India profunda

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India profunda Luz Gabriela Gómez Restrepo

Una verdadera maestría de vida Viajar por la India equivale a un ejercicio lento de reflexividad, a partir de un choque maravilloso de sensaciones, emociones y sabores. Todo y todos cabemos en la India generosa, sensual, majestuosa, sonriente, contradictoria, colorida, grande, profunda, misteriosa, amorosa y, por supuesto, milenaria. Es necesario ser capaz de superar la mirada epidérmica de lo simplemente turístico, para colocarse en la dimensión honda del viajero que se permite ir sin premura recuperando el asombro y tomar la mejor de las lecciones de vida plena, total y coherente. Sería fácil y cómodo decir que la experiencia de visitar por primera vez el subcontinente indio es definitivamente inefable y por tanto, imposible de poner en palabras. En un intento por no aceptar dicha afirmación, haré el esfuerzo porque las palabras, siempre limitadas, intenten comunicar algo acerca del valor, el sentido y sobretodo la emoción del viaje. Las sugerentes

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India profunda imágenes de la película Azul Profundo de Luc Besson y de Viaje a Pie de Fernando González, me acompañaron para apoyar el entendimiento de lo que iba sucediendo. Es imposible explicar más claramente el concepto de la mansedumbre y la no violencia, que en el centro de un trancón en cualquier ciudad India. Todos ahí en la misma esquina, pitando al unísono para anunciar que están, sin el menor asomo de agresión y desespero: camiones, buses, triciclos, tuc tucs, perros, bicicletas, muchos micos, turistas de todos los colores, vendedores de cualquier cosa, peatones (hinduistas, musulmanes, cristianos, sijs, budistas, jainistas, judíos), carros tirados por camellos y por supuesto la reina, y querida por todos, “vaca sagrada” rumiando lentamente. Es algo superior a la justicia, es equidad y equivalencia en su real significación. El mundo todo, tocándose sin invadir al otro, en un solo ruido contundente y penetrante. Cualquier asomo de superioridad y arrogancia es aplastada con contundencia desde la humildad, como queriendo recordar la caída del imperio británico ante el activismo de la no violencia de Mahatma Gandhi en el 47. Queda entonces a buen recaudo la enseñanza pedagógica de cualquier calle de esa India abarrotada. Es la más clara demostración de que para pelear se necesitan dos: la serenidad de unos contagia de frescura a los demás. Si algo impresiona sobremanera es la seguridad y tranquilidad con que se puede estar afuera. En el centro de una plaza, en el corazón de un mercado repleto al límite, se abren las carteras y se exhiben las cámaras fotográficas sin el más mínimo asomo de temor por la seguridad. La confianza es por tanto contagiosa. Se recuerda por un instante esa dolorosa y errónea afirmación de que la violencia se explica por la pobreza. Un estilo de vida que concilia lo pausado con la agitación total nos permite entender más claramente que cualquier conocimiento viene a manera de amalgama, de mestizaje, de luz prismática. Ahí en el centro de semejante caos se comprende en su total dimensión una filosofía de vida flexible y rica en un chorro de lecciones acerca de la tan mencionada y nunca bien comprendida adaptabilidad e inclusión social. La visita a la tumba de Gandhi es una experiencia particular, sobre todo por la desnudez del lugar a la que no le hace falta nada. Invita a la contemplación y sobre todo es coherente en su diseño con la filosofía de la no violencia.

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India profunda El pueblo indio ha declarado a su religiosidad como una marca de vida cotidiana. Entienden que una manera de estar con los amigos es acompañando sus celebraciones especiales. Por tanto, viven de fiesta en fiesta, porque los amigos pertenecen a distintas culturas, casi todas; distintas religiones, la gran mayoría y, por tanto, adoran a diferentes dioses, esos sí todos. Estamos frente a seres humanos excepcionales para los que casi todo es sagrado. Son 1.025 millones de personas, con 444 dialectos, que necesitan 85 millones de dioses para poder explicar una historia que fue permitiendo que cada una de las culturas que los fue invadiendo a lo largo de la historia, se fuera agregando y permaneciendo una al lado de la otra, sin hostigamiento. Vale la pena no preocuparse demasiado por identificar a los dioses principales. A fuerza de verlos muchas veces y en todas partes se va distinguiendo a Brahma, Sarasuati, Shiva, Parvati, Ganesha, Durga, Vishnú, Lakshmi, Krishna, Rama, Hánuman…

“Para ver más allá de las apariencias” La India es un escenario ideal para entender que “venimos en combo”. Allí todas las dimensiones del ser se manifiestan vitalmente y al unísono, implotan en nuestro interior. Lo físico, intelectual, emocional, espiritual y social se hacen “uno” y es por eso que nos sentimos distintos y más totales. Por tanto, y como consecuencia, mucho más bellos, bondadosos, sensuales, inteligentes, deliciosos, reflexivos, amorosos, pícaros, generosos, simpáticos, casi sobrenaturales. Es, en definitiva, una sensación orgásmica. El viaje nos habilita en el esfuerzo por girar del simplemente ver al hondo mirar. Los ojos internos y externos juegan a cambiar del lente normal al gran angular y al teleobjetivo, del plano general al primerísimo plano, para seguir dejándose tocar por la maravillosa gente de la India. Eso de concentrarse en un ahora en que se tiene todo y a la vez no se cuenta con nada, se palpa maravillosamente recorriendo la India, porque después de muchas horas en un camino casi de herradura, parecido a la entrada a cualquier pueblo de la costa, te sorprende el más bello de los palacios, el más imponente de los templos o el más majestuoso de los fuertes, sin bulla, sin anuncios, con toda la naturalidad; y de la misma manera desaparece. Se toman

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India profunda allí importantes lecciones de desapego, a pesar de que persiste nuestro frenesí comprador que alegra y entretiene nuestro ánimo consumista, a lo que se agrega también el interés casi enfermizo por las fotos en cada uno de los lugares, reafirmando nuestra marca cultural fetichista. Y al igual que en Viaje a Pie, o en Azul Profundo, uno va creciendo en conciencia, va despertando, va dejando atrás el automático que le impedía apreciar, reconocer y disfrutar los asuntos verdaderamente significativos y esenciales. A este punto pareciera extraño que tengamos que ir tan lejos de casa para que suceda. Pasa que allí nos permitimos el tiempo, el ambiente es propicio y nos disponemos. Es algo así como lo que llaman en Salamanca, “encapillarse”. Y por eso se llena de sentido el que seamos recibidos en todos los hoteles a los que llegamos con collares de flores, generalmente de caléndulas. Y como de ñapa, un punto rojo en nuestra frente, “para ver más allá de las apariencias”. En la India se experimentan emociones y sensaciones nunca vividas, como disfrutar el caminar cadencioso de las mujeres que así compensan el atractivo que tienen que ocultar tras el velo, por respeto a sus mayores o por indicación religiosa. Estar en pleno desierto en un bello hotel sin techo en Jaisalmer, con el cielo todo ahí, para uno solo. Cenar a la luz de las velas en el imponente fuerte Mehrangarh de Jodhpur, construido en 1450. Hospedarse en un palacio donde todavía habita la reina de Bikaner. Subir a otro majestuoso fuerte en el pico de una montaña, en Jaipur, sobre un elefante bellamente adornado. Nuestra natural impaciencia y tendencia a enredarlo todo nos hace incurrir en grandes errores, y horrores, de apreciación. Aprendimos de la India que las soluciones fáciles, simples, de bajo consumo, son útiles y eficientes, como es el caso del aprovechamiento del estiércol vacuno para espantar las moscas, limpiar las habitaciones, entejar las casas, cocinar, afirmar las paredes, etc. Otro de los cientos de aprendizajes tiene que ver con el entregarse confiado. Ir en la noche del 26 de septiembre en Varanasi, en plena fiesta de la diosa Durga, en un triciclo por el mercado, rumbo al Ganges, equivale a estar irremediablemente perdido en una noche sin luna, sin estrellas y sin lámpara. Sólo el muchacho que conduce el triciclo sabe para dónde va y el disfrute total se da cuando uno se entrega confiado a él y se deja llevar.

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India profunda Dios se esconde entre nubes y picos nevados Al sobrevolar los Himalayas dan ganas de quedarse. Da susto, pero la experiencia se arrima tanto a lo místico que uno siente deseos de que lo dejen allí, que es un buen lugar para morirse, aunque se adore la hermosa vida. Es una verdadera aparición porque, de pronto, cuando ya parece que nada va a pasar por el exceso de nubosidad, todo lo que cabe en la mirada, desde lo más cercano hasta el infinito, se llena de esbeltas y majestuosas montañas nevadas: grandes, pequeñas, medianas, picudas, cuadradas. Es una potente sinfonía visual. Irremediablemente las lágrimas afloran sin dificultad, a borbotones, por un rato largo, lento, silencioso, de casi veneración. Se constata allí en forma contundente nuestra infinita y grandiosa pequeñez El digno, severo y casi mítico Everest emerge del ya remoto libro de Geografía del colegio a la pura y más vívida de las realidades. ¡Está ahí y es de verdad! Y esa verdad supera la más bella de las imágenes jamás soñadas. Surge necesariamente el deseo fervoroso y la oración profunda porque la vida nos permita volver a ver y sentir esto, pero en compañía de nuestros hijos. El voltaje es muy alto para uno solo. Se baja a tierra como tocado por Dios, sin muchas ganas de hablar para conservar por un rato más ese calorcito abrasador de la emoción plena y sincera. Recordé de manera especial a Don Luka Brajnovick de la Universidad de Navarra, cuando al regalar su libro de versos escribía: Con el deseo de hacer permanentes los estados pasajeros. Eso precisamente es lo que se quisiera, que nos habitara por siempre esa maravillosa sensación de plenitud y felicidad suprema. El pueblo de Nepal se comporta con el extranjero, respetando lo propuesto por su mitología: el visitante es un dios disfrazado. Si tan solo esa lección nos quedara, la convivencia sería una fiesta permanente: cualquier “otro” es el mismo Dios de cada uno, que a manera de peregrino de Emaús, se cruza en nuestro camino. Definitivamente el mundo que hemos construido sería otro, aunque suene ingenuo e ilusorio. Y sólo a un pueblo como el nepalí se le ocurre la hermosa idea de contar, para una auténtica y real protección, con una diosa niña VIVA. La llaman Kumari y si se corre con suerte se le podrá ver a través de su ventana. Es diosa hasta que le llega su primera menstruación y dada esa

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India profunda impureza, abandona su privilegio de diosa y cede el lugar a otra menor que tenga la mayor parte de las 36 cualidades que definen a los dioses.

La Diosa Ganga de Varanasi De ninguna otra manera se entendería que todos, sin distinción alguna, se sumerjan en actitud de veneración. No se están mojando en un charco de agua, están ante la Diosa Ganga y en su templo , el río Ganges. Los límites entre unos y otros Gahts (los de cremación, los del aseo y la oración y las lavanderías) se confunden, lo que equivale a hacer absolutamente todo en el mismo río: lavarse los dientes, asear el cuerpo, lavar la ropa, orar, limpiar de todos los pecados de vidas pasadas a sus seres queridos, o lo que es lo mismo, entregar las cenizas cremadas al río. No se creman, porque ya están purificados, los cuerpos de los niños menores de un año, las mujeres embarazadas, los sacerdotes, los N.N., los leprosos, los muertos por picadura de serpiente. Las vacas sagradas en descomposición también flotan río abajo. El Ganges hermoso, amplio y generoso recibe a todos sin distinción para purificarlos y permitirles el paso a otra forma de vida que dependerá del cómo se haya procedido en la anterior. Por tanto, el karma y el darma serán determinantes del tipo de reencarnación próxima, en algo superior o inferior. Vuelve y juega Azul Profundo más Viaje a Pie, para ir a entrando en una dimensión casi desconocida, un viaje completamente transformador y aleccionador Las mortajas para los cuerpos humanos son una fiesta, las telas más coloridas de todo el ambiente, generalmente rojas, naranjas y amarillas. Es definitivamente conmovedor y nos obliga a la reverencia y al silencio respetuoso el acompañar al hijo mayor del difunto, siempre de pié cerca al sacerdote que iniciará el encendido de la pira. Él rasurará completamente su cabeza como manifestación de luto y emprenderá una larga caminata. Para asegurarse de que la ceremonia transcurra en silencio, las mujeres no asisten a los Gaths de cremación porque su llanto estorba. Es tranquilizante que a las 5 de la mañana, en pleno y bello amanecer en el Ganges, el olor no nos recuerde para nada que es un cuerpo humano el que se está incinerando, porque

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India profunda prevalece el olor de la madera elegida: teca, mango o sándalo, según el presupuesto familiar. Se encuentra uno allí dramáticamente solo entre la multitud y los amigos viajeros, lleno de un maravilloso no se qué, pero en cualquier caso sereno, emocionado, conmovido. Nadie tiene que indicar que nuestras cámaras fotográficas sedientas de imágenes no hagan ningún disparo. Eso se siente y se hace porque no se está ante ningún espectáculo, lo que se nos permite presenciar es un verdadero y sentido ritual de fe, una ceremonia ancestral, que por los siglos de los siglos se ha hecho allí, en la hasta hace poco llamada Benarés, una de las ciudades más antiguas del mundo. Aparece en forma natural la oración privada por nuestros difuntos amados. Lloro en silencio para no hacer patente el porqué no somos bienvenidas en los Gaths. Es inexplicable; en pocos minutos se pasa de la extrañeza, lejanía y algo de temor (lo mismo que le sucede a Anita Delgado, cuando en Pasión India, entrega a su hijo para que sea bendecido por los hijras), a ver todo y a todos como si fueran amigos del alma. Entonces uno siente en cuerpo y alma que el río es su templo sagrado y que cada uno de ellos tiene allí su personal e íntimo encuentro directo con la divinidad. Imposible dejar de preguntarse ante semejante manifestación de fe, cómo quiere uno ser recordado. Sería triste e irreverente alcanzar a ver sólo un río sucio y una gente extraña.

Para venerar al antepasado reencarnado: El Templo de las Ratas Y llega una prueba importante y significativa en Bikaner: entender que no estamos ante un “nido de ratones” de los que conocemos y huimos aterrados y fastidiados, sino en un bello templo blanco con miles de antepasados reencarnados en ratas. Lo que quiere decir que sus muertos están vivos. Basta mirar con respeto la actitud y convicción con que esos creyentes ingresan descalzos a su templo y se ponen en comunión con sus dioses y seres queridos, llevándoles leche y azúcar, para que desaparezca cualquier molestia, fastidio o temor. Se trata entonces de ingresar en claro ejercicio empático, es decir, descentrarse y ponerse en los zapatos del otro para comprender la realidad

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India profunda desde su perspectiva, dejando a un lado la propia. Y como regalo a ese esfuerzo, algunos, muy pocos, alcanzar a ver la rata blanca como regalo de buen augurio. Y salimos exultantes de felicidad como quien gana el premio mayor de una rifa. Y sigue la meditación personal: una India en la que todo cabe, todo pervive y se acompaña, desde el más insignificante de los insectos, pasando por la flacuchenta rata, hasta el elegante camello y el majestuoso elefante. Es una especie de perfecta Arca de Noé con el direccionamiento amoroso de alguien como Francisco de Asís (y no me refiero necesariamente a los Jainistas que barren mientras caminan y usan tapabocas para no matar insectos).

Los templos de Kajuraho, algo más que malabarismo erótico La dinastía Chandela se inmortalizó con 84 templos, de los que sobreviven 22. Aquello es algo más que el regalo de un padre protector a la formación de su hijo. Se constituye en la forma de supervivencia de todo un pueblo de 20.000 habitantes que, literalmente, vive de ese pasado glorioso. Kajuraho es uno de los poquísimos pueblos de la India que cuenta con aeropuerto por la gran afluencia de turistas venidos de todo el mundo a visitar los maravillosos templos eróticos. Y es precisamente allí donde el viaje nos tiene reservada otra sorpresa: el descubrir la filosofía de vida propuesta desde el arte del Kamasutra. Nosotros, perniciosos y simplistas, lo redujimos a su mínima expresión, 64 posiciones sexuales, y resulta que nos encontramos con que son también artes del Kamasutra el cuidado de los ancianos, el interés por todo lo referido a la agricultura, el teatro, el arte de la conversación y la amistad, el leer mucho para tener qué decir, todo tipo de destrezas referidas a las artes y oficios, el ejercicio de la inferencia y la lógica, entre muchos otros. En pocas palabras todo lo que un hombre y una mujer deben saber, sentir y aprender a hacer para disfrutar plenamente la vida, ser cultos y respetados. Se siente necesariamente algo de vergüenza por nuestra cruel ignorancia, a la vez que recordaremos con especial simpatía, y por siempre, aquellas deliciosas e irreverentes carcajadas al pensar y decir todas las barbaridades posibles ante la literalidad de las contorsiones malabarísticas, donde personas y animales presionan por ser protagonistas principales de atractivos y desconocidos juegos eróticos. Fue de alguna manera un retorno a la picaresca infantil, cuando el cerebro y la boca estaban conectados directamente, sin la mediación de la prudencia.

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India profunda La leche derramada de la Vía Láctea desde el desierto Nadie que visite la India puede quedarse sin el clásico recorrido por el Desierto de Thar en Jaisalmer, para gozar del incomparable ocaso en las dunas. Pero lo verdaderamente inolvidable será la cena a la medianoche en pleno desierto. La leche derramada de la Vía Láctea se hace patente, además de que el cielo es generoso también en estrellas fugaces. La perfección del momento aumenta con el disfrute de la música y las danzas de los lugareños, las variadas, picantes y multicolores opciones gastronómicas y la delicia mayor para quienes tenemos nuestras limitaciones con los picantes, el naan. Se vuelve pan delicioso de vida y, lo mejor, lo sirven sin medida porque es el acompañamiento ideal para todos los platos. La generosidad en la repartición del naan (es el pan de la India, hecho con yogur, ajonjolí y semillas de girasol, horneado en las paredes de los hornos de barro) es equiparable con la disponibilidad amplia del agua. El caminar bajo un sol de 42 grados es menguado en forma amorosa y permanente por toallas húmedas y agua a borbotones. En cualquier parte del mundo la hidratación corre por cuenta del bolsillo de cada uno y es difícil obtenerla, pero en la India se reparte sin medida para hacer más amable y placentera la estadía.

Una comunidad que reencarna en el ciervo negro Un año de cárcel le valió a Salman Khan, famoso artista de Bollywood, el atreverse a cazar un ciervo negro en el resguardo de Marwar en Rajastán. La comunidad de los bishnoi los cuidan porque creen que sus antepasados reencarnaron en esos ciervos y por tanto los aman y protegen de todo mal y peligro. Es inexplicable la emoción que se siente recorriendo, al caer la tarde, los bosques donde viven, para gozar de su elegante salto en cámara lenta, como sólo lo conocíamos en cine. Como todos los animales se sienten seguros y sin riesgo, alcanzan a ser descarados. Los micos son dueños de los edificios, también son considerados reencarnación de antepasados y por eso deambulan a su gusto por toda la ciudad. Las ardillas buscan comida con completa confianza. Las vacas, por supuesto, se saben sagradas, las amas y señoras, y lo denotan en su andar sereno, pausado y por donde les plazca. Imágenes de este tipo sólo son

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India profunda conocidas por nosotros en la ficción y el sueño y allí existen en la vida cotidiana de cualquier ciudad.

Agra y el Taj Majal Presento disculpas por mi descaro pero la India es mucho más que el Taj Majal. Al salir de Medellín una de las emociones mayores es poder tener ante los ojos, semejante maravilla, por supuesto. Hay quien lo piensa como el motivo esencial del viaje. Es conmovedor y emocionante, por supuesto, pero regresa uno con la convicción de que en su nivel hay cientos de maravillas en la India que merecen ser igualmente consideradas y disfrutadas.

A manera de epílogo Treinta y cuatro viajeros de la Academia Cultural Yurupary de Medellín, partimos ansiosos y expectantes a la India el 19 de septiembre de 2009 y regresamos el 13 de octubre, “tocados por Dios” y como un grupo consolidado de viejos amigos y confidentes, porque el poco tiempo se compensa con la intensidad de la relación. Y todo por obra y gracia de una India maravillosa, mágica, potente y asombrosa que nos enamoró para toda la vida. Es comprensible y necesario entonces que se requiera una noche de 24 horas -a manera de vigilia- desde Delhi hasta Chicago, atravesando el casco polar, para procesar cuidadosamente en nuestro disco duro el mejor de los sueños, sin un segundo de pesadilla; y de esa manera hacerlo perdurar, mantenerlo vivo en la memoria y en la piel. Al quedar hecho una fiesta y con el alma en la India por mucho rato, siente cualquiera la tentación de vestirse según la indicación de los nativos: de rojo el lunes, para recordar la luna; de amarillo el martes para celebrar a Marte; de blanco el miércoles porque es el día de Mercurio; de azul el jueves, por Júpiter, el favorito de los dioses; de rosa el viernes por la amada diosa Durga; multicolor el sábado para festejar a Saturno y de verde el domingo, por Plutón. Vuelve uno a lo que ellos llaman el Lejano Occidente queriendo presentar disculpas a la India toda por la ignorancia atrevida y escandalosa que

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India profunda exhibimos al demorarnos tanto en llegar a semejante PAÍS, con mayúscula, y pensando que si se afirma que en la India huele mal, duele la pobreza, no vale la pena comprar o hay poco que visitar, vamos a entender que es el pánico legítimo de quien se reconoce débil ante tal exceso de belleza y quiere evitar que otros la disfruten. Sin mucho temor a equivocarme, afirmaría que toda Europa junta no tiene los palacios, templos y fuertes de la India. Por eso se gana estar en los primerísimos destinos de viaje. Nos merecemos descubrirla. Si alguien duda de que un viaje bien preparado, con las personas indicadas y en la actitud de apertura necesaria, equivale a muchos libros leídos, que haga el ensayo de un viaje como éste, para que, sin dejar de leer por supuesto, se agregue una de las experiencias culturales más significativas de la vida.-

Anexo Un ingrediente primordial para el viaje perfecto está dado por la calidad y diversidad de lo compañeros de viaje. El mestizaje maravilloso de sus temperamentos y actitudes de vida hizo buena parte de este viaje a la India y Nepal. Permanecerán en mi memoria con su rasgo primordial, que hace a cada uno de ellos inolvidable.

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Gracias, muchas gracias: Ana María, por tu dulzura Marta, por tu emocionalidad Luchy Cock por tu picardía Marta Luz, por tu sensatez Jesús, por tu goce permanente Julio César, por tu serenidad Luis Carlos, por tu fino humor Miriam Zuñiga, por tu sensibilidad Teresa, por tu silencio Carlos Arango, por tu brinconeo María Eugenia, por tu sentido común Jairo, por tu ingenuidad Cecilia, por tu distinción Beatriz, por tu placidez Miriam, por tu seguridad Berenice, por tu oposición Aleida, por tu sensualidad Piedad, por tu delicioso cuentero Astrid, por tu simpatía Patricia, por tu autonomía Dayro, por tu buena vida Georlín, por tu adaptabilidad María Elena, por tu afectuosidad Silvia, por tu sosiego Gloria Correa, por tu diplomacia María Victoria, por tu equilibrio. Olga, por tu alegría Gloria Uribe, por tu potencial mediador Clarita, por tu generosidad Daniel, por tu paciencia Lucy de Henao, por tu frescura Gloria Zapata, por tu naturalidad Sunny, por tu servicialidad Carlos Arturo, por tu bondad y tu maravilloso amor.

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