Manolito Gafotas

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La sita Asunción se quejó al guardia por la poca protección que había en el Museo y a mí me dio un beso y me dijo que podía ir en la primera fila del autocar con ella en mérito al honor o al soldado des conocido, no me acuerdo. Antes de salir a la calle entramos todos en el water del Museo para mear, que es lo que hacemos siempre que nos llevan a cualquier sitio, y allí estaba el atracador. Me coge del brazo y me dice: —Mira, Gafotas no me puedo explicar cómo sabía mi mote vine de Mota del Cuervo a Madrid porque en esta ciudad no me conoce nadie y resulta que me vas a jorobar tú todos los días el negocio. Yo le dije que no lo había hecho con mala intención, que le había acusado a él para que no me acusaran a mí. Y para que me soltara, para que me dejara de pellizcar el brazo, le dije un sitio donde podía atracar a sus anchas y sacar su navaja de Mota del Cuervo sin que yo saliera a meterme donde no me importa. La Sita Asunción no me regañó por una vez en la historia cuando llegué tarde al autobús; me estaba esperando en la primera fila. Y yo me senté delante de las narices de todos mis compañeros, al lado de ella, en mi nuevo papel de niño pelota. Estuve muy contento sólo durante tres minutos y medio, después me empecé a aburrir como una oveja, veía como Yihad se estaba quedando ronco de cantar ¡El Orejones no tiene pililo! y me estaba muriendo de envidia. Mi señorita aprovechó para enseñarme todos los monumentos que nos íbamos encontrando a nuestro paso, y me dio por pensar que a Madrid le sobraban monumentos.


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