La tercera palabra alejandro casona(1)

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Alejandro Casona

La Tercera Palabra

PABLO. - ¿Para qué? Entre nosotros ya está dicho todo. ¡Esa es la puerta! MARGA. - No necesitas echarme a latigazos como a un perro. Mi equipaje está preparado ya. PABLO. - ¿Qué esperas, entonces? MARGA. - Sólo quería decirte adiós, pero sin rencores; con la mano en la mano. PABLO. - No pierdas tu tiempo inútilmente. ¡Corre! Julio no debe andar muy lejos. ¡Todavía puedes alcanzarle! MARGA (reacciona, herida). - ¡Eso sí que no! Apártate de mí si no eres capaz de comprender; pero no tienes derecho a insultarme. PABLO. - ¡Fuera he dicho! ¿No has oído que quiero mi casa limpia? MARGA (con una energía creciente). - Primero tendrás que escucharme con respeto, sin gritos y sin látigos; ¡porque en este momento eres infinitamente más pequeño que yol Tan pequeño, que me das lástima, Pablo. Lástima y vergüenza. PABLO. - ¿Ahora va a resultar que soy yo el que tiene que avergonzarse? MARGA. - ¡Tú¡ ¡El hombre fuerte, el hombre libre, el hombre puro ...l Todo lo que admiraba en ti acabas de destruirlo en un momento. ¿Para qué te sirve tu fuerza animal? !Para destrozar a una pobre mujer! ¿Para qué te sirve tu libertad? ¡Para negar la mía! Y tu famosa pureza, ¿dónde está? Mira lo que eres ahora; mitad salvaje y mitad muñeco ¡Con todos los instintos brutales de allá arriba y todos los prejuicios estúpidos de aquí abajo! PABLO. - Eso es lo que has hecho de mí. Puedes estar orgullosa de tu obra. MARGA. - Es en lo único que tienes razón. Quise darte un alma grande como tu fuerza, y no he sabido. ¡Eres el fracaso más triste de mi vida! De todos modos, si alguien debe algo aquí eres tú. PABLO (cruel). - No quiero deber nada a nadie. Si crees que tenemos pendiente alguna cuenta, pasa por la administración. Marga - Eso no lo esperaba; es un golpe bajo, indigno de ti. Pero si quieres hacerme daño hasta el final, todavía es poco. ¿Por qué no mandas a registrar mi equipaje como, se hace con las sirvientas ladronas? Mira que puedo llevarme algo escondido. ¿Has contado bien tus joyas de familia, tu vajilla de plata? PABLO. - No me importa lo que puedas llevarte. Ya estoy acostumbrado a que me roben todos. MARGA. - ¿Sí? Pues entonces, ¡cuenta tu sangre a ver si te falta algo, porque lo mejor de ti viene conmigo! PABLO. - ¡Quieta( ¡Medias palabras, no!. ¿Qué quieres decir con eso de la sangre? MARGA. - ¡Suelta! PABLO. - ¿Un hijo...? ¿Un hijo mío...? MARGA. - ¿Con qué derecho lo llamarías tuyo? Tú no has puesto más que el instinto. La voluntad la he puesto yo. Y esto, que es lo único que tengo, esto no me lo quitará nadie. ¡Gracias por él! Va a salir. PABLO le cierra el paso. PABLO. - ¡Quieta ahí! ¿Creías que con ese lazo ibas a atraparme? MARGA. - ¡Déjame, pasar! PABLO. - No, ahora no saldrás hasta que lo tengas. ¡Después sí, pero tú sola! (La rechaza con violencia.) Y la historia volverá a empezar: ¡tú, a tu mundo de muñecos! ¡Mi cachorro, allá arriba, conmigo! MARGA. - ¡Eso nunca! Mi hijo será la gran obra de mi vida, todo lo bueno tuyo y todo lo bueno mío. ¡Pero ni la bestia ni el muñeco! ¡Un hombre con la dimensión exacta del hombre! ¿Lo oyes? Quiero ser, ¡por fin!, la madre de un hombre verdadero..., un hombre completo... ¡Un hombre! Las rodillas se le doblan. PABLO la sostiene. PABLO. - ¡Marga... Marga... ¡ (MARGA está desmayada en sus brazos. La lleva a un sillón junto a la chimenea.) Mírame. No supe lo que decía ... (Se arrodilla a sus pies, besándole las manos.) ¡Es que no pude soportar la idea de que otro hombre hubiera tocado ni uno solo de estos cabellos que son ya mi único bosque! ¡Despierta! ¡Marga! ¡Mírame con desprecio, pero con tus ojos! Insúltame si quieres, ¡pero con tu voz

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