5 minute read

No se repite, es peor

Next Article
HABLANLOSASTROS

HABLANLOSASTROS

I

Al parecer la historia gusta jugarle pasadas a quienes la estudian, sean historiadores o políticos, y por ello no es extraño que, en casos concretos, situaciones ya vividas en un país en el pasado, de las que ha quedado profunda huella en él, reaparezcan con sospechosas semejanzas o contrastes en su presente. De ello deriva la idea, admitida no solo por aficionados a la historia sino a veces también por políticos o historiadores, de que la historia se repite. En verdad la historia como tal no se repite, y es solo que en contextos que tienen en común la misma base geográfica o geohistórica y con ello rasgos también históricos o culturales propios, parece a primera vista repetirse. En su momento, Marx trató con éxito de precisar los rasgos de esas similitudes históricas y señaló que tales parecidos eran más aparentes que reales, mostrando su carácter diferente, y señalando que cuando se daban, convenía al historiador que las comparaba, darse cuenta de que, en su primera aparición, la original, ese hecho histórico había sido serio o hasta muy importante mientras que en su pretendida repetición era siempre modesto, de menor alcance o peor carácter. Y me atrevo a añadir por mi parte que, si en el caso original, el conjunto de hechos no fue glorioso sino triste o deplorable, quedando como un mal recuerdo, entonces la supuesta segunda versión de los mismos, la actual, la del presente, es ridícula o grotesca. Y es lamentable que el Perú de hoy haya sido en estos años, meses y días, y que lo sea aún, un claro ejemplo de ello, del que ni siquiera intenta salir.

Ii

A fines de la primera década del siglo XIX, al calor de los acontecimientos europeos que afectaban a España por obra de la expansiva Francia napoleónica, los territorios suramericanos que eran parte del decadente pero aún poderoso Imperio español empezaron a despertar y a pensar en abrirse caminos propios hacia su independencia. Me refiero aquí solo a la Suramérica española, dejando fuera a México, que vivió la rebelión más radical pero que, derrotada esta, debió aceptar un resultado conservador y hasta monárquico; a Centroamérica, que solo se incorporó tardíamente, en 1820, a la lucha independentista; y a Brasil, porque el gobierno portugués, su dueño, que ya casi era un protectorado británico, al verse amenazado por Napoleón, huyó con ayuda inglesa a Suramérica transformando así a Brasil de colonia en imperio.

Siguiendo el ejemplo español, en esa Suramérica española se empezó también a crear juntas promovidas por la clase dominante criolla, que defendían los derechos del depuesto Fernando VII, pero que lo que intentaron más pronto que tarde fue aumentar su poder y sacudirse el dominio político de España, lo que llevó pronto al enfrentamiento con esta y a declarar la independencia, comenzando así una lucha violenta que cubrió toda la segunda década del XIX y que entre altibajos y diferencias condujo a un enfrentamiento definitivo con el poder español, culminando en diciembre de 1824 en el Perú con la definitiva victoria de Ayacucho. Hubo, pues, juntas en Chuquisaca y La Paz, Alto Perú, futura Bolivia; en Quito; en Caracas (la primera en declarar la independencia); en Buenos Aires; en Bogotá; y en Santiago de Chile, seguidas por el cierre de Paraguay y el reclamo federalista de la Banda Oriental, luego Uruguay, buscando ambos librarse así de la pesada hegemonía argentina. Con altibajos y a su manera, todas esas juntas y futuros países lucharon en esta larga y difícil guerra por obtener, al final juntas, su ansiada independencia de España.

Iii

¿Y el Perú? En el Perú no pasó nada en cuanto a lucha por la independencia. De los virreinatos españoles el más importante fue entonces el peruano, que abarcaba el centro de Suramérica. Y tres hechos le dieron su perfil para inicios del siglo XIX: en 1780 estalló la más grande rebelión indígena de la colonia española, la de Tupac Amaru y Micaela Bastidas, que aterrorizó a las clases dominantes, criolla y española, y que fue derrotada y reprimida de forma brutal llevando a ambas clases a superar sus diferencias y a unirse bajo el mando español. Salvo pocas excepciones, la clase dominante criolla peruana era servil y cobarde, solo

EU responde enviando 25.000 soldados que hoy se mueven por el territorio nominalmente peruano” pendiente de su poder, sus apellidos, palacios, sirvientes, ropas, medias, pelucas y títulos recién comprados o mal habidos. Y su objetivo político era ser y sentirse española, dócil sierva de España y despectiva con la independencia que se buscaba en torno. Y Abascal, el virrey, era un poderoso y rígido tirano decidido a defender a España y a ahogar en sangre criolla todo intento de rebelarse contra el dominio español. El resultado de todo ello fue que Perú no solo se hizo indiferente a la causa de la independencia, sino que, unidos criollos y españoles bajo el mando del feroz Abascal, se convirtió en esas décadas en el centro reaccionario del que salieron todas las expediciones hispano-criollas dirigidas a aplastar juntas y rebeliones vecinas. Perú ahogó en sangre la Junta de La Paz, la de Quito, la de Santiago, las del norte argentino y hasta las del sur de Nueva Granada sin importarle a Abascal y a sus criminales soldados que esta era parte de otro virreinato. Esta fue, pues, la historia del Perú en esas dos décadas suramericanas de lucha por la independencia. Nada de juntas o protestas. Solo hubo en 1814 una rebelión menor de criollos e indígenas, pero no por la independencia sino para exigirle a Abascal que aceptara la Constitución liberal española de 1812, lo que terminó en otra horrible matanza. Nada pues que el Perú de esos años, tan orgulloso de su pasado, pudiese celebrar. Al Perú la independencia le llegó tarde, en 1820, y de fuera, primero del sur, con San Martín, que proclamó esa independencia, pero que no pudo lograrla, y al que los peruanos hicieron fracasar con sus traiciones; y luego les llegó del norte con Bolívar y Sucre, a los que las nuevas traiciones de la hipócrita clase criolla no pudieron hacer fracasar y que fueron los que lograron la independencia peruana como resultado de su organización, de su firmeza, en fin, de sus luchas y de sus heroicas victorias en Junín y en Ayacucho.

Iv

En lo esencial la historia siguiente del Perú no difiere mucho de las de los otros países de esta nuestra América Latina. Pero lo que me llevó a recordar aquí la situación peruana nada gloriosa de la Independencia como posible referencia es lo que ante nuestros ojos está ocurriendo actualmente en el Perú y el resultado triste y trágico al que esa situación ha conducido a este país hermano.

Desde el inicio de este siglo, Perú entró en un túnel desastroso formado por un Congreso corrompido y teniendo como protagonistas a una serie imparable de sucesivos presidentes no solo reaccionarios sino ladrones y mafiosos. La cadena parece romperse con el sorpresivo triunfo del outsider Pedro Castillo, pero este, incapaz, al que el Congreso no deja gobernar, termina destituido y preso, pasando el poder a una tal Dina Boluarte, usurpadora que lo asume con apoyo del Congreso y que desata una represión violenta contra toda protesta. Su rechazo es alto y para afirmarse en el poder, la Boluarte, que declara amar a Estados Unidos y ha decidido completar el período de Castillo gobernando hasta 2026, llama a EU a invadir el país e imponer el orden en él. EU responde enviando 25.000 soldados que hoy se mueven por el territorio nominalmente peruano como dueños absolutos del país. Las preguntas que surgen de esta vergonzosa farsa son muchas, pero en este artículo solo cabe una: ¿qué pasará en diciembre de 2024? Sí, porque nuestra América debe celebrar, no en este nuevo e indigno Guantánamo, sino en territorio peruano libre, que hoy no hay, los 200 años del glorioso triunfo de Ayacucho, que liberó a nuestros pueblos hermanos del colonialismo español. ●

This article is from: