Aprendiz de jedi 12 - Experimento maligno

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tiempo. —Eso es cierto —dijo Qui-Gon—. No había pensado en esas dificultades —Qui-Gon se dio cuenta de que Jenna Zan Arbor estaba consumida por su propio talento. A ese tipo de seres les gustaba hablar de sí mismos. Si tenía cuidado y no la hacía enfadar, podría quedarse más tiempo fuera de la cámara y aprender más sobre ella. Su única esperanza de escape estaba en comprender a su captora. —Nadie piensa en las dificultades —dijo Zan Arbor dando unos pasos hacia delante y hacia atrás —. Cuando una ola de hambre asoló Rend 5 y yo creé biológicamente un ali mentó nuevo para dar de comer a todo el planeta, ¿recibí una recompensa? Cuando el virus Tendor devastó todo el sistema Caldoni y mi vacuna supuso la cura de millones de seres, ¿qué recibí a cambio? No lo suficiente. Y aprendí la lección. —¿Qué aprendiste? — Qui-Gon se dio cuenta de que Nil contemplaba a Zan Arbor con adoración. No estaba concentrado en vigilar a Qui-Gon. —Que no debo depender de la galaxia para el reconocimiento de mi grandeza —dijo Zan Arbor—. Tengo que depender de mí misma para recaudar los fondos que necesi-to. Una ola de hambre aquí, una epidemia allá... ¿qué impor-tan? Enfermarán, pasarán un poco de hambre. Y pagarán por la cura. —No lo entiendo —dijo Qui-Gon. Zan Arbor no le respondió directamente. —Hay moralidad en la galaxia, pero yo todavía no la he visto —musitó ella—. He visto codicia, violencia, pereza. Si lo ves de ese modo, les hago un favor. Reduzco poblaciones y les hago un favor. Qui-Gon vio tras el velo de sus palabras una verdad que le desconcertó. Se esforzó por ocultar su disgusto. Tenía calma en la voz, incluso cuando formuló la siguiente pregunta. —¿Así que introduces un virus en una población para luego poder curarlo? Pero Zan Arbor debió de percibir algo en su tono. —Me olvidé por un momento de la moralidad Jedi. A ti eso te parece mal. —Estoy intentando entender tus razones —dijo Qui-Gon —.Eres una brillante científica. Es difícil seguir los giros de tus pensamientos. La respuesta pareció encantar a Jenna Zan Arbor. —Evidentemente, enfoqué los problemas desde el punto de vista científico. Utilicé modelos. Calculé cuántas muertes causarían el pánico en una población. Y entonces introduje un virus en cierta cantidad y esperé a que se mul-tiplicara. Cuando moría una determinada cantidad de gente, el líder se ponía en contacto conmigo. Entonces yo fingía trabajar en el antídoto que ya tenía preparado. Cuando esta-ban desesperados y dispuestos a abrirme las arcas del tesoro, yo se lo entregaba. Así que ya ves, no había muertes innecesarias. Los ojos de Zan Arbor brillaban con el resplandor del orgullo. Qui-Gon se dio cuenta de que todo lo que estaba diciendo tenía sentido para ella. Se dio cuenta de que estaba loca.


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