La Constitución de Cádiz y su huella en América

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volución en los países vecinos. Dadas estas circunstancias de angustiosa tensión y ansiedad, era natural que los panameños prefiguraran el desenlace que parecía inevitable y en cuya vorágine esperaban quedar envueltos más pronto que tarde. A lo anterior se agregaba, primero, la fascinación que desde temprano despertó la Constitución de Cádiz y su consiguiente juramentación, la agitación concitada por las elecciones de sus representantes a las Cortes Extraordinarias y Ordinarias, y luego el efecto de su derogatoria por Fernando VII y finalmente la restitución de la Constitución en 1820. Todos estos acontecimientos eran en extremo novedosos y se atropellaban demasiado aprisa para que una población como la panameña, poco habituada a tales zarandeos políticos e ideológicos, aún al nivel del estamento educado, pudiera asimilarlos o medir debidamente sus consecuencias. También debió ser fuente de tremenda ansiedad y hasta pánico cuando, a poco de haberse independizado Panamá, llegaron las fragatas realistas Prueba y Venganza procedentes de México para apoyar la campaña de Mourgeón, aunque su tripulación ignoraba los sucesos del Istmo. «Por seis días se temió un ataque a la plaza», dice un testigo, y la población acudió a armarse precipitadamente para defenderla. Se iniciaron negociaciones para evitar el enfrentamiento, pero luego los vecinos presenciaron angustiados desde las murallas el combate entre una embarcación de la escuadra del almirante Cochrane y las fragatas. Tras el combate, se rompieron las negociaciones y las fragatas continuaron hacia el Sur. Otro factor que contribuyó a tensar el ambiente político fue el establecimiento de la capital del virreinato neogranadino en Panamá, y del cual formaba parte el Istmo. En 1812 llegó el nuevo virrey, Benito Pérez Valdelomar, para instalar la sede del gobierno central, lo que generó experiencias políticas totalmente inéditas, no sólo porque Panamá se convertía en la capital del virreinato y en sede de la Audiencia neogranadina, sino por las agrias tensiones que desde temprano se suscitaron entre ésta, que defendía con celo sus atribuciones, y el gobierno capitular, que pretendía arrebatarle sus funciones a la Audiencia. Estas tensiones se agudizaron cuando llegó el virrey Juan de Sámano en enero de 1821, conocido por su carácter inflexible y sanguinario, y por su declarado anticonstitucionalismo. Sámano había escapado de Bogotá, tras el triunfo de Bolívar en la batalla de Boyacá, y huyó a Jamaica, de donde se dirigió al Istmo con el plan de segregarlo del resto del territorio neogranadino, convirtiéndolo en sede del virreinato que había perdido. Si tenía éxito, el Istmo se convertiría en gran centro de operaciones militares. Se había rehusado a jurar la recién reinstaurada Constitución gaditana y su presencia creó un ambiente de persecuciones y terror. Apelando a los dictados de la Constitución, el Cabildo capitalino le exigió a Sámano la elección popular de los miembros de la Diputación provincial, así como la del Diputado a Cortes, pero el virrey no hizo caso a estas demandas, creando nuevas tensiones, que no cesaron hasta que murió pocos meses después, cuando el ambiente independentista ya efervescía y era incontenible. Otro fenómeno de bulto, por no decir que fundamental en el ámbito económico, pero que ha sido obviado por la historiografía, es el hecho de que en pleno fervor revolucionario, entre 1810 y 1818, casi toda la plata que producía América, desde Bolivia a México, pasaba por Panamá (por no poder salir, como antes, por Veracruz, debido a la insurgencia novohispana, o por Buenos Aires desde que cortó sus vínculos con España en 1810). El trasiego de esta plata, cuyo principal destino era Jamaica, donde se compraban mercancías 231


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