Experimenta

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¡Experimenta! El liderazgo y la significativa presencia de la Universidad de Antioquia en el panorama nacional de la investigación y de la producción intelectual, se refleja en el considerable número de textos académicos y de artículos científicos que se producen en la institución, aunque, con mucha frecuencia, esta producción se queda en los círculos académicos especializados, y no llega a ser conocida por la comunidad en general. Con la revista Experimenta, la Universidad de Antioquia, a través de la Vicerrectoría de Investigación, se propone subsanar esta deficiencia, proyectando a un público más amplio los resultados de la labor académica e investigativa que se desarrolla en el claustro, con el fin no solo de darla a conocer, sino de promocionarla como una opción de vida para aquellos que están en situación de definir su vocación profesional, y que comparten una particular sensibilidad por las alternativas que ofrecen el conocimiento objetivo del mundo, la ciencia y la tecnología, en la búsqueda de soluciones a nuestras necesidades. El acceso al conocimiento a través del hacer, del contacto con los problemas y del reconocimiento directo de las situaciones, marca una gran diferencia con la infortunada tradición retórica que ha signado el destino de nuestra nación desde la época de la colonia. Por eso el nombre de Experimenta quiere exaltar el carácter del conocimiento adquirido de primera mano, sustentado en la experiencia y en la investigación, sobre aquel que ha llegado de oídas, o de leídas, sustentado en autoridades desconocidas e incuestionables. Esta revista tiene sus puertas abiertas para dar a conocer el producto del trabajo de los múltiples grupos que, desde casi todas las disciplinas del conocimiento, laboran y producen en nuestra universidad, si bien, en este primer número se ha querido destacar la producción de algunos de los grupos más representativos del área de las ciencias biomédicas, que convocan, en términos de tradición, cantidad y calidad, los resultados más notables de la producción científica de nuestra institución. El carácter interdisciplinario de los grupos mencionados hace posible el aporte, desde las más diversas perspectivas, al estudio y a la búsqueda de soluciones de problemas que, en muchos casos, por ser tan específicos y particularmente nuestros, no entran en el área de interés de la gran ciencia, y se han quedado huérfanos, a la espera de que nuestros investigadores adopten enfoques autóctonos, acordes con nuestras necesidades y posibilidades, para encontrar las soluciones requeridas. Sin desconocer los avances realizados en otras latitudes, pero más atentos a nuestras condiciones que a los dictados de la moda académica internacional, esta publicación se plantea como una propuesta de diálogo e interacción entre la academia y la comunidad, que habrá de construirse paso a paso con la aparición de cada uno de nuestros números, en los formatos impreso y digital, y con los comentarios e inquietudes de nuestra audiencia que lleguen a nuestra redacción. Revista de divulgación científica de la Universidad de Antioquia.

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Nuevo vector del dengue en Medellín Ecoepidemiología, una ciencia multidisciplinar

16 De moléculas y parásitos

12 Las enfermedades de la pobreza

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Morfometría: las venta jas de ver de cerca

36 Hacia una nanovacuna colombiana para la leishmaniasis


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Enfermedades tropicales, ecosistema y biocidas

Esa pasión de encontrar

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57 Los botones de Napoleón

Del derecho a la salud

El legado agrícola de nuestros ancestros prehispánicos Revista de divulgación científica de la Universidad de Antioquia.

60 Historieta


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Ecoepidemiología, una ciencia multidisciplinar El PECET traba ja desde hace veintiseis años con esta ciencia que ha permitido avances en investigación para la prevención y el tratamiento de enfermedades de transmisión por vectores. Este grupo le apuesta al desarrollo de medicamentos para el tratamiento de la leishmaniasis, la malaria, y el dengue, entre otras enfermedades. Ecoepidemiología es un término que no se encuentra en el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española. Su definición, o mejor, su trabajo antes que su definición, fue la labor que cosechó el médico francés Jean Antoine Rioux. Es una ciencia relativamente joven y su aplicación ha permitido salvar miles de vidas, abrir diversos caminos a la investigación de diferentes disciplinas profesionales y comprender con propiedad algunas enfermedades y los vectores que las transmiten. El médico Iván Darío Vélez Bernal, director del PECET (Programa de Estudio y Control de Enfermedades Tropicales) de la U de A y alumno de Rioux, comprendió lo que esta ciencia puede ofrecer y decidió aplicarla desde hace casi tres décadas en un lugar diferente a Europa, a un clima, geografía, flora y fauna diferentes. Vélez la trajo a Colombia y los resultados son alentadores, eso lo demuestran los resultados de las investigaciones y la sonrisa del médico colombiano cuando habla del tema. “Acá en el PECET hemos estado desde hace veintiséis años emplean-do el método ecoepidemiológico para entender enfermedades transmitidas por vectores en Colombia. Lo hemos aplicado más para la leishmaniasis pero también hemos hecho trabajo en malaria, dengue y otras enfermedades”, apunta. Revista de divulgación científica de la Universidad de Antioquia.

Para definirla, vale partir de explicar que “la epidemiología clásica se encarga de observar al hombre y seguir su comportamiento para entender la enfermedad”, según palabras del médico Vélez. Añade que “la ecoepidemiología va más allá, se ocupa de estudiar el clima, la flora, fauna, época del año y diversos factores que permitan la comprensión de la enfermedad y, muy especialmente, del vector. Hay que seguir al mosquito transmisor, observar su comportamiento, señalar los lugares donde está presente y las épocas del año y horas del día que más pica a las personas y el lugar, respecto a los domicilios donde pica y transmite los gérmenes: dentro, alrededor o fuera de las casas, y qué segmento de toda la población es la más picada y más sufre la enfermedad, y aprovechar esta información para hacer recomendaciones, campañas preventivas, trabajar en tratamientos y en el desarrollo de medicamentos”. Tratamiento respetando las costumbres Varios niños, la mayoría menores de cinco años, habían muerto por el ‘pan de leche’. La enfermedad, según los Curiosos —médicos indígenas de la comunidad Zenú—, se transmitía por la leche materna. Aunque buscaban contrarrestarla con ‘caldos de pollo’ y medicinas tradicionales, ninguno de los menores a los que se les había detectado seguía con vida.


6 El trabajo de acercamiento que médicos, investigadores y otros profesionales, liderados por el doctor Vélez Bernal habían desarrollado con la comunidad indígena Zenú, de la costa Caribe colombiana, permitió que se encontrara el mal, lo que luego llevó a la realización de una gran investigación multidisciplinaria y al inicio de un programa de control. “Conociendo esto, hablamos con el Curioso y los líderes indígenas para explicarles que lo que ellos conocían como ‘pan de leche’, era leishmaniasis. Respetando sus tradiciones y costumbres, le dijimos al Curioso que cuando recibiera un niño con ‘pan de leche’, nos llamara para tratarlo juntos. Al ser una enfermedad en la que los niños generalmente morían, aceptó, los padres aceptaron…”, recuerda el director del PECET. Así, tras la propuesta, el primer niño que llegó fue atendido conjuntamente con el Curioso y con el apoyo de la medicina facultativa lograron llevar un tratamiento que le salvó la vida a este menor y otros tantos, pues, después de este primer paso, fueron convocados en repetidas ocasiones por esta comunidad indígena. Esa es la dinámica de la ecoepidemiología, en la que además del vector, la enfermedad y el tratamiento, también confluyen aspectos culturales de las comunidades que son tratadas. La comunidad Zenú de esta región del país separa sus enfermedades entre aquellas de ‘los indios’ y las de la medicina facultativa. Para ellos la leishmaniasis —que asumían como ‘pan de leche’— no era más que una enfermedad propia de su comunidad que debía ser tratada como lo mandaba la tradición. Pero el acercamiento, vía propia de la ecoepidemiología, generó el canal de comunicación propio para contrarrestarla. No en vano, esa labor en esta zona colombiana le permitió al PECET obtener en el año 1996 el reconocimiento International Forum for Social Sciences in Health. Pero el trabajo no se quedó solo en el tratamiento. El funcionamiento de la ecoepidemiología, lo tiene claro su director y el grupo humano interdisciplinario que lo rodea: depende del acompañamiento a la comunidad y del contacto permanente que se tenga con ésta. “Ya el manejo —en la comunidad Zenú— de la enfermedad cambió; con el visto bueno del cabildo y de los médicos indígenas pasó a ser trata-

do por otros médicos. Fue un cambio respetuoso, sin ninguna violencia, respetando su medicina tradicional, demostrando que había alternativas”, apunta el médico Vélez Bernal. “Por allá pican esos mosquitos” “A la señora mía le dio primero. Como no conocíamos la enfermedad se le complicó”. Así recuerda Gonzalo María Sánchez López la llegada de la leishmaniasis a su hogar. Y aunque tuvo varios tratamientos ninguno surtió efecto en la recuperación de la mujer. Alguien cercano a la familia les recomendó que visitaran el PECET, expertos en las enfermedades tropicales. “El tratamiento duró como seis meses, fue algo muy duro”, recuerda el hombre. Ambos contrajeron la enfermedad en Urabá. Según detalla Sánchez López, visitan con frecuencia esta región de Antioquia y “por allá pican esos mosquitos, pican a mucha gente. Esa enfermedad está muy regada. Yo creo que es porque se está acabando con el hábitat de estos mosquitos y ellos están llegando a las centralidades”. Detectar la enfermedad en esta pareja de esposos fue posible gracias al rastreo que se hizo del vector a partir de su ubicación. Estas son las ventajas que ofrece la ecoepidemiología. Si bien se inició en Europa, la importación del método a Colombia, al trópico, ha permitido hallazgos importantes y fortalecer el trabajo interdisciplinario. Por su experiencia, Sánchez López afirma que “esos bichos son muy fuertes, transmiten una enfermedad muy fuerte, inclusive dentro de poco tengo una revisión. Gracias a la visita al PECET está controlada y por fortuna hay varios tratamientos”. Eso sí, hay una máxima en la ecoepidemiología: aunque el método es aplicable a cualquier región del mundo, los resultados variarán, o sea los resultados de un lugar no se pueden extrapolar a otro lugar. Eco + epidemiología Para comprender lo que es la ecoepidemiología se debe ir más allá de lo epidemiológico y de la ecología.al animal sano, y esa es la transmisión”.


7 El director del PECET explica que “para que haya transmisión de una enfermedad como leishmaniasis —también se tienen en cuenta otras que se transmiten por vectores—, se requiere que esté el insecto que la transmite y que haya animales que tengan el parásito. A este animal lo llamamos reservorio y al parásito el agente causal. Se necesita que haya tres agentes: un animal infectado, un mosquito que transmita el parásito del animal infectado al animal sano, y esa es la transmisión”. Esa descripción hace parte del modelo básico, si se quiere, de la manera en que se transmite una enfermedad. Y es acá donde se identifica el valor agregado de la ciencia que adoptó el PECET desde más de dos décadas y media. “La leishmaniasis no está en todas partes. Hay focos. Y hay focos de transmisión porque están las condiciones ecológicas para que persistan los tres agentes. Si estamos hablando de un perro que tenga el parásito, ese perro puede ir a cualquier parte, y si el perro viene a Medellín o se va para Rionegro, no es un riesgo de infección, porque realmente el elemento clave, el que focaliza, el más impor tante es el insecto transmisor. Si hay mosquito puede haber transmisión, de lo contrario no puede darse. Ese es el elemento a focalizar. ¿Y por qué el mosquito está en un sitio y no en otro?, por factores ecológicos como la vegetación, el clima, los suelos, etc., el otro componente de la ecoepidemiología”, agrega el

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médico Vélez Bernal. La leishmaniasis es la enfermedad transmitida por vectores con la que más se trabaja en el PECET desde la ecoepidemiología; no se descartan labores con otros contagios, pero es en ésta enfermedad donde se han hecho los principales trabajos desde esta ciencia. Según cifras del Sistema Nacional de Vigilancia en Salud Pública (Sivigila) del Instituto Nacional de Salud de Colombia, la incidencia de leishmaniasis cutánea en 2010 fue de 130,92 casos por cada diez mil habitantes; de leishmaniasis mucosa, el mismo año, fue de 1,46 por cada diez mil habitantes; y de leishmaniasis visceral 0,30 por cada diez mil habitantes. Aunque las cifras no parecieran altas, es necesario fortalecer las estrategias, campañas y labores de prevención en el territorio nacional, para evitar que esta enfermedad y otras transmitidas por vectores ganen espacios. Ese es uno de los objetivos del PECET desde la ecoepidemiología. Algo que le ha permitido trabajar en detalle para identificar los diferentes aspectos para contrarrestar y hacer hincapié en las campañas. “Acá, es siguiendo el mosquito que determinamos los


8 riesgos. La población que más pica el mosquito es la población con más riesgo, la hora y las personas a las que más pica el mosquito son la hora y el segmento de población de mayor riesgo. Todo eso permite sacar la medida de control para la población que más pica el mosquito o que más riesgo tienen de desarrollar la enfermedad. Esto para usarla en las horas, el lugar y la zona geográfica donde está el mosquito”, dice el Director del Programa. Trabajo multidisciplinario El trabajo ha sido en todo el país. Los investigadores han entrado en diferentes rincones donde, además de analizar las enfermedades y vectores, también deben asumir y acercarse con respeto a las costumbres de las diferentes comunidades, como ocurrió con la comunidad Zenú de la costa Caribe. Pero ese acercamiento, esa labor concienzuda ofrece resultados satisfactorios. Uno de ellos es que “al estudiar el foco de transmisión nosotros miramos los insectos vectores y tenemos un inventario de insectos transmisores en Colombia bastante preciso, y que varía según las regiones del país. Se ha trabajado en todos los departamentos de Colombia, incluidos los más alejados de la ciudad de Medellín”, detalla el médico Vélez Bernal. El trabajo con la comunidad es meticuloso. Parte de una estrategia en la que los primeros pasos son una educación primaria en salud, donde hay una comunicación directa con las poblaciones para explicarles qué es la enfermedad, cómo se transmite, qué la causa, cuáles son los riesgos, cómo se trata, cómo se previene. Este tipo de contacto beneficia el trabajo de cuidado de la vida, pues en enfermedades como la leishmaniasis existen muchas creencias que es necesario desvirtuar. “Hay creencias de que la trasmite el ‘pito’; que el Ejército controla el medicamento, que los medicamentos pueden dejar estéril a la persona. Hay una consigna que aplican fielmente los integrantes del PECET y es la del trabajo en equipo, nutrido además por el conocimiento de profesionales de diversas áreas. “Cada disciplina tiene su campo y ese es el ejemplo del PECET, es uno de los grupos más grandes del país y el más interdisciplinario de todos”, comparte Vélez Bernal.

Añade que esta labor es una gran estructura, en la que “para hacer las medidas de prevención debemos tener médicos, antropólogos, farmacólogos, inmunólogos, geólogos, geógrafos, microbiólogos, químicos-farmacéuticos, enfermeros, informáticos, biólogos moleculares, entomólogos, taxónomos, comunicadores, veterinarios, educadores, sociólogos, bioingenieros, mejor dicho, todas las disciplinas”. Se cuentan miembros de unas diez facultades de la Universidad de Antioquia, conformando el equipo que se ocupa de trabajar en pro de salud de las diferentes comunidades del país. Todas tienen cabida; todas son todas, pues hasta los artistas y músicos han participado apoyando las campañas de educación primaria en las distintas regiones. El éxito de ese trabajo articulado viene de hablar el mismo lenguaje. Cada profesional que llega al grupo aprende a comunicarse identificando términos, contextos y elementos claves que les ayudan a avanzar de manera adecuada en las investigaciones y labores. Esto se ha logrado por la puesta en común del vocabulario, a partir de un diccionario donde se encuentran los términos más frecuentes, y los no tan frecuentes, para el trabajo ecoepidemiológico. Labor en red El trabajo en Colombia le ha permitido al grupo crecer, fortalecerse y desarrollar investigación con un método diferente, que sirve de modelo e inspiración para otros colectivos en el país. Pero a su visión y misión también se suman las experiencias internacionales. El trabajo en llave con otras regiones del mundo ha sido una manera de compartir lo aprendido, específicamente con la aplicación del método. “Estamos integrados y desarrollando investigaciones conjuntas con Australia, con países africanos, Europa, Asia, Estados Unidos y Latinoamérica, todo esto porque estamos convencidos que la ciencia es una construcción colectiva, donde cada uno aporta su granito para esta construcción universal del conocimiento”, apunta el Director del PECET. Esa articulación con otros países ha servido para transferir y poner en práctica en ellos lo aprendido en Colombia e identificar, por ejemplo, los factores que generan las epidemias en la comunidad internacional.


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Captura de insectos en trampa Shannon

Revista de divulgaci贸n cient铆fica de la Universidad de Antioquia.


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Colonia de mosquitos Anopheles albimanus, aliment谩ndose de soluci贸n azucarada. Colonia PECET.


11 Una de esas visitas se realizó a Buthán (Asia). Allí llegó el PECET por invitación de la Organización Mundial de la Salud (OMS) para investigar un brote de leishmaniasis visceral. Bután es un país pequeño, de un poco más de 38 mil kilómetros cuadrados de extensión, en el Himalaya. El clima varía de acuerdo a la zona en que se ubique y puede pasar de subtropical a templado. De inviernos muy fríos y veranos con temperaturas altas, en los valles de las montañas centrales. Asimismo el ecosistema está casi intacto, con cerca de 550 especies de plantas y 165 especies de fauna. Conserva con absoluto respeto los ecosistemas, animales y plantas. Budista en un 80%, tiene como indicador de buen gobierno el índice nacional de felicidad. Bajo este contexto, los investigadores colombianos hicieron su labor de campo e investigaron el brote que se presentó en esta pequeña nación. “Fuimos a estudiar y encontramos que en los valles de la montaña está el insecto transmisor, y se encontraron casos humanos dispersos por el país. El agente causal es una especie de leishmaniasis que tiene al hombre como reservorio. Resulta que periódicamente llegan desde la India visitas de Lamas, con su séquito de religiosos. Durante una a dos semanas se establecen en los poblados donde está el vector. Cuando alguno de ellos llega con el parasito, los mosquitos se infectan, después pican a alguien de la comunidad, especialmente a los niños, y aparecen los casos pero no se establece el brote”, recuerda el médico Vélez Bernal. Al igual que esta experiencia, realizaron investigación, también por invitación, en Etiopía, Marruecos, Túnez, Francia y España. Medicamentos El PECET ha logrado madurez en su labor en la ecoepidemiología y avances destacables en el trabajo multidisciplinario. Según el Director del PECET, “esta aproximación ecoepidemiológica ha llevado a crear otras líneas de investigación, por ejemplo, trabajamos en el desarrollo de medicamentos. Vimos que las enfermedades tropicales que trabajamos son huérfanas, es decir, no son atendidas pues no son del interés de las multinacionales farmacéuticas, porque repre-

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sentan un mal negocio para ellas”. Visto de esta manera, atender estas enfermedades no es rentable. Sin embargo, el paciente debe recibir un tratamiento adecuado, no con “medicamentos que son tóxicos, ya que hemos podido demostrar la muerte de muchos pacientes por esto. En Brasil más de cien, en Colombia por lo menos treinta, para una enfermedad que no es mortal, por lo que decidimos empezar a trabajar en el desarrollo de nuevos medicamentos”, apunta el investigador. Así, los esfuerzos se vuelcan al fortalecimiento del Centro de Investigación de Excelencia para el Desarrollo de Productos Contra las Enfermedades Tropicales (CIDEPRO), una alianza de la Universidad de Antioquia, la Institución Prestadora de Servicios de Salud de la Universidad de Antioquia (IPS universitaria), la Universidad Pontificia Bolivariana (UPB), Humax Pharmaceutical S.A. y Tecnoquímicas S.A. El objetivo fundamental de este centro es “la investigación, la innovación y el desarrollo de productos contra enfermedades tropicales, con el fin de ofrecer al mercado medicamentos, vacunas y pruebas diagnósticas que cumplan con estándares internacionales de calidad para este tipo de enfermedades”, según reza en la página web de la Fundación Universidad de Antioquia. CIDEPRO nace de la labor realizada a partir de la ecoepidemiología, apostándole a las nuevas maneras de abordar las enfermedades transmitidas por vectores, teniendo en cuenta elementos ecológicos. Su aporte será una ayuda más para el trabajo de prevención y tratamiento; no en vano ya se “tiene una patente y vienen cuatro en camino. Estamos en una fase de generación de mucho conocimiento y de productos. Es una señal muy visible, ante el mundo, de que la Universidad de Antioquia está generando nuevos desarrollos contra la leishmaniasis y otras enfermedades tropicales”, concluye el médico Vélez Bernal.


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Las enfermedades de la pobreza Las llamadas enfermedades tropicales (parásitos intestinales, paludismo y desnutrición crónica) dependen más del contexto social que de las condiciones climáticas. Son enfermedades desatendidas, ignoradas, porque las padecen sectores de la población sin influencia política, lo que significa que los Estados no las consideran un problema de salud pública.

“Las enfermedades tropicales no existen. Lo que existe son las enfermedades de la pobreza”. Esta afirmación de Jaime Carmona Fonseca plantea que lo que muchos científicos investigan y tantos gobiernos combaten, no existe. O al menos no con ese nombre. Él es experto en salud pública, epidemiología y microbiología médica y miembro del grupo de investigación Salud y Comunidad - César Uribe Piedrahita, y sostiene que dichas enfermedades están poco relacionadas con el clima y mucho con las condiciones en las que viven las personas. Desde hace veinte años estudia la malaria, también llamada paludismo —junto a las investigadoras Adriana Correa Botero y Amanda Maestre Buitrago y varios estudiantes de pregrado y posgrado—, en la región que reporta el 90% de los casos del país, formada por Urabá y Bajo Cauca, en Antioquia, y las cuencas altas de los ríos Sinú y San Jorge, en Córdoba. Al principio, el foco de las investigaciones era la malaria, pero con el tiempo notaron que esta siempre se presentaba junto a otras enfermedades. “Niños sanos en esa región casi no existen; eso nos

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hizo aterrizar. Entonces decidimos empezar a investigar teniendo en cuenta que están presentes con mayor frecuencia la desnutrición y los parásitos intestinales”, explica el profesor Carmona. La observación general de los investigadores sobre la problemática de la zona es que la tríada formada por la desnutrición crónica, la presencia de parásitos intestinales (amibas, giardias y gusanos) y el paludismo, complica, a su vez, cada una de estas enfermedades. El parasitismo intestinal y el paludismo son procesos infecciosos que sumados a la desnutrición —que genera un estado de inflamación general del cuerpo— favorecen su mutua frecuencia y gravedad. La razón es que alteran la capacidad de inmunidad del organismo, dejándolo expuesto a la embestida de otros padecimientos. En esta región las personas no suelen sufrir malaria, desnutrición o parásitos, sino los tres, y los más vulnerables son los niños y las mujeres embarazadas. Semejante confluencia de enfermedades hizo que las investigaciones empezaran a analizar cómo se determinaban entre ellas.


14 La cuestión ambiental La Organización Mundial de la Salud (OMS) marca como enfermedades tropicales a aquellas de tipo infeccioso que ocurren única o principalmente en el trópico, aunque acepta que pueden darse también en otros lugares donde el clima llega a ser caliente y húmedo. La misma organización emparenta a varias de ellas con el término “desatendidas”, para indicar que son enfermedades ignoradas porque las padecen sectores de la población que “carecen de influencia política”. Lo que termina por significar que los Estados obvian atenderlas como problemas de salud pública. La delimitación geoastronómica de la que debería ser llamada zona intertropical —porque se encuentra entre el Trópico de Cáncer, en el norte, y el Trópico de Capricornio, en el sur— incluye buena parte de Suramérica y Centroamérica, casi toda África, el sur de Asia y la mitad de Oceanía. Más del 70% de los países clasificados en esa categoría tienen economías de ingresos bajos, agrega la OMS. Es por esto que la cuestión ambiental se extiende desde las condiciones naturales a las culturales, políticas y económicas. “El ambiente no es una cosa biológica ni de genes. Es eso, pero sobre todo es la gente. Es una mezcla dinámica y dialéctica de la naturaleza y las sociedades”, asegura Carmona Fonseca, y se pregunta: “¿qué es más importante en enfermedades como esas? La respuesta es el ambiente social”. Buena parte de su conclusión se basa en dos evidencias. La primera, que las enfermedades tropicales no son exclusivas del trópico, caso de la malaria, que hace algunos decenios se identificó en la cuenca del Mediterráneo y en el sur de los Estados Unidos, y de ambos lugares fue erradicada. Esto último da pie a la segunda evidencia: de ciertos países esta clase de enfermedades ha sido desterrada porque se mejoraron las condiciones de vida. Existen el conocimiento y la tecnología para hacerlas desaparecer o al menos acercar la reducción a cero, solo que ese resultado exige una alta inversión social. Las variables más influyentes en el ciclo infinitamente repetido del contagio de malaria y de parásitos intestinales, y el perenne estado de desnutrición, especialmente en los niños, son propiciadas por el contexto social.

En 2006 Colombia registró el 11,5% de los enfermos de malaria en el continente —el tercer porcentaje más alto—, y con Brasil y Haití fue uno de los países con más muertos por la enfermedad. Según el Instituto Nacional de Salud, cerca del 60% de la población colombiana se encuentra en riesgo de enfermar o morir por esta causa. La cuestión social El equipo del profesor Carmona Fonseca encontró que la forma de contagio de las enfermedades padecidas por los habitantes de la región estudiada puede ser interrumpida sin muchas dificultades. En cuanto a la malaria, facilitarles el acceso a viviendas protegidas, mosquiteros e insecticidas reduce mucho el riesgo de picadura del vector. Contra los parásitos intestinales, la solución es propiciar un sistema adecuado de eliminación de las excretas. En las zonas rurales ni siquiera se necesita un alcantarillado: basta con masificar la costumbre de cavar una letrina y ponerle una tapa de madera o de cemento, porque cuando los huevos de los parásitos llegan a la tierra y quedan expuestos, terminan de crecer y el contacto produce la infección. Pavimentar las calles y potabilizar el agua también ayudaría a acabar con este ciclo en particular. En 2005 investigaron las condiciones de vida de las familias en dos municipios de Antioquia: Turbo y El Bagre. Haciendo los censos sobre las características de las viviendas, llegaron a que la mayoría tenía piso de tierra, paredes de madera y techo de latas metálicas. Aunque el promedio por casa era de siete habitantes, por lo general tenían solo dos dormitorios y dos mosquiteros, o sea que casi cuatro personas dormían resguardadas por uno. Solo la mitad de las viviendas tenía ventiladores en las habitaciones. Además, en dos de cada tres domicilios la periferia era propicia para la cría de los mosquitos transmisores de la enfermedad. Todo lo anterior fue reconocido como el ambiente apropiado para el insecto vector: las hembras del género Anopheles, portadoras del parásito Plasmodium. El mosquito se cría en charcos y recipientes donde se represa el agua. Dos semanas después de la picadura, las personas empiezan a sufrir los primeros síntomas: fiebre, escalofríos, dolor de cabeza y vómitos. La única manera de saber a tiempo si se trata de malaria y evitar complicaciones es hacer un exa-


15 men de sangre que delate la presencia del parásito. Otras circunstancias que estaban propiciando las enfermedades en la zona fueron que en el 58% de las viviendas no había sanitario, y la mayoría de estas familias se deshacían de las excretas en su propio lote. Así se explicaba la incidencia de los parásitos intestinales. En cuanto a la nutrición, resultó que comían carne o vísceras animales menos de una vez a la semana, y huevos y leche solo dos o tres veces en ese mismo lapso. Cuatro años después, en 2009, publicaron los resultados de una investigación sobre malaria, desnutrición, inseguridad alimentaria y condiciones socioeconómicas en niños de Turbo. Esa vez concluyeron que los niños con malaria disponían de menos alimentos y estos eran de mala calidad, y tenían niveles más altos de desnutrición crónica. Este indicador resulta de relacionar la talla con la edad, y lo que revela es que la persona ha sufrido hambre por años y eso ha afectado su crecimiento. Así que la inseguridad alimentaria y la desnutrición, sumadas a habitar en una vivienda precaria y sin electricidad, aumentaban para los niños sin paludismo las posibilidades de sufrirlo. Jaime Carmona Fonseca y Adriana Correa aseguran que las condiciones de vida en esa región no han cambiado desde hace aproximadamente sesenta años. La Gobernación de Antioquia registra que en el Bajo Cauca la desnutrición y las infecciones intestinales siguen siendo la principal causa de muerte de niños entre los 5 y los 14 años, y la segunda en niños de 1 a 5 años. También se comprobó que durante la última década cada niño ha tenido anualmente de cuatro a seis ataques palúdicos, y la desnutrición ha afectado a dos de cada tres entre los 3 y los 11 años. La presencia de parásitos intestinales tampoco ha cedido: cuatro de cada diez tienen amibas y giardias y ocho de cada diez, gusanos. Según las cifras manejadas por el grupo Salud y Comunidad, el registro de los casos de malaria en el país es cinco veces menor a la ocurrencia real. Muchas personas no consultan y se automedican porque viven en zonas muy alejadas y de cierta forma se acostumbran a convivir con la enfermedad en su entorno. Su aislamiento también se debe a que viven en medio de la guerra. A veces ni siquiera el personal de salud puede entrar a ciertas comunidades, ni ellos salir, porque algún grupo armado lo prohíbe.

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Por todas estas razones, los investigadores insisten en que la situación es injustificable política y académicamente, y el silencio de muchos científicos no está contribuyendo a solucionar el problema. “La mayoría de los artículos e investigaciones se quedan mostrando puramente relaciones biológicas. Todos ignoran —no porque no lo sepan, sino deliberadamente lo callan— que la causa del hambre, la desnutrición, los parásitos intestinales, la malaria, etc., es el abandono que sufre la gente que los padece”, remata Carmona Fonseca.


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CĂŠlulas en cultivo mostrando el citoesqueleto de actina


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De Moléculas y Parásitos Aunque importantes esfuerzos multilaterales se han puesto en marcha, las enfermedades tropicales siguen siendo un flagelo para los países pobres. Con el boom de la genómica, los enfoques tradicionales en investigación, prevención y control han sido complementados con nuevas aproximaciones desde la biología molecular, la bioinformática y la ingeniería genética. Todos estos estudios anhelan encontrar una cura. En la Universidad de Antioquia las enfermedades tropicales van al laboratorio. Enfermedad de Chagas al laboratorio: parásitos que se resisten a morir “Laura, que si usted le puede mostrar un trypanosoma bien agresivo a esta muchacha. El más patógeno que tenga para que lo vea en el microscopio invertido”, le dice el investigador Omar Triana, del grupo de investigación Biología y Control de Enfermedades Infecciosas, a una de sus estudiantes. Juntas, vamos a un pequeño cuarto de cultivo donde todos los parásitos “duermen” dentro de una incubadora en tubitos debidamente marcados. Me aisla los zapatos con unas fundas de tela, me pone guantes de latex y me dice: “No toques nada”. Una vez adentro, saca un tubito de la incubadora, extrae algo, lo pone en un vidrio, lo monta al microscopio, mira, enfoca y me dice: “Este es”. Y ahí está él. Pequeño organismo unicelular con cola llamado Trypanosoma cruzi, famoso por causar la enfermedad de Chagas, una “epidemia silenciosa” propia del continente americano, que afecta principalmente a las comunidades con bajas condiciones socioeconómicas y que ahora se expande por todo el mundo. Actualmente la enfermedad se trata con dos fármacos Revista de divulgación científica de la Universidad de Antioquia.

que tienen más de cuarenta años, alto grado de toxicidad y una eficacia que no llega al 100%. Por eso para el doctor Triana “la meta es conocer todo el genoma del parásito y así poder diseñar nuevos medicamentos”. En el fondo de la incubadora de aquel cuarto de cultivo está uno de los tubitos más queridos en el laboratorio. Tiene trypanosomas aislados de un niño de tres años que no se curaba con el medicamento actual. La muestra fue enviada por el Insituto Nacional de Salud para que el grupo la estudiara y lo que encontraron fue que los parásitos de esta cepa eran resistentes al tratamiento. Del pequeño no se volvió a saber nada. En Bogotá perdieron el rastro. “Con Chagas pasa mucho eso, como afecta tanto a personas del campo, a veces se desplazan o no vuelven a los controles y es difícil hacerles un seguimiento”, cuenta el investigador. Los experimentos para evaluar la resistencia del trypanosoma a un fármaco se basan en comparar. El biólogo va al cuarto de cultivo y toma dos tubitos: en uno está el parásito resitente, que no muere con el medicamento, y en el otro está el que sí lo hace. Para comenzar debe cultivar ambos y dejarlos reproducir por siete días hasta obtener mil millones de


18 cada uno. Luego los hace nadar en el medicamento y, por último, compara todos los genes que se expresan en ambos. Si ve que en el resistente hay un gen diferente, lo coge, se lo inserta al parásito que sí se muere y evalúa qué pasa. “Los genes que encontramos diferentes los comparamos con las bases de datos libres de Internet y miramos cuáles han estado relacionados con resitencias. Hemos seleccionado veinte que sí están involucrados. Estos son nuestros candidatos para seguirlos estudiando”. Otro experimento del mismo grupo de investigación lo lleva a cabo la doctora Ana María Mejía. Consiste en volver resistente a un parásito que no lo era. Se toman unos pocos trypanosomas y se hacen nadar en medicamento. Muchos se mueren y los pocos que quedan vivos se dejan crecer nuevamente. Luego se les pone más medicamento y así sucesivamente. Se comparan los genes que se expresan en cada uno. “Encontramos un gen que estaba mutado en el resistente. Entonces cogimos los parásitos sensibles, que sí se mueren, les metimos el gen con la mutación y se volvieron resistentes”. “Esto de conocer el genoma y cómo se expresan los genes en cada tipo de trypanosoma está en mucho furor ahora —dice el doctor Triana—. Los primeros blancos de medicamentos serían aquellas sustancias vitales para la supervivencia del causante de la enfermedad. Además, conocer el genoma es importante para saber exactamente qué tienen de diferente el trypanosoma y el humano”. Leishmaniasis al laboratorio: experimentos químicos virtuales Cuando uno entra al laboratorio del Programa de Estudio y Control de Enfermedades Tropicales (PECET) ve moléculas flotando en los descansadores de pantalla de los computadores. Mientras sus dueños toman tinto, leen o realizan experimentos las máquinas buscan medicamentos para la leishmaniasis. Esta iniciativa es una de las tantas que ha emprendido el doctor Carlos Muskus, coordinador de la Unidad de Biología Molecular y Computacional del PECET, en colaboración con un grupo de investigadores y de la mano de la biología computacional. El objetivo es encontrar sustancias que destruyan el

parásito causante de esta enfermedad tropical que afecta a personas de muchas partes del mundo. Desde la Universidad de Texas, en una pequeña isla del Golfo de México, el doctor Stanley Watowich un día le escribe diciéndole: “Carlos, ustedes andan buscando un medicamento contra la leishmaniasis. Yo tengo un proyecto de búsqueda de fármacos para dengue y lo estoy corriendo en una plataforma computacional de IBM”. Mientras el doctor Muskus cuenta la historia, la barra de progreso en su pantalla muestra que el estado de una operación alcanza el 84%. Toca el ratón y el computador reanuda sus funciones. “Por ejemplo, mientras yo estoy hablando aquí contigo mi computador está trabajando en los datos. Cuando detecta que está inactivo comienza a procesar y cuando completa el 100% de un cálculo manda el resultado a Estados Unidos. Luego nos los hacen llegar a nosotros junto con los resultados de procesos en computadores de todo el mundo”. La tarea de IBM ha sido convencer a personas de todo el mundo para que donen el tiempo ocioso de sus computadores. Los datos de las dos millones de máquinas que están conectadas son recogidos en un servidor para luego ser mandados a cada grupo de investigación. Lo que el profesor hace, en colaboración con otras personas del PECET, es realizar experimentos virtuales. Consisten en mirar cómo interaccionan dos moléculas en un espacio tridimensional y virtual. Hace parte de lo que se conoce como búsqueda racional de fármacos (ver recuadro abajo), es decir, encontrar qué molécula, en este caso un medicamento, se acopla con alta afinidad a otra, por ejemplo a una proteína vital para el parásito. “Con la plataforma de IBM estamos ensayando 600.000 medicamentos contra 530 moléculas del parásito. Si multiplicas eso te da un número gigante para procesar computacionalmente. Para hacerlo en un clúster con buena capacidad me demoraría por lo menos veinte o treinta años”. Con esta plataforma la parte computacional de la investigación se demorará aproximadamente dos años. El proceso de búsqueda de medicamentos se ha ido transformando desde que empezó el boom de


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20 la genómica, pero sobre todo desde que los datos moleculares se fueron haciendo publicos en Intenet. El PECET viene trabajando hace muchos años en encontrar tratamientos para la leishmaniasis. Inicialmente se hacía solo a través de los remedios tradicionales que emplean los afectados en zonas propias de la enfermedad. Por ejemplo, un emplasto de determinada hoja o ponerse calor. Con grupos de la Facultad de Química Farmaceútica de la Universidad de Antioquia se preparaban extractos de bejucos, plantas o tallos y se evaluaban. A los que mostraban actividad se les buscaba cuáles eran las moléculas que mataban al parásito. En algunos casos también se evaluaban moléculas que se construían en laboratorios. Así que, en un principio, se buscaban medicamentos en la naturaleza, luego experimentando en el laboratorio de química y ahora a través de simulaciones virtuales. Con las nuevas técnicas de la biología computacional, el profesor Muskus puede hacer en un año lo que antes le hubiera tomado muchos. Y entonces, en estos nuevos tiempos, ¿qué hace el investigador mientras el computador piensa? Todos los científicos están de acuerdo con lo mismo: la parte experimental sigue siendo más vigente que nunca. Lo que las máquinas predigan hay que probarlo luego en el laboratorio. Como el doctor Muskus explica, “si yo me pusiera a hacer experimentalmente pruebas para mirar cuál de los 600.000 medicamentos mata al parásito eso sería un trabajo descomunal. Con los métodos computacionales podemos decir: estos veinte son los más prometedores. Eso me ahorra tiempo y dinero”. Con los seleccionados, primero se hacen pruebas in vitro en cultivos de parásitos. Si se encuentra algún medicamento promisorio, entonces se pasa a la fase de pruebas con animales, donde se infectan, se espera a que desarrollen la enfermedad y, posteriormente, se les trata con el medicamento para ver si se curan o no. Si el compuesto pasa esta etapa estaría listo para ser evaluado en la fase con humanos, buscar su aprobación por la Food and Drug Administration (FDA) y finalmente comercializarse. También han llegado métodos más automatizados para hacer las pruebas in vitro. Cada molécula que

sea un potencial medicamento, sea extraída de planta, construida en laboratorio o predicha computacionalmente, se prueba con el parásito para ver si lo mata o no. Anteriormente era una persona la que contaba en el microscopio cuántas células estaban vivas y cuántos parásitos tenían por dentro. Si el medicamento funcionaba, uno debía ver que el número de parásitos disminuía. Con técnicas de biología molecular se generan parásitos fluorescentes y quien lee es una máquina y no una persona. Si el medicamento está haciendo efecto sobre el parásito, lo mata y la fluorescencia disminuye y si no está haciendo nada, el parásito se sigue multiplicando y la fluorescencia se incrementa. En el PECET las esperanzas son altas: “Nosotros no somos los más expertos buscando medicamentos pero arrancamos. Es claro que las multinacionales que tienen todo el dinero del mundo se pueden demorar menos. Pero como va la cosa yo creo que vamos a encontrarlos pronto. Podría asegurar que el trabajo que hemos hecho aquí con el parásito de la leishmaniasis y la biología computacional, en lo relacionado con la búsqueda de medicamentos, no lo ha hecho ningún otro laboratorio del mundo”, afirma el doctor Muskus. Y concluye: “La responsabilidad de la búsqueda de medicamentos, al menos para enfermedades olvidadas como la leishmaniasis, es de los grupos que trabajamos en eso. Los principales países donde se da esta enfermedad son pobres y las compañías farmacéuticas no están muy interesadas porque probablemente no tendrán un mercado atractivo”. Dengue al laboratorio: en la intimidad del virus Los virus son entidades, bastante extrañas, porque sin ser organismos vivos tienen varias propiedades vitales. Son pequeños fragmentos de material genético envueltos en una cápsula de proteina que están en la naturaleza buscando organismos vivos donde reproducirse. Hace doscientos años ya estaban en las selvas tropicales y hoy en día se multiplican y reconvierten a un ritmo vertiginoso. Esto se ha hecho evidente en el laboratorio del doctor Juan Carlos Gallego, coordinador del grupo de Medicina Molecular y de Translación: “Los trópicos podrían ser considerados como los laboratorios evolutivos del mundo, y de forma experimental hemos sido testigos de la rápida diversificación del virus dengue a nivel local”.


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Microscopio confocal de disco giratorio


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Células mostrando citoesqueleto de actina (verde), núcleos (azul) y mitocondrias (rojo).

Virus del dengue (verde), saliendo de las células que tienen marcados su citoesqueleto de actina en rojo y los núcleos en azul.


23 Y continúa, “son como piratas moleculares capaces de subvertir los procesos y funciones celulares. Sin ser detectados se camuflan y secuestran todo de una manera que nos hace muy difícil controlarlos”. Y es precisamente un virus el causante de una de las enfermedades tropicales más extendidas en el mundo: el dengue. El control de esta enfermedad se ve desafiado por la falta de terapias eficaces, vacunas y servicios de diagnóstico y tratamiento. A pesar de años de estudio, incluso sus mecanismos patogénicos son poco conocidos. Para el doctor Gallego el éxito del estudio de las enfermedades tropicales, desde la biología molecular y la ingeniería genética, depende de hacer una buena “medicina de traslación”, es decir, pensar en el paciente desde el momento mismo en que se diseña el experimento. Ir de la mesa del laboratorio a la cabecera de la cama del enfermo, por ejemplo, en el caso del dengue, requiere de un conocimiento muy exhaustivo del virus y de sus mecanismos de acción dentro de los humanos. Para este entendimiento, en el laboratorio se desarrollan células manipuladas genéticamente, que tienen compartimentos fluorescentes por la introducción de genes de otros organismos, como las medusas y las anémonas de mar. “Para lograr presenciar el proceso de la infección viral dentro de la célula hospedera, además de contar con células fluorescentes, se requiere tener un virus que también lo sea, razón por la cual hace años nos embarcamos en la tarea de construir un clon infeccioso del virus Dengue”, cuenta el investigador. Este conocimiento también se usa para la construcción de terapias genéticas, empleando los virus como especie de carrito que lleva la información hacia el interior del organismo. “En esencia se trata de manipular los virus por ingeniería genética haciéndolos inocuos mediante la eliminación de los “genes malos” pero insertándoles mensajes genéticos que hagan una función benéfica dentro de las células y animales”. En un pequeño cuarto oscuro varios estudiantes se agolpan alrededor de una pantalla conectada a un potente microscopio. En silencio todos observan explosiones de virus fluorescentes mientras el pro-

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fesor Gallego les recuerda que lo más importante es hacer investigación molecular con pertinencia social. El objetivo es hacer de las ciencias básicas una herramienta para la solución de problemas sociales y no distraerse con las quimeras de la ciencia ficción. En varios laboratorios de la Sede de Investigación Universitaria (SIU) se hacen experimentos moleculares para encontrar algún día la cura a algunas de las enfermedades tropicales. ¿Será posible en un país con la ciencia de Colombia? Ante esta inquietud el doctor Triana habla de la diferencia entre un laboratorio de aquí y uno de Estados Unidos: “Lo único distinto es la burocracia. Por ejemplo, mandar a secuenciar en Colombia (léase: descifrar la información genética) nos costó ochenta millones y allá nos hubiera valido treinta. Pero lo hacemos acá porque la idea nuestra es apoyar el despegue del Centro Nacional de Secuenciación Genómica de la Universidad de Antioquia. El problema es que si yo necesito un kit para extraer ADN y lo mando a traer se me demora uno o hasta dos meses. En Estados Unidos lo pides y te llega por la tarde. A veces los equipos de laboratorio se demoran hasta dos semanas en la aduana. Nosotros tenemos todo para hacerlo pero nos demoraremos más”. El tiempo ganado con la biología computacional lo estamos perdiendo en tramitología. Esto hará más lenta la investigación a menos que diferentes sectores sociales y económicos se unan por la misma causa: no sólo erradicar los parásitos sino también los otros males que aquejan la investigación. El boom de la genómica En el año 2000 fue publicado un borrador inicial del genoma humano, y en abril de 2003 el expresidente Bill Clinton anunció al mundo que estaba completo. Luego de algunas batallas jurídicas la información fue liberada en Internet para que todos los investigadores accedieran a ella gratuitamente. El concepto de ciencias “ómicas” recoge aquellas disciplinas como la genómica, la proteómica, la transcriptómica y la metabolómica. Tienen en común que se basan en el análisis de un gran volumen de datos, por lo que el uso de la computación científica es indispensable.


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Con las técnicas moleculares se buscan genes y/o proteínas vitales para la supervivencia del parásito o para su resistencia a medicamentos. Estos hallazgos son las claves para el desarrollo de nuevos fármacos.

parásitos e d o v i s a m 1. Cultivo

Leishmania (Enfermedad: Leishmaniasis)

Genómica 2. Extracción de ADN

Trypanosoma cruzi (Enfermedad de Chagas)

Transcriptómica 2. Extracción de ARN

Plasmodium (Enfermedad: Malaria)

Proteómica 2. Extracción de proteínas

todología e m a d a c n e n a s e o se expr 3. Análisis de cómque están siendo estudiados los genes 4. Desarrollo de fármacos a partir de blancos moleculares


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Proteína receptora (verde) y área (cubo) donde buscará acoplarse el compuesto que se está probando

Acoplamiento molecular entre una proteína vital para el parásito y un compuesto que está siendo probado para el tratamiento de la enfermedad. A través de la simulación por computador se buscan acoples de alta afinidad donde la unión de dos moléculas implique el menor gasto de energía.

Compuesto (azul claro) acoplado a la proteína del parásito

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26 Con la genómica entendemos el conjunto completo de genes de un organismo. Con la transcriptómica conocemos cuáles de estos genes efectivamente se expresan en el individuo, debido a que parte del material genético se queda en silencio. Gracias a la proteómica indagamos qué gen se transforma en qué proteína.

GLOSARIO Cepa: conjunto de microorganismos, presentes en un cultivo o en una colonia, que proceden de un único individuo inicial. Molécula: parte más pequeña de una sustancia pura que conserva íntegramente las propiedades de dicha sustancia.

Diseño racional de fármacos El método histórico de descubrimiento de medicamentos se basa en el ensayo y error, probando sustancias químicas en animales y comparando sus efectos. El diseño racional, por su parte, necesita de un profundo conocimiento de los mecanismos moleculares de la enfermedad. Es como si miráramos la Tierra primero desde el espacio y observáramos grandes masas de continentes. Nos acercáramos un poco y pudiéramos describir cordilleras y lagos. Entrando más veríamos grandes construcciones, como las pirámides o la Gran Muralla China. Si solo conociéramos hasta ahí, ¿cómo haríamos para que una carta llegara a la puerta de nuestra casa? Quizás enviaríamos miles que caerían sobre todo el Valle de Aburrá para que alguna de ellas llegara a casa pero no podríamos evitar que alcanzara también al resto de la ciudad. Con los nuevos acercamientos de Google maps nos sorprendemos viendo calles, parques y hasta nuestra propia puerta. Cuanto más detalle tengamos de cómo está compuesto algo más acertadamente llegaremos a un punto específico. El diseño racional de fármacos requiere de una definición molecular de la enfermedad y del agente que la causa para poder encontrar el blanco específico. Puede ser haciendo que una molécula clave deje de funcionar o encontrando un gen y silenciándolo. En cualquiera de los casos hay que hacer que la carta logre encontrar la puerta de nuestra casa o, como se ha expresado en otras metáforas, que la llave precisa encuentre su cerradura perfecta o que la bala mágica llegue a su único blanco. Entrar en este terreno no es fácil. La mayoría de estos fármacos requieren, tanto en la fabricación como en su acción, de la participación activa de organismos vivos, como bacterias y células. Esto los hace tener unos altos precios en el mercado y necesitar ciertas condiciones para su manufactura.


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Morfometría: las venta jas de ver de cerca La morfometría geométrica es un método eficaz, exacto y económico, al servicio de las investigaciones sobre enfermedades tropicales, que promete ser útil en el control de plagas. Sus costos son ba jos, en comparación con la biología molecular, pues solo necesita software de uso libre, tal vez una cámara y un estereoscopio. Crónica de una visita al laboratorio del profesor Nicolás Jaramillo Frente al escritorio hay una repisa de tres niveles, y en el último hay alineados varios baúles de madera, aplanados como libros, y con pequeños cerrojos. En algunos lomos se pueden leer las etiquetas: forman toda la colección de muestras de insectos que Nicolás Jaramillo, del grupo Biología y Control de Enfermedades Infecciosas, ha estudiado en los últimos años. Adentro de las cajas hay celdillas colonizadas por plaquitas de vidrio. Con ayuda de la luz, se ven las alas pequeñísimas petrificadas entre las dos películas transparentes inmovilizadas con pegamento. Aparentemente es una misma ala repetida decenas de veces, pero no. Cada ala es única y perteneció

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a un insecto único: de formas y texturas coherentes con su grupo, con su dieta, con el clima de los entornos donde vivía, con las características heredadas de una línea de sucesión inimaginablemente prolongada en el tiempo. Un animal irrepetible. Lo que hace el profesor Jaramillo es medir las particularidades de esa ala —algunas veces de otras partes del cuerpo, por ejemplo la cabeza, pero podría ser cualquier otra extremidad— y relacionarlas

Fotografía al microscopio de ala de Anopheles albimanus, uno de los principales vectores de malaria en Colombia.


28 precisamente con esas condiciones de vida para resolver preguntas: ¿sí es la especie que se creía?, ¿vuela bien, alto, lejos?, ¿se le están transformando las alas?, y si ya no comiera lo que come, ¿seguiría siendo igual?, ¿qué pasaría si se convierte en una plaga, si ya lo es?, ¿qué riesgo existe si esas alas potentes pertenecen al mosquito que contagia, digamos, la malaria o el dengue? El profesor escanea las placas que contienen las alas. A veces opta por tomarles fotos a las muestras, utilizando una cámara digital convencional e interponiendo un estereoscopio para ver la imagen con más nitidez. Luego las lleva al programa con el cual trabaja y marca los puntos del contorno, que al ser unidos hacen que aparezca una figura geométrica medianamente similar a la forma original. Las alas están compuestas por una visible membrana apergaminada, pero también por nervaduras, pelillos y escamas que pasan desapercibidos al ojo humano. Los detalles se obvian y solo se tienen en cuenta los límites de la forma y las terminaciones más sobresalientes dentro de ella. El investigador puede marcar cuantos puntos considere necesarios y, dependiendo de eso, el polígono será tanto más parecido a la fotografía. El método se llama morfometría geométrica. No solo permite medir las proporciones de ciertos órganos —como hace la morfometría tradicional— sino que conserva la información espacial de las mediciones. Es decir, con los números que obtiene y después de eliminar la fotografía que da pie al mapa de marcas, un ilustrador podría reproducir la figura original, porque tendría las coordenadas de cada punto, su posición con respecto a los otros. También podría proporcionársele al dibujante la precisa intensidad del color, algo que la morfometría a veces contempla y resuelve con exactitud, valiéndose de medidores especializados. El profesor Jaramillo estudia los individuos en relación a uno hipotético surgido del promedio. Calcula

sus diferencias con respecto a ese modelo y luego las analiza con técnicas estadísticas. Lo que hace es ubicar en un plano con cuadrícula —diseñado según la media de todas las figuras procesadas— la parte seleccionada del insecto, lo que provoca que los cuadros se deformen porque cada muestra no coincide exactamente con las medidas del individuo promedio. Este procedimiento corrige los errores de captura de la imagen, las distorsiones que surgen de la escala y el ángulo de la foto, y permite que al final solo quede la información de la conformación morfológica. Esta después se compara con la del resto de muestras y con variables genéticas y ambientales. Para hacerse una idea de esa parte del proceso también sirve pensar en dos personas con características dispares: una más alta que la otra, una de ellas más ancha o con brazos más cortos. A ambas se las pretende acomodar en un mismo molde esculpido a partir de las proporciones promedio que resultan de medirlas. Cuando eso ocurra, necesariamente alguna parte de sus cuerpos se deformará para caber en él. Esta técnica se conoce como análisis generalizado de Procusto, en alusión al personaje de la mitología griega que asesinaba a los viajeros que se alojaban en su casa para que cupieran en una cama que, mentía, se amoldaba a su ocupante. El sádico partía los miembros de quienes sobresalían del catre o aplastaba a aquellos a quienes les sobraba espacio. Morfometría contra las enfermedades tropicales Mirándolos tan de cerca, los insectos revelan una gran complejidad. Su cuerpo es la prueba de la confección natural de órganos muy funcionales y diferenciados —como ocurre en todos los seres vivos—, y cuyo conocimiento es muy útil para la ciencia. La razón más positiva se refiere a la biodiversidad del planeta. Entender, por ejemplo, por qué cierta forma en las alas conlleva determinada anatomía en el vuelo, o dependiendo de su dieta,

Se seleccionan puntos que sean facilmente reconocibles en todas las estructuras biológicas a estudiar; luego estos puntos se digitalizan mediante la ayuda de un programa computacional y se convierten en coordenadas cartesianas en un plano bidimensional x,y. Las coordenadas cartesianas representan las configuraciones geométricas de las estructras biológicas (en la figura las vemos representadas como lineas que unen los puntos, formando polígonos). Las coordenadas se utilizarán como matrices de variables crudas para ser transformadas en variables de tamaño y conformación, libres de la variación no biológica que corresponde a la escala, la orientación y la posición en que fueron tomadas las imágenes.


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30 Secuencia general del análisis generalizado de Procrustes (AGP). A: coordenadas crudas, las cuales contienen la información biológica; pero que no es analizable dado que esta mezclada con la información no biológica de la escala, la orientación y la posición en que fueron tomadas las imágenes. B: las matrices de coordenadas crudas se procesan mediante un algorítmo algebraico llamado análisis generalizado de Procrustes, el cual permite superponer de manera matemáticamente óptima todas las configuraciones individuales y calcular las distancias entre los puntos homólogos de cada configuración geométrica. Tales distancias se utilizan para computar matrices de conformación morfológica; al inicio del análisis se computan las matrices de tamaño corporal. C: las matrices de tamañjo y conformación se pueden utilizar para analizar los grupos de individuos mediante estadísticas univariadas y multivariadas. D: la información espacial de la conformación morfológica permanece en las matrices obtenidas después del AGP y pueden ser visualizadas individualmente como deformaciones relativas a una conformación promedio.

CLIC (Collection of Landmarks for Identification and Characterization) es una plataforma creada por el profesor belga Jean-Pierre Dujardin, donde los investigadores suben las imágenes y los artículos resultados de sus proyectos con morfometría. Cualquier persona en el mundo puede descargarlos, usar las imágenes y repetir los análisis (http://www.mpl. ird.fr/morphometrics/clic). Como esta, hay varias disponibles en Internet. El profesor Jaramillo también utiliza el software libre llamado R para los análisis estadísticos (http://www.r-project.org/).


31 cómo se organizan las bocas y las patas. Hay algo de placer estético también. Lo que puede ser llamado bello se encuentra en hallazgos de simetría que revelan cuán exitoso es el organismo, sus probabilidades de sobrevivir y reproducirse en seres cada vez más aptos. En el caso de los insectos que investiga el profesor Jaramillo, los motivos que los convierten en objetos de estudio usualmente tienen que ver con que la especie se ha desbordado en plaga. El conocimiento que se obtiene es empleado para diseñar estrategias de control más efectivas y evitar, si se trata de vectores de enfermedades como las llamadas tropicales, que se sigan dispersando en el espacio, lo que aumentaría el riesgo de contagio para las personas. Acorde con las preguntas que hacen nacer el estudio, el profesor selecciona las poblaciones, los puntos por considerar y mide las variables ambientales relacionadas que, junto a los análisis estadísticos, ayudarán a encontrar las respuestas. El objetivo más frecuente es querer descubrir la especie de un insecto para estar seguros de si ese es el vector de cierta enfermedad. Es entonces cuando se deben medir y catalogar en grupos decenas de alas de mosquitos. La efectividad de la clasificación llega a ser del 90%. Otro de los resultados de este trabajo es que al cruzar la designación por especies con los lugares de captura, se puede saber con exactitud dónde hay que hacer el control. Con este método el profesor también puede investigar cuál es el grado de resistencia de una población a los insecticidas. Fue lo que hizo con un grupo de mosquitos, Aedes aegypti —vector del dengue y de la fiebre amarilla—, traídos de dos ciudades diferentes: Cúcuta y Quibdó. Al hacerles la morfometría vio que aquellos que tenían características más similares eran los que habían mostrado mayor resistencia al insecticida; en cambio, los que se alejaban de la media eran los vulnerables. Con esta información, buscaron la historia de las fumigaciones en los lugares de procedencia y se enteraron de que los más susceptibles al insecticida venían de sitios donde se seguían protocolos para evitar generar la resistencia, y los más fuertes de donde no, lo que los había vuelto inmunes a la medida de exterminio. En otra oportunidad, con su equipo escogió un grupo de mosquitos para inducirles la resistencia a un insecticida determinado y lo comparó con otro que no había sido seleccionado. Todos tenían ancestros comunes. Encontró, de nuevo, que los resistentes Revista de divulgación científica de la Universidad de Antioquia.

tenían una morfología muy similar entre sí y diferente de los no seleccionados. De esta investigación surgieron otras conclusiones determinantes: en ausencia de insecticidas, los de mayor resistencia tenían menos posibilidades de sobrevivir. Observaron que desarrollar la “inmunidad” los había vuelto más pequeños. Pero si en el ambiente había insecticidas, morían los más susceptibles, que resultaron ser los más grandes y los que ponían más huevos. “Cuando empiezas una campaña con insecticidas que no ha sido bien planeada, ni está basada en el conocimiento de la biología y ecología de los insectos, estos pueden generar resistencia y expandirse mucho”, explica el profesor Jaramillo, “por eso es muy importante conocer la evolución de los individuos que estás controlando. La morfometría ayuda a mirar las variaciones morfológicas que se están dando en esas poblaciones para poder dar respuestas a cómo está cambiando el organismo con respecto al cambio del ambiente”. La morfometría se propone, además de cuantificar las singularidades de una especie, investigar el origen de esa variación y qué factores pueden alterarla; también busca apoyar la ubicación de los individuos en la taxonomía ya establecida y contribuir a los estudios sobre el desarrollo evolutivo de los animales. Sus costos, en comparación con la biología molecular, son más bajos. Mientras que la morfometría solo necesita de un computador y un escáner, software de uso libre, quizá una cámara y un estereoscopio, la biología molecular necesita un laboratorio e insumos para lograr analizar las proteínas y el ADN que toma del animal. La morfometría solo emplea la observación y métodos matemáticos que suelen conducir a las mismas respuestas. Esta relativa independencia, su suficiencia como método al depender casi exclusivamente de las capacidades del investigador, convencieron al profesor de doctorarse en esta área. Aunque ahora la tendencia metodológica es otra, la morfometría le resulta más estimulante: “En la maestría hacía biología molecular, pero me la pasaba que la compra de los insumos se demoraba, que el reactivo llegaba malo, que se había dañado el equipo”, recuerda. “Un día me dije: debe haber algo más interesante y en lo que tenga que emplear más la cabeza. Y esto me pareció más entretenido, un mayor reto intelectual”.


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Aedes aegypti

Nuevo vector del dengue en Medellín Hasta 2011 el único vector identificado del dengue en Medellín era la hembra de la especie Aedes aegypti. El año pasado, varios investigadores descubrieron un ejemplar de otra especie, un Aedes albopictus, lo que fue corroborado por la Red Nacional de Laboratorios del Instituto Nacional de Salud. Según la Organización Mundial de la Salud, este es el vector secundario del dengue en Asia, que ya se ha propagado en Brasil, Estados Unidos y Europa.


33 El primer registro en Colombia del nuevo mosquito fue en el Amazonas. Más tarde, se ha encontrado en Buenaventura, Cali, Barrancabermeja y Medellín. Su presencia en solo cuatro ciudades puede deberse más a la falta de monitoreo que a su inexistencia, pues las primeras conclusiones sobre su llegada bien muestran que el insecto como transmisor representa un gran peligro por su capacidad de adaptación y expansión.

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34 A nivel general, la lista de características de la especie Aedes albopictus incluye que es transmisor de otros catorce tipos de virus que se contagian a los humanos además del dengue, y entre los que está la fiebre amarilla. A eso se suma que es un reservorio ideal del virus en periodos en los que no se suelen dar contagios y es un transmisor muy eficiente. En cuanto al hábitat, puede compartirlo con los de la especie Aedes aegypti, pero de igual forma puede independizarse y vivir fuera de las casas, lo que supone para las autoridades reestructurar sus estrategias de control de la enfermedad. Por último, se ha indicado que puede vivir en zonas muy frías, lo que en Medellín se traduce en la expansión del dengue hacia los corregimientos, donde hasta ahora se notificaban pocos casos. Investigación urgente sobre su impacto en la transmisión del dengue, para proponer medidas que impidan su distribución en la ciudad, está siendo adelantada por la Secretaría de Salud, el Grupo de Entomología Médica (GEM) y el grupo de Inmunovirología, también de la Universidad de Antioquia.


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El GEM, en asocio con la Secretaría de Salud de Medellín, viene traba jando desde hace seis años en protocolos y acciones para prevenir el contagio de dengue en la ciudad. Las medidas incluyen el cálculo del riesgo de transmisión, la búsqueda y eliminación del vector, la fumigación con insecticidas y capacitación a los habitantes de los barrios, en especial por medio de los comités estudiantiles anti-dengue, instaurados en más de doscientos colegios públicos y privados. El GEM también monitorea las poblaciones del mosquito por medio de trampas. Revista de divulgación científica de la Universidad de Antioquia.


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Hacia una nanovacuna colombiana para la leishmaniasis La producción de una nanovacuna contra la leishmaniasis, protegería a los animales con unas cantidades sumamente ba jas de la sustancia activa, reduciendo la toxicidad y en consecuencia los efectos adversos. En la actualidad el GIM avanza en el establecimiento del modelo animal y en el descubrimiento de adyuvantes, antígenos y sistemas de liberación, para el desarrollo de esta vacuna. José R. Ramírez Pineda

Las vacunas son la estrategia de prevención de enfermedades más grandiosa inventada por el hombre. Ellas no solo salvan anualmente más de 8 millones de vidas, lo que significa una vida cada cinco segundos, sino que también se reconocen como la medida de control de enfermedades de mejor relación costo/beneficio conocida hasta ahora en toda la historia de la medicina. Sin embargo, muchas enfermedades siguen aquejando al ser humano y entre ellas las infecciones representan una gran carga para la sociedad. Las enfermedades infecciosas ocasionan muchas muertes e incapacidades y consumen una gran cantidad de recursos económicos debido a que los costos hospitalarios y de medicamentos para su tratamiento suelen ser muy altos. Gracias a los espectaculares avances de la ciencia en las últimas décadas, lo que incluye el mejor conocimiento de los genomas humanos y de los microorganismos, de las moléculas que los componen y sus funciones, de la forma en que dichos microorganismos logran establecerse durante la infección, junto con los grandes progresos en la informática y la nanotecnología, se tiene una gran expectativa de que la década 2010-2020 será una de nuevas y mejores vacunas para la humanidad.

Uno de los retos que viene asumiendo el grupo Inmunomodulación (GIM) es desarrollar una vacuna efectiva para la leishmaniasis. Para esto, el grupo ha establecido un modelo animal en ratones albinos que reproduce la enfermedad que ocurre en humanos, con el fin de entenderla mejor, de diseñar posibles terapias y vacunas y de evaluar en dichos animales si estas efectivamente funcionan. Los esfuerzos han llevado a la obtención de cepas del microbio obtenidas a partir de pacientes que sufren la enfermedad y su cultivo de manera permanente en el laboratorio. Gracias a los trabajos de investigación de varios estudiantes de pregrado y posgrado, se logró identificar un aislado que, cuando es inoculado en ratones, ocasiona una enfermedad muy similar a la que sufren los seres humanos. El poder inducir en ratones la misma enfermedad de manera reproducible y controlada, permite que podamos investigar diferentes aspectos del microbio y del sistema inmune y de esta manera poder proponer posibles formas de controlarla o prevenirla. La base de esta aproximación es que existe una gran similitud entre el sistema inmune humano y el de los ratones, y es en buena medida gracias a ellos, que la medicina ha avanzado tanto en las últimas décadas.


37 Una vacuna esta típicamente formada por tres componentes: El antígeno, el adyuvante y el sistema de liberación. El antígeno es (son) la(s) parte(s) del microbio contra las cuales se quiere que el sistema inmune humano responda, de tal manera que cuando aparezca la infección, las defensas atacan al microbio a través de dichas partes y de esta manera evitan que éste se multiplique y cause la enfermedad. El adyuvante, como su nombre lo indica, es una sustancia que ayuda a potenciar dicha respuesta. Más precisamente, se trata de algo que hace que el sistema inmune humano perciba la presencia del antígeno como algo contra lo que hay que establecer defensas. Finalmente, el sistema de liberación se refiere a la forma física en la que se le administra el antígeno y el adyuvante al cuerpo humano. Por ejemplo, es posible purificar algunos componentes del microbio (antígeno), mezclarlos con sustancias que se saben que potencian la respuesta (adyuvante) y juntos incorporarlos en paquetes o vesículas de tamaños muy pequeños, de escala nanométrica, es decir de la millonésima parte de un milímetro (sistema de liberación), y el resultado es una nanovacuna potencial. Esto, por supuesto, es más complicado de lo que se expone aquí, y requiere de la participación de expertos de diversas disciplinas como la biología, la física, la química, la ingeniería, entre otras. En el GIM, gracias a los proyectos de varios estudiantes de pregrado y posgrado hemos logrado identificar un adyuvante que funciona como componente protector esencial de una vacuna experimental para la leishmaniasis cutánea. De esto nos dimos cuenta cuando fragmentamos el cuerpo del parásito por medio de ciclos de congelamiento y calentamiento, y la preparación de proteínas (antígenos) resultante de dicho procedimiento fue mezclada con un inmunopotenciador llamado CpG (adyuvante), para ser inyectada a los ratones. Lo que notamos fue que cuando se vacunan los ratones con una inyección subcutánea de dicha mezcla y varios meses después se infectan con el microbio virulento los animales no desarrollan enfermedad alguna. Esto fue bastante notable, ya que todos los ratones que fueron infectados, sin haber sido vacunados previamente, sufrieron de la enfermedad. Es más, los ratones que se vacunaron con uno solo de los componentes de la mezcla (es decir los antígenos o los CpG) desarrollaron la enfermedad igual que los no vacunados, lo que demuestra la necesidad de la presencia simultánea de ambos componentes en la vacuna. Estos

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trabajos nos llevaron a proponer a los CpG como un adyuvante protector para la leishmaniasis. Una vacuna que contenga CpG como adyuvante, sin embargo, puede ser un poco tóxica para humanos debido, justamente, a que es muy potente. Una forma de limitar su poder tóxico conservando su poder adyuvante benéfico es incorporándolo en nanoestructuras. De esta manera, gracias a la participación de varios profesionales y estudiantes lo que hicimos fue empaquetar nuestros fragmentos del microbio con CpG en unas vesículas de 500-800 nanómetros que tienen una carga positiva llamadas liposomas catiónicos, a manera de nanovacuna, y volvimos a probarla en ratones. Lo que encontramos es que la nueva nanovacuna protege a los animales con unas cantidades sumamente bajas, mucho menores de las requeridas para proteger a los animales con la vacuna inicial. Y más importante aún, que con esta mínima cantidad de nanovacuna los efectos tóxicos o adversos en los ratones se reducen en más de un 50%. Esto nos demostró el poder de las nanovacunas no solamente para la leishmaniasis sino también para cualquier enfermedad infecciosa o para el cáncer. En la actualidad el grupo investiga cómo podría mejorarse el poder protector y la seguridad de las nanovacunas manipulando el tamaño, la carga y el contenido de antígenos y adyuvantes. Más aun, gracias a la explosión de nuevos nanomateriales y nanoestructuras, tales como las nanopartículas lipídicas, poliméricas y peptídicas, estamos preparando proyectos de investigación que permitan evaluar y seleccionar las mejores candidatas para las estrategias de vacunación. Aunque los resultados obtenidos hasta ahora suenan muy prometedores, es necesario aclarar que los requerimientos de las vacunas modernas exigen que estén conformadas por componentes definidos del microbio y no de fragmentos de él. En otras palabras, se requiere descubrir cuál o cuáles de las moléculas que están presentes en nuestras preparaciones crudas son las que median el efecto protector. En la actualidad, nuestro grupo está desarrollando proyectos que permiten la separación controlada de los componentes del parásito con el fin de acercarnos cada vez más a dichas identificaciones. Esta tarea sin embargo es el equivalente a la búsqueda de una aguja en un pajar. Por esta razón, también estamos explotando métodos más sofisticados de genómica, transcriptómica, proteómica


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39 y bioinformática a través de varios proyectos de tesis de estudiantes de pregrado y posgrado con el fin de acelerar la identificación de los candidatos. Esperamos que en unos años hayamos logrado identificar unos 10-12 candidatos de antígenos para ser formulados en nuestra nanovacuna contra la leishmaniasis. Para esto, será necesario producir en grandes cantidades dichos componentes por métodos de ingeniería genética, lo cual consiste en utilizar algunas bacterias como “biofábricas” de las moléculas identificadas y normalmente producidas solamente por el parasito. Una vez producidas, dichas preparaciones serán probadas nuevamente en ratones y, de obtener los resultados esperados, se podrá pensar en futuras pruebas en humanos. Lo presentado hace parte del trabajo realizado durante los últimos 6-7 años, por un equipo de estudiantes de pre y posgrado, de auxiliares de investigación y de personal de apoyo, liderados por el coordinador del GIM, y en colaboración con otros grupos de investigación de la Universidad de Antioquia (Grupso GISB, BCEI, GIEPI) y extranjeros (Universidad Federal de Santa Catarina en Florianopolis, Brasil).

La leishmaniasis, conocida como picadura de pito, es una enfermedad infecciosa transmitida por un insecto durante la picadura. Este insecto suele vivir en zonas tropicales y subtropicales y es un factor determinante para que se presente la enfermedad. Una vez inoculado el microbio en la piel, rápidamente se incorpora en células llamadas macrófagos, en donde se multiplica muchas veces y luego de reventarla, logra invadir muchas otras células que llegan allí con el fin de controlarlo. Con el tiempo, la multiplicación del parasito lleva a la formación de úlceras crónicas en la piel o, debido a que puede viajar por la sangre al resto del cuerpo, puede instalarse en la mucosa de la nariz o inclusive llegar a órganos internos como el bazo, el hígado o la medula ósea. Aunque muchas personas logran controlar la infección, sin que siquiera se den cuentan que están infectadas, muchas otras personas desarrollan una de las formas típicas de la leishmaniasis: la cutánea, la mucocutánea o la visceral. La leishmaniasis es una enfermedad fuertemente asociada con la pobreza y con los conflictos sociales de los países menos desarrollados. Es muy fácil encontrar casos en zonas rurales deprimidas, en personas secuestradas que han permanecido por años en la selva, y en personas pertenecientes a los grupos protagonistas del conflicto armado colombiano, como son los soldados, las guerrillas y los paramilitares.

Cuando los ratones son inoculados en la piel con parásitos Leishmania panamensis, desarrollan úlceras similares a las que se observan en humanos con Leishmaniasis cutánea (foto superior). Estas lesiones no incapacitan al animal, ni son dolorosas. Cuando los ratones son inmunizados con la vacuna, semanas o meses antes de la infección, se protegen completamente de sufrir la enfermedad (foto inferior). Revista de divulgación científica de la Universidad de Antioquia. Año 00 Nº 00. Agosto de 2013


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Esa pasión de encontrar Silvia Blair renunció a la práctica de la medicina para dedicarse a la investigación. Su tema, uno de los grandes problemas de la salud pública mundial: la malaria La médica Silvia Blair, fundadora y coordinadora del grupo de investigación Malaria, escribió una tesis sobre la formación del discurso de la parasitología, con el fin de graduarse en la maestría en Historia y Filosofía de las Ciencias de la Universidad Nacional. Le sugirieron que la editara para reducirle la extensión y que fuera más concisa. El trabajo recibió mención meritoria; sin embargo, no quiso publicarlo, porque en esa nueva versión no estaba el alma de todo lo que había querido decir. Para un artículo que hizo en 2011 sobre la posibilidad de eliminar la malaria en Colombia, retomó algunas de las conclusiones del texto inédito, que en ese caso ayudaban a responder si la erradicación de la enfermedad era un problema de voluntad política o de incapacidad de la ciencia. La profesora Blair formula una serie de preguntas sobre el comportamiento de la enfermedad, que no han sido resueltas por los investigadores en salud que, en cambio, han seguido diagnosticando y construyendo medidas de control con el mismo conocimiento que se tenía de la enfermedad a principios del siglo XX. Además, trata la imposibilidad de emprender una campaña contra la malaria que dé resultados reales y detenga el aumento del número de casos. Dice Blair que Colombia no tiene un programa de salud pública comprometido con el

manejo de las enfermedades transmitidas por vectores, y que los organismos internacionales dedicados a la salud piensan más en defender sus intereses económicos que en salvar vidas. Durante 35 años su trabajo como investigadora y docente ha estado dirigido a resolver cuestiones básicas de la enfermedad (la patogénesis, la clínica, la resistencia a los antimaláricos), a formar nuevos investigadores y a contribuir a situar la malaria en los contextos históricos a los que pertenece, ocupándose también de rescatar el saber médico de las comunidades ancestrales. ¿Por qué decidió empezar a investigar la malaria? Empecé a ver en el tema de la malaria un vacío que no me satisfacía. Por un lado una cantidad de certezas, y por otro lado, de realidades. Por ejemplo, me decían: el Plasmodium vivax no da complicaciones, es benigno. Y la realidad es que sí daba complicaciones y podía ser maligno. En 1958 dijeron que toda la malaria era posible erradicarla y, hoy, 55 años después, las cifras de la enfermedad siguen creciendo. Iba a los congresos sobre la malaria y en ellos se afirmaba que ya habían entendido cómo era su inmunología, cómo se transmitía por medio del vector. Pero había una realidad, y era que al examinar

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42 cuatro mil glándulas salivales de mosquitos, el parásito no estaba adentro. Le voy a plantear otra certeza: yo le digo a los estudiantes de medicina que tener malaria es tener fiebre, escalofríos, sudoración y tener un parásito en la sangre. Y la realidad es que había pacientes que no presentaban ningún síntoma y tenían el parásito en la sangre. Entonces, todo ese movimiento entre las certezas y las realidades me permitieron ver el lado oscuro y claro de la enfermedad y la posibilidad de insertarme en esa búsqueda.

se dio en varios países incluyendo a Colombia. Se trataba de secar los criaderos, de subir terraplenes, de convivir con los parásitos y con los zancudos. Una cosa más de higiene, más racional. Después de la Segunda Guerra Mundial solamente primó la destrucción. En la guerra y en la post guerra la cuestión era matar. Ese paradigma dictaba que ya no había que trabajar para lograr mejorar ciertas condiciones de vida, sino destruir zancudos, parásitos, charcas y larvas.

Dio un paso de la investigación en medicina a la historia, ¿cómo fue?

Posteriormente, viendo que los casos de malaria seguían aumentando, los organismos internacionales y nacionales optaron por controlarla, o por lo menos bajar la morbilidad y la mortalidad. También empezaron a darle nombres diferentes al control: los objetivos del milenio, Roll back malaria, en fin. Sin embargo, hoy esta sigue creciendo, así algunas cifras oficiales muestren descensos. Lo que ha pasado es que no se cambió el paradigma ni el modelo médico y, en mi concepto, hemos disminuido el tamaño de las preguntas y las respuestas frente al tema. De respuestas macro —el parásito— hemos pasado a otras menos macro —los antígenos—, cada vez menos macro —las proteínas—, hasta llegar a lo muy específico —el genoma—, y se han obviado sus interrelaciones. Profundizamos la mirada pero la estamos encerrando y la cosa es que no sabemos cómo interactúan todos los aspectos del sujeto y del parásito para que la enfermedad se pueda presentar.

Empecé con Olga López, una amiga que es profesora e historiadora, a investigar y a escribir dos o tres artículos sobre el lenguaje de guerra que se ha utilizado en la medicina, en particular para combatir la malaria. Se hablaba de ataques para destruir los parásitos, etapas de consolidación, campañas y brigadas; era toda una construcción guerrerista. Quisimos encontrar qué se ocultaba tras este lenguaje áspero. Luego decidí buscar cuál era la historia del parásito y cuál la del hospedero y sus relaciones. Me faltaron conocimientos y tiempo, pero he podido comprender algunos hitos en la historia de la malaria, los cambios en las teorías y en los paradigmas médicos y las condiciones de posibilidad que han permitido los descubrimientos. Finalmente pude ver que el lenguaje que se utiliza en los programas de control y eliminación de la malaria corresponde a un modelo médico mundial y a una concepción de la enfermedad, ambos más interesados en vender insecticidas y medicamentos que en curar. Creo que en mi tesis no encontré la historia de la relación hospedero-parásito como la estaba buscando, pero sí me pude dar cuenta de ciertas realidades, y de que sobre ellas debían ser las preguntas de investigación porque son fundamentales. Y así fuera tozudo, había que empezar a escribir y a buscar. En general los médicos pensamos que el mundo es blanco o negro y la mirada positivista de la vida prima sobre cualquier otra. Ese es el problema: creemos que fuera de nosotros no hay verdad. ¿Cuál es el principal vacío en la investigación de la malaria? La historia del combate de la enfermedad ha tenido tres momentos. El primero fue la lucha higiénica, que

¿Cómo responder a esa dificultad? Nosotros no solamente hemos revisado la parte histórica, también hemos tratado de hacer historia. Para eso recurrimos a los médicos tradicionales y su saber. Eso me sirvió mucho a mí para resolver dónde se había perdido la medicina, cuál era el saber de los otros, porque siempre me dijeron que ellos no eran sino unos charlatanes. Nunca me explicaron que tenían un conocimiento que podía aportar a la comprensión de realidades. Entonces me fui para Tumaco, Nariño, con la bióloga Beatriz Madrigal, y tratamos de buscar y de entender qué era la malaria para la gente. Encontramos que había unas cosmovisiones mucho más integrales que las de los médicos occidentales. Ese fue un punto muy significativo. Hallamos que muchas de las plantas que ellos utilizan para curar tienen com-


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45 ponentes activos contra la enfermedad, que esos conocimientos son aplicables y que no solo nos interesan a nosotros sino a muchas personas. Es una realidad que los conocimientos ancestrales le aportan al conocimiento científico, pero para eso falta un diálogo de saberes o, para no herir susceptibilidades, diré que falta un diálogo entre ciencias, saberes y disciplinas, y eso exige considerar el discurso del otro como válido y disponerse a encontrar o construir verdades. ¿Pensar así la ha apartado de ciertos círculos? Seguro que sí. Antes defendí con fogosidad el tema, y reconozco que me convertí en un conflicto, pero decidí que en los lugares donde no estoy de acuerdo, me voy o no vuelvo. Mi sueño era que los colegas entendieran que el conocimiento se va construyendo de a poquitos, que eso no está terminado, aunque desde niños nos enseñan que todo lo está: las buenas costumbres, la moral, la religión, la verdad, el comportamiento… Pero lo cierto es que el conocimiento es una construcción colectiva, por eso estudiamos y hay investigación. A mí me preguntan cuáles son mis aportes al conocimiento en 35 años que llevo en la Universidad, y yo digo: muy poquitos, se cuentan con una mano. Pero lo que sí he hecho es buscar. Cuando empezó a investigar, ¿abandonó la consulta médica? Yo dejé la consulta general porque me sentía muy mal. Las atendía con un papel, les explicaba a los pacientes qué era lo que les pasaba, pero sentía que les estaba diciendo mentiras. Por ejemplo, venía un señor con ocho hijos para educar, sin trabajo, con una crisis hipertensiva y yo le hacía un dibujo, le explicaba qué era la hipertensión, pero no le decía que esa enfermedad en realidad estaba relacionada con sus problemas. Las citas mías crecían y yo sabía que no iba a poder demorarme, atenderlas bien, preguntarles a los pacientes quién era su esposa y qué le pasaba, entonces renuncié. La medicina no es una ciencia. Todos nos aliviamos con que nos pongan la mano en la espalda y se interesen por nosotros. Parte de la cura es la palabra y entender la problemática que

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hay detrás de cada enfermedad. Entonces me metí en este cuento de la investigación, incluso antes de empezar con la historia, pero sí convencida de que había una necesidad de desvelar, en particular, el mundo de la malaria. ¿Qué sigue ahora? Yo sigo soñando para que no se me acaben las preguntas y las ansias. A mí me mueve esa pasión de encontrar. Es una forma de estar en el mundo, buscando. En estos días he estado leyendo a Mo Yan, el Premio Nobel chino. ¿Cómo puede este señor, con una novela que se llama Grandes pechos, amplias caderas mostrar la historia de su país? Cosas así me dejan ganas de explorar. Después de todo, eso es lo que los libros me han dado. Hasta duermo con ellos en la almohada.


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El legado agrícola de nuestros ancestros prehispánicos El grupo Medio Ambiente y Sociedad (MASO) de la Universidad de Antioquia lleva unos 10 diez años investigando –en su línea de Paleoecología- cómo fue el proceso del desarrollo y expansión de la agricultura en Colombia y en países vecinos. Los estudios revelan que el maíz y la yuca, procedentes de otras regiones, se cultivan en nuestro medio desde hace unos 7.000 años. Francisco Javier Aceituno Bocanegra. El futuro es el tiempo del mundo actual. Un mundo que vive pendiente de cómo cada adelanto tecnológico le va a acercar más al futuro, muchas veces sin ni siquiera pensar el presente. Esta percepción moderna del tiempo nos ha hecho olvidar el pasado y las cosas o hechos que sucedieron, y que en su tiempo fueron innovadoras, creativas y hasta revolucionarias. Sin ellas no se puede entender nuestro tiempo, a pesar de que nos empeñemos en reducir el pasado a algo exótico, lejano, que debe estar contenido en los museos o en los libros para el deleite de unos pocos. Realmente no somos conscientes de que el pasado explica muchas de las cosas actuales y que, además, de una forma u otra, convive entre nosotros. Uno de esos hechos o cosas más innovadoras que marcó un antes y un después en la historia del hombre actual, el homo sapiens sapiens, fue la agricultura. Si la historia de la humanidad la representásemos en una escala de tiempo de una hora, únicamente los últimos cinco minutos hemos sido agricultores, el resto, la mayor parte del tiempo, fuimos cazadores-recolectores o forrajeros. Es decir, la gente vivía de plantas y animales silvestres, y en algunos casos también de la pesca. La agricultura ha sido uno de los principales cambios en la historia de la humanidad. Sin ella no hubieran existido las civilizaciones y el mundo actual sería otro. Esto no significa que fuera ni mejor ni peor; simplemente, la evolución nos hubiera llevado a otros tipos Revista de divulgación científica de la Universidad de Antioquia.

de vida con sus grandezas y miserias, como las sociedades actuales que conviven en un mundo global. El estudio de los orígenes de la agricultura es uno de los principales campos de investigación de la línea de Paleoecología del grupo Medioambiente y Sociedad (MASO) de la Universidad de Antioquia. Profesores y estudiantes de esta línea llevamos unos 10 diez años investigando cómo fue el proceso del desarrollo y expansión de la agricultura en Colombia y en países vecinos. Cuando presentamos nuestro trabajo en espacios no académicos, una de las principales preguntas es cómo hacemos para viajar al pasado, con el fin de estudiar los orígenes de agricultura y de las plantas domesticadas. La respuesta está en la arqueología, ciencia o disciplina cuyo objetivo es la reconstrucción del pasado a través de las evidencias materiales que encontramos, en muchas ocasiones, enterradas en el subsuelo. Dicho con otras palabras, lo que hacemos los arqueólogos no es otra cosa que intentar reconstruir escenas del pasado, a partir de los objetos o restos que se han conservado en forma de vestigios arqueológicos. Para reconstruir esas escenas, en las que sociedades cazadoras-recolectoras comenzaron a cultivar plantas en el actual territorio colombiano, el grupo de trabajo de la línea Paleoecología ha realizado y


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Distribuci贸n de sitios arqueol贸gicos datados entre la transici贸n Pleistoceno/Holoceno y Holoceno medio.


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Manos de molienda. Sitio La Pochola (Santa Rosa de Cabal)

Almidones arqueol贸gicos

Semillas carbonizadas recuperadas en el sitio El Jazm铆n (Santa Rosa de Cabal)

Revista de divulgaci贸n cient铆fica de la Universidad de Antioquia.


50 participado en excavaciones arqueológicas en los municipios del eje cafetero, Santa Rosa de Cabal, Marsella y Pereira (Cauca medio), donde se concentra un importante número de sitios arqueológicos con vestigios de ocupaciones humanas muy antiguas, fechadas entre 10.600 y 4.500 años antes del presente (A.P). En términos geológicos, estamos hablando de un amplio período de tiempo que corre entre la transición Pleistoceno/Holoceno y el Holoceno medio; es decir, los grupos humanos más antiguos de este período tuvieron que enfrentar el final de las glaciaciones y el comienzo de la era en la cual actualmente vive la humanidad. Yacimientos arqueológicos con características similares se encuentran en Popayán, río Calima, río Medellín/Porce y el río Caquetá. Los yacimientos arqueológicos excavados se corresponden a lo que, en la jerga, se denomina como sitios habitaciones; es decir, los restos de las viviendas donde la gente vivía con sus familias. Por el tipo de sociedad y la antigüedad de los vestigios, lo que principalmente recuperamos en las excavaciones son instrumentos de piedra, con los cuales la gente realizaba sus labores cotidianas, algunas semillas carbonizadas y restos microscópicos de plantas, tales como polen y fitolitos, recuperados del suelo, y almidones extraídos de las paredes de los utensilios de piedra. Actualmente, estas evidencias arqueobotánicas son las que están permitiendo entender, con un buen grado de certeza, cómo la gente empezó a usar las plantas y, por lo tanto, a entender y explicar los orígenes de una producción de alimentos basada en el cultivo y el desarrollo de la agricultura. A través del estudio de polen fósil, hoy día sabemos que la gente que se asentó en diferentes regiones de la Cordillera Central de Colombia (Cauca medio, Popayán y río Porce), en la transición Pleistoceno/Holoceno temprano (10.500/8.500 A.P), vivió rodeada de bosques húmedos, muchos de los cuales actualmente han desaparecido por la agricultura y la ganadería. Por ejemplo, en Popayán el polen fósil muestra pequeñas evidencias de alteración de los bosques, como consecuencia de las estrategias de adaptación a estos ecosistemas forestales. En el Cauca medio, la gran cantidad de almidones que hemos recuperado de los utensilios de piedra, deja claro que estos grupos humanos obtenían del bosque plantas silvestres ricas en almidones; es decir, desde muy temprano, la gente logró asegurar fuentes estables de carbohidratos, claves en la nutrición humana.

Para este primer lapso de tiempo hay evidencias de aguacate, chachafruto (Popayán), probablemente de sagú (Popayán y río Calima), algún tipo de calabaza (Río Caquetá), fríjol y ñame silvestre, mafafa y lerén (Cauca medio). A estos recursos, hay que añadir el aprovechamiento de los frutos de las palmas. Probablemente, algunas de estas plantas ya fueran cultivadas en pequeños huertos próximos a las viviendas, como todavía se observa en grupos tradicionales de bosque tropical, como los Waorani o los Nukak Makú. Este es un punto que estamos intentando reforzar con mejores evidencias, que no dejen dudas sobre el cultivo por parte de estos grupos humanos, dispersos por diferentes regiones cordilleranas de Colombia. Lo que no hay duda es del manejo selectivo de plantas, lo cual es un prerrequisito para el cultivo y el desarrollo de la agricultura. Un cambio significativo sucede hace 7.000 A.P, con la recuperación e identificación de almidones de maíz y yuca en el Cauca medio. Estas dos plantas son muy importantes ya que son domesticadas, esto quiere decir que crecen en cautiverio y, morfológicamente, son plantas diferentes a sus ancestros silvestres. Las plantas domesticadas necesitan al ser humano para su reproducción exitosa. Por consiguiente, la yuca y el maíz son indicadores claros del cultivo como modo de producción. Además, evidencias de polen sugieren alteración de la vegetación, muy probablemente asociada con la preparación de los huertos donde se concentrarían plantas silvestres y domesticadas. El maíz y la yuca son cultivos foráneos que proceden de puntos tan remotos como México, en el caso del maíz y del suroeste de Brasil, en el caso de la yuca. Estos datos son muy importantes porque sitúan a Colombia en una posición geográfica clave para entender la dispersión continental de dos de los cultivos más importantes de América. Si bien a estas dos plantas se les ha dado mucho protagonismo por su peso en las economías actuales, no hay que olvidar que el éxito de su dispersión estuvo en que los grupos locales venían manejando, desde hace varios milenios, un amplio pool de plantas nativas de bosque tropical que poco a poco estamos develando. En este manejo autóctono es donde hay que situar el origen de la agricultura en el Neotrópico. En este apasionante tema, los datos de la línea de Paleoecología del grupo MASO cada vez están cobrando una relevancia mayor a nivel americano.


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Enfermedades tropicales, ecosistema y biocidas El artículo nos alerta sobre el uso indiscriminado de biocidas, sustancias xenobióticas que atentan contra el equilibrio de la naturaleza. Por su resistencia y volatilidad, estas sustancias desaparecen con dificultad causando daños, difícilmente reparables, a los ecosistemas terrestres. Lía Isabel Al viar Ramírez

Según ha podido comprender la inquieta mente humana, el planeta Tierra fue fuego y, al compás de la complicidad del tiempo, hoy tres cuartas partes son agua, por eso llamado planeta azul. El golpe afortunado de un meteorito inclinó su eje 23.5° facilitando el surgimiento de la vida, con sus diferentes características, debidas a la cantidad de energía solar que llega a cada rincón del planeta. El Sol, el agua, el viento, el incesante movimiento de la Tierra y el tiempo, han determinado diferentes paisajes. Sus habitantes, tanto vegetales como animales, presentan la vida en sus múltiples actividades, formas y colores... En el trópico, donde la energía solar llega en forma perpendicular y por lo tanto plena, habitaban antaño pueblos que trataron de entender la feracidad del territorio, adaptándose a su geografía, su hidrología y a la bondad de sus suelos. Llega España a trasladar la naturaleza tropical al viejo continente... el oro, la plata, la madera, salían en viaje trasatlántico dejando alterada la biosfera americana. La codicia fue tal que la capacidad de la naturaleza para reponerse ha sido insuficiente, máxime si contamos con que vinieron otros países y otros intereses. Así el paisaje fue cambiando. Exuberantes bosques Revista de divulgación científica de la Universidad de Antioquia.

se tornaron potreros; las llanuras de inundación se tornaron poblados... en fin, hubo transformaciones tan veloces que la naturaleza aún no ha podido adaptarse. Entonces, ese equilibrio energético, inestable y dinámico, que millones de años de evolución y coevolución acuñaron, se altera, manifestándose de formas no siempre previstas por la inteligencia humana. La deforestación, por ejemplo, resta hojarasca al suelo; ahora desnudo, es fácilmente lavado por la lluvia... la gravedad hace lo suyo y arrastra el material nutricio junto con casas, enseres y semovientes. La naturaleza tarda entre 300 y 500 años en formar 1 cm³ de suelo... ¡perdemos en cada aguacero el regulador gratuito de caudales! Muchas culturas han desarrollado gusto por las soluciones técnicas y, sin querer demeritar su importancia, vale la pena invocar cierta holgura por donde se cuele la duda, debido fundamentalmente a que la especie humana conserva su cordón umbilical con la naturaleza. En consecuencia, las soluciones técnicas hay que sopesarlas a ese tenor, más aún cuando es sabido, que la naturaleza se desenvuelve en tiempo geológico, en tanto que la comunidad humana lo hace en minutos, años, siglos y si acaso milenios. Sucede que especies animales causantes de enfermedades, proliferan debido al mencionado desequi-


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librio en los ecosistemas, dando lugar a la ocurrencia de plagas, de las cuales los insectos presentan buenos ejemplos. Concurrieron entonces la ciencia y la técnica a solventar la dificultad, presentando como panacea el desarrollo de moléculas xenobióticas, es decir extrañas, ajenas a la naturaleza, cuyos resultados valorados en tiempo humano se califican como excelentes, pero que la naturaleza debió, según su propia vivencia del tiempo, manifestarse en contrario. La especie humana con su ciencia y su técnica creó biocidas, moléculas xenobióticas que ocasionan la muerte a organismos vivos; por ejemplo insecticidas (a insectos), rodeticidas (a roedores), bactericidas (a bacterias), herbicidas (a vegetales). Hay tranquilidad sin su presencia pero ¿qué acontece con las nuevas moléculas desconocidas por la naturaleza y que para entonces ya circulan por ella? Algunas son disruptoras endocrinas, es decir, afectan la comunicación entre las hormonas y sus receptores celulares que actúan a modo de llavecerradura, ocasionando respuestas biológicas insospechadas. Por ejemplo, águilas infértiles, panteras sin testosterona, lagartos con testículos y sin pene, cáncer, infertilidad, feminización de machos y masculinización de hembras...

cantidad a medida que pasan de un eslabón a otro. Grosso modo y en palabras de la bióloga marina Rachel L. Carson, si el plancton tiene 5 microgramos del insecticida de DDD, los peces consumidores del plancton tendrán entre 40 y 300; pero el chorlito marrón, consumidor de peces, habrá acumulado 2.500.

Algunas de estas moléculas pueden recorrer grandes distancias dada su volatilidad y la condición de ciclo en la naturaleza. Una vez aplicadas, parte quedará en la atmósfera y será transportada por las corrientes de aire; otra irá al agua pudiendo ingresar a la cadena trófica... baste decir que se han encontrado moléculas biocidas en osos polares y en pingüinos, habitantes de ecosistemas poco intervenidos por la especie humana.

Ahora bien, la biodiversidad del trópico se ha venido tornando monocultivo, por tanto las plagas y las enfermedades tienen estrecha relación con el deterioro del ecosistema, debido a la disminución de los controles naturales; en consecuencia, ocurre deterioro en la salud, aspecto que en anteriores párrafos fue esbozado; esto conduce a padecer las consecuencias del deterioro ambiental y a ver menguada la soberanía.

Algunas, al disolverse en las grasas, se acumulan, y en el recorrido por la cadena trófica, incrementan su

Respecto al deterioro ambiental, cabe resaltar que los organismos causantes de plagas y enfermeda-


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des son en general de ciclo de vida corto, por tanto, en forma relativamente rápida se adaptan a la sustancia biocida creando resistencia, razón por la cual se requiere ir incrementando la dosis de veneno. Aspecto este último que converge en el tema de la soberanía, pues siendo la producción de biocidas negocio exclusivo de las empresas transnacionales, tienen garantizado tanto el negocio como la orientación de las investigaciones. La observación juiciosa de la naturaleza arroja mucha información sobre organismos que hacen parte de ella y que pueden iniciar el camino a restituir el equilibrio inestable y dinámico perdido. Existen bacterias y hongos que enferman insectos que nos causan daño; existen nemátodos que matan larvas de mosquitos, así como peces que se las comen; hay ranas que se alimentan de insectos y algunas están al borde de la extinción, sin que el especie humana sepa cuál es su función en el ecosistema; todo porRevista de divulgación científica de la Universidad de Antioquia.

que la mirada busca la etiqueta de un biocida que garantice una veloz liberación de la molestia y sin saberlo, una lenta agonía de la naturaleza y del futuro.


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Del Derecho a la Salud La salud es un bien personal y social, un derecho fundamental, determinado en la Declaración de Derechos humanos. En Colombia, este derecho está rodeado de una amplia legislación, cuyo cumplimiento debe estar, en principio, garantizado por el Estado. En torno a este tema giran los comentarios del profesor Gañán. Jaime Gañán La salud es sin duda uno de nuestros bienes personales, sociales y jurídicos más preciados. ¿Qué seríamos sin salud o sin la garantía de su protección? Pero, ¿qué se ha entendido por salud? ¿Qué entiendes por salud? A nivel internacional la noción de salud apunta al concepto de bienestar y calidad de vida, es decir, a un buen vivir, tal como lo definen nuestras comunidades indígenas. Colectivamente se habla de Salud Pública; a nivel de cada uno de nosotros, nos referimos a Salud Individual o personal. El concepto de salud lo podemos encontrar ligado a otros importantes conceptos que, articulados entre sí, conforman un amplio panorama de bienes y derechos colectivos e individuales, tales como el concepto de trabajo digno y decente, una vivienda digna, educación para todos y todas, deporte y recreación, seguridad alimentaria, un ambiente sano, agua potable, entre otros, y esa combinación se denomina determinantes sociales de la salud, es decir los factores que influyen en una mayor o menor calidad de vida. Según las declaraciones y convenios de tipo internacional, en especial el Preámbulo de la ConstituRevista de divulgación científica de la Universidad de Antioquia.

ción de la Organización Mundial de la Salud y la Observación 14 del Comité del Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales, la salud “…es un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades. En nuestro criterio hemos determinado la Salud como un “estado físico, mental, emocional y social que le permite al ser humano desarrollar en su dimensión colectiva e individual en forma digna y al máximo sus potencialidades, en bien de sí mismo, de su familia y de la colectividad en general.” Es decir, tener un muy buen vivir a nivel colectivo y personal. Esta noción está en un libro titulado: “Los muertos de Ley 100. Prevalencia de la libertad económica sobre el derecho fundamental a la salud: una razón de su ineficacia”. Caso del Plan Obligatorio de Salud del Régimen Contributivo de la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas de nuestra Universidad de Antioquia. Como puedes observar, el concepto de salud está íntimamente relacionado con el principio de la dignidad humana, entendida como el respeto por nosotros como seres humanos, el mejoramiento de nuestras condiciones de vida y la posibilidad de desarrollar nuestro propio plan de vida. También se


56 relaciona con un principio que determina que las interpretaciones sobre el tema de derechos humanos, y en especial de la Salud, se deben resolver en favor de nosotros- las personas humanas- antes que a favor del dinero o de los intereses de las instituciones. Ya analizamos un poco el concepto de Salud, ahora hablaremos algo de la noción de Derecho a la Salud. El Derecho a la Salud se encuentra determinado entre otros, en el artículo 25 de la Declaración de Derechos Humanos y en el 12 del Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales. El Derecho a la Salud se dice que es integral e integrador. Es integral porque debe garantizar nuestra salud física, mental, emocional, espiritual, psicológica, y porque además debe garantizar la salud colectiva o pública y la salud de cada uno de nosotros. Y es integrador porque tiene que ver con otros derechos y deberes, y con los determinantes sociales y estructurales que ya vimos. Entre los deberes, tiene que ver con el de solidaridad y con el del respeto por la dignidad humana. El Derecho a la Salud también es Fundamental, es decir es un derecho de todas las personas por el solo hecho de que seamos personas humanas, me pertenece, es inherente a mí, no puedo renunciar a él. Todas las autoridades públicas del Estado colombiano deben garantizármelo. No prescribe, es decir, tengo tal derecho por toda la vida. Por ser la Salud un Derecho Fundamental si las entidades responsables no me garantizan los servicios de salud o los medicamentos puedo tutelar ante un Juez de la República para que se me proteja mi derecho y me autoricen, o reconozca lo que mi médico tratante me recetó o prescribió, por ejemplo, como cuando me dicen que se niega una cirugía porque es de carácter estético y en la realidad es una cirugía funcional, es decir tiene que ver con mi salud. A nivel colectivo cuando se está vulnerando la salud de una comunidad puedo iniciar una Acción Popular para que se proteja la salud de todos y todas. Por ejemplo, como cuando una fábrica está contaminando las aguas que nos sirven para beber o cocinar. En Colombia el Derecho Fundamental a nuestra Salud está determinado, entre otros, en los artículos

44, 48 y 49 de la Constitución de 1991. Con base en los artículos 48 y 49 constitucionales se creó la famosa Ley 100 de 1993 que, entre otros, estructuró el Sistema General de Seguridad Social en Salud. El Derecho a la Salud, tanto a nivel internacional como en el ámbito nacional colombiano tiene unos Principios y elementos básicos que se deben cumplir para que tal derecho sea de verdad efectivo para nosotros. Es decir, todos debemos realmente poder acceder a los servicios de promoción de la salud, la prevención de la enfermedad, los servicios médicos, también a que estos servicios y los medicamentos estén disponibles y que sean prestados con calidad y calidez. Como puedes ver, un Derecho seriamente Fundamental a la Salud debe contar con todas las garantías para su protección por parte del Estado, pero también contar con todos los elementos necesarios para su materialización y goce efectivo. Por ello, en países como el nuestro la promoción de la salud y la prevención de la enfermedad a través de ambientes sanos, vivienda digna, empleo decente y digno, seguridad humana y alimentaria, jornadas masivas de vacunación, campañas generalizadas de capacitación, trabajo con estrategias como la Atención Primaria en Salud Renovada o Integral, participación efectiva de nuestras comunidades, entre otros, son requisitos esenciales para eliminar, por lo menos disminuir, la incidencia de enfermedades propias o no de nuestra región, Entre ellas, las enfermedades tropicales.


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Los botones de Napoleón “Napoleon buttons: 17 molecules that changed History” Carmenza Uribe Bedoya La victoria rusa sobre el ejército francés, con Napoleón Bonaparte a la cabeza, fue el mayor obstáculo a la ambición napoleónica de dominar Europa. Todavía hay quien se pregunta cómo un ejército de las proporciones y la experiencia del de Napoleón fue derrotado en Rusia, si el hambre, el frío y las enfermedades fueron factores comunes para ambos ejércitos. Una de las hipótesis más sorprendentes para responder esta pregunta es: “todo por un botón”, un botón de estaño. Un ejército desintegrado por la desintegración de un botón. Los botones que sujetaban las chaquetas y pantalones del ejército francés estaban hechos de estaño, y hoy se sabe que a bajas temperaturas este metal se convierte en un polvo gris, que todavía es estaño, pero con otra forma estructural. Es lo que se conoce como la ‘peste del estaño’. Aunque no se sabe con seguridad si esta fue la única o la más importante causa para el fatídico resultado, los químicos disfrutan citando este hecho como la razón para tal derrota. Con esta motivante historia comienza el libro Los botones de Napoleón, en el cual Penny Lecouteur (neozelandesa, profesora de Capilano College, British Columbia, Canada) y Jay Burreson (químico industrial, gerente de una compañía en Oregon, USA) narran 17 historias en las cuales la protagonista es una molécula, en otras palabras una sustancia química. Revista de divulgación científica de la Universidad de Antioquia.

Cada capítulo del libro cuenta una historia diferente, y puede decirse que en todas ellas el lector desprevenido, aún sin formación en química, encontrará pasajes interesantes, odiseas apasionantes, y explicaciones a muchas de las preguntas que seguramente se habrá hecho frente a hechos cotidianos. Por ejemplo, todos conocemos y disfrutamos la inconfundible sensación de calor o de picor que originan productos naturales como la pimienta, el ají o el jengibre, y hemos oído mencionar también el gran impacto económico y cultural que significó la ruta de las especias durante la Edad Media; desde el siglo I la mitad de las importaciones desde Asia hacia el mediterráneo eran especias; en el siglo VI los mercaderes de Venecia eran los reyes de estas sustancias, monopolio que conservaron hasta el siglo XV, cuando apareció el Nuevo Mundo en el escenario. La pregunta es: ¿qué tiene la pimienta, que construyó una ciudad como Venecia, marcó el comienzo de la era de los descubrimientos y envió a Colón al nuevo mundo? La respuesta es: un ingrediente activo, una molécula de piperina, cuya estructura es bien parecida a la capsaicina y a la zingerona, ingredientes activos del ají y del jengibre respectivamente, parecido que para los químicos explica suficientemente la semejanza de su actividad fisiológica: el picante. El estudio de estas


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59 moléculas, de sus reacciones y efectos sobre los organismos se conoce como Hot Chemistry. Hay un hecho curioso en los perros y los gatos: su organismo sintetiza la vitamina C, a diferencia de los seres humanos que no lo hacen, por lo cual la dieta debe incluir, desde la infancia, dosis de esta vitamina. Pero este conocimiento no se tenía en los siglos XIV y XV cuando en los larguísimos viajes en barco morían más marineros que en todas las batallas navales o naufragios. La falta de vitamina C origina escorbuto. La solución a esta enfermedad fue una molécula: el ácido ascórbico o vitamina C, una pequeña molécula ejerciendo un gran papel: conservar la vida. De la misma manera, otras quince historias son contadas en el libro, en forma amena, indicando siempre la sutil pero definitiva relación entre un desarrollo de la química y un hecho histórico con repercusiones culturales, sociales y económicas. La historia de la trata de esclavos, asociada al cultivo y producción de caña de azúcar, es la historia de la glucosa, el compuesto orgánico más abundante en la naturaleza. Tan codiciado como el oro, disponible solo para los más adinerados, cambió el destino de países y continentes, marcando el comienzo de la revolución industrial, cambiando comercios y culturas en todo el mundo. La glucosa es solo una de las muchísimas moléculas de la familia de los carbohidratos, cuyo estudio que se conoce como Sweet Chemistry. Se analizan no solamente las estructuras de estos compuestos y sus reacciones sino también el fenómeno del sabor dulce, las consecuencias fisiológicas del exceso o la falta de azúcar en la sangre y el desarrollo de nuevos edulcorantes de origen sintético. Con la celulosa se cuenta la historia de la revolución industrial del algodón y del desarrollo de derivados nitrados de la misma, que dan origen a la Explosive chemistry. Con la seda y el nailon se narran las epopeyas de la ruta de la seda, otro producto de gran impacto económico, y se reconstruye la odisea de encontrar el procedimiento experimental adecuado para la producción de seda sintética. La píldora anticonceptiva es la historia de la inserción de las mujeres en el mundo laboral a mediados del siglo XX. Con la cafeína, nicotina y morfina se muestra el sorprendente mundo de los alcaloides: moléculas con efectos fisiológicos precisos. Con las molécu-

Revista de divulgación científica de la Universidad de Antioquia.

las de brujería el lector se devuelve a los siglos IV a XV, período de la historia en el que millones de personas, la mayoría mujeres, murieron quemadas en la hoguera por su conocimiento de los efectos de ciertas hierbas sobre los organismos, lo cual era solo el conocimiento de los principios activos de las plantas, en una época en la que la estructura química no había sido planteada. Con la sal, el compuesto más simple de todos los que se tratan en el libro, se cuenta la historia de una sustancia que todavía es un enigma: no podemos vivir sin ella, pero su exceso nos puede matar. Con el ácido oleico ingresamos a la cultura mediterránea. Con el fenol se inicia la era de los plásticos y es la sustancia central en la solución a la desinfección. Las tintas, el isopreno, la aspirina, las sulfas, las penicilinas también tienen su propia historia y cada una de ellas está asociada a un hecho de la historia. Este no es un libro de química aunque las sustancias químicas sean las protagonistas, pero tampoco es un libro de historia. Es una propuesta de viaje en el tiempo; es un homenaje a la ingenuidad, la curiosidad y la obstinación de muchos químicos, gracias a cuya contribución tenemos hoy la oportunidad de descubrir y comprender la fascinación que significa esta ciencia básica, la Química.

Napoleons Buttons: How 17 Molecules Changed History. Penny Le Couteur, Jay Burreson. Penguin. New York. 2004.


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