Diario Versión Final

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Maracaibo, domingo, 22 de enero de 2012 ZULIANIDAD VERSIÓN FINAL 9

En la Cárcel Pública de Maracaibo encarcelaron a centenares de presos políticos durante la dictadura.

CÁRCEL PÚBLICA Es una edificación convertida en un simple silencio y en las miradas esquivas y sin historia de los transeúntes de la antigua “Cárcel Pública de Maracaibo” —o después de 1952 “Retén Policial”—. Fue construida al norte de la “Cañada Nueva” (hoy Lara) y frente a la vía donde circulaba el tren Bella Vista, cuya avenida en la actualidad posee su nombre. Su edificación está dividida en dos partes: Una recuerda a la arquitectura funeraria faraónica en forma de pirámide truncada, de base rectangular, y en general al estilo y estética de la civilización egipcia, puesto que los muros y las paredes se encuentran inclinadas en las torres. Y el otro corresponde a las exigencias funcionales de las estructuras penitenciarias. El monumento consta de tres niveles: sótano, planta baja y planta alta. Del primero se desconocen sus

Aníbal Molina Blanchard

particularidades porque fue sellado desde que funcionó como “Retén Policial”. La planta baja ocupa la mayor extensión de la obra. Es de distribución simétrica y comienza en la entrada principal hasta un patio descubierto donde se encuentran los diferentes espacios que alguna vez formaron la administración, la despensa, los salones de arrestos, las zonas destinadas al servicio médico y demás salas de exposición. El resto del edificio está constituido por tres construcciones donde se hallan las antiguas celdas de reclusión. En una de las celdas, durante la dictadura, falleció Marcial Morales sin ser conducido a ningún hospital de la ciudad. Al doctor del lugar, José Domingo Leonardi, le prohibieron seguir atendiéndolo.

Jesús Ángel Paz Galarraga

En las oficinas de la Seg

uridad Nacional tortur aban a los procesados.

SEGURIDAD NACIONAL En la dictadura de Pérez Jiménez existía en Maracaibo una verdad como un templo: la Seguridad Nacional era el edificio del terror. Los agentes ocupaban los dos primeros pisos de la edificación situada en “El Milagro” con la avenida “El Libertador”. Aún hoy se mantiene en pie la estructura, aunque abandonada. Hugo Rodríguez, funcionario de la oficina de Identificación del régimen, la cual ocupaba el tercer piso del edificio, desempeñó en incontables situaciones su trabajo con un coro de gritos desgarradores de fondo. “Siempre nos enterábamos cuando torturaban a un preso, pero jamás nos atrevimos ni siquiera a pensar en asomarnos, o a interrumpir los que hacíamos en el momento”, dijo Rodríguez. El miedo era compartido. En los

Raúl Henriquez Estrell

a

primeros años del régimen muy pocos fueron los que tuvieron el coraje de cuestionar el sistema imperante. Las entradas de los prisioneros al edificio eran nocturnas. Hugo nunca vio las caras que emitieron por años los lamentos escuchados. Los agentes supieron cómo mantener sus atrocidades ajenas al resto de los empleados públicos. “Sólo los escándalos de los torturados revelaban las acciones violentas del régimen. El resto del trabajo era silencioso. Eran atropellos realizados por profesionales”, contó. Los mecanismos de vigilancia y captura radicaban en operaciones diversas. Un policía de apellido Uzcátegui, recordó Hugo, se hacía pasar por indigente para perseguir a los políticos que la dictadura quería encarcelar o, simplemente, desaparecer.

Luis Vera Gómez

Sueño de fuga de llíderes íd Marabinos Adelso, junto con el doctor Jesús Paz Galarraga, Luís Vera Gómez, Aníbal Molina Blanchard y Raúl Henríquez Estrella, pensó en algún momento fugarse, pero no se atrevió. “Realmente era una locura. A veces nos embriagaban esas ideas, aunque nunca nos quisimos arriesgar. Sin embargo, había que resistir”, contó. Aunque el sueño de fuga revoloteaba en sus conversaciones, sus principales esperanzas se posaron en la democracia. “En la cárcel nos reuníamos para discutir la realidad política de la época, de la que leíamos y escribíamos siempre”. El único que concretó en alguna oportunidad una fuga fue Paz Galarraga, en

un traslado a Maracaibo desde San Juan de los Morros. En el antiguo aeropuerto de la ciudad, al momento de su llegada, hubo un apagón. Cuando encendieron las luces, él ya había desaparecido. Pero lo apresaron días más tarde. Ya en la cárcel, según Adelso, el médico se mantuvo sereno. Encerrado entendió que no podía aventurarse a tomar decisiones peligrosas. Y no se equivocó: luego de la dictadura su resistencia le valió para lanzarse como candidato en las elecciones presidenciales de 1973, que ganó Carlos Andrés Pérez. A pesar de que a los presos políticos sólo les permitían recibir visitas durante

15 minutos una vez al mes, a diferencia del resto de los presos comunes, que disfrutaban de cuatro, maquinaron las posibilidades de filtrar papeles y libros. Rosa Ramírez de Muñoz, novia para el momento de Rafael Muñoz Pirela, otro prisionero político, se arriesgó al evadir los rigurosos mecanismos de control de la cárcel. Ella decidió pasarle clandestinamente notas de prensa y, como estaba prohibido, las envolvió en papel celofán y la arropó con el arroz con pollo que había preparado. “Pero él ya las sabía. Me dijo que los presos conocían las noticias antes que el resto de los ciudadanos. Tenemos nues-

tros medios de conseguir las informaciones”, recordó Rosa. Él quizá se refería a los colaboradores clandestinos de Acción Democrática, los cuales estaban desparramados por el país. Los familiares tampoco se encontraban ajenos a los atropellos del régimen. Los allegados a los precios políticos, con pocas excepciones, soportaron los estragos represivos: allanamientos nocturnos, interrogatorios y torturas. La opresión política era asfixiante y la deslegitimación del poder no aguantó. El cambio resultó necesario para un país harto de los controles. El 23 de enero de 1958 se convirtió en ese día esperado.


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