea” pero estas ultimas palabras entrecomilladas, han venido a significar, mejor de libertad para la mujer, su envilecimiento. Es común ver que tras este lema muchas mujeres van y vienen de unos brazos a otros. Pues bien, que cada quien haga lo que desee con su vida, y yo no les voy a decir si deben o no hacer eso. Pero que no se nos diga que convertir a las mujeres en objetos que van de un lado para el otro es liberarla, porque no me lo creeré. Esta conducta, que tiene más semejanza con un tipo de prostitución no pagada, no puede liberar a las mujeres; no por el hecho de desear la libertad de elegir a mi compañera, voy a elegir a diez al mismo tiempo. Por que estas conductas envilecen a hombres y mujeres por igual. El texto de Solanas que acabamos de leer en pequeñas partes también empuja a la mujer –bajo el manto del feminismohacia la inmundicia, recordemos: “es necesario haber experimentado la cópula hasta hartarse para profesar la anti-cópula, y las SCUM han vivido toda clase de experiencias” Pero dejemos de lado estas consideraciones, pues no compartiendo yo la forma de ser de Solanas, tampoco voy a decir a las personas lo que deben o no hacer. Es evidente la locura de Solanas, y que el hombre, lejos de ser el enemigo de la mujer, debe ser para ella un compañero, en la lucha contra el poder que nos tiene a todos esclavizados.


CONCLUSIONES(POR AHORA) La realidad hoy es que un número creciente de mujeres poseen un formidable poder, un ejemplo es Angela Merkel que, como primera mandataria de Alemania es quien, de forma fáctica, ostenta la autoridad máxima en Europa,.hoy el 40% de latinoamerica es gobernada por mujeres y en la gran mayoria de ejercitos la presencia de mujeres es del 25% se espera que en los proximos años se iguale a la presencia de los hombres En todo el mundo las mujeres conquistan puestos señeros en la jerarquía política y económica, son hechos que no se pueden obviar al hablar de la condición femenina actual. Hoy el feminismo de Estado es quien dicta, de forma imperativa, la ortodoxia sobre la emancipación de la mujer, se ha dicho que éste desnaturalizó el verdadero feminismo pero lo cierto es que las principales corrientes de aquél movimiento fueron afines en lo esencial a los principios cardinales del poder estatal-burgués, pues todas las tendencias que no se adscribían, de una forma u otra, a sus intereses han sido condenadas al ostracismo y la marginación. Atropellando la libertad de conciencia de las mujeres y los hombres las instituciones han impuesto un complejo de ideas que son obligatorias. Se resumen en lo siguiente. El trabajo asalariado, la profesión y el dinero son los principales instrumentos de realización personal e independencia femenina. Al grito de “Todo por la empresa” y “Todo por el dinero” varias generaciones de féminas han arruinado sus vidas en las mazmorras de fábricas y oficinas, como recompensa un porcentaje creciente de ellas ha conseguido ascender en la escala de mando de las corporaciones laborales convirtiéndose, algunas, en verdugos de los hombres y mujeres a los que dirigen. Otra máxima del feminismo institucional es que las mujeres han de ocuparse únicamente de sus problemas, así viven según los cánones de un neo-machismo confinadas en las “cosas de mujeres”. Un nuevo narcisismo de género alimenta la idea de que podemos y debemos perseguir el poder y el dominio en las relaciones sociales, incorporándose a nuestro vocabulario el anglicismo “empoderamiento” para designarlo. Además es preceptivo “salvarse” del amor. El odio, fundado en un sexismo esencialista, ha de ser la emoción predominante en todas las féminas emancipadas y las que no quieran ser acusadas de sumisas, machos etc., la agresividad y la violencia deben formar parte de sus habilidades sociales básicas y el egoísmo de género debe prevalecer en su ideología y su práctica. El rencor y la hostilidad hacia los varones, convertida en cosmovisión esencial en un núcleo creciente de mujeres, ha impulsado la afluencia femenina en el ejército y las diversas policías. En un futuro próximo habrá muchas féminas, no solo entre las tropas y los efectivos policiales sino también en los mandos de todos los cuerpos militares y represivos. Cada vez con más frecuencia aparecen mujeres involucradas en actos de torturas y brutalidad policial o militar. La especialización del feminismo consiste en centrarse por completo en los sufrimientos de la mujer a manos del hombre. Si esta catalogación fuese alguna vez completada, la especialización no seria durante más tiempo necesaria y habría llegado el momento de trasladarse mas allá de la lista de ofensas sufridas, hacia un intento real y actual de analizar la naturaleza de la opresión de la mujer en esta sociedad, y llevar a cabo acciones reales y muy meditadas para acabar con esta opresión. Así que el mantenimiento de esta especialización requiere que las feministas amplíen este catalogo al infinito, incluso hasta el punto de dar explicaciones por las acciones opresivas llevadas a cabo por mujeres en puestos de poder, como expresiones de poder patriarcal, y así de esta manera liberaría a estas mujeres de las responsabilidades de sus acciones. Presentándonos como sempiternas víctimas de los hombres el Estado se exime a sí mismo de ser la principal fuente de opresión sobre nosotras, el creador del patriarcado y el beneficiario primordial de la forma concreta de marginación y sumisión histórica de las féminas, a la vez que define un nuevo modelo de sujeto femenino más conveniente para sus proyectos presentes. Por ello todas las supuestas ideas y prácticas “emancipadoras” constituyen la forma moderna en que las mujeres se integrarán en los fines estratégicos del poder establecido y la manera como serán dominadas. Su afluencia en masa al


mercado laboral ha sido dirigido desde arriba –se inició durante lo que se llamo “liberacion” femenina y ha continuado con el parlamentarismo-, el objetivo no es la libertad de la mujer sino el crecimiento del Estado como potencia imperialista en el caso de estados unidos y España por citar algunos ejemplos, por un lado, y la legitimación del capitalismo que aparece como liberador al menos para la mitad de la población. Así hemos sido atadas a un laborar embrutecedor por repetitivo, mecanizado, especializado, jerarquizado y dirigido que conlleva la progresiva quiebra de nuestras facultades intelectuales, de la sensibilidad, la voluntad y la sociabilidad. Las empresas dirigen hoy de una forma inadmisible la existencia de sus empleadas que están obligadas a subordinar su vida personal y familiar a los intereses de las corporaciones para las que trabajan. Al demoler el antiguo patriarcado, que formaba parte del militarismo del pasado y que se basaba en dedicar a las mujeres a cubrir las necesidades demográficas de los Estados en pugna y a los hombres a combatir por los intereses de su nación, la máquina estatal-capitalista podrá movilizar a la población femenina (no solo a las soldados sino a todas las mujeres por conscripción) en caso de una guerra a gran escala. . A cambio de las migajas que el poder otorga, en lo venidero las mujeres serán tocadas por el horror, la muerte y la destrucción de una posible y previsible contienda mundial, al mismo nivel que los hombres. Para que tal situación se realice, la libertad de conciencia de las mujeres es violada repetida y fatalmente por las instituciones del poder, nuestras libertades más primarias son atropelladas Esta “liberación” que las convierte en monjas laicas al servicio del capital, del Estado y sus instrumentos, se produce, además, a costa de la explotación de millones de mujeres, que, en los países del Tercer Mundo, están obligadas a parir hijos e hijas para cubrir nuestro permanente déficit demográfico en el caso de muchos países europeo donde esta tasa es realmente baja. Al enfrentar de modo radical a los dos sexos impide que los de abajo seamos capaces de unirnos para hacer frente al aparato de dominación que ve reduplicado su poder. Con leyes como la de Violencia de Género en muchos países , se ha convencido a muchas de que toda relación entre los sexos está plagada de agresión y violencia machista. Así, lo que es producto de la acción de una ínfima minoría de los varones se achaca al género creando un mar de incomprensión, desencuentro y animadversión entre hombres y mujeres muy beneficioso para sus intereses. Condenados tanto nosotros como ellas a la soledad y la incomunicación, nuestras vidas se han convertido en un compendio de horrores de tal naturaleza que arruina en nuestro interior las virtudes humanas y nos convierte en sujetos solo aptos para las ergástulas del mundo laboral y militar, a la vez que impedidos para la vida moral, la libertad y la fraternidad con nuestras iguales. Las mujeres que desean una sociedad sin Estado, basada en las relaciones horizontales y en la libertad equitativa para todos, hombres y mujeres, debemos comprometernos en la resistencia al feminismo estatalista, al chovinismo femenino (tan nocivo como el masculino) y a todas las formas de sexismo. Tenemos igualmente que definir los instrumentos para construirnos como sujetos competentes en la lucha por la revolucionarización de la caduca sociedad presente. Tal proyecto nos impone el desprendernos de todas las formas del victimismo que nos degrada y envilece, y entregarnos a la comprensión reflexiva de la realidad presente y de los grandes problemas políticos, filosóficos, convivenciales, morales y vitales, realizada para establecer la verdad y para construir la cosmovisión que oriente nuestra acción. En tal tarea deben aspirar a recuperar en ellas las cualidades, que se llamaron femeninas, del desinterés, entrega, fortaleza, energía y cultivo del amor compartiendo la lucha y el esfuerzo en afectuosa unión con nuestras compañeras.


ALGUNAS DUDAS PARA EL DEBATE SOBRE EL PATRIARCADO Creo que después de todo lo expuesto queda mas que claro por que no creo en la existencia del patriarcado hoy en día aquí dejo una valiosa aportación al debate para que la piensen y se pueda discutir con argumentos para generar propuestas no para la liberación femenina ni masculina si no para LA LIBERACION HUMANA El patriarcado aparece en los escritos feministas como ese mecanismo causal que explica todas las desigualdades de género. Sin embargo, la ausencia de una definición analítica de este concepto hace que se haya convertido en la causa y consecuencia de todo comportamiento discriminatorio. ¿Para qué sirve el patriarcado? 1. Es evidente que se ha creado por alguna razón, sirve a algún propósito. Alguien tiene que sacar partido. 2. Espero que todos seamos lo suficientemente adultos como para hablar enserio y no contar chistes como ese chisme de que es una creación del hombre para reprimir la sexualidad de la mujer. Eso implicaría que, de manera natural, el hombre busca la represión de la mujer. El hombre, es por tanto, un dominador nato. Esa explicación es absurda y denostadamente falsa. Y en cualquier caso: La represión de la sexualidad de la mujer es una consecuencia de un sistema de dominación determinado, no su causa. ¿Por qué se inventa el patriarcado? Ya he explicado a lo largo del folleto que considero que el patriarcado nunca se inventó. Lo que nunca se inventa, o es natural, o no existe. Creo que no existe porque la teoría del patriarcado supone que las mujeres están subordinadas a los hombres. Yo no lo veo así. Creo que hombres y mujeres están subordinados a las necesidades de sus sociedades, y en algunos casos, dichas sociedades, precisan de patriarcado para subsistir. Como Napoleón Chagnon afirma acerca de los Yanomamo, la violencia es parte de un mecanismo de adaptación cultural para la supervivencia en su hábitat. Somos nosotros quienes, desde la moderna era ilustrada, les aplicamos calificativos éticos y morales. No creo que nadie, en definitiva, saque partido del "patriarcado", es decir, que no es un invento para sacar provecho. Es una evolución social que resulta de unas necesidades concretas y unos recursos concretos. ¿Maneras de evitarlo? Cultura antiautoritaria, por un lado (que incluiría que tanto hombres como mujeres hubieran aprendido todas las técnicas necesarias para la supervivencia por igual, que ambos aprendieran a defenderse, etc.), y formas prácticas de desenvolverse que no precisasen de patriarcado. Todo el mundo hace hincapié en el carácter supuestamente sexista de muchas sociedades sin Estado, o


se enfada por la División Sexual del Trabajo, pero obvian que, sin ese par de puntos, la sociedad sin Estado sería, en sí misma, la encarnación del ideal antiautoritario.

Si el Estado surgió de factores económicos, no lo hizo por desventura. Y si hay culturas respetuosas con las mujeres, o bien es porque el patriarcado no nació, o porque en algún momento se le hizo desaparecer. Tienes que elegir o determinismo o azar. Pero no puedes estar repicando y en misa. En cuanto a si la civilización necesita el patriarcado para sobrevivir, a la vista está que aparentemente no. En esta sociedad muchos aspectos de la dominación del hombre sobre la mujer persisten. Pero otros aspectos de esa dominación han sido eliminados o fuertemente cuestionados. Y ello sin que la civilización se haya venido abajo..., ni siquiera un poquitín. Es decir, en resumen: "creo que el patriarcado no existe, aunque existe" O dicho de otro modo, "si observo patriarcado en una sociedad, es porque le es necesario para subsistir, aunque no creo que exista". Cambia patriarcado por capitalismo, y la frase tendrá el mismo sentido. Una confabulación tiene que beneficiar a alguien, y se hace de manera consciente. Si unas acciones se practican de manera inconsciente, o bien se hacen por accidente, o bien porque es algo natural. Me parece que especificarte más las cosas sería repetir todo lo que vengo diciendo a lo largo del texto Hablas de la humanidad y el patriarcado como en todas partes funcionaran las sociedades de la misma manera, cuando es es completamente falso. El trabajo remunerado, por ejemplo, no es algo universal. Tampoco la educación, en el sentido en que unos hacen de profesores para otros. Tampoco el "ascenso" debido a la actividad laboral: Ejemplo: Richard B. Lee documenta en sus tiempos vividos con los bosquimanos en África cómo éstos, a quien traía el animal más grande y jugoso lo ridiculizaban y banalizaban hasta el punto de hacerlo sentir mal. Para los bosquimanos, eso era útil para impedir que la gente se volviera vanidosa y estúpida. Puede consultarse en el Cuaderno de Semiótica Potlach, del AÑO II, NÚMERO II, OTOÑO 2005. La promoción profesional y política tampoco se da en las sociedades primitivas. en los que Clastres habla largo y tendido sobre ello Las mujeres que recolectan tienen igual o mayor importancia en cuanto a la dieta de la tribu que los hombres, y están relacionadas con un recurso económico de manera directa. Pero existe división del trabajo: por regla general, ellas recolectan, ellos cazan. Al dar el salto a la sociedad estatal, aparecen unas divisiones del trabajo mayores, en todos los aspectos, que apartan a la mujer de muchos aspectos de la vida humana. Aquí podría hablarse de patriarcado, no antes.


Desde mi punto de vista, la sociedad estatal necesitaba en su momento y en esas condiciones determinadas, "el patriarcado". Era parte de su idiosincrasia y le facilitaba la supervivencia. Esto no quiere decir que yo esté a favor de dicho "patriarcado", del mismo modo que no estoy a favor de dicho tipo de sociedad. .Cuando he dicho que no creo en la existencia del patriarcado , me refería a que no creía en su existencia desligado de la sociedad estatal, como afirman muchos, como si fuera algo previo a todas las sociedades arcaicas y modernas, como una especie de tara que la humanidad ha arrastrado toda su existencia y algún día eliminará. Sin tener en cuenta todo lo terriblemente marxista que suena dicha teleología, me parece además infinitamente falso que la existencia de dichas estructuras autoritarias puedan tener algún fin, y por tanto, sean concebidas, fuera de sociedades que han precisado de diferentes sistemas de división de la población y concesión de roles a los individuos para funcionar correctamente. . De hecho, la división de roles moderna o arcaica sólo es una consecuencia lógica de la ruptura con la sociedad primitiva: si en una sociedad funcionaba de un modo, en nuestra civilización funciona de otro. Pero nunca existió ese mundo sin división por roles, lo que aunque no significa que no pueda existir, sí que implica que el patriarcado nunca se realizó, es sólo un concepto, como tú dices, probablemente marxista, y por tanto, de una gran carga teleológica: 1. En el pasado la sociedad primitiva no permite la igualdad porque no hay intelectualismo [ilustración, filosofía] 2. En la sociedad arcaica, el intelectualismo [ilustración, filosofía] empieza a aparecer, pero como es cosa de hombres, las mujeres siguen sin poder rebelarse. 3. En la sociedad decimonónica y moderna empiezan las mujeres a tener acceso al intelectualismo [ilustración, filosofía] y, por tanto, pueden liberarse. 4. En el futuro, las mujeres serán libres y los hombres, según el caso, estarán subyugados o serán libres también. La división de roles, sin embargo, supone que tanto un sexo como otro posee una función en sociedad. Esto significa que si la mujer está oprimida, el hombre también lo está. El hombre debía hacer cosas de hombres, y la mujer, cosas de mujer. Entonces, ¿por qué la mujer se siente oprimida por su rol? O, dicho de otro modo, ¿por qué el hombre no? El patriarcado supone que el hombre es el que, culturalmente o por su propia naturaleza, ha designado unos roles que le benefician. Pero lo cierto es que el rol masculino, la tradición masculina, puede suponer grandes perjuicios para ellos. En cambio, para que una mujer sea violada por un hombre no se necesita ni patriarcado ni nada, sólo que dicho hombre no respete a dicha mujer y le gane en fuerza. Las mujeres, por regla general, no violan hombres. ¿Violan los hombres por regla general a las mujeres? Parece que no. En la mayoría de sociedades el número de violaciones es pequeño, incluso en sociedades patrilineales. ¿Tiene entonces la violación algo que ver con el patriarcado? Sólo en la medida en que la ley, el aparato judicial, justifica y apoya dicho comportamiento. ¿Dónde está el patriarcado aquí?


Si tienes una sociedad imperialista y quieres conquistar tierras (una sociedad con Estado, lógicamente), ¿por qué si hombres y mujeres son tan buenos para la guerra el uno como el otro se elige al hombre como guerrero? Tal vez es más fuerte. Pongamos que sí. Nadie va a decirle nada a sus guerreros. De unos guerreros al servicio de una guerra económica no se espera que sean gentiles, ni respetuosos. Si violan mujeres a nadie le importa. De hecho, conviene que sean bárbaros, crueles y que donde pisen no crezca la hierba. La legislación, por tanto, al servicio del hombre. Del hombre, claro, que está al servicio de la guerra. Y de la guerra, que está al servicio de una civilización en expansión continua. El patriarcado no existe. No es una cuestión política. Se trata simple y llanamente de hacer economía, de hacer una economía eficaz en una sociedad que no es autosuficiente y precisa de desangrar al resto del mundo. Si en la sociedad primitiva la división sexual del trabajo no significa opresión, puesto que no hay ley que premie un comportamiento y castigue otro, porque no hay un aparato judicial separado, ni Estado; la sociedad civilizada, simplemente permite al varón aprovecharse de la mujer mediante la fuerza, en la medida en que la legislación le beneficia, es decir, está amparado por una fuerza extrasocial: el Estado. Pero: -Si eliminamos el aparato que justifica la actitud abusona por parte del varón para con la mujer, el varón podrá seguir llevando a cabo la misma actitud sin problemas, mientras no haya una legislación que opere al revés: castigando al varón en concreto, vigilándolo y demás. -Si hacemos eso, los varones más agresivos, los mejores para la guerra, tomarán conciencia de clase, se opondrán al Estado y no querrán luchar para defenderlo. -La solución pues, no pasa por el Estado. -Si eliminamos el aparato judicial que supuestamente beneficia al hombre y no construimos ningún otro, seguiremos sin tener ninguna solución a menos que: exista una fuerza anti-abuso que permita contrarrestar la fuerza pro-abuso. Si no existe dicha fuerza, entonces el varón agresivo que no acepta un no por respuesta seguirá resultando un problema. -O, la última opción es el lavado de cerebro. Esa es la que se nos intenta imponer en la sociedad actual: hacer creer a los hombres que son idiotas, agresivos y pueriles, y que las mujeres son más inteligentes, pero que ellos son buenos para la guerra, los trabajos físicos, etc. De nuevo la DIVISIÓN DEL TRABAJO POR SEXO, pero al estilo MODERNO. Cuando terminaba el instituto, ya empezaban a decir aquello de que las chicas sacaban mejores notas, eran mejores en clase, eran más inteligentes, etc. A muchos les consolaba la idea de que: ¡Ellos eran más fuertes! Así pretendían evitar el daño a la mujer: es muy valiosa, hay que respetarla. Sin embargo, no salía


demasiado bien: a muchos esa idea les reventaba tanto que se volvían misóginos . Pero en esas anda el Estado y tantas feministas: intentando solucionar el berenjenal.

Por qué no creo en la existencia del patriarcado como algo aplicable a todas las culturas y previo al Estado. Cuando se habla del patriarcado, no sólo se lo define por el hecho de que el poder está concentrado en las sociedades divididas en las manos de los hombres, sino que también se le da un carácter histórico; se habla de que es propio a todas las sociedades por igual. Una estructura de poder masculina que humilla, abusa, explota y discrimina a las mujeres. Pareciera que todos los hombres de las sociedades denominadas patriarcales son felices con su rol de dominadores, y ante tal situación sólo puede esperarse que, en el mejor de los casos, sean las mujeres las que se oponen. Porque, quienes parten de este punto, también parten de lo siguiente: dominar es tener poder, tener poder es útil, quien tiene el poder, siempre está en mejor posición que quien no lo tiene. Olvidan, por ejemplo, que en una sociedad tal, la confrontación está a la orden del día, y el marido no puede amar a su esposa del todo, del mismo modo que el amo no puede amar a su esclavo lo suficiente, si no lo ha liberado. Y qué angustia, la del amante, que ha de conformarse con ser amo y no poder ver jamás al objeto de su cariño libre y feliz. El hombre es, pues, un oportunista sádico que disfruta con el ejercicio de la dominación y la mujer una sumisa a la que es fácil dominar, la cual sólo en algunas ocasiones de especial progreso, logra captar su situación y empieza a rebelarse. Y, ¡ay, de las pobrecitas que aún no se han dado cuenta! ¡Tendríamos que ir a por ellas y ayudarlas, ya que no habiendo entendido nada del problema, no pueden ser todavía su solución! Escribí ya sobre la situación de la mujer en las sociedades primitivas o, como Clastres las llama, Sociedades contra el Estado. Ambos mundos, masculino y femenino, están en contraste constante. Ambos mundos, masculino y femenino, siempre se encuentran separados. Pero ninguno de los mundos es mejor que el otro. Y jamás se mezclan. Entre los indios guayaquís la mujer se encargaba de la recolección y los hombres de la caza. Ellos no podían tocar los cestos de las mujeres y ellas no podían tocar sus arcos. La mujer era la dadora de vida, pues ella era quien paría, y para los guayaquís, la mujer tenía acceso al mundo del más allá, por decirlo de algún modo. Era el enlace entre el mundo de los vivos y el de los muertos. Trataban a la mujer como si poseyera una naturaleza mágica impredecible, y por eso la temían los hombres. ¿Discriminación? La cultura les imponía sus diferencias. No había hombre o mujer que dijera al resto lo que había de hacerse, la cultura misma lo decía, pues no había poder mayor que el de la cultura. En un caso concreto, uno de ellos parece que no caza nunca. Se ha fabricado su cesto, lleva adornos (los hombres no los llevan) y realiza las tareas femeninas. Sería un desorden, un atentado contra su cultura, pero los guayaquís lo arreglan: le consideran mujer. Le tratan como a una mujer. Por supuesto, con sus peculiaridades. Por ejemplo, si entre los guayaquís el incesto es un crimen, en el caso de este hombremujer, el incesto es su única forma permitida de tener sexo.


Así lo arreglan ellos, y así acepta el hombre-mujer. Ningún castigo, ninguna represión. Puede inferirse de aquí que si una mujer decidiera hacer lo que "pertenece al mundo de los hombres" simplemente sería tratada como una mujer-hombre, y probablemente su lugar en el seno de la tribu cambiase, pero sin represión ni castigos. ¿Dónde entran los guayaquís en ese esquema marxista donde el patriarcado es un suceso histórico que tiene que suceder por fuerza para que las mujeres se liberen? ¿De qué tienen que liberarse las mujeres guayaquís? Quizá sean oprimidas por la cultura, pero no lo son más que sus compañeros masculinos. O tal vez sea que el patriarcado es histórico, sí, pero no prehistórico, y por eso no tiene lugar entre las sociedades primitivas, las sociedades sin Estado, o sociedades contra el Estado. ¿Cuál es el origen del Patriarcado sino las sociedades divididas, las sociedades de clases? No puede encontrársele entre los san, ni tampoco entre otras muchas. En todas se repite el patrón de no existencia de órgano separado de poder, y por tanto, no existencia del patriarcado (ya que éste es un órgano de poder, quiera llamársele Estado o no). ¿Y por qué se da esta división mujer/hombre una vez la sociedad está dividida? Por supuesto, tengo mi propia hipótesis, pero no será aceptada por las feministas. Parto de que el deseo de prestigio social es algo mayoritariamente masculino, y suele darse menos entre las mujeres. De hecho, entre nuestros ancestros primates, parece que sucede de este modo. Sin embargo, como ya expliqué, las sociedades sin Estado no poseen jefes autoritarios, sino simples "grandes hombres" u "hombres importantes", que deben mantener su estatus, su reputación, a fuerza de donar todos sus bienes, esforzarse más que ningún otro y realizar las mayores temeridades en caso de guerra (la cual es muy común en las sociedades primitivas, pues funciona a modo de regulador del poder). Cuando las sociedades indivisas se rompen, resulta que la posición de prestigio se transforma en posición de poder, y éste cargo era una cosa de hombres, así que el nuevo cargo, sigue siendo una cosa de hombres. Antes sin autoridad, ahora con ella. Pero tengo más opciones para aquellas y aquellos que no estén de acuerdo conmigo. Pregunto: ¿Por qué se logra someter a la mujer? a) ¿Es más débil por naturaleza? b) ¿Se la amenaza con hacer daño a su progenie apelando a su instinto maternal? c) ¿Por accidente? d) ¿El antiautoritarismo es cosa de mujeres y el autoritarismo de hombres? No estoy de acuerdo con ninguna de estas opciones, ya lo he explicado, pero si alguien cree que el patriarcado existe desde siempre, tiene que explicar por qué. Para entender el presente, no sólo se hace imprescindible entender el pasado, también el presente en otros lugares, en otras situaciones, la existencia de personas que tantos obvian.


Referencias: "Crónica de los indios guayaquís", Pierre Clastres. "Investigaciones en antropología política", Pierre Clastres. "Economía de la edad de piedra", Marshall Sahlins.

La opresión de la mujer y el hombre en la civilización era históricamente necesaria para su mantenimiento, en la medida en que los individuos tenían que actuar de una manera determinada para engrasar el engranaje de la máquina en la que estaban viviendo. La cuestión no era beneficiar a los hombres, sino el correcto funcionamiento de la sociedad civilizada. Y como se afirma a lo largo del texto, no se trataba de patriarcado [ni en una sociedad ni en otra], sino de división de roles, en épocas [y sociedades actuales que viven de manera diferente] en las que las diferencias biológicas entre hombres y mujeres eran más determinantes de lo que lo son hoy en día para la supervivencia de nuestra especie [tanto en la civilización como fuera de ella, pero lógicamente cada tipo de grupo humano con sus peculiaridades y características propias]. No es necesaria una sociedad patriarcal para que se produzcan abusos. Los abusos siempre se producen allá donde existe la posibilidad de que se produzcan, es decir, allá donde hay individuos más agresivos y fuertes que otros. Si la cultura ha legislado a favor de estos abusos (como fue el caso de la nuestra y como explico anteriormente) no es porque esté manejada por hombres, sino porque resultaba necesario para su propia rentabilidad. En los tiempos que corren, la violencia por parte de hombres violentos hacia mujeres (sumisas o no), no resulta conveniente. La guerra se ha profesionalizado. Las mujeres que van a luchar son mujeressoldado, nadie espera de ellas nada más que ello, se las paga y entrena como a hombres. Evidentemente, es un choque cultural, pues hasta hace poco ello no era funcional, se esperaba de la mujer que permaneciera en casa. Tampoco es necesario. Hombres entrenados para cocinar han demostrado ser tan buenos en la labor como las mujeres. El ejército tiene su sección de cocineros y cocineras, su sección de soldados (hombres y mujeres), su sección de profesionales de la limpieza (personal masculino y femenino)... Antes, en nuestra misma cultura, se aprovechaba todo. A la mujer, capaz de desarrollar menor densidad muscular se la consideraba inútil para el ejército, pues aún regían las mismas tradiciones que en los albores de nuestra civilización. Por tanto se la destinaba a todo lo demás. El varón se dedicaba a la lucha, la mujer al resto, técnicamente para mejorar el rendimiento del varón. Éste, como todos los individuos cuando se acomodan, ha defendido posteriormente este estatus debido a la pérdida progresiva que de él ha ido sufriendo por causa de la poca necesidad que de dicha diferencia de roles tenemos en nuestra sociedad hoy día. La civilización está cambiando. Todo está cambiando. Los reajustes se están produciendo a nivel global en nuestra sociedad moderna y la gente habla de machismo, hembrismo, feminismo, masculinismo...


Pero todo eso es indiferente. La sociedad simplemente pretende sobrevivir. Evidentemente, y eso es tema de otro folleto, la civilización está condenada al desastre, pues no es autosuficiente, precisa de demasiados recursos, se expande de manera indefinida, etc. Y seguimos viviendo en el mismo planeta finito de recursos limitados. No es casualidad que la maldición divina de parir con dolor está asociada a la dominación del hombre sobre la mujer(ahora resulta que la naturaleza es ignorante y las feministas vienen a poner todo en su lugar ) Espero haberme explicado esta vez un poco mejor No obstante, considero que aún siendo desordenado y poco riguroso, mi anterior disertación también apuntaba a ciertos aspectos de la ideología-de la no existencia del patriarcado que hoy en dia no suelen tenerse en cuenta desde puntos de vista feministas.


ANEXO MUJERES EN EL PODER Diez mujeres de alto poder en Colombia La canciller María Ángela Holguín es una de las mujeres más destacadas el Gobierno Santos. Pertenecen al sector público y el presidente de la República Juan Manuel Santos las consulta a diario para tomar las decisiones más trascendentales en el gobierno. Algunas aún no han tenido protagonismo, pero las circunstancias las obligará a pasar a primera plana en cualquier momento. María Ángela Holguín Ministra de Relaciones Exteriores La estratega del gobierno que ha logrado abrir y expandir para Colombia economías tan diversas como las de Turquía, Japón y Corea del Sur. China su próximo arribo. Ana Fernanda Maiguashca Viceministra Técnica de Hacienda Es la encargada de materializar propuestas macroeconómicas, de regulación financiera y política fiscal, tres factores decisivos en el rumbo económico de un país. Catalina Crane Alta consejera para la Gestión Pública y Privada Fue la encargada de crear la estrategia para que después de cinco años el Congreso estadounidense aprobará el Tratado de Libre Comcercio con Colombia. Beatriz Uribe Ministra de Vivienda, Ciudad y Territorio Logró superar la meta de la construcción de 143 mil vivienda en el primer año de gobierno ahora tiene el reto de llegar al millón de casas nuevas. Maria Lorena Gutiérrez Alta consejera para el Buen Gobierno Es la encargada de poner orden la fijación de metas y alcance de objetivos de los ministerios y entidades estatales, es una de las más consultadas por el presidente. Cristina Pardo Secretaria Jurídica de la Presidencia de la República Tuvo la ardua tarea de redactar, analizar y revisar una y otra vez los 84 decretos que firmó el presidente


Juan Manuel Santos para reestructurar el Estado. Sandra Morelli Contralora general de la República Además de cuidar los recursos estatales se encarga de “meterle el diente” a los funcionarios “intocables” del sector público. Mariana Garcés Ministra de Cultura En noviembre pasado radicó en el Congreso la Ley de Cine para que Colombia se convierta en el “Hollywood sudamericano” y crezca la inversión en el sector. Paula Gaviria Unidad Administrativa Especial para la Reparación Integral a Víctimas. Se le asignaron $54 billones para poner en marcha la estrategia de la reparación de victimas, la propuesta social bandera del gobierno Santos. Cristina Plazas Alta consejera para la equidad de la Mujer (?? desde el estado que buen chiste) Fue quien más insistió al presidente Juan Manuel Santos para que presionara a la Dimayor para que apartará al Bolillo Gómez del cargo cuando se supo que había golpeado a una mujer. MUJERES EN EL PODER(Capitalistas,Gobernantes o mujeres con alto poder economico y mediatico) Angela Merkel, canciller de Alemania. Hillary Clinton, secretaria de Estado de EE.UU. Dilma Rouseff, presidenta de Brasil. Melinda Gates, cofundadora de Fundación Bill & Melinda Gates. Jill Abramson, directora del diario The New York Times Sonia Gandhi, presidenta del Partido del Congreso de India Michelle Obama, primera dama de EE.UU. Christine Lagarde, directora gerente del FMI. Janet Napolitano, secretaria de Seguridad Nacional de EE.UU. Sheryl Sandberg, directora de operaciones de Facebook. Oprah Winfrey, presentadora de televisión en EE.UU.


Indra Nooyi, gerenta de PepsiCo. Irene Rosenfeld, gerenta de Kraft Foods. Lady Gaga, Cantante. Virginia Rometty, presidenta de IBM. Cristina Fernández de Kirchner, Presidenta de Argentina. Ursula Burns, gerente de Xerox. Meg Whitman, gerente de Hewlett-Packard. Aung San Suu Kyi, parlamentaria de la Liga Nacional por la Democracia en Burma. Maria das Gracas Silva Foster, gerenta de Petrobras. Marissa Mayer, Gerenta de Yahoo. Anne Sweeney, cogerenta de Disney Media Networks y presidenta del grupo Disney/ABC Television. Diane Sawyer, presentadora del noticiero World News de la cadena ABC. Angela Braly, gerenta de WellPoint. Susan Wojcicki, vicepresidenta senior de Google. Reina Isabel II, monarca del Reino Unido. Julia Gillard, primera ministra de Australia. Nancy Pelosi, líder de minorías de la Cámara de Representantes de EE.UU. Arianna Huffington, editora jefa del grupo Huffington Post. Yingluck Shinawatra, primera ministra de Tailandia. Kathleen Sebelius, secretaria del Departamento de Salud de EE.UU. Beyonce Knowles, cantante. Diane von Furstenberg, dueña y diseñadora de moda del estudio Diane von Furstenberg. Helen Clark, administradora del programa de desarrollo de la ONU. Georgina Rinehart, gerenta ejecutiva de Hancock Prospecting. Amy Pascal, cogerenta de Sony Pictures Entertainment.


Margaret Chan, directora general de la OMS. Jennifer Lopez, actriz y cantante. Sheri McCoy, gerenta de Avon. Shakira, cantante. Mary Barra, gerenta de desarrollo global de productos de General Motors. Zhang Xin, cofundadora y gerenta de Soho China Ltda. Alice Walton, gerenta del Museo de Arte Americano Crystal Bridges. Laura Lang, gerenta de Time Inc. Angela Ahrendts, gerenta del grupo Burberry. Sue Naegle, presidenta de HBO Entertainment. Ellen DeGeneres, comediante. Safra Catz, presidenta de Oracle. Laurene Powell Jobs, Fundadora y dueña de Emerson Collective. Rosalind Brewer, presidenta de Sam's Club de las tiendas Wal-Mart. Anna Wintour, editora jefa de la revista Vogue. Helene Gayle, presidenta de CARE. Christiane Amanpour, jefa de corresponsales internacionales de CNN. Rosalia Mera, inversionista. Cynthia Carroll, gerenta de Anglo American. Cher Wang, cofundadora y gerenta de HTC. Abigail Johnson, presidenta de inversiones Fidelity. Padmasree Warrior, jefa de tecnología y estrategia de Cisco Systems. Chanda Kochhar, directora y gerenta de ICICI Bank. Gail Kelly, gerenta de Westpac Banking Group. Margaret Hamburg, comisionada de la administración de comida y drogas de EE.UU.


Ellen Kullman, gerenta de EI du Pont de Nemours. Drew Gilpin Faust, presidenta de la Universidad de Harvard. Shari Arison, inversionista. Mary Schapiro, directora de la Comisión de Seguridad e Intercambio de EE.UU. Angelina Jolie, actriz. Miuccia Prada, dueña y diseñadora de Prada. Carol Meyrowitz, gerenta de TJX Cos. Ertharin Cousin, directora ejecutiva del Programa de Alimentación de la ONU. Sue Gardner, directora ejecutiva de la fundación Wikipedia. Joyce Banda, Presidenta de Malawi. Sri Mulyani Indrawati, directora del Banco Mundial. Bonnie Hammer, directora de Cable Entertainment de NBCUniversal. Chua Sock Koong, presidenta de SingTel. Sofía Vergara, actriz. Ho Ching, gerenta de Temasek. Tina Brown, editora jefa de The Daily Beast y Newsweek. J.K. Rowling, escritora. Chan Laiwa, filántropa. Kiran Mazumdar.Shaw, fundadora y gerenta de Biocon Ltda. Ngozi Okonjo-Iweala, ministra de Finanzas de Nigeria. Ellen Johnson Sirleaf, Presidenta de Liberia. Gisele Bundchen, modelo y empresaria. Mary Meeker, socia de Kleiner Perkins Caufield & Byers. Shaikha Al-Bahar, gerenta del Banco Nacional de Kuwait. Marjorie Scardino, gerenta de Pearson.


Solina Chau, directora de la fundación Li Ka Shing. Jan Fields, presidenta de McDonald's. Weili Dai, cofundadora del grupo Marvell Technology. Risa Lavizzo-Mourey, presidenta de la fundación Robert Wood Johnson. Sun Yafang, gerenta de Huawei Technologies. Sheika Lubna Al Qasimi, ministra de Relaciones Exteriores de los Emiratos Árabes Unidos. Guler Sabanci, gerenta y directora del holding Sabanci. Greta van Susteren, presentadora de FOX News. Mary Callahan Erdoes, gerenta de J.P. Morgan. Mindy Grossman, gerenta de HSN. Patricia Woertz, gerenta y presidenta de Archer Daniels Midland. Judith Rodin, presidenta de la fundación Rockefeller. Beth Brooke, vicegerenta global de Ernst & Young. Sheikha Mayassa Al Thani, directora de la autoridad de museos de Qatar Dilma Vana Rousseff: Economista de profesión y actual presidenta de Brasil, fue nombrada en el 2005 jefa del Gabinete de la Presidencia de la República (equivalente a la Secretaría de Gobernación) por el ex presidente Luiz Lula da Silva, convirtiéndose en la primera mujer en asumir el cargo. Seis años después, se convirtió en la primera mujer presidenta de Brasil. Angela Dorothea Merkel: Considerada por la revista Forbes como la mujer más poderosa del mundo, es la canciller de Alemania desde el año 2005. Sandra Paola Hurtado Palacio, Quindío Firme Dalia Grybauskaite: El 17 de mayo del 2009, obtuvo el 68.18% de la votación en las elecciones presidenciales de Lituania. Fue la primera mujer en ocupar el cargo. Jóhanna Sigurdardóttir: En el 2009 se convirtió en la primera mujer en asumir el cargo de primer ministro de Islandia. Lesbiana declarada, se convirtió en la primera jefa de gobierno reconocida como miembro de la comunidad gay mundial. Ellen Johnson-Sirleaf: Actual presidenta de Liberia, consiguió la mayoría de votos en las elecciones presidenciales del año 2005 y tomó posesión de su cargo el 16 de enero del 2006.


Pratibha Devisingh Patil: En el 2007, esta abogada y ex legisladora de 77 años de edad fue la primera mujer en ser elegida presidenta de la India Yingluck Shinawatra: Fue elegida primer ministro de Tailandia el 5 de agosto de 2011. Nombrada líder del Puea Thai (brazo político de los denominados Camisas Rojas) dos meses antes de las elecciones. Julia Gillard: Actual primer ministro de Australia, el 24 de junio de 2010 se convirtió en la primera mujer de la historia del País en ocupar ese cargo. Barranquilla Elsa Margarita Noguera De La Espriella, Partido Cambio Radical Florencia María Susana Portela Lozada, Partido Social De Unidad Nacional Quibdó Zulia María Mena García, Partido Cambio Radical Armenia Luz Piedad Valencia Franco Partido, Liberal Colombiano Sandra Paola Hurtado Palacio como gobernadora Hillary Clinton

Esta es la lista de las mujeres actualmente en el poder en el mundo:(son solo algunas ) Jefas de Estado: - FINLANDIA: Primera mujer en ocupar la presidencia, Tarja Halonen fue electa en febrero de 2000 y reelecta en enero del 2006. - IRLANDA: Mary McAleese asumió la Presidencia de la República de Irlanda tras ganar los comicios en octubre de 1997. Fue reelegida el 1 de octubre de 2004. - ARGENTINA: Cristina Kirchner, electa en octubre de 2007. - INDIA: Pratibha Patil, electa en julio de 2007, primera mujer que accede a la presidencia de India. - LITUANIA: Dalia Grybauskaite, electa el 18 de mayo de 2009. - SUIZA: Doris Leuthard, designada para presidir la Confederación Helvética durante el año 2010, es la tercera mujer que ocupa esa función en Suiza. - LIBERIA: Ellen Johnson Sirleaf se convirtió en noviembre de 2005 en la primera mujer electa


presidente en Africa. - COSTA RICA: Laura Chinchilla fue electa en febrero de 2010 como la primera mujer presidente del país centroamericano. Jefas de Gobierno: - ALEMANIA: Angela Merkel, elegida canciller en noviembre de 2005, es la primera mujer que ocupa esa función en la historia del país. - BANGLADESH: Cheija Hasina Wajed designada primera ministro en enero de 2009. Ya había ocupado esa función de 1996 a 2001. - ISLANDIA: Johanna Sigurdardottir, Primera ministra desde febrero del 2009. Primera mujer jefa de gobierno de Islandia. - CROACIA: Jadranka Kosor primera ministra desde julio de 2009 La brasileña Dilma Rousseff será a partir del primer día de 2011 la décimosegunda integrante de la lista de mujeres que llega al poder en América, una lista que pese a haber crecido de forma considerable en los últimos años sigue siendo exigua en comparación a la de hombres gobernantes. Rousseff, una economista de 62 años, nunca se había presentado a un cargo de elección popular pero se desempeñó destacadamente en los últimos años en los ministerios de Minas y Energía y de la Presidencia y ganó la segunda vuelta electoral de hoy, llevando como estandarte los logros de los ocho años de Gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva, quien la eligió como su sucesora y la apoyó a viento y marea durante la campaña. En todo el mundo son una veintena las mujeres que tienen posiciones de primer nivel en sus países, desde las reinas Isabel II de Inglaterra, Beatriz de Holanda y Margarita II de Dinamarca hasta la canciller alemana, Angela Merkel, pasando por la primera ministra croata, Jadranka Kosor, y la presidenta de Liberia, Ellen Johnson Sirleaf, entre otras. .

Estas victorias electorales parecen reflejar un avance femenino en la política que obedece a "un cambio cultural que recién comienza" , según declaró la ex gobernante chilena Michelle Bachelet. Sin embargo, Bachelet, que dejó En el año 2011 su cargo con un 84 por ciento de popularidad y fue elegida en una encuesta de septiembre pasado como la mejor gobernante en la historia de su país, dijo recientemente que la presencia femenina en los más altos cargos del poder es "toda una excepción" . En América, contando a Rousseff, solo 12 mujeres han logrado llegar a la cúspide del Gobierno. Argentina es el único país de América que ha tenido a más de una mujer al mando del país. En 1974, María Estela Martínez, "Isabelita" , asumió la presidencia en 1974, tras enviudar del tres veces mandatario Juan Domingo Perón. No fue elegida presidenta en las urnas, pero sí vicepresidenta, pues fue compañera de fórmula de su


esposo en las elecciones de 1973 y la Constitución establecía que como tal le debía suceder. Fue derrocada por el golpe de Estado de marzo de 1976, lo mismo que le ocurrió a la segunda gobernante americana, la boliviana Lidia Gueiler, quien accedió a la jefatura de Estado desde la presidencia de la Cámara de Diputados en 1979 y solo ocho meses después fue víctima de un golpe de Estado y obligada al exilio. La haitiana Ertha Pascal-Trouillot, tercera de la lista, era jueza suprema cuando los militares que habían dado un golpe de Estado le entregaron la Presidencia en 1990 con el fin de que convocara elecciones, lo que hizo ese mismo año y once meses después de haber sido designada traspasó el poder a Jean Bertrand Aristide. La nicaragüense Violeta Chamorro llegó a la jefatura de Estado en 1990 tras derrotar contra todo pronóstico en las urnas, con un 54,7% de los votos, al sandinista Daniel Ortega, actual presidente de Nicaragua. Rosalía Arteaga gobernó Ecuador por 48 horas en febrero de 1997, tras el derrocamiento de Abdalá Bucaram, de quien era vicepresidenta y tras ser nombrada jefa de Estado "temporal". Como "Isabelita" Martínez y la también argentina Cristina Fernández, que acaba de enviudar del ex presidente Néstor Kirchner, la guayanesa Janet Jagan, presidenta de 1997 a 1999, fue primera dama antes que jefa del Estado. La panameña Mireya Moscoso, viuda de Arnulfo Arias Madrid, quien antes de casarse con ella había sido presidente del país en tres ocasiones, gobernó de 1999 a 2004. Pero al igual que en América, en el resto del mundo la presencia femenina en la máxima instancia del poder también es casi anecdótica y se ha dado en pocos casos. La lista la inauguró en 1960 la primera ministra de Sri Lanka (entonces Ceilán) Sirivamo Bandaranaike y en ella se destacan figuras como la india Indira Gandhi (1966) , la israelí Golda Meir (1969) , la británica Margaret Thatcher (1979) y la paquistaní Benazir Bhutto (1988) . Fuera del continente americano, el más reciente caso vivido en el mundo de una mujer en acceder al poder se dio en Australia, donde Julia Gillard tomó posesión como la primera jefa del Ejecutivo de su país.

No hablamos, claro está, de una participación equitativa, pues si tomamos las cifras con lealtad podemos decir que entre el 20 y el 30% del poder está en manos de la mujer y el restante ocupado por hombres. Muchos de los puestos son otorgados como forma de incluir a la mujer a la carreta de explotación que sufren hombres y mujeres. No digo con estas cifras que haya equidad, sino simple y sencillamente que la mujer SI PARTICIPA en el poder, y con ello todo el fantasma del Patriarcado se cae como castillo de naipes, pues no es el hombre quien gobierna, sino ambos géneros. En medidas desiguales en proporción, pero encontramos que efectivamente hay mujeres haciendo funcionar la máquina estatal que explota a la mujer… y al hombre. Y si hay mujeres promoviendo la explotación ¿Podemos hablar de que EL HOMBRE es quien oprime a la MUJER?


¿Bajo qué pretexto se justificaría la participación de la mujer en el poder? No por medio del engaño o de la inocencia por cierto. ¿Conclusión? Si no aceptas que vivimos en pleno Patriarcado exactamente como hace 300 años, ya eres sexista. Entre otras cosas que dice algunos textos feministas soltando esto a bocajarro: “El hombre (como sintónico de su género) es sujeto que sintoniza con un mundo que está hecho a su imagen y semejanza, es representante universal de todas las categorías sociales. Los intereses de los hombres son los intereses importantes y urgentes. Son los dueños y los jefes, porque se les adjudica en su rol de género tener la razón, la verdad y el saber. Por lo tanto son los propietarios.” A saber, existe una enorme capa social explotada entre los que se encuentran una mayoría considerable de hombres que son explotados en sus puestos de trabajo. Pareciera que el hombre es privilegiado y vive a sus anchas, sin penurias ni limitaciones en un mundo que está a nuestro servicio, mientras que la mujer es esclava total, sin ningún tipo de libertad y dominada por seres macabros sin sentimientos que le someten por el simple hecho de ser mujer… ¡Habría que levantarles un altar a semejantes mártires! Sin embargo, hombres trabajan 14 horas diarias para mantener a quienes se aprovechan de su trabajo. Y hay millones. Por otro lado existen mujeres como Oprah, quien a sus 52 años es la mujer más rica del mundo con unos 1500 millones de dólares estadounidenses, ganando anualmente 225 millones de dólares de diversos medios. ¿Es una cuestión de género el asunto? ¿No es un asunto de autoridad y dominación donde tanto hombres como mujeres somos víctimas del Estado y sus protegidos? Si vivimos en Patriarcado ¿Cómo explicar las miles o mejor dicho millones de mujeres alrededor del mundo codeándose con los capitalistas, estatistas y represores de toda calaña? Podrá decirse cuanto se quiera, pero una cosa es bien evidente: la mujer está en el poder, lo mismo que el hombre. He dado cifras y datos de ello. ¿Patriarcado? ¿Matriarcado? ¡NO! La cuestión no es de género, sino de autoridad. Salud compañeros.


ANEXO 2 MUJERES REPRESORAS Por primera vez en la historia del Ejército Nacional Colombiano, y en una decisión que busca humanizar más el trato a los uniformados, las mujeres tendrán mando sobre las tropas en unidades militares y brigadas, en actos propios del servicio en especial del conflicto armado. El comandante de la octava zona de reclutamiento con cobertura para el Eje cafetero y el norte del Valle, coronel Oscar Robayo, dijo que lo que se pretende a partir del 2009 es que mujeres oficiales tengan mando en grupos de efectivos militares de contraguerrilla, Policía Militar y otros que tienen cobertura en las ciudades o cabeceras de los municipios. Ahora no estarán solo en actividades administrativas y de oficinas, sino que tendrán control sobre los soldados, situación que no se registra actualmente y que busca mejorar el trato a los subalternos, en especial a los jóvenes que prestan servicio militar obligatorio. A partir del año próximo serán capacitadas en las escuelas de formación en temas militares y de manejo del conflicto armado y se convertirán en las primeras en América Latina en tener esa ascendencia con los uniformados.


Reconocen a las primeras mujeres militares que desplegarán Misión de Paz en Haití (Viernes, 30 NOV 2012 ) La Presidencia del Congreso de la Nación, a cargo del Senador Jorge Oviedo Matto, y el Despacho Legislativo de la Senadora Lilian Samaniego, organizaron conjuntamente un acto de reconocimiento a las seis integrantes femeninas de la Tercera Compañía de Ingeniería Multi-Rol del Ejército Paraguayo, que en los próximos días partirán rumbo a Haití en misión de paz bajo bandera paraguaya, en el marco de las Naciones Unidas.

El acto tuvo lugar en la Sala de Sesiones de la Cámara de Senadores, ocasión en que fueron homenajeadas las oficiales y suboficiales Lidia Isabel Espínola Rubbiani, Nancy Belén Carballo Cáceres, Pamela Beatriz Acuña Giménez, Teonilda Paredes, Patricia María Laura Coronel Sena y Laura Leticia Belotto Galeano, seleccionadas por el Centro de Entrenamiento Conjunto de Operaciones de Paz de Paraguay (CECOPAZ). La senadora Lilian Samaniego explicó que el CECOPAZ es una organización que forma al personal militar para desarrollarse y llevar adelante roles en defensa de la paz. "Si bien nuestro país desde hace muchos años lleva adelante esta misión, siempre fue exclusividad de los varones, que lo han hecho con mucha altura, dejando muy presente a nuestra República del Paraguay en este tipo de eventos de trascendencia mundial. En esta ocasión es de relevancia porque será la primera delegación de mujeres y estamos seguros de que lo harán con la misma altura y demostrando de esa forma su compromiso con nuestro país y también en defensa de la paz del mundo. En este caso la delegación ira a Haití y les deseamos éxitos", expresó la legisladora. También el senador Miguel Abdón Saguier, Presidente de la Comisión de Asuntos Constitucionales, Defensa Nacional y Fuerza Pública, exteriorizó sus felicitaciones al grupo de mujeres paraguayas "por haber tomado la decisión de ingresar a nuestras Fuerzas Armadas y de participar en este programa, de un altísimo sentido humanitario y de solidaridad con un pueblo que ha sido devastado por la naturaleza". Destacó que el Paraguay siempre ha sido cumplidor de sus compromisos internacionales y que en ese sentido suscribió un acuerdo con las Naciones Unidas para, través de las Fuerzas Armadas, participar de todas aquellas operaciones de mantenimiento de paz o de solidaridad con aquellos países que lo requieren. "Estoy seguro que ustedes serán consientes de la alta responsabilidad que tienen de expresar esta sensibilidad, esa cooperación, esa ayuda que necesita el pueblo haitiano", enfatizó. En representación de sus camaradas, la Teniente de Artillería Lidia Espínola agradeció el apoyo constante recibido de sus padres y familiares, de las autoridades castrenses, así como el gesto de las autoridades del Congreso Nacional por la confianza otorgada para la realización de la misión. "La mujer paraguaya siempre ha cumplido un papel preponderante en el Paraguay, especialmente desde las dos grandes guerras, en donde quedó en sus manos la economía del país, ya que mermaba la cantidad de hombres debido a las bajas y heridos. En ese contexto nuestro país viene colaborando en misiones de paz ante las Naciones Unidas y en esta ocasión con 130 efectivos, de los cuales somos seis


mujeres profesionales en sus respectivas áreas", destacó. Las homenajeadas recibieron un certificado y un obsequio especial, consistente en un vestido típico del Paraguay. Estuvieron presentes, además, el Comandante de las Fuerzas Militares, General del Aire Miguel Christ Jacob; el Comandante de la Armada Nacional, Vicealmirante Pablo Ricardo Osorio; Comandante del Ejército, General de División Jorge Francisco Ramírez López; Comandante de la Fuerza Aérea, General de División Luis Gerardo Noceda. El acto tuvo el acompañamiento de la Orquesta de Cámara del Congreso Nacional. Finalmente, se ofreció un brindis a todos los presentes. España tiene el doble de mujeres militares en misiones exteriores que la media de la Unión Europea, ya que entre el 7 y el 9 por ciento de los efectivos españoles desplegados en estas misiones son mujeres, mientras que la media europea se sitúa en el 4 por ciento. Son datos aportados en el seminario "El papel de las mujeres en la construcción de la Paz", que ha reunido a representantes de los Gobiernos de España y Suiza para analizar la aplicación de la resolución de la ONU 1325 sobre políticas de género en los conflictos armados. La coordinadora del Observatorio de la Mujer en las Fuerzas Armadas, Belén Caballuc, ha destacado la importancia de la presencia de las mujeres en estas misiones de paz y ha dicho que su integración se ha producido desde el planeamiento a la ejecución y evaluación de las misiones. En las Fuerzas Armadas hay más de 16.000 mujeres, lo que significa el 12 por ciento del total del ejército español, ha dicho. El representante del Ministerio de Defensa suizo, Marrc-Alain Stritt, ha declarado sentirse "celoso" por este porcentaje de mujeres en el ejército español, ya que ha señalado que en su país apenas alcanza el 0,7 por ciento. Suiza y España son dos de los 16 países que tienen planes de acción nacionales para el desarrollo de esta resolución de Naciones Unidas, aprobada hace diez años. Desde el Fondo de la ONU para el Desarrollo de la Mujer (Unifem), la directora general, Inés Alberdi, ha lamentado el escaso cumplimiento de esta resolución después de un década, como pone de manifiesto que en las mesas donde se firman tratados de paz no hay mujeres, o que no se hable de género en los postconflictos. Ha recordado que en la ONU, sólo dos de los 40 miembros de la Secretaría General son mujeres. Para Alberdi, es esencial que se establezcan indicadores para medir el cumplimiento de los países de esta resolución y también para exigir responsabilidades y rendimiento de cuentas. Durante la inauguración del seminario, Federico Mayor Zaragoza, presidente de la Fundación Cultura de Paz, ha planteado la necesidad de que "las mujeres lleguen no sólo a los aledaños del poder, sino de que influyan en la toma de decisiones".


La secretaria de Estado de Cooperación, Soraya Rodríguez, ha señalado que España desde 2007 aplica el plan de acción con medidas de género en ámbitos como las Fuerzas Armadas, las Fuerzas de Seguridad del Estado o el Ministerio de Exteriores, y ha anunciado la creación de una Oficina de Construcción de la Paz.


“Cuantas más mujeres estén en el Ejército, habrá más posibilidades de paz”. La frase, con la que la subsecretaria de Estado para la Defensa, Irene Domínguez-Alcahud, ha inaugurado esta mañana el I Curso internacional de Asesoría de Género en Operaciones, no alude a cuestiones de igualdad ni de cuotas en cuanto a la presencia de hombres y mujeres en las Fuerzas Armadas. Son necesarias para la “eficacia de las operaciones”. “¿De qué otra forma se podría entablar contacto, por ejemplo, con las mujeres afganas si no fuera a través de mujeres militares?”, se preguntan en el Ministerio de Defensa. La perspectiva de género “en el planeamiento, ejecución y desarrollo de las operaciones” aporta un valor añadido, sostiene Fernando Izquierdo, jefe de la Unidad Internacional del Observatorio de Género. “Por un lado, integramos a la mujer local en el proceso de reconstrucción, y por otro, conectar con las mujeres locales a través de nuestras mujeres militares muchas veces proporciona mayor seguridad porque tenemos información que de otra manera no se podría tener”, explica Izquierdo. Algunas prácticas que ya se han puesto en marcha lo demuestran. El Equipo de Reconstrucción Provincial de Canadá en Kandahar (Afganistán) se valió de mujeres militares para establecer contactos con una mujer afgana que visitaba la base de la OTAN para vender bisutería y productos locales. A partir de ese contacto, se establecieron “reuniones secretas periódicas con mujeres afganas, en las que expresaban sus preocupaciones”, aseguran fuentes de Defensa. Las reuniones sirvieron para integrar a las mujeres en los foros de decisión con civiles locales, al tiempo que ellas facilitaron información sobre localizaciones de artefactos y explosivos y sobre líderes talibanes locales. Según el ministerio que dirige Pedro Morenés, “esta información evitó atentados y contribuyó a la seguridad de la misión”. “De momento, estas iniciativas se hacen motu proprio, pero con el curso queremos capacitar a los equipos para que aporten una perspectiva de género a las misiones y tengan en cuenta el número de mujeres que se necesitan para formar el contingente”, aclara Izquierdo. La capacitación en asesoría de género a civiles es una exigencia de una directiva de la OTAN, de septiembre de 2009, en relación a la implementación de la resolución 1325/2000 del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas sobre mujeres, paz y seguridad. El curso que se celebra durante esta semana en España es una iniciativa bilateral junto con Holanda acreditada por el Colegio Europeo de Seguridad y Defensa. En España, las misiones en el exterior cuentan con un 7% de mujeres, mientras que en el ejército su presencia supone el 12% del total. “No hemos hecho estudios precisos, pero para que luego puedan formar parte de los equipos y no tengan que hacer más rotaciones que los hombres se necesitan más [mujeres]”, afirma Fernando Izquierdo, aunque asegura que, por el momento, el Ministerio de Defensa no hará campañas de captación específicas. El País


España desplegará en Afganistán las primeras mujeres militares destinadas al contacto con la población España desplegará este año por primera vez en Afganistán un equipo de mujeres militares destinado principalmente al contacto con la población local y se sumará así a la iniciativa de los ’female engagement team’ ya desplegados por otros países y que ahora la OTAN quiere potenciar. Madrid - Ep Así lo ha anunciado la subsecretaria de Defensa, Irene Domínguez-Alcahud, durante la inauguración del primer curso internacional para la formación en perspectiva de género a civiles y militares que van a participar en misiones internacionales. El curso, organizado en colaboración con Holanda y homologado por el Colegio Europeo de Seguridad y Defensa, demuestra que españoles y holandeses están "en la vanguardia" en esta materia, que la OTAN quiere potenciar, según ha dicho la subsecretaria. En su intervención, Domínguez-Alcahud ha destacado que es más fácil construir la estabilidad de un país si se cuenta con todo su "capital humano" y, por ello, ha recalcado que cuanta mayor "presencia y protección" se dé a las mujeres, mejores serán las oportunidades de éxito de las misiones. Según la subsecretaria, el Ministerio está convencido de la importancia de aplicar la normativa internacional sobre el fortalecimiento de la presencia de las mujeres en los procesos de construcción de paz y, por ello, está realizando actuaciones para incluir la perspectiva de género en la formación de militares y en todo el proceso de planeamiento de las operaciones. En concreto, incluye ya estas cuestiones en el adiestramiento previo al despliegue de los contingentes y organiza actividades, seminarios y cursos a nivel nacional e internacional. Además, desde 2011, el contingente español desplegado en Baghdis cuenta con un asesor de género responsable de apoyar al mando en estos asuntos. Al margen de esta iniciativa, Domínguez-Alcahud ha explicado que ya se está desarrollando un programa de formación de ’female engagement team’, con el objetivo de "desplegar este tipo de equipos" femeninos "de manera permanente en Afganistán a lo largo de este año". Según ha explicado el teniente coronel de Infantería de Marina, Fernando Izquierdo, jefe de la Unidad Internacional del Observatorio Militar de la Igualdad, muchos países ya introducían "motu proprio" mujeres en sus equipos de reconocimiento, pero ahora la OTAN quiere establecer una "doctrina uniforme" para que todos los aliados actúen de la misma manera y tengan presente la importancia de la perspectiva de género en el planeamiento. De modo contrario, avisa, puede ocurrir que los contingentes no cuenten con el número suficiente de mujeres para poner en marcha estas iniciativas. El teniente coronel Izquierdo ha insistido en la importancia de que "los contingentes tengan un número adecuado de mujeres" y ha reconocido que "normalmente no se llega a ese número porque es muy complicado". HAY En la actualidad, entre el 7 y el 8% del total de militares españoles desplegados en el exterior son mujeres, una cifra que, según ha explicado el teniente coronel, debería ser "superior". "La idea es fomentar que vayan más", ha explicado. En la actualidad, el 12,1% de los miembros de las Fuerzas Armadas son mujeres.


Entre las dificultades para esta mayor participación de las mujeres en las operaciones en el exterior se encuentran los "problemas de conciliación en la vida familiar", un asunto al que, según el responsable del Observatorio, se le está dando también atención para estudiar "caso por caso" la mejor manera de afrontarlos. Los primeros ’female engagement team’ llegaron a Afganistán en 2009, pero su presencia no se hizo permanente hasta 2010, principalmente en contingentes norteamericanos y estadounidense, según datos de la OTAN. Sus misiones son estar en contacto con la población local, principalmente con las mujeres, y, además de apoyar operaciones de seguridad, organizar actividades de carácter sanitario y educativo y proyectos de desarrollo destinados directamente a mujeres. Asimismo, tienen como objetivo proporcionar información valiosa sobre la comunidad local, incluyendo la actividad de los enemigos, y lanzar mensajes sobre la importancia de la educación y la influencia de las mujeres. Según informa Defensa, la Alianza Atlántica ha fomentado la inclusión de la perspectiva de género en las operaciones militares, porque cree que es "un valor añadido al éxito de la misión". Como ejemplo, ha estudiado y valorado algunos casos prácticos de cómo este enfoque ha dado resultados. Entre estos casos, se encuentra la experiencia del Equipo de Reconstrucción Provincial canadiense en la provincia de Kandahar, que designó a un grupo de mujeres militars para establecer contacto con afganas de la zona, aprovechando las visitas regulares de una mujer que vendía bisutería en la base de la OTAN. Tras un primer contacto, se organización "reuniones secretas periódicas" en las que las mujeres "expresaban libremente sus preocupaciones sobre su no participación en las decisiones de reconstrucción y sus prioridades sobre asuntos sociales y familiares". Además de reconducir el "modelo radical" de "exclusión de la mujer" entre la población local, las mujeres afganas "facilitaron información sobre localizaciones de artefactos explosivos y sobre líderes talibanes locales", que "evitó atentados y contribuyó a la seguridad de la misión". En el curso que tendrá lugar esta semana en el Centro Superior de Estudios de la Defensa Nacional (CESEDEN) participan 51 alumnos de 14 países. Una vez concluyan su formación, se sumarán al centenar de civiles y militares que participaron en los dos cursos piloto que se hicieron en 2011. Según Defensa, con esta iniciativa "pionera", España "se adelanta al llamamiento" del Consejo Europeo en lo referente a la formación de género en misiones, en el contexto de la Política Común de Seguridad y Defensa. A partir de ahora, el resto de países que quieran desarrollar un curso en asesoría de género deberá utilizar el programa creado por España y Holanda. Además, desarrolla el concepto de la ’defensa inteligente’ o ’smart defence’ que pretende impulsar la OTAN para que sus socios compartan capacidades y logren así una mayor eficiencia en el empleo de recursos. La Razón


EN COLOMBIA La participación de las mujeres en la contienda electoral del pasado mes de octubre registró un aumento significativo en comparación con las elecciones de 2007. Mientras que en esa ocasión se inscribieron 16.972 mujeres para participar en los comicios, el año pasado lo hicieron 36.137 aspirantes a Gobernadoras, Diputadas, Alcaldesas, Concejalas y Ediles. El incremento se explica por la Reforma Política que obligó a los partidos y movimientos políticos a incluir una cuota de género de mínimo el 30% en sus listas a cuerpos colegiados. De las 36.137 candidatas fueron escogidas por los colombianos 107 Alcaldesas, 60 Diputadas, 3 Gobernadoras, 1.442 Concejalas y 847 Ediles en todo el territorio nacional. De los 102 senadores elegidos en marzo de 2010 un total de 16 son mujeres y de los 166 Representantes a la Cámara elegidos 22 fueron mujeres Personal Activo de la Fuerza Pública incluyendo personal de policia nacional (la cual forma un cuerpo militarizado): Mujeres:437,164 Hombres: 446,432 Un comentario y una valiosa aportación al debate. Escribe Asun este comentario a la entrada de un blog , es tan interesante que lo pongo como parte de este folleto con enlace al video que comenta. “Yo fui una soldado de infantería durante 6 años de mi vida. Estuve de misión en Bosnia en el 94 y en el 97. Corroboro todo lo que dices. Aquí te dejo un video de la cantante pop Katy Perry. En él verás cómo se “glamuriza” la profesión militar. El mensaje que transmite la cancioncita y el video es que es mejor para una mujer “hacerse novia” del ejército, que “nunca la va a defraudar” (ja,ja…), que hacerse novia de un hombre, porque, ya se sabe, los varones “no son de fiar”. En Estados Unidos ya ha recibido algunas críticas por parte de gente “despierta” ya que se ve claramente que es un spot publicitario de reclutamiento de los US Marines. La letra dice “esta es la parte de mi que nunca me podrás quitar”. O sea, “el enemigo es el hombre, y papá Estado me va a cuidar, y de paso voy a convertirme en una chica moderna, guay y muy lista”. Y qué decir del cartelito que reza “Todas las mujeres son creadas iguales. Después algunas se hacen marines”. En fin el video es autoexplicativo y confirma que todo lo que has expuesto en el artículo describe fielmente la realidad que llevamos viviendo desde hace ya varia décadas”. Asun, te agradezco esta nota con toda el alma, el conocimiento directo de las cosas y su reflexión personal y no dirigida es un acto de un valor excepcional en esta sociedad de la propaganda, la liquidación del pensamiento autónomo y la consigna como “alimento” intelectual de las masas. Necesitamos pensar con nuestra propia cabeza, sacar conclusiones y orientar nuestra acción contra el monstruoso aparato de destrucción de la conciencia que nos aplasta


MANIFIESTO SCUM(TEXTO COMPLETO) (Society for Cutting Up Men) Sociedad para la eliminación de los Hombres VALERIE SOLANAS • Ojo de Bruja Ediciones Feministas y Lésbicas Independientes • Sobre la autora... Valerie Solanas Feminista radical, lesbiana, escritora y activista. Nació en Estados Unidos en 1936. Graduada en psicología. En su infancia fue abusada sexualmente por su padre. Se fue de su casa y tuvo un hijo a los 16 años. Vivió en la calle, deambulando por distintas ciudades, mendigando y prostituyéndose. En 1966 escribió su primera obra de teatro “Up your ass” (Que te den por culo) que trata sobre una prostituta y mendiga que odia a los hombres. En una versión, la mujer asesina al hombre, en otra versión una madre estrangula a su hijo. Famosa por atentar contra la vida de Andy Warhol en 1968. En The New York Times se podía leer que “SCUM había abatido a Warhol”. Mientras Solanas estuvo en prisión, la feminista Robin Morgan, abogó por que fuera liberada. Valerie fue puesta en libertad en septiembre de 1971 y arrestada nuevamente en noviembre del mismo año por enviar cartas amenazadoras a varias personas, entre las que se encontraba de nuevo, Andy Warhol. En sus últimos años paso por depresiones y estuvo largas temporadas en hospitales psiquiátricos. Murió a los 52 años por una neumonia. En 1967, Solanas escribió y autopublicó su trabajo más conocido, el Manifiesto SCUM, una proclama que llama a la destrucción de los hombres y a la liberación de las mujeres. La obra hizo que Solanas ganase simpatizantes feministas, que vieron en su texto provocativo una llamada a la acción y una fuente de reflexión.


Extracto del prólogo de la edición española “No describe al hombre/macho: lo diseca, con rabia y con espanto ante la realidad que supone la mujer actual. Señala, recargando las líneas de sus rasgos, incluso generalizando hasta extremos intolerables, su inútil situación en el mundo actual (y en el anterior) cuando ya no es posible seguir sosteniendo una guerra de oposiciones, de postergaciones, y de anulaciones entre los sexos. Y el hombre/macho parece no haberse dado cuenta del peligro que lo acecha y de la necesidad imperiosa que tiene de ser persona antes que macho. Las palabras agrias y vehementes de Valerie Solanas intentan resaltar la historia de una perdición. Al leer la descripción de la situación de la mujer con respecto a la del hombre, la inferioridad con respecto a la superioridad, el lector quedará perplejo al descubrir que la víctima real, propiciatoria del horror de la automatización, según la autora, es el hombre. La mujer, a pesar de los siglos de marginación y escarnio, ha conservado la fuerza de la restauración, la fuerza que le permitirá crecer y protagonizar (en el futuro, para Valerie Solanas, existe un futuro con mujeres a la cabeza). De ahí que al final de este Manifiesto, el hombre (visto siempre como lo inacabado y lo sin recursos) deje paso a la mujer. (...) La conclusión que el lector extrae de este Manifiesto es la siguiente: no es a la mujer a quien hoy tenemos que compadecer, sino al hombre, pues ha sido él quien ha montado las estructuras de su propia perdición; y la mujer, siempre mantenida al margen, en su calidad de ex-centrica, está hoy mejor condicionada para defenderse del horror circundante y participar en la reconstitución de una sociedad más viva, creativa y lúcida.” Ana Becciu. Traductora de la primera edición española de S.C.U.M.


Manifiesto S.C.U.M. 1967 Vivir en esta sociedad significa, con suerte, morir de aburrimiento; nada concierne a las mujeres; pero, a las dotadas de una mente cívica, de sentido de la responsabilidad y de la búsqueda de emociones, les queda una – sólo una única – posibilidad: destruir el gobierno, eliminar el sistema monetario, instaurar la automatización total y destruir al sexo masculino. Hoy, gracias a la técnica, es posible reproducir la raza humana sin ayuda de los hombres (y, también, sin la ayuda de las mujeres). Es necesario empezar ahora, ya. El macho es un accidente biológico: el gene Y (masculino) no es otra cosa que un gene X (femenino) incompleto, es decir, posee una serie incompleta de cromosomas. Para decirlo con otras palabras, el macho es una mujer inacabada, un aborto ambulante, un aborto en fase gene. Ser macho es ser deficiente; un deficiente con la sensibilidad limitada. La virilidad es una deficiencia orgánica, una enfermedad; los machos son lisiados emocionales. El hombre es un egocéntrico total, un prisionero de sí mismo incapaz de compartir o de identificarse con los demás, incapaz de sentir amor, amistad, afecto o ternura. Es un elemento absolutamente aislado, inepto para relacionarse con los otros, sus reacciones no son cerebrales sino viscerales; su inteligencia sólo le sirve como instrumento para satisfacer sus inclinaciones y sus necesidades. No puede experimentar las pasiones de la mente o las vibraciones intelectuales, solamente le interesan sus propias sensaciones físicas. Es un muerto viviente, una masa insensible imposibilitada para dar, o recibir, placer o felicidad. En consecuencia, y en el mejor de los casos, es el colmo del aburrimiento; sólo es una burbuja inofensiva, pues únicamente aquellos capaces de absorberse en otros poseen encanto. Atrapado a medio camino en esta zona crepuscular extendida entre los seres humanos y los simios, su posición es mucho más desventajosa que la de los simios: al contrario de éstos, presenta un conjunto de sentimientos negativos – odio, celos, desprecio, asco, culpa, vergüenza, duda – y, lo que es peor: plena consciencia de lo que es y no es. A pesar de ser total o sólo físico, el hombre no sirve ni para semental. Aunque posea una profesionalidad técnica – y muy pocos hombres la dominan – es, lo primero ante todo, incapaz de sensualidad, de lujuria, de humor: si logra experimentarlo, la culpa lo devora, le devora la vergüenza, el miedo y la inseguridad (sentimientos tan profundamente arraigados en la naturaleza masculina que ni el más diáfano de los aprendizajes podría desplazar). En segundo lugar, el placer que alcanza se acerca a nada. Y finalmente, obsesionado en la ejecución del acto por quedar bien, por realizar una exhibición estelar, un excelente trabajo de artesanía, nunca llega a armonizar con su pareja. Llamar animal a un hombre es halagarlo demasiado; es una máquina, un consolador ambulante. A menudo se dice que los hombres utilizan a las mujeres. ¿Utilizarlas, para qué? En todo caso, y a buen seguro, no para sentir placer. Devorado por la culpa, por la vergüenza, por los temores y por la inseguridad, y a pesar de tener, con suerte, una sensación física escasamente perceptible, una idea fija lo domina: joder. Accederá a nadar por un río de mocos, ancho y profundo como una nariz, a través de kilómetros de vómito, si cree, que al otro lado hallará una gatita caliente esperándole. Joderá con no importa qué mujer desagradable, qué bruja desdentada, y, más aún, pagará por obtener la oportunidad. ¿Por qué? La respuesta no es procurar un alivio para la tensión física ya que la masturbación bastaría. Tampoco es la satisfacción personal – no explicaría la violación de cadáveres y de bebés. Egocéntrico absoluto, incapaz de comunicarse, de proyectarse o de identificarse, y avasallado por una sexualidad difusa, vasta y penetrante, es psíquicamente pasivo. Al odiar su pasividad, la proyecta en las mujeres. Define al hombre como activo, y se propone demostrar que lo es (demostrar que se es un hombre). Su único modo de demostrarlo es joder (el Gran Hombre con un Gran Pene desgarrando un Gran Coño). Consciente de su error, debe repetirlo una y otra vez. Joder, es pues un intento desesperado y convulsivo de demostrar que no es pasivo, que no es una mujer; pero es pasivo y desea ser una mujer. Mujer incompleta, el macho se pasa la vida intentando completarse, convertirse en mujer. Por tal razón acecha constantemente, fraterniza, trata de vivir y de fusionarse con la mujer. Se arroga todas las


características femeninas: fuerza emocional e independencia, fortaleza, dinamismo, decisión, frialdad, profundidad de carácter, afirmación del yo, etc. Proyecta en la mujer los rasgos masculinos: vanidad, frivolidad, trivialidad, debilidad, etc. Preciso es señalar, sin embargo, que el hombre posee un rasgo brillante que lo coloca en un nivel de superioridad respecto a la mujer: las relaciones públicas. (Su tarea sido la de convencer a millones de mujeres de que los hombres son mujeres y que mujeres son hombres) Para el hombre, las mujeres alcanzan su plenitud con la maternidad; en cuanto a la sexualidad que nos impone, refleja lo que le satisfacería si fuera mujer. En otras palabras, las mujeres no envidian el pene, pero los hombres envidian la vagina. En cuanto el macho decide aceptar su pasividad, se define a sí mismo como mujer (tanto los hombres como las mujeres piensan que los hombres son mujeres y las mujeres son hombres) y se convierte en un travestí, pierde su deseo de joder (o de lo que sea; por otra parte queda satisfecho con su papel de loca buscona) y se hace castrar. La ilusión de ser una mujer le proporciona una sexualidad difusa y prolongada. Para el hombre, joder es una defensa contra el deseo de ser mujer. El sexo en sí mismo es una sublimación. Su obsesión por compensar el hecho de no ser mujer y su incapacidad para comunicarse o para destruir, le ha permitido hacer del mundo un montón de mierda. Es el responsable de: La Guerra: El sistema más corriente utilizado por el hombre para compensar el hecho de no ser mujer (sacar su Gran Pistola) es obviamente ineficaz: la puede sacar un número limitado de veces y cuando la saca, lo hace a escala masiva, para demostrar al mundo que es un hombre. Debido a su impotencia para sentir compasión o para comprender o identificarse con los demás antepone su necesidad de afirmar su virilidad a un incontable número de vidas, incluida la suya. Prefiere morir iluminado por un resplandor de gloria que arrastrarse sombriamente cincuenta años más. La simpatía, la cordialidad y «la dignidad»: Cada hombre sabe, en el fondo, que sólo es una porción de mierda sin interés alguno. Le domina una sensación de bestialidad que le avergüenza profundamente; desea no expresarse a sí mismo sino ocultar entre los demás su ser exclusivamente físico, su egocentrismo total, el odio y el desprecio que siente hacia los demás hombres y que sospecha que los demás sienten hacia él. Dada la constitución de su sistema nervioso muy primitiva, y susceptible de resentirse fácilmente a causa del más mínimo despliegue de emoción o de sentimiento, el hombre se protege con la ayuda de un código social perfectamente insípido carente del más leve trazo de sentimientos o de opiniones perturbadoras. Utiliza términos como copular, comercio sexual, tener relaciones (para los hombres, decir relaciones sexuales es una redundancia), y los acompaña de gestos grandilocuentes. El dinero, el matrimonio, la prostitución, el trabajo y el obstáculo para lograr una sociedad automatizada: Nada, humanamente, justifica el dinero ni el trabajo. Todos los trabajos no creativos (practicamente todos) pudieron haberse automatizado hace tiempo. Y en una sociedad desmonetizada cualquiera podría obtener lo mejor de cuanto deseara. Pero las razones que mantienen este sistema, basado en el trabajo y el dinero, no son humanos, sino machistas: 1. El coño: El macho que desprecia su yo deficiente, vencido por una ansiedad profunda e intensa, y por una honda soledad cada vez que se encuentra consigo mismo, con su naturaleza vacía, se vincula a cualquier mujer, desesperado, con la vaga esperanza de completarse a sí mismo, y se alimenta de la creencia mística de que, por el mero hecho de tocar oro se convertirá en oro; anhela la constante compañía de la mujer. Prefiere la compañía de la más inferior de las mujeres a la suya propia o a la de cualquier otro hombre quien sólo le recuerda su propia repulsión. Pero es preciso obligar o engañar a las mujeres, a menos que sean demasiado jóvenes o estén demasiado enfermas, para someterlas a la compañía del varón.


2. Proporcionar al hombre (incapaz de relacionarse con los demás) ilusión de utilidad, le permite justificar su existencia excavando agujeros y volviéndolos a llenar. El tiempo ocioso le horroriza pues dispone de una sola solución para llenarlo: contemplar su grotesca personalidad. Incapacitado para relacionarse o amar, el hombre trabaja. Las mujeres anhelan las actividades absorbentes, emocionantes, pero carecen de la. oportunidad o de la capacidad para ello y prefieren la ociosidad o perder el tiempo a su gusto: dormir, hacer compras, jugar al bowling, nadar en la piscina, jugar a las cartas, procrear, leer, pasear, soñar despiertas, comer, jugar consigo mismas, tragar píldoras, ir al cine, psicoanalizarse, viajar, recoger perros y gatos, repantingarse en la playa, nadar, mirar la t.v., escuchar música, decorar la casa, dedicarse a la jardinería, coser, reunirse en clubs nocturnos, bailar, ir de visitas, desarrollar su inteligencia (siguiendo cursos), y absorber cultura (conferencias, teatro, conciertos, películas artísticas). Así, muchas mujeres, incluso en caso de una completa igualdad económica, prefieren vivir con hombres o mover el culo por las calles, es decir disponer de la mayor parte de su tiempo, a pasar varias horas diarias aburriéndose, estultificadas realizando, para otros, trabajos no creativos embrutecedores que las convierten en máquinas, o, en el mejor de los casos – si logran acceder a un buen empleo –, codirigentes del montón de mierda. La destrucción total del sistema basado en el trabajo y en el dinero, y no el logro de la igualdad económica en el seno del sistema masculino, liberará a la mujer del poder masculino. 3. El poder y el control: No pudiendo dominar a las mujeres por medio de sus relaciones personales, el hombre aspira al dominio general por medio de la manipulación del dinero, así como de todo lo susceptible de ser controlado con dinero, en otras palabras, manipulándolo todo y a todos. 4. El sustituto del amor: Incapaz de dar amor o afecto, el hombre da dinero. Se siente maternal. La madre da la leche. Él da el pan. Él es el Gana-Pan. 5. Proveer al hombre de un objetivo. Incapaz de gozar del presente, el hombre necesita una meta por delante, y el dinero le proporciona un objetivo eterno. Pensad en lo que se puede hacer con 80 trillones de dólares, invertidos, y en tres años tendréis trescientos trillones. 6. Proporcionar al hombre la máxima oportunidad para manipular y controlar a los demás: la paternidad. La paternidad y la enfermedad mental (temor, cobardía, timidez, humildad, inseguridad, pasividad): Mamá desea lo mejor para sus hijos. Papá sólo desea lo mejor para Papá, es decir, paz y tranquilidad; desea que respeten sus caprichos de dignidad, desea presentarse bien (status) y desea la oportunidad para controlar y manipular a su aire., lo cual se denominará guiar si se trata de un padre moderno. En cuanto a su hija, la desea sexualmente, entrega su mano en matrimonio: el resto es para él. Papá al contrario de Mamá, nunca cede frente a sus hijos, pues debe, por todos los medios, preservar la imagen de hombre decidido, dotado de fortaleza, de perenne fuerza y rectitud. Nunca alcanza su meta, y, por tanto, le domina la falta de confianza en sí mismo y en la propia capacidad para lidiar con el mundo, y acepta pasivamente el status quo. Mamá ama a sus hijos, aunque a ven s se encolerice con ellos, pero Ja cólera se evapora en un instante y, aún cuando persista, no obstaculiza el amor ni una profunda aceptación. Papá, en cambio, emocionalmente enfermo no ama a sus hijos: los aprueba si son buenos, es decir, si son simpáticos, respetuosos, obedientes, serviles a su voluntad, tranquilos, y mientras no provoquen inoportunas alteraciones de ánimo siempre tan desagradables y molestas para el varonil sistema nervioso de Papá, facilmente perturbable. En otras palabras, si son tan pasivos como los vegetales, si no son buenos – en el caso de un padre moderno, civilizado (a veces es preferible el bruto furioso anticuado, a quien se puede despreciar por su ridiculez) – Papá no se enfada, pero expresa su desaprobación, actitud que, a diferencia de la cólera persiste e impide la aceptación profunda, dejando en el niño un sentimiento de inferioridad y una obsesión por la aprobación que durará toda la vida; el resultado es el temor al propio pensamiento, motivo inductor a buscar refugio en la vida convencional. Si el niño desea la aprobación paterna, debe respetar a Papá, y dado que Papá es una basura, el único medio para suscitar respeto filial es mostrarse distante, inalcanzable, y actuar siguiendo el precepto


según el cual la familiaridad alimenta el desprecio, precepto, por supuesto, cierto, si se es despreciable. Comportándose de manera distante y fría puede aparecer como un ser desconocido, misterioso, y, por lo tanto, inspirar temor (respeto). Desaprobar las escenas emotivas produce el temor a sentir una emoción fuerte, el temor a la propia furia y al odio, y el temor a enfrentarse con la realidad, ya que la realidad revela la rabia y el odio; este miedo, unido a la falta de confianza en sí mismo y al conocimiento a la propia incapacidad para cambiar el mundo o para conmover aunque sea mínimamente el propio destino, conduce a la estúpida creencia de que el mundo y la mayoría sus habitantes son agradables, y que las más banales y triviales actividades son una gran diversión y producen un profundo placer. El efecto de la paternidad en los niños, particularmente, es convertirlos en Hombres, es decir, defenderlos de todas sus tendencias a la pasividad, a la mariconería, o a sus deseos de ser mujeres. Todos los chicos quieren imitar a su madre, fusionarse con ella, pero Papá lo prohíbe. Él es la madre, Él se fusiona con ella; así, ordena al niño, a veces directamente y otras indirectamente, no comportarse como una niñita, y actuar como un hombre. El muchacho, que se caga en los pantalones delante de su padre, que – dicho de otro modo – le respeta, obedece y se convierte en un verdadero pequeño Papá, el modelo de la Hombría, el sueño americano: el cretino heterosexual de buena conducta. El efecto de la paternidad en las mujeres es convertirlas en hombres: dependientes, pasivas, abocadas a las tareas domésticas embrutecedoras, simpáticas, inseguras, ávidas de aprobación y de seguridad, cobardes, humildes, respetuosas con la autoridad de los hombres, cerradas, carentes de reacciones, medio muertas, triviales, estúpidas, convencionales, insípidas y completamente despreciables. La Hija de Papá, siempre tensa y temerosa, sin capacidad analítica, sin objetividad, valora a Papá y a los demás hombres con temor (respeto). Incapaz de descubrir el vacío tras la fachada distante, acepta la definición masculina del hombre como ser superior, y la definición de la mujer, y de sí misma, como ser inferior, es decir, como hombres, eso que, gracias a Papá realmente es. La expansión de la paternidad, resultado del desarrollo y de la mejor distribución de la riqueza (que el patriarcado necesita para prosperar) ha provocado el aumento general de la estupidez y el declive de las mujeres en los Estados Unidos después de 1920. La estrecha asociación entre riqueza y paternidad ha servido para que las chicas peor seleccionadas, es decir las burguesitas privilegiadas, logren el derecho a educarse. En suma, el papel de los padres ha sido corroer el mundo con el espíritu de la virilidad. Los hombres poseen el don de Midas negativo: todo cuanto tocan se convierte en mierda. La supresión de la individualidad, la animalidad (domesticidad y maternidad) y el funcionalismo: El hombre es un puñado de reflejos condicionados: incapaz de reaccionar libremente por medio de su mente, está atado y determinado completamente por sus experiencias infantiles y del pasado. Vivió sus primeras experiencias con su madre, y durante toda su vida está ligado a ella. El Hombre nunca llega a comprender claramente no ser parte de su madre, que él es él y ella es ella. Su máxima necesidad es sentirse guiado, abrigado, protegido y admirado por mamá (los hombres esperan que las mujeres adoren aquello que los petrifica de horror: ellos mismos). Exclusivamente físico, aspira a pasar su tiempo (que ha perdido en el mundo defendiéndose sombriamente contra su pasividad) dedicado a actividades básicamente animales: comer, dormir, cagar, relajarse y hacerse mimar por Mamá. La Hija de Papá, pasiva y cabezahueca, deseosa de aprobación, de una palmada en la cabeza, del respeto del primer montón de basura que' pasa, deja reducirse fácilmente a la categoría de Mamá, estúpida suministradora de consuelo para las necesidades físicas, respaldo de los cansados, paño para frentes simiescas, aliciente para el ego mezquino, admiradora de lo despreciable: una bolsa de agua caliente con tetas. Reducidas a la categoría de animal, las mujeres del sector más atrasado de la sociedad, la clase media privilegiada y educada, despojo de la humanidad donde papá reina como ser supremo, intenta desarrollarse por medio del trabajo, y en la nación más avanzada del mundo, en pleno siglo XX, van de


un lado a otro con los críos colgando de las tetas. ¡Y no es por los niños (aunque los expertos sentencien que Mamá debe quedarse en casa y arrastrarse como una bestia) sino por Papá! La teta es para Papá, para que pueda aferrarse, los sufrimientos del trabajo son para Papá, para que pueda seguir prosperando (como está medio muerto, necesita estímulos poderosos). La necesidad de reducir a la mujer a un animal, a Mamá, a un macho, es psicológica y práctica. El macho es simplemente una muestra de la especie, susceptible e ser intercambiable por cualquier otro macho. No posee una individualidad profunda, pues la individualidad se origina en la curiosidad, en aquello que se encuentra fuera de uno mismo, que lo absorbe, aquello con lo que uno se relaciona. Los hombres, totalmente absorbidos por ellos mismos, capaces sólo de relacionarse con sus propios cuerpos y de experimentar únicamente sus sensaciones físicas, difieren entre sí unicamente por el grado y por la forma de intentar defenderse contra su pasividad y contra su deseo de ser mujeres. La individualidad femenina, se impone ante el hombre, pero él es incapaz de comprenderla, incapaz de establecer un contacto con ella que lo asusta, le conmociona y llena de espanto y de envidia. Así, la niega, y se dispone a definir a cualquiera, él o ella, en términos de función o de uso, asignándose desde luego para sí las funciones más importantes – médico, presidente, científico – a fin de darse una identidad, si no una individualidad, y convencer, a sí mismo y a las mujeres (le ha ido mejor convenciendo a las mujeres) que la función femenina es concebir y dar a luz a los hijos, relajarse, confortar y alabar el ego del hombre; que por su función es un ser intercambiable con cualquier otra mujer. Pero en realidad, la función de la mujer es comunicarse, desarrollarse, amar y ser ella misma, y resulta irreemplazable por otra; la función del macho es la de producir esperma. En la actualidad existen bancos de esperma. La violación de la intimidad: El hombre, avergonzado de lo que es y de casi todo lo que hace, tiende bastante a mantener en secreto todos los aspectos de su vida, pero no guarda ningún respeto por la vida privada de los demás. Vacío, incompleto, carente de realidad propia, necesita permanentemente la compañía de la mujer, y no ve nada de malo en el hecho de inmiscuirse o introducirse en los pensamientos de la mujer, no importa quien sea, en cualquier parte y en cualquier momento; pero se siente indignado e insultado si se le llama la atención respecto a lo que hace, se siente confundido... no puede comprender que alguien pueda preferir un minuto de soledad a la compañía de cualquier cretino. Al desear convertirse en una mujer, se esfuerza por estar siempre rodeado de mujeres – las únicas que lo aproximan a su deseo –; y se las ingenió para crear una sociedad basada en la familia – una pareja hombre-mujer y sus hijos (el pretexto para la existencia de la familia) que, virtualmente, viven uno encima del otro, violando inescrupulosamente los derechos de la mujer, su intimidad, su salud. El aislamiento, los suburbios y la imposibilidad de la comunidad: Nuestra sociedad no es una comunidad, es una colección de unidades familiares aisladas. El hombre se siente desesperadamente inseguro, temeroso de que su mujer le abandone si se expone ante otros hombres o a algo que remotamente se parezca a la vida, de modo que intenta aislarla de los otros hombres y de la mediocre civilización reinante. La lleva a vivir a los suburbios para encerrarla en un conjunto de pabellones donde parejas con sus hijos se absorben en una mutua contemplación. El aislamiento le da la posibilidad de mantener la ilusión de ser un individuo, se convierte en un individualista rudo, un gran solitario; confunde la individualidad con la claustración y la falta de cooperación. Pero hay otra razón para explicar este aislamiento: cada hombre es una isla. Atrapado en sí mismo, emocionalmente aislado, incapaz de comunicarse, al hombre le horroriza la civilización, la gente, las ciudades, las situaciones que requieren capacidad para comprender y establecer relaciones con los demás. Papá huye, como un conejillo asustado, se escabulle, y arrastra el rechoncho culo hacia el páramo, hacia los suburbios. O, en el caso del hippie – ¡Se va lejos, chico! – hacia el prado donde


puede joder y procrear a sus anchas y perder el tiempo con sus abalorios y sus flautas. El hippie, cuyo deseo de ser un Hombre, y un rudo individualista, es más débil que el del término medio de los hombres, y se excita ante la sola idea. de poseer cantidad de mujeres a su disposición, se revela contra la crueldad de la vida del Gana-Pan y contra la monotonía de la monogamia. En nombre de la cooperación y del reparto, forma una comuna o una tribu, que, a pesar de sus principios de solidaridad y en parte por su causa (la comuna, una extensión de la familia, es un ultraje más de los derechos de la mujer, viola su intimidad y deteriora su salud mental) no se parece a una comuna más que el resto de la sociedad. La verdadera comunidad está formada por individuos – no simples miembros de una especie, o parejas – que respetan la individualidad y la intimidad de los demás, y al mismo tiempo, obran con reciprocidad mental y emocionalmente – espíritus libres que mantienen entre sí una relación libre – y cooperan para alcanzar fines comunes. Los tradicionalistas dicen que la unidad básica de la sociedad es la familia, para los hippies en cambio, es la tribu; nadie menciona al individuo. El hippie habla mucho acerca de la individualidad, pero su concepto al respecto no difiere del que puede tener cualquier otro hombre. Desearía regresar a la naturaleza, a la vida salvaje; regresar al desierto, reencontrar el hogar de los animales peludos de los que él forma parte, lejos de la ciudad, o al menos donde se perciban algunas huellas, un vago inicio de civilización, para vivir al nivel primario de la especie y ocuparse en actividades sencillas, no intelectuales: criar cerdos, joder, ensartas abalorios. La actividad más importante de la comuna – en ella se basa – es la promiscuidad. El hippie se siente atraído por la comuna principalmente porque ofrece la perspectiva de libertad sexual, el coño libre, la más interesante comodidad para compartir, la que se puede poseer sin miramientos; pero, ciego y avaricioso, no piensa en todos los demás hombres con quienes deberá compartirlo, ni tampoco repara en los celos y la posesividad propia del coñazo que ellos son, en sí mismos. Los hombres no pueden cooperar en el logro de un fin común, porque el fin de cada hombre es todos los coños para sí. De ahí que la comuna esté condenada al fracaso. Preso del pánico, el hippie atrapará a la primera mentecata que lo empuje y la arrastrará a los suburbios lo más rápidamente posible. El macho no puede progresar socialmente, pero, en cambio, oscila entre el aislamiento y la promiscuidad. El conformismo: A pesar de desear ser un individuo, el hombre teme cualquier cosa que pudiera diferenciarlo, aún ligeramente de los demás hombres; teme no ser realmente un Hombre, una de las sospechas más perturbadoras es la posibilidad de ser pasivo y estar determinado por la sexualidad. Si los demás hombres son A y él no lo es, quizás no sea un hombre; debe de ser un marica. Así, intenta afirmar su Hombría pareciéndose a otros hombres. Pero cualquier diferencia constatada en los demás también constituye una amenaza, le aterra: son ellos, a los maricas a quienes debe evitar a cualquier precio, y hace cuanto puede para obligarles a recuperar la uniformidad. El hombre se atreve a ser diferente sólo cuando acepta su pasividad y su deseo de ser una mujer, su mariconería. El más consecuente consigo mismo es el travestí. Pero él, a pesar de ser diferente a muchos hombres, es exactamente igual a todos los demás travestís. También funcionalista, busca una identidad formal: ser una mujer. Trata de desembarazarse de todos sus problemas, pero todavía no posee ninguna individualidad. No está totalmente convencido de ser una mujer, angustiado por la idea de no ser lo suficientemente hembra, se adecua compulsivamente al estereotipo femenino creado por el hombre, terminando por ser un fardo de manierismos acartonados. Para asegurarse de que es un Hombre, el macho debe asegurarse de que la hembra es verdaderamente una Mujer, lo contrario de un Hombre, es decir, que la hembra se comporta como un marica. Y la Hija de Papá, cuyos instintos femeninos le fueron arrebatados cuando era pequeña, se adapta facilmente y por obligación a este papel. La autoridad y el gobierno: El hombre que, carece del sentido de lo verdadero y de lo falso, carece de conciencia moral, (sólo puede ser producto de la capacidad para ponerse en el lugar de los demás) carece de fe en su yo inexistente, es necesariamente competitivo y, por naturaleza, incapaz de cooperar, siente la necesidad


de una guía y de un control procedente del exterior. Por lo tanto, inventa a las autoridades – sacerdotes, especialistas, jefes, líderes, etc.– y al gobierno. Quiere que la hembra (Mamá) le guíe, pero es incapaz de prestarse a ello (después de todo, él es un hombre), quiere desempeñar el papel de la Mujer, usurpar su función de Guía y Protectora, se encarga de que todas las autoridades sean siempre hombres. No existe ninguna razón para que una sociedad formada por seres racionales capaces de cooperar entre sí, autosuficientes y libres de cualquier ley o condición natural capaz de obligarles a competir, deban tener un gobierno, leyes o líderes. La filosofia, la religión y la moral basados en el sexo: La incompetencia del hombre para relacionarse con los demás o con las cosas es causa de que su vida carezca de objetivos y sentido (según el pensamiento masculino la vida es un absurdo), así inventa la filosofía y la religión. Está vacío, mira hacia afuera, no sólo en busca de una guía o de un control, sino también de la salvación y del sentido de la vida. Le resulta imposible realizar la felicidad en la tierra: inventó el Cielo. Puesto que no puede comunicarse con los otros, y sólo vive para el sexo, para el varón el mal es la licencia sexual que le compromete en prácticas sexuales desviadas (no viriles, es decir, las que no lo defienden contra su pasividad y sexualidad total, característica que amenazan, si se las fomenta, con destruir la civilización, pues la civilización está absolutamente basada en la necesidad del hombre de defenderse contra estas características, en cuanto a la mujer (según los hombres) el mal radica en cualquier tipo de comportamiento capaz de inducir a los hombres a la licencia sexual, es decir impedir a las necesidades del macho estar por encima de las suyas y negarse a hacerse la loca. La religión no solamente brinda al hombre un fin (el Cielo) y ayuda a mantener a la mujer ligada a él, además presenta rituales mediante cuya práctica el hombre puede expiar la culpa y la vergüenza experimentada por no ser capaz de defenderse suficientemente contra sus impulsos sexuales; en especial, se trata de la culpa y la vergüenza de ser hombre. La mayoría de los hombres, en su inmensa cobardía, proyectan sus debilidades intrínsecas en las mujeres; las califican de debilidades típicamente femeninas y se atribuyen la auténtica fuerza femenina. La mayoría de filósofos, no tan cobardes, reconocen ciertas carencias en el hombre; sin embargo no llegan a admitir el hecho de que estas carencias existen sólo en los hombres. Así, denominan a la condición del hombre masculina, la Condición Humana; formulan su problema de la nada, que les horroriza, como un dilema filosófico; otorgan un nivel de jerarquía a su animalidad, pomposamente bautizan a su nada Problema de Identidad, y con grandilocuencia proceden a charlar acerca de la Crisis del individuo, de la Esencia del ser, de la Existencia que precede a la Esencia, de los Modos Existenciales del Ser, etc. etc. La mujer, en cambio, no solamente ni se cuestiona su identidad o su individualidad, sino que por instinto sabe que el único mal consiste en herir a los demás, y que el verdadero significado de la vida es el amor. Los prejuicios (racial, étnico, religioso, etc.): El hombre necesita víctimas propiciatorias para poder proyectar sobre ellas sus fracasos y sus insuficiencias, y sobre las que pueda desahogar sus frustraciones por no ser mujer. La competencia, el prestigio, el status, la educación formal, la ignorancia y las clases sociales y económicas: Obsesionado por ser admirado por las mujeres, pero sin poseer ningún mérito intrínseco, el hombre construye una sociedad artificial que le proporciona una apariencia del mérito a través del dinero, del prestigio, de la clase social alta, los títulos, la posición y el conocimiento, relegando en lo más bajo de la escala social económica y educacional a la mayor cantidad posible de hombres. El objetivo de la educación superior no es educar sino excluir a los demás de las distintas profesiones. El hombre, aunque capaz de comprender y de utilizar el conocimiento y las ideas, no puede entrar en


relación con ellas, aprehenderlas emocionalmente; no valora el conocimiento y las ideas de sí mismas (son simplemente medios para lograr fines) y, en consecuencia, no necesita comunicaciones de tipo intelectual, no necesita cultivar las facultades intelectuales de los otros. Por el contrario, su interés es la ignorancia; sabe muy bien que una población de mujeres inteligentes y conscientes significa el fin de su reinado. La mujer orgullosa y saludable desea la compañía de sus iguales a quienes puede respetar y con quienes puede desarrollarse; el macho y la mujermacho enfermos, inseguros y carentes de confianza en sí mismos anhelan la compañía de los parásitos, de las larvas. El hombre no puede llevar a cabo una genuina revolución social, pues quienes se hallan en las altas posiciones del poder allí desean permanecer, y quienes están abajo desean ocupar un alto puesto. La rebelión, entre hombres, es una farsa; vivimos en una «sociedad» masculina hecha por el hombre para satisfacer sus necesidades. Nunca está satisfecho, pues le resulta imposible. Aquello contra lo cual el hombre rebelde se rebela, es el hecho de ser hombre. El hombre cambia solamente cuando la tecnología se lo impone, cuando no le queda otra alternativa, cuando la sociedad alcanza un nivel en el cual él debe cambiar o morirse. Ahora lo hemos alcanzado; si las mujeres no mueven rápidamente el culo, corremos peligro de reventar. Imposibilidad para la conversación: Dada la naturaleza totalmente egocéntrica del hombre y su incapacidad para contactar con el exterior, su conversación, si no versa sobre él mismo, es impersonal, monótona, despojada de cuanto posea un valor humano. La conversación intelectual del hombre es un intento forzado y compulsivo para impresionar a la mujer. La Hija de Papá, pasiva, adaptable, respetuosa y temerosa del hombre hasta la reverencia, se deja imponer la hedionda y aburrida cháchara masculina. A ella no le resulta muy difícil, ya que la tensión y la ansiedad, la falta de serenidad, la inseguridad y las propias dudas, la incertidumbre ante los sentimientos y las sensaciones que Papá le metió en la cabeza, convierten sus percepciones en superficialidad y le impiden darse cuenta de que la charlatanería del hombre sólo es charlatanería; como el esteta que aprecia la el espejismo llamado Gran Arte, está convencida de que la mierda de conversación que le aburre, le permite desarrollarse. No sólo acepta el dominio del espejismo; además adapta a ella su propia conversación. Entrenada desde la más tierna infancia en la simpatía, la gentileza y la dignidad, halagando la necesidad del varón de disfrazar su animalidad, la mujer reduce servilmente su conversación a la charla melosa insípida y blanda sobre cualquier tópico que esté más allá de lo más trivial -o, en el caso de ser cultivada, se quedará en la discusión intelectual, es decir, en el discurso impersonal acerca de abstracciones irrelevantes: el Producto Bruto Nacional, el Mercado Común, la influencia de Rimbaud en la pintura simbolista. Se vuelve tan adepta al halago que eventualmente éste se convierte en su segunda naturaleza hasta el extremo de continuar halagando a los hombres aún cuando se encuentre en compañía de otras mujeres. Aparte de esta faceta de lameculos, la conversación de la mujer está limitada debido al temor de expresar opiniones generales o desviadas y por un sentimiento de inseguridad que la encierra en sí misma y le quita encanto. La simpatía, la gentileza, la dignidad, la inseguridad y la introversión pocas veces pueden desencadenar la intensidad o el ingenio, dos cualidades imprescindibles para que una. conversación merezca el nombre de tal. Semejante conversación nunca es exhuberante; solamente las mujeres que confían plenamente en sí mismas, las arrogantes, las extovertidas, las orgullosas, las poseedoras de mentes rigurosas, son capaces de mantener una conversación intensa, audaz, ingeniosa. La imposibilidad de la amistad y del amor: Los hombres se desprecian a sí mismos, a todos los otros hombres y a las mujeres que los halagan; las mujeres lameculos de los machos, inseguras y en busca de la aprobación masculina, se desprecian a sí mismas y a todas las que son como ellas; las mujeres-mujeres, autosuficientes, impetuosas, buscadoras


de emociones, sienten desprecio por los machos y por las mujeres-macho lame-culos. Para ser breves, el desprecio está a la orden del día. El amor no es dependencia ni es sexo, es amistad, y, por lo tanto, el amor no puede existir entre dos hombres, entre un hombre y una mujer o entre dos mujeres, si uno de ellos es un macho lameculos, inseguro y estúpido. Al igual que la conversación, el amor solamente puede existir entre dos mujeresmujeres seguras, libres, independientes y desarrolladas. La amistad se basa en el respeto, no en el desprecio. Incluso entre mujeres desarrolladas, las amistades profundas se dan rara vez en la época adulta, ya que casi todas ellas se han unido a hombres para sobrevivir económicamente, o están empeñados en abrirse camino, a cuchilladas, a través de la jungla e intentar mantener sus cabezas por encima del nivel de la masa amorfa. El amor no puede florecer en una sociedad basada en el dinero y en el trabajo mediocre; requiere una libertad económica y personal total, tiempo para el ocio y la oportunidad de comprometerse en actividades intensamente absorbentes y emocionalmente satisfactorias; tales actividades, cuando se comparten con aquellos a quienes se respeta, desembocan en una profunda amistad. Nuestra Sociedad no brinda oportunidades para comprometerse en esta clase de actividades. Después de haber eliminado del mundo la conversación, la amistad, y el amor, el hombre ofrece los siguientes sustitutos mezquinos. «El gran Arte» y «la cultura»: El artista hombre intenta compensar su incapacidad para vivir y su impotencia para ser mujer, construyendo un mundo sumamente artificial en el cual él es el héroe; es decir, despliega las características femeninas; y la mujer queda reducida a roles limitadísimos, de insípida subordinada, en una palabra, queda reducida a hacer de hombre. El fin del arte masculino no es comunicar (puesto que el hombre es un ser vacío, nada tiene que decir), sino disfrazar su bestialidad; recurre al simbolismo y a la oscuridad (temas profundos). La mayoría de las personas, sobre todo las cultivadas, carentes de confianza en sus propios juicios, humildes, respetuosos de la autoridad (la traducción adulta de la frase Papá sabe más es: El critico entiende), aprenden fácilmente que la oscuridad, la evasividad, la incomprensibilidad, la ambigüedad y el tedio son las señales de la profundidad y de la brillantez. El Gran Arte demuestra que los hombres son superiores a las mujeres, que los hombres son mujeres; casi todo cuanto cabe bajo la denominación Gran Arte, tal como las anti-feministas nos lo recuerdan, ha sido creado por los hombres. Sabemos que se le llama Gran Arte porque las autoridades nos lo han dicho, y no podemos afirmar lo contrario, pues sólo los dotados de sensibilidades exquisitas muy superiores a las nuestras pueden percibir y apreciar su grandeza, la prueba de su sensibilidad superior es el hecho de apreciar la mierda que aprecian. Apreciar es cuanto sabe hacer el hombre cultivado; pasivos e incompetentes, carentes de imaginación y de ingenio, aprecian; incapaces de crear sus propias diversiones, de crear un pequeño mundo a partir de sí mismos, de influir mínimamente en su medio ambiente, deben aceptar cuanto les es dado; incapaces de crear o de comunicarse, actuan de espectadores. La absorción de cultura es un intento desesperado y frenético de ser alguien en un mundo sin placer, de escapar al horror de una existencia estéril e insignificante. La cultura es el maná del ego de los incompetentes, el medio para racionalizar las expectativas pasivas; pueden sentirse orgullosos de sí mismos por su capacidad para apreciar las cosas más finas, ver una joya allí donde sólo hay mierda (quieren ser admirados porque admiran) Faltos de la más mínima confianza en su capacidad para cambiar algo, se resignan al status quo, necesitan extasiarse, ver la belleza en la mierda porque, sólo, mierda verán. La veneración del Arte y de la Cultura – aparte de conducir a muchas mujeres a una actividad aburrida y pasiva que las distrae de otras más importantes y rentables, y de cultivar capacidades activas, – le permite al artista mostrarse como el único dotado de sentimientos superiores, percepciones, visiones, y juicios superiores, minando así la confianza de las mujeres inseguras en la validez de sus propios


sentimientos, visiones y juicios. El macho posee una sensibilidad muy limitada y, en consecuencia, son limitadas sus percepciones, visiones y juicios; necesita al artista para que le guíe, para que le diga qué es la vida. Pero, dado que el hombre artista es absolutamente sexual, incapaz de relacionarse con nada situado más allá de sus propias sensaciones físicas y nada puede expresar excepto su concepto de la vida, para él carecente de sentido y absurda; no puede ser un artista. ¿Cómo puede él, incapaz de vida, decirnos qué es la vida? El macho artista es una contradicción en sus términos. Un degenerado sólo puede producir un arte degenerado. El verdadero artista es la mujer saludable y que confía en sí misma. En una sociedad de mujeres el único Arte, la única Cultura, será la de las mujeres orgullosas, excéntricas, que se afirman entre sí con todo el universo. La sexualidad: El sexo no interviene en una relación, por el contrario, se trata de una experiencia solitaria, no creativa, una absoluta pérdida de tiempo. La mujer, con gran facilidad – más de la que ella misma cree – puede condicionar su impulso sexual, ser completamente fría y cerebral y libre para perseguir relaciones y actividades más valiosas; pero el macho, que parece incitar sexualmente a las mujeres y que constantemente busca excitarlas, arrastra a la mujer muy sexuda al frenesí de la lujuria, arrojándola a un abismo sexual del cual muy pocas mujeres logran escaparse. El macho lascivo excita a la mujer lúbrica; tiene que hacerlo: cuando la mujer trasciende su cuerpo, se eleva por encima de la condición animal, el macho, cuyo ego consiste en su falo, desaparecerá. El sexo es el refugio de la estupidez. Cuanto más estúpida es una mujer, más profundamente encaja en la cultura del hombre; para resumir, cuanto más encantadora, más sexual. Las mujeres más bellas de nuestra sociedad provocan el delirio de los maníacos sexuales. Pero al ser tremendamente atractivas no se rebajan a joder – es tosco –, hacen el amor, establecen una comunión por medio de los cuerpos y de las relaciones sensuales; las más literatas afinan su tono con las palpitaciones de Eros y logran aferrarse al Universo; las religiosas tienen una comunión espiritual con la Divina Sensualidad; las místicas se fusionan con el Principio Erótico y se mezclan con el Cosmos, y las cabezas ácidas entran en contacto con las células eróticas, vibran. Por otra parte, aquellas mujeres que no se han integrado tanto en la Cultura del macho, las menos hermosas, las almas toscas y simples para quienes joder es joder, y son demasiado infantiles para el mundo adulto de los suburbios, de las hipotecas, de los lloriqueos y de la caca de bebés, demasiado egoístas para cultivar maridos y niños, demasiado inciviles para respetar a Papá, a los Grandes o a.la profunda sabiduría de los Ancianos; que sólo confían en sus propios instintos animales, que equiparan la Cultura a la mierda, cuya única diversión es vagabundear en busca de emociones y excitaciones, que provocan escenas desagradables, vulgares, desconcertantes; odiosas, violentas brujas dispuestas a atropellar a cuantos les irritan, que clavan un cuchillo en el pecho del hombre o le hunden un picahielos en el culo después, si saben que pueden largarse, en suma, aquellas que, según los parámetros de nuestra cultura, son SCUM... estas mujeres son desenvueltas y cerebrales y están dispuestas a la sexualidad. Liberadas de los prejuicios de la simpatía, de la discreción, de la opinión pública, de la moral, del respeto a los culos, siempre horribles, sucias, viles, las SCUM llegan... a todas partes... a todas partes... lo han visto todo – todo el tinglado, el coito, la chupada, la del coño y de la polla, han presenciado todos los números habidos y por haber, han paseado todas las calles y se han tirado a todos los puercos... es necesario haberse hartado del coito para profesar el anti-coito, y las SCUM han vivido toda clase de experiencias, ahora están preparadas para un espectáculo nuevo; quieren vibrar, despegar, surgir. Pero la hora de SCUM todavía no ha sonado; SCUM permanece aún en las tripas de nuestra «sociedad». Pero, si nada cambia y la Bomba no estalla y acaba con todo, nuestra sociedad reventará por sí sola.


El Aburrimiento: La vida en una sociedad hecha por y para las criaturas que, si no son siniestras y deprimentes, son absolutamente aburridas, sólo puede ser, si no es siniestra y deprimente, absolutamente aburrida. El Secreto, la censura, la prohibición del conocimiento y de las ideas, denuncias, y la caza de brujas: Uno de los temores más horribles, profundamente arraigados y secretos del macho es el temor de que se descubra que no es una mujer, sino un macho, un animal subhumano. Aunque la amabilidad, la educación y la dignidad bastan para impedir la revelación de la verdad en un nivel personal, el hombre debe, para evitar que se descubra la impostura general del sexo masculino y mantener sus poderes antinaturales sobre la sociedad, recurrir a los siguientes procedimientos. 1. La censura: El hombre que reacciona por reflejo a palabras y frases aisladas en vez de reaccionar cerebralmente a significados globales, intenta impedir el descubrimiento de su bestialidad censurando no sólo la pornografía, sino cualquier obra que contenga palabras soeces, sin importarle el contexto2. Prohibir todas las ideas y conocimientos que puedan descubrirlo o amenazar su posición predominante dentro de la sociedad. Eliminar muchos datos biológicos y psicológicos, porque constituyen la prueba de la gran inferioridad del hombre con respecto a la mujer. Asímismo, el problema de la enfermedad mental nunca podrá resolverse mientras el macho mantenga las riendas del poder, porque en primer lugar, le interesa (sólo las mujeres muy memas pueden soportar el menor intento de dominio) y en segundo lugar, el macho se niega a admitir el papel del Padre en el origen de las enfermedades mentales. 3. La caza de brujas: El deleite más importante en la vida del macho – en caso de que esta criatura tensa y siniestra sea capaz de deleitarse con algo – es denunciar a los demás. No importa demasiado qué descubre sobre ellos mientras sean descubiertos; así distrae la atención que podría recaer sobre él. Denunciar a los demás como agentes enemigos (comunistas, socialistas) es uno de sus pasatiempos favoritos; así se disculpa a sí mismo, a su país y al mundo Occidental. La mierda no está en su culo: está en Rusia. La Desconfianza: Incapaz de comprender a los demás ni de sentir afecto o lealtad hacia ellos, centrado en sí mismo, de donde no aparta la atención a no ser para fijarla en su ombligo, el hombre nunca juega limpio; cobarde, constantemente debe hacerse la puta con la mujer en busca de su aprobación, siempre en falso no sea que se descubra su verdadera condición de macho y animal, siempre debe ocultarse, y mentir sin cesar. Vacío, constituido de nada, carece de honor o de integridad, ignora el significado de estas palabras. En resumen, el macho es traidor y la única actitud adecuada en una sociedad machista es el cinismo y la desconfianza. La Fealdad: Como es totalmente sexual, incapaz de respuestas cerebrales o estéticas, absolutamente materialista y codicioso, el hombre, aparte de haber impuesto al mundo el Gran Arte, ha llenado su ciudad sin paisaje con horrendos edificios (por fuera y por dentro), con horribles decorados, carteleras, autopistas, coches, camiones de basura y, lo que es peor, su propio putrefacto ego. El Odio y la Violencia: El hombre vive carcomido por la tensión, por la frustración de no ser una mujer, de no ser capaz de alcanzar alguna vez la satisfacción o el placer, – no importa de qué clase-; vive carcomido por el odio – no por el odio racional dirigido contra quienes abusan de una o nos insultan – sino el odio irracional, indiscriminado... odio, en el fondo, contra su propio y mediocre yo. La violencia le es útil como válvula de escape para su odio y, además, – como el macho sólo es capaz


de una respuesta. sexual y necesita estímulos muy fuertes para excitar su yo medio muerto – incluso le provoca cierta emoción sexual. La enfermedad y la muerte: Todas las enfermedades se curan; el proceso de vejez y muerte se debe a la enfermedad. Así, es posible no envejecer nunca y vivir eternamente. En verdad, los problemas de la vejez y la muerte podrían quedar resueltos en el plazo de algunos años si la ciencia se dedicara a ello con empeño. Sin embargo, esto no ocurrirá mientras continúe el reinado del hombre, porque: 1. Los científicos machos, que hay muchos, se apartan prudentemente de sus investigaciones biológicas, aterrados con el descubrimiento de que los hombres son mujeres, y sus programas de investigación demuestran una marcada preferencia por los objetivos viriles, la guerra y la muerte. 2. El desaliento de muchos científicos en potencia frente a las carreras científicas, debido a la rigidez, el tedio, el costo, el consumo de tiempo y la exclusividad injusta de nuestra enseñanza superior. 3. Los científicos, quienes cuidan celosamente sus puestos, mantienen una actitud oscurantista, quieren hacernos creer que sólo una reducida élite está preparada para comprender los conceptos científicos abstractos. 4. La falta de la confianza en sí mismas provocada por la educación paterna, desanima a muchas jóvenes con talento y renuncian a convertirse en científicas. 5. La automatización es insuficiente: ahora existe una riqueza de datos que, si se los clasificara y coordinara, revelarían el medio para curar el cáncer y otras muchas enfermedades, y posiblemente la clave de la vida misma. Pero los datos son tan numerosos que requieren computadoras de altísimas velocidades capaces de coordinarlos. La institución de las computadoras permanecerá interminablemente retrasada bajo el sistema de control del hombre, pues el hombre siente horror ante la perspectiva de ser reemplazado por máquinas. 6. El sistema monetario. Los pocos científicos que no están trabajando en programas mortíferos, están vinculados a los intereses de las corporaciones para las que trabajan. 7. Al hombre le gusta la muerte: le exita sexualmente y, aunque en su interior ya está muerto, desea morir. El hombre incapaz de un estado positivo de felicidad (lo único que puede justificar la propia existencia), como máximo, puede aspirar a un estado neutro de control físico que dura poco, pues enseguida el aburrimiento, (un estado negativo) lo invade. Está, por lo tanto, destinado a una existencia de sufrimiento, aliviada solamente por ocasionales, fugaces momentos de tranquilidad, estado que únicamente puede alcanzar a expensas de alguna mujer. El hombre, por naturaleza, es una sanguijuela, un parásito emocional y, por lo tanto, no es apto, éticamente para vivir, pues nadie tiene el derecho de vivir a expensas de otro. Así como la vida de los seres humanos posee prioridad sobre la de los perros, por ser mucho más evolucionados y poseer una conciencia superior, así la vida de las mujeres posee prioridad sobre la de los hombres. En consecuencia, desembarazarse de un hombre es un acto de bondad y de justicia, altamente beneficioso para las mujeres, y es, a la vez, un acto de misericordia. Sin embargo, este punto de vista moral podría muy bien resultar académico pues el hombre se elimina gradualmente a sí mismo. Además al comprometerse en guerras y exterminios raciales honrados por la historia, los hombres se vuelven cada vez más maricas o se consumen por medio de drogas. La mujer, le guste o no, tomará el mundo a su cargo, aunque sólo sea porque debe hacerlo, pues el hombre, por razones prácticas, dejará de existir. Esta tendencia autodestructiva se debe a que los hombres empiezan a tener una visión más clara de sus intereses. Cada vez más, se dan cuenta que el interés de las mujeres es su interés, que solamente pueden vivir a través de ellas, y que cuanto más la mujer se lanza a vivir, a realizarse, a ser una mujer y no un hombre, más próximos se sentirán ellos a algo parecido a la vida. Ha llegado a percibir que resulta más fácil y brinda más satisfacción vivir a través de ella que tratar de ser ella o usurpar sus cualidades, y relegarlas, declarando que son hombres. El marica, que acepta su naturaleza de macho, es decir, su


pasividad y su excesiva sexualidad, su feminidad, también prefiere que las mujeres sean verdaderamente mujeres, ya que así puede ser más sencillo para el ser macho, ser femenino. Si los hombres fueran más inteligentes, más listos, intentarían convertirse en verdaderas mujeres, harían investigaciones intensivas en el terreno de la biología que condujera a los hombres, por medio de operaciones cerebrales y del sistema nervioso, a ser capaces de transformarse, en cuerpo y psiquis, en mujeres. La cuestión de saber si deberá continuar el uso de mujeres para. fines de reproducción o si tal función se realizará en el laboratorio es un problema. ¿Qué ocurrirá cuando cada una de las mujeres a partir de los doce años, tome habitualmente la píldora y no se produzcan más descuidos involuntarios? ¿Cuántas mujeres aceptarán deliberadamente quedar preñadas? No, Virginia, las mujeres no gozan simplemente criando como conejas, a pesar de lo que diga la masa de mujeres robots con cerebros sometidos a lavado. ¿Se deberá apartar por la fuerza a cierto porcentaje de mujeres para utilizarlas como conejas de cría en beneficio de la especie? Obviamente, esto no servirá. La respuesta es la reproducción en el laboratorio. En cuanto a la cuestión de si debe o no proseguir la reproducción del género masculino, ya no es un problema, pues el macho como la enfermedad, ha existido siempre entre nosotras, y no debe seguir existiendo. Cuando el control genético sea posible – y lo será muy pronto – huelga decir que lo que produciremos serán seres completos, totales, no con defectos físicos o con deficiencias, incluso deficiencias generales como la masculinidad. Así como la producción deliberada de gente ciega sería inmoral, así también lo sería la producción deliberada de lisiados emocionales. Pero, ¿por qué, reproducir mujeres? ¿Por qué futuras generaciones? ¿Para qué sirven? Cuando la vejez y la muerte se eliminen, ¿por qué seguir reproduciendo? Y aunque no se eliminen ¿por qué continuar con la reproducción.? ¿Por qué preocupamos por lo que ocurra una vez muertos.’ ¿Por qué preocupamos de que no exista una joven generación que nos suceda? El curso natural de los acontecimientos, de la evolución social, conducirá a un control total del mundo por parte de la mujer. Como consecuencia dejarán, primero, de reproducir varones, y terminarán por dejar de producir mujeres. Pero SCUM es impaciente; SCUM no se consuela con la perspectiva de las próximas generaciones; SCUM quiere actuar ya. Y si una gran mayoría de mujeres fueran SCUM, tomarían el mando total de este país en pocas semanas, simplemente rehusándose a trabajar, paralizando así toda la nación. Podrían, además, llevar a cabo otras medidas, cualquiera de las cuales bastaría para desbaratar completamente la economía y acabar con todo lo demás: que las mujeres se declararan a sí mismas fuera del sistema monetario, que saquearan los almacenes en lugar de comprar en ellos y se negaran a obedecer toda ley incordiante. La policía, la Guardia Nacional, el Ejército, la Marina y los Marines no podrían controlar una rebelión de más de la mitad de la población, sobre todo al estar protagonizada por mujeres, imprescindibles absolutamente para ellos. Si todas las mujeres abandonaran a los hombres, se negaran a tener algo que ver con cualquiera de ellos, todos los hombres, el gobierno, y hasta la economía nacional se hundirían sin remedio. Incluso sin dejar a los hombres, las mujeres conscientes del alcance de su superioridad y de su poder sobre ellos, podrían adueñarse de todo en pocas semanas y someter totalmente a los hombres. En una sociedad sana el macho trotaría obedientemente detrás de la mujer. El hombre es obediente, se somete con facilidad al yugo de cualquier mujer empeñada en dominarlo. El hombre, de hecho, desea desesperadamente someterse a las mujeres, vivir bajo la autoridad de su mamá, y abandonarse a sus cuidados. Pero no vivimos en una sociedad sana, y la mayoría de las mujeres no tienen la menor idea de la verdadera relación de fuerzas. El conflicto, pues, no se produce entre mujeres y hombres, sino entre las SCUM – las mujeres dominantes, libres, seguras de sí mismas, mordaces, violentas, egoístas, independientes, orgullosas, intrépidas, libres, arrogantes, que se consideran capaces para gobernar el universo, que han luchado contra viento y marea hasta alcanzar los límites de esta sociedad y están dispuestas a desenfrenarse y


barrerlos – y las Hijas de Papá amables, pasivas, complacientes, cultivadas, educadas, dignas, subyugadas, dependientes, asustadas, grises, angustiadas, ávidas de aprobación, desconcertadas ante lo desconocido, que quieren seguir revolcándose en la cloaca (al menos, les resulta familiar), aferrarse a los amos, sentir a Papá a sus espaldas y apoyarse en fuertes bíceps; necesitan ver una cara fofa y peluda en la Casa Blanca, demasiado cobardes para enfrentarse a la horrorosa realidad del hombre, de Papá, que se han acomodado en la pocilga, han hecho causa común con las bestias, se adaptan y no conocen otra forma de vida, han rebajado sus mentes, sus pensamientos y sus percepciones al nivel del macho; que, carentes de juicio, de imaginación y de genio sólo pueden obtener estima en una sociedad masculina, que sólo pueden ocupar un lugar en el sol (o mejor, en el estiércol), como cluecas o en calidad de reposo del guerrero, que son rechazadas por las otras mujeres, que proyectan sus deficiencias, su masculinidad, sobre todas las mujeres a quienes consideran gusanos. Pero SCUM es demasiado impaciente para esperar y aguardar a que se produzca el deslavado de cerebro de millones de agujeros. ¿Por qué las mujeres impetuosas deben seguir arrastrándose miserablemente junto con todas estas aburridas mujeres-machos? ¿Por qué el destino de los seres capaces debería cruzarse con el de los tarados? ¿Por qué las imaginativas y activas deberían tener en cuenta a las pasivas y mediocres? ¿Por qué las independientes deberían patear locas junto con las que se amparan a Papá? Un comando de SCUM puede apoderarse del país en un año, dando por el culo al sistema a todos los niveles, destruyendo selectivamente la sociedad y asesinando. SCUM será la gran fuerza enculatoria, la fuerza del destrabajo. Los miembros de SCUM eligirán toda clase de profesiones y destrabajarán. Por ejemplo, las vendedoras y telefonistas SCUM, no cobrarán. Las operarias y oficinistas SCUM, joderán el trabajo destruyendo el material en secreto. Las SCUM destrabajarán sistemáticamente hasta hacerse despedir, después buscarán un nuevo empleo para sabotear. SCUM tomará por asalto los autobuses, los taxis y los puestos de vender billetes; conducirán autobuses y taxis y entregarán billetes gratuitos al público. SCUM destruirá todos los objetos inútiles y dañinos como escaparates, Gran Arte, etc. Después SCUM se apoderará de las antenas de radio y de T.V., se encargará de aliviar de sus trabajos a todos los empleados que impedirán la entrada de SCUM en los estudios. SCUM arremeterá contra las parejas mixtas (hombre-mujer), que encuentre al paso y las deshará. SCUM matará a todos los hombres que no formen parte del Cuerpo Auxiliar Masculino de SCUM. Forman parte del Cuerpo Auxiliar Masculino los hombres que se emplean, metódicamente, en su propia eliminación, los hombres que practican el bien, fueren cuales fueren sus motivos y nieguen las reglas del juego de SCUM. He aquí algunos ejemplos de los integrantes del Cuerpo Auxiliar: hombres que matan a hombres; biólogos que trabajan en investigaciones constructivas, en lugar de preparar la guerra biológica; periodistas, escritores, redactores jefe, editores y productores que difunden y promocionan las ideas capaces de servir a los objetivos de SCUM; los maricas que con magnífico ejemplo, animan a otros hombres para desmachizarse y en consecuencia volverse relativamente inofensivos; hombres que prodigan generosamente dinero y todos los servicios necesarios; hombres que dicen la verdad – hasta ahora ninguno lo ha hecho nunca –, y guardan un comportamiento justo con las mujeres, que revelan la verdad sobre sí mismos, proporcionan a los descerebrados frases correctas que repetir y les dicen que el objetivo principal en la vida de una mujer es aplastar el sexo masculino. Para ayudar a los hombres en esta tarea, SCUM organizará Sesiones Miérdicas durante las cuales cada hombre presente pronunciará un discurso con la frase: soy una mierda, una mierda miserable y abyecta, y acto seguido procederá a enumerar los distintos aspectos de su mierdicidad. Su recompensa por esta actuación, será la oportunidad de confraternizar después de la sesión y durante toda una hora con las SCUM presentes. Se invitará a las mujeres amables y educadas para clarificar las dudas y los malentendidos que puedan tener acerca del sexo masculino; a los fabricantes y promotores de libros, películas porno, que nos conducen al día en que en las pantallas sólo se verá chupar y joder (los hombres, como las ratas


siguiendo el sonido de la flauta encantada, serán arrastrados hasta su perdición por los engañosos encantos de la Gata, y desbordados, abrumados por ella, se anegarán en esa carne pasiva que han sido siempre) los propagadores de drogas que apresuran la decadencia masculina. Pertenecer al Cuerpo Auxiliar Masculino es una condición necesaria pero no suficiente para formar parte de la lista de indultados de SCUM; no es suficiente practicar el bien: para salvar sus culos insignificantes, los hombres deben además evitar el mal. Entre los hombres más detestables y dañinos aparecen: los violadores, los políticos y todo su clan (propagandistas, miembros de los partidos políticos, etc.); los cantantes y los músicos malos; los Presidentes del Directorio, los Gana-Pan, los agentes inmobiliarios, los propietarios de los restaurantes, los Grandes Artistas, los cobardes, los policías, los magnates, los científicos que trabajan en investigaciones en favor de la destrucción y la muerte o para la industria privada (casi todos los científicos), los mentirosos y los farsantes, los discjockeys, los hombres que se imponen aunque sea mínimamente a las mujeres, los hacendosos, los corredores de bolsa, los que hablan cuando no tienen nada que decir, los que deambulan ociosamente por las calles y estropean el paisaje con su presencia, los hipócritas, los artistas plagiarios, los sucios, los moscones, los hombres que dañan a una mujer, los que se dedican a la industria de la publicidad, los escritores, periodistas, redactores jefes, editores, etc., deshonestos; los censores, público y privado, todos los miembros de las fuerzas armadas, incluso los reclutas (LB J y McNamara dan las órdenes pero los oficiales de servicio las realizan) y particularmente los pilotos (si la Bomba estalla, no será LBJ quien la arrojará, sino el piloto), en el caso del hombre cuyo comportamiento puede considerarse tanto malo como bueno, una evaluación subjetiva y completa de su persona determinará si su comportamiento es, al hacer la síntesis, bueno o malo. Resulta muy tentador meter en el mismo saco a hombres y Grandes Artistas y a las mujeres hipócritas, etc., pero sería incómodo, pues no quedaría nadie. En toda mujer hay algo que, en mayor o menor grado huele a podrido, pero se debe a toda una vida de convivencia con los hombres. Eliminad a los hombres y las mujeres mejorarán. Las mujeres son recuperables; los hombres, no, aunque su comportamiento puede cambiar. Cuando SCUM les de una patada en el culo, las mujeres se perfeccionarán rápidamente. Cuando dé por el culo al sistema, saquee, separe parejas, destruya y asesine, SCUM GANARA RECLUTAS. Ese será el papel de su núcleo de élite reclutadoras; el cuerpo minoritario; el líder de las actividades (las enculadoras, saqueadoras y destructoras) y el de la élite de la élite: las asesinas. La solución ya no es dejar que todo se derrumbe y vivir al margen. Dar por el culo al sistema, sí. La mayoría de las mujeres ya viven marginadas: nunca estuvieron integradas. Vivir al margen, es dejar el campo libre a quienes se aprovecharán de él; marginarse es hacer justo lo que quieren que hagamos los líderes establecidos; es hacerle el juego al poder, al enemigo; fortalecer el sistema en vez de minarlo, ya que está absolutamente basado en la inactividad, en la pasividad, en la apatía y en la retracción de la masa de las mujeres. Sin embargo, desaparecer es una solución excelente para los hombres, y SCUM, con entusiasmo, le dará empuje. Buscar en uno mismo la salvación, contemplarse el ombligo, no es la solución, como nos quieren hacer creer quienes se largan a Katmandu. La felicidad se halla afuera de uno mismo, y se logra solamente por medio de las relaciones con los demás. Nuestro objetivo debería ser el olvido del propio yo, no la autocontemplación. El hombre, sólo capaz de esto último, convierte una falta fundamental en una virtud y otorga a la autocontemplación la categoría no solamente de bien sino de Bien Filosófico, y así hace que parezca profundo. A SCUM de nada le sirven las banderas, los desfiles o las huelgas para alcanzar sus fines. Tácticas semejantes son útiles solamente para las señoras amables y educadas que escrupulosamente llevan a cabo tales acciones porque poseen la garantía de su inutilidad. Además, sólo las mujeres-machos decentes y con una vida limpia, altamente entrenadas en sumergirse a sí mismas en la especie, se confunden con la masa y la muchedumbre. SCUM está constituido por individuos; SCUM no es una muchedumbre. Las acciones de SCUM serán llevadas a cabo por el número de


personas estrictamente necesario. SCUM, además, egoísta, fría de cabeza no expondrá tontamente sus cabezas a las porras de los policías: eso es para las señoras de clase media, privilegiadas y educadas, que sienten gran estima por Papá y por el policía y manifiestan una fe ciega en la bondad intrínseca. Si SCUM realizara alguna vez una manifestación, marcharía sobre la cara estúpida y repugnante de Lyndon Johnson; si SCUM alguna vez va a la huelga, plantará largos cuchillos en la noche, no piquetes. Las actividades de SCUM serán criminales no por simple desobediencia civil, por violar abiertamente la ley sino, para ir a la cárcel, para llamar la atención sobre la injusticia. Semejante táctica entra en el sentido del sistema y sólo sirve para apenas modificárlo, para cambiar ciertas leyes específicas. SCUM está en contra de todo el sistema, contra la idea misma de la ley y de gobierno. SCUM nace para destruir el sistema, no para lograr ciertos derechos dentro de él. Además SCUM – siempre egoísta, siempre fría – siempre evitará la detención y el castigo. SCUM actuará furtiva, sibilina, teimadamente (aunque a las asesinas SCUM siempre se las reconocerá). Tanto la destrucción como el asesinato serán selectivos y discriminados. SCUM está en contra de las revueltas histéricas e indiscriminadas, sin objetivos claros, que tan fatales resultan, a veces, para sus propios partidarios. SCUM nunca alentará, instigará o participará en revueltas de ninguna clase o cualquier otra forma de destrucción indiscriminada. SCUM, fría, furtivamente, cazará su presa y se moverá con sigilo, en la sombra, para matar. Su destrucción nunca provocará bloqueos en las rutas necesarias para el transporte de comida y abastecimientos esenciales; no contaminará o cortará el agua, ni bloqueará las calles y el tránsito hasta el extremo de que las ambulancias no puedan circular o impedir el funcionamiento de los hospitales. SCUM continuará destruyendo, saqueando, desorganizando y matando hasta que el sistema laboralmonetario cese de existir y se establezca la automatización total, o hasta que las mujeres necesarias cooperen con SCUM para alcanzar sus objetivos sin recurrir a la violencia, es decir, hasta que suficientes mujeres no trabajen o abandonen sus puestos de trabajo, comiencen a saquear, abandonen a los hombres y se nieguen a obedecer todas las leyes impropias de una sociedad verdaderamente civilizada. Muchas mujeres engrosarán las filas, pero habrá muchas otras, que hace tiempo se han rendido al enemigo, que están tan adaptadas a la condición animal, al machismo, (adoran las restricciones y las represiones, no saben qué hacer con la libertad) que siguen siendo aduladoras serviles y lameculos, así como los campesinos que cosechan arroz siguen siendo campesinos que cosechan arroz cuando un regimen deriba a otro. Unas pocas de las más veletas lloriquearán, se enfurruñarán y arrojarán sus juguetes y trapo de cocina al suelo, pero SCUM, su apisonadora pasará, imperturbable, sobre ellas. Lograr una sociedad completamente automatizada es simple y rápido, en cuanto la demanda es pública. Los proyectos detallados para su creación ya existen, millones de personas trabajan en su realización, el logro apenas llevará algunas semanas. aún suprimido el sistema monetario, todos se sentirán felices de colaborar en la construcción de una sociedad automatizada. Señalará el principio de una era nueva y fantástica y el trabajo se realizará en medio de una atmósfera de fiesta. La supresión del dinero y la institución completa de la automatización son objetivos básicos para todas las otras reformas de SCUM; sin ellas, las demás resultarían imposibles; con ellas, se producirán rápidamente. El gobierno caerá automáticamente. Por medio de la automatización completa, cada mujer tendrá la posibilidad de votar directamente por medio de una máquina de votar electrónica instalada en su casa. Como el gobierno está casi totalmente ocupado en la regulación de la economía y en legislar contra asuntos estrictamente privados, la supresión del dinero, y con él la de los machos empeñados en legislar la moral, significará que no habrá prácticamente nada que votar. Una vez desmanteladas las finanzas, ya no será necesario matar a los hombres, se les arrancará el único poder que tienen sobre las mujeres psicológicamente independientes. Podrán imponerse solamente con las lameculos, a quienes les gusta que alguien las someta. El resto de las mujeres se ocupará en intentar resolver los pocos problemas que queden por solucionar antes de centrarse en la cuestión de la


eternidad y de la Utopía. Se renovará completamente la enseñanza, y millones de mujeres podrán, en pocos meses realizar trabajos de alto nivel intelectual que en la actualidad requieren años de aprendizaje (puede lograrse con facilidad pues nuestro objetivo educacional es educar y no perpetuar una minoría académica e intelectual). Resolverán los problemas de la enfermedad, la vejez, y la muerte y rediseñarán totalmente nuestras ciudades y el hábitat. Muchas mujeres, durante un tiempo, seguirán pensando que los hombres les interesan, pero en cuanto se acostumbren a la sociedad de mujeres y se concentren en la realización de sus proyectos, se darán cuenta de la total inutilidad y banalidad del macho. Los pocos hombres que queden en el planeta podrán arrastrar sus días mezquinos. Podrán hundirse en las drogas o pavonearse travestidos, observar a las mujeres poderosas en acción, como espectadores pasivos, intentando vivir por delegación. También podrán ir al centro suicida del vecindario más próximo y amistoso para morir allí, en las cámaras de gas, de muerte serena, rápida, sin dolor. Antes de que se instituya la automatización, antes de que los hombres sean reemplazados por las máquinas, el hombre debe ser útil a la mujer. Deberán recibir sus órdenes, satisfacer sus más mínimos caprichos, obedecer cualquiera de sus exigencias, adoptar una actitud de perfecta obediencia a su voluntad, en lugar de esta situación perversa y degenerada de los hombres de hoy, quienes no solamente existen, ensuciando el mundo con su ignominiosa presencia, sino que se dejan lamer el culo por la masa de mujeres que se posternan ante ellos, los millones de mujeres que adoran piadosamente al Becerro de Oro. El perro conduce al amo, cuando en realidad, de no ser un marica travestí, lo más aceptable para el hombre es postrarse delante de la mujer, como un esclavo. Los hombres racionales desean ser aplastados, pisoteados, exterminados y masticados, tratados como lo que son, perros mugrientos, y confirmar así su ser repulsivo. Los hombres irracionales, los enfermos, los que intentan defenderse contra su repugnancia, al ver a las SCUM CARGAR SOBRE ELLOS, aullarán aterrados y se aferrarán a la Gran Mamá de las Grandes Tetas, pero las Tetas no les protegerán contra la arremetida de las SCUM; La Gran Mamá se aferrará al Gran Padre, quien, en un rincón, se cagará en sus dinámicos calzoncillos. Sin embargo, los hombres racionales, no patearán ni pelearán ni armarán una lamentable pataleta; se quedarán mansamente sentados, relajados, gozando del espectáculo, dejándose llevar por las olas hasta su fatal extinción. EDICIÓN: marzo, 2012. OJO DE BRUJA Ediciones feministas y lésbicas independientes. Una iniciativa autónoma de lesbianas para hacer circular materiales feministas contrahegemónicos: anti-capitalistas, lésbicos, radicales, anti-racistas, ecofeministas, anarquistas, de teorías feministas no difundidas, desaparecidas frente a un contexto liberal-patriarcal, en la apuesta de que la reflexión crítica y el análisis profundo genera radicalización de la lucha feminista, su autocrítica y búsqueda de su identidad, rescatando nuestras propias palabras, pensamiento, herstoria. ojodebrujadistro@riseup.net http://difusionfeminista.blogspot.com copia y difunde! LA PROPIEDAD INTELECTUAL ES UN ROBO.

Posdata:increíble que muchas feministas le sigan prestando atención a este texto cada cual saque sus conclusiones “Vivir en esta sociedad significa, con suerte, morir de aburrimiento. Nada concierne a las


mujeres. Pero a las dotadas de una mente cívica, de sentido de la responsabilidad y de la búsqueda de emociones, les queda una –sólo una– posibilidad: destruir el gobierno, eliminar el sistema monetario, instaurar la automatización total y destruir al sexo masculino”. “Completamente egocéntrico, incapaz de comunicarse o identificarse, y avasallado por una sexualidad difusa, vasta y penetrante, el macho es psíquicamente pasivo. Como odia su pasividad, la proyecta en las mujeres. Define al macho como atractivo... Joder es entonces un intento desesperado y convulsivo de demostrar que no es pasivo, que no es una mujer; pero de hecho es pasivo y desea profundamente ser una mujer”. OJO DE BRUJA Ediciones feministas y lésbicas independientes ojodebrujadistro@riseup.net http://difusionfeminista.blogspot.com


Señuelos sexuales en el discurso de Obama En el País de enero del 2013 aparecio reseñada la noticia de que el ejército norteamericano pone fin a la prohibición de que las mujeres entren en combate en primera fila. Leon Panetta, el jefe del Pentágono, ha abierto las puertas a que miles de ellas lleguen a la primera línea del frente y los comandos especiales en las muchas guerras que el imperio tiene abiertas en todo el planeta.

Quienes viven todavía amarrados a un discurso tan falso como caduco sobre la ausencia de la mujer del “espacio público” tienen que felicitarse por este dato que permitirá a miles salir de la “invisibilidad” para alcanzar la notoriedad que les corresponde defendiendo a su país y violentando y matando a millones de mujeres, hombres y niños y niñas en todo el mundo. En su discurso de toma de posesión Obama dijo “Ahora es el deber de nuestra generación continuar lo que empezaron esos pioneros. Porque nuestro recorrido no estará completo hasta que nuestras esposas, nuestras madres y nuestras hijas puedan ganarse la vida como corresponde a sus esfuerzos. (Aplausos.) Nuestro recorrido no estará completo hasta que a nuestros hermanos y hermanas gay se les trate igual que a todos los demás según la ley, (aplausos) porque, si nos han creado iguales de verdad, entonces el amor que profesamos debe ser también igual para todos” e inmediatamente el Pentágono se movilizó para recoger la cosecha de soldados y colaboradores correspondiente. Ha sido una mujer precisamente, Zillah Eisenstein, quien en su libro “Señuelos sexuales. Género, raza y guerra en la democracia imperial” denuncia el uso estratégico que se está haciendo de la condición sexual, étnica o racial para reforzar y refundar el imperio en el siglo XXI con el apoyo de los sectores sociales previamente victimizados por el sistema. Lo planteado por Zillah se hace evidente en el discurso de Obama en el que la cuestión racial, y, especialmente la sexual ha pasado a ser el asunto estratégico vertebrador de su proyecto. Así es el ejército norteamericano, es el Pentágono, el auténtico valedor de la “emancipación de las mujeres” y de la “libertad sexual”. Esta situación es en realidad menos novedosa de lo que puede parecer pues ha sido desarrollada desde el final de la Segunda Guerra Mundial dirigida siempre por la institución militar Estemos atentos pues...


ALGUNAS IMAGENES MUJERES QUE MATAN ,TORTURAN Y REPRIMEN Por motivos de copiado los paises que aparecen en las imagenes no corresponde exactamente al lugar de origen de la foto



















Militarismo y antimilitarismo en el siglo XXI “Quienes deseen entender la guerra tienen que dirigir su mirada atenta a los rasgos de la época en que viven” Carl von Clausewitz La visión economicista del mundo que predomina hoy en las llamadas fuerzas anti-sistema ha propiciado que, entregados a las luchas contra los “recortes” y obsesionados por las reformas que están modificando la sociedad de consumo de masas, haya pasado desapercibido que en octubre de 2011, un mes antes de las elecciones generales en paises europeos se desplegó en Rota un escudo antimisiles que forma parte de un nuevo sistema de defensa occidental frente a los misiles balísticos. Comprobamos en este hecho, de nuevo, como la lucha antimilitarista, que tuvo una tradición magnífica en nuestra historia, ha quedado marginada y olvidada por esa vocación de mezquindad política, poquedad intelectual y confinamiento en lo doméstico que caracteriza las revueltas de nuestra época, que en su mayoría proceden, tanto las que se reclaman de ella como las que no, de la concepción del mundo de la izquierda, la misma, por cierto, que gobernaba en 2011 y negoció en secreto con EEUU el despliegue militar de Rota y que volvió a incrementar el gasto militar en 2011 en un 2,5%. El estrechamiento de la mirada que se pone sobre la realidad impide, no sólo que se comprendan los grandes problemas de nuestro tiempo sino incluso los pequeños. No se advierte una verdad elemental, que los cambios sociales, económicos, políticos y de valores que se están produciendo forman parte del paquete de medidas estratégicas para recomponer el maltrecho imperio de Occidente frente al ascenso de China y los emergentes. Descontextualizar las actuales medidas económicas y políticas de su origen nos condena a no entender nada y, por lo tanto, nos incapacita para la acción política. En primer lugar hay que reconocer que el ejército es el auténtico corazón del Estado. El crecimiento del aparato político de las elites desde la revolución liberal tiene, como demuestra Félix Rodrigo Mora en “La democracia y el triunfo del Estado”, su origen y su destinatario en la fuerza militar, cuestión elemental que se ha olvidado en aras de la visión deformada y alucinada que construyó el movimiento anti-globalización. En “La casa de la guerra. El Pentágono es quien manda” (2006) James Carroll analiza la función central del ejército norteamericano, su verdadera condición de órgano rector de la política del imperio. Su influencia no es únicamente política pues el aparato militar de los Estados Unidos es la primera empresa por cantidad de empleados a escala planetaria. Efectivamente con sus 3,2 millones de empleados entre personal civil y militar no tiene parangón con ninguna otra multinacional. Estos datos, con todo, no descifran la magnitud de los ejércitos en las sociedades actuales. El gasto militar no puede reflejar la auténtica dimensión de esa institución que, en realidad, es el núcleo sobre el que gira la actividad económica y política del país. Una gran parte del consumo social está supeditado a las necesidades militares. La industria agroquímica, la farmacéutica, la informática o internet son sectores que han impuesto el consumo de sus productos a las masas para mantener pujante un tejido industrial que es estratégico para el poder militar. Incluso la industria del entretenimiento como expone David L. Robb en “Operación Hollywood. La censura del Pentágono” (2006) tiene un compromiso real y material con las necesidades militares. Lo mismo sucede con la universidad que, lejos de ser un centro del saber es, además de instrumento de anulación del pensamiento libre y de trituración de la juventud, un departamento más del aparato militar. Los centros universitarios de la Defensa están adscritos a las universidades públicas. Los programas de investigación vinculados a proyectos militares son crecientes, muchos directamente promovidos por el ministerio de Defensa (art. 55.1 Ley de Carrera Militar) y otros indirectamente. En muchos casos son secretos porque así lo permiten los estatutos de la mayor parte de los centros universitarios. Presentar al ejército como una masa de descerebrados como hace cierto antimilitarismo indocumentado


es impedir comprender esa institución y, por ello, liquidar la lucha contra ella. Es precisamente en los centros donde se elabora la estrategia y las líneas maestras de los proyectos del Estado donde existe el verdadero conocimiento de la realidad que nos es negada al pueblo. Por ejemplo, en la Academia General Militar de Zaragoza se enseña con una metodología rotundamente superior a la que padecen los millones de estudiantes universitarios obligados a la repetición de verdades dogmáticas, tópicos y lugares comunes. Un caso significativo es el del general Petraeus que dirigió las fuerzas norteamericanas en Afganistán, un hombre que tiene publicados numerosos ensayos pero que, ante todo, tiene experiencia directa y que, por ello, ha pasado a engrosar las filas de otro órgano fundamental en la dirección de los planes estratégicos de los Estados Unidos, la CIA. Entender la verdadera naturaleza del ejército es uno de los pilares de cualquier acción antimilitarista, el otro es comprender la substancia del conflicto entre las potencias a escala planetaria. La crisis actual no es una crisis cíclica o coyuntural. Occidente, que ha sido el poder rector del mundo en los últimos quinientos años lo está dejando de ser en estos momentos. El ascenso de China que representa la irrupción de un despotismo estatal de nuevo cuño que promociona un capitalismo hiper-depredador, neo-esclavista y muy agresivo y la aparición en la escena mundial de las potencias emergentes ha generado un desequilibrio trascendental que se está desenvolviendo en estos momentos. China ha pasado a ser el mayor inversor de capitales por encima del Banco Mundial, ha incrementado su gasto militar casi un 200% en los últimos diez años y superará por gasto militar a EEUU en 2025. Con ello se ha abierto una nueva etapa que se materializa en una escalada armaméntistica sin precedentes desde la caída del muro de Berlín. Australia ha aumentado su gasto militar en un 50%, lo mismo que India y Vietnam, EEUU ha definido la cuenca del Pacífico como zona geoestratégica decisiva. Si la guerra ha sido siempre un hecho integral y político, hoy lo es más que nunca. Digamos que el momento presente se caracteriza por una suma de conflictos o una sucesión de encrucijadas que tendrán que ser resueltas por el sistema a través de la definición de una estrategia, es decir, a través del pensamiento analítico de gran alcance y proyección y la sucesión de decisiones en múltiples dimensiones: militar, económico, político, ideológico, social, axiológico etc. Entre los factores o fuerzas actuantes, en los planos del conflicto, las fuerzas populares contra el sistema deberíamos ser uno más pero, la lucha contra la guerra requiere un proyecto estratégico pues lo estratégico es decisivo en cualquier operación que implique acción con proyección de futuro, elemento que es obvio que hoy no existe. Lo cierto es que construir un pensamiento y proyecto estratégico contra el sistema es una tarea que hoy nos supera, sin embargo las grandes epopeyas se han expresado como puro amor a la acción necesaria y desinteresada pues como dijera Thomas Carlyle "Puede ser un héroe el que triunfa o el que sucumbe, pero jamás el que abandona el combate".


LA RENTABILIDAD DE MOVILIZAR A LOS OPRIMIDOS Ayer aparecía en los obituarios de El País la necrológica de Stanley Resor, secretario del Ejército de EEUU durante los años de Vietnam, se dice de él que “combatió la segregación en la armada y nombró mujeres para la cúpula militar”. Efectivamente la guerra de Vietnam fue el laboratorio en el que se fraguó el eficacísimo modelo de reforzar el estamento militar incorporando a los sectores sociales a los que previamente se había victimizado, en este caso los negros. El Estado emergió ante ellos como el artífice de su emancipación. Resor creó un departamento para resolver y castigar cualquier rasgo de segregación racial en el ejército, de modo que fue la institución militar la vanguardia de la “liberación” racial, es decir de un modelo de interesado antirracismo que todavía hoy tiene seguidores fanáticos que no desean ver la realidad. Lo cierto es que 275.000 negros sirvieron en Vietnam, siendo el 11% de población americana constituyeron el 12,6% del total de soldados en el país asiático, el 25% de las unidades de combate y, entre 1965-1969, el 14,9 de las bajas, lo que da una idea de la eficiencia de esas operaciones de propaganda. Resor también nombró a las dos primeras generales en la historia del Ejército de Tierra, fue, con todo ello, uno de los diseñadores del militarismo de nuevo cuño que ha hecho crecer el potencial de los ejércitos imperiales de forma extraordinaria. Zillah Eisenstein en “Señuelos sexuales, género, raza y guerra en la democracia imperial”, es capaz de mirar el verdadero rostro del imperio norteamericano que se nutre de personajes femeninos, de negros, de homosexuales y lesbianas para renovarse y refundarse en el nuevo siglo y señalar que las mujeres “no solo son víctimas de las guerras, también participan en ellas”. Seguir proponiendo que el machismo de corte tradicional y la homofobia es la esencia de la institución militar es vivir de fantasías. Un caso significativo que demuestra que el sistema tiene una gran capacidad de cambio es el de Margarethe Cammermeyer , miembro del ejército norteamericano desde 1961 que fue expedientada por su condición de lesbiana y posteriormente readmitida por decisión judicial. Su historia fue argumento de la película “Cammermeyer's story: Serving in Silence” que se emitió por televisión con gran éxito y audiencia en 1995 con Barbra Streisand como protagonista y que, es seguro, incrementó el alistamiento de miembros de esa minoría en la institución militar. David L. Robb en “Operación Hollywood. La censura del Pentágono” (2006) ha estudiado la estrecha colaboración del mundo del espectáculo con el ejército y la influencia sobre el reclutamiento del cine, también puede consultarse “La casa de la guerra. El Pentágono es quien manda”, James Carroll, (2006). Ignorar que la victimización de diversos colectivos sociales es hoy un mecanismo de integración en el sistema es no comprender lo esencial. Precisamente a eso, a velar la realidad, se dirigen todas las grandes religiones políticas del momento: feminismo, antirracismo y antihomofobia. Estas corrientes de pensamiento del modo que la entiende el poder nada tienen que ver con la auténtica defensa de la tolerancia y la integración, la igualdad de trato y la buena convivencia, por el contrario los colectivos a que se dirigen pierden su libertad básica, la de ser y pensarse desde sí mismos.


SEXO Y PODER EN LA HISTORIA (Amaury de Riencourt) (Amaury de Riencourt, en la Introducción de "Sexo y poder en la historia") Sólo el enfermo siente sus miembros y órganos. La clara conciencia de la dificultad existente en las relaciones entre los sexos es, probablemente, el elemento más significativo de la crisis general de la civilización contemporánea, porque engloba a todos los demás. Amaury de Riencourt publicó su libro "Sexo y poder en la historia" en 1974. En los decenios transcurridos desde entonces, la publicación de libros históricos sobre la mujer no ha cesado: la historia ha sido, más que nunca, panegírico. Incluso ha habido historiadores que, como consumados surfistas, supieron coger oportunamente la ola y pasaron de ser especialistas de la España imperial "una, grande y libre, por el imperio hacia Dios" a hacerse hueco en los escaparates de las librerías a base de heroínas (puras o adulteradas, que más da; a fin de cuentas, el libro es un producto que se vende mucho, pero se consume poco). Bueno, pues antes de iniciarse esa adición a la historiografía femenina, Amaury de Riencourt había publicado ya esta larga reflexión sobre la intervención femenina en la historia de la humanidad. "Por primera vez, en las siguientes páginas, el estudio de la evolución humana se centra primordialmente en la hembra de la especie y presenta una visión exhaustiva de la influencia, la posición social, la situación económica y la influencia cultural de las mujeres a través de los tiempos", nos dice en la introducción. Sin embargo, "Sexo y poder en la historia", obra a contracorriente de la historiografía de la época, no llegó a granjearse las simpatías necesarias, y de ese modo, mientras los folletos más virulentos que se hayan escrito nunca contra una parte de la especie humana -como por ejemplo el "Manifiesto SCUM", a cuyo lado palidecen los alegatos racistas del período nazi- gozaban del beneplácito de amplios sectores del público y se traducían y publicaban en numerosos idiomas, la incómoda obra de Riencourt caía en el más inmerecido de los olvidos. La gran victoria estratégica del feminismo ha sido lograr que la sociedad identifique sus intereses de grupo con los intereses de la mujer. Ha sido una tarea relativamente fácil, ya que se ha limitado a utilizar resortes infalibles de la psicología, y tal vez de la genética, de la especie humana: la propensión varonil a brindar protección y la tendencia femenina a aceptarla con la mayor naturalidad. El paradigma del Titánic (ellos ceden los botes y se ahogan, ellas aceptan los botes y se salvan) es excepcional por sus circunstancias y su escala, pero no por su naturaleza y significado. En general, Amaury de Riencourt pone a la mujer bajo una luz muy favorable, pero deja al descubierto los inconvenientes de los desencuentros históricos entre los sexos y el saldo negativo de pasadas experiencias feministas. En ese sentido, su obra era "políticamente incorrecta" ya cuando se escribió, aunque por entonces no se hubiese popularizado aún tal expresión. La tesis central de la obra de Riencourt es que la falta de armonía en las relaciones entre los sexos ha sido históricamente el síntoma inequívoco de decadencia de las civilizaciones, y expone como ejemplos más ilustrativos los casos de Grecia y Roma. En el extremo opuesto sitúa las culturas india y china, donde la armonía de las relaciones entre los sexos ha coincidido con una extraordinaria capacidad de adaptación choques culturales e invasiones que ha mantenido la cohesión interna de ambas culturas durante milenios. Así nos describe Riencourt el ocaso de la civilización griega: "La rebelión feminista cobró impulso a medida que la sociedad griega empezó a deslizarse por la pendiente de la decadencia. […] En medio de ese vacío creciente, el feminismo surgió e impuso sus propias metas sociales. La educación se generalizó, pero perdió en profundidad lo que ganó en extensión; en algunos Estados (Teos y Quíos) se establecieron escuelas mixtas basadas en el modelo de Esparta. […] Se dio prioridad a los atributos de seducción de la mujer, más que a su dignidad como madre; la consecuencia fue la aversión a la maternidad. El aborto y el abandono de los recién nacidos se hicieron muy comunes y contaron con la aprobación de los filósofos del


momento, que afirmaban que, de ese modo, se reducía el peligro de la superpoblación, con el resultado de que las tasas de mortalidad empezaron a ser superiores a las tasas de natalidad. El ansia de comodidades y placeres no estaba ya sujeta aningún temor religioso; el Olimpo desaparecía lentamente tras la cortina de humo intelectual de los filósofos. Todos los ingredientes de una decadencia clásica se hallaban presentes; la prueba más destacada fue el acusado descenso demográfico" (Pág. 115). Una pauta que se repite siglos después en Roma: "El prestigio legendario de las matronas romanas se basaba en su inigualable dedicación a sus hijos y la recíproca devoción de los hijos por sus madres. Cayo Graco, que inició la gran revolución social de Roma, siempre siguió los consejos políticos de su madre y retiró los proyectos de ley que ella desaprobaba; de hecho, incluso el Estado romano se inclinó ante ella y erigió en su honor y con cargo al erario público una estatua con la inscripción Cornelia,madre de los Gracos . Julio César estuvo sometido a la aplastante influencia de su madre,Aurelia, hasta que ésta murió en el 52 a.C. El carácter romano y el destino histórico de Roma fueron indudablemente moldeados por las grandes matronas romanas, cuyas entrañas alumbraron a los hombres que conquistaron y gobernaron el mundo civilizado" (Página 121). Y pasa Riencourt a explicar cómo la revuelta inicial de las mujeres (contra la Ley Oppia), consistente en transgredir la tradicional sobriedad romana para acceder a los artículos de lujo que puso a su disposición el contacto con el Oriente helenístico, pasó pronto a ser también una revuelta erótica contra la severa y puritana moralidad de los primeros tiempos de la República: "A medida que el imperio ganó en extensión, la sociedad romana sufrió una extraordinaria mutación con asombrosa rapidez, pasando del sano estoicismo y la simplicidad a una vida de libertinaje desenfrenado. [...] La prostitución aumentó a pasos agigantados, la homosexualidad se importó de Grecia, y las mujeres se liberaron pronto de cualquier traba. No contentas con suprimir la autoridad absoluta del paterfamilias, las mujeres romanas empezaron a abandonar sus hogares para desempeñar un papel cada vez más importante en la vida política del Estado." […] "Fruto de la cultura grecorromana desequilibradamente masculina, esta rebelión feminista adoleció de un defecto decisivo: al revolverse contra la autoridad masculina y la supremacía de los valores viriles en términos estrictamente masculinos, las mujeres romanas destruyeron en definitiva los cimientos de su propia sociedad y civilización. [...] Inconscientemente, las mujeres romanas destruyeron con sus propias manos sus bastiones femeninos en una sociedad patriarcal; las altivas, respetadas e influyentes madres de los primeros tiempos de la República pasaron a despreciar su función biológica primordial en la época imperial y comenzaron a competir con los hombres en términos masculinos. En ese proceso, fracasaron y no hicieron ninguna contribución significativa a la cultura romana; y al no ser capaces de restablecer el respeto por los valores específicamente femeninos contribuyeron a corromper la vida romana bajo el dominio imperial de los Césares sin lograr siquiera participar directamente en el poder político, cada vez más sujeto al influjo de las legiones y de la guardia pretoriana. En contraste con el imperio bizantino, no proporcionaron ni una sola gobernante; ninguna emperatriz llegó a gobernar nunca en Roma." (Pág. 124) En la época de Julio César, el proceso de disolución de la familia ya se había consumado, y la mayor parte de las funciones disciplinarias y judiciales ejercidas antiguamente por el paterfamilias empezaron a transferirse a un Estado cada vez más burocratizado. Ahora el matrimonio consistía simplemente en el consentimiento mutuo, sin necesidad de ceremonias o formalidades. A medida que la autoridad de los emperadores era cada día más absoluta y el promedio de libertad de los ciudadanos más reducido, las


mujeres intervenían cada vez con mayor frecuencia en la política local, como atestiguan los carteles electorales colgados por mujeres políticas que se han descubierto en las paredes de Pompeya. Un instrumento decisivamente eficaz en manos de las mujeres fue la religión. En Roma fueron sobre todo mujeres las adeptas más fervorosas de los nuevos cultos importados de oriente, incluido en cristianismo. Y fueron sobre todo mujeres quienes indujeron la conversión religiosa de los reyes bárbaros y determinaron el curso de la historia en Europa occidental, lo mismo que, con anterioridad, habían convertido a los emperadores romanos. En 493 d.C., el rey franco Clodoveo se casó con la cristiana Clotilde, que pronto logró la conversión de su marido al cristianismo junto con otros 3.000 nobles francos. Aunque Riencourt no los cita, la historiadora Régine Pernoud nos recuerda que los casos de Italia, España e Inglaterra fueron similares: la católica Teodolinda logra la conversión al catolicismo de su hijo, el rey lombardo Adaloaldo; Teodosia hace lo propio con su esposo, el rey visigodo Leovigildo; y Berta de Kent obtiene la conversión del rey Etelberto. Tales conversiones significan el paso a la nueva fe de los reinos respectivos. Regine Pérnoud constata evoluciones similares en Alemania, Rusia, Polonia y los Países Bálticos. ( , cap. I) La femme au temps des cathédrales Según Riencourt, la excesiva influencia de las mujeres fue en parte responsable de algunos de los aspectos menos atractivos de la civilización bizantina y de su notable esterilidad cultural a partir del siglo VII, precisamente en la época en que la cultura árabe empezó a florecer. La exagerada influencia femenina debilitó la fibra moral de esos griegos tardíos y fue responsable de los interminables sutilezas que llegaron a conocerse como bizantinismo, puesto de manifiesto por la interminable controversia de sus principales teólogos acerca de si los ángeles podían bailar en la punta de una aguja, mientras que Constantinopla se hallaba cercada y luchaba por su supervivencia. En realidad, concluye Riencourt, tal vez la bizantina haya sido la civilización más afeminada que ha habido sobre la tierra desde la revolución patriarcal. Y Riencourt establece una curiosa comparación entre esas dos civilizaciones en pugna (la bizantina y la musulmana) y los dos grandes credos religiosos (el católico y el protestante) que dividen Europa en el siglo XVI. Para Riencourt, la cristiandad ortodoxa bizantina representa el aspecto "católico" de la religión, y el Islam es su aspecto "protestante". Para explicarlo de otra forma, la cristiandad ortodoxa griega representa el polo "femenino" y el Islam el polo "masculino". El rasgo más importante de esa diferencia es el extremo ritualismo de la Iglesia ortodoxa griega, con su impresionante pompa y su lujoso despliegue de casullas brillantes y ornamentos bordados de oro, que producían una atmósfera casi mágica, en contraste con la práctica inexistencia de predicación. En cambio, el Islam daba prioridad a los sermones y excluía cualquier otro aspecto, de modo muy similar al practicado siglos después por la Reforma protestante occidental. Psicológicamente, esta tendencia significa que la cristiandad ortodoxa hacía poco hincapié en la moralidad y la ética, ese elemento primordialmente "masculino" y poco atractivo para las mujeres, cuya imaginación y emociones respondían mejor al despliegue y el ritual mágico de la liturgia. En cambio, el Islam, masculino hasta la médula, prefería la simplicidad máxima en su ceremonial y su rígida ética, y excluía los rituales complejos, la parafernalia deslumbrante y todo el despliegue emocional de los ceremoniales grandiosos; era el equivalente al puritanismo occidental con su típica preferencia por los sermones y la ética. Por el contrario, en Bizancio, el compromiso entre los principios masculino y femenino se desplazó lentamente, a lo largo de los siglos, hacia el polo femenino, hasta el punto de causar la muerte de una civilización. A diferencia de las culturas greco-romana y bizantina, en las que las tensiones entre los principios masculino y femenino minaron la sociedad hasta provocar la destrucción de esas civilizaciones, en las culturas de China y la India se mantuvo siempre la armonía y el equilibrio entre ambos principios, y eso garantizó su supervivencia hasta nuestros días. Ambos países siguieron siendo patriarcales en lo relativo a sus estructuras socioeconómicas, pero sus valores culturales fueron tales que el principio


femenino recibió su debido reconocimiento en la asociación entre varón y mujer. Cada una a su modo, las culturas india y china preservaron la igualdad metafísica básica entre los sexos, aunque nunca otorgaron a las mujeres la misma igualdad en la vida social y política, ni existe indicio alguno de que las mujeres exigiesen tal igualdad. Ni en la India ni en China existe rastro alguno de revuelta de las mujeres tal como la que tuvo lugar en el mundo grecorromano y en la moderna civilización occidental. Ambas culturas orientales aceptaron como premisa fundamental que las dos entidades distintas pueden funcionar únicamente mediante la cooperación: en ninguna de las dos civilizaciones hubo nunca una competencia real entre los sexos. A finales del siglo XVIII, un viajero occidental, el padre Dubois, afirmaba: "una mujer hindú puede ir adondequiera sola, incluso en los lugares más abarrotados de gente, sin temer nunca las miradas o bromas impertinentes de los paseantes. Esto me parece realmente notable. Una casa habitada en exclusiva por mujeres es un santuario que el más desvergonzado libertino nunca soñaría en violar. Con frecuencia he pasado la noche en albergues comunes, en los que hombres y mujeres yacen casi unos al lado de otros; pero nunca tuve conocimiento de que nadie perturbase la tranquilidad de la noche mediante un acto o una palabra indecentes." Tampoco la competencia entre los sexos ha puesto en peligro la supervivencia del Islam. No obstante, el carácter excesivamente masculino del Islam ha tenido, a juicio del autor, efectos esterilizantes para esa civilización. "Con las pocas excepciones mencionadas, uno busca en vano mujeres que sobresalgan en los 1.300 años de historia islámica; el paisaje musulmán está desnudo de cualquier tipo de influencia femenina. En cierto sentido, el violento antifeminismo del Islam ha sido tan nefasto como el exagerado afeminamiento de Bizancio, y ambos han sido responsables de la decadencia económica y cultural que empezó a corroer el Oriente Medio pocos siglos después de la muerte del Profeta", afirma Riencourt. A semejanza del Islam, la Reforma protestante, en particular la calvinista, con su ascetismo sexual y su limitación de la sexualidad a los fines reproductivos, fue esencialmente antifeminista. Cuando el ascetismo sexual prevalece en una sociedad, la mujer gana en dignidad, pero pierde poder, ya que gran parte de su poder reside en su capacidad de influencia en los hombres a través de su atractivo sexual, dice Riencourt. La mujer ya no es un objeto sexual, y pasa a ser un instrumento económico. El puritanismo calvinista convierte el trabajo en un sacramento, pero a la vez proscribe el lujo y limita la actividad adquisitiva al mínimo necesario para la subsistencia. La combinación de esa gran actividad laboral y la limitación del consumo da lugar a una gran tasa de ahorro y acumulación de capital. El éxito en este mundo es símbolo de superioridad moral. Esa acumulación de capital y esa capacidad de ahorro están en la base de la revolución industrial y el nacimiento del moderno capitalismo. El sistema intensamente dinámico y competitivo resultante de la ética puritana calvinista es profundamente masculino. Las propias mujeres anglicanas adquieren rasgos poco femeninos que las distinguen claramente de sus hermanas católicas. Hasta la llegada de la revolución industrial, la familia era una unidad económica integrada, y ambos sexos tenían mucho trabajo. Con la revolución industrial se produjo la dislocación económica de la familia como unidad de producción, y muchas mujeres empezaron a trabajar en las fábricas al mismo tiempo que sus maridos e incluso en competencia con ellos. Las mujeres de las clases medias encontraron mucho tiempo para el ocio. En el pasado, todas las mujeres, al igual que todos los hombres, habían trabajado; ahora, algunas mujeres trabajaban independientemente de sus maridos y otras, las mujeres privilegiadas del entorno burgués que podían permitírselo, no trabajaban en absoluto. De esa disparidad surgieron los primeros elementos del movimiento feminista. El trabajo asalariado de muchas mujeres de las clases bajas sirvió de materia intelectual para la elaboración de las primeras reivindicaciones feministas por las mujeres de las clases medias acomodadas, mantenidas en el ocio y la comodidad por sus maridos. Esta situación de ocio de toda una clase (las mujeres de clase media y alta) constituye un giro radical en términos históricos. La idea de que uno de los sexos sea mantenido íntegramente por el otro es una extraña aberración que exige que las mujeres sean criaturas sin utilidad, simples consumidores de los


bienes producidos por los hombres. La moda de las mujeres acomodadas es no trabajar. Incluso las esposas de los agricultores ricos empiezan a considerar que trabajar es algo impropio de una dama. La nueva mentalidad burguesa de las clases medias en ascenso empiezan a considerar a la mujer ociosa como símbolo de éxito social. En otras palabras, la nueva mujer burguesa producida por la revolución industrial sacrifica su condición de mujer, que siempre había incluido el trabajo intenso en cualquier sociedad, por una feminidad artificial definida con arreglo a los nuevos cánones de la sociedad industrial. Según el concepto victoriano, el trabajo del varón debería bastar para mantener a la familia. El orgullo de la esposa de clase media dependía del estatus logrado o heredado por su marido. Desde siempre, el ocio ha sido fuente de todos los males, y una sensación de profunda insatisfacción empezó a embargar a esas mujeres que tenían una gran cantidad de tiempo para pensar en su condición y en la falta de sentido de sus vidas. Para agudizar el malestar social, la revolución industrial empeoró la situación de la mujer en otro aspecto: la pérdida de los derechos de propiedad. En el pasado, las mujeres habían disfrutado de un poder considerable en la aristocracia, la pequeña nobleza y la artesanía independiente; en cambio, los nuevos tipos de inversiones en la industria, el comercio y los negocios correspondían a un mundo enteramente masculino que ellas apenas comprendían y en el que ya no eran invitadas a participar. Reflejo de esa mentalidad es la frase pronunciada por Sir William Blackstone, uno de los principales juristas de la época, que afirmaba: "el marido y la mujer son uno, y ese uno es el marido". La educación de las mujeres pasó también a segundo plano, de forma que las damas acomodadas de la época eran más ignorantes que sus antepasadas del reino isabelino, dos siglos antes. En resumen, en los países de habla inglesa, en los que el poder y la influencia de la mujer habían sido siempre notablemente inferiores al de sus coetáneas de la Francia prerrevolucionaria, y donde la dislocación social de la revolución industrial se inició antes, sobre todo en Inglaterra, las condiciones estaban maduras para una revuelta feminista. Mary Wollstonecraft fue la pionera. Detrás vinieron otras y, al cabo de un siglo de actividad feminista en Inglaterra y los Estados Unidos, se llegó, en ambos países, a una situación bastante igualitaria de ambos sexos en lo que respecta a la educación, la situación jurídica y los derechos políticos. El sufragio femenino se estableció en 1893 en Nueva Zelandia, y en 1902 en Australia. En el Canadá y los Estados Unidos, el sufragio femenino empezó en los estados del oeste y se extendió desde allí hacia el este. A finales del siglo XIX, Wyoming, Colorado, Utah e Idaho lo habían establecido, mientras que el Québec tuvo que esperar hasta después de la Segunda Guerra Mundial. Una de las principales razones que retrasó el sufragio femenino fue la inclinación de las sufragistas a prohibir el alcohol: más que una actitud antifeminista, fue una reacción contra el puritanismo de las sufragistas lo que retrasó el proceso. Simultáneamente, se modificaron las leyes que mantenían a las mujeres bajo la tutela económica de sus maridos (Ley de Propiedad de la Mujer Casada de 1870, en Inglaterra). Si contemplamos la cultura occidental -prosigue en su análisis Riencourt-, parece incuestionable que las mujeres se han mantenido, en todo momento, en la periferia de la creación plural, lo que es también aplicable a cualquier otra sociedad. Con excepción de su contribución a la literatura, en particular a la novela y la poesía, su producción original ha sido escasa por falta de imaginación creativa. En épocas de grandes gobernantes del sexo femenino, tales como Isabel I de Inglaterra, Cristina de Suecia, María Teresa de Austria y Catalina la Grande de Rusia, no hubo una sola mujer que destacara en los terrenos de la filosofía, la pintura, la escultura, las matemáticas, la arquitectura, la ciencia o la composición musical. La causa no fue ninguna presión social, falta de educación, costumbre o tradición, sino más bien de tipo psicológico. Cada vez son más abundantes las pruebas de que las funciones mentales están influidas por el sexo, y que el cerebro femenino no funciona igual que el masculino. El genio creativo se sitúa a veces cerca de la locura, y esa constatación de la sabiduría popular se ve confirmada por la ciencia moderna, ya que, mientras que los coeficientes de inteligencia promedios de varones y mujeres son aproximadamente equivalentes, las variaciones son mucho mayores en el caso de los varones, en


los que son más frecuentes los casos de retraso mental o genialidad. Hay más hombres en ambos extremos de la escala. Ni siquiera el caso de María Curie puede considerarse excepcional, ya que el verdadero talento fue el de su marido, ampliamente reconocido antes del encuentro y matrimonio de ambos. Pierre Curie era un científico genial mucho antes de casarse, mientras que toda la labor creativa de María tuvo lugar en colaboración con su marido, y la obra desarrollada por María tras la muerte de su marido sólo fue continuación de los descubrimientos fundamentales hechos en vida de Pierre. La explicación de que la mujer nunca ha tenido oportunidades creativas no se sostiene, según Riencourt, ya que supone olvidar las condiciones extremadamente adversas en las que algunos hombres han alumbrado obras maestras: sordera, ceguera, falta de enseñanza formal, pobreza, persecución política, etc. En muchos casos, las mujeres han tenido mayores oportunidades educativas que los hombres en determinadas materias, como por ejemplo la formación musical, incluida en la educación de todas las jóvenes de las clases nobles, al contrario de los jóvenes, que no solían recibir ese tipo de formación. Sin embargo, todos los grandes compositores han sido hombres. Otra comparación elocuente es la de los monasterios, en los que, durante siglos, hombres y mujeres llevaron un régimen de vida y estudio similar. Ningún prejuicio impedía a las monjas dedicarse a la ciencia, al arte y a la literatura, y de hecho así lo hicieron muchas de ellas. Sin embargo, casi todos los nombres célebres surgidos de la vida monacal son masculinos. La explicación de Riencourt para este fenómeno es que las mujeres se orientan hacia lo subjetivo, personal y concreto, y carecen de la agresividad biológica y mental que requiere el impulso creativo. Más que a crear, tienden a conservar. No es una cuestión de inteligencia o de comprensión intelectual; las mujeres son tan inteligentes como los hombres, pero su inteligencia está más orientada hacia la emoción que hacia la imaginación. La creatividad de la mujer es de un orden totalmente distinto, fundamentalmente misterioso, derivado de la fuente misma de la vida. Sin embargo, aunque la mujer no sea intelectual o artísticamente creativa, el hombre no puede crear sin ella; por eso la parte femenina en el proceso cultural, aunque indirecta, es esencial. Ambos sexos son como los dos polos de un campo eléctrico de fuerzas magnéticas: la correlación entre los dos polos da lugar al poder creativo; y ninguno de los polos, masculino o femenino, puede lograr nada sin la contribución del otro. La concesión del sufragio a la mujer, la constante alteración de la legislación para favorecerla, todos los derechos sociales y políticos que se han hecho extensivos a la mujer no sólo tienen significado práctico, sino también un valor simbólico: el reconocimiento por el hombre de un mundo fuera de control. Aun cuando se haya preservado un patriarcalismo rígido, la inevitable deriva hacia el estatismo del bienestar, el creciente antimilitarismo de las naciones occidentales, y la preocupación cada vez mayor por los problemas ecológicos y la contaminación ponen de manifiesto el irresistible predominio del principio femenino de conservación. Tras haber pisoteado su nido planetario, el hombre occidental ha de enfrentarse al nuevo espíritu de la Madre Tierra, generador no sólo de estabilidad civilizada, sino también de cólera revolucionaria. La mujer, con su creciente insatisfacción y rebelión social se ha convertido en uno de los principales disolventes de la sociedad contemporánea occidental. En nuestros tiempos, estamos reconstruyendo, a una escala mucho mayor, el sistema social que, a partir de Eurípides, sacudió los cimientos del mundo grecorromano y, con el tiempo, acabó destruyendo su civilización desde dentro antes de que los bárbaros invadiesen el imperio desde fuera. En el siglo XIX, Marx y Engels propugnaron abiertamente la abolición de la familia y la emancipación de la mujer como "proletariado" doméstico. Irónicamente, eso era lo que estaba haciendo el burgués, al suprimir la posición de las mujeres como meros instrumentos de producción y convertirlas, en cambio, en criaturas ociosas y pasivas, símbolos de una categoría social en la que el trabajo estaba ausente. Pero ni Marx ni Engels se preocupaban por esas realidades cuando deseaban imponer un aspecto doctrinal. Los socialistas de la época empezaron a comprender la importancia de ganarse a la mujer para su causa, posición expresada con este lema: que los socialistas abracen la causa de la emancipación femenina y las mujeres se convertirán en enemigos del capitalismo e incondicionales del socialismo.


En 1919, las autoridades soviéticas decretaron que la familia había dejado de ser una necesidad tanto para sus miembros como para el Estado. Sin embargo, el gran experimento de abolición de la familia empezó a fracasar desde sus inicios. Los hombres, despojados de sus anteriores atribuciones y responsabilidades paternas, se volvieron negligentes hacia sus familias y dejaron la carga de la crianza a la generación más joven de mujeres y sus parientes de más edad. La desaparición de la solidaridad familiar hizo crecer la delincuencia juvenil y, lejos de elevar el status de la mujer, la revolución resultó totalmente desmoralizadora. Más que liberar a la mujer, liberó al hombre de sus restricciones sexuales y su responsabilidad doméstica, las dos grandes ventajas del matrimonio estable para la mujer. De hecho la nueva mujer soviética estaba sexualmente oprimida como nunca lo había estado antes. Si alguna vez la mujer fue un objeto puramente sexual para el hombre, tal cosa ocurrió en la revolución rusa: "Por el presente decreto ninguna mujer puede considerarse ya propiedad privada y todas las mujeres se convierten en propiedad de la nación... los ciudadanos varones no tienen derecho a utilizar a las mujeres con mayor frecuencia de la establecida, es decir, tres veces por semana y durante tres horas cada vez... Todo hombre que desee hacer uso de una mujer nacionalizada deberá estar en posesión de un certificado expedido por el Consejo administrativo", dictaminaba un decreto oficial del soviet de Saralof en febrero de 1919. Y otro decreto del soviet de Vladimir decretaba, en 1918, que los varones podrían elegir a sus cónyuges "con independencia del consentimiento de éstas". A partir de los años 20, la actitud soviética comenzó a cambiar. En 1936 se promulgó una nueva legislación que restableció oficialmente la familia como base nuclear del Estado. En agosto de 1943, las autoridades soviéticas suprimieron la coeducación en las escuelas elementales y secundarias justificando su decisión con el comentario siguiente: "Un muchacho debe prepararse para servir en el Ejército Rojo mientras cursa sus estudios. Por eso recibe un entrenamiento físico y puramente militar especial para llevar una austera vida de soldado... ¿Y qué ocurre con las muchachas? Ellas son esencialmente madres. La escuela debe dotarlas de conocimientos especiales sobre anatomía humana, fisiología, psicología, pedagogía e higiene." En otras palabras, la mujer soviética había vuelto a las funciones reproductoras, y ningún logro profesional podría proporcionarle tanto honor como la fertilidad biológica. En los años 60, la participación de las mujeres en el Comité Central del Partido Comunista era tan sólo del 3%. Para Riencourt, lo que está luminosamente claro es la progresiva desintegración de los valores de la civilización occidental mediante el derrumbamiento general de su mitología tradicional. Lo que está ocurriendo a la civilización occidental, su verdadera revolución cultural, es lo que ha ocurrido una y otra vez a comunidades cerradas sobre sí mismas y repentinamente expuestas a una cultura ajena todopoderosa: que se derrumbaron al mismo tiempo que sus mitos, sus símbolos y sus cosmogonías; es decir, al hacerse añicos la posesión más preciosa del hombre: la coherencia mental. Durante siglos, los occidentales han visto cómo esto ocurría en civilizaciones exóticas y en comunidades primitivas; ahora está ocurriendo a su propia civilización, no mediante la inclusión brutal de una cultura exterior, sino como resultado de la deriva interna de su propia cultura. Nietzsche profetizó el destino inevitable de la cultura europea, la desaparición de todos los valores tradicionales y el triunfo del nihilismo, junto con el triunfo del espíritu dionisíaco y la plena aceptación de la decadencia. En la actualidad, podemos ver y sentir esa decadencia, aunque no la forma de superarla. El impulso prometeico occidental está llegando a su fin y todos sus componentes están empezando a deshacerse. De modo totalmente natural, uno de sus más importantes componentes, las relaciones relativamente armoniosas entre los sexos, está desintegrándose: ahora que los hijos de Prometeo flaquean, las hijas de Pandora se revuelven, no con suavidad al estilo femenino, como han hecho en otras épocas, sino con furia fría y revolucionaria, a la manera masculina.


Las hijas de Pandora El feminismo del siglo XIX murió a comienzos del decenio de 1920; con la concesión del sufragio a las mujeres en la mayoría de los países de Europa y América, ese feminismo murió de la muerte natural que llega tras el cumplimiento de una misión. Treinta años después, Margaret Mead escribía asombrada: "El éxito para una mujer consiste en hallar un buen esposo y conservarlo; eso es más cierto ahora que en la generación anterior". Pero la revolución se estaba fraguando bajo esa calma aparente. Y de esa forma, la mayor enfermedad que puede afligir al ser humano empezó a propagarse como una epidemia entre las amas de casa, cobrándose un enorme número de víctimas y destruyendo espiritualmente a quienes no estaban suficientemente embotadas para disfrutar de una existencia parasitaria y carente de sentido: sacudir el aburrimiento. Del aburrimiento a la revuelta no hay más que un paso, y ese paso se dio en los años 60. El estado de ánimo general de las mujeres como madres en cualquier época halla eco en la generación de sus hijos; según afirma Hegel en su "Fenomenología del Espíritu", la mujer frustrada tratará invariablemente de predisponer a los hijos contra su padre. Este es el terreno donde radica la verdadera revolución: cuando la mujer, que es básicamente conservadora, está tan frustrada por su insatisfactoria relación con el otro sexo que, a pesar de la poderosa influencia de la maternidad, abandona su habitual resignación y predispone a una generación contra otra. Mientras que en los cuadros y retratos pictóricos de los siglos anteriores se ve que los niños y las generaciones adultas visten igual y adoptan las mismas actitudes, en nuestra época lo primero que preocupa a las generaciones jóvenes es distanciarse de la generación anterior. Los adolescentes varones de los 60 empezaron a mostrar violentamente todos los signos de una intensa crisis de identidad, en gran medida resultante de la imposibilidad para identificarse con sus padres. Por su parte las jóvenes veían con terror la perspectiva de repetir la frustrada vida de sus madres. La brecha generacional se ensanchó y, con ella, empezaron las primeras sacudidas del movimiento de liberación de la mujer. En "El segundo sexo", de Simone de Beauvoir, se hallan compendiadas todas las contradicciones que van a ser la plaga de la nueva doctrina de liberación de la mujer: afirmar que nada es natural, sino sólo social y, al mismo tiempo, verse obligadas a aceptar las dominantes repercusiones de la realidad fisiológica; afirmar y a la vez negar todo tipo de destino anatómico; aceptar que determinada situación depende de la fisiología y, al mismo tiempo, que la fisiología depende de la situación; negar la inherente pasividad de la mujer, pero aceptarla en todas las cuestiones sexuales; negarse a aceptar que la personalidad de la mujer se vea afectada por secreciones endocrinas, pero aceptar su interrelación; pedir la neutralización de los sexos y, al mismo tiempo, afirmar que es imposible. No importa. Simone de Beauvoir sigue adelante sin amedrentarse por las contradicciones e incoherencias, hacia su meta: la famosa diferencia no existe genéricamente; es preciso negar a la mujer y la feminidad. En gran medida, en el contexto general de una exacerbación cultural de lo masculino, ésta será la posición de las futuras extremistas del movimiento de "liberación". La "diferencia" será rechazada, puesto que es una monstruosidad social perpetrada por los varones; la complementariedad de los sexos es una tontería, y también lo es la cooperación basada en ella; la maternidad es casi degradante. Todo lo que deriva de la "diferencia", es decir, las instituciones sociales, el Estado, el matrimonio, la familia, las restricciones sexuales, las tradiciones, debe tirarse por la borda. Y una vez el que el mundo esté totalmente despojado de sus anteriores estructuras, el feliz sueñopodrá ser por fin verdad: el poder y la jerarquía serán destruidos. Las similitudes entre la atmósfera del mundo occidental contemporáneo y del imperio romano en los estertores de la decadencia son asombrosas: la misma falta de verdadera fe religiosa y de fines éticos, la misma degeneración cultural y falta de creatividad, la misma brutalización y el mismo culto a la violencia sin objeto. El circo romano en el que los gladiadores derramaban su sangre para satisfacción sádica de las multitudes se sustituye ahora por el cine y la televisión, donde el ketchup sustituye a la


sangre para satisfacción del mismo tipo de sofisticadas multitudes sicotrópicas. Pero el significado psicológico es idéntico en ambos casos. Incluso la rebelión de las mujeres en ambas civilizaciones tiene connotaciones idénticas y conlleva el mismo designio de destrucción para ambas sociedades, ya que en ambos casos la mujer se subleva dentro del marco masculino, en lugar de desplegar un enfoque creativamente femenino del problema fundamental de cómo restablecer el poder de la mujer y su influencia sin destruir la sociedad y cómo dar al componente femenino de nuestro ser colectivo su verdadero lugar. Por el contrario, el movimiento de liberación de la mujer trata de lograr la completa igualdad con el hombre en los terrenos político, social y económico, sin preocuparse por los valores femeninos, que han desaparecido casi por completo de nuestra sociedad occidental exclusivamente orientada a lo masculino. Su "liberación" se asemeja al intento de los artistas dedicados a la decoración interior mientras los cimientos del edificio están hundiéndose. ¿De qué les sirvió su "liberación" a las mujeres de Roma cuando las hordas visigóticas de Alarico asaltaron la ciudad y la saquearon? En lugar de contrarrestar la tendencia masculina a la agresión y la dislocación, el movimiento de liberación hace suyos esos valores y tiende a la destrucción de los valores culturales y las instituciones sociales que tradicionalmente han protegido las mujeres. El erotismo contemporáneo, explica Riencourt, trata de liberar sexualmente a la mujer, pero de acuerdo con una concepción masculina de la sexualidad. Reorientar la finalidad de la actividad sexual de la procreación a la recreación simboliza ese énfasis decadente en una forma de ser exclusivamente masculina. La moderna rehabilitación de lo erótico en su aspecto puramente sexual y despojado de afectividad choca frontalmente con la verdadera concepción femenina. Freud asimiló correctamente el erotismo puramente sexual y sin amor con el deseo de romper lazos y ataduras, y en consecuencia, con una tendencia final a la dislocación, la destrucción y la muerte –Thanatos- frente a Eros, el erotismo impregnado de amor, unificador y conservador. Lo que parece evidente a Riencourt es que la tendencia hacia una reducción drástica de las diferencias sexuales y la clara orientación hacia lo unisexual, lejos de ser progresista, es esencialmente regresiva. Margaret Mead también lo vio así: "Cada ajuste que minimiza una diferencia, una vulnerabilidad en un sexo, y una fuerza diferencial en el otro, disminuye las posibilidades de complementariedad recíproca de ambos y corresponde simbólicamente a sellar la receptividad constructiva de la mujer y la vigorosa actividad constructiva y extrovertida del varón, cambiándolos ambos al fin en una versión más sombría de la vida humana, en la que se niega a ambos la plenitud de la humanidad que cada uno de ellos podían haber tenido." Es la sublimación del impulso sexual lo que ha llevado a la humanidad a su presente nivel de conocimiento y autoconciencia, ha creado las culturas que disfrutamos y nos ha acercado a un entendimiento de los destellos de la creación cósmica. Cortar de raíz ese impulso y su sublimación es suicida. En lugar de potenciar la verdadera feminidad dando a la mujer libertad para elegir, sin imponerle una obligación, la presente tendencia a la neutralización de los sexos mediante la reducción de las diferencias y de la tensión creativa entre ellos denota un deseo de muerte social, implícito en la depreciación de la maternidad que, una vez más, se justifica demasiado fácilmente por la amenaza de una explosión demográfica mundial. Las "liberacionistas" son demasiado inclinadas a afirmar que "tras un largo período de celebrar las diferencias entre hombres y mujeres, nos encaminamos hacia un mundo andrógino". Pero eso significa que la civilización occidental se encamina en una dirección mortal. Reducir las diferencias, concluye Riencourt, es desvitalizarse y poner a la sociedad occidental en peligro de extinción biológica. ¿Tenía razón Riencourt en sus predicciones? ¿Es la guerra de sexos el principio del fin? En cualquier caso, treinta y tres años después de haberse escrito las palabras resumidas en el párrafo anterior, es imposible consultar las proyecciones demográficas y las pirámides de población europeas ( - - )


previstas para mediados del presente siglo sin sentir un escalofrío en la espina dorsal. El tiempo dirá… Amaury de Riencourt: "Sex and Power in History", Delta Books, New York, 1975.


REFLEXIONES FINALES De acuerdo en esto, hay que señalar que la primera función que deben recuperar aquéllas, en lucha contra el embrutecimiento, servilismo y deshumanización , es la de pensar. Cavilar y reflexionar de manera creativa e independiente es lo más propio de los seres humanos y es lo primero que han de hacer suyo las mujeres, como programa. Para eso, se ha de repudiar la perversa noción de que nada más se han de dedicar a “los asuntos de mujeres”, pasar a preocuparse y ocuparse de todo lo que afecta a la humana condición, y en ese marco, como parte, a lo que es específico de la forma concreta de opresión que hoy padecen las féminas, el régimen estatal-capitalista Rebaja a las mujeres a una gran corporación que se ocupa de maximizar sus intereses egoístas es la forma más eficaz de anularlas y destruirlas. Eso explica que las dominadas por el poder sean sujetos inválidos en lo intelectivo e inhábiles para crear algo de calidad o para vivir con grandeza de miras. Si, pongamos por caso, Simone Weil .emma goldman fueron unas de las grandes mentes pensantes del siglo XX es porque rechazaron el feminismo, no dejándose inutilizar y devastar por él. Para escapar del atroz confinamiento en lo laboral salarial, La mujer ha de asumir como propio todo lo humano. Esto demanda la intervención en primera línea de las MUJERES, en especial en las tareas de reflexión, evaluación, juicio y creación intelectiva con significación experiencial, política, cultural, ideológica, ética, económica, historiográfica, estética y otras muchas. Aquí está la diferencia con la mayor parte del feminismo. Éste las conmina a no pensar, quienes somos partidarios de una revolución integral, que cambie radicalmente el conjunto de lo humano y libere a la mujer destruyendo el Estado , las invitamos a que se hagan cargo de las funciones primordiales, las de cavilar sobre la totalidad de lo humano, con toda su complejidad y dificultad, para implicarse en la de su transformación radical. Interiorizar la idea de revolución integral es crucial para las mujeres. Ello proporciona la comprensión de conjunto y permite salirse del limitadísimo marco de “los asuntos de mujeres”, la nueva domesticidad en donde se ahogan, entontecen y autodestruyen. Al hacerse cargo del todo, considerando como propios los grandes asuntos y problemas de la humanidad, peleando en primera fila por su solución, las mujeres se realizan como seres humanos, mujeres de calidad superior y se forjan como sujetos libres y autodeterminados, no necesitados de tutelas, protecciones ni discriminaciones positivas, todos ellos eslabones de las cadenas que el gobierno pone a las mujeres. Al autoconstruirse por medio del esfuerzo desinteresado y del servicio por grandes metas se frustra el proyecto esclavizante en curso, cuya esencia es la ruina de la esencia concreta humana en la mujer y el hombre. La emancipación integral de las mujeres ha de ser obra de las mujeres mismas y no del Estado y el capitalismo. Al hacerse cargo de todos los asuntos, al situarse en la primera fila de las más decisivas cuestiones, al asumir como propios los problemas fundamentales de esta hora de la historia, la mujer se hace a sí misma como ser humano completo y mujer nueva, no apta para ser oprimida ni sometida ni manipulada ni confinada. En pos de la revolución integral, contra el Estado y el capital, la mujer ha de reconstruir, poner en tensión y afinar todas las cualidades que la caracterizan, ahora a menudo desaprovechadas y sofocadas por el encierro forzado en lo laboral y productivo. Al hacerlo se pone en disposición de ajustar al máximo su inteligencia, coraje, gusto por el esfuerzo, el riesgo y el compromiso, grandeza de ánimo, desdén por lo dinerario y provechoso, fortaleza espiritual y física, cálculo estratégico, acumulación de saberes, espíritu de servicio, generosidad vivencial, eticidad natural, amorosa sociabilidad y amor por la libertad. Y todo ello sin desistir de su condición de mujer, sin imitar servilmente a los varones y avergonzarse de sí misma, como le exige el feminismo, sin renunciar a la maternidad ni a nada de lo que es connatural a lo femenino. La elevación de las mujeres a la preocupación por el todo finito de la revolución integral es, al mismo tiempo, condición primera para el logro de aquélla y para la liberación plena de las féminas. Tal ha de ser el punto primero y principal de un nuevo movimiento de emancipación de las mujeres que rompa con los fúnebres postulados del feminismo, por crear. Hay que poner fin al trabajo asalariado antes que éste ponga fin a la condición humana. Para ello


hay que destruir el sistema capitalista en su totalidad, expropiando todo el capital para crear una economía libre, autogestionada y dirigida desde una gran red de asambleas populares omnisoberanas por todas las mujeres y todos los hombres hoy sometidos al salariado, unidos y hermanados los dos sexos. La primera tarea en esa dirección es la denuncia del trabajo asalariado y de quienes lo defienden.

POEMA El Padre El padre llega a su casa golpea a su hijo, putea a su mujer, reza antes de comer y se duerme con una sonrisa partida en dolor; se despierta temprano otro día más de policía, obrero o chupa sangre. las horas son interminables como máquina irracional que ejecutan ordenes lamentables, se cansan sin descanso y en su frente la explotación y la miseria agrandan su huella diaria, días interminables en noches traidoras sin descanso se reproduce el esquema por una buena cantidad de años 10 o 20, mas bien 40 mil que mas da, toda una vida de obediencia ciega. El padre llega a su casa, golpea a su mujer, putea a su hijo, reza antes de comer y se duerme con una sonrisa partida en dolor


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