Julio Verne - Aventuras de tes rusos y tres ingleses en el Africa Austral

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Aventura de tres rusos y tres ingleses en África Austral

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suelo, encaminándose hacia su presa. El sabio, ajeno al peligro, permanecía con la vista fija en su cuaderno de notas. Mokum hizo una seña a Sir Murray y ambos hincaron una rodilla en el suelo. Luego, apuntando con sus armas lo más certeramente posible, apretaron el gatillo, dejándose oír una doble detonación. Dos cocodrilos cayeron al agua y el resto de la manada huyó despavorida. Al ruido de los disparos, Nicolás Palander levantó al fin la cabeza, reconoció a sus compañeros v agitó su cuaderno en el aire, al tiempo que exclamaba con alegría: -¡Lo tengo! ¡Lo tengo! Sir Murray y el bushman fueron a su encuentro. Cuando los tres hombres se encontraron frente a frente, el aristócrata, profundamente intrigado por el sentido de las exclamaciones de su colega, preguntó: -¿Qué es lo que tiene? -¡Lo he encontrado! ¡Lo he encontrado! -repitió Palander, como llevado por un loco frenesí. -¿Qué ha encontrado usted? -insistió el inglés-. ¡En nombre del cielo, hable claro, se lo ruego! -He encontrado un error de un decimal en el logaritmo centesimotercero de James Wolston. Sir Murray y Mokum le contemplaron boquiabiertos. ¿A esto había dedicado su tiempo el sabio ruso durante aquellos cuatro días? ¿A encontrar un error en un logaritmo? Cierto es que James Wolston ofrecía una prima de cien libras a quien lo descubriera, pero ni siquiera el importe del premio logró disipar el estupor que sentían los dos hombres frente a aquel sabio distraído. Le llevaron de regreso al campamento y, una vez allí, intentaron averiguar cómo había pasado esos cuatro días, pero el ruso no les supo responder con precisión. No había advertido los peligros que le acechaban y le costó mucho trabajo creer lo que le contaron acerca de los cocodrilos de la laguna. Tampoco había pasado hambre, alimentándose exclusivamente de logaritmos. Mathieu Strux no quiso hacer reproches a Palander en presencia de sus colegas, pero hubo motivos para creer que, en la intimidad, el sabio sufrió una fuerte reprimenda de su jefe. Recuperado de nuevo el ritmo normal de vida, se reanudaron los trabajos geodésicos en el punto en que habían sido interrumpidos. Un tiempo sereno y claro favorecía las operaciones. Se añadieron nuevos triángulos a la red y sus ángulos fueron severamente determinados por las habituales comprobaciones. El 28 de junio los astrónomos habían logrado establecer la base de su decimoquinto triángulo, el cual, según los cálculos estimados, debía extenderse entre el segundo y el tercer grados. Faltaba, para terminar, medir los dos ángulos adyacentes, observando una estación situada en su vértice. En este punto se presentaba una dificultad física. El terreno estaba cubierto de bosquecillos, y este hecho no favorecía precisamente el establecimiento de señales, pues la visibilidad se hacía difícil. Tan sólo había un punto que podía servir para este propósito, pero se encontraba a enorme distancia. Era la cumbre de un monte de unos cuatrocientos metros, que se elevaba a unos sesenta kilómetros hacia el Noroeste. En estas circunstancias, los lados del

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