Semanario Versión Final

Page 18

Cultura

página 18 Maracaibo, del 23 al 29 de mayo de 2008

Semblanza

Jorge Quintero celebra sus 40 años de carrera artística

El tenor de las Américas Los arrullos de su abuela lo cautivaron cuando tenía seis años, de allí su amor por la música. Se inició cantando bambucos, danzas y gaitas con Astolfo Romero, en 1968. Descubrió que la ópera era el traje a su medida a los 21 años. Hoy es uno de los exponentes más exitosos de América y el mundo. Andreína Gil Foto: Ana María Viloria En el teatro de la memoria un niño cierra los ojos. Vuela. Los arrullos de una melodía de Enrique Santos Discépolo entonados por Carmen Elena Quintero, su abuela paterna, lo llevan lejos. Elena acaricia su cabello mientras que el oído de Jorge Quintero se hace sensible captando tal dulzor. “Mi abuela era muy aficionada a cantar los tangos de Hugo del Carril y Gardel, entre tantos otros. Fui su preferido toda la vida y mientras me peinaba y me hacía los mimos de abuela, me cantaba el tango Yira-yira, de Santos Discépolo. También me entonaba el bolero mexicano La flor de salia”. El tenor zuliano se desdobla en el tiempo para celebrar 40 años de carrera profesional. Una trayectoria exitosa, reconocida incluso por la Organización de Estados Americanos (OEA), que lo nombró “El tenor de las Américas”. Se trata del más grande exponente de la ópera nacional, con huellas en los mejores escenarios de Europa y el mundo. Ese niño que lleva por dentro acude al teatro de los recuerdos. Y escucha la armonía de las guitarras de Armando Molero y Jesús Reyes “Reyito”, quienes visitaban su casa en El Moján, municipio Mara. Ellos con su música hacían que al pequeño Jorge se le salieran las lágrimas cuando apenas tenía seis años. Sin duda, en sus primeros contactos con el arte musical ya se manifestaba una inquietud por los sonidos y las voces.

Descubriendo la música Cuando su familia se muda a Maracaibo comienza a figurar en participaciones culturales de la Escuela “Lucila Palacios”. “Recuerdo que cuando estaba en segundo grado cantaba José, el platanero, de Rafael Rincón González y Tu Boca es como una flor”, narra. A los 14 años culmina sus estudios en el Conservatorio de Música, para ese entonces llamado Academia de Música, dirigida por el maestro Luis Soto Villalobos. A

esa edad tiene el honor de conocer al maestro de las gaitas Astolfo Romero, a quien permaneció unido por un fuerte lazo de amistad. Ambos solían cantar música popular en estilos como bambucos, gaitas y danzas. Así, en 1968, se inció formalmente en la carrera musical. Sus trabajos con Astolfo se materializaron en un disco profesional en 45 revoluciones. Astolfo inmortalizó La negra bembona y Quintero Lamento guajiro. Pero no fue sino hasta los 21 años cuando descubrió la ópera a través del italiano Giuseppe Verdi, con La traviata. Para el zuliano su encuentro con este estilo de arte canoro significó un matrimonio, un flechazo instantáneo. “Cuando escuché por primera vez el sonido musical de la ópera”, afirma, “me dije que ésta era la vía vocal que quería, a pesar de que mi formación vocal era muy pobre. Por azar conocí al que fue mi maestro de siempre y para siempre, y quien descubrió mi verdadera voz de tenor operístico, el maestro italiano Oswaldo Alemanno, quien me dijo que tenía que ir a Italia a perfeccionarme porque tenía un instrumento vocal único”. Su maestro musical, ya fallecido, Oswaldo Alemanno desde que conoció el gran instrumento vocal que tenía Quintero, lo comparó con los grandes: Mario de Mónaco, Luciano Pavarotti y Plácido Domingo. La ciudad de Treviso y Vittorio Veneto, en Italia, fueron cuna del perfeccionamiento de la voz del tenor zuliano graduado en Idiomas en LUZ, y que habla inglés, italiano, francés, alemán y español. El camino fue empinado. Cuando comenzaba a sumergirse en la pasión que descubría pasó momentos difíciles y de sacrificio por perseguir su sueño. Lo más difícil fue hacerle entender a su familia que estaba destinado para la ópera. La protección innata de sus padres iba en contra de la decisión que él había tomado para su vida. En el teatro de la memoria de Quintero hay luz, pero también desiertos y pedregales. A los 12 años se le abrieron las puertas para estudiar en Europa. La Academia de

Ocho horas diarias de ejercicios vocales practica Jorge Quintero como parte de su preparación. “La respiración lo es todo”, dice.

RASGOS PERSONALES Jorge Quintero nació el 15 de octubre de 1954. Tiene 30 años de matrimonio con Yamilav de Quintero, con quien tuvo tres hijos y seis nietos. Es un hombre tranquilo, justo, perfeccionsita y balanceado. Le gusta que cada cosa vaya en su lugar. No tolera las injusticias y es muy ponderado. Le gusta mucho la lectura

biográfica. En su casa tiene una biblioteca en la que almacena autores, de pluma extraordinaria como él los define, como Thomas Mann y Leonardo Padrón. En materia musical es un fiel admirador del florentino Mario del Mónaco y lo considera el más grande tenor del mundo porque en sus más de 40 años de trayectoria musical le

dio la vuelta al mundo más de 10 veces. “Mario del Mónaco tuvo el record de grabar 465 veces la ópera más complicada para cualquier voz de tenor que es Otello, de Giuseppe Verdi. Ha sido la voz más extraordinaria que he escuchado en estos 40 años de carrera”, recordó sonriente.

Música le había otorgado una beca para perfeccionar sus estudios en España, pero su familia se opuso. Igual sucede cuando comienza el bachillerato y sus padres se niegan a una nueva oportunidad de estudio, esta vez en Alemania. Sin embargo, el tenor zuliano hoy entiende la posición que tomaron sus padres. “Lo hacían para protegerme, pensaban que aún era un niño. Yo ahora, como padre ahora los entiendo más”. Habla quien luego ganó decenas de eventos nacionales e internacionales de canto, quien ha interpretado composiciones con orquestas sinfónicas de Francia, Italia, Yugoslavia, Italia y Colombia.

momentos antes de salir a cantar. Y cae la lluvia en el alma. “Te puedes imaginar cómo resulta para uno, una noticia de esa magnitud con un familiar tan cercano, justo en el momento antes de salir a cantar. Es una lucha entre el ser y el deber ser. Ofrecí casi dos horas de concierto frente a un escenario repleto, y de allí salí para el compromiso con mi familia”. Otro de los arduos momentos por lo que pasó fue más reciente, en 1999, cuando llegó por tercera vez a Europa para continuar su preparación en Dirección de Orquestas y Composición Musical, en el conservatorio San Pietro Mayela, de Napolés. Allí se enteró de la noticia del fallecimiento del maestro Juan Belmonte, fundador de la Orquesta Sinfónica del Zulia, a quien quería como un hermano. La noticia la recibe, nuevamente, poco antes de salir a cantar en la temporada de conciertos de la Asociación Franco-Napolitana. “Él fue uno de mis compositores predilectos porque casi todas las obras que escribió las compuso para mi voz, como Vazimba, Alitasía, La rosa del cielo y tantas otras. Su muerte fue un golpe terrible

porque era un hombre extraordinario, con una juventud eterna”, recuerda con sentimiento. Después de 40 años de dejar huellas marabinas en los mejores escenarios del mundo de la música, el único sueño que anhela Quintero, es que Venezuela alcance un desarrollo pleno a través de la verdadera revolución de las artes. Y dice: “Quiero ver que a nuestras orquestas se les dé el trato que se merecen, a los jóvenes de las orquestas sinfónicas con sueldos dignos y a todo el sistema nacional de orquestas de mi país como un solo bloque compactado. Que no haya desigualdad, no es justo que en Caracas hayan orquestas con alto presupuesto y aquí haya una orquesta a punto de desaparecer como la Sinfónica del Zulia. Quiero ver a mi país enrumbado por las vías de las bellas artes”. Entretanto, el teatro de la memoria abre sus puertas. La abuela se sienta en una mecedora a cantar tangos o boleros y aquel niño se acerca. Los ojos de la amada Carmen Elena cantan profundos y el sueño extiende sus alas con una caricia musical, una caricia con partituras de amor.

Momentos de dolor A pesar de su exitosa carrera, en su mente, como marca de hierro sobre una res, pesa un momento crudo, de dolor. Sucedió en 1983, cuando durante un concierto con la Orquesta Sinfónica de Maracaibo, en el estreno de la obra Réquiem para Bolívar, en honor al bicentenario de la muerte de El Libertador, se entera que su hermano Adelis estaba en la morgue. El tenor conoce de la tragedia


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