La ciudad de las bestias

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LOS HUEVOS DE CRISTAL A cambio de la música y la danza que habían recibido, las Bestias otorgaron a los chicos lo que solicitaban. Les indicaron que ella debía subir al tope del tepui, a las cumbres más altas, donde estaba el nido con los tres huevos prodigiosos de su visión. Por su parte él debía descender a las profundidades de la tierra, donde se encontraba el agua de la salud. —¿Podemos ir juntos, primero a la cima del tepui y luego al fondo del cráter? —preguntó Alex, pensando que las tareas serían más fáciles si las compartían. Las perezas negaron lentamente con la cabeza y Walimaí explicó que todo viaje al reino de los espíritus es solitario. Añadió que sólo disponían del día siguiente para cumplir cada uno su misión, porque sin falta al anochecer él debía volver al mundo exterior; ése era su acuerdo con los dioses. Si ellos no estaban de regreso, quedarían atrapados en el tepui sagrado, porque jamás encontrarían por sí mismos la salida del laberinto. El resto del día los jóvenes lo gastaron recorriendo El Dorado y contándose sus cortas vidas; ambos deseaban saber lo más posible del otro antes de separarse. Para Nadia era difícil imaginar a su amigo en California con su familia; nunca había visto una computadora, ni había ido a la escuela ni sabía lo que es un invierno. Por su parte, el muchacho americano sentía envidia por la existencia libre y silenciosa de la muchacha, en contacto estrecho con la naturaleza. Nadia Santos poseía un sentido común y una sabiduría que a él le parecían inalcanzables.


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