VAVA MX - Edición 001 - Febrero del diecisiete.

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#LíneasDuras El arte de cagar parado. Fernando Morote. Nueva York. Estados Unidos. | en la cinco. #LíneasDuras Carta para Emilia. Valeria Pedrerol. Rosario. Argentina. | en la nueve. #RompiendoMex. Eva Davai. Staff VAVA MX. Querétaro. México. | en la doce. #AbusoÓptico La hiena cósmica. Staff VAVA MX. Querétaro. México. | en la dieciséis. #LíneasDuras Verme crecer otra vez. Úrsula Manzur. Buenos Aires. Argentina. | en la diecinueve. #LíneasDuras Sobriedad y elegancia. Marcial Fonseca. Querétaro. México. | en la veintidós. contactovava@gmail.com| VAVA MX | 3


DIRECTORIO FUNDADOR Y EDITOR EN JEFE Marcial Fonseca Querétaro. México. COLABORACIÓN ACTIVA: Fernando Morote. Nueva York. Estados Unidos. Úrsula Manzur. Buenos Aires. Argentina. Valeria Pedrerol. Rosario. Argentina. PEDACERÍA VISUAL: Cortesía de Pixabay. Algunas tomadas de redes con previa autorización. ContactoVAVA@gmail.com

+++ Todo el contenido vertido es responsabilidad de cada emisor. VAVA MX sólo lleva a cabo la difusión de la diversidad y de las distintas maneras de hacer. No hay truco. No hay parte del contenido que vaya, de alguna manera, encaminado al lucro o la ganancia. VAVA MX física y digital, es un concepto sin afán de enrequecimiento. Registros en trámite.

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S O M O S VAVA M X Tratamos de dar movimiento a la libertad de expresión rajando la paz. Estamos convencidos que el ruido es el vehículo principal para combatir, y que la censura no lleva a ningún maldito lado. Tenemos edición digital y fìsica cada dos meses. Acompañamos con página en línea de colaboración permanente. Buscamos la solidez y lograr meternos en periodos más breves, contantes y dinámicos.


#LíneasDuras

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amino mareado, como borracho. Siento el cuerpo cortado. Pero no estornudo. No tengo congestión nasal ni enfriamiento en el pecho, aunque sí un molesto dolor de cabeza y una creciente pesadez. No se trata de un resfrío sino más bien de un nuevo y severo caso de estreñimiento intestinal. Una nube de caca empaña mi horizonte. No me deja pensar. Tenía planeado ir al club, jugar un poco de frontón, tomar sol y bañarme en la piscina. En lugar de eso debo quedarme en cama, postrado, débil, sin ganas de nada, casi exánime, ingiriendo medicinas a granel, haciendo dieta y guardando reposo. Mi forma de comer arruina siempre la fiesta. Si hago un inventario de mi vida defecante, puedo ver claramente que mis mejores y más espectaculares performances han sido protagonizadas en casas ajenas. La de mi suegra, para empezar. Fui a pedir la mano de quien es hoy mi esposa y me la pasé encerrado en el baño con diarrea de nervios. Terminé atorando el wáter. Después de mí el único que se atrevió a entrar fue el gasfitero. Defecar en casa ajena, en las proporciones que suelo hacerlo, es el atentado más grande y cruel contra la intimidad personal.

El arte de cagar parado. Fernando Morote

Mi precario y avinagrado estado de ánimo se agravó en otra ocasión a causa de una infección estomacal que me tenía haciendo caca sin parar desde el día anterior. Iba, además, retrasado para llegar al trabajo. El ómnibus se demoraba una eternidad. La presión en mis vísceras resultaba ya prácti-

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Llevaba casi una semana sin poder ir al baño. Un fecaloma impresionante se había formado en mi duodeno. Ya ni siquiera podía pensar a causa del embotamiento. No distinguía las diferencias. Cuando llegó mi hermana con su esposo de visita a la casa, a ella le di la mano y a él lo saludé con un beso en la mejilla. Mi abuela acudió a auxiliarme. Me desnudó y echó boca abajo sobre la cama. “No te muevas”, dijo. Y me conectó un enema de agua fría que me hizo zapatear. No dio resultado. Era una piedra de caca lo que cargaba en mi interior. Entonces hizo la prueba con agua tibia. Parecía que iba a funcionar. Sentí que mi estómago se movía. Pero minutos después todo regresó a su estado anterior. La materia fecal se manifestaba dura como un bloque de cemento. No quedó más remedio que partir de emergencia al hospital. Otra vez a desvestirse. Junto a la camilla había un wáter. Pelado, sin cuarto de baño, exento por completo de resguardo y respeto al pudor. Luego entendí por qué. El enema que me inoculó el médico esta vez fue de bario, un químico blanco y espeso que irrigó mis entrañas y demolió el fecaloma de manera brutal. No hice más No me fue mejor aque- que bajarme de la camilla y lla mañana que sentía la sentarme sobre el wáter. Si cabeza a punto de estallar. hubiera estado más lejos hacamente insoportable. Por más que ajustaba las nalgas, tratando de cortarle la cola al dragón, sentía que un huayco caliente y marrón empezaba a desbordarse dentro de mis pantalones. “¡Bajan!”, grité desesperado al conductor. La gente alrededor se asustó. Nadie podía imaginar mi drama interno. En plena Plaza Grau, a las 7 y media de la mañana, sólo un ingenuo hubiera pretendido encontrar un taxi que no estuviera abotagado de pasajeros, apurados por llegar a sus empleos. Estaba a punto de rendirme, inventando ya una historia que pudiera justificar mi incontinencia en la vía pública para cuando arribaran las autoridades. “¡Papel!”, clamé esta vez, con la mano estirada, pero en un acto inconsciente, porque en realidad estaba tratando de detener un vehículo de alquiler. Un chofer determinado a hacer su obra de caridad del día me llevó volando a la oficina. Sentado en el trono me vinieron a la mente reflexiones trascendentes. Cuando terminé miré al fondo del wáter. Mi abundante deposición había formado graciosamente una figura con el mapa del Perú. Jalé la cadena.

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bría esparcido excremento por toda la habitación. No sé cuál puede ser la relación exacta, pero al terminar de defecar sentí que se me despejaba la mente y se aclaraban mis ideas. “Sin duda la mierda es un elemento prodigioso”, pensé: “permite que nos limpiemos el culo”. El ajetreo urbano de oficinistas, ambulantes y cargadores de bultos estaba salpicado de barro y suciedad ese lunes a mediodía en el jirón Paruro. Sol abrasador en plena hora punta. Los camiones de la basura no estaban en huelga, pero quizás de vacaciones. Yo caminaba despreocupado hacia alguna parte cuando me topé con una escena que me hizo tomar conciencia de mi propia miseria. ¿Qué edad tendría aquel caballero? ¿Setenta, quizás? Ochenta, tal vez. ¿En verdad estaba haciendo eso? “¡No te pases!”, rumié con indignación. El senil personaje estaba sosteniendo con ambas manos una pared de adobe. Parecía que hubiera descubierto una fisura importante y trataba de impedir que se desmoronara. Miraba de reojo a ambos lados, como pidiendo ayuda. Daba la sensación de estar sometiéndose voluntariamente a una implacable pesquisa policial. Pero no

se veía un solo oficial cerca. Con los ojos de un pajarillo que se sabe a punto de ser fulminado por un perdigón, volteó para mirar atrás por encima de su hombro. Con manos temblorosas, se soltó la correa y abrió las piernas. Empezó a bajarse los pantalones. Se aflojó el calzoncillo hasta dejarlo caer sobre sus tobillos. A lo mejor sospechaba que la indiferencia de los peatones podía protegerlo de la burla, el escarnio y el castigo. Quedé paralizado de horror. De haber hecho más calor pudieron haber entrado 60 moscas en mi boca abierta. Un hilo de churreta comenzó a gotear de su culo flaco y arrugado. ¡Qué personalidad, por la puta madre! El viejo se cagó literalmente en el mundo. Eso no fue contra la ley. Fue contra la pared. No me quedó entonces ya ninguna duda de que hasta las actividades cotidianas más prosaicas requieren cierto arte para ser desarrolladas. Digamos, tirarse un pedo, por ejemplo. Pero en público y permaneciendo anónimo. Hace falta oprimir el ano y ajustar las nalgas de un modo especialmente particular para que el viento sea expedido silenciosamente, sin causar ruido ni divulgar el origen o al autor. Como en aquel bus que me

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llevaba a los Registros Públicos. El destartalado vehículo estaba vacío, aunque todos los asientos venían ocupados (vacío, en el transporte público peruano, significa no hacinado). Siguiendo mi tendencia al aislamiento y las indicaciones del cobrador, avancé al fondo y me instalé de pie en la última fila de asientos. Me sujeté del pasamanos superior y traté de mantener en equilibrio mi portafolio. Viajaba con un pedo atravesado desde hacía rato. Quizás un efecto retardado de la comida de la noche anterior. Los baches y el bamboleo terminaron por sublevar mi estómago. Concluí entonces que seguir conteniendo el gas en el interior de mi cuerpo era un atentado contra mi propia salud. Aproveché los saltos del autobús y la presencia amenazante de un rompe-muelle para dejarlo salir despacito. El ruido de la carrocería atenuó, disimuló, escondió el sonido de la expulsión. Resultó absolutamente discreto. Pero el olor pronto empezó a jugar en mi contra. La chica que venía sentada al lado de donde yo estaba parado hizo un gesto desagradable, como si se hubiera sentido ofendida, agredida de mala manera. Se tapó la boca de manera urgente para expresar claramente que estaba reprimiendo una náusea repentina. Con una mano empezó a agitar vivamente el aire, a fin de crear algo de ventilación que la rescatara de esa pestilencia sofocante. Me miró con tanto odio que creí reconocer en el fundillo de mi pantalón un humo delator. Al otro lado del pasillo, a mis espaldas, un hombre que venía dormido, cabeceándose contra el pasamanos del asiento delantero, despertó abruptamente. De un brinco se levantó y corrió a abrir la ventanilla más cercana, sin importarle el frío invernal de esa mañana. Entre dientes, mientras me insultaba con la

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mirada, hizo un comentario alusivo a mi madre. Debido a ello -mi impericia en el arte de cagar parado-, hace una buena temporada que no tomo desayuno (por falta de tiempo) y no almuerzo (por falta de dinero). En todo caso, es una buena combinación para mantener la figura en forma y dejar de sentirme por tal motivo oprimido, comprimido, exprimido, reprimido, deprimido, constreñido.


#LíneasDuras

Carta para Emilia.

Valeria Pedrerol Emilia: Por qué quisiste llegar a esto? Nos destruiste. Arruinaste la primavera e hiciste que todos crean que estoy loco. La gente habla de mí, mi rostro está en programas de televisión y en diarios. Mi vida ya no es la que conocía y no lo volverá a ser jamás. Me hiciste entrar en este vórtice de locura, ira y descontrol, este agujero de gusano sin salida. Ahora estoy con estas personas que, aunque al menos me permitieron escribirte, me miran con asco. Prometieron que te harían llegar esta carta pero quién sabe. No confío en ellos y no me merecen ningún respeto. Si no pueden entenderme, ¿qué pueden saber del amor o de la justicia? Menos que tú. Si yo me hubiese quedado de brazos cruzados como un espectador ante tu malicia, no dudo que el mundo hubiese seguido girando como si nada, como siempre. ¡Claro que sí! Pero yo no quiero vivir en ese mundo, donde gente como tú desprecia, ignora, pisotea y mata. Simplemente no podía dejar que te salieras con la tuya. Oprimido entre estas cuatro paredes, intento recordar ese primer momento en que me sentí hechizado por ti. Parece tan lejano.

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Cuando te conocí, me parecías un soplo de aire fresco en medio de tanta desidia humana, tanta indiferencia. Había pasado mucho tiempo sin mirar, verdadera y profundamente, a los ojos de alguien hasta que mi vista encontró la tuya. Voy a extrañar esa calidez del alma. Y la primera vez que nos acariciamos mutuamente… me hiciste sentir un hombre de verdad, Emilia. Creí que eras un ángel, me sentí bendito en tu presencia. Despertaste algo irrefrenable en mí,

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un deseo intenso de dártelo todo: mi amor, mi ternura, mi cuerpo y mi vida. Me tenías. ¡Y querías tenerme! Por eso aceptabas todas mis invitaciones, ¿no? Pero, al parecer, todo era un juego para ti. Sólo querías divertirte avanzando de casillero en casillero, victoria tras victoria. ¡Las personas no son juguetes, no se les usa y luego se les olvida! Si lo haces, estás del lado equivocado del mundo. Nadie que haya amado como yo alguna vez puede decir que soy un criminal. Soy un poeta. Amo y protejo todo lo que es bello y bueno, y cuando algo tan hermoso nace, una estrella entre toda esta vasta oscuridad, uno no puede simplemente dejarlo morir. Ése es el verdadero crimen, eso es lo que estas personas que me tienen aquí no comprenden. Es el trabajo del poeta cristalizar esa belleza. Observo a nuestra raza todos los días. Matamos a los animales, a la naturaleza, a nosotros mismos pero no es suficiente, queremos matar más. ¿Qué nos queda? El amor. No, no podía permitirlo. No podía dejarte matar el amor. Pero volviendo a lo nuestro… quiero hablarte sobre el día en que te dije “te amo’’. Ese domingo por la mañana abrí los ojos en mi cama sabiendo que sería uno de los días más importantes de mi vida. Me duché, me perfumé y me puse la camisa que elogiaste en nuestra tercera cita, cuando nos besamos por primera vez. Te llamé para concertar nuestro encuentro y tu voz al otro lado sonó tan gentil como siempre. La voz cristalina y seductora de una sirena creando la trampa para el marinero incauto. Cuando nos sentamos en el parque… ya sabes. Te tomé ambas manos y te dije eso que cualquiera ansía escuchar.

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Y fue como decírselo a una pared. No te mostraste sorprendida, ni alegre, ni emocionada. ¿Cómo pudiste pasar todo ese tiempo conmigo y no sentir nada? Fui un hombre maravilloso contigo. Volví a casa y lloré como un puto bebé. Me había convertido en otra victima, otro soldado caído en la guerra. No podía creer que con algo tan hermoso como el amor te hubiese alejado de mí. Los días siguientes fueron un desastre. Todo lo que hacía, lo hacía al borde del colapso. En la línea de la lógica y la realidad, tuve que ver cómo irrumpía el caos, destruyéndolo todo. Por más que lo intentaba, no podía entenderte. Un período de sombra sobrevoló mi mente y mi alma. Pensé en terminar conmigo mismo, lo juro. Como he dicho, no es este el mundo en el que quiero vivir. Pero un día ya no. Un día fue diferente. Mirando hacía atrás, no entiendo cómo pude haber tardado tanto en darme cuenta. Eras la clase de mujer sobre las que mis amigos me advertían: eras de las que matan el amor. ¡Estaba tan ciego! Eras el lado oscuro del mundo, todo lo que está mal. Esa tarde decidí que ya había sangrado bastante. Era hora de que sangraras tú, Emilia. Eso nos trae aquí, donde estamos ahora. Yo estoy en este traje anaranjado y tú alimentando gusanos. ¿Recuerdas ese juego de cubiertos de plata que te regalé? Era para ti, sí. Pero solía fantasear que algún día lo compartiríamos en una mesa de domingo matrimonial. Resultó ser de bastante utilidad para llevar a cabo mi misión: limpiar al mundo de la mancha de tu crueldad. Con el cuchillo para carne, te atravesé la cabeza de manera que la muerte


fuera instantánea. Sin agonía. No soy un sádico. Te saqué los ojos con la cuchara, tan bellamente labrada, para que nadie volviese a caer bajo el hechizo de esa mirada azul, gélida y terrible. Te saqué la lengua para que no vuelvas a mentir a nadie. No más soldados caídos. Te clavé en la pared, con los brazos extendidos y un clavo grueso en cada uno, porque me parece una ejecución apropiada para los ladrones. Y tú te robaste la primavera, amor.

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#RompiendoMex VAVA Redacciรณn.

Eva Davai.

Sesiรณn de fotos con Fernando Deira, director de Sexmex.

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Eva Davai.

#RompiendoMex

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ste pedazo de ucraniana tiene su lugar bien clavado en el róster de Sexmex. La hace de actriz, escort y da sesiones tiempo real en su página. Ya estuvo un par de veces en la Expo Sexo, y se apunta para la que viene en CDMX. Ahorita anda radicando en Querétaro. Tuvimos una plática en un café de esos concurridos. Todo se manejó en un inglés medio mordido por su acento y mi manera de querer hacer más práctica la cosa. Le seguiré agradeciendo el gesto de haber ido hasta ahí y tener una plática conmigo. Traduje todo. No hubo ninguna clase de desperdicio. Lo único malo es que una hora será siempre demasiado corta cuando tienes enfrente a una mujer así.

VAVA Redacción.

El arranque. e quedó con el Davai casi por confusión. Salió en una charla sobre su nombre artístico. Eran los meros inicios. Le insistieron tanto que acabó aceptando. Ahora lo toma hasta con gusto. En ruso es como un «vámonos» y lo de Eva estuvo siempre. Junto no está tan mal, acepta ahora.

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Nada de celebridad, dice. Vida normal como la vecina. Eso sí. Le ha pasado que en el súper se le acercan y le piden fotos. Fue sólo un par de veces pero de momento le sorprendió. Y es que no estaba preparada para ese toque de fama todavía. Ella se ve bastante bien, no sólo confiada pero consciente. No sabemos qué esperas para seguirla en @EvaDavai.

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La marcha. espertó en Insurgentes apenas llegada la noche anterior. Su percepción se deshizo. Nada de sombreros o burros como se decía en Ucrania. Por lo regular eso te lo muestran en el cine, dice. Los peligros y las amenazas. Su primer consejo recibido fue no meterse con nadie y así la dejarían en paz. Demasiado inútil. La asaltaron en San Ángel mordiendo el mediodía. No tenía ni el año acá. Ya por eso no toma tantos taxis. Está mejor el Uber, dice. Cosas del diario.

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Desde temprano tuvo que ver con el entretenimiento para adultos. Saliendo de la universidad trató de hacerla como maestra de educación física. La paga no era poca pero sí insuficiente. Se fue a Sudáfrica. Tenía veintidós y ya probaba fortuna como bailarina de téiboldans. Tenía amistades en México. Quería conocer más sitios. Eso y la facilidad para obtener papeles de migración le hicieron decidirse. La primera vez que le propusieron hacerla como actriz fue en África. Pensaba que con bailar era suficiente. Dijo que no. Después un productor de aquí se le acercó. Era la ExpoSexo. Otra propuesta. Dos días después ya es-taba al teléfono dando el sí. Vino el casting. Ahora ya va para los dos años en el negocio y tres en México. No se arrepiente. Si no ya se hubiera ido a otro lado. No a Ucrania. No todavía. Planea regresar. Con el tiempo y sólo probablemente.

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La mentalidad. s que la doble moral existe en donde sea y dice no alcanza a ver gran diferencia entre las mentes. Supone que hay colecciones de porno escondidas en algún lugar de la casa siempre. Le resulta chistoso que a pesar de eso se hable mal de tantas cosas. Nadie deja de tocar esos temas en algún momento. Sexo y fetiches. O lo ven o están involucrados. Una u otra y nadie se salva. La cosa ha cambiado un poco. Ahora con el internet muchos aspectos se han abierto, considera. Ahí están los ejemplos. Las cintas amateur y las cámaras web. Hay tanto que puedes ver por ahí. Eso ayuda, dice y ríe.

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El camino. u primer acercamiento al porno. Ella de quince. Varias muchachas con alcohol y una película casete. Pudo ver la cosa real por vez primera. Le causó sorpresa, mas no repulsión. Habla de cómo la pornografía ya es de lo más normal. Pero no la consideraría la primera escuela del sexo. Sí la cultura de la sexualidad. El porno no lo es todo, dice. Sólo sirve para saber cómo es el acto y en dónde hay que meterla. Lo encierra todo en un «si no sabes qué hacer mira porno». Puede que alguien aprenda, pero para la cosa biológica están los libros. Habla de cómo en Ucrania la educación sexual es más compleja. Formativa y con condones gratis para los muchachos. Aquí es distinto. Todos quieren saber de qué va la cosa cuando ya hay un embarazo en medio. No toman al sexo como algo importante. Malo que lo referente al sexo sea incómodo para tantos, concordamos.

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Sale lo de un incidente en casa. Había unos impresos con desnudos encima de

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un mueble. Su madre hacía el quehacer. Aunque la señora los quitó alcanzó a verlos. A las dos horas ya la tenía en su recámara junto con un montonal de libros. Prefiero que aprendas de aquí y no de la práctica, la alcanzó a escuchar decir. Ella de quince apenas. El negocio. ada malo le ha pasado en el set. Sí a sus colegas. Se han venido demasiado rápido o no han conseguido erección. Pequeñeces que hacen que el trabajo sea más tardado. Porque es un trabajo y ella no tiene dificultad definiéndolo así. Existen también cosas que lo aligeran. Cuando hay una conexión psíquica o atracción es más fácil sacar el material. Si ya hay una historia detrás y los perfórmers se conocen de tiempo fluye todo con más facilidad. Así no hay que hacer demasiada maniobra. No hay que parar tanto. Cuando hay mucha gente viendo es diferente. No es que sea más complicado pero sí puede que todo tarde más en ponerse en marcha. Eso de las miradas. Mientras menos gente, mejor, sentencia.

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todo. Ahí está Sexmex amateur. No hay tanta bronca por la variedad y esa modalidad es la manera adecuada de probar. Sabes luego luego si estás hecho para esto o no, dice. Hay quienes ya lo traen y no tardan en darse cuenta. Y para la actividad sexual sólo probar divirtiéndose. Explica que no puedes decir que no gustas de algo si jamás le diste oportunidad. Da a entender que uno está a salvo en la intimidad de la pareja. Es ahí donde se puede descubrir. Si no se dan en una relación más sensaciones o experiencias podría ser aburrido. Y uno de los dos podría terminar buscándolo por otra parte. Por eso tantas se aburren. Ríe. Para los muchachos no hay más que aprender a tratar a una mujer. Sobre todo en la cama. Practiquen. Nada de miedo a explorar. Entrevista. Querétaro. Noviembre del dieciséis. Traducida al español. Exclusiva VAVA MX por Marcial Fonseca.

El disparo. aca consejos para quienes quieran meterse en el negocio. Que sean dueños de sus decisiones y sus vidas. Total control como pasó con ella. Su decisión vino hasta luego de años de vivir sola. Puede haber presio-nes o prejuicios y eso pesa al principio. Cuando llegó a negarse fue más por pensar cómo la verían amis-tades o familiares. Nada más. Luego no importó. Entendió que su vida le pertenece. Que si ella pensara por todas las personas se volvería loca.

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Los estándares estéticos en la industria existen pero ya hay de todo y para

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La hiena cรณsmica. Staff VAVA MX - Fonseca.

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#Abusoร ptico


#LíneasDuras

(Para mi hija.) las 19 hs repartían en la iglesia la comida. Con mi vieja y mis hermanos caminábamos con frío o calor marplatense por la calle 11 de Septiembre, cantando. En el patio de la Santa Rosa, éramos muchos, varias veces observados por estatuas que de noche corrían hasta la plaza a jugar al fútbol con la cara de Dios. Llevábamos una olla y un cucharon de plástico, y sin testigos volvíamos a repartir con alegría navideña en los ojos, platos hondos de

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Verme crecer otra vez. Úrsula Manzur.

guiso sin sal a la luz de una vela y con una radio a pilas. Yo era pobre. Hippie porque escribía. La hija de una prostituta sin padre. La negrita. El varón porque peleaba. Loca porque decía lo que pensaba, sin importarme el marco. La que mató a un violador. La que le iba a comprar merca al padrastro al casino. La que estafaba a las farmacias con la galería 2001 para comprar carne. La de las buenas notas. Siempre incomoda por zapatillas rotas o chicas. Por

arreglar la ropa que me donaban y coser mal, la ridícula. Por llevar conmigo a todos lados hoja y lapicera, la tonta. Junté cartones y revolví la basura de las mudanzas de viudas con fugas geográficas, o mujeres sin salida. Pedí el pan de ayer. Recorrí con un compañero de amor las calles con un carro, para poder tomar una birra en el cordón, y relajarnos bajo la luna, después de separar el cobre del aluminio, y el vidrio de la sangre. Nunca voté. Me des-

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perté cada día de mi niñez, con la policía, los bomberos, o las ambulancias. Me da mucha bronca tener que escribir un libro con esta serie de acontecimientos míos, para poder entrar en el “círculo” y jugar en las villas, manicomios, cárceles y geriátricos, porque si no publicaste no

figuras como escritor. Es necesario que muestres tu miseria para ser querido. Y mucho mejor si es en primera persona. Bestseller tu vieja. Voy a actuar en silencio. Como siempre, a disparos de texto cuando me pinte.

En los recreos me dediqué a boxear con cualquier varón que me retaba a duelo. Era mi manera de sentir la fuerza a latidos brutos, a moretones y trompadas. Goteando la frente y las manos, sentía la libertad de Sonny Liston respirando en las piernas de su amor. Abandoné los números por una maestra que me llamaba la negrita frente a sus colegas. La seño de matemáticas más cruel de todas. Muchas cosas hoy serían más simples en sus pliegues de

drama. La lógica siempre me persiguió, y no pudo atraparme. Miles de veces estuve medicada, encerrada, internada, aislada. Nací y voy a morir sola. No me angustia eso, lo que me angustia es no hacer nada por los que si le importa. A mi no me gusta el terror como a vos, porque lo conozco en persona. Y voy a escapar del encierro reclutando mi propio ejército, sin hacer ruido. A veces olía a limones, otras a ciruela. El patio de mi casa era un cine, lleno

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de frutales y tesoros que nadie encontró. Recuerdo estar agachada, escondida en el azafrán soñando películas en el cielo, dónde le encontraba a cada persona que conocía un papel, y los dejaba ser ellos mismos en mi guion. Natalia iba a llegar a Hollywood. Salíamos del garaje a matar ciclistas. Mientras las brujas que mi mamá contrataba me buscaban sigilosas para sacarme lo malo. Así le decían en mi barrio a la inspiración. De alguna manera fui feliz en mi ignorancia por desconocer el perdón involuntario, y lo agradezco. Navajas en los puteríos, tiros al paredón. Las balas por mis costillas dejándome entera con la mente a pedazos. Guerras sin cena. Tenedores en el oído. Abusos sexuales. Verbales, emocionales, temperamentales, de poder, de resistencia, de involución e ignorancia. De status social o humor social como le dicen ahora los Ocampo. El espíritu de lucha no llego hasta que conocí a mi hija. Lo digo de esta manera porque cuando le pregunto cuál fue el mejor día de su vida, me responde cuando nací. Y la vi cortando la calle, repartiendo volantes, luchando por las fallas de su escuela, enseñándome a llorar mirando las noticias. Cuando mira una película de segregación sufre porque los blancos me van a matar. Ella llora por la patria en los actos del 25 de mayo. Escribe cuentos en word a mi ritmo, sus historias, o las que su hermano le dicte al grito de capítulo uno. Mi conciencia social llegó tarde y me avergüenza, pero ya no puedo quedar entera frente al dolor ajeno. —¡Mamá Lauti me dijo Hippie! Vamos a terminar juntas con eso mi amor. O por lo menos vamos a intentarlo. Nadie va a poder decir que no lo hicimos.

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Sobriedad y elegancia. Marcial Fonseca.

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ruz vino a verme. Todo seguía en su lugar, hablando de ella, porque mi lugar se había convertido en lo que queda de un chiquero luego de que otro le cae encima. Esta nena sabía de sobra qué tenía yo para ofrecerle a pesar del corto tiempo de habernos tratado. Nada de comodidad, ni otros víveres que no fuesen esta pequeña verga y esta grandeza de espíritu. Había venido a platicar y besarme. No era la primera vez. Ella lo tomaba con humor. Sabía de mis carencias. Era divina porque me dejaba en paz. Así era siempre. Más mujeres como ella. Qué envidia. La dejé pasar. —No te preocupes, nene. Estaré bien aquí. Como lo hacía siempre tomó uno de los cajones de madera del fondo. El ritual para dejar caer ese monumento de culo a salvo.

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#LíneasDuras

Correcto. Sigo sin entender cómo estando tan grande no se rompía nunca ninguno de los dos. —¿Quieres algo de tomar? —le dije. Para mí era algo más que una cábala. Aunque sabía que no tenía ni un vaso de agua me sentía confiado en preguntar. Mi nena sacaba siempre algo de su propia bolsa, vasos y todo, y servía. Pero no había bolsa esta vez. No me había fijado. Vaya falta de respeto, mira que ir a una casa y no llevar nada. Ña situación me hizo ir a la cocina, o los restos de comida que daban señales de que ahí había habido una allí. Era una táctica suya. Por algo lo había hecho. Seguro quería cruzar la puerta y ver qué había ahí dentro. La curiosidad por entrar a ese cuarto a donde no la había dejado pasar nunca. Según yo y mis cálculos eso nunca habría de pasar. No tenía presión de nadie, ni de ella, según yo, y eso hacía que


limpiar me fuese fútil. Mover para que se viera diferente, dejó de ser un deber, porque supe no lo necesitaría. Ahora tenía este culo de diez sediento y este desbarajuste amenazándolo todo. Yo iba a tener que actuar rápido. Abrí el montón de latas de la mesa y saqué una de las menos aplastadas. No había más. Tenía que darle algo. Ya me había yo mismo apuntado con el rifle, qué mejor que yo mismo jalar y ver qué tocaba. Se la pasé. —Está abierta. —Es lo que hay, cariño. No bebo mucho, de por sí. Seguro, cabrón. Esa panza es de embarazado, y hueles así porque eres caritativo y ayudas a recoger los borrachos en tu porción de mundo. Acercó la lata a su nariz, dijo que eso que ni yo sabía qué era, no olía a cerveza y la arrojó a la pared que teníamos al frente. —Mira —dijo, dejando suspendiendo de nuevo ese culo por encima de la cajón-asiento—. Si quieres un pedazo de esto —me dejó ver su definición anatómica de un culo, contenido por esta falda baratita ya medio roída—, deberás darle a esto lo que pide. Cómo se supone debería llamársele a la misoginia cuando sale del culo propio de una mujer, ¿eh? —¿Y sabes qué pide? —siguió. Tres horas de bombeo con este pito, pensé. —Cerveza —le dije. —Por el momento sí, nene —dijo y rio. Hice una mueca cercana a una sonrisa. Fue más por precavido que por instinto. Fui a por la otra lata. —¿Aparte me dices que casi no bebes, nene? No haces más que ponerte ebrio y luego decir que no lo estás. Te conocí

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en una barra, y te acordaste a los dos días. Volví con otra lata. La olí. Cerveza. La olió. Se quedó muy conforme pero no bebió de ella en toda la tarde. La recargó sobre ese muslo sagrado. Nada más. Realmente no podría decir qué fue lo que estuvo diciendo, pero puedo confiarte que te ahorras varios malos ratos referentes a mujeres una vez que has aprendido la maña de asentir a todo lo que dicen, afinar el tino y decir sí, por qué o ajá, cada que cierra la boca. Domestica el instinto de pensar en todas las formas que crees tienes de traerla a ella y a su culo, si es que tiene, abajo, mientras termina. Eso te hará la cosa más llevadera. Cuando me sentí satisfecho de recorrer el catálogo de cosas que hacer con su culo volví a lo que realmente ella decía. El alcohol. Cómo pude haberme fijado en un borracho de quinta categoría como tú. Qué bondadosa que soy, no vas a lograr despegarte de mí tan fácil. Cuán mal pudo haber estado esa perra, no es que bebiera para alejarla, bebía para poderme acercar. La escupidera duró unos minutos más, dijo que se iba pero antes aventó la lata, de la que ni sorbió, al mismo sitio en donde la otra. Un rostro de salpique adornó la pared. Con dos pasos ya estábamos en la puerta. —Ahora sé que de verdad eres un borracho. —Felicidades —le dije—. Ahora puedes llamarme así. Tuvieron que pasar un par de días para que volviera a saber de ella. Ahora era en el lugar donde rentaba. Resultó

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se había tomado en serio lo que le había dicho. No dejaba de insistir en que no era más que un borracho y que mi única manera de escudarme era cambiando la conversación. —Borrachito —me decía—. ¿Me quieres, borrachito? Yo sólo asentía, y mamaba de la lata, botella, lo que fuese, menos sus tetas, qué desgraciado. Tanta fue su insistencia que acabé creyéndole, dándome cuenta que de hecho yo sí era un borracho y ella una criatura que me dejaba quedar a dormir a pesar de que nos habíamos conocido hace poco. Así es esto, algunas personas huelen tu miseria y te dejan compartirla. Su sutileza puede llegar a ser demasiada, sí. Una pistola bien cargada en las piernas de un manco. —Eres mi borracho —me decía, su mano en mi mano, la mía en el vidrio de la última cerveza del penúltimo seis. —Soy tu borracho favorito —le contestaba. La hacía un lado delicadamente para luego traerla de vuelta y recibir esa lengua con la aspiradora aullando atrás. Estábamos inmersos en este espacio de casi solemnidad. Ella respetaba mi cerveza, yo a su sacrosanto culo, no podía tocarlo siquiera. Era algo así como un trato. Llegué a su puerta esa vez en algún punto de la madrugada, no cerca del amanecer, puedo asegurarlo, y, por la poca luz, acabé tocándole a la vieja de al lado. Entre las dos puertas se encendió un foco. Una madre de un metro veinte, con bigote envidiable, apareció detrás de la madera. Cerró al apenas verme y le gritó desde adentro a Cruz. —Este hombre no es bueno para ti. Deberías buscar un hombre bueno. Eres una mujer decente, él sólo un bo-

rracho. No hay nada más fácil que encontrar un borracho. Sal por él. Es tu borracho. La anciana tenía razón. En la mañana, luego de haber estado recargado en la pared, frío de mierda, sin ninguna luz ni adentro ni afuera, Cruz me hizo pasar. Di el asunto como perdido. Siempre lo hacía hubiese problemas o no. Creo que pensar que vas a salir perdiendo antes de relacionarte con una mujer o cualquier otro ser humano es bastante adecuado. Ahorras energía. Ellos tiempo. —Esto fue demasiado —dijo dando vueltas al sillón, yo echado en él, más crudo que vivo—. Si quieres seguir teniendo este culo a tu lado —lo señaló—, será bajo mis términos. Seguir teniendo, seguir teniendo. Cómo uno puede considerar a un culo con el que no caga suyo. —… bajo mis términos —decía. Términos. Me pregunté cuáles eran. Que deje la cerveza, o que si no al menos le invite un poco, pensé. Como siempre no tuve confianza en mi dialéctica. Se lo pregunté. —Sobriedad y elegancia —dijo—, pero sobre todo elegancia. El peso que le dio me hizo pensar que de hecho sabía a lo que se estaba refiriendo. —La elegancia es ver al hombre que nunca perdió ni un volado, ni una uña, ni un braz, perdiendo y no reirse. —La elegancia es el camino más corto a esto —señaló su culo de nueva cuenta—. Y si no das señales de tenerla, no podrás entrar ahí, nene. Ese nene cayendo de su boca era un bálsamo. Que me volviera a llamar así luego de sus ochocientos borracho

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y borrachito me ponía tieso. Y no me refiero al tieso de la carne que siempre se levanta por la mañana. Me refiero al tieso del ver a tu madre y sus ubres poniéndose los zapatos por la mañana. —Está bien, cariño. Eso está bien. La elegancia la tengo, lo que pasa es que no la ves. —¿En serio? Cruzó piernas y brazos y escupió una espléndida máscara de humo que le cubrió. Las discusiones se habían multiplicado desde aquella vez de la lata estrellada, pero cuando fumábamos, cuando ambos fumábamos, una flácida y diminuta tregua, un silencio trastabillando entre el humo de las armas, de las bocas, recargando, para luego venir con más, llenaba el cuarto. —No tendrás esto —dijo—, mientras no me muestres tu elegancia. No había escupido el nene al final esta vez, pero de todas formas asentí. Me regaló otra escalera de humo al techo. Se metió al baño, su baño. La mujer tomaba a su culo en serio. Problema o solución. Menuda perra, pensé. Como si no fuese lo suficientemente elegante ya. Has subido el precio y no me convence. Bajé los pies de la mesa, dejé de rascarme los sobacos y me metí en la camisa y los pantalones. Pretendí sentarme de una manera correcta, si es que existe una manera correcta de hacer las cosas más allá de la practicidad, de saber pelar a un perro sin volarle una y media orejas y aún así dejarlo viéndose bonito. Vino un berrido de detrás de la puerta. —No querrás que nuestro nene nazca sin elegancia, mi borrachito. Cavilé sobre la cruza que saldría de entre los dos. Encendí un cigarro. Si el cachorro saliese con su inteligencia y mi belleza alguien dejaría de ser un

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borrachito para convertirse en un gordo roncando con kilos y kilos de tierra encima. —¿Estás embarazada? —grité. Como si el baño estuviese suficientemente lejos como para que no me escuchara. Antes de que pudiese contestar recordé que nunca había metido otra cosa que no fuese mi lengua en ella. —Olvídalo —recompuse—. Eso no es elegante. —Vas aprendiendo —dijo. Arranqué una última calada al cigarro, lo machaqué contra el piso. Tratando de hacer el menor ruiderío posible levanté el culo. Nunca una sola ida al baño la habría salvado de tanta mierda. Cierto era. Yo ya me iba.


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