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“Me gustaría tener una conversación con quien sea que pensara que poner el destino de todas nuestras alamas inmortales en manos de un par de infantes enfermizamente enamorados era una idea tan brillante.” Ella levantó un puño y lo agitó en el aire. “Ellos quieren que el balance sea igual? Yo les mostraré el balance perfecto.” La punta de su daga brilló con la luz de la candela. Luce quitó sus ojos de la chuchilla. “Estás loca.” “Si el querer traer a un final la más larga y grande batalla jamás peleada significa que estoy loca”—El tono de la Srta. Sophia implicó que Luce era una torpe por no saber ya todo esto—“que así sea.” La idea que la Srta. Sophia pudiera decir algo de el final de una batalla no se adhería en la cabeza de Luce. Daniel estaba peleando la batalla afuera. Lo que estaba sucediendo aquí no podía compararse con lo eso, a pesar de que la Srta. Sophia se había pasado al otro lado. “Dijeron que sería el Infierno en la Tierra,” Luce murmuró. “El fin de los días.” La Srta. Sophia comenzó a reírse. “Pareciera ser de esa forma sabes? Te sorprende tanto que yo sea una de los chicos buenos, Lucinda?” “Si estás en el lado bueno,” Luce escupió, “no parece una guerra buena para pelear.” La Srta. Sophia sonrió, como si ella hubiera esperado esas mismas palabras. “Tu muerte puede ser el empuje que Daniel necesite. Un pequeño empujón en la dirección correcta.” Luce se retorció en el altar. “Tú—tú no me lastimarías.” La Srta. Sophia se acercó, y puso su rostro cerca. El aroma artificial de talcos viejos de bebé llenaron la nariz de Luce, haciéndola reír. “Por supuesto que lo haría,” dijo la Srta. Sophia, balanceado el exótico gancho de plata en su cabello desarreglado, “Tú eres el humano equivalente a una migraña.” “Pero yo regresaré. Daniel me lo dijo.” Luce tragó saliva. En diecisiete años. “Oh, no, no lo harás. No esta vez,” dijo la Srta. Sophia. “Ese primer día en que entraste a mi biblioteca, vi algo en tus ojos, pero no podía saber qué era.” Ella sonrió hacia Luce. “Te he conocido muchas veces antes, Lucinda, y la mayoría de las veces, eres una descarada pesada.” Luce se puso tensa, sintiéndose expuesta, como si estuviera desnuda en el altar. Era una cosa que Daniel la hubiera encontrado en otras vidas—pero otros la habían conocido también? “Esta vez,” la Srta. Sophia continuó, “esta vez tienes algo en el borde. Una chispa genuina. Pero no fue hasta esta noche, ese hermoso error sobre tus agnósticos padres.” “Qué hay sobre mis padres?” Luce siseó. “Bueno, querida, la razón por la que vuelves una y otra vez es porque todas las otras veces en que naces, eres iniciada en una creencia religiosa. Esta vez, cuando tus padres

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