El camino del artista julia cameron

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crimen. «Sal, sal, dondequiera que estés», canturreamos, pero nuestro yo creador ya no se fía de nosotros. ¿Por qué habría de hacerlo? Lo vendimos. Por miedo a resultar egoístas, nos perdemos. Nos volvemos autodestructivos. Como este suicidio es algo que buscamos de manera pasiva, en lugar de representarlo de forma consciente, muchas veces nos mostramos ciegos ante el poder que su veneno ejerce sobre nosotros. La pregunta «¿eres autodestructivo?» se hace con tanta frecuencia que pocas veces la escuchamos con atención. Lo que significa es «¿eres destructor de tu yo?». Y lo que en realidad nos pregunta es «¿eres destructor de tu verdadera naturaleza?». Mucha gente, atrapada en la trampa de la virtud, no parece autodestructiva a simple vista. Volcados en ser buenos maridos, padres, madres, esposas, profesores, lo que sea, han construido un falso yo que se presenta ante el mundo con buen aspecto y encuentra aprobación. Este falso yo es siempre paciente, está dispuesto a aplazar sus necesidades para satisfacer las necesidades o las demandas de otros («¡Qué gran tipo, Fred! Renunció a sus entradas para ir al concierto un viernes por la noche por ayudarme con mi mudanza...»). «Nadie pone objeciones a que una mujer sea buena escritora o buena escultora o buena genetista, siempre que al mismo tiempo consiga ser buena esposa, buena madre, estar buena, tener buen carácter, vestir bien y no ser agresiva». LESLIE M. MCINTYRE Virtuosos hasta el extremo, estos creadores atrapados han destruido su yo verdadero, ese yo que de niño no encontraba gran aceptación, el yo que escuchaba con insistencia «¡No seas egoísta!». Pues el yo verdadero es un personaje inquieto, sano y a veces anarquista, que sabe jugar, que sabe cómo decir «no» a los demás y «sí» a sí mismo. Los creadores atrapados en la trampa de la virtud siguen sin ser capaces de darse permiso para reconocer a este yo verdadero. No pueden enseñarlo al mundo sin temor a un permanente rechazo («¿Te lo puedes creer? Fred era un tipo estupendo, siempre dispuesto a echarme una mano, en cualquier lugar, a cualquier hora. La semana pasada le pedí que me ayudara con mi mudanza y me dijo que se iba al teatro. ¿Me pregunto desde cuándo se volvió Fred tan cultureta?»). Fred sabe a la perfección que si deja de ser tan majo, de ser Fred el Fabuloso, de ser su alter ego extra grande, ese buen tipo morderá el polvo. Mary la Mártir también lo sabe, mientras le dice a su hermana que sí, que cuidará de sus niños para que ella pueda salir por la noche, por quinta vez. Decir que no a su hermana sería decirse que sí a sí misma y Mary, sencillamente, no puede con esa responsabilidad. ¿Libre un viernes por la noche? ¿Qué haría consigo misma? Es una buena pregunta, una de las muchas a las que Mary y Fred no contestan, poniendo en práctica su virtud. «¿Eres autodestructivo?» es una pregunta que los supuestamente virtuosos contestarían con un no rotundo. Luego se sacan de la manga una lista que prueba lo responsables que son. Pero ¿responsables de cara a quién? La pregunta es: «¿eres autodestructivo?»; no es: «¿pareces autodestructivo?». Y desde luego no es: «¿eres amable con otras personas?». Escuchamos las ideas que los demás tienen sobre lo que es autodestructivo sin tener nunca en cuenta si su yo y nuestro yo tienen necesidades similares. Atrapados en la trampa de la virtud, nos negamos a preguntarnos «¿cuáles son mis necesidades? ¿Qué haría si no fuera tan egoísta hacerlo?». «Existe el riesgo que no puedes arriesgarte a correr, y también existe el riesgo que no puedes arriesgarte a no correr».


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