El Tigre, un músico de voz y pala

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lunes 23 de febrero 2015 No. 463

EL TIGRE, un m煤sico de voz y pala

Saltillo tiene a su Tigre del Norte, se llama Juan L贸pez y canta en los camiones


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VANGUARDIa Lunes 23 de febrero de 2015 / www.semanariocoahuila.com

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A los hombres, dice “El Tigre”, les gustan más los corridos. No a todos los camiones se puede subir, hay choferes “cabras” que no dan chanza de cantar y “El Tigre” ya los conoce bien, sabe quiénes son. “Un cabra”, “Ese es cabra”, “otro cabra”, “están pasando puros cabras” dice a cada rato, mientras esperamos para abordar otro camión en la parada de Xicoténcatl y Pérez Treviño, una de las más concurridas de la ciudad. Así fue que el nombre de “El Tigre” comenzó sonar fuerte por todo Saltillo. Una mañana la gente vio al señor de la pala cantando, alumbrado por los reflectores, en un estudio de televisión: era el noticiario de Marcos Martínez Soriano. Otra noche “El Tigre”, apareció cantando, ataviado con un sombrero tejano, en el programa “Puro Rodero”, del payaso “Colorín”. Y los videos que la gente grababa de “El Tigre” cantando y tocando con su pala en los camiones, eran subidos al canal de You Tube con los títulos de “’Los

Tigres del Norte’, versión Saltillo” y “El señor que canta con una pala”. ¿Te critican? Hay una señora que se pone ahí donde los músicos, siempre llega y me dice ‘ponte a trabajar, tienes la dos manos, los dos pies, qué andas haciendo con la pala’, le digo ‘a usted qué le importa, déjeme hacer mi trabajo’ y la señora me tira chingazos, le digo ‘no, no, no respéteme pa que yo la respete’, dice ‘diablo de muchacho, hijo de tu quién sabe qué, cómo no te pones a trabajar cabrón’, yo le digo ‘¿qué, qué dice, qué?’ y me contesta ‘cállate’ y me descuenta. Una vez me pegó delante de los Presidencia y todos se agarraron a risa y risa. Después en la calle hasta los narcos le pedían canciones. Le sucedió cierta vez que iba de camino a su casa: “Se paran unos batos, venían en un carro, armados hasta la madre. Me dicen ‘¿qué?, aviéntate una rola de “Los Tigres’. Yo me puse de nervios dije: ‘estos güeyes no me vayan a dar un plomazo’.

Me puse a cantar compadre, ahí estoy con los nervios, pero me puse a cantar. Como a media canción me dicen ‘chido compa, después le rolamos un pase’ ¿Si sabes lo que es un pase verdad?”, me pregunta “El Tigre”. Otro día que iba por las tortillas le salieron al paso unos malandros en coche, traían armas y radios. Andaban locos y bien pedos. Que les cantara una rola de “Los Tigres del Norte”, pidieron, a cambio uno de ellos se ofreció a regalarle una guitarra. “Dice uno de los malos ‘¿qué Tigre?, ¿te compro una guitarra?, ¿quieres una guitara?’, le digo ‘no, no gracias’ y dice ‘¿apoco con la pala acá güey?, a ver canta una rola’, me puse a cantar y dice el bato ‘pinche Tigre, te voy a regalar una guitarra güey, neta’” y les dijo a los otros batos ‘eh, al puto que se pase de lanza con este güey, le parto su madre’”. Oye, de veras ¿y por qué no aprendes a tocar guitarra?, le pregunto Sí, me dicen que por qué no me con-

sigo una guitarra y yo les digo que no porque haz de cuanta que… le voy más a la pala, causas más gracia con esto. Sí me gustaría aprender a tocar guitarra, pero aunque tuviera guitarra, me traería la pala, la guitarra no. Hasta la misma gente cuando me invitan a carnes asadas dice ‘llévate la pala, pa que te eches unas rolas’. Es otra tarde en un camión de la ruta Ramos Arizpe. La unidad viene hasta su madre de gente, “El Tigre” canta “La mancha del pobre”, luego “Cande Romero”, y “Tiempos de mayo”. Cuando ha terminado de recoger la cooperación se acerca para contarme que una vez una muchacha güera, caderona y de ojos verdes, elegantona la muchacha, con estilo, no se parecía a la gente que anda en combi, le dio un billete de 200 pesos. “Dijo ‘ten’, le dije ‘ah, pero no traigo feria’, dijo, ‘no, así déjalo’. Toda la gente se quedó acá. Ái voy recogiendo la cooperación con el billete de a 200 y todos como diciendo ‘no pos… ya pa qué le doy, si ya se va bien cuajao’”.


dra” y el milagro se le cumplió, narra “El Tigre”, una tarde como a las 2:00 en que Perla él y yo nos comemos una torta de pollo en una fonda del Mercado Nuevo Saltillo. “Un día iba a ir a comprar ‘piedra’ y dije ‘no, vamos a la chingada, mejor me compro un kilo de carne, cebolla, una coca, chile pa hacer salsa’. Pos me fui al Aurrerá, compré carne, tomate, cebolla, chile, hice una salsa, una cebollita acá, salchicha pa asar y comí bien rico. De ahí dije ‘a la chingada la pinche ‘piedra’”. ¿Cómo conociste a tu esposa? En el barrio, en la Centenario. Me dijeron que ella me quería conocer. Era cuando yo andana con todo el bandón y decían ‘no que el Jhony y que el Jhony de los Wong’. Le decían de mí que era bien chingón y que… Yo ni en cuenta. Bueno fuera pa trabajar. Ella me fue a buscar, dice ‘¿tú eres Jhony?’, le dije ‘sí, tas bien chula mija’ y me enamoré. Con decirte que si un día mi esposa me deja no qué haría. Yo creo que, a lo mejor, me ahorco, no sé… Desde el principio Perla había compartido con él ese gusto por las rolas de “Los Tigres del Norte”, a los que hoy acostumbra seguir por feis y escuchar sus éxitos grabados en su celular. A los cinco meses de novios “El Tigre” se la llevó a vivir con él. “Sientes bien bonito cuando te robas a la morra, que va con sus cositas, con su ropa ¡Ay sientes bien chido! A mi esposa siempre la he querido un chingo, nomás que hubo un tiempo en que yo andaba de tingo lilingo con dos o tres morras. Era bien mujeriego…”, relata “El Tigre” mientras me enseña la foto de una mujer aperlada, de cabellos negros y lacios, menudita de cuerpo, que trae en su celular, es Perla, su esposa. “Buenos tardes señores pasajeros, vamos a cantar una bonita melodía para ustedes, espero que sea de agrado y dice más o menos así…”, oigo decir a “El Tigre”. Hace varios días que lo vengo siguiendo abordo de los camiones urbanos. “El Tigre” canta “Rifaré mi suerte”, una de sus temas favoritas, luego “La bala”, y al último “El niño y la boda”, la preferida de su hija Débani. La imitación que hace de las voces de Jorge y Hernán, el vocalista y segunda voz de “Los Tigres del Norte”, es casi perfecta.

La gente coopera. A “El Tigre”, le gustan tanto las rolas de los “Tigres del Norte”, que cuando va cantando en la combi alucina que está en un escenario, con chingos de gente, dando un concierto. Cuando bajamos del camión “El Tigre”, confiesa que eso de andar cantando en los camiones no es tan fácil como se cree. Lo primero que hay que hacer es calentar la garganta, (para eso el “El Tigre” carga siempre un paquete de pastillas jols de miel); agacharte bien cuando pasas por la barras contadoras del camión, para que no te marquen y el chofer tenga que cobre; y mantener el equilibrio, mientras la unidad va circulando a toda velocidad, cosa que resulta harto difícil en rutas como la Saltillo - Ramos Arizpe, que siempre va como alma que lleva el diablo. Además existe una regla no escrita entre los músicos callejeros de la ciudad que dice que el que llegue primero a una parada de camión, le corresponderá por derecho abordar el primer bus que pase. Los demás cantantes tendrán que esperar su turno en la fila, según el orden en el que fueron llegando. “Me pasó una vez, dijo el chofer, ‘súbete’, le digo ‘es que le toca a él’, le tocaba creo que a don Gero, le dije ‘no, le toca a él, la neta le toca a él’, dice el chofer ‘no hay pedo’. Me subí, pos nadie dio. Iba banquiao, (con todos los asientos ocupados), el camión y nadie dio (cooperación)”. A “El Tigre”, como al resto de los músicos callejeros, le gusta subirse la ruta Saltillo – Ramos Arizpe, dice que porque es la que siempre viene más llena de gente y, por lógica, en la que más dinero saca. “Lo que haces en tres combis diferentes lo haces aquí”, me explica. En más de cinco años que “El Tigre”, lleva cantando en los camiones ha aprendido una cosa: que si la mayoría de los pasajeros que van a bordo son mujeres entonces hay que sacar las rolas románticas de “Los Tigres del Norte”: “Corazón usado”, “A manos llenas”, o “Gracias nada más”, la que “El Tigre” siempre dedica a Perla su mujer. “Si no, no dan dinero. Me ha tocado que canto corridos y las señoras no dan. Corridos así… que hablan de drogas y no dan. Canto baladas y las mujeres dan. A las mujeres cántales puras baladitas, románticas”.


Buenos tardes señores pasajeros, vamos a cantar una bonita melodía para ustedes, espero que sea de agrado y dice más o menos así…”

El Tigre.


nos amigos boxeadores del barrio, que su verdadero padre era un señor al que llamaban “El Zurdo Piña”, un famoso pugilista saltillense que vivía en el barrio del Ojo de Agua y que era el propietario de un gimnasio. Lo vio por primera y última vez en la pelea de despedida que “El Zurdo” dio en el Gimnasio Municipal: “Me dice ‘ah mijo, ¿cómo estás mijo?, ¿cómo está tu mamá?’, le digo ‘estoy con mi abuelita?’”, cuenta “El Tigre”. “El Tigre” es alto, delgado, moreno, lleva cachucha, a veces boina, usa playera ajustada y pantalones holgados, trae aretes, un rosario en el pecho, un guante de carnaza en la mano para pegarle a la pala y tiene los brazos venosos y tatuados. Dice que de joven, “El Tigre” tiene 42 años, estaba bien mamey, bien cuadrado, estaba acá, nalgón, pinches piernotas, de tanto echar pala y cargar botes de mezcla en “la macabra”. Un día le dio por la “piedra” y se puso flaco, flaco, con la cara chupada y los ojos sumidos. Ya se lo andaba cargando la chingada. “Dice mi ruca que parecía Latin Lover, ‘ora pareces Latin lástima’, dice, ¿qué onda?”, platica riendo “El Tigre”, con esa su risa aguda y lenta, que se oye como un jejejejejejejejejejeje… Pero Perla, su esposa, le pidió a la Virgen de Guadalupe que le hiciera la caridad de quitarle el vicio de la “pie-

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En más de cinco años que “El Tigre”, lleva cantando en los camiones ha aprendido una cosa: que si la mayoría de los pasajeros que van a bordo son mujeres entonces hay que sacar las rolas románticas de “Los Tigres del Norte”: “Corazón usado”, “A manos llenas”, o “Gracias nada más”, la que “El Tigre” siempre dedica a Perla su mujer.


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“El Tigre” es alto, delgado, moreno, lleva cachucha, a veces boina, usa playera ajustada y pantalones holgados, trae aretes, un rosario en el pecho, un guante de carnaza en la mano para pegarle a la pala y tiene los brazos venosos y tatuados.

“Aquí yo andaba de pandillero, ¿ya me viste el copete?, bien largo”, me dice “El Tigre”, mientras vemos unas fotografías familiares sentados en la sala de su casa en la colonia Zaragoza. Dice que anduvo en la obra “De la Calle”, del director de teatro Alejandro Santiex. “El Tigre” era el mejor bailarín de la compañía, no es por crecerse, aclara. Y dice que trabajó lavando coches, limpiando oficinas y haciendo mandados, en la entonces Academia de Policía y Segunda Agencia Investigadora del MP, que hace más de 20 años estuvo ubicada en la colonia Centenario, muy cerca de su casa. Los policías y los abogados con los que convivió a diario le enseñaron, a sus 14 años, que robar y matar era malo. “Tratamos de apoyarlo para que no se fuera por el mal camino, para que no se desviara, que no anduviera robando, haciendo cosas que a la larga lo iban a afectar en su libertad personal e iban a afectar a otras personas. El ambiente en el que él vivía se prestaba para que se rodeara de muchas malas amistades…”, me dice Dina del Pilar Ortega Hernández, la entonces titular de aquella Segunda Agencia Investigadora del Ministerio Público a quien “El Tigre” considera su madre adoptiva. “El Tigre”, no entendía por qué era que le gustaba tanto el box y hacer ejercicio, hasta que supo, por boca de algu-


“El Tigre”, tenía la maña de que en sus ratos de ocio, la comida o el descanso en medio de la faena en la construcción, agarraba su pala como guitarra y se ponía a cantar y a tocar, claro, puras rolas de los “Tigres del Norte”. Desde niño había cultivado un gusto especial por la música del conjunto sinaloense, tanto que después comenzó a imitar sus voces, la de Jorge y la de Hernán, y hacer los sonidos de la batería, pegando con la mano en la parte posterior de la cuchara de la pala; y del saxofón, soplando con la boca por el hueco de la empuñadura de la herramienta. Entonces sus compas de “la macabra”, lo bautizaron como “El Tigre”. Rayando el sábado la banda se ponía contenta, se comparaba sus caguamitas y pedía a “El Tigre” que se aventara dos o tres rolas, de “Los Tigres del Norte”, para alegrar el ambiente, “Me decían ‘eh Tigre, aviéntate una rola we y luego ‘nombre Tigre, tú deberías irte a la combis, porque cantas chido. A lo mejor sí sacas una feria. Cantas igual que esos batos…”.

De ahí fue que le vino la idea de irse a cantar y tocar con su pala al trasporte colectivo, cuando se quedaba sin jale y en su casa no había para la “trama”. Al principio le daba vergüenza, pero cambió de opinión uno esos días en que el refrigerador de su casa se quedó vacío y su hija Débani tenía hambre. “Me dijo ‘papi, traigo hambre’, y a mí me dio dolor, sentí bien gachote…”. “El Tigre”, agarró su pala y tiró pal centro. Se trepó a cantar, puras de “Los Tigres del Norte”, a un camión a otro y a otro y a otro. La gente le daba mondas. Al rato regresó a su casa con 400 pesos para la comida. “Dije ‘noooo, déjame voy a cantar. De aquí soy’”, y se puso a cantar en las combis, me cuenta un mediodía que platicamos en medio del ruido de los motores de camiones, los cláxones y el ir y venir atropellado de gente en el corazón de la ciudad. A “El Tigre”, le duele hablar de su infancia, aun así me cuenta que cuando él nació su madre no pudo amamantarlo entonces

su abuela materna, quien por ese tiempo había parido a su hijo más chico y estaba lactando, tuvo que repartir sus dos pechos entre “El Tigre” y el menor de sus tíos. Desde aquel día “El Tigre” se quedó a vivir con su abuela y ella terminó de criarlo. Una noche su madre llegó a casa de la abuela en la colonia Centenario para llevárselo, dijo que irían a los Estados Unidos con sus otros cinco hermanos y su padrastro. “El Tigre”, que entonces tenía 10 años, no se quiso ir. Recordarle la infancia a “El Tigre”, es hacer que reviva los cintarazos que le daba su tío el mayor, cada vez que regresaba borracho de la calle.. Y revivir el maltrato que padeció de sus demás tíos en casa de su abuela. “’Órale, pinche perro muerto de hambre. Pinche muchacho vago, drogadicto’ y que acá, me decían mis tíos y me aventaban el plato de comida”, cuenta “El Tigre”, pero no llora. De su niñez en la colonia Centenario El Tigre rememora su paso por la pandilla Los Wong y su iniciación en el consumo de la mariguana.


Me decían ‘eh Tigre, aviéntate una rola we y luego ‘nombre Tigre, tú deberías irte a las combis, porque cantas chido. A lo mejor sí sacas una feria. Cantas igual que esos batos…” El Tigre


Pos yo al principio pensaba que iba a trabajar, lo miraba con la pala y decía ‘yo creo que va a echar un vaciado o algo’. Hasta que le dije ‘¿bueno y tú qué haces?’ y dice ‘no pos yo con ésta toco’, le digo ‘a ver’ y empezó a tocar. ‘Mira, - le digo -, qué bien le haces’, muy bien que saca la música”

Rosalinda, vendedora.


A la postre “El Tigre”, tuvo que cargar con el lastre de ir a firmar cada 15 días al penal, por orden del juez quien le solicitó otra fianza de 4 mil 200 pesos para zafarlo de ese compromiso. “Me piden una feria pa ya no firmar, ¿pero de dónde?, no tengo, muy apenas saco para comer y ando haciéndole la lucha…”, se defiende “El Tigre”. De regreso a su casa, en la colonia Zaragoza, después de aquel mal trago, la familia de “El Tigre” notó como que sus vecinos de la cuadra les tenían miedo. Nadie les hablaba, nadie y de alguna manera les hicieron saber que preferían evitar cualquier contacto y discusión con ellos, “no nos vayan a mandar (levantar o golpear)”, decía el barrio. A “El Tigre”, que durante toda su vida se dedicó a la albañilería, ya nadie quería darle trabajo en “la macabra” y cuando por fin conseguía un jale de obrero en alguna fábrica o de maistro en alguna construcción, en cuanto sus patrones se enteraban de que estaba yendo a firmar al penal le daban avión. Lo único decente que pudo conseguir fue un trabajo nocturno de fin de semana en un bar, sacando borrachos y broncudos. A “El Tigre” se le había quedado, como a la mayoría de las víctimas inocentes de la guerra narco, el falso estigma de criminal.

Por eso una mañana agarró su pala y tiró pal centro, a cantar en los camiones. “Pos yo al principio pensaba que iba a trabajar, lo miraba con la pala y decía ‘yo creo que va a echar un vaciado o algo’. Hasta que le dije ‘¿bueno y tú qué haces?’ y dice ‘no pos yo con ésta toco’, le digo ‘a ver’ y empezó a tocar. ‘Mira, - le digo -, qué bien le haces’, muy bien que saca la música”, me platica Rosalinda Esquivel, la dependiente de una tienda de cocas y papas, en la esquina de Xicoténcatl y Pérez Treviño, donde los cantantes y otros artistas callejeros como “El Tigre”, suelen juntarse para esperar las rutas urbanas y montar sus espectáculos abordo. En los días que he venido a buscar a “El Tigre”, para que me cuente su vida, he conocido a varios de ellos: A don Gero, un señor como de sesenta años que canta boleros con su guitarra y que asegura haber pisado la XEW; a Manuel, un chavo que canta colombiano con un tambor, a otro muchacho, que inventó un requinto con un bote de aceite y un palo; y a un joven que canta románticas modernas con su vihuela y que en la noche es estudiante de administración en la FCA. Pos nada, que todo comenzó cuando “El Tigre”, trabajaba en la obra, “la macabra”, como dicen sus compas albañiles.


a él y a su amigo Juan Diego, les vendaron de los ojos, se los llevaron y los pusieron en dos celdas separadas de la Policía Municipal. Los oficiales se les quedaban viendo como si fuéramos pesaos. Fue cuando los wachos, buscando algún indicio de culpabilidad en los teléfonos celulares, descubrieron un video en el que “El Tigre” aparecía cantando y tocando con su pala, que es a la vez batería y saxofón, en el programa de Soriano. Los productores le habían dado chance de cantar, solamente, la mitad de una rola, claro, de “Los Tigres del Norte”. Entonces un soldado entró en la celda donde “El Tigre” permanecía incomunicado y le espetó: “pinche ‘Tigre’, mis respetos güey, neta, eres una chingonada. Ya vi el video, sales con Soriano en la tele ¿verdá?”. A “El Tigre”, que ya se había dado por muerto, se le rodaron las lágrimas de felicidad. Los wachos le preguntaron “¿qué?, ¿tú sabías que este güey era de los malos acá?’, y “El Tigre”, “pos la neta yo nomás sé que tiene un lote de autos, yo no sé si es malo o no es malo. Y si vuelve a ir a la casa lo dejo entrar, porque ese bato nos alivianó cuando no teníamos nada qué comer, nada”. Los periódicos habían salido con la noticia de que a “El Tigre” y a su amigo

Juan Diego, los había agarrado la Marina en la calle de Encinos, de la colonia Zaragoza, con “chingos de… mucho mugrero ¿me entiendes? Y eran puras mentiras. Nos sacaron del cantón”, me cuenta “El Tigre”, otra mañana antes de subirse a cantar a un camión de pasajeros con franjas rojas y amarillas de la ruta Saltillo -Ramos Arizpe. Aquella noche, la de la de la captura, Perla fue a casa de su madre para resguardar a su hija Débani y envió a Juan Andrés, el hijo mayor, con una tía al Distrito Federal, luego se puso a buscar a “El Tigre”. Días más tarde lo encontró: “El Tigre” se hallaba enjaulado en una celda del Penal de Saltillo, bajo la amenaza de ser trasladado a Nayarit, si no pagaba pronto una cara fianza. “Dios mío, ¿qué voy a hacer sin dinero? uno vive al día…”, se dijo Perla quien, por miedo, había ido a vivir a casa de uno de sus hermanos. Una semana después, y luego que Perla hubo pagado 20 mil pesos de fianza, que consiguió prestados con su madre, un hermano y su jefa del trabajo, “El Tigre”, fue liberado y volvió a las calles. De Juan Diego, el amigo de “El Tigre”, “no agraviando”, como en el corrido “Contrabando y traición”, otro éxito de los “Tigres del Norte”, nunca más se supo nada.


Perla y sus hijos Juan Andrés, de 21 años, y Débani, de nueve, vinieron a reunirse con él en la sala. Tenían todos las caras como de estar en shock. “Es mi esposa, mis hijos, no me los toquen…”, suplicó “El Tigre”. Para esto los marinos ya tenían encañonado a Juan Diego, un amigo de los esposos que había pasado la noche tirado en el colchón que la familia suele reservar a las visitar inesperadas. “¿Tú eres ‘Jhony?, ¿eres ‘El Tigre’?’, le preguntaron los solados, ‘sí’, respondió él, “a ver estírate pa cá, ¿este bato qué onda?’, lo increparon de nuevo los wachos señalado a Juan Diego. Que era un amigo, “no agraviando”, soltó “El Tigre”. Luego los marinos le ordenaron que sacara las armas, “el clavo”. “El Tigre”, que hasta entonces no se había movido de su lugar, fue hasta el refrigerador y abrió la puerta. Estaba vació, “ira, no tengo ni qué comer, ¿de dónde quieres que saque armas?”, dijo a uno de los soldados. Pero de nada sirvió. Los sorchos se lo llevaron junto con Juan Diego, nadie supo pa dónde. En la víspera Juan Diego había visitado la casa del “Tigre” y Perla, en la calle Jacarandas 3140 –A, de la colonia Zaragoza, en Saltillo. Venía maltrecho, magullado, golpeado, dijo que lo habían agarrado los

Groms y le habían puesto una chinga… Ya era noche cuando Juan Diego se quiso ir y “El Tigre”, con todo y la desconfianza de Perla, le pidió que se quedara a dormir allí, temiendo que le pasara algo peor en la calle. “No te vayas, andas todo grave, todo madreado”, le aconsejó “El Tigre”. “El Tigre” y Perla habían conocido a Juan Diego hacía muy poco, después que un hermano de ella lo llevó a casa para presentárselos. Juan Diego, sabían, era el dueño de un lote de carros usados en Monterrey, pero nada más. Pronto se hicieron amigos. Juan Diego comenzó a visitar con regularidad la casa de “El Tigre” y Perla y la mayoría de las veces tocaba en suerte que el refrigerador de la familia estaba vacío y no había nada qué comer ya era porque Perla se quedaba sin trabajo o porque a “El Tigre” se la acababa el jale en “la macabra” y andaban sin feria. Entonces Juan Diego se sacaba de la bolsa un billete de a 200 pesos y se lo daba, “sobres ira, dile a tu esposa que haga de comer…”. A Juan Diego le gustaban mucho las chuletas con chipotle y espagueti, como las que Perla ha preparado esta tarde que me ha invitado a comer en su casa. Así pasaron los días, hasta la madrugada en que los marinos cayeron en casa de “El Tigre”, les quitaron los celulares


P o r Je sús P eña / Foto s d e H é c to r Ga rc í a / Vi d e o R eg i na l d o C h a pa

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sta no es una crónica de capos, sicarios, wachos, balaceras ni ejecuciones, como tantas y tantas que hoy salpican de sangre las páginas de los diarios policiacos de las pequeñas y grandes ciudades de México, pero algo hay de eso y le pasó a Juan Francisco López López, “El Tigre” para sus amigos, “no agraviando”. Nada, que “El Tigre”, o “El Jhony”, como le dicen sus familiares, estaba muy a gusto en su casa de la colonia Zaragoza, acostado en la cama con Perla, su mujer, cuando escuchó unos ruidos extraños que provenían de la calle y a los perros de sus vecinos que empezaron a ladrar y a ladrar con un ladrido frenético.

Los esposos no habían podido dormir en toda la noche, acosados por un presentimiento oscuro, y prefirieron esperar a que amaneciera viendo la televisión. En eso se escucharon los ruidos aquellos. Perla se levantó, fue hacia la ventana abierta que da al traspatio de su casa de Infonavit y asomó la cabeza. Lo que vio… la dejó helada: Era la boca de un AR – 15 apuntándole directo a la cara. ‘¡Ay Jhony, los soldados!, dijo y se soltó llorando. “El Tigre” pegó el salto del camastro y “¿qué onda?, ¿por qué?, ¿cuáles soldados?’, y luego “eh, ¿qué onda?, ¿qué chingados están haciendo allá atrás?”.

Apenas divisó al hombre con su AR -15 y su uniforme de marino, “El Tigre” se volvió cordero y bajó el tono y el volumen de su voz, “¿qué onda jefe?, ¿qué se le ofrece?”, “no, hazte para allá”, reviró el soldado. Pasaban de las 4:00 de la mañana y hacía calor. “El Tigre”, que andaba en short se calzó las chanclas y caminó sigiloso, pero decidido hasta la puerta de la vivienda que acostumbra dejar abierta, explica, por un asunto de exceso de confianza en sus vecinos o porque, de plano, piensa que en realidad no tiene nada de valor que le puedan robar. En la sala, que también hace las veces de cocina de su vivienda, ya lo esperaba un piquete de militares. VANGUARDIA Lunes 23 de Enero de 2015 / SEMANARIO 3


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