Montevideo, alma de Tambores

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Año XXXIII · # 257 · JUNIO 2016

Montevideo

La Revista de los Clubes de Campo

Alma de tambores

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Mirando al río Texto: Pablo Donadio Fotos: María Clara Martínez

Siempre a mano, tan parecida y a la vez envidiablemente relajada, podría considerarse a Montevideo una hermana por origen y naturaleza de nuestra vieja Buenos Aires. Sin embargo, como todos los hermanos, se crían parecidos, pero salen bien distintos. La Ciudad Vieja, la gastronomía popular y gourmet, el repique de tambores que llega a la rambla, y sus ferias, teatros y mercados.

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Hilos invisibles de la cultura Montevideo, la otra reina del Plata, es tal vez quien mejor custodia el ingreso al río, casi un mar bravo que confunde a más de uno cuando el viento levanta olas que revientan contra la rambla y pasan rasantes por la vereda bañando a los taxistas. Esta ciudad, a diferencia de Buenos Aires, mira el río. Tanto los viejos como los nuevos barrios le rinden homenaje a través de más de veinte kilómevtros de rambla, con bajadas a playas de arenas finas y pequeños barrancos de piedra donde los deportistas corren día y noche, los pescadores prueban suerte y los enamorados se besan, imitando el oleaje que llega para irse cada vez. Desde la Ciudad Vieja a Carrasco, pasando por Barrio Sur, la península de Punta Carretas y Pocitos, sus edificios y casonas se desparraman con sobriedad, algo desordenados camino a las playas famosas que orejean ya las aguas del océano. Entre estos distritos, sus colinas y llanos, los hilos invisibles de un mundo

musical, futbolero, gastronómico y artístico su unen y repelen, se conectan y potencian, para dar vida a una ciudad con personalidad donde el “Tá” y el “Bó” están a la orden del día, el mate se toma con bombilla ancha, los gritos de gol suenan potentes en el Estadio Centenario, y nadie se pierde un sándwich de chivito. Como es habitual, hay varias teorías con respecto al origen del nombre de Montevideo. Algunos aseguran que viene de la expresión en portugués antiguo “Monte vide eu” (yo vi el monte), pronunciada por un marino de la excursión de Magallanes al divisar el Cerro de Montevideo. Otros, conjeturan que los españoles anotaron dicha elevación como Monte VI, de E. a O. (este a oeste). En cualquier caso, parece haber acuerdo en que el origen está ligado al actual barrio El Cerro, situado al otro lado de la bahía del puerto. Según los locales, esa es una de las mejores vistas de la ciudad.


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ello puede degustarse con los buenos vinos locales de cepa tannat que la región ha sabido explotar, en especial la bodega de la familia Bauza. O con el famoso medio y medio, un verdadero invento uruguayo que mezcla vino espumoso dulce y vino blanco seco, dando vida a un corte casero. Hay también opciones donde la cocina de autor se impone. Cady Bar (Santiago de Chile y Durazno), es un bolichín pequeño de Barrio Sur con platos de estilo mediterráneo y opciones caseras para vegetarianos, así como la comida cruda de Living Food (Treinta y Tres y Sarandí) y la especial para veganos de Bosque Bambú (San José 1060). Un destacado en pleno centro es Dueto. El restaurante, siempre lleno, ofrece una carta culinaria “urbana e innovadora” en medio de una casa art déco, donde Pablo (su chef ) prepara desde ñoquis rellenos a ensaladas templadas, pasando por churrascos de hígado, pulpo grillado o fetuccini con crema de centollas. En Punta Carretas, uno de los rincones más bellos de la ciudad, La Perdiz (Guipuzcoa esquina Baliñas) se especializa en cordero, y es el lugar indicado para probar los mejores pescados de mar y río.

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Sabores orientales Un hombre de bigotes temibles nos mira, deja su tickeadora en el mostrador y se ata bien el delantal blanco. Toma la bandeja plateada y avanza desafiante: “Tú estás sentado donde muchas veces atendí al Pepe (Mujica), pero vamos a dejarte aquí, porque la vista de la rambla es ideal para disfrutar del guisito de lentejas que hemos preparado”, asegura. Para ser el inicio de la recorrida gourmet que visitará más de un restaurante por comida, no es un mal comienzo, y la estrategia de marketing del restaurante Santa Catalina (Canelones y Ciudadela), nada despreciable. Al límite de la Ciudad Vieja y especialista en comidas simples y sabrosas, el clásico bodegón está pegado a dos bares modernos donde los jóvenes hacen del after office una religión, por lo que puede hacerse allí un programa completo. Como en Argentina, la gastronomía local es la unión de las cocinas italianas, españolas y nativas. No falta entonces la clásica parrillada, donde además de carnes predominan las roscas (tripa gorda, salchicha parrillera, chotos) la pamplona (arrollado de carne de cerdo o pollo, relleno de queso, jamón, pimiento, aceitunas y pasas de uva), otros embutidos y provoletas. Infaltable en la mesa montevideana es el chivito, que para asombro de los comensales desprevenidos, cuenta con carne vacuna, mozzarella, jamón cocido, lechuga, tomate, panceta, huevo, morrón, aceitunas y pickles, pero nada de carne caprina. Todo

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Alma de tambores Murga, cuerda, comparsa y candombe son sinónimos de Uruguay, y en especial, de su capital. Basta andar un sábado o domingo mateando por la rambla, acercarse al Parque Rodó o recorrer la costanera con la ventanilla baja, para sentir el llamado de los tambores. No es otra cosa que parte del alma y la cultura viva de Montevideo, en muchos casos independientemente de fechas festivas puntuales como el carnaval, las celebraciones patronales u otros aniversarios en los que las agrupaciones muestran el trabajo de todo un año. Hay que destacar que mientras la murga es un género coral-teatral-musical y, a su vez el nombre que se da a los conjuntos, las comparsas son agrupaciones carnavalescas que salen a la calle a interpretar su música y baile de manera cotidiana, como parte de un entrenamiento. Así, el desfile de llamadas, la fiesta popular que se realiza todos los años en Montevideo en febrero, época de carnaval, forma parte del concurso oficial de agrupaciones de la capital. Durante dos noches desfilan decenas de grupos que ponen de manifiesto la esencia afro-uruguaya de los barrios Sur y Palermo. Tenemos suerte y oímos ese repicar, al que acudimos por la calle Paraguay. La agrupación La Facala inicia entonces el descenso a la rambla, y a su paso los vecinos salen a aplaudir, sacan fotos, y algunos se animan a bailar. Porque sumarse está permitido en este ritual que se pasa de generación en generación como una de las raíces identitarias de Montevideo.

El tesoro Cuna de su fundación, la Ciudad Vieja está construida sobre una pequeña península algo cuadrada a un extremo de la ciudad, separada prácticamente del resto de la bahía por unas diez calles en cuadrícula. Esa ubicación muestra cómo el río la cerca y embellece por tres de sus cuatro lados, por lo que prácticamente cada calle conduce más temprano que tarde a las aguas y su horizonte infinito. Quien ande de paso por la Ciudad Vieja sabe que el Puerto es el rey. Allí funciona hoy el centro financiero, comercial y varios de los atractivos turísticos, desde restaurantes y cafés históricos como Bacacay (el bar de los actores), Copacabana (Sarandí y Misiones) o el Brasilero (fundado en 1877). Otros dos distintivos realzan el valor histórico: sus 16 museos y el teatro Solís. Entre los primeros se destaca el Museo del Carnaval, el Museo de Arte Precolombino e Indígena, el Museo Gurvich, el Museo Andes 1972, el Museo Torres García y el Museo de las Migraciones. El Solís, en tanto, es una joya viva y constituye el principal escenario artístico de Montevideo. Tras su reapertura en 2004, ensayan allí la Comedia Nacional y la Orquesta Filarmónica, y gracias a sus tarifas populares e impronta federal, ha ofrecido espectáculos de altísimo nivel a miles de uruguayos, democratizando el acceso a la cultura. A unos metros de allí está una parte de la antigua puerta de la ciudad, que la rodeaba y protegía de visitantes indeseables. De ella hoy queda sólo el arco, conocido como el Portal de la Ciudadela, una de las postales más conocidas de la Ciudad Vieja, unida y a la vez separada del “resto” de la ciudad. Aquí el sistema de bicicletas gratuitas es una buena opción para recorrerla y llegar a la muralla, junto a la Plaza de la Independencia. Ese parque atesora en su centro el mausoleo del General Artigas, y marca el inicio de la Av. 18 de Julio, la vía a la gran Montevideo.



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De feria y mercados Cada domingo hasta pasado el medio día, 24 manzanas entre la Av. 18 de Julio, Miguelete, Narvaja y Piedra Alta, dan vida al comercio más colosal de Montevideo. Es la Feria Tristán Narvaja, que comenzó como una típica calle de vendedores de frutas en 1909 y se convirtió en uno de los paseospostales de la ciudad. La oferta de artículos pinta la vida misma de una ciudad: libros, pastas frescas, productos de ferretería, frutas y antigüedades; quesos, carnes, pescados, conservas y cámaras de fotos, con buenas lentes para los amantes de la era analógica. Hay aceite de oliva importado de Italia y España, sándwiches de chivitos y humeantes choripanes junto a “panchos largos” (superpanchos) y empanadas. Hay muebles y mascotas, pinturas de artistas locales y artesanías en macramé, acero, madera. A sólo 10 cuadras en el barrio Aguada, el Mercado Agrícola de Montevideo (MAM) adquiere cierto parecido con Puerto Madero, aunque en miniatura y sin acceso al agua. La puesta en valor edilicia es notable, y adentro los pisos adoquinados conducen por pasillos techados por donde las familias pasean, hacen compras y disfrutan de ocasionales shows. A diferencia de la feria Tristán Narvaja, aquí sobra la coquetería, y hay locales refinados entre los que se destaca uno de blends de té, otro con puro café colombiano, una boutique forestal indígena y el famoso restó Pellicer. Sobre la rambla, ni bien se entra a la ciudad, el otro reducto por conocer es el Mercado del Puerto. Es pequeño y un tanto for export como lo es aquí Caminito, en La Boca. Pero pese a ello condensa la identidad montevideana en materia gastronómica y artística, y es un buen lugar par hacerse de recuerdos para llevar a casa. Al igual que el MAM ha sido restaurado hace poco y ya no funciona como mercado. En su interior, bajo una cuidada estructura metálica que remite a las estaciones de ferrocarril, se mezclan olores y colores diversos, restaurantes, casas con mates, antigüedades, banderas charrúas y camisetas de “La celeste”. El mercado se conecta con el Paseo Cultural de la Ciudad Vieja por medio de la peatonal Pérez Castellanos, y así las jornadas son animadas en común por músicos, cantantes y dibujantes que van de uno a otro sitio repartiendo música y visitantes.



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Al verde y al río La “vuelta al perro” citadina no puede prescindir jamás del paseo por la rambla. Son unos 22 kilómetros que constituyen al mismo tiempo una importante vía de circulación desde la Bahía de Montevideo hacia las afueras de la ciudad, camino a las playas de mar. Su zigzagueante figura y los accidentes geográficos cercanos a Punta Carretas (y la cercana Isla de las Gaviotas), le dan un atractivo extra en días de sol. Por el contrario, cuando hay mal tiempo y sopla el viento, la rambla es azotada por las olas, constituyendo un paisaje desolador. Sin embargo, aún con días poco agraciados congrega a miles de personas de todas las edades, en especial sobre la Rambla Sur, un buen lugar para la pesca. A medida que se avanza hacia el norte, esa costanera va volviéndose más interesante, y aparecen canchas de fútbol, espacios para el ciclismo y el skateboarding, así como la movida náutica de Punta Carretas. Los parques Rodó, Punta Carretas, Juan Zorrilla de San Martín, Batlle, Fructuoso Rivera e Instrucciones del año XIII, son los pulmones verdes de la ciudad, y casi todos están en relación con la rambla. El Rodó atesora un lago y el Castillo del Parque, la sede del Mercosur y una salida directa a la Playa Ramírez. El Punta Carretas una vista privilegiada de la ciudad y sus edificios, y el Juan Zorrilla de San Martín la feria de ropa de Villa Biarritz (únicamente los sábados). El Instrucciones del año XIII un campo de golf, el Teatro Collazo y la Plaza del carnaval del Uruguay. Y el Batlle, algo alejado de la costa, la pista de atletismo, el velódromo y el glorioso Estadio Centenario.

Como en casa Muchas son las ofertas de Montevideo en materia de hospedaje, desde el fastuoso Sofitel Montevideo Casino & Spa (antiguo Hotel Casino Carrasco) a propuestas estilo B&B que cada día ganan más adeptos. Una de estas opciones es Casa Sarandí, que suma, además, los servicios de una auténtica guía montevideana. Ubicada en plena Ciudad Vieja (Buenos Aires 558 / www.casasarandi.com), su casa de huéspedes art déco está rodeada de históricos cafés, galerías, museos, bares, restaurantes y el propio río, y ha sido premiada por TripAdvisor como ganadora del Traveller’s Choice 2014 y 2015, y el Top Choice 2015 de Lonely Planet. Sus tres habitaciones cuentan con cama queen y baño privado, teléfono y Wi-Fi, living con biblioteca y una cocina equipada donde no falta el mate uruguayo y el té inglés. Karen y Sergio, sus dueños, se especializan en dar información selecta a cada visitante, y el sitio web de Karen (www.guruguay.com) sobre programas de Uruguay en inglés, es uno de los más visitados.



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