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HILAR EL DESTINO O LA PRIMERA LITERATURA

por Alain Alvarez imagen de Delia Hamer

En el pensamiento antiguo hay una relación muy cercana entre la manera de entender el destino y la literatura: en las tragedias, los héroes se debaten entre aceptar o combatir a los hados; en el santuario de Apolo, las sacerdotisas comunicaban los oráculos en verso. En este sentido, el destino, como un texto, se teje a partir de un paisaje de posibilidades narrativas.

Una hila, otra mide y la tercera corta. Para la Grecia antigua, el destino toma forma al interior de un taller de costura y confección. La vida, representada por la fragilidad de un hilo, pasa por las manos de tres hilanderas, las Μοῖραι (Moirai): Κλωθώ (Clothó), la encargada de los husos y los hilos, combina los colores de la lana según la suerte de cada persona; Λάχεσις (Láchesis) recibe el hilo tejido en la rueca, lo inspecciona y lo mide con exactitud para asignar la medida justa; y finalmente, Ἄτροπος (Átropos) corta de tajo el hilo que posa la muerte purpúrea y el halo cruel sobre los ojos de los mortales. Descendientes del linaje de la noche, las hilanderas fueron imaginadas como tres mujeres viejas e intransigentes que personalizan la naturaleza ineludible del destino, noción que permeó todas las capas del complejo pensamiento griego de la Antigüedad: de la religión al arte, y, por lo tanto, la literatura.

En este contexto monolítico, la literatura tomó la responsabilidad de explorar las posibilidades que no abre el pensamiento mitológico inscrito en la cosmovisión griega de la Antigüedad. A pesar de que un mito puede ser contado varias veces con la misma trama y el mismo desenlace, lo contingente no desaparece; al contrario, se manifiesta en la forma y los recursos literarios que se utilizan para narrar lo mitológico. Especialmente la tragedia griega como género literario se ocupa de la idea del destino para explorar sus posibilidades estéticas a partir de personajes que se debaten entre aceptar o combatir los hados que les han atribuido los dioses. Por ejemplo, la tragedia de Edipo, quizá la más conocida, no debe entenderse solamente como la sucesión de varios eventos fatídicos (el parricidio, el incesto, la ceguera y la muerte o el exilio, según la versión que se consulte); al contrario, el elemento trágico de la historia edípica radica en la conciencia de tal sucesión de eventos, de tales desventuras y la imposibilidad de evitarlos. Lo trágico no es el hecho, es decir, lo que acontece, sino la conciencia de que el destino es ineludible; lo literario, entonces, no es la historia, sino los recursos estéticos para crear una nueva tensión dramática a partir de un destino ya conocido. En este sentido, la tragedia griega entiende las limitaciones del mito y las utiliza para profundizar en la técnica pues no se preocupa de las vicisitudes, sino de la manera en que tales desventuras pueden ser ampliadas a partir de los recursos literarios.

En latín, una afortunada coincidencia lingüística parece hilar una íntima relación entre destino y literatura. El verbo latino texere (tejer) da origen a textum (tejido) que ya en la lengua latina y posteriormente en las lenguas romances deriva en la palabra “texto”, es decir, toda forma escrita de la lengua. Todo texto, literario o no, es un tejido, una composición armónica hecha con palabras, así como una manta es una composición de diversos hilos. A esta reflexión podríamos agregar la noción griega y pensar en las hilanderas como las primeras escritoras pues a la par de un tejido de ideas, la literatura podría entenderse también como un tejido de posibilidades: las posibilidades de aquello que no es y que no fue, o como diría Aristóteles sobre el arte, aquello que pudo haber sido de otra forma. Así, la literatura, más allá de un fenómeno estético, era también una necesidad cotidiana que cobijaba ante las noches de frío, adornaba los espacios del pensamiento y, sobre todo, protegía ante lo inevitable del destino.

Para terminar, quizás haya que recordar que el oráculo de Delfos, lugar de peregrinación al cual los griegos llegaban para conocer su destino, era un santuario dedicado a Apolo, dios del sol y la literatura. Ahí, tras noches de trance, sus sacerdotisas comunicaban en susurros los oráculos, ambiguos pero certeros, en la peculiar forma del hexámetro, es decir, en verso. Parece que los griegos lo tenían bien claro: el destino es una forma de la poesía.

Alain Daniel Alvarez Vega (Jojutla, 1989) es candidato a Doctor por la Universidad de Colonia. Investiga las intersecciones entre literatura, política y epistemología. Actualmente escribe su tesis doctoral sobre poetas que escriben crítica literaria en el siglo XX.

Delia Hamer es una artista alemana que creció en el sur de España, estudió arte en Milán (Accademia di Belle Arti di Brera) y Londres (UAL) y actualmente vive y trabaja en Lisboa. La paleta de colores vibrante y los símbolos recurrentes en sus pinturas están inspirados en el Mediterráneo. Con el manejo sensible de estos recursos, la obra de Hamer aborda la historia y el imaginario de la Antigüedad clásica con una perspectiva renovada y los traslada a la experiencia contemporánea. www.deliahamer.com | Instagram @deliathehamer

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