La Constitución de Cádiz y su huella en América

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a l f r e d o c a s t i l l e r o c a lv o

británicas para ser vendidas en Nueva España o en Perú, contribuyó a que el comercio panameño disfrutara de una bonanza extraordinaria. Los ingresos de aduana se multiplicaron, y el Fisco llegó a gozar, como nunca antes, de un holgado superávit, de modo que el gobierno pudo amortizar los gastos militares y burocráticos que cubrían los situados que antes le enviaban Perú y Nueva Granada y que desde 1810 dejaron de llegar. A su vez, durante este período, Panamá fue uno de los países americanos que más contribuyó a apoyar con recursos numerarios a la causa realista, sufragando con contribuciones públicas o privadas los gastos del ejército peninsular en pertrechos y uniformes, o cubriendo los salarios de los centenares de funcionarios de los países vecinos que huían de la revolución y buscaban refugio en el Istmo. Fue con el argumento de este considerable apoyo económico a la causa realista que el gobierno peninsular, contra la opinión del gobierno novohispano (salvo el de Guadalajara, que se beneficiaba del tráfico de la plata con Panamá), y de Cádiz (que resentía la competencia comercial británica), que reiteradamente se autorizó a Panamá para que comerciara libremente con las naciones «amigas y neutrales» (Gran Bretaña, Estados Unidos, sobre todo), y pudiera continuar aportado fondos para combatir la insurgencia. Otro tanto sucede con la reacción panameña a las incitaciones neogranadinas para sumarse al movimiento juntero que se había extendido como fuego de cañaveral por los dominios hispanos. ¿Pero hubo una Junta autonomista en Panamá semejante a la de otras ciudades? Panamá solía estar razonablemente bien enterada de lo que ocurría en España y América, gracias no solo a los informes oficiales que le llegaban de todas partes sino, y tal vez sobre todo, a sus frecuentes contactos con Jamaica, de donde recibía noticias de las Gacetas de la isla, o de boca de los mismos comerciantes panameños que hacían el giro con la isla, Perú y Guadalajara, o de los británicos que frecuentaban Panamá para sus negocios. Aunque las noticias de España y América llegaban, como a todas partes, a cuenta gotas, y no siempre en el orden en que sucedían los hechos, se recibían al parecer más temprano que tarde gracias a la ventajosa posición geográfica del Istmo, como se deduce de la correspondencia oficial conservada. Y no debe tomarse a la ligera el hecho de que Panamá estuviera más o menos al día en los sucesos que estaban ocurriendo en tropel, sacudiendo de arriba abajo a la monarquía. Con poco tiempo de diferencia, desde comienzos de 1810 se habían estado recibiendo noticias inquietantes, o que al menos demandaban una atención prioritaria. Primero Cartagena, y luego Bogotá anunciaban su ruptura con España, e invitaban a Panamá a sumarse a su causa. La capital neogranadina solicitaba el envío de un diputado y amenazaba con interrumpir la remisión del situado si Panamá rehusaba unírsele. (Significativamente, dos hermanos de Mariano Arosemena, Juan y Blas, que estudiaban Derecho en Bogotá, participaron en este movimiento; Blas sería elegido síndico personero de Panamá en 1818, cargo en el que defendió la teoría de la soberanía popular con ocasión de la escasez de tabaco, enfoque considerado subversivo al basarse en el artículo 3.º de la Constitución gaditana, entonces derogada, por lo que se le suspendió la licencia de abogado; en 1821 fue elegido diputado a las Cortes, destino que no ocupó por haberse independizado Panamá). A la vez, la Suprema Junta de Regencia de España e Indias le enviaba un oficio al Ayuntamiento capitalino concediéndole el tratamiento de Excelencia Entera y de señoría a aquellos miembros que en 1809 habían proclamado su firme adhesión a la monarquía, títulos que recibían honradísimos y felices, dado el 232


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