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La UCV y las ciencias administrativas Fallece en Cúcuta Daniel Florencio O’Leary
from UN 280223
Baltazar Gutiérrez
Ha sido una antigua aspiración de una variedad de profesores de la Universidad Central de Venezuela la viabilidad y pertinencia de la formación de un egresado en licenciatura de ciencias administrativas, visto el extenso y creciente espacio de la necesidad de ese profesional en nuestra principal universidad pública.
Desde hace decenios vienen egresando de la UCV profesionales con una vocación y perfil que compagina con el sector privado y deja un campo sin desarrollo en la diversidad que corresponde a áreas necesitadas de estudio y sistematización del complejo y extendido universo de las tareas y fines del Estado venezolano. Esto es una simplicidad incongruente. La UCV forma profesionales para la administración privada y no para su principal promotor - diríamos único – el Estado venezolano.
Si bien se han producido algunos estudios y “papeles de trabajo” al respecto, es hora de enriquecerlos, cotejarlos con el extraordinario contraste ocurrido en los espacios públicos del país. Simplemente se requiere con urgencia dar respuesta a ese descomunal vacío, ilógico e inexplicable.
Es elemental que el egresado de nues- tra principal universidad del Estado disponga de los saberes requeridos para abordar el complejo escenario de las actividades públicas que atienden los órganos venezolanos en sus diversos niveles. Significa, por lo demás, que la UCV forma un personal para el sector privado y no al público que es su exclusivo sostenedor y factor de vida.
Ese perfil profesional del egresado en ciencias administrativas hay que crearlo y reforzarlo para entroncarlo con la complejidad de figuras públicas que existen en Venezuela: ministerios, institutos autónomos, gobernaciones, municipios, fundaciones, empresas públicas y mixtas.
Por supuesto, que este llamado tiende a recordar una vieja aspiración del estudiantado ucevista el cual, en otras oportunidades, por vía de profesores y expertos, ha manifestado la aspiración de responder los retos que tiene planteada la administración para con la diversidad de exigencias que demanda el actual momento que vive nuestra nación. Seguiremos abordando este reto fundamentado, pues requiere diversos desarrollos que el espacio no permite. Ojalá las autoridades muestren preocupación en ese panorama inquietante y retador, activen los equipos de trabajo necesarios, aprovechen lo hasta ahora aportado y concreten esta aspiración urgente y justificada.
Antonio Manrique
El 24 de febrero, falleció en Cúcuta, Colombia, en 1824, el prócer Daniel Florencio O’Leary, irlandés, quien fue uno de los hombres más fieles que estuvieron al lado de Simón Bolívar. Él y Diego Ibarra fueron los dos principales edecanes que el gran jefe tuvo en la batalla de Carabobo, que además casó con Soledad Soublette, hermana de otro prócer, Carlos Soublette, y procreó nueve hijos, al segundo de los cuales bautizó con el nombre de Simón Bolívar y los apellidos respectivos. Este solo hecho deja claro el respeto que este irlandés sintió por nuestro Libertador y por ello sus restos descansan en el Panteón Nacional, al cual fueron trasladados por disposición de Antonio Guzmán Blanco, en cuyo primer mandato (1870-1877) así lo dispuso.
O’Leary nació en Cork, Irlanda, en 1802 y tenía 17 años cuando se enroló en la Legión Británica, lo que indica que esta isla, ubicada en la parte más occidental de Inglaterra, fue una de sus colonias. Inicialmente, fue alférez y estuvo bajo el mando del coronel Henry Wilson. Formó parte de los llamados Húsares Rojos.
No obstante esa juventud y estar ejerciendo como militar, este personaje po- seía un criterio humanista, preocupado por la literatura de donde surgió la disposición de leer, adquirir y reunir todo aquello que le permitiera acumular amplio intelecto que a la postre dejó la magna obra que lleva el nombre de Memorias de O’Leary, las cuales lo ubican en la guerra de nuestra Independencia. Destacamos entonces a este militar del coloniaje británico que perteneció a esa legión y fue uno de los subalternos más leales y respetuosos del Libertador. De su biografía tomaremos algunas líneas de una de las cartas que les dirigió a sus padres. Dice así: “tuve la fortuna, desde el comienzo de mi carrera, de merecer de mi ilustre jefe la amistad y la confianza que de ella nace, amistad y confianza recíprocas que duraron mientras él vivió, hasta que destrozado el corazón y bañado el rostro de lágrimas, vi bajar (no pudo llegar a tiempo para ver los últimos momentos del Padre Libertador) sus restos mortales a humilde fosa, en la catedral de Santa Marta. Durante las campañas de Venezuela, Nueva Granada, Quito y el Perú, fui asiduo en la colección de documentos. Andando el tiempo y a medida que aumentaba la copia de mis documentos, pensé escribir la vida del Libertador”. En los años 80 del siglo antepasado fue publicada esta maravillosa obra.
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