El libro negro de las marcas

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K. Werner, H. Weiss

El libro negro de las marcas

La tailandesa Suthasini Kaewlekai trabajó durante once años para la firma Par Garment, cuya cartera de clientes estaba compuesta por marcas tan conocidas como Nike, Adidas, Puma, Asics, Fila, Gap y Timberland. Esta pequeña y delicada mujer cuenta en thai (su lengua materna) que, al igual que la mayoría de las costureras, ella sólo recibía un salario mínimo de 162 baht al día, es decir, 4,80 euros.3 "Para vivir, eso no alcanza. Y tampoco tenemos seguro social. A todo esto, la gerencia nos había asegurado 300 baht (8,90 euros) diarios y once días de vacaciones al año. Pero durante meses no nos pagaron ni siquiera el salario normal." Por esa razón, algunas trabajadoras acudieron a la Justicia; entre ellas, Suthasini Kaewlekai.

Partirles el cráneo y llevarlas a la tumba Los jueces del tribunal laboral de Thanya Buri sugirieron a las costureras que se dieran por satisfechas con el cuarenta por ciento del salario acordado, alegando que la empresa estaba atravesando una crisis financiera, recuerda la mujer. Como las delegadas del personal no quisieron aceptar esta propuesta, uno de los jueces dijo: "Ustedes son unas testarudas. Si yo fuera su empleador, no sólo las despediría, sino que además me buscaría a alguien que les partiera el cráneo." Luego, los jueces volvieron a preguntarles qué querían hacer. Pero como ellas insistieron en su derecho a recibir el salario pactado, los jueces cerraron la causa con las siguientes palabras: "Pronto irán a parar a la tumba." En mayo de 1999, Suthasini Kaewlekai y sus compañeras de lucha fueron despedidas. Las entidades de derechos humanos coinciden en que los derechos de los empleados están siendo más pisoteados que nunca, sobre todo desde la crisis económica que afectó a los "tigres" del sudeste asiático. Los empresarios aprovechan la inestabilidad política y económica para negociar rebajas en los impuestos y ajustes en el ámbito social. Para ello cuentan con el apoyo del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional, que operan en los países altamente endeudados del Tercer Mundo defendiendo ante todo los intereses de los acreedores occidentales. La enorme presión que ejerce la deuda obliga a muchos países de Asia, África y Latinoamérica, pero también a buena parte del ex bloque comunista, a mantener el salario mínimo debajo de la línea de pobreza, ya que, de otro modo, el Estado ni siquiera estaría en condiciones de pagarles a sus propios empleados. Quienes sacan partido de esta situación son las multinacionales, que se escudan cínicamente en el salario mínimo estipulado por el Estado.

36 centavos más para un salario digno "En sí, sería muy razonable crear puestos de trabajo en los países pobres, radicando la producción fuera de los países ricos", opina Christian Mücke, de la campaña Clean Clothes.4 Pero para poder hablar de inversiones en esos países también habría que pagar salarios que aseguren un nivel de vida adecuado y que además permitan generar reservas. Y Mücke sabe que, "obviamente, un salario digno en Bangladesh no es lo mismo que un salario digno en Alemania. Además, sería contraproducente exigir eso. Sólo se crearían tensiones sociales. Hay que posibilitar una vida decente dentro de las condiciones locales." Aunque Mücke cree que aún se está muy lejos de eso. Por ejemplo, si los 150.000 obreros textiles de Indonesia ganaran apenas 11 euros más por mes, no sólo podrían vivir dignamente sino que también podrían enviar a sus hijos a la escuela. Y el precio de las zapatillas se incrementaría nada más que en 0,36 euros.5 Pero en las condiciones actuales, los niños se ven obligados a trabajar porque el ingreso familiar no alcanza. 3

Entrevista con Klaus Werner, 30.5.2000 Entrevista con Klaus Werner, 10.10.2000 5 "Fiinf Schilling sichern die Ausbildung", Der Standard, 18.5.2000 4

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